Cuando me comunicaron que Mauricio se encontraba muy grave en el hospital
se abrió ante mí una fosa insalvable. Se creó un vacío del tamaño de un agujero
negro y mis sentimientos entraron en conflicto. Me habían dicho que era
imposible salvarlo y que le quedaba muy poco tiempo. Sabía que debía ir y
perdonarlo, pero algo me detenía. Me vi obligado a hacer de tripas corazón y
presentarme en su cámara. Lo vi deshecho, ya no era aquel hombre fuerte lleno
de tatuajes y autoritario. Se veía como un muñeco pintarrajeado al que habían
destripado para sacarle el relleno y se disponían tirarlo a la basura. Me
acerqué y traté de hablarle, él hizo un gesto de desagrado, es probable que la
retahíla de palabras absurdas que le dije, le produjeran irritación. Movió la
mano con mucho esfuerzo para indicarme que me fuera y le dije muy cerca,
mirándolo sin compasión, que lo perdonaba. Cerró los ojos, me di media vuelta y
no supe si ya había fallecido en ese momento o murió después. Creí que con su
desaparición se terminaría mi condena, pero más bien era el principio de una
venganza que me perseguiría mucho tiempo.
Nos habíamos conocido cinco años antes en un club deportivo. Él se estaba
cambiando y cuando se puso el agua de colonia me lanzó el recipiente y me recomendó
que me lo pusiera. Hice lo que me pidió y noté que era un aroma bastante
agradable. Como era de esperarse relacioné ese olor con Mauricio quien me cogió
del brazo y me llevó a una cafetería. Tenía un carácter impulsivo, no toleraba
que la gente le negara las cosas y llevaba las conversaciones de una forma que
el interlocutor siempre se sentía en una situación agradable, pero con muchos
halagos e insultos que intercambiaban su sentido por la entonación o el momento
de ser manifestados, Mauricio lograba engañar a cualquiera porque era muy
inteligente y astuto. Nuestra amistad se fue estrechando con rapidez, me
invitaba a lugares interesantes, me hablaba de pintura, escultura y, cuando me
contaba algo sobre los libros que le gustaban, me sentía seducido por su
capacidad de análisis. Se podría decir que era un psicólogo nato. Conocía el
carácter de la gente y fingía su empatía de forma impecable.
No tenía hermanos, pero siempre hablaba de su primo Eduardo quien vivía en
los Ángeles. Lo conocí un día y me pareció muy raro. Tenía una forma de hablar
como si fuera un hippie, fumaba marihuana y tenía el pelo como Bob Marley y
también le encantaba el reggae. No tenía nada en común con Mauricio, descubrí
que Eduardo sólo era una excusa para hablar de su familia, pues nunca mencionaba
a sus padres, ni abuelos. Para todo decía: “Mi familia del gabacho”. Por toda purrela
se refería a su primo Lalo y a otros supuestos primos de los cuales nunca dijo
nada en especial.
Un día me invitó a su casa y me propuso que me quedara a vivir con él. Yo
rentaba un piso pequeño y pasaba dificultades para llegar a fin de mes. Acepté
su propuesta con gusto. Me asignó una habitación vacía y me propuso que la
amuebláramos. Fuimos a comprar una cama, una mesa y unos cuadros. En una semana
tenía una habitación muy acogedora. Mauricio trabajaba en su casa. Compraba y
revendía todo lo que encontraba en Internet. Tenía un olfato increíble para
hallar cosas baratas y venderlas caras. Su lengua era de oro. Fue esa forma de
persuasión la que me fue acorralando poco a poco. Al principio noté que por
vivir en su casa juntos representaba un compromiso que Mauricio me hacía sentir
a menudo. Tenía la obligación de colaborar con dinero, ayudarle a vender cosas
entre mis compañeros de la oficina y agradecerle lo que hacía por mí. Mi falta
de atención o, la dependencia que sentía de Mauricio, me obligaron a hacer
ciertas cosas que no tenía claro si me gustaban o no. Muchas veces estuve a
punto de tirarlo todo e irme a vivir otra vez solo y alejado de mi compañero.
