Francisco Peláez Mata había cumplido treinta y dos años y estaba frustrado
porque tenía la mala costumbre de pasarse el tiempo comparándose con los
ingenieros americanos e ingleses. “A mi edad —se repetía con severidad—, los
profesionales de otros países ya tienen empleo, son supervisores en una importante
fábrica, pagan hipotecas, tienen una familia y viajan en una gran camioneta, en
cambio yo, soy el Paquito desdichado en paro, a quien todo mundo le habla con
una sonrisa de lástima. A quien mantienen en la fila de empleos temporales a la
espera de que se enferme algún repartidor de pizza o un fontanero. Las ayudas del
estado no me sirven de nada y a mis padres no les sobra ni un duro para
ahorrar. ¿Por qué en la época de mis estudios podía trabajar y darme una vida
de soltero envidiable y ahora ando mendigando un trozo de pan? Es por la
maldita crisis que se nos vino encima. Esta última década me ha ido convirtiendo
en un hombre fracasado, sin ilusiones ni futuro. Me siento como si fuera un bulto
que le estorba a media humanidad”.
Un día lo citaron en la bolsa de trabajo temporal para que se empleara tres
meses en un taller de reparación de electrodomésticos e instalaciones
eléctricas caseras. Aceptó con una cara alegre y una sonrisa que pareció
sincera, pero por dentro retumbaba una voz enfurecida que le reprochaba que con
su grado de maestría en ingeniería fuera a trabajar de aprendiz de reparador de
planchas y televisores a un changarro desconocido. Cogió la hoja en la que le
indicaban la dirección y el horario y se fue a avisar que desde el lunes él
sería el nuevo ayudante en la reparadora de aparatos eléctricos.
Aunque la noticia no era buena, los padres de Paco se pusieron felices,
incluso fueron a comprar una botella de vino espumoso para celebrar la suerte
de su primogénito. Cenaron a la luz de las velas para economizar un poco de
electricidad.
“Ay, hijo—le comentó su madre— no sabes cuánto gusto nos da saber que te han
aceptado en el taller”.
Sus padres le hablaron con el mismo tono que habían usado el día en el que
lo aceptaron en la universidad. Eso lo deprimió, pero no mostró su pesar, al
contrario, se auto convenció diciéndose que tenía una gran oportunidad para
echarse algunos billetes al bolsillo.
Llegó muy temprano y encontró a don Chucho, el encargado, levantando la
cortina de acero del negocio. “Ah, tú debes ser el nuevo aprendiz, ¿verdad?”.
Sí—contestó Francisco con un apretón de manos—. “Bueno, ayúdame a ordenar
estas cosas. Mira, ese sitio es tu lugar. Allí tendrás a la mano los restos de
los aparatos inservibles para que vayas conociendo las partes de cada trasto.
Te ayudará con todo esto Enriquito. Paco le dijo a don Chucho que quería
ponerse sus vaqueros viejos y su camisa para comenzar a trabajar, pero en lugar
de una respuesta afirmativa recibió un mono de color azul que tenía a la altura
de la cintura un resorte muy ceñido que lo incomodaba y lo oprimía como un
corsé. “Lo siento—le dijo don Jesús—, pero todos lo llevamos aquí, así que vete
acostumbrando. Son las normas, ¿qué le vamos a hacer?”. Paco no entendía cómo
el ayuntamiento había aprobado que unas costureras inexpertas se pusieran a
confeccionar ropa de trabajo para hombres con los patrones que tenían de ropa
para mujer. Es la maldita crisis, es como si por esa dichosa fractura económica
hubiéramos regresado todos a la Edad Media.
Cuando llegó Enrique con su mirada bizca saludó con cordialidad a Paco y comenzó
a hablar de todo lo que le pasaba por la cabeza. “No me lo distraigas mucho,
Quique, que tiene que aprender—le decía en broma don Chucho—. En realidad, no
había mucho que aprender allí porque la gente sólo iba para que les pusieran
cables nuevos a las lámparas viejas, cambiaran clavijas o compusieran planchas.
