Los gemidos silenciados por una cinta adhesiva provocaban que los ojos se
le llenaran de sangre a Don Fabricio. Raquel veía como su novio Arturo le
clavaba la hoja de metal una y otra vez. Ella sentía que su odio se diluía con cada
puñalada y que saltaba su felicidad en borbollones rojos. Durante cinco minutos
el fuerte enfermero clavó y desclavó el cuchillo. Su uniforme quedó como el de
un carnicero, luego levantó el cuerpo pesado de su víctima y lo tiró por un
acantilado. Al caer la enorme masa de carne se estrelló contra las rocas y las
olas empezaron a azotarlo con fuerza. “!Jamás sospecharán de nosotros!”—le dijo
Raquel a Arturo quien se encontraba en trance, al igual que los gallos de pelea
que han destrozado a su oponente, pero les cuesta recuperar el aire y la cordura.
Él se desnudó y ella se le arrojó. Estaba tan excitada que vio el paraíso. Fueron
arrastrados por una fuerza sobrenatural. Después se quedaron acostados
recuperándose. Intercambiaron algunas palabras insignificantes y se levantaron.
Él se vistió, se limpió la sangre y echó en una gran bolsa su uniforme. Se
subieron a la camioneta y se fueron. A partir de ese momento tendrían que ir
con pies de plomo. Repasaron todos los detalles sobre sus actividades en los
últimos tres días. La coartada era perfecta.
Volvieron a la rutina diaria. Arturo se presentó en el hospital. Le
comunicaron que atendería a una señora con problemas de movilidad. Llegarían
por él los familiares y lo conducirían a la residencia de Doña Estela Medina
para que la paseara y la cargara cuando quisiera ir al servicio o tomar un
baño. Raquel se presentó en la agencia de modelos para renunciar. Expresó su
más sentido pésame por lo acaecido con el dueño y dijo que estaría localizable
para cualquier cosa. Justificó su renuncia argumentando que le habían dado un puesto
en una compañía en la que atendería a empresarios famosos sirviéndoles café, té
o agua. No iba a ganar mucho, aunque para comenzar estaba bien. Sabía que no se podría comunicar con su amante
en unas semanas y se refugió en una actividad deportiva. Investigó sobre los
entrenamientos en un gimnasio y pagó unas cuantas sesiones de aerobics. Pasó el
mes que habían acordado y Arturo llegó a verla a su piso. No se dijeron nada y
se enrollaron en un fuerte abrazo. El temor de ser descubiertos había mantenido
viva la pasión que los había inflamado en el acantilado de la carretera cuando
se deshicieron del cuerpo de Don Fabricio. Las cosas fueron bien, pero algunos errores,
que cometieron con imprudencia, le dieron una pista al inspector Artemio
González que finalmente pudo inculparlos.
Ella era una pérfida ante los ojos de los demás, pero nadie habría podido
negar que sus manos se habían manchado con justificada razón. Estaba sentada frente
al juez. Detrás de ella y su abogado, los curiosos que habían acudido a ver el
juicio, la maldecían en silencio. También se encontraban presentes algunos
parientes y allegados del difunto. Raquel tenía la cabeza baja y de vez en
cuando se reía, eso levantaba un murmullo en la sala. Los zumbidos desaparecían
cuando ella alzaba la cabeza y su mirada se clavaba en alguna mujerona o alguno
de los hombretones de Don Fabricio. Todo mundo sabía que la condenarían por
homicidio y que la encerrarían junto con su cómplice. Solo esperaban que
llegara ese dulce momento para aplaudir y celebrar que se impartía bien la justicia.
Eran las tres de la tarde y la sesión prometía bastante. El abogado defensor
estaba revisando unas gruesas carpetas. El letrado acusador era Bartolomé Gacha,
uno de los zorros más astutos que siempre había trabajado para la familia
Alcántara y secuaces. Mientras se decidía a empezar el juez. Los miembros del
jurado se acomodaron en sus asientos. Raquel se levantó el sombrero y se alisó la
falda de lana que era parte de su traje color beige. Regresó al pasado. Su
mente se fue hasta el día en que empezó a buscar trabajo como modelo. Tenía una
amiga muy querida. Se llamaba Adelina, era mitad española y mitad marroquí. En
ella se había mezclado lo mejor de su descendencia. Era esbelta, de uno
setenta, tenía el pelo ensortijado y muy negro. Sus ojos eran enormes y como
dos diamantes negros. Tenía buen carácter y era muy condescendiente. Se
diferenciaba de sus amigas por el optimismo con que iba por la vida. Siempre daba muestras de solidaridad y su
filosofía era salir adelante, aunque se estuviera desmoronando el mundo. Se
identificaron de inmediato. Su primer encuentro fue mucho antes de que una
agencia de modelos importante cogiera a Adelina.
