Después de haber mantenido una relación sexual vacía de pasión y muy
automatizada, Marcelo le dijo a Jessica que tenían que romper la rutina.
Pensaron la forma de motivar su añeja relación de diez años de casados, pero el
compromiso de padres los ataba a dos pequeños gemelos con multitud de
necesidades. No podían escaparse a una playa, ni pedir un año sabático, sobre
todo por la crisis que les ajustaba cada vez más el cinturón. Al no encontrar
una solución se resignaron a seguir con su vida habitual. Marcelo se fue a
trabajar y Jessica se quedó atendiendo a sus dos pequeños. Los llevó a la
escuela y volvió a sus quehaceres del hogar.
Estaba preparando la comida cuando
recibió la llamada de su marido que le propuso que se encontraran el fin de semana
con Andrés, un viejo conocido que en el bachillerato se había colado por
Jessica y seguía soltero. Ella se negó de inmediato, pero Marcelo le insistió
tanto que tuvo que ceder. El sábado por la mañana llevaron a los dos chicos con
los abuelos y se fueron a su cita a un restaurante de comida china. Andrés
estaba muy alegre y recibió a la pareja con un saludo estudiantil. Se rieron
por la ocurrencia y se sentaron entre las bromas y chascarrillos evocadores de
otra época.
Pasaron una tarde estupenda y al despedirse se intercambiaron todas sus
direcciones de correo electrónico y sus móviles. Quedaron en volverse a reunir
en la primera oportunidad. No fue muy pronto, a pesar de que lo estuvieron
acordando mucho tiempo. El día en que se reencontraron Marcelo estaba un poco
raro, según palabras de su esposa, quien no sabía que todo ya estaba planeado
con anticipación. Jessica se vio obligada a recordar su breve relación con
Andrés. Se habló mucho del día en que se escaparon al cine y de lo que habían
hecho protegidos por la oscuridad de la sala. Durante la alegre conversación el
camarero, por orden de Marcelo, no dejó de servirle vino tinto a Jessica y
coñac a sus acompañantes. La nostalgia por el pasado y los tiempos de juventud lograron
que se formara un sentimiento fraternal que los obligó, en la calle, durante un
corto paseo, a tomar una resolución descabellada. ¿Sabes que Andrés es un
hombre con ideas muy modernas? —le preguntó Marcelo a su mujer, pero ella no
entendió el significado del mensaje. Sí—continuó— se ha encontrado con algunas
parejas y ha compartido su amor con ellos, bueno, bajo ciertas condiciones, ¿no
es verdad, Andrés?
Andrés secretamente se había enamorado de nuevo de Jessica y había estado
observándola como un experto don Juan, tratando de adivinar su desnudez y su
fuerza en el lecho marital. Marcelo lo supo y motivó que se hablara con
libertad de eso. Su intención en realidad era que tuvieran un encuentro los
tres en la intimidad. Marcelo sabía que Jessica necesitaba un chispazo para
despertar de nuevo su instinto femenino y Andrés era el macho adecuado, pues no
sólo era físicamente atractivo, sino que había mantenido una pequeña relación
sentimental con su esposa y eso era suficiente para motivarla. “Hay que incitarla
para que le gane el sentimiento y pueda superar la barrera moral” —le había
dicho Marcelo a su compañero antes de encontrarse con su esposa.
El método resultó y terminaron los tres en una habitación de hotel
disfrutando de su amistad. Al principio Jessica estaba un poco inhibida, pero
las tiernas caricias de Andrés y la aprobación de Marcelo en todo momento
lograron despertarla. Se apasionó, gritó y terminó tendida respirando con
dificultad mientras sus dos hombres la acariciaban sin parar. Salieron de la
habitación y acordaron la próxima cita. Se separaron con el deseo de volver muy
pronto. Desde ese momento las cosas marcharon mejor. Marcelo trabajaba con
ímpetu y era recibido por las noches con fiereza en su cama. Jessica disfrutaba
recordando los mejores momentos de su vida sexual y se aferraba a su esposo
como si fuera una sanguijuela. Terminaban fumando, riéndose de felicidad.
