lunes, 9 de abril de 2018

El pintor de las sensaciones (terror)


Acabó los últimos detalles del cuadro con unos trazos dolorosos, llenos de nostalgia y agonía. No podía asegurar si volvería a repetirse la experiencia, pero sabía que valdría la pena intentarlo otra vez. Se sentó a unos metros de la pintura y suspiró, la estuvo contemplando largo rato. Las baldosas dejaron de sentir el calor de su cuerpo y las gotas de sudor formaron un charco alrededor de sus piernas. Estaba desnudo y la luz del sol iluminaba su espalda dorada. Se puso de pie y encendió un cigarrillo, luego se sirvió ron añejo y se quedó mirando por la ventana. Eran las diez de la mañana. Se marchó sin rumbo.

Lu´fredo era su nombre artístico. Lo conocían bien en los círculos intelectuales, pero como tenía un talento especial lo descartaban como representante del arte contemporáneo. Su obra estaba impregnada de un tono callejero, vulgar y obsceno, no obstante, era eso precisamente, lo que reconocían los críticos y valoraban sus admiradores. Estaba catalogado como “El artista de las sensaciones”. Sus pinturas, adquiridas por una bicoca en el mercado negro, se encontraban en las mejores colecciones privadas. También algunos museos poseían las pinturas que él mismo había donado en un acto de altruismo. En realidad, estaba tan inmerso en su método de experimentación que ni siquiera se preocupaba por el sustento y la apariencia. Confiaba en que algún mecenas lo sacara del atolladero—lo intuía en la práctica—y, por eso iba confiado por la vida, fumando sus cigarrillos de tabaco montés y sus porciones de aguardiente mal destilado y viejo. Tenía muchos conocidos, pero con ninguno había estrechado lazos de amistad porque veía la realidad como falsificada y ellos la autentificaban. Alquilaba un pequeño cuarto en una casa vieja. La dueña le toleraba que no pagara la renta siempre que le dejara algunos cuadros firmados. La astuta casera, la señora doña Leticia, no se veía obligada a esperar a fin de mes para recibir los añorados trabajos de Lu´f, como le decía de cariño, porque todo dependía de la prolijidad del pintor. Había días en que trabajaba durante más de quince horas. Después de sus maratónicas jornadas podía quedarse muerto en un colchón o salir con el pelo desordenado y los ojos hambrientos a pedir sopa o un trozo de carne con pan.

Cuando le llegaba la inspiración se quedaba con los ojos clavados en algún sitio y se ponía a preparar el lienzo y las pinturas a tientas. Parecía que después de pintar en su mente los cuadros los mantenía frente a él y sólo los filtraba a través de sus dedos transmitiendo sus sensaciones con el pincel. Los resultados eran desconcertantes para el observador común. La gente que no lo conocía pensaba que sus trabajos eran fotografías de gran tamaño embadurnadas de pintura en forma de garabatos, pero en cuanto se acercaban a las telas descubrían que la foto de la manzana tachonada con fosforescentes colores, era en realidad un óleo en el cual el artista había trazado primero, con líneas anárquicas muy finas, los círculos, triángulos y espirales, de tonos verdes, rojos y marrón, y luego había sacado de esos grumos de pintura que ponía en su paleta, todos los recortes de la fotografía que se encontraba dentro de su cabeza. Los fenómenos más impresionantes acontecían con los cuadros eróticos porque, si bien los melocotones, fresas, naranjas, verduras y carne de pollo producían un poco de hambre en los espectadores y admiradores de su obra; las partes del cuerpo humano, desnudas e innegables emitían el calor de la pasión que hacía temblar a dos metros de distancia. 

Lu´fredo tenía un gran secreto. Primero cogía los objetos que deseaba pintar, los acomodaba en la posición más estética según su concepto de equilibrio cósmico y, luego, permanecía varias horas tratando de transformarse en esa composición. Si había madera entre los elementos que escogía, meditaba reconstruyendo la vida del árbol de donde se había sacado la tabla para la elaboración del mueble o adorno. Con lo comestible era más sencillo, ya que lo único que debía hacer era probarlo y dejar que su gusto, tacto, olfato, oído y vista se encargaran de mezclarlo con el caudal de alcohol que le corría por la sangre y esperar a que el humo de la hierba quemada formaran un espectro en el aire, en cuanto este procesos se realizaba, Lu´fredo cogía los pinceles y no dejaba de trabajar hasta que tenía todo representado en la tela, cartón u objeto sobre el que había decidido pintar.

