Teresa se levantó
de la cama desnuda, seguía hablando como de costumbre y se dirigió al baño
mientras Daniel observaba con agrado como sus carnes firmes se balanceaban al
andar sobre las puntas de los pies. Aún
no sabían que era la última vez, en su larga relación de varios meses de pasión
incontenible, que estarían juntos en un cuarto de hotel porque Fernando ya los
había encontrado y pronto mataría a Daniel. Teresa estuvo unos minutos bajo la
ducha sin dejar de comentar cosas superfluas, no cerró la puerta, era su
costumbre. Sabía que su amante era un hombre de pocas palabras, decidido y
apasionado. Ella sabía muy poco de su amante y las cosas que sabía las había
confirmado a través de hipótesis. Lo cierto era que Daniel trabajaba en la
construcción, estaba soltero, era muy introvertido, pero se expresaba bien a
través del cuerpo. No era necesario llevar largas conversaciones con él, para
Teresa era suficiente recibir toda la fuerza animal de su macho y los tiernos
besos al final del coito. Se volvía loca porque Fernando, su marido, en toda su
vida conyugal nunca le había proporcionado el placer que necesitaba. En
realidad, el matrimonio se había dado por interés y eran felices a su manera.
Cuando Teresa salió con el pelo enrollado en una toalla se vistió y se
despidió. Tenían la costumbre de separarse de esa forma, sin palabras, con una
mirada cómplice y un gesto que indicaba que se verían pronto.
Era suficiente
que se encontraran por casualidad en cualquier parte para que Daniel le cogiera
la mano y la condujera al hotel. Ella no podía resistirse y su mente se nublaba
tanto por la imagen del deseo que no le importaba si la veía algún conocido.
Por suerte nunca había pasado nada, pero el destino quiso que Fernando se diera
cuenta. Empezó a seguir al amante de su mujer, descubrió todo: su lugar de
trabajo, su casa, sus lugares preferidos y las personas allegadas que se
contaban con los dedos de una mano.
El día que se unió
la pareja de tórtolos en el hotel, Fernando esperó a que Daniel saliera del
hotel, lo siguió hasta una calle poco concurrida y aprovechó el momento para
dispararle a quemarropa por la espalda, luego tiró la pistola en un contenedor.
Fernando era muy cobarde y en el momento de los impactos cerró los ojos, sólo
comprobó que nadie lo hubiera visto y salió corriendo. Llegó muy agitado a su
casa y le pidió a su mujer que le preparara un café mientras él ponía la
lavadora y se bañaba para quitarse el olor a pólvora. Al día siguiente se fue a
trabajar, realizó sus tareas con un poco de nerviosismo y cuando le preguntaron
la causa sus compañeros se excusó diciendo que había dormido mal. Pasaron los
días y notó que Teresa se ponía nerviosa. Dormía mal y estaba demasiado
inquieta. Se salía muchas horas a la calle y no contestaba a las llamadas que
él le hacía. Fernando adivinó que ella estaba buscando al albañil. Por
desgracia, Daniel había desaparecido y nadie lo había buscado porque era muy
introvertido, nadie sabía si tenía familiares y como había cobrado tres meses
de trabajo, pensaron que se había ido a otro lugar.
Teresa buscó en
la policía, en la morgue, en los periódicos e interrogó a todos los compañeros
de la construcción que tenía Daniel, pero nadie sabía nada. Unos días después
apareció un policía en la casa de Teresa. Le mostró la foto de Daniel y le
preguntó si lo conocía. Ella notó que Fernando estaba cerca y miraba la imagen también,
por eso negó con la cabeza, el investigador aprovechó para preguntárselo a
Fernando y obtuvo la misma respuesta. Era sábado y el matrimonio no tenía
planes. Teresa dijo que se sentía muy mal y que dormiría un rato. Fernando le
estuvo dando vueltas al caso y no entendía la razón de que se buscara al
obrero, pues lo había matado o, ¿no? En ese momento, le brotó el sudor a
chorros y por primera vez pensó que tal vez su víctima estaría viva y, si se
recuperaba de los disparos, podría encontrarse de nuevo con Teresa y le diría
que le habían disparado, lo demás sería consecuencia de sus razonamientos, los
cuales los llevarían a sacar conclusiones y sabrían que el único que tenía un
móvil para hacerlo era él.
