Las palabras de mi ayudante me
habían puesto de muy mal humor. Traté de que no se me notara el disgusto, pero
por el tono de mi voz o el gesto torcido de mi boca, Pasha sabía que no
aceptaba sus comentarios. Él con su carácter blando y su falta de método no
había descubierto a ningún malhechor hasta ese momento. Era porque se guiaba
más por la intuición que por el sentido común. Por desgracia, las corazonadas
siempre fallan en la mayoría de los casos, pero está vez había dado en el blanco
al decir que el psicópata era como yo. Pasé tres días con un humor de los mil
demonios, pero al final lo acepté y esa resignación representó mi derrota. “Si
usted fuera el asesino, seguro que actuaría igual”. Con esas palabras estúpidas
se me cortó el sueño porque empecé a verme en el lugar del criminal elaborando un
plan para matar. Primero la elección de la víctima, después una lista detallada
de sus horarios: salida al trabajo, horas de comida, encuentros con otras
personas, aficiones, ocio, vicios, etc., luego la emboscada y el final.
El inspector Andrei está viejo y su forma tan elemental de analizar los
asesinatos está caducada. Tal vez antes esa antiquísima forma de actuar fuera
muy buena, pero ahora contamos con mucha tecnología a nuestro servicio. Por un
lado, eso no significa que nos lo resuelva todo, pero sí nos ayuda a tomar
atajos y solucionar más rápido ciertas dudas. Con su actitud meticulosa, sus
notas en el bloc, sus largas consultas a los archivos y carpetas de la
comisaría, el inspector pierde mucho tiempo, el cual podría aprovecharse para
acorralar al asesino. Además, ya tiene fuertes problemas con el tabaco. Se fuma
casi una cajetilla diaria y cuando empieza a toser parece que echa fuera no
sólo las flemas, sino también todas las ideas y parte del cerebro. A veces,
siento lástima por él. Lo veo de lejos con su único traje, viejo y gris, planchado
hasta el hartazgo, los zapatos gastados, pero bien lustrados y su perfil de
pájaro con las gafas colgándole en la punta de la nariz y su enorme copete gris
que le da aspecto de pájaro carpintero. No sé mucho de su pasado porque nunca
habla de eso. Según los rumores, estuvo casado, luego se divorció y su hija se
fue a vivir al extranjero. Aquí está solo y sus aficiones son leer el
periódico, releer sus novelas policíacas de Ellery Queen y salir los fines de
semana al campo para trabajar en su jardín. Tiene una casita que le dejó algún
familiar y es, desde hace mucho tiempo, el refugio que tiene para olvidarse de
las perversiones de la vida del investigador de homicidios.
En realidad, se dedican a los casos más sencillos. Desde mi punto de vista
son la pareja ideal. Andrei tiene la experiencia necesaria para guiar a Pasha y
éste tiene una forma de analizar las cosas como si se tratara de un juego de
adivinanzas, así que mientras uno va meticulosamente siguiendo los pasos de los
delincuentes, el otro husmea como un perro tratando de orientarse en el oscuro
bosque de pistas con el que cuentan. Pronto mandaré a Andrei a la jubilación y
tendré que buscarle un ayudante a Pável, será necesario asignarle a alguien con
una mente ágil, pero que compagine con la personalidad del buen Pável que
parece un adolescente empedernido. Tengo dos candidaturas: Slava y Anton. El
segundo me parece demasiado perspicaz y peligroso, por eso asignaré, en la
primera oportunidad, a Slava. Ya me imagino la cara que pondrán los dos, su
relación será un infierno en el que el ayudante pensará con elegancia y el
superior le estropeará todas las hipótesis por la falta de sentido común.
La semana pasada después de haber dejado a Pasha en su casa, me fui a mi
refugio en el campo y cuando estaba preparando el té, descubrí que las palabras
de mi ayudante me estaban volando como moscas inquietas encima de la cabeza,
después me quedé mirando las servilletas, la tetera, la tacita y los cubos de
azúcar y me di cuenta de que el imbécil de Pável estaba en lo cierto. Me
pregunté si el asesino habría puesto la cucharita enrollada en una servilleta,
si habría puesto la mermelada en un platito de postre y si habría acomodado con
cuidado las galletas en lugar de ponerlas solamente en una pequeña ensaladera
de cristal. La respuesta la sentí como un codazo en las costillas porque era un
rotundo sí. Además, el hecho de que no conozcamos una parte de nosotros y sean
las personas las que nos lo digan, me parece muy interesante, pero en este caso
no me gusta nada porque seguramente habrá más cosas desagradables que iré
descubriendo en las próximas conversaciones con mi ayudante.
