El infierno es líquido— se dijo Francisco, mientras esperaba que lo
liberaran del cuarto oscuro en el que había pasado una semana—. No diluye las
penas y la sal te carcome, ¿a quién se le ocurrió ponerle a este archipiélago
el nombre múltiple de Vírgenes y pecadoras arrepentidas? Para los reclusos es
el abandono y para los custodios el exilio. Ya habían recorrido la isla los
rumores de que nos iban a liberar, pero nadie se lo tomó en serio. Ese murmullo
se paseaba por todas partes en forma de cangrejo, al final, creció y ahora
aplasta los arbustos, deja su rastro en la arena en forma de zanjas y crea
desconsuelo en los condenados. Nos recorre un escalofrío ácido por la espalda.
El tatuaje imaginado de criminales peligrosos lo llevamos en la frente, mancha
las páginas de los periódicos y la legislación nos aparta como leprosos. Nos
condenan y critican sin mirarnos a la cara. En estos años nos convertimos en
animales de cautiverio, sufriendo a conciencia las transformaciones que indica la
teoría de Darwin. Las piernas se nos hicieron zambas, la piel se nos engrosó
con capas oscuras, nos cambió el pelaje y algunos hasta lo perdieron. Nuestro
cerebro se redujo y se adaptó a las condiciones de animal preso. ¿Qué tan
fiables son los resultados del experimento? ¿Cuál es el grado de veracidad en
los datos que arrojan las pruebas, hechas con ratones de laboratorio? ¿Qué tan
reales son esos roedores que ya no gozan de sus capacidades naturales?
Tenemos siempre miedo ante lo desconocido, la liberación es un gran logro.
Algunos de nosotros no podremos regresar a la vida normal, incluso si se nos
deja ir con una preventiva, Raúl, por ejemplo, que en un arrojo de demencia ultimó
a un policía en los guateques que organizamos. Se te pasó la mano, cabrón—le
dijo Meche con la cara blanca por el reflejo de la muerte—, por eso si nos van
a refundir. No solo nos refundieron, nos mandaron al infierno de las
enceguecedoras tinieblas. Nos han maldecido o nos han maldito, no lo sé, el
caso es que hemos reprimido la esperanza, nadie quiere ver destruida su
ilusión. Cómo estará mi mujer, me dice Alfonso que dejó a Susana hace veinte
años con una barriga de seis meses. Cabrón, hubieras pensado en tu hijo, antes
de hacer tus pendejadas. Esta frase lo volvió loco, le vedó la facultad de ver
las letras y se imaginaba las palabras en la arena de la costa. Mira, nos decía
alegre, la Susi le puso mi nombre al chamaco. Ya tiene cinco años, luego diez,
quince y ahora lo veré hecho un hombre. Seguro que no es como yo, es una
persona de bien. Lo veo como arquitecto, doctor o abogado, eso sí, feo hasta la
cachas, como yo cuando era más joven. Se pone a llorar en silencio y hace
penitencia, le dura tres o cuatro días el ayuno. No habla con nadie y después
de la crisis nos empieza a saludar. Nos ha atiborrado de preguntas estas
últimas semanas. Por su intransigencia estoy aquí. Espero que cuando me saquen
pueda resistir el peso de las nuevas buenas.
Mi futuro seguirá siendo gris y dudo que a mis amigos les cambie en algo.
Estamos mutilados de la vida, nos castraron el deseo, nos hicieron una ablación
forzada. Ya nadie es quien era y no queda tiempo para cambiar. La que se merece
un pedestal es la pobre Meche. Llegó bien chamaca. La prostituyeron, la usaron
de paño de perversiones y ya no le queda nada. Volverá para trabajar de criada,
en una casa de ricos. Tendrá que negar su identidad. No será esa mujer
inteligente que se sabía las obras de Mar y Lenin. Pasará como una provinciana
ávida de empleo. Ella fue quien nos lo adelantó. He oído las noticias, dijo
mostrando los canales de sus dientes, esas reformas van en serio. Ese cabrón va
a liberarnos. ¡Qué Dios lo bendiga! Y en efecto, vinieron de la capital los
ingenieros, hicieron un reconocimiento del campo, los topógrafos comentaron que
se construiría un albergue, sitios de esparcimiento y que será un sitio
cultural. Creímos que era para nosotros y se iluminaron nuestras caras, pero
resultó que no. Se abrirán los casos, se revisarán los procedimientos, las
condenas, el Poncho se trasladará a otra cárcel en tierra firme, eso lo acabó
de chingar. Le dijimos que se esperara hasta que empezaran las inspecciones,
pero se alarmó, prefirió volverse loco. Traté de detenerlo, pero llegué tarde,
ya había usado las armas. Repetí mil veces que no era su cómplice, me costó
este castigo y cuando salga sabré que pasó con los demás.
No aguantó, el pendejo, es lo primero que me dice Meche al salir. Tantos
años con una voluntad de hierro y se nos vino a quebrar cuando ni hacía falta.