Un día que volvimos del gimnasio me miró de una forma muy rara, me habló de
unos tatuajes que deseaba hacerse y me dijo que estaba decidido a pintarse todo
el cuerpo. Vimos algunas páginas con tatoos y con determinación exclamó. “Me
los voy a hacer al estilo polinesio”. A partir de ese día comenzamos a ir a un
salón donde le dibujaban con una tinta especial negra sus dibujos gariboleadas.
En seis meses estaba irreconocible. En el gimnasio causó furor, le decían el
Semental, pero algunos de los que me veían con él decían que tuviera cuidado
con el Toallón y cuando les preguntaba por qué le decían así, respondían que
era porque envolvía, secaba y dejaba en bolas a la gente.
Me di cuenta de que cada vez mi dependencia hacia Mauricio era más y más
grande. Incluso había dejado de interesarme por Julieta de quien, según
palabras de Mau, no podía estar enamorado. “Es una mujer tonta y terrenal,
Valentín— me decía con una enorme risa irónica—tú deberías buscar algo más
filosófico, más placentero y romántico”. Yo no estaba convencido y todas las
noches soñaba que podía seducir a Julieta, era la única mujer que me interesaba
en el mundo. Me precipité un poco y sin pensarlo fui a verla, le descubrí mis
sentimientos y se negó a todas mis propuestas. Su argumento fue muy simple. “Me
gusta otro tipo de hombres —respondió—, tú eres demasiado suave y te vendría
mejor una chica menos pretenciosa que yo”. Fue todo lo que me dijo, pero lo
suficiente para provocarme una fuerte depresión. Mauricio me echó un rollo muy
raro cuando me vio de capa caída tirado en mi cama.
—Oye, Vale, ¿has pensado alguna vez que los hombres tenemos una parte
femenina?
—No.
—Pues, tal vez no lo hayas notado, pero lo que te atrajo de mí fue eso. Es
esa característica la que nos seduce en otras personas. Cuando vemos una mujer
encerrada en el cuerpo de un hombre sentimos atracción. ¿No te había pasado
nunca?
—No. No lo había pensado nunca.
—Creo que ya es hora de que lo entiendas. No te he buscado por tu linda
cara, sino porque tú diste el primer paso. Me mostraste ese aspecto femenino tuyo
para engatusarme y hacerme sentir excitado. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir
jugando?
No tuve tiempo de decir nada. Se abalanzó sobre mí y me sometió con mucha
fuerza. A la mañana siguiente amanecimos juntos. Me encontraba medio dormido
cuando sentí de nuevo el peso de su cuerpo. Me tapó los ojos con la mano y me
susurró obscenidades. Al levantarnos me llevó a la ducha me dijo cosas
agradables, estaba sonriendo todo el tiempo y me dijo que iríamos a desayunar.
Llamé a la oficina y me disculpé diciendo que tenía una urgencia.
Así comencé a ausentarme cada vez más de mi empleo hasta que lo perdí.
Después de mi desagradable experiencia traté de librarme de Mauricio, pero él
se dio cuenta y me trató con mucho tacto. Primero, simuló que lo sucedido había
sido un arranque de pasión. Después, no volvió a tocarme en una semana, se puso
muy amable y me distrajo pidiéndome opiniones sobre unas prendas nuevas de
vestir americanas que se podían colocar bien en el mercado. Pasamos haciendo
trámites burocráticos mucho tiempo y al final logramos importar lo que
queríamos. Empezamos a vender mucho. Las ganancias eran buenas y Mauricio
conoció a un chico de nombre Gabriel que se vino a nuestro piso. Era delgado,
tenía el pelo rizado y los ojos muy grandes y verdes. Su carácter era agradable
y desde la primera noche no salió de la habitación de Mauricio. Me sentí
aliviado porque así dejaría de tener que soportar los asaltos nocturnos que me
desagradaban tanto. La felicidad no me duró mucho porque al cabo de una semana
Candy, como se empezó a llamar Gabriel, venía a consolarse conmigo todas las
noches. Decía que Mauricio era cruel con él porque no lograba complacerlo, que
no le era sincero y que sólo lo estaba usando para beneficio propio. Pasé
varias noches con Gaby en mi cama. No lo toqué y no quise que se me acercara
mucho porque era demasiado tierno y sentimental. Me daba un poco de lástima y
lo abrazaba para que se durmiera.
Un sábado por la tarde, mientras Candy se pintaba las uñas de los pies y yo
estaba viendo un programa sobre la guerra de Siria, llegó Mauricio con sus
nuevos persings. Estaba muy contento, nos mostró las cejas, la nariz y se quitó
la camisa para que viéramos su ombligo. Le colgaba un pequeño revólver que más
parecía un llavero. “Es—dijo con cara de niño regañado—para matarlos a
ustedes…pero de risa”. Candy cerró su frasquito de pinta uñas, agitó las manos
para hacer aire y secar el esmalte y se lanzó con los brazos abiertos hacia él,
éste lo recibió con un beso y lo empezó a desnudar. Le quitó la bata de seda,
se liberó de sus pantalones y empezaron a acariciarse. De pronto me rodearon y
me quitaron la ropa. Me besaron entre los dos y me invadió la náusea, Mauricio
sacó una botella de ginebra y me dio un vaso lleno. Me lo tomé a la fuerza,
luego me sirvió otro y ya borracho no supe bien lo que pasó entre nosotros
tres.
“Te portaste a la altura, Valentín—me dijeron los dos, que desnudos a mi
lado me acariciaban el pecho a la mañana siguiente—, seremos inseparables”.
No hablé mucho en todo el día. Gaby estaba muy apurado con un encargo que
le había hecho el dueño de una tienda y Mauricio estaba buscando una empresa de
trasportes que pudiera hacer la entrega de una carga grande de ropa. Todo se
solucionó y los días venideros fueron de gozo y celebración. Mauricio estaba
amabilísimo. Nos hizo regalos y fuimos a un restaurante a celebrar los avances
del equipo comercial que supuestamente formábamos.
Renuncié a mi empleo y al despedirme de mis compañeros, Magdalena, con
quien salí en alguna ocasión en plan de amigos, me dijo que siempre estaría
libre para cualquier cosa que se me ofreciera. Era una chica muy delgada con
cara de diablillo, pecosa y muy apasionada. No tenía mucha suerte con los
hombres porque según decían, desnuda no tenía un gramo de carne, y a nadie le
gustaba comer huesos. No sabíamos todavía que el destino nos uniría después.
La relación comercial con Gaby iba bien. Los ingresos habían aumentado y
Mauricio se fue apoderando del capital. Una noche se emborrachó y sacó unos
vestidos. Le dio a Candy uno rojo y le dijo que se maquillara y se lo pusiera.
Luego, le dijo que no se olvidara de la ropa interior. Gaby se fue a cambiar y
Mauricio me cogió por los hombros y me arrancó la camisa. Tú también—gritó—.
Ponte este vestido azul. Yo no estaba de humor para sus ocurrencias y le dije
que no quería, pero él se enfureció y me golpeó. El impacto que recibí en la
cara me dejó viendo estrellas. Luego me pateó el estómago y los riñones, la
cabeza y las costillas. Perdí el conocimiento. Me recobré luego, pero fue sólo
para sentir como se me montaba el animal. Exhausto permanecí tirado en el piso.
Tenía las costillas rotas. Jadeando, Candy, obligado por Mauricio, me pedía que
los mirara. El espectáculo fue muy desagradable.
Decidí irme para siempre y le pedí a
Magdalena que me recibiera en su casa. Ella me ofreció cobijo y estuve con ella
una semana, pero una tarde se presentó Gaby que estaba muy alterado y lloraba
entrecortado. “Tienes que ayudarme, Valentín, Mauricio dijo que, si no te
convencía de volver, nos mataría a los dos”. Fuimos a la policía y pusimos una
demanda por maltrato, sin embargo, nos trataron mal y se burlaron de nosotros.
