Cuando apareció la noticia de que el famoso doctor Bernardo Carbajal se
había suicidado en la cárcel, José Villalba, el abogado que lo había llevado a
juicio por petición de sus clientes, estaba con su cliente Fernando Alba. Se
miraron con curiosidad y Fernando con una actitud quijotesca dijo que era
previsible que sucediera. Sí, estimado amigo, contestó José, pero lamento mucho
que ese hombre no haya sido condenado antes. Permanecieron unos minutos sin
hablar, eligiendo las palabras más propias para el caso. A pesar del ruido de
la vajilla y algunos saludos de los clientes la cafetería parecía estar vacía.
En la mente del abogado Villalba resurgieron las imágenes del juicio. Recordaba
la cara burlona y arrogante del doctor que había violado las normas morales y
su juramento hipocrático implantando sus reglas en la clínica de inseminación
artificial que dirigía.
Villalba interrumpió sus pensamientos cuando la camarera le preguntó si
deseaba tomar más café. Levantó la vista e hizo un gesto afirmativo. Ese
instante fue aprovechado por el señor Alba para continuar con el tema.
—Tengo entendido, dijo, que el tal Carbajal es muy parecido a usted, ¿no?
—Sí, estimado amigo, cabe la posibilidad de que yo sea de sus primeros hijos.
Se podría demostrar muy fácilmente porque tenemos los mismos rasgos físicos y
si se hiciera un análisis de nuestros genes se encontraría una coincidencia del
noventa y nueve por ciento.
—Y, ¿no lamenta haber condenado a su propio padre?
—No, querido amigo, no lo lamento en absoluto. Primero, porque no vivió
conmigo ni me educó, segundo, porque tenemos el mismo carácter, nos aferramos a
nuestros ideales: él se denominó benefactor de la humanidad y yo defensor de la
justicia, así que cada uno en lo suyo ha llegado hasta las últimas
consecuencias.
—Debió ser duro el juicio con todas esas personas humilladas frente a ese
impostor, ¿no?
—Sí, claro. Imagínese que el muy cabrón describió con lujo de detalles lo
que hacía con las pacientes…—Alba trató de salirse de la senda por la que se
iba metiendo con su abogado aclarándose la garganta, pero sus intentos fueron
nulos—. Mire, querido amigo, ese monstruo declaró que las pacientes guapas que
llegaban para el tratamiento sentían atracción por él y por eso inventó una
forma de engatusarlas para hacerles el amor.
—Eso es una depravación, ¿no le parece?
—Claro que sí, amigo mío. ¿Sabe qué les decía? Decía que el orgasmo
femenino era una forma de estimular la eyaculación masculina y servía de
recurso para tener un mejor embarazo, así que les daba un medicamento para excitarlas
un poco y las penetraba hasta que sentían ese momento explosivo. Él por
supuesto no se ponía protección y segregaba su semen, luego iba, si se daba el
caso por más esperma recolectado en su banco y lo mezclaba con el suyo dentro
de la vagina, de esa forma fue que cientos de mujeres se quedaron con sus
vástagos, incluida mi madre.
—Y ese doctor ¿tuvo la osadía de declararlo ante el juez?
—Claro, amigo, además su actitud era la de un ser supremo que nos hacía un
favor confesándonos que había recibido la orden de Dios, que se lo había
revelado como a los profetas a través de la voz de un arcángel.
—¿Cómo es posible que haya gente tan loca?
—Esa es una pregunta difícil, pero mi opinión es la de que Bernardo
Carbajal se dejó llevar por su vanidad, la perversión y el poder del que
gozaba. Al final, creo que su muerte refleja su arrepentimiento. Es una lástima
que se haya abolido la pena de muerte porque se la merecía el cabrón.
—Bueno, todo está claro. Ahora, quisiera confesarle el motivo de mi cita.
—Bien. Hable.
—Mire, quisiera que me ayudara a resolver mi problema. Resulta que tengo
una agencia publicitaria en la que rodamos cortometrajes y anuncios para la
televisión. Con frecuencia llegan jóvenes muy guapas y en ocasiones se sienten
atraídas hacia mí. En varias ocasiones me he sentido acosado por ellas y,
siendo imposible controlarme, accedo a lo que me dicta el instinto, así que ya
se imaginará…
—Un momento. ¿Está afirmando que se ha acostado con sus clientas?
—A decir verdad, no sólo con mis clientas, sino con mis empleados y algunos
hombres.
—¡Ah!!¡No, señor! ¿Sabe lo que me está pidiendo?
—Claro que sí, pero debe entender que me han demandado y, por si no lo
sabe, mi madre me concibió por inseminación artificial en la clínica Carbajal.
—Ni hablar. Váyase, váyase.
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