Estaba poroso por dentro, le sacaron la esperanza muy rápido, quedó allí, de
alimento para las pescadas, insípido les va a saber. Tú, mejor come bien, Paco,
no sea que te pase lo mismo y ya no llegas al final. Según nos anunciaron se
llevará menos de seis meses. Ya están dispuestas las comisiones y han mandado
barcos. ¿Te imaginas? Hay algunos idiotas que no se quieren ir. Les digo que es
mejor estar en tierra, aquí somos náufragos a la deriva, acompañados de puros
changos maliciosos y desgracias hambrientas. Que no van a soportarlo, dicen
angustiados. Mejor aquí abandonados que rodeados de ratas. Ya no somos
metropolitanos. Ha pasado un cuarto de siglo, quién nos va a necesitar. Mejor
ser enterrados aquí, ya nos falta el último tirón. Pero los van a obligar, les
dice Meche, si no lo hace la justicia, será la chota. Se ponen tristes y se van
a llorar por los castigados rincones. Meche se acongoja porque siente el mismo
dolor. Cálmate, mi Meche, algo podremos hacer para sobrevivir. Me mira con
lástima, con esa mirada que reconstruye nuestro pasado. Con esas ilusiones en
añicos que dejan mirar nuestro amor perdido, nuestras riñas, nuestra
resignación y el amor desinteresado. La vuelvo a ver joven cantando a Roberto
Carlos, recitando los versos de amado Nervo, caminando bajo las estrellas para
que nos miraran con envidia.
La vida se ha puesto más colorada, menos fría y la esperanza se pasea
ataviada. Hay gente que no lleva más de cinco años, son los últimos que
llegaron y nos dan una imagen contradictoria con lo que arguyen los políticos
de hoy. Ya nos dejan leer las noticias. Ponen la radio, parece otro país, otro
mundo. Se acabaron los partidos institucionales, sus representantes sí que
deberían estar aquí, pero les ha tocado venir a jugar al baloncesto, a pintar marinas
y hacer teatro. Bonito destino, las acciones nacionales son otras. Las dirige,
según dicen, la democracia. El pueblo es la voz. Le pregunto a Meche con los
ojos si nosotros también somos el pueblo. Me dice que sí, pero el reprimido, el
pueblo cansado de las inútiles consignas, el pueblo de los olvidados. Se nos
escurrió el tiempo entre el aburrimiento y los estúpidos trabajos forzados. No
lo vamos a recuperar nunca. Mañana ya no toca irnos. Seremos libres Meche y yo,
pero qué nos espera. Una ausencia de seres queridos que de encontrarlos serán
tan ajenos como un pato corriendo con los avestruces. A los que siempre odié
por exceso de amor ya no están y los que me comprendieron por compasión me
recibirán con remordimientos. La vida es absurda y los hombres no la instruimos
con nuestra experiencia, la solventamos con nuestro silencio, con esas caritas
de risa mustia y ojos de rana.
No llevamos equipaje. Rescatamos lo más elemental. Un reloj de la época de
la Revolución, heredado del abuelo. Unas cartas y fotografías polaroid
amarillentas, unos libros rojos que se han percudido por el desarrollo de la
humanidad, han caducado. El frío nos recorre la espalda. ¿Comunista? No me
chingues—nos dirán todos—eso ya desapareció de la historia, hasta los miembros
del politburó ruso lo renegaron, eso se acabó. Es por eso la mala sensación.
Meche y yo nos hemos dado cuenta de que fue una lucha inútil. Se devaluó la
protesta en la bolsa de valores de la existencia. Hubo reformas y las doradas acciones
se convirtieron en papeletas sucias. Se postergaron los grandes tratados de
igualdad y justicia y ahora la sábana del populismo cubre las camas de los
desamparados. Nos resistimos, nos negamos la verdad. Los tiempos perdidos están
esparcidos por el mar y ahora que volvemos a la patria nos persiguen los
fantasmas de Revueltas, esos que vio por primera vez aquí en el Alcatraz de
mentiritas. Nos rodean ahora esas víctimas del otoño permanente que secó las
articulaciones de las personas. La lluvia de escamas nos cae como brisa de
pescado. El bello mar es triste, su movimiento es un arrullo de pena, las
lágrimas lo han formado. Hay luto, el silencio lo respeta hasta el sol,
escondiéndose detrás de las nubes. La llegada no es la imaginada, no hay más
que unos cuantos policías impacientes y unas camionetas azules en el puerto. Se
niegan a vedarle la existencia al océano y han raptado a las sirenas, pero no
se parecen a las de verdad, sus chillidos no encantan a los argonautas, les
causan malestar.
Meche no lleva esposas, los demás sí. Poncho ánima las lleva
imaginarias, son dos Susanas, la real que abortó al chamaco y no se lo dijo
nunca y, la otra, la de las películas que él se imaginó, la mujer romántica,
emprendedora, la que luchó para darle una buena educación a su hijo. Raúl será
acomodado en su suite por asesinato premeditado. Mario, con sus gafas de Orozco,
llenas de cataratas se irá conmigo con la condicional. Tendremos que portarnos
bien para que no nos metan en jaulas, para no convertirnos en macacos de circo.
La mirada de Meche es inquisidora, me hace pensar en la promesa que le hice
cuando nos embarcamos un martes trece, fue hace tres décadas y fue rumbo a lo
que llamamos Hawái. Si salimos de esta—le dije con la verdad desnuda
apoyándome—nos casaremos, te lo juro. En realidad, sí llevamos una vida
marital. El matrimonio es el compromiso, no el papel. Ella me fue infiel por
circunstancia, lo hizo en contra de su voluntad. Pensé en ti—me dijo antes de
salir del archipiélago—, te juro que dolió, pero mi alma estuvo a tu lado en
esos duros momentos. Te lo creo—le dije—, te lo creo más que nadie porque el
dolor no se mide y nos arroyó a los dos, a ti con las piernas apretadas y a mí
con bilioso rencor de pegamento. Se esfuman los pestilentes humores. Se
desvanecen los fantasmas de nuestros compañeros que ya no verán este nuevo
país. Hay un atrevido caudillo que está liberando a los castigados sin crimen,
con culpas de cristal. Los otros fueron verdugos ciegos y sordos, temerosos de
un mal inexistente. Hay que ser optimista, el futuro es luminoso y no llevará
pronto al regazo del Señor.
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