Conformó su plan
que consistía en pedirle a su jefe un cambio de actividades en su trabajo.
Primero pediría que lo ascendieran, luego se propondría para que le asignaran
comisiones a otras provincias del país y finalmente plantearía que lo
transfirieran a otra sucursal de la empresa. Al principio, su jefe no deseaba hacerlo,
pero se abrió una plaza para el puesto que Fernando deseaba y se la asignaron.
En el período en el que eso ocurrió, Teresa supo que Daniel había estado en un
hospital y que por los efectos de los disparos había perdido ciertas capacidades
mentales por lo que se creía que había desaparecido por causa de la
desorientación. La noticia le produjo un sentimiento retorcido de satisfacción
y pena a la vez. Sintió mucha nostalgia por las tardes en las que permanecía
abrazada a su amante y tristeza por no saber exactamente en qué condición se
encontraba. Pronto tuvo que arreglar las cosas de su traslado. Visitó con su
marido una casa que comprarían a crédito, se orientó en la nueva ciudad y
respiró tranquila pensando que el cambio le vendría bien para olvidar su
relación con Dani.
La vida regresó a
su cauce habitual. Fernando se hizo más gentil y amable, tenía más tiempo para
relacionarse con su esposa e incluso fue más condescendiente en el lecho
conyugal. La relación no mejoró mucho, pero la idea de adoptar a un niño llenó
el vacío que los separaba. Visitaron un orfanato y comenzaron a buscar algún chiquillo
que les inspirara un sentimiento maternal. “Se tendrán que armar de tiempo y
paciencia”—les dijo con amabilidad la directora—. No se preocupe—respondieron
cogiéndose de las manos e intercambiando una mirada cómplice—, tenemos las dos
cosas de sobra.
Una tarde llegó
Fernando con la cara pálida. “¿Te sientes mal, mi amor? —le preguntó Teresa.
Fernando no contestó y se encerró en su habitación sin contestar a las
preguntas de su mujer. Pasó varias horas dando vueltas desesperado y cuando
salió parecía más viejo. “Tenemos que hablar Teresa—le dijo en cuanto la vio—.
Ha pasado algo grave”. Teresa se dejó llevar por sus presentimientos y se dispuso
a recibir una noticia mala relacionada con el empleo de su esposo, sin embargo,
las palabras de Fernando la dejaron fría.
—Lo he visto.
—¿A quién?
—No te hagas la
tonta, ¿a quién va a ser? Al albañil.
—¿Cómo? —Teresa
sintió que la sangre se le acumulaba en la cabeza y perdió la visión por un
instante, luego muy sofocada preguntó sin pensar—¿Dónde lo has visto?
—Me he cruzado
con él hoy, al salir del trabajo casi nos estampamos, me llevé el susto de mi
vida.
Teresa se puso a
llorar, gemía por el dolor que le oprimía el alma. Fernando estaba enfurecido
digiriendo su bilis en silencio.
—¿Lo sabías?
—No todo. Sólo
los vi una vez juntos, pero supe que él era el causante de tus cambios de humor,
así que fui por él.
—Eres una mierda.
—Si tú no
hubieras sido infiel, las cosas irían bien, pero ahora…—No tuvo tiempo de
terminar porque Teresa se levantó y se fue al dormitorio.
A la mañana
siguiente Fernando se disculpó para no ir a trabajar y mantuvo una conversación
complicada con Teresa.
—Me tienes que
ayudar a aclarar la situación.
—Ni aclarar ni
nada. Quiero el divorcio, eres una bestia.
—Espera, Teresa, todo
esto es por mi culpa. Lo acepto, pero me tienes que ayudar.
—¿Ayudarte? ¿Después
del crimen que has cometido?
—Pero está vivo.
—Sí, pero lo
dejaste tarado al pobre. Dios te va a castigar.
—Oye, no sé a qué
te refieres. Se veía normal. Un poco más gordo, menos fornido, pero
completamente normal.
Al escuchar lo
anterior, teresa, sintió que surgía dentro de ella una luz de esperanza y se
alegró, pero lo disimuló muy bien.
—No te lo voy a
perdonar nunca, ¿lo oyes?
—Teresa,
escúchame, necesito que me ayudes.
—¿En qué?
—Pues, a
confirmar en qué estado se encuentra y si se acuerda de lo que le hice. Si se
le despierta la memoria, irá a la policía y me meterán a la cárcel.