Logramos poner la reclamación, pero nos acompañaron los chiflidos y las risas
burlonas todo el tiempo que estuvimos en la comisaría.
Me vi obligado a volver. Mi regreso sirvió para acrecentar la confianza de
Mauricio en sí mismo y las ofensas hacia mí y Candy. Mauricio sacó una cámara
de vídeo y nos dijo que teníamos que hacer un cortometraje de nuestra
reconciliación. Estuvo violento, usó un fuete y objetos punzantes. Nos causó
bastante dolor y se empezó a dirigir hacia nosotros como si fuéramos dos
mujeres quejumbrosas. Nos amenazó de muerte. Pensamos que la filmación podría
servirnos de prueba para denunciarlo, pero no encontramos la tarjeta de memoria
de la cámara digital por ningún lado. Comenzamos a ser víctimas del chantaje y
el terror. Nos quebró nuestra integridad y nos convirtió en dos ratones
cobardes.
En una ocasión nos habló de Hermes el mensajero de la mitología. “¿Sabían
que Hermes tenía un báculo? —nos preguntó como si fuéramos unos imbéciles
retardados—No, seguro que no lo saben. Y desconocen también que ese objeto es
un símbolo sexual. Hay, par de ignorantes, un hueso en los mamíferos que sirve
para prolongar el apareamiento, es el recurso que la naturaleza emplea para que
los machos mamíferos retengan a sus hembras por más tiempo y eyaculen mejor, es
decir, que garanticen la prolongación de las especies eligiendo a los más
fuertes. Es por eso que tendré como Hermes y las morsas, mi hermoso báculo de
un material duro y resistente que se emplea para curar las fracturas de los
huesos. Les va a gustar. Fue todo lo que dijo en ese momento y al día siguiente
mandó cambiar la cerradura de la puerta. Vinieron dos tipos con ropa de cuero y
barbudos que nos impidieron salir de la casa durante dos semanas y media.
Comían pizzas y nos dejaban sólo las migajas. Teníamos pocas cosas en el
frigorífico y no nos morimos de hambre por pura suerte.
Llegó Mauricio. Estaba como siempre. Lo único que había cambiado era su
forma de vestir. Ya no llevaba sus eternos vaqueros y su camiseta negra. Venía
envuelto en una bata de seda con dragones bordados. Hablaba con majestuosidad
como si estuviera imitando a un rey. Pensamos que se había vuelto loco. Sacó de
un maletín que traía cargando unos fajos de billetes y se los dio a los bikers.
Se alegró de vernos y nos pidió que le diéramos nuestra opinión de su nueva
apariencia. Se desató el cinturón de la bata y quedó desnudo. Tenía una
erección enorme, movió la cadera y con los ojos nos señaló su miembro. “¿Qué
tal nenas, les gusta?”. A continuación, nos llevó a la ducha, nos lavó con
cuidado y nos condujo al dormitorio.
“Bueno mis pequeñas—farfulló aclarando cada vez más la voz—, hoy les voy a
mostrar un nuevo mundo. Un paraíso de placer que ni siquiera se habían
imaginado. ¿Saben por qué los leones copulan tantas veces? ¿Saben cuántos
orgasmos tienen las leonas? Bien, mis pequeñitas. Hay una cosa que se llama
intromisión prolongada, eso es simplemente el tiempo que puede penetrar un
macho a una hembra sin tener erección y retenerla para que no se vaya con otros
machos. El báculo es un hueso, amiguitas, a mí me lo han puesto. ¡Miren qué
preciosidad! —vimos un enorme trozo de carne con unos contornos marcados por la
pintura. Se había tatuado el pene—. !Tóquenlo! ¡Tóquenlo!