Ha vuelto con un poco de catarro, eso hará que lo tenga que soportar con su
continua tos y su barrito de paquidermo. Podría quedarse a descansar y pedir
una baja por enfermedad, pero como no tiene nada que hacer en su casa, más que
aburrirse así mismo con todas sus cursilerías, se viene a ponernos los pelos de
punta con su parsimonia. Creo que si se pusiera a ver las películas de acción
en las que nos muestran a los héroes más despiadados persiguiendo en coches a
los ladrones o peleando en el techo de un tren con un asesino fortachón e
invencible, cambiaría su actitud pero se niega rotundamente. “Si hay que ver
películas de detectives—dice—, prefiero El sueño eterno, El halcón maltés y El
largo adiós, pero interpretados en mi imaginación por Cary Grand y no por
ninguno de los Marlowe. Ni Bogart, ni Montgemery, ni Mitchum, ni nadie, querido
Pasha”. Eso me repite siempre que quiere ponerle punto final al tema del cine
negro. No sabe que existen películas como Seven u ocho milímetros y se la pasa
embobado con su Raymond Chandler.
Bueno, ya estoy aquí de nuevo. Espero que el jefe no empiece a persuadirme
de irme a descansar por causa de mis mocos. “Váyase ya a su casa—me dirá con su
cara de bufón—. ¿Qué hace aquí contagiando al personal? ¿No le da vergüenza?”.
No más donde salga con su cantaleta le tiro el trabajo y me voy para siempre.
Ahí viene el grandulón de Pasha. Me da mucha pena que su mujer lo tenga por
compasión. Si supiera que su ratona le pone los cuernos, se moriría de la desilusión.
Recuerdo la vez que me invitaron a cenar en Año Nuevo. Estuvo fatal todo, la
ensalada desabrida, la tarta rancia, el vino tinto mal servido y las tortas de
carne en un mar de grasa. Ahí los tenía enfrente, cogidos de la mano como dos
tórtolos. El inocente Pasha corpulento, con su mirada de sapo y su bigotillo hitleriano
es ridículo, pero lo que más me desagradó fue la actitud sumisa, muy fingida de
Larisa, meneándose como si estuviera en una pasarela de modas y golpeando el
parqué como si le hubiera querido hacer hoyos al piso. Es seguro que eso fue,
precisamente lo que vio el tonto de Pasha cuando decidió salir con ella, meneo
de caderas y paso seguro; aunque lo más probable es que ella lo haya elegido
primero. No hacen buena pareja y mi ayudante solo sirve de tapujo para que la
arpía le dé rienda suelta a sus más bajos instintos y perversos deseos,
mientras su marido se encuentra ausente tratando de desembrollar casos delictivos
muy sencillos. Esa noche bebimos y pude ver claramente cómo ella sonrojada al
corregir su equivocación explicando que Misha era su compañero de oficina y que
de tanto comunicarse con él, se le había olvidado que estaba en su casa y no en
el trabajo. Yo sabía a la perfección que ese tal Mijaíl no era un colega de la
empresa, sino nuestro jefe.
A una siempre le gusta que los hombres sean atentos y eso es algo que
valoro mucho en mi marido, sin embargo, el cuerpo me pide algo más. Cuando me
pongo ardiente, por cualquier tontería: una revista, una compra o un cumplido,
no me puedo controlar porque una llama de fuego me quema el cuerpo. Así me
encontraba esa ocasión que vi a Mijaíl, tan atractivo, curioso y con sus
palabras tan agradables. Estaba al lado de mi marido cuando dejó de darle
instrucciones al inspector Andrei y sus ojos verdes se me clavaron en el pecho.
Saludo de forma muy cordial y sentí que
él tendría que ser mío. Fue una corazonada que se me incrustó entre las piernas
y me paralizó por completo, sólo me sacó el temblor de mi posición petrificada.
Tuvo que jalarme Pável para que pudiera moverme. Un mes después, acostada en la
cama del hotel se lo dije: “Mijaíl, me excitaste desde que te vi”. Él sólo se
sonrió con una mueca burlona. Es muy astuto y adora mis piernas, me pide que me
ponga cosas de lencería muy atrevidas y me complace en lo que le pido. A
diferencia de Pasha, Misha es un gran conocedor de los cuerpos femeninos. Me
acaricia y sabe cómo hacerme aullar de placer. Trato de ser lo más prudente
posible y cuando está a punto de salírseme su nombre me muerdo la lengua para
que no se revele mi secreto.