—¡Eso lo hubieras
pensado antes de hacer lo que hiciste cabrón, te odio!
—Bueno, ya está
bien. Sé que tienes curiosidad por verlo. Mira, vas a encontrarte con él y vas
a preguntarle de qué se acuerda, luego si quieres te dejaré que salgan juntos.
Te prometo que no me interpondré entre ustedes.
—Eres un cobarde,
Fernando, estás dispuesto a entregar a tu mujer por no ir a la cárcel, ¿verdad?
Me das asco.
A pesar de todo, Teresa se dejó vencer por la curiosidad y los sentimientos que la obligaron a
aceptar la propuesta. Fernando le propuso que fuera a verlo al trabajo a la
hora de la salida y luego esperaran cerca del lugar donde se había aparecido
Daniel. Los intentos fueron inútiles los primeros días, el hombre no se
aparecía a ninguna hora. Una semana después Teresa lo vio.
Había salido a
hacer unas compras y en el momento en que se dirigía a la oficina de su marido
le llamó la atención un hombre con uniforme azul. Por el bailoteo del corazón
sintió un sonido agudo en los oídos, tuvo que apoyarse en un muro para no caer.
Le temblaban las piernas. Se fue acercando despacio, no porque tuviera miedo
del encuentro, sino porque sus piernas a penas la sostenían. El hombre entró en
un comercio compró un refresco y se lo tomó de un trago, luego se limpió con el
dorso de la mano el sudor de la frente y se disponía a marcharse cuando vio que
Teresa le cortaba el paso. Ella le pidió que no dijera nada. Lo tomó de una
mano y se dirigió a un hotel que estaba cerca. Cada vez que surgía una pregunta
ella le ordenaba callar con un fuerte ¡Chisst!
Llegaron a la
recepción, Teresa pidió una habitación y en cuanto se encontró a solas con
Daniel lo desnudó y lo besó con desenfreno. La pasión contenida, el temor, el
odio y muchas más sensaciones se le mezclaron. Perdió el control y sólo la
liberación de sus angustias en un chorro de líquido la liberó con un grito de
agonía. Se tiró sobre él y le pidió que le mostrara las heridas.
—¿A qué te
refieres?
—Mira, mi amor,
ya sé que has perdido la memoria y pensarás que esto es muy raro. Déjame verte
la espalda. ¡Mmm! ¡No tienes cicatrices!
—¿Por qué habría
de tenerlas?
—¡Daniel! Tú…—No
tuvo tiempo de seguir porque el hombre la corrigió.
—Me llamo Arturo.
—No, no, tú eres
mi Daniel, ¿no te acuerdas de mí? ¿de todas las veces que nos acostamos juntos?
—Usted se
equivoca, señora, no soy Daniel. Tengo…
—¡Escúchame, Daniel!
Mi marido te trató de matar y estuviste en el hospital, perdiste la memoria y
te viniste a vivir aquí.
—No. Yo siempre
he vivido aquí. Tengo un hermano que vive en la capital.
—¿Un hermano?
—Sí. Mi hermano
gemelo, Daniel. Trabaja en la construcción.
Teresa se
desmayó. Había comprendido que la vida le había puesto una horrible trampa.
Tirada en la cama como una muñeca de trapo permaneció unos minutos hasta que
Arturo la pudo despertar.
—Oye. ¿Cómo te
llamabas?
—Arturo, ya te lo
he dicho.
—¿Sabías que tu
hermano y yo somos amantes? Lo malo es que ha desaparecido.
—Pues, hace
muchísimo que no me comunico con él.
—Y ¿no se ha
puesto en contacto contigo?
—No.
Teresa empezó a
padecer a causa de las vertiginosas ideas que le iban apareciendo en la cabeza.
Sabía que había cometido un error al confundir a Daniel, trataba de excusarse
consigo misma por ser tan impulsiva, pero ya era demasiado tarde para componer
las cosas. Lo que hizo después terminó de estropear la situación.
—Oye, Arturo, qué
te parece si olvidamos lo que ha pasado hoy y no volvemos a hablarnos, ¿estás
de acuerdo? —Arturo afirmó con la cabeza y empezó a vestirse, ya estaba por
salir cuando Teresa lo detuvo e hizo lo peor que podría haber hecho en su vida.
—Bueno, pero si
lo deseas podríamos seguir haciendo el amor. ¿Te ha gustado?
