jueves, 7 de mayo de 2020

El juicio final


No vayas con el farero, me dijeron en el bar, pero ya no había salida. La paga era buena y si aguantaba quince días en ese islote en medio del océano, podría comprarme una cabaña y vivir a mis anchas, además estaba harto de vivir como un topo. No era muy bueno para la navegación, pero eso no importaba. Lo que valía eran mi capacidad de trabajo e ingenio. Había pasado en las minas más de tres años y odiaba las entrañas de La Tierra, cualquier labor era preferible a pasarse la existencia a oscuras temiendo que un derrumbe acabara conmigo.

El acuerdo fue rápido. Encontré en la calle al ex capitán Gregory y al verme, me dijo: “Eh, tú muchacho, ¿eres el que busca trabajo?”. Era cierto, la voz se había corrido por el puerto y todos sabían que me había ofrecido para cualquier empleo. Nadie me había hecho ninguna propuesta y decidí que se me presentaba una buena oportunidad. Acordamos el sueldo con un estrechón de manos y cerramos el trato. El capitán me dio unas monedas para que me emborrachara y consiguiera una chica antes de marchar. Bebí, sí, y con ánimo, pero las mujeres me desagradaron. Estaba contento porque mi vida al fin se enderezaba.

Zarpamos por la mañana y dos días después vi el faro. Estaba en un islote. No habría más de tres hectáreas. Había una casucha y roca pelona. La torre se elevaba como un cíclope gris. Gregory Thiers me dijo que tendríamos que pintar con cal el faro, que debíamos limpiar el pozo y sanear la cisterna, enumeró unos diez trabajos más, pero no le puse atención. Estaba ocupado haciendo las cuentas de salario bruto y lo que me quedaría después de los gastos. Llegamos en un bote y subimos por una escalera que estaba entre los riscos. Unos marineros nos ayudaron con las provisiones y se marcharon. Apunté en el calendario la fecha en que nos recogerían de nuevo.
“Empieza por el tejado Wilson, luego limpia la cisterna y deja bien lustrado el piso del dormitorio, y no te olvides de que la guardia de noche es mía”. Thiers no paraba de dar órdenes. Traté de no hacerle caso y dedicarme a mis labores. Contaba el beneficio económico de mi empleo e imaginaba la fortaleza espiritual que adquiriría. Al tercer día comencé a recordar lo que me habían comentado del Farero Gregory. Decían que nadie había podido aguantar al viejo barbón y que estaba obsesionado con exprimir a sus subordinados. Al final, todo era verdad. Al cuarto día me abofeteó por no tomar Whisky con él. Me atiborró de trabajo y comenzó a dirigirse a mi como si fuera un criado. Le recordé que mi obligación era limpiar y reparar cosas, pero los quehaceres aumentaron tanto que en las noches caía hecho polvo.

Una ocasión desperté en la madrugada y fui a ver qué hacía el gordo y manco Thiers. No lo pude creer. Estaba desnudo bañándose con los fuertes rayos que salían del enorme ojo de cristal. Recitaba versos en latín y estaba poseído por espíritus maléficos.  Me vio, pero no dijo nada. Cuando estábamos juntos, él terminaba de almorzar y se ponía a escribir. A mi me inquietaba su actitud y tuve el presentimiento de que en el cuaderno escribía algo horripilante.

Tuve la oportunidad de leerlo, pero fue lo peor que pude hacer. Dudé de que lo escrito fuera cierto, pero de no haberlo leído, ¿las cosas habrían sido diferentes? He aquí lo que decía:

“Wilson Arrow es un impostor. Mató a uno de sus capataces en las minas. Se cambió el nombre para evitar ser juzgado, pero la ley divina alcanza a todos los culpables. El minero se verá acosado por el terror de las alucinaciones nocturnas. Empezará a buscar a las sirenas. Las almas de los marineros lo atacaran en forma de gaviotas y las matará. Le diré que es de mal agüero, pero no me obedecerá. Una noche vendrá la reina de las profundidades marinas y lo seducirá con su voz. Perderá la razón y se sentirá desesperado. Saldrá por las noches a recitar e implorar los espíritus marinos. Sobrevivirá a las tormentas y será el dueño del faro. Pasará las semanas invocando a su amada y ese será su infierno”.
Terminé de leer sin darle crédito al viejo Thiers. Salí a buscarlo, pero no estaba en ningún sitio. Me bebí una botella esperándolo, pasaron los días y jamás llegó, el barco tampoco.

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