domingo, 1 de enero de 2017

Complot

Eugenia Ramírez está sentada frente al inspector, le ha respondido a todas las preguntas que él le ha hecho por tercera vez. Su aspecto es normal, incluso se podría decir que está inmutable, pero por dentro mantiene una lucha con sus emociones. Se le han mezclado el odio por saberse engañada, el deseo por su amante y el temor de que se le culpe como asesina de su marido. Señor inspector, ya le he dicho que mi esposo se iba siempre sin decir nada. 

Eso lo hace, es decir, lo hacía desde hace cinco años, que es el período en el que nuestras relaciones han ido decayendo, a mí los últimos meses me ha dado lo mismo a qué se dedicaba y qué hacía ¿Cómo dice? ¿Que si sabía que él tenía una amante? La verdad sospechaba, pero ya le he dicho que me daba lo mismo con quien se encontrara, lo que más quería en la vida era asegurar el futuro de mi hija. Qué cuándo conocí a José María. Pues, le repito que fue en una fiesta de la empresa de mi marido, él se acercó a saludar a Dionisio y cuando me saludó supe que entre nosotros sería inevitable enamorarnos.

Chema se portó muy amable, iba sólo y le pidió a mi esposo que nos dejara bailar algunas piezas, a solas se me declaró, no lo pude evitar sentí un flechazo. Después comenzamos a concertar citas en sitios solitarios y, luego, fue inevitable que nos acostáramos. Cómo que eso es un móvil, ¿usted cree que yo sería tan idiota como para tener un amante ideal y fraguar la muerte de mi marido para unirme a él? Puede que usted piense así, pero ya le he dicho que mi marido ni se ocupaba de mí y de los quince años de casados, sólo diez se pueden considerar normales. Luego está el asunto de Celia la amante de Dionisio, como dice usted, pero yo lo he sabido sólo hasta ahora. Además, ¿por qué no le han ido a hacer los mismos interrogatorios a ella? ¿Qué? ¿que ya lo han hecho? Entonces dígame qué méritos tiene la muy zorra para no ser ni siquiera sospechosa en el supuesto asesinato. Mire, inspector, tengo mis dudas sobre esto. Dice que se encontró el cadáver calcinado en una calle poco concurrida en un barrio muy peligroso; que lo único identificable es el Rolex de Dionisio; y que no se puede saber de las cenizas cuál es el ADN del cadáver.

Yo creo, inspector, que mi marido fue víctima de un chantaje, un engaño o un complot, pero no estoy implicada. ¡Ah! Eso quiere decir que, según usted, todo lo planeó José María para desalojar el camino hacia mí. Pues, dígame, ¿para qué lo haría? ¿Sabe? A nosotros nos convenía seguir así, como amantes. De habernos juntado habríamos tenido infinidad de problemas. Primero, mi hija, que adora a su padre y no concibe el mundo sin él, en segundo lugar, me habría aburrido de Chema porque si bien es cierto que es buen amante, como pareja es aburrido y desatento, por último, está lo absurdo de las propiedades y el seguro de vida porque la mayoría de inmuebles están a mi nombre. Eso de los seguros de vida pasa sólo en las películas, señor inspector, porque en la vida real es diferente.
¿Qué? Eso no es verdad, inspector, ¿cree que Chema sería capaz de contratar a un asesino a sueldo para matar a mi esposo? Está tonto. Eso tampoco es verdad, es imposible, ¿tiene alguna prueba de lo que está diciendo? No, no, señor, yo sé que José María me quiere de verdad y nunca estaría de acuerdo en conquistarme por dinero, y mucho menos por orden de mi marido. ¿Qué dice? Ah, sí, eso sí es verdad. Mi marido es muy, pero muy astuto. Toda su vida a negociado con buitres y siempre, siempre, ha ido tres pasos adelante. ¡Ay del pobre que se vea atacado o embaucado por él! Mi esposo era capaz de idear planes maquiavélicos. Que si no creo que me tendió una trampa. No lo sé, pero de haberlo hecho no habría terminado achicharrado dentro del coche.  A ver, vamos por partes. ¿Me está diciendo que mi marido no está muerto y que ha escapado con un falso nombre junto con su amante, que contrató a José María para seducirme y que eso se lo ha confesado Chema?

Creo que mi marido es capaz de cualquier cosa y les corresponde a ustedes encontrarlo, pero lo que me dice es una patraña. Chema me quiere de verdad. ¿Y qué? Que sea más joven no implica nada, él ha sido sincero conmigo desde el principio. ¿Dice que Chema mantiene una relación con una mujer joven y que vive con ella? De donde sacó esa información. ¡Ah! Y ¿cómo se llama la zorra esa? ¿Sandra? Esa foto es un montaje. No se lo creo. Será su secretaria o un familiar. A mí no me va a engañar con esos trucos. Soy una mujer con dignidad y me merezco su respeto. No se burle de mí. ¿Cuándo me dejarán salir de aquí? Tengo cosas más importantes que hacer, ¿sabe?