De vez en cuando alguien llevaba un televisor o un motor para cambiarle los
carbones o el hilo de cobre a las bobinas. Por eso, cuando Paco puso en la
pizarra de la calle que anunciaba los servicios que ofrecían, que se reparaban
también móviles la gente empezó a llegar con más frecuencia. Don Chucho y
Enrique fingiendo distracción y como que no quiere la cosa echaban un vistazo a
lo que hacía Francisco con los aparatejos. Se habían convertido sin querer en
los pupilos del principiante.
Pasaron los días y Paco fue perdiendo clientes, no por su mal trabajo, más
bien por lo contrario, pues componía muy bien los teléfonos y no cobraba mucho,
ya que le parecía que obteniendo el dinero justo de su servicio hacía una labor
social. Pensaba muy en el fondo que esa maldita teoría económica moderna había
ideado todo para que la gente sólo gastara, así que componiéndole bien sus
móviles a la gente lograba que se compraran menos teléfonos y los monopolistas
perdían, poco, muy poco en realidad, pero perdían y eso era lo importante. A
los dos meses Paco ya era primordial en su casa. Les había devuelto la dignidad
a sus padres y se quitaron la careta de vergüenza para ir a liquidar sus
deudas. Volvieron las sonrisas a sus rostros y comenzaron a hablar con libertad
sin el enorme peso que les había oprimido en los tiempos duros. Ahora Paquito
les garantizaba los garbanzos y las lonchas de jamón, el vino y el pan. Se
sentían bien y deseaban que su hijo siguiera contando con esa suerte que los
había salvado. En el taller, Paco, para evitar las eternas peroratas de Quique
se había conseguido unos tapones para las orejas y cuando no había reparaciones
que hacer, se ponía a leer sus revistas de “Muy interesante” y “Mecánica
nacional”. Un día vio un artículo sobre
la telepatía. Él nunca había creído en eso porque era muy escéptico, pero una
diminuta chispa le desencadenó en la cabeza, sin que lo supiera, una serie de
ideas que surgirían por casualidad un poco después.
En una ocasión estaba
componiendo un radio cuando un zumbido en los oídos lo obligó a levantar la
vista. Descubrió a una mujer que lo miraba con curiosidad y no se había
decidido a hablarle. Lo observó un instante más sin abrir la boca. Con el
entrecejo un poco ceñido respiró y, por fin, preguntó si su plancha ya estaba
lista. Francisco no recordaba haberla visto antes y cuando recibió el pequeño
trozo de papel en el que se indicaba la fecha de recepción y el día de entrega
del electrodoméstico torció la boca y buscó en el estante de los cacharros
reparados. Ahí estaba en efecto una plancha grande y pesada con un cable nuevo
y una etiqueta colgando. Aquí está—le dijo sin mirarla con atención—.
De
pronto, le pareció oír que ella le preguntaba si componía teléfonos móviles extremadamente
viejos. ¿Cómo dice? ¿A qué modelos se refiere? Ella lo miró desconcertada, pero
luego se rió y le confesó que precisamente estaba pensando en componer su
teléfono viejo que le gustaba y quería repararlo. Tráigamelo—dijo con sorpresa
Paco— y se lo arreglo en un santiamén. Cuando la chica se fue, Francisco se
quedó pensando en el suceso y no pudo aclarar si la joven le había preguntado
en voz alta o sólo él lo había pensado. Le leíste los pensamientos—se dijo para
calmarse—, es normal cuando se activa la intuición, pero estoy seguro de que no
dijo nada, ¿cómo fue posible saberlo? Fue en ese momento cuando la cadena de
pensamientos que se habían estado forjando en su cabeza salieron a relucir. Se retiró
a su sitio, se puso los tapones en las orejas para no distraerse y comenzó a
leer de nuevo el artículo de la telepatía. Veinte minutos después descartó
todas sus ideas y se puso a componer una radio. Sus dedos estaban muy entumecidos
y no lograba soldar los transistores. Para no estropearlos se detuvo y se quedó
como una estatua por un minuto.