Es una mujer ninfómana, no puedo quitármela de encima. La primera vez que
la vi me pareció una ratona, pero en cuanto puse atención en sus proporciones,
es decir su cadera y piernas, supe que era una mujer ideal para el sexo. Vi
cómo se estremecía y bajaba la mirada frente a mí. Decidí que en alguna
oportunidad la seduciría y me resultó más rápido de lo que creía. Llamé dos
días después a Pável para hacerle una consulta y me contestó ella. Le propuse
que nos viéramos sin que se diera cuenta mi subordinado y aceptó. Ya en el
hotel me contó que Pasha era paciente, pero no le ofrecía lo que su cuerpo
necesitaba. Es una mujer ardiente. Detrás de esa actitud mustia se esconde una
tigresa deseosa de placer. Era infatigable al principio y, solo a base de
trabajo, he logrado que se controle, pero según su humor puede parar o seguir
hasta conseguir lo que quiere. En realidad, me harta un poco porque, si antes
no pensaba en su propio placer, es decir, no le preocupaba porque sabía que lo
lograría sin duda; ahora desconfía y el temor de no correrse la mantiene tensa
y la distrae o la desespera. Me imagino que pronto Andrei se jubilará por
necesidad y Pasha se quedará a trabajar con Vladislav, quien me ayudará a
deshacerme del inútil de Pável. Lo primero que haré será darle el caso del
doble a Pasha y Vlad se pondrá a revolverlo y lo podrá hacer muy pronto, pero
como eso no me conviene, cambiaré algunos datos en el expediente para que los
dos se rompan la cabeza sin poder encontrar alguna hebra de la que puedan
aferrarse para aclarar el caso.
Me di cuenta de que Mijaíl era el indicado para ocuparse de mi mujer. Ella
tembló al verlo, se le notaba la atracción que sentía por él, es por eso que no
intervine el día que concertaron su primera cita. Los vi entrar al hotel sin
sentir celos. Al contrario, pensé que tal vez de esa forma me liberaría de la
presión que me había estado ejerciendo Larisa desde el día en que nos
encontramos por primera vez. Desde ese afortunado suceso, las cosas han ido
mejor. Larisa está más tranquila, me deja descansar. Tengo más tiempo para
dedicarme a la investigación, duermo mejor y más horas y no tengo que padecer
esos eternos momentos discutiendo por cosas fatuas que afectan nuestra relación.
Esta última semana Larisa ha estado muy mal y creo que es por causa de sus
ansias. Mijaíl debería prestarle más atención. Ya no duerme bien y en ocasiones
me despierta en la madrugada montándose sobre mí para desahogarse.
Siguiendo con el razonamiento anterior sobre la semejanza del asesino
conmigo, podría decir que él es tan organizado como yo, más joven, más astuto,
y muy egocentrista. En eso si me lleva mucho porque siempre he tratado de ser
un altruista con los demás. En ocasiones me arrepiento de regalar dinero o
hacer donaciones, pero nunca sería un ególatra tacaño. Es por eso que el
criminal recoge hasta lo último del lugar del crimen. Lo deja todo ordenado y
limpio. Creo que si me concentro podré llegar al meollo de este asunto y
descubrir quién es el asesino de las abuelas. Ya habíamos tenido un caso así, pero
con nuestras pesquisas encontramos a la mujer luchadora que durante el día se
disfrazaba de enfermera y ofrecía sus servicios de masaje a las viejecitas para
luego matarlas. Este nuevo asesino debe ser un hombre. Tan tiquismiquis como
nuestro jefe. Mira, no lo había pensado, pero hay novelas en las que aparece
precisamente eso. Recuerdo haber leído una historia en la que un miembro del
cuerpo de investigación es el asesino y se adelanta en las investigaciones para
que sus compañeros no lo descubran, sin embargo, un día comete el error de
relacionarse con la mujer de uno de los investigadores y en un momento de
amnesia dice algo que lo compromete, así que echa fuera del departamento de
homicidios al mejor investigador y deja al mando a un inepto, el cual es
precisamente el marido de la mujer con la que se acuesta. En fin, creo que será
mejor que renuncie de una vez a mis proyectos y pida mi jubilación.
Creo que es el mejor momento para dejar de salir con Mijaíl. Me he enterado
de que Pasha será el nuevo encargado de los homicidios de las ancianas, así que
dejaré de acostarme con su jefe. Estoy orgullosa de mi marido, ahora si podrá
cumplirme algunos de mis caprichos, aunque seguiré con la necesidad de
encontrarme a alguien que pueda controlar el ardor de mi corazón.
Ahora que tengo más tiempo para leer y embellecer mi jardín me siento
mejor. No sé por qué he recordado eso de que la personalidad es una ventana dividida
en cuatro partes que varían en medida de acuerdo a la persona. La primera es lo
que el individuo y los demás saben de él; la segunda es lo que la persona sabe
de sí misma y los demás no; la tercera es lo que los demás saben y el individuo
ignora de sí mismo; y la última es lo que el individuo y los demás ignoran de
él. En el caso de Mijaíl las primeras tres partes de la ventana estaban
definidas, pero ¿qué habrá en la cuarta? Siempre será un misterio para mí y
sólo el exceso de tiempo y de estarle dando vueltas a todo lo relacionado con
las viejas decrepitas me han llevado a sospechar precisamente de él.
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