Cogimos el miembro de Mauricio y notamos que estaba muy duro, como un
hueso. “Es un hueso artificial—dijo al ver nuestra cara de asombro—. Soy Hermes
el multiforme con cetro de hierro. Dominaré a mis allegados. Seré el señor
Maorí tatuado dueño y señor del placer”.
Nos encerró en la habitación y estuvo probando su verga hasta que se cansó.
Al principio se enfureció porque si bien podía penetrarnos a sus anchas y en
seco, no podía obtener satisfacción. Pasaron varios días hasta que descubrió la
forma de eyacular y sentir lo que buscaba.
Candy se sintió muy mal porque fue él quien tuvo que resistir la mayor
parte de las embestidas. Como yo gritaba mucho por el dolor Mauricio desistió
de mí. Tuvimos que ir de urgencia a ver a un médico. En la consulta nos dijo el
doctor que teníamos desflorado el recto y que hacíamos muy mal jugando tanto
con el consolador. Le explicamos que no era un juguete lo que nos había
ocasionado las hemorragias internas, sino Mauricio. “Es imposible, amigos—dijo
con una sonrisa sarcástica—, ni un súper negro sería capaz de ocasionarles
tanto daño. Cuando finalmente le confesamos todo, se encogió de hombros y nos
dijo que lo mejor era ir a la policía a poner una acusación, pero que, por
desgracia, los movimientos masivos a favor de la elección libre del matrimonio
habían llegado a tal punto que cualquier opinión en contra de la unión entre
dos hombres o dos mujeres era ya un tabú y se prefería no hablar de eso para no
ocasionar marchas y conflictos con la policía antimotines.
Salimos decepcionados. Candy me convenció para que lleváramos los certificados
médicos a la policía. No quisieron tomar nuestras declaraciones en serio y nos
trataron de pervertidos y nos echaron a la calle. Decidimos huir, pero Mauricio
nos encontró con rapidez. Nos llevó de nuevo a la casa y siguió con sus pruebas,
o lo que él llamaba así. Si no hubiera sido por uno de sus amigos que le
propuso debutar en el porno, Gaby y yo habríamos tenido un grave problema de
salud. “Está claro que con esa cosa sólo puedes proporcionar placer,
Mauricio—le decía un hombre gordo y pelirrojo que lo acompañó para ver unos
productos de cuidado de la piel que se estaban vendiendo como pan caliente—.
Deberías plantearte hacer películas tres equis, pruébalo. Ya verás que te haces
milloneta”.
Mauricio lo hizo y pronto cobró mucha popularidad, decidió adaptar el piso
para que quedara como un estudio de cine. Tiró una pared falsa, compró una cama
enorme, decoró las paredes con unos tapices muy caros, puso lámparas por todos
lados, compró equipo de filmación, contrató a un chico camarógrafo muy
talentoso que sabía programación, trajo hombres y mujeres del gimnasio y empezó
a rodar. Se ganó muy pronto un sitio en el negocio del cine para adultos, para entonces
Gaby y yo habíamos podido liberarnos del yugo de Mauricio y nos fuimos lo más
lejos posible.
Todo había ido bien hasta ayer por la noche cuando Candy me llamó para
decirme que Mauricio estaba en el quirófano, que los doctores estaban tratando
de salvarlo porque el famoso báculo se le había enterrado en los intestinos y
le había destrozado las tripas como si fuera una catana. Me explicó que Mauricio
estaba haciendo una película en su casa y que unas mujeres se enfadaron con él
y que lo habían tirado por las escaleras. Lo único malo es que su pene era tan
duro que al caer sobre él se le hundió casi por completo. Luego, llamaron a
urgencias, lo metieron a operación y no se sabía si se salvaría o no.
Hoy he confirmado su muerte. No sé si pueda perdonarlo alguna vez. Me queda
la carga de esos interminables sufrimientos y la amarga compasión que sentí al
verlo destrozado echado en su cama de hospital. Es como si todo el tiempo
hubiera deseado que se muriera y en el momento en que eso pasó, comprendí que
todo era absurdo porque su muerte no me causó la más mínima satisfacción.
Lástima.
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