—Lo siento, pero
tengo una mujer y es mejor que tú.
Enfadada por la
serie de tonterías que había hecho, se fue a refugiar en su cocina. Por más que
trató de preparar algo antes de que llegara Fernando enfadado, por no haberla
encontrado en el lugar acordado, no lo consiguió. Se abrió con fuerza la puerta
e irrumpió con fuerza Fernando con cara de pocos amigos.
—¿Te has vuelto
loca? ¿Por qué no llegaste a la cita? Ni siquiera me avisaste y te esperé una
hora y media. No me cogiste el teléfono y pensé que algo te había pasado.
—Pues sí, si me
pasó algo y estamos metidos en un problema gordo.
—¿Por qué?
—Pues porque hoy
he estado con Daniel, es decir…
—¿Cómo?
—Bueno, no
precisamente con él, sino con su hermano Arturo.
—No te entiendo.
—Pues, hoy cuando
ya iba a verte me lo encontré cerca de una tienda y luego hablé con él.
—¿Y qué te dijo
ese tal Arturo? ¿sabe lo de su hermano?
—No, es decir, no
lo sabía, pero yo se lo he dicho.
—¿Para qué?
¿Estás tonta o qué? ¿Para qué abriste el pico, eh?
—No lo sé. Me
dejé llevar por la impresión y mis impulsos. Perdí el sentido de las cosas.
—Bueno,
cuéntamelo con detalles.
—Pues, me fui a
acostar con él para ver sus heridas y comprobar que estaba bien.
—Pero, ¿no has
dicho que es su hermano?
—Eso lo supe
después.
—¿Cómo que
después?
—Sí, después,
cuando pudimos hablar con tranquilidad.
—Ah, o sea que
primero te metiste en la cama con él, te lo follaste y luego, con tranquilidad
le preguntaste ¿quién era?
—No, no
exactamente. Es que…
—¡Eres una puta
de mierda!
En ese momento
Teresa le soltó un bofetón que casi lo tira noqueado. Con trabajos Fernando se
recuperó, pero ya tenía las ideas bien acomodadas en la cabeza. Cuando dejó de
ver estrellas y oyó a su mujer que le reprochaba sus deficiencias en el lecho,
cambió su actitud.
—Nada de esto
hubiera pasado si no fueras un inútil en la cama.
—Bueno, dejemos
eso y pensemos en lo que tenemos que hacer ahora porque ese Arturo irá a buscar
a su hermano y luego me vendrán a buscar para meterme en la prisión.
—Me parece que la
única solución es que nos vayamos de aquí.
—Oye, pero si
acabamos de llegar. No llevamos ni tres meses aquí. Si pido un cambio de nuevo,
van a sospechar algo y entonces sí que tendremos problemas.
—Pues, busca otro
empleo.
—¿Tú estás loca?
Llevo años en esto y lo que he logrado es gracias a mi esfuerzo.
—Piensa lo que
quieras. Yo no veo otra salida. Si quieres correr el riesgo, allá tú.
De pronto dejaron
de hablar y se sumieron en sus pensamientos. Estuvieron todo el tiempo
comunicándose con frase cortas y monosílabos.
Fernando no podía
concentrarse en el trabajo. Su nuevo jefe le llamó la atención y le pidió que
fuera más cuidadoso con las cosas y no cometiera errores que le provocaran
pérdidas a la empresa. Los fallos que tenía eran causados por las ideas que se
iban germinando en su mente. Había decidido acabar con todo el problema de
raíz. De forma inconsciente, ya había matado a Arturo, pero no quería
reconocerlo.
“Si desaparece
Arturo —se decía con tono convincente como lo es siempre en la cabeza, mas no
en la realidad—, su hermano jamás lo sabrá porque está tarado y de esa forma se
resolvería todo. La única cuestión es cómo hacerlo porque a mí no se me
levantará la mano para matarlo por segunda vez, o sea, atentar contra su
hermano por quien no siento odio ni nada. Si contrato a un asesino a sueldo,
siempre tendré el riesgo de ser delatado y viviré con el alma en un hilo”.
El empujón que lo
obligó a decidir más rápido fue la noticia que le dio Teresa.
—Hoy ha venido a
preguntarme por su hermano.
—Y ¿qué le has
dicho?
—Nada, sólo que
después de recuperarse de las heridas se había ido y nadie sabe cuál es su
paradero.