Un día don Camilo de la Serna, un terrateniente con mucha influencia, escuchó los comentarios que su más cercano amigo hacía del artista y se interesó por él. Pidió que le mostrara las fotografías de la revista en la que le habían dedicado un pequeño artículo. Miró con atención y decidió que debía contratarlo para que le hiciera un retrato al estilo de los grandes impresionistas o, mejor aún, como un postimpresionista del tipo de Roger Ing. En realidad, Camilo de la Serna no tenía la más mínima idea del arte, pero como tenía dinero, en cuanto escuchaba que había pinturas como las de Frida Kahlo, José Luis Cuevas, Rufino Tamayo y otros no dudaba en adquirir, aunque fueran copias o falsificaciones. No fue difícil localizar al maestro de los sentidos en el arte, sin embargo, hubo que recorrer más de ochocientos kilómetros. Lo encontró el señor Mateo, el fiel chofer de don Camilo, que ya tenía sus años y conducía cada vez con más precaución, fue por lo que, de las previstas nueve horas de trayecto, resultaron quince. “Lo necesitamos para un trabajo especial, Luis Alfredo—le dijo el chofer mientras le entregaba un sobre retacado de billetes—, nomás necesito que se venga conmigo al estado de Durango, ahí tendrá alojamiento y comida mientras termina su encargo. Además, el patrón dice que esto, y señaló el bonche de dinero, es un pequeño adelanto, luego le dará más.

Lu´fredo había terminado de hacer un cuadro y se estaba recuperando del trance cuando tocaron a su puerta. Tenía mal aspecto porque durante sus viajes astrales y meditación, su cuerpo se descomponía, era como si su espíritu alcanzara un nivel celestial, pero su cuerpo se resecara o marchitara por el abandono de la energía vital. Con los ojos entrecerrados por los dos enormes párpados hinchados aceptó la propuesta de Mateo. No salieron de inmediato porque la casera no quería dejar marchar a su inquilino. De forma muy persuasiva insistía en que el único lugar dónde el talentoso pintor estaba bien era su casa. Tal vez tuviera razón y su instinto maternal la previniera causándole una sensación de asco en la barriga. “Nadie podrá cuidarlo como lo hago yo, señor Mateo, se lo juro”. Repitió mil veces la frase, pero no logró nada. En el momento en que Lu´fredo consideró que ya era suficiente, cogió todo el dinero que tenía y se lo dio. Doña Leticia ya no pudo contener su amor incondicional y comprendió que había perdido su gallina de los huevos de oro y se resignó. Calculó la suma del fajo de billetes, el precio de los cuadros que vendería pronto y lloró de felicidad. “Te voy a extrañar, mijo. Ya sabes que aquí tienes tu casa”. No se preocupe señora—le dijo Mateo pensando que era la madre adoptiva del pintor—, ya verá que en menos de unos meses ya está aquí de vuelta—hizo una pausa y luego agregó para calmarla e ilusionarla— y va a llegar con un chingo de lana, ya lo verá.

Se quedó frente a su ex inquilino mirándolo con atención para grabarse su cara. No sabía que unos meses después volvería a tener noticias de Lu´fredo, pero serían tan desagradables que preferiría no haberlo conocido nunca. En ese instante sólo pensaba en las reformas que le haría a su casa, los muebles nuevos que compraría y el coche que había deseado inútilmente hasta ese momento. Observó a Mateo para recordar la forma que debe tener un chofer experto por si se le presentaba la necesidad de contratar uno. Los dos hombres salieron y se treparon a la camioneta negra que echó un rugido en cuanto la pusieron en marcha y volando desapareció tras de una nube de esperanza.

Durante el trayecto, Lu´fredo se durmió porque el viaje nocturno no tenía ningún atractivo. Cerca de las cinco de la mañana se despertó por un tremendo enfrenón. Una vaca se había cruzado en medio de una curva no muy prolongada y Mateo tuvo que detener de golpe el auto. Lu´fredo se hizo un gran chichón en la frente. Preguntó la causa del alboroto y vio a un hombre con una carabina apuntándole detrás del parabrisas. Mateo apaciguó al arriero y siguió su marcha. A mediodía ya estaban en compañía de Camilo de la Serna. Los recibió muy contento y se rio mucho cuando le contaron lo de la vaca, pero le advirtió a su chofer que, si le pasaba por segunda vez algo parecido, sacara la fusca sin pensarlo. Se preparó una gran comilona para el recibimiento y Lu´fredo comió a morir. Hacía mucho tiempo que no probaba la comida campirana y el estar cerca de la naturaleza le cambió el humor. Sus reflejos perdieron la lentitud habitual y oía mucho mejor, además el olfato se le agudizó. Lo notó cuando sintió en el aire la cosquilla de la canela y preguntó si estaban preparando algo para despanzar la comida. Sí—le dijo Camilo—le tenemos preparado un tequilita y café con canela. Por la tarde le mostraron el rancho, los animales y los peones y el personal que se encargarían de servirlo. Había a su disposición tres muchachas que le arreglarían la habitación y le proporcionarían lo que les pidiera. Le recomendaron que no intentara abusar de ellas en la cama porque estaba prohibido, él asintió y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Camilo le explicó lo que deseaba. “Quiero que me pinte unos cuadros como esos que usté sabe hacer—le dijo retorciéndose el bigote y alisándose su barba de chivo—, pero necesito que sean los mejores trabajos que haya hecho hasta hoy”. No le prometo nada don Camilo—le contestó Lu´fredo un poco enfadado porque no soportaba que le dieran ese tipo de órdenes—, pero como en este sitio me siento muy bien, lo más seguro es que sean muy buenos. Lu´fredo ya estaba listo para empezar, incluso empezó a estudiar el rostro de su cliente, pero éste lo previno de que primero tendría que practicar con algunos objetos, animales y personas del rancho. Camilo ya había entendido que su huésped tenía que asimilar las cosas, experimentarlas, metamorfosearlas en su cuerpo si era posible para poder pintarlas, por eso le encargó una naturaleza muerta que resultó magnífica, ya que los intensos sabores, nada parecidos a los artificiales de las frutas que se venden en la ciudad, le inspiraron tanto que hasta las imágenes del lienzo despertaban el apetito.