En su cabeza había un huracán que no lo dejaba
emplearse a fondo con el simple mecanismo del receptor de ondas. Sí, sí, es
así—murmuró como si fuera ajeno a sí mismo y hablara con otra persona—. ¿Qué
pasaría si el cerebro tuviera una capacidad millones de veces más fuerte y
pudiera transmitir ondas con una determinada frecuencia? Sería necesario que
hubiera otro cerebro receptor que pudiera regularse para coger las ondas y
entender los mensajes. Esa idea le comenzó a recorrer todas las áreas de la
creatividad y de pronto se encontró desocupando una mesa para comenzar un
experimento. Había decidido ir por el camino de la disminución, si los tiempos
era difíciles y había que reducir todo. Él también se iría al nano campo para
emplearse a tiempo completo. Sacó las tripas de un radio y un teléfono móvil y
empezó a clasificar las ondas por su frecuencia y amplitud. Usó luz láser, de
lámpara de neón, inventó todo tipo de láminas metálicas, recurrió a todos los
sistemas de transmisión sin pasar el lenguaje morse por alto. La tarde que
llegó la muchacha con su móvil, Paco notó que en su aparato se comenzaron a
registrar variaciones muy notorias. Tomó nota de los campos en los que se
movían las ondas y trató de inventar un lenguaje que pudiera determinar el
significado de esas rayitas. Oyó a la chica que lo llamaba. “Aquí está mi
móvil, ¿podría revisarlo y decirme qué tiene y si es posible repararlo?”. Claro
que sí, espéreme un momento, por favor.
Paco volvió a su sitio y en lugar de
abrir el móvil para ver en qué estado se encontraba esperó las señales que
emitía la clienta. No tardaron en llegar algunos registros. Unos minutos
después salió Paco y le dijo a la muchacha que sí lo podría arreglar y que
volviese en dos o tres días. Cuando se cumplió el plazo, Francisco se disculpó
diciendo que había una pieza que estaba esperando y que en cuanto se la dieran
repararía sin falta el teléfono. “Me llamo Alicia Barragán, este es mi número
de casa, llámeme cuando lo tenga listo, gracias”. Toda la tarde Paco se la pasó
ordenando sus informes y llegó a una conclusión. Abrió un cuaderno y escribió
todo lo que había descubierto. Llenó de fórmulas las hojas, puso notas al pie
de página. Dibujó una columna separada para las observaciones y guardó todo en
un lugar seguro. Salió a pasear. Estaba seguro de que se encontraba en un
momento importante de su vida. Sabía que haría algo milagroso, estaba claro, se
lo decía su maraña de ideas que tenía en alguna parte de la cabeza. Disfrutó
los rayos del sol, puso atención en cosas que antes le parecían
habituales.
El tener una idea genial o
pensamientos profundos es más satisfactorio que tener dinero para gastar— se
dijo dándose una palmada en la barriga—. Pronto podré descubrir cómo ponerme en
contacto con la gente a través del pensamiento. Haré posible el sueño de la
humanidad.
En el taller con gusto recibieron la noticia de que Paco tendría que
quedarse seis meses más porque su sustituto estaba en trámites de contratación
en una fábrica. Don Chucho sacó una moneda que le sobraba y fue por una botella
de vino. Brindaron con mucho ánimo y mantuvieron una conversación bastante
amena. El alcohol se le subió a Paco y se agitó la telaraña de pensamientos que
lo seguían persiguiendo por todas partes, así que se puso a leer sus
manuscritos y cuando se le prendió el foco se dio cuenta de que podía probar
recibir las señales de los cerebros de don Chuy y Quique. Esa ocasión sólo pudo
experimentar y hacer anotaciones, sin embargo, un mes después al repasar lo que
había garabateado en, su cada vez más gordo cuaderno, notó que las emisiones
del cerebro dependían del funcionamiento del cuerpo. Es decir, que si la
persona estaba alegre y agitada las ondas tenían un tipo, si la persona usaba
su fuerza por dentro, como en los casos de envidia u odio, la señal era
diferente a la anterior y, por último, cuando una persona estaba enamorada las
ondas se esparcían con una frecuencia más amplia. Le satisfizo mucho constatar
que las ondas que irradiaba Alicia Barragán eran así. Quiso pensar que él era
la inspiración de dicho funcionamiento de la cabeza o corazón de la chica, pero
su hábito científico le percató de comprobarlo primero.