“No te preocupes, Raquel— le había
dicho consolándola—. Te prometo que haré todo lo posible porque te llamen de
nuevo y te acepten”. Y fue así porque un día necesitaban con urgencia a una
modelo que tuviera un rostro peculiar, entre lo femenino y lo maléfico. Raquel
tenía unos rasgos bellos, pero cuando le dolía algo y torcía la boca, su rostro
se transfiguraba. Fue lo que le abrió las puertas aquel día. Trabajó con ahínco
y logró dos contratos muy buenos. Lo
malo fue que se volvió a separar de su querida amiga a la cual casi no vio en
meses y después se alejaron definitivamente. Un día en el que Raquel estaba
haciendo sus planes para viajar al extranjero leyó una noticia horrible. Un
titular decía que la hermosa modelo Adelina Tawfeek había caído por accidente
desde el piso que compartía con una chica moldava. Raquel no pudo controlarse y
se desmayó por la impresión. Cuando se recuperó, unas semanas después, siguió las
noticias con el fin de descubrir la verdadera causa de la muerte de su amiga,
pues no podía tragarse lo que decían los reporteros que cubrían la exclusiva.
No era posible que su amiga tan cuidadosa y precavida se hubiera caído completamente
desnuda desde un balcón, además era imposible que estuviera borracha en el
momento del accidente porque nunca bebía.
Fue a varias comisarías y preguntó por los detalles. En todas le dijeron
que ese caso era muy importante y no se podía decir nada hasta que se aclarara
todo. “No entorpezca las investigaciones, señorita, le decían los policías,
dándole esperanzas”. Lo malo fue que el tiempo se fue como un torrente que se
llevó muchos meses. Pasó más de un año sin que hubiera un poco de luz en el
caso. Lo único que se había dicho era que Adelina se había registrado en una
empresa para modelos de nombre Super Beautiful Women que tenía un catálogo enorme
de mujeres guapas y se consideraba la empresa más importante del país en lo que
se refería a las edecanes. Con el tiempo, Raquel supo que había un lado oscuro
en las actividades de dicha empresa. El dueño, Fabricio Alcántara, les ofrecía
a sus clientes más selectos, es decir empresarios y políticos, damas de
compañía que se acostaban con ellos. Las tarifas eran altísimas, pero todo
mundo las pagaba. No sería de extrañar que a la guapa modelo de sangre marroquí
la obligaran a alquilar su cuerpo. Raquel comenzó a oír por las noches
persistentes voces que la incitaban a proceder. “Tienes que acercarte a él,
tienes que seducirlo, por más difícil que te resulte ¡Acéptalo! ¡Acéptalo! ¡Así
podrás vengarte!!Vengarte!”.
Al final ya no se opuso a los llamados que recibía de su interior. Un día se
arregló lo mejor que pudo para dar la impresión de que quería conseguir un
puesto, a toda costa, en la agencia de modelos. Se fue a la entrevista de
trabajo. La oficina estaba en una casa muy lujosa en la que notó que había un
estudio de fotografía y filmación. La recibió una joven delgada con el pelo
suelto y muchos tatuajes en los brazos. Le pidió que esperara un poco. Raquel aguardó
pacientemente media hora en la que no se levantó una sola vez de su asiento que
era un sillón de cuero muy ostentoso. A ella le dio la impresión de que la
estaban observando por las cámaras de seguridad. Al final, la dejaron entrar a
la oficina.
—Disculpa que te haya hecho esperar tanto, Raquel, es que tenía un asunto
urgente.
—No se preocupe señor Fabricio o, Fabrichio ¿Cómo se pronuncia?
—Dígame Fabrichio, es el original en italiano, puede usar el Don, si lo
desea—y sin esperar respuesta preguntó—Desea trabajar con nosotros, ¿verdad?
