El inspector Leