miércoles, 7 de junio de 2017

Micros de junio

Condena eterna

Soy Esperanza, tu esposa, dijo la anciana cuando él se despertó. ¿Te acuerdas de esto? El hombre con los ojos entreabiertos olió el aíre y asoció el perfume ocre con ella. Había tenido una noche muy agitada luchando en sus sueños contra los cientos de cabezas que había cortado en su puesto de verdugo. Había visto correr oleadas de sangre y oído horribles lamentos, por eso se había revolcado en su cama bañado en sudor.  Había olvidado todo al despertar, pero sus familiares, cada mañana, le recordaban quién era. Vio la capucha negra que tenía enfrente, luego a un joven fornido con un rostro muy familiar y abrió la boca. Es tu hijo, Jean Louise, se llama como tú y ahora ocupa tu puesto. A ti te retiraron por tus problemas con la memoria. Debes saber que eras insustituible, entonces, una náusea le presagió un mal día y peor noche.


Dilema.

Por fin, una noche emprendió la marcha hacia lo que el denominaba el terreno de sus fantasías. Iba ilusionado oliendo el perfume de la esperanza. Por el trayecto se cruzó con un individuo con cara demacrada y cuerpo mullido, le preguntó la razón de sus penas. Al escuchar la respuesta se quedó muy desconcertado porque comprendió que tanto él como el otro se habían equivocado de dirección y llevaban mucho tiempo viviendo en el sitio inadecuado.  

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