—Y ¿qué te dijo?
—Nada, se quedó
pensando un poco y se despidió sin más.
—¿Qué crees que
eso significa?
—La intuición me
dice que irá a casa de un familiar o de sus padres para saber si se ha
aparecido por allí.
—¿Sabes lo que
pasaría si lo encuentra?
—Sí.
—¡Me lleva la
madre que los parió! Tendré que actuar de nuevo.
—Sí, pero esta
vez asegúrate de apuntarle bien porque si no lo matas…
—Y ¡Todo por ti!
Dime, ¿acaso no te lo di todo? Nunca has trabajado en tu perra vida. Te toleré
todo.
—Mejor cállate
porque…—En ese momento hizo un movimiento para recogerse el pelo y, al levantar
la mano, Fernando se le adelantó y le dio un golpe con el puño cerrado. Teresa
se levantó con la nariz sangrando, le escupió en la cara y se fue a encerrar.
Fernando estaba como león enjaulado y para apaciguarse sacó una botella de
whisky y comenzó a beber directamente de la botella. El alcohol sólo sirvió
para acentuarle el rencor así que prefirió salirse a dar una vuelta. Anduvo una
hora y media dando vueltas y decidió volver para dormirse y olvidarlo todo,
aunque fuera por una noche. “Mañana será otro día”—se dijo mientras se echaba
vestido en la cama.
A la mañana
siguiente se fue con la resaca al trabajo. No habló con Teresa en todo el día.
Siguió así hasta que la idea de acabar con Arturo lo convenció por completo.
Consiguió una pistola vieja muy cara y comenzó a buscar a Arturo. Supo que era
el encargado del departamento de mantenimiento de motores eléctricos en una
fábrica. Estaba soltero, no era muy comunicativo y se la pasaba los fines de
semana en su casa o descansando en la plaza cerca del Palacio municipal.
Decidió ponerse en acción. Esperó que Arturo saliera un día de su trabajo y lo
siguió. Anduvo tras él un tiempo, pero se desconcertó cuando lo vio entrar a un
hotel de mala muerte. Se le revolvió la cabeza y se quedó parado como si
estuviera jugando al ajedrez y le hubieran movido una pieza por descuido y no
recordara exactamente qué era lo que había planeado para su siguiente ataque.
En esa laguna mental se encontraba cuando un hombre salió corriendo del hotel.
Reaccionó y entró. La chica de la administración estaba desconcertada, una
chica de la limpieza gritaba algo, pero los berridos le impedían pronunciar con
claridad, luego apareció una mujer envuelta en una toalla y con el pelo
alborotado que pedía una ambulancia con urgencia. Fernando pensó que era Teresa
y estuvo a punto de apretar el gatillo de su pistola, pero al verla mejor
descubrió que la mujer era más delgada, más alta y mucho más guapa que su
esposa. Rápido guardó el arma y se ofreció a tranquilizar a la chica de
uniforme que seguía gritando histérica. Fernando la sujetó por los hombros y la
agitó tan fuerte que la chica se calló. Unos minutos después entraron unos
enfermeros y al saber el lugar donde estaba el herido siguieron a la mujer de
la toalla.
“Lo siento—dijo
uno de los enfermeros al salir—, no pudimos hacer nada. Llamen a la policía”.
La mujer de la toalla seguía impactada, tenía los ojos rojos y murmuraba algo
contra su marido. Le cubría los labios una espuma blanca y le temblaban las
manos.
Fernando subió con uno de los policías al
lugar del crimen y para no levantar sospechas dijo que había visto al criminal.
Cuando vio tendido sobre la cama el cadáver de Arturo, respiró profundo y le
dio las gracias a Dios por haberlo sacado del atolladero. Habló con el
inspector y le describió al hombre que había salido con un retrato hablado. “La
descripción coincide con la de la esposa y la encargada de limpieza —le dijo el
ayudante del encargado de homicidios—, muchas gracias. Firme aquí su
declaración y si quiere, se puede retirar”.
Fernando salió
del hotel, se fue por unas callecitas y cuando se aseguró de que no había moros
en la costa, tiró a la basura la pistola que llevaba oculta en el calcetín y se
fue a su casa.
Fernando entró en
el salón y vio a Teresa. Le dio la noticia, pero ella ni siquiera despegó la
mirada de la revista que tenía en las manos.
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