“Invítala a salir un
día, no seas tonto—oyó que le decía una voz desde dentro—. Me gusta. Sí, de
verdad. Es guapa y su sonrisa es muy sincera”—. En ese momento sintió algo en
el pecho y al mirar su aparatito de registro de ondas vio que se había marcado
algo, luego esas líneas pintadas por una cosa parecida a un sismómetro fueron
cotejadas con las primeras que había en los rollos donde estaban los mensajes
de Alicia. Paco descubrió que en el momento que había pensado que Alicia era
una chica atractiva y que valía la pena salir con ella se había quedado
dibujado un garabato de líneas largas que eran iguales a las de su clienta. De
pronto se oyó una voz, era Alicia. Con rapidez, Paco grabó sus pensamientos de
cosas tiernas, incluso eróticas, dejó el receptor encendido y fue a ver a la
joven.
—Buenas tardes, ¿qué tal?
—Vengo a ver si ya está listo mi teléfono.
—Mire, me da mucha vergüenza reconocerlo, pero no me han traído la pieza y
no he podido hacer nada. Lo que le puedo garantizar es que se lo tendré pronto.
—Bueno, en realidad no me urge. Ya vendré después.
—¡Espere! —dijo precipitado Paco, luego la miró con curiosidad tratando de
despertar un sentimiento que pudieran compartir y se dijo por lo bajo: Ojalá y
aceptara salir conmigo.
—¿Por qué me mira así?
—¿Cómo?
—Me mira como si quisiera decirme algo y no se atreviera.
—Es verdad. No sé lo que va a pensar de mí, pero me gustaría invitarla a un
café uno de estos días. Perdone, no era mi intención…
—Sí, de acuerdo, ¿cuándo puede?
—Ja, mejor dígamelo usted, yo aquí puedo salir cuando quiera.
—El sábado en la tarde ¿le va bien?
—Sí. Me dará muchísimo gusto.
Paco quiso de pronto cogerle la mano, pero Alicia ya estaba muy lejos. Se
le quedó mirando con ternura y cuando el topetazo de las ideas lo sacó de su
embeleso se dio la vuelta y fue a ver los rollos de papel. Encontró las partes
idénticas y comprendió que era el momento de perfeccionar su aparato. Le
quedaban todavía tres días para llegar a su cita del sábado, por lo que
experimentó con algunos clientes y sus compañeros de taller, creó unos códigos
y perfeccionó su cacharro. Ahora en lugar de la aguja, tenía una pantalla
táctil que indicaba con líneas las emociones de la gente. Era necesario crear
un sistema que tradujera a palabras los dibujitos. Francisco puso toda su
capacidad para hacerlo y sólo en una conversación que mantuvo con Alicia,
cuando su relación ya se había formalizado, fue capaz de interpretar con
palabras lo que la gente pensaba. Primero tuvo la intención de ir a una empresa
de ordenadores y teléfonos inteligentes para vender su descubrimiento, pero
luego recapacitó y pensó que le comprarían su idea y él, a pesar de tener
dinero, sería otra vez uno del montón. Con dinero, pero a fin de cuentas del
montón. Mucha gente es muy desagradecida, abusa de los demás y piensa en su
propio beneficio. Engaña y usa las ideas de otros para hacerse famoso. Eso no
le pasaría a él, estaba decidido a no entregar su secreto.