—Sí, así es. Me interesa mucho el trabajo.
—¿Es que tanta necesidad tiene?
—No es por eso. Es que me han hablado muy bien de esta empresa, es decir, de
su empresa.
—Ah, bueno ya entiendo, pero ¿qué está dispuesta a hacer?
—Todo lo que me pidan—dijo parpadeando con insistencia como si la traicionaran
los nervios.
—¿Estás segura? —le preguntó sonriendo con maldad.
—Sí, sí, completamente segura.
Don Fabricio mandó llamar a dos jóvenes que se dedicaban a la filmación. Le
ordenó a Raquel que se desnudara y los tipos comenzaron a meterle mano. La experiencia
no era agradable, pero Raquel fingió que eso le gustaba, se mostró dócil y muy
cariñosa, a pesar de que le magullaban el cuerpo, le apretaban el cuello y le
daban fuertes golpes en las caderas. Cuando la empinaron en un sofá para
poseerla, Fabricio que estaba un poco intrigado y muy excitado, les mandó
parar. Se fueron los hombres refunfuñando y entonces la orden fue que se
acostara con él. Raquel se le acercó y comenzó a besarlo con dulzura, luego se
dejó llevar por la intuición y resultó que encontró todos los caminos que llevaban
al corazón del pervertido y cruel Don Fabricio. “Serás, por ahora, mi compañera—le susurró al
oído—, ¿entiendes? Vendrás cuando te llame y me complacerás como hoy”. Raquel
salió con la orden de comprarse ropa elegante y joyas.
Pasaron los días y comenzó a asistir a las entrevistas por la noche cuando
Don Fabricio se tomaba sus copas y esperaba que lo trataran a cuerpo de rey.
Raquel entró a su cama y ya no tuvo que irse a ningún lado. Era oficialmente la
amante del jefe. Se quedaba con él en su dormitorio y desayunaban juntos. Luego
recibía encargos y se iba con el chofer a hacer la entrega a domicilio de
algunas chicas. Pronto tuvo acceso a la base de datos de la empresa y descubrió
que su amiga Adelina había sido filmada en películas porno, que se había
enamorado de ella un importante empresario y que se había metido en problemas
al escuchar los secretos del influyente businessman. Había unos correos en los
que se le pedía a Don Fabricio actuar rápida y eficazmente para terminar con la
posibilidad de que a la joven modelo se le fuera la lengua. Decidieron aplicarle
“La solución final”, un término que usaban para decidir el futuro de las
empleadas difíciles. Raquel lo comprendió todo y entró en crisis. Tuvo que
decir que uno de sus familiares estaba enfermo y que urgía su presencia para
que Don Fabricio la dejara ir. Raquel sabía que la vigilarían, por eso se fue a
la casa de una de sus tías y se condujo con mucha prudencia. En unos días
terminó de fraguar un plan y cuando ya estaba segura de la forma en que se
vengaría volvió.
Era de noche. Los empleados se habían retirado y Fabricio se disponía a
dormir, pero Raquel no estaba. Él la llamó y le preguntó si llegaría esa noche.
Se ofreció a ir por ella y le ordenó a su chofer que lo llevara a la parte
oeste cerca del mar. Por el trayecto, el Mercedes Benz, fue atajado y un hombre
con capucha sometió a Fabricio y dejó inmovilizado al chofer. Una camioneta se
encaminó hacía la playa y al pasar por una parte escabrosa se detuvo. Salió
Raquel y le pidió a su acompañante que bajara a Don Fabricio. Él la miró con
odio, pero tenía la boca tapada con una cinta adhesiva. Escuchó con horror la
sentencia de su muerte y la causa. Gimiendo imploró perdón y dijo, sin que lo
oyeran, que no tenía nada que ver con la muerte de la pobre de Adelina, que él
no era más que un intermediario y que la pobre chica había estado en el momento
y lugar inadecuados. Luego, sus plegarias se convirtieron en lamentos. La
sangre le saltó por los ojos y sus aullidos se apagaron en su boca. El pecho se
le llenó de un líquido espeso y luego sintió que caía por un precipicio para
estrellarse con las rocas.
“Se abre la sesión, señores—dijo el juez dando unos martillazos de madera—.
Hoy tenemos la acusación de homicidio en contra de Raquel Escamilla Gómez y
Arturo López Diaz…”
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