Con gusto le contestaré su última pregunta. Hágala—Eugenia presintió que lo que vendría a continuación no era la última pregunta, sino la siguiente etapa del interrogatorio para la cual no se había preparado mucho—. Mire, inspector, sabía de la existencia del primo de Chema, pero su relación es muy distante. ¡¿Cómo?! ¡¿Qué diablos está diciendo?! No, lo niego en absoluto. No fuimos a ver a Rubén. Nunca lo haríamos, le he repetido mil veces que estábamos bien y que no le deseábamos ningún mal a mi marido, para mí ya estaba muerto desde antes, es decir, en mi corazón. Ya no sentía el más mínimo aprecio por él, pero de eso a contratar al primo de José María para que lo asesinara hay una probabilidad mínima, es una estupidez rotunda.

¡Cómo que hay testigos! No, señor, ese día fui por mi hija a la escuela, volví pronto, dejé a Lety en casa con la niñera y me fui a cortar el pelo. Cómo que fue mucho tiempo. ¿No sabe acaso que el arreglo y cuidado de una mujer requieren tiempo? Sí, tardé más de tres horas, pero eso es normal. Me hice el corte, me tiñeron el pelo y me hicieron la manicura, ¿Cuánto tiempo cree que se tardan en hacerlos? ¡Aja! No tiene testigos, ¿verdad? No, eso no. Es imposible. ¿Las cámaras? Seguro que tienen una resolución malísima y la imagen de la mujer que aparece allí, donde dice que me vieron, pertenece a otra persona. Bueno, reconozco que esa tía, esa mujer, es muy parecida a mí, pero si observa bien se dará cuenta de que tiene la nariz muy chata y el rostro más ovalado que el mío. Oiga, cualquiera puede pintarrajearse para parecerse a alguien eso lo saben a la perfección los maquillistas. ¿cree que soy una estúpida? Esa es una trampa que alguien me ha puesto y usted haría bien en investigar más a los allegados y conocidos de mi marido. Bueno, inspector como usted comienza a hacerme cargos, ya no hablaré sin ayuda de mi abogado. ¿Qué quiere que le diga ahora? ¿Sabe? Después de lo que me ha dicho, me parece que haría mejor en investigar si no fue mi maridito quien le mostró ese camino para inculparme, ya le he dicho que es demasiado astuto.

 ¿Por qué no lo ve desde otro punto de vista? ¿Cómo? Pues, imagine que mi marido contrata a un hombre para simular su asesinato, consiguen un cadáver y lo ponen en el coche, le dejan el Rolex en la muñeca, lo visten con su ropa y queman el auto. ¿Qué pasaría, entonces? Señor inspector, ya le he dicho muchas cosas, así que me voy y si quiere seguir con su juego, vaya a mi casa a preguntarme lo que quiera, ya sabe dónde vivo. No pienso huir a ningún lado, sería muy tonta si lo hiciera. Es más, me pasaré aquí las vacaciones del colegio de mi hija hasta que me aclaren este crimen. Adiós, señor inspector.

Al salir de la comisaría Eugenia se encuentra con Chema.
—¿Qué tal ha ido todo?
—Mal. Imagínate que el inspector me acusa, es decir, nos acusa a mí, a ti y a tu pariente de haber planeado la muerte de Dionisio.
—Y tú, ¿qué le has dicho?
—Le he dicho que no sé nada, ni quiero saberlo. Ese es asunto de él. Si quiere culparnos que encuentre las pruebas suficientes y lo demuestre un abogado en un juicio. Además, dijo que Dionisio te contrató para enamorarme, ¿cómo lo ves?
—Eso no es cierto. ¡Qué cabrón!
—Sí, eso mismo le dije.
—¿Y en qué terminó todo?
—Pues, van a ir a interrogar a tu primo, así que ponlo al día por si las dudas porque mi marido es capaz de todo. Tú no lo conoces.
—Él no tiene vela en el entierro.
—Pues, ponlo en alerta para que luego no tengamos más dolores de cabeza con el inspector.

Al llegar a su casa Eugenia se despidió de José María y se fue a su habitación. Se recostó en la cama y trató de dormirse, pero le fue imposible porque comenzó una hilera de ideas a distraer su atención, se quedó con los ojos clavados en el techo y reconstruyó los acontecimientos de las últimas semanas.

Que hijo de puta eres, maldito Dionisio. Pensaste que caería en la trampa, ¿no? Ya sabía que ibas a fingir tu muerte y te ibas a ir con tu zorra. Lo que más me ha dolido es que el inspector me haya abierto los ojos con respecto a Chema. Conque Susana, ¿no? Se van a ir todos a la mierda ¡Qué imbécil fui! Debí sospecharlo desde el principio. Un hombre tan atractivo como José María no se enamoraría de mí, así como dice que lo está. Me cegó la vanidad, ese orgullo femenino que nos oculta las cosas y ni la intuición es capaz de descubrirla, pero ahora todo está claro. Tengo todas las cartas sobre la mesa y los voy a entregar, o, mejor dicho, solitos se van a entregar y se llevarán a sus malditas putas consigo a la cárcel por homicidio calificado, ¡bola de cabrones! ¿A quién mataron? ¿A quién quemaron en el coche? Pídanle a Dios que no los haya visto alguien que pueda atestiguar sus maquinaciones porque me los van a meter a la prisión, mínimo quince años, papitos. Se te van a acabar tus días de Luna de miel con la perra con la que estás, Dionisio. Ya lo verás. Y tú, Chemita, despídete de tu Susanita. Has de saber que de Eugenia Ramírez  no se burla nadie.




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