Cuando se arregló el sábado, para ir con Alicia a tomar un café en un lugar
muy conocido por las veladas musicales que organizaban unos guitarristas que
habían sido muy famosos, ya había diseñado un aparato del tamaño de una
carpeta. Se lo acomodó en un bolsillo especial que había cosido en su chaqueta.
Alicia llegó bellísima con un vestido rojo nuevo y unos caireles que le daban
aspecto de una diosa griega. Llevaba una cinta en la cabeza y su perfume era
dulce y muy agradable. Paco le entregó las flores, le dio un beso con mucha indecisión,
pero no se notó su nerviosismo porque dijo algo con voz firme y lo colorado de
sus cachetes pareció un efecto de su esfuerzo por modular bien las palabras.
Una sonrisa pícara le indicó que todo estaba bien. Se fueron caminando y
llegaron hasta el restaurante que todavía mantenía bajado el toldo a rayas
verdes y rojas. Entraron y se sentaron cerca de la puerta. Había poca gente y
el chico del bar no le quitaba la mirada de encima a Alicia, incluso le mandó
una bebida caliente como cortesía de la casa. Francisco se lo agradeció y sacó
un peque auricular en el oído, se disculpó y fue al servicio a encender su
aparto y al volver sonrió y llamó al camarero. Pidieron unas bebidas de ron con
zumo y entre sorbo y sorbo intercambiaron sonrisas.
—¿Te gusta este sitio?
—Sí, es muy acogedor.
—Pronto vendrán a tocar The Heavenly ¿los recuerdas?
—Sí, a mi padre le encantaban. En mi infancia los oía todo el día.
—¿En serio? Pues, ahora que los oigas ya me dirás si traemos a tu padre un
día de estos.
Paco no notó el efecto que esperaba en el rostro de Alicia y cambió de
conversación. Accionó un botón de su aparato y empezó a elogiar los
movimientos, acciones, opiniones y cualquier cosa que hiciera Alicia. Ella se
sintió encantada, pero se le hizo muy raro que un hombre pudiera entenderla
también. Se lo comentó a Francisco y le dijo que se parecía a Mel Gibson en la
película “En qué piensan las mujeres”. Paco, por descuido o vanidad, le confesó
que tenía poderes para saber lo que la gente pensaba, sin embargo, Alicia se
rió con burla porque le pareció una ocurrencia bastante buena, pero Paco sacó
su aparato lo puso en la mesa y le dijo que pensara en la felicidad o en algo
agradable, ella se imaginó una playa con palmeras, sol y un paisaje maravilloso.
Luego, le empezó a preguntar algunas cosas, después hizo una comparación de los
gráficos que había visto con su intérprete de ideas y le dijo que se había
imaginado el mar, el sol y un paisaje. Alicia se sorprendió porque Paco había
adivinado su sueño.
—Es verdad—dijo con malicia—, me encantaría irme a la playa, tomar el sol y
pasar la tarde viendo el mar.
—¿Lo ves? Incluso, podría decirte lo que está pensando el imbécil del
barman que no te quita los ojos de encima.
—Bueno, eso está muy claro, pero ¿qué piensa exactamente?
Francisco oprimió un botón y buscó en la pantalla de su artefacto una
cifra, luego empezó a pronunciar algunas palabras: cama, desnuda, follar y
perra.
—¿Sabes qué está pensando ese inútil?
—Sí, seguro que por las palabras que has mencionado es un frustrado que
sólo quiere follar.
—¿Lo ves? ¿qué piensas ahora?
Paco le contó sus proyectos, le dijo que quería que ella se casara con él
para que juntos dominaran el mundo leyendo los pensamientos de los demás.
Alicia era por naturaleza una mujer hogareña, cariñosa y muy romántica, por eso
la expectativa de tener a su lado a un hombre inteligente y atento le oprimía
el vientre. Escucharon canciones pasadas
de moda, bebieron más de la cuenta y al salir a la calle se abrazaron y se
fueron caminando. Al llegar a la casa de Alicia, Paco se puso serio, se le
quedó mirando a con mirada inquisitiva y tierna y cerró los ojos para besarla.
