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martes, 15 de julio de 2025

¿Y si dios fuera mujer?- Benedetti

 

La habitación estaba estrujada, atiborrada de libros y una nube rancia con olor a papel de periódico enfermaba el aíre y éste a Juan. La ventana estaba entreabierta, un sonido apacible y fresco traía las noticias de la calle desierta. Todo sereno—parecía decir refrescando el pequeño refugio —. Eran las tres de la mañana, no podía dormir y miraba al techo bufando nubes de humo para tratar de disipar las ideas tormentosas que bien podían ser fantasías eróticas o pensamientos distorsionados por el efecto de la hierba que fumaba.

¡Juan! —se dijo así mismo— ¿Y si dios fuera mujer? Pero, ¿qué tonterías dices? Sí, sí, te lo digo en serio. Me imagino que el hombre la amaría no con la cabeza, sino con el corazón. Se vertería por completo en el concepto de la divinidad y la apretujaría con tal fuerza que por fin encontraríamos la paz. No lo sé, no pienso como tú. Creo que la cosa iría mucho más allá…

Se quedó dormido y cuando el sol entraba de lleno por la ventana, se despertó. Se bañó y se dispuso a salir a comprar algo para el desayuno. Por la calle se cruzó con algunos vecinos que se apresuraban al trabajo. Saludó con la mano a quienes le daban los buenos días. Entró en la tienda de Don Jesús. Esperó y le pidió unos bollos, leche y un tarro de café soluble y se disponía a salir cuando lo asaltó la pregunta, entonces se volvió, miró al corpulento y mal aseado tendero y le dijo:

—Oiga, don Jesús, hay una cosa que me quita el sueño, ¿sabe?

—Pues, no eres el único, muchacho. Con las cosas como están, no hay modo, no hay modo.

—Pero es que no es eso…Es más bien que un pensamiento no me deja dormir.

—Y ¿qué es?

—Oiga, don Jesús, ¿alguna vez ha pensado que pasaría si dios fuera mujer?

—¡Ah!!Con que es eso! Mira, pues si que lo pensé alguna vez, y me gustaría que dios fuera como la Sasha Montenegro, ¿sabes?!Utssss! A esa diosa sí que la amaría eternamente y me portaría tan bien que sería su hijo, o mejor dicho, su amante predilecto. ¡Jajaja!

—No se pase, don Jesús, le hablo en serio.

—Pues, yo también, diosito quiera que tu deseo se haga realidad, mano, y entonces sí que seré feliz. No como ahora, que ya no soporto a la arpía de mi esposa y a su madre.

De repente se oyó un ruido, don Jesús se puso pálido cuando vio a su esposa y fingió que ordenaba algunas frutas. Juan salió de la tienda pensando en que sería mejor razonar en qué tipo de mujer se podría transformar dios, ya que la señora Lola como todopoderosa sería una amenaza para la humanidad.

¿Y el infierno y el mal? —se dijo de pronto—. Era cierto, ¿qué pasaría con el demonio? Porque de ser hombre perdería todo su poder y sería un mamarracho poco convincente, pero ¿si fuera también mujer? ¿qué pasaría con una diabla?!Oh, Dios!!No sabríamos qué sería mejor! Si vivir en el infierno con un sinnúmero de perversiones, o el paraíso con toda su pureza y amor romántico y dada la naturaleza masculina ¿habría alguien que se negara a vivir eternamente en el inframundo?

Juan comenzó a sudar, pensó que la naturaleza femenina era especial y que la procreación es una de sus más destacadas características, así que Dios sería pródigo y el mundo se llenaría de gente en poco tiempo porque amaríamos tanto, y ese amor se vería recompensado con sus frutos, y habría quien en su fanatismo predicara amar sin fin, sin tener miedo a las consecuencias que esto acarreara, y nos diría que lo mejor, lo más bello y satisfactorio es el amor, y le creeríamos ciegamente, y seríamos una plaga creada por la buena voluntad y tendríamos que hacer penitencias y pecar por nuestra falta de amor y fe, pues al apartarnos de dios estaríamos condenados al infierno, pero volvería la cuestión de si hubiera allí una diabla y nos veríamos acorralados por todos lados y el resultado sería el mismo, ¡qué horror!

Juan estaba nervioso porque entre más pensaba su imaginación creaba situaciones paradójicas que lo hacían temblar y vibrar de pasión al mismo tiempo. Decidió acabar de una buena vez con esa idea absurda y se fue a caminar por las calles del centro para ver los escaparates y distraerse.

Ya casi se había librado de su pesar, pero como caída del cielo o salida del infierno se le apareció Julieta.

—¡Pero que sorpresa, Juan! ¿Qué haces por aquí? —le dijo acercando su escote provocativo

Sin saber qué responder, dijo:

—Es que necesito unos zapatos y ando buscando…

—¡Que bien que te veo! ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?

—Tendrá como seis meses, fue antes de que rompiera con Irma…—Juan agachó la cabeza y se mordió el labio para contener un grito de furia.

—Sí, creo que sí. ¡Qué pena me da! ¿Sabes que ya está saliendo con otro? —Exclamó con ironía y ánimo de herirlo.

—No, no lo sabía, pero tampoco me interesa. Creo que es mejor así.

—¿Y no la echas de menos? —dijo Julieta haciendo un movimiento extraño.

—La verdad no sé, es algo complicado ¿Sabes? Nuestra relación siempre fue muy extraña.

—Sí, te entiendo. Oye, me tengo que ir a trabajar. Estoy chambeando en este edificio, en un bufete jurídico. Bueno, me dio gusto verte.

Juan se la quedó mirando, oyendo el taconeo arrítmico de su andar, le llamó mucho la atención su vestido amarillo tan ajustado y la cadencia con la que avanzaba. Vio cómo se mezclaba con algunas personas y desaparecía en el edificio.

Vio a Julieta como dios y demonio. Sintió un dolor intenso. Percibió un sabor amargo en la boca. Buscó una pared para apoyarse y pensó que debería conocer más la naturaleza femenina porque, por más perfecta que fuera el creador o, esa dichosa diosa, siempre habría algo que la haría impredecible y eso podría significar la extinción de la especie, aunque fuera paradójico.

miércoles, 9 de julio de 2025

Emboscada

Cuando el camarada Peskov abrió el expediente del Ministerio de Seguridad para investigar el caso Von Manstein, se sorprendió al encontrar una moneda de oro de diez ducados del año 1611. Se quedó viendo un buen rato la imagen de Christian II con su armadura y su orgulloso rostro barbado. Era la cara de aquel sangriento rey que asesinó mujeres y niños sin compasión, pero el gran héroe de la batalla del hielo en Bogesund. ¿Qué hacía esa moneda en el bolsillo de Paulus? ¿Por qué rehusó cualquier tipo de salvación en aras de esa moneda? ¿Por qué había corrido el rumor de que tenía poderes? Pasó varias horas aclarando el acertijo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Svetlana a su marido Serguei.

—Estoy muy preocupado—le respondió Peskov.

—¡Cuéntamelo!

—Es que no le encuentro sentido a la misión que me han asignado y…!Creo que es una trampa!!Me quieren eliminar!

—No entiendo nada. ¡Explícamelo por favor! ¿Estamos en peligro?

Peskov se quedó mirando a su mujer con la mirada vacía y agregó:

—Al arrestar a Paulus en Estalingrado, nuestros militares lo interrogaron y escucharon una historia inverosímil, además de invenciones sin sentido. Solo después de someterlo a un acoso psicológico lograron que desembuchara y el único que sabe, o más bien, sabía toda la verdad era el general Kusnetzov, pero murió de forma inexplicable.

—Sí, eso lo recuerdo bien. Yo también estaba allí.

—Sí, lo sé, pero como yo me encontraba en el cuartel en el momento del registro a Paulus, el Comité Central ha decidido que se me teletransporte para que cambie una moneda de diez ducados de Christian II, la que tiene esos supuestos poderes mágicos, ya sabes…

—Pero, ¿para qué? ¿cuál moneda?

—Es que solo existen dos que se habían conservado hasta ese momento en perfectas condiciones: la que tenía los poderes para vencer a la URSS o cualquier otra nación, dados los conjuros de aquel maldito rey, y una falsa. Mis superiores creen que en el expediente que tenemos está la moneda falsa y que la meléfica fue cambiada justo después del interrogatorio del mariscal y cayó en manos de un traidor.

—¡Dios mío!

—Sí, es una burrada. Porque de ser así, corremos el riesgo de que comience una guerra con Europa y el ladrón, que se llevó la moneda que Von Manstein le entregó a Paulus, caiga en manos de nuestros y nos venzan. El caso es que entre los sospechosos están Ivanov, Beliaev, Makarov y hasta yo.

—Pero tú no tienes nada que ver con eso, ¿no? —preguntó muy alarmada Svetlana.

—¡Claro que no! ¡Jamás me habría prestado a traicionar a la patria!

—Entonces, ¿quién pudo ser?

—Creo que fue Makarov, pero tendré que comprobarlo y será muy difícil hacerlo. Recuerdo que aquella noche no me sentía muy bien. Algo me había afectado, tal vez estaba enfermo o conmocionado. Si vuelvo al pasado y no logro superar ese malestar y hacer lo correcto, estaremos perdidos y se me condenará por incumplimiento del deber. Ya sabes cuales son las represalias.

—¡Dios santo! Y… ¿qué podemos hacer?

—Pues ahora mismo no se me ocurre nada, lo único que quiero pedirte es que desaparezcas sin importar el resultado de la misión. Mañana te propondré un plan.

Se fueron a dormir. Svetlana no pudo conciliar el sueño y se levantó tres veces a fumar. Sentada en la cocina recordó aquel día del interrogatorio. Ella estaba en la enfermería tratando a los soldados heridos. Recordó que había atendido a un alemán de rango, pero no sabía quién era. Trató de recordar con detalles aquella noche, pero habían pasado más de diez años y todo se confundía en su memoria. No sabía si la había ayudado Ivanov o Beliaev, estaba demasiado concentrada en su labor y se le habían escapado los detalles. Trató de no pensar en aquel desafortunado día, pero le zumbaban lo oídos y la atormentaba la conciencia.

Cuando Svetlana se levantó al mediodía encontró una nota en la mesa:

“Amada mía, estamos en peligro. Las cosas se me pueden ir de las manos. No quiero que corras ningún riesgo, por eso te propongo el siguiente plan. La teletransportación es hoy por la tarde. Apenas tienes tiempo de huir porque si fallo las consecuencias serán graves. Te propongo que te escapes por la frontera con Bielorrusia, es la más cercana y segura. Ponte una peluca, usa uno de los pasaportes falsos que tengo en mi gaveta y llévate un volga rojo que estará en la calle Poveda Nº 10 frente a una farmacia, las llaves están aquí. Cuídate mucho y recuerda que siempre te he amado.”

Svetlana siguió las instrucciones y llegó al sitio indicado, vio el volga, caminó con disimulo, abrió la puerta y al echar a andar el coche se oyó una fuerte explosión.