Satisfecho por el resultado, don Camilo dijo que el siguiente paso serían las aves de corral, luego los conejos, seguidamente las ovejas, las vacas y los cerdos. Durante tres semanas de intenso trabajo, Lu´fredo llegó a perfeccionar tanto su arte que se sentía un iluminado como Leonardo Da Vinci. Había ido adquiriendo unos hábitos raros. Paseaba unas horas por el monte, olía las yerbas, recolectaba plantas, hongos y minerales con los que a medianoche se pintaba la cara con una mezcla que hacía con ellas. Sus sueños eran muy intensos y le parecían viajes a un pasado desconocido. Se veía junto con otros hombres haciendo ceremonias. Invocaba a los espíritus y participaba en sus festines. Unos guerreros le daban de probar la carne-esencia de sus enemigos, se la servían en pequeños platitos y le decían de qué estaban impregnadas. Fortaleza—decían mostrando sus pectorales—, inteligencia, resistencia, astucia y odio. También había otros con aspecto de brujos enrollados en pieles de lobo que le hablaban de su árbol genealógico. Le daban vísceras y le llenaban la boca de cariño ventral, mamaba la sangre clorofílica de sus ancestros. Ya estaba habituado a todo y ni siquiera se lavaba la cara ni se quitaba los dibujos hechos en las piernas con sangre de conejo.

Lu´fredo pintó a una sirvienta que después se sintió muy indispuesta y renunció a su trabajo. No pudo ver el cuadro terminado porque impresionada por la forma de plasmar las imágenes del artista renunció a la vida. La misma suerte corrió una ama de llaves y un capataz. Don Camilo de la Serna estaba a punto de renunciar a su proyecto, pero era demasiado tarde. Lu´fredo tenía a todos en fila posando para sus pinturas. No tenían forma de escapar porque todos permanecían enclaustrados en un almacén de granos. Cuando por fin pintó a don Camilo ya no quedaba nadie más a quien plasmar en las telas, entonces Lu´fredo se puso triste y sin coger el dinero que debía cobrar por su esmero, emprendió la marcha a pie. Por la carretera unos patrulleros lo confundieron con un aborigen. Le preguntaron sobre su domicilio y contestó que no tenía, que la ultima dirección que recordaba era la del rancho de don Camilo de la Serna. Lo acomodaron en el asiento trasero y se dirigieron hacia donde les había indicado. Cuando llegaron se sorprendieron de ver una masacre, parecía que una jauría de lobos había pasado por ahí y se había cobrado con creces una deuda pendiente con el hombre. Lu´fredo fue remitido a un hospital psiquiátrico en el que no se le encontró anomalía alguna. Se le citó a juicio y el abogado defensor tuvo la genial idea de invitar a un antropólogo que demostró que Lu´fredo era descendiente directo de unos nativos de las islas caribeñas en las que la población había desaparecido por la hambruna y las guerras entre tribus. Los estudiosos en genética mostraron una proteína que contenía esa información. Dijeron que Lu´fredo al volver al ambiente natural de sus ancestros se había comunicado con ellos y le habían despertado sus instintos. No se le pudo dar una condena y se declaró objeto de estudio para la ciencia. Lo llevaron a un zoológico y lo pusieron cerca de los cánidos. No se pudo demostrar que por las noches sintiera deseo de comer carne cruda, por el contrario, la cercanía con las bestias voraces le había despertado el gusto por las verduras y las frutas.

La señora Leticia lo visitó un día para hablar con él, pero no lo logró porque Lu´fredo ya no se comunicaba en cristiano y usaba sólo señas y gestos para la comunicación. Los especialistas le contestaron a doña Leticia que era imposible demostrar que el salvaje de las jaulas vecinas a los zorros pudiera pintar y le mandaron de vuelta a su casa con sus pliegos enrollados. Se alejó decepcionada recordando al joven artista que por unos años había sido representante de un nuevo tipo de arte, pero eso ya no le servía de nada.

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