Estuvieron probándose, acariciándose y resoplaron por el calor que incendiaba
sus cuerpos. Ella se fue y Francisco se quedó embelesado imaginando su futuro
al lado de Alicia.
El enamoramiento distrae a los jóvenes, los engaña y los lleva por senderos
que no van a ninguna parte y solo alimentan ese placer de dar vueltas alrededor
del ser amado idolatrando su imagen como si de una deidad se tratara. En el
caso de Paco, el amor prendió una llama de creatividad. Sabía que Alicia
volvería pronto y para entonces tenía que haber diseñado un aparato que no sólo
interpretara palabras, sino que pudiera penetrar en el pensamiento, así que no
paró hasta encontrar lo que necesitaba. Una semana completa sin dormir le dejó
dos cosas: un aparato sofisticado que podía traducir las sensaciones e ideas en
palabras y dos ojeras tremendas que casi no le permitían ver. Cayó rendido de
sueño y no fue a trabajar durante tres días. No lograba restablecerse del
esfuerzo y sólo con la ayuda de los cafés con leche de su madre pudo ponerse en
pie al cuarto día. Salió volando en busca de Licha.
Ya no había tiempo que
perder. Sería su esposa costara lo que costara. La encontró preguntando por él.
Cuando don Chucho le dijo que Paco llevaba varios días sin aparecerse por el
taller, Alicia puso cara de decepción y se dio la vuelta para irse, sin
embargo, no pudo dar el firme y definitivo paso hacia el olvido porque se
estrelló con Francisco. Él la abrazó y le dio un beso. Sus labios transmitieron
más de lo que se pueden imaginar, pues eran el conducto por el que pasó la
emoción, la esperanza y el deseo. Les anunció a sus compañeros con gran
felicidad que se casaría pronto y entre felicitaciones y buenos deseos acompañó
a Alicia hasta su casa. Un mes después empezaron a organizar su boda. Compraron
un hermoso vestido, unas alianzas de oro blanco con un diamante de pocos quilates,
contrataron un salón para organizar el banquete y fueron a hablar con el padre
de la iglesia de Santa María para que les diera una fecha. Asistieron al
catecismo, se confesaron, comulgaron y celebraron con mucha pompa su unión. Regresaron
felices de su luna de miel y lo primero que hicieron fue comenzar a realizar
sus sueños. Lo más importante fue independizarse de sus padres, por eso
alquilaron un piso pequeño que estaba cerca del taller de reparaciones. Paco
mandó su curriculum a una empresa de aparatos electrónicos sofisticados y el
día de la cita se llevó su cacharro para interpretar de forma adecuada las
palabras de su entrevistador. Fue tan exitoso el encuentro que el mismo día
conversó con el jefe de departamento y firmó su contrato por tres años. Alicia
lo recibió contentísima y pasaron dos días esperando que se condicionara la
nueva oficina del ingeniero electrónico Francisco Peláez Mata. En cuanto se vio
rodeado de colegas ingeniosos, aparatos modernos y partes electrónicas de alta
calidad, Paco siguió con el desarrollo de su aparato. Ya podía oír con
facilidad los pensamientos de la gente, pues tenía una aplicación que le decía
todo en cuestión de segundos. “El jefe piensa que deberías dedicarle más tiempo
a tu familia”—le decía la voz de Alicia que había adaptado a su programa y él
respondía con mansedumbre: Sí mi amor, sí—. Sabía qué compañeros lo apreciaban
y quienes lo envidiaban y le deseaban cosas malas o sólo lo criticaban.
Una noche Alicia le dijo que estaba embarazada y Paco se quedó pensando qué
pasaría si tratara de oír a su hijo desde el vientre materno. ¿En qué lengua se
comunicará? ¿Tendrá los mismos sentimientos que nosotros? ¿Sabrá algo del más
allá? Francisco no quiso hacer hipótesis y de inmediato puso una frecuencia que
pudiera recibir las ondas cerebrales de su hijo en formación. No hubo respuesta
ese día ni en muchos otros y Paco se preocupó mucho, pero Licha lo salvó
diciéndole que en primer lugar el niño estaba muy pequeño y que su cerebro
todavía no razonaba, luego le dijo que se había dedicado a recibir emisiones de
onda, pero que nunca había probado inducir una idea. “Es como en la película de
Leonardo DiCaprio, The inception en inglés y El origen en español”—le
comentó Alicia. Ese fue el principio del acabose porque en lugar de intentar oír
al pequeño feto en formación. Paco empleó toda su inteligencia en lo que llamó
el inductor de ideas. Día y noche se empleó en el trabajo. Ni los gritos de su
jefe ni los de Alicia ni los de los amigos ni los del mismo Dios lograron que
volviera a la oficina. Pasó dos o tres veces para sacar microchips y alguno que
otro aditamento electrónico y se puso a diseñar su máquina. De haber vivido en
tiempos de Julio Verne o Mary Shelley se le habría visto subiendo y bajando por
grandes escaleras en su laboratorio, jalando enormes cables, paseándose con sus
ojos desorbitados y su pelo enmarañado, pero en el siglo veintiuno su
laboratorio era pequeño en exceso, no podía hacer ruido por las noches porque
Alicia conciliaba el sueño con dificultad por causa de las loqueras de su
marido, así que el silencio era muy importante para mantener las buenas
relaciones de la pareja.
Se cumplieron los siete meses de embarazo, echaron al
genial y prometedor ingeniero Francisco Peláez Mata del trabajo, pero él seguía
inmerso en su red de ideas, desenredando y atando hilos para construir la red
que finalmente le permitiría realizar su proyecto. Llegó el día y concedió con
las contracciones del vientre de Alicia. Tuvieron que ir los padres de Paco a
la casa de maternidad porque el desconsiderado, cruel y despreciable ex
empleado de una empresa famosa de telecomunicaciones se negó a mover un solo
dedo para asistir a su mujer. Cuando Paquito dio el primer grito en este mundo,
su padre logró inducirle una idea al vecino de abajo que no dejaba de oír su
música de rock pesado con sus potentes altavoces. Aprovechando que Alicia
estaba pariendo, el amante de la música estridente se lo pasaba de lo lindo.
Fue muy interesante el fenómeno. Paco programó la idea de la armonía, la
tranquilidad y el erotismo clásico con notas de una composición de Khachaturián
usando los sables como aparatos sexuales y la testosterona de Ramiro para
anegar su habitación de la miel de la felicidad. Fue tal el efecto que logró la
inmersión de la idea que el pequeño Francisco tuvo toda una semana de silencio
porque el roquero Ramiro se había torturado sacándose todo el líquido del
cuerpo y se recuperó muy despacio. Paco siguió con atención el proceso y se lo
comentó a Alicia. Ella ni lo escuchó porque no podía perdonar la ofensa que le
había hecho el día que rompió aguas. Paco no tuvo otra solución, más que la de
insertarle a su mujer la idea del perdón y la bondad, esos sentimientos se
mezclaron con el maternal y se portó como una madre comprensiva diez días.
Luego le echó una bronca fatal a su marido por haberla manipulado de esa forma,
pero el lenguaje convincente de Francisco, reforzado por la tierna carita de su
hijo, logró hacerla entrar en razón.
—Mira, mi amor. Este es un gran invento, pero debemos tener cuidado al
usarlo. Yo no quiero que caiga en malas manos y se eche todo a perder.
—Y ¿qué quieres entonces? ¿Manipular a toda la gente para usarla como lo
has hecho conmigo?
—No, amor, cálmate. Cálmate.
—Pues, no. No me puedo calmar. Te das cuenta de que te estás transformando
en un monstruo.
—¿Cómo?
—Sí. Sí, mírate cómo estás. No te bañas, te la pasas todo el maldito día
con tus teorías y tu porquería de aparato que no sirve para nada.
—¡¿Que no sirve para nada?! ¿Ya se te olvidó lo del roquero de abajo?
—Ya cállate. No me interesa lo que digas.
Alicia se puso a llorar y Paco que ya se disponía a abrazarla y consolarla
recibió un nuevo topetazo por causa de su ingenio. Se le ocurrió que podía
empezar a cambiar las cosas en la sociedad. Su esposa se conducía por unas
ideas que se habían transmitido por generaciones en su familia, así que decidió
hacer un cambio en la gente que lo rodeaba. Para complacer a su mujer dejó el
aparato apagado debajo del sofá y fingió no pensar más en él. Se cortó el pelo,
se compró un traje nuevo y salió a buscar trabajo. Consiguió uno con rapidez,
pero como era poco el sueldo y malas las prestaciones no lo aceptó. Siguió una
semana haciendo el papel de padre ejemplar hasta que la necesidad lo obligó a
usar su cacharro.
En la tarde, cuando todos se
encontraban durmiendo la siesta, Paco oyó que alguien forzaba la puerta de su
casa. En lugar de correr a impedir que el ladrón entrara, se abalanzó sobre su
aparato y lo programó para que en cuanto apareciera el delincuente recibiera
una señal y cambiaran sus ideas. El asaltante era un hombre pelón, fornido y
bajo de estatura, señaló con el puñal y le dio la orden a Francisco de
entregarle las cosas de valor. Ni siquiera se dio cuenta de que el aparato ya
le estaba metiendo en la cabeza una onda de frecuencia especial que lo hizo
cambiar por completo. Cambió su tono de voz y se puso muy amable, explicó que
su mujer tenía un tumor y necesitaba una operación, que él no tenía dinero y
estaba desesperado. Paco le prometió ayudarle, le pidió su dirección y teléfono
y a los tres días le llevó el dinero que recolectó en su barrio. La operación,
supo después, salió bien y la mujer se curó. Alicia lo felicitó por su acto
noble y le permitió seguir usando el milagroso cacharro que convertía a las
personas en mecenas y a los ladrones en gente agradecida. Paco no quiso parar
ahí y se fue a buscar a gente importante que tuviera el poder para cambiar las
cosas. Fue con el carnicero que golpeaba a su mujer, con el abogado corrupto
que había dejado a varias abuelas en la calle, con el jefe de policía que les
exigía una cuota a sus subordinados. En un mes ya había transformado la vida de
muchas mujeres golpeadas. Los niños ya no sufrían de abuso sexual, los
adolescentes dejaron de drogarse y se dedicaron de lleno al estudio. Un día, Francisco
se fue al ayuntamiento y pidió cita con el alcalde, éste lo recibió muy arisco, pero en unos minutos cambió y se comprometió a mejorar los servicios
comunales, reforzar la seguridad, buscar fondos para construir más lugares de
esparcimiento.
El encuentro fue muy fructífero y la
gente se puso feliz cuando por fin retiraron los coches abandonados, limpiaron
los basureros y comenzaron la construcción de una clínica. Alicia veía con muy
buenos ojos los actos de su marido y ya no le llamaba la atención. Vivían en
armonía y veían cómo iba cambiando su retoño.
En una ocasión, Paco fue a ver a unas personas importantes para hacerles
una propuesta mercantil que resultaría muy beneficiosa para él y sus vecinos.
Llegó a un acuerdo y logró que se creara un fondo de ayuda para los ancianos y
trabajos para gente muy cualificada como él que no tenían dónde aplicar sus
conocimientos. Gracias a su invento, Francisco conseguía todas las cosas que
deseaba y mejoraba las cosas. Estaba muy contento y pensó que el próximo paso
sería intentar comunicarse con entes superiores. Ya tenía un plan para captar
ondas resonantes y hasta soñó por un momento que podría comunicarse con Dios
algún día. Estaba tan embelesado con su idea que dejó olvidado en un banquillo su
aparato y cuando lo notó y regresó por él ya no lo encontró. Lo había cogido un pequeño empresario chino
que vendía gafas en todas las tiendas de la ciudad.
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