Se irritó al ver de nuevo la posición de las fichas que él había colocado
mal en el tablero. Había comenzado dedicándole toda su energía y atención a
Lurdes quien no quedó satisfecha por ser demasiado ardiente en el aspecto
físico y calculadora en lo que atañe a la razón, luego el laberinto de sus ideas
le estorbaba en la cama cuando estaba con su mujer, después el error de traer a
otro hombre para hacer el trabajo que le correspondía y, por último, la amenaza
de perder emocionalmente a Jessica y quedarse como un marido cornudo sin poder
protestar por ser él, quien motivara dicho engaño. La única solución que
encontró fue la de poner las cosas como estaban al principio. Sabía que sería
muy difícil, pero se sentía capaz de hacerlo porque la balanza se inclinaba a
su favor. Tenía dos hijos, mantenía a su esposa, no tenía amante, le había
ayudado a su mujer a recobrar la llama del amor y podía exigir sin miramientos
que se alejara de Andrés.
Sí, así, sin más explicación —pensó que se lo diría—. Muchas gracias,
Andrés, nos has servido de mucha ayuda, pero ya basta. Prescindiremos de ti.
Seremos siempre amigos y te recibiremos en nuestra casa mientras seas un simple
invitado. Adiós. Parecía fácil hacerlo,
por eso Marcelo se unió de nuevo a sus invitados con la determinación de
comunicarle su resolución a su amigo y esposa, pero quiso la realidad que las
cosas no salieran bien. En el salón no encontró a la pareja de tórtolos, salió
al jardín y habló con las personas con las que se cruzó, volvió al salón, buscó
en la cocina, en los baños y decidió subir a la segunda planta. La habitación
de los niños estaba vacía y su dormitorio también, pero del cuarto de los
cacharros salía un sonido raro, era como si dos personas no pudieran respirar
bien y por la sofocación no se entendieran sus palabras. Marcelo pudo haber
entrado para interrumpirlos, pero decidió bajar al salón.
Se entrometió en una conversación y con sonrisa comprensiva movía la cabeza
aceptando las barbaridades que decían sus conocidos. Media hora más tarde, se
comenzó a retirar la gente y aparecieron, como por arte de magia, Andrés y
Jessica. Se llevó a cabo la ceremonia de las despedidas y los buenos deseos y
al final se quedaron los tres compartiendo una botella de vino. Marcelo habría
hecho la proposición de que fueran al dormitorio si se hubiera encontrado en
otras condiciones, pero en ese momento resultaba inútil porque sabía que se
negarían y en caso de insistir tendría que soportar la idea de haberlos
encontrado in fraganti un poco antes, también cargar con las condolencias de
Andrés por haberle ganado el mandado y para colmo tolerar la pasividad de
Jessica esperando que terminara sus embistes para librarse de él. Decidieron separarse y verse unos días
después.
Jessica estaba muy nerviosa, se había enterado de que Andrés no asistiría
al encuentro de ese día por razones familiares. Miraba con persistencia el
móvil y revisaba su correo electrónico. Marcelo se puso de mal humor, pero no
dejó salir su rencor y trató de convencer a Jessica para salir a dar una vuelta.
Ella se negó excusándose de un dolor de cabeza y se encerró en su habitación.
La casa se quedó en silencio y Marcelo encendió la televisión. No encontró nada
que le llamara le interesara, entonces vio su cámara de video y comenzó a ver
lo que tenía. Mejor no lo hubiera hecho porque encontró la ocasión en que se
sintió rechazado por su mujer. En las escenas ella mostraba su desagrado cuando
él la tocaba y veía con horror la satisfacción que ella mostraba cuando se unía
a Andrés. Entendió que la había perdido sentimentalmente a Jessica y hacía
mucho tiempo que estaba con él sólo por obligación. Recordó aquellas palabras
que le había dicho uno de sus amigos de la universidad. “Para que una mujer sea
infiel, necesita dejar de amar a su pareja. Nosotros, en cambio, somos
distintos porque lo tomamos como deporte”. Se enfureció porque lo primero era
verdad y lo segundo no valía mucho para él, pues había conocido pocas mujeres
en su vida y era muy recatado. Una idea
le comenzó a estorbar por la insistencia con que iba y venía por sus
pensamientos. Tomó una decisión y comenzó a fraguar un plan para deshacerse de
su enemigo Andrés.
Jessica comenzó a inquietarse cuando sus mensajes se fueron acumulando y
las respuestas no llegaban. Se lo comentó a Marcelo y decidieron acudir a la
policía. “Lleva tres días sin reportarse y nos preocupa que haya desaparecido
sin decirnos nada, pues somos muy íntimos amigos”—le dijo Jessica al inspector
de la comisaría. Empezó la búsqueda, pero no hubo respuesta ni la primera
semana, ni el primer mes. Interrogaron a los clientes de Andrés que sólo los
atendía por internet y el día que había desaparecido les había comentado a
todos que iba de cacería y que atendería sus pedidos al día siguiente. No lo cumplió,
pero nadie se preocupó por ello. La mayoría decidió posponer las compras o
dirigirse a otro distribuidor de partes de recambio para autos.
En lo referente a sus familiares nadie sabía nada del paradero de Andrés y
Jessica y Marcelo tenían la misma versión desde el primer interrogatorio. Ella
había despedido a su marido al trabajo, se había quedado en la cocina haciendo
la comida, había recogido a los niños de la escuela y había esperado a que
volviera Marcelo de la oficina. Él se había ido al trabajo, había ido a
entregar unos documentos a una empresa, había vuelto a la hora de la comida a
reportarse con el jefe y había salido a la hora de costumbre. No había motivo
de sospechas, pero Jessica estaba desmejorada, no le ponía atención a su
familia, se despertaba por las noches y terminó culpando a su marido de la
desaparición de su amante. “Tú nos oíste cuando estábamos en el cuarto de los
cacharros, ¿verdad? —le preguntó ella, pero Marcelo lo negó—. Por eso no nos
propusiste estar juntos los tres después de la fiesta. Luego ideaste un plan
para matarlo. ¡Eres un maldito asesino!”.
La intuición de Jessica era, por desgracia, más poderosa que las
investigaciones de la policía y la prudencia y meticulosidad de Marcelo, por
eso su instinto la guió hasta el armario donde recordaba haber visto un rifle
viejo de cacería. Al no encontrarlo le dirigió una mirada aterradora a Marcelo,
pero este fingió no saber nada al respecto y le dijo que no sabía a qué arma se
refería. Las noches comenzaron a ser insoportables por el insomnio y las
eternas preguntas que se habían repetido hasta el cansancio. Una mañana llegó
el inspector a informarles de que se había encontrado el cadáver de Andrés en
estado avanzado de descomposición y se le habían extraído unas balas de rifle
calibre 25. Jessica le dijo al inspector, tal vez sin pensarlo, que a ellos se les
había perdido un arma del mismo calibre. Marcelo se puso blanco y no le quedó
otra salida que la de permitirle al inspector que viera el lugar de donde se
había extraído el arma. Salió a flote la lista de invitados y personas que
concurrían la casa, el inspector se llevó, en un paquetito, una caja pequeña y
vieja que había contenido algunas balas y Marcelo tuvo que contar detalles de
la vida de su padre con respecto a su afición a la caza y comentó que lo había
acompañado dos o tres veces, pero que para él ese tipo de actividad era muy
inhumano. Las cosas no eran tan alarmantes como pensaba Marcelo, porque la
policía, aunque hubiera sospechado de él, nunca encontraría el arma, pero la
sospecha de su mujer empezó a crecer como un enorme monstruo que lo fue
aplastando hasta que la desesperación lo obligó a confesar. No lo hizo frente
al investigador de la policía, ni se lo dijo a un amigo, ni a su mujer, sino a
sí mismo en una pesadilla. Estaba hablando dormido cuando Jessica se levantó a
orinar y al conocer los detalles se desmayó. Por la mañana, Jessica permaneció
muy callada y no dijo más que lo necesario, luego estuvo todo el tiempo
haciendo una evaluación de las cosas y logró, por un instante, volver a la
realidad y sentir de nuevo las cosas tal y como eran. Lo primero que notó fue
que llevaba dos meses sin reglar y que los síntomas del embarazo ya comenzaban
a manifestarse, luego lloró por saber quién era el padre, por último, la
paralizó un escalofrío por el presentimiento de quedarse abandonada con tres
hijos, con un marido en la cárcel y el agrio recuerdo de su amante asesinado.
“Lo confesó en un sueño—dijo el inspector—, esas fueron las palabras de su
mujer que nos llevaron a aclarar la verdad ¿se imagina? Ella ni siquiera se dio
cuenta de lo que nos estaba contando. Se hallaba tan distraída lamentando la
muerte de Andrés que pensaba en una cosa y decía otra. Lo siento mucho, señor
Marcelo, pero ahora tendrá que cumplir una condena por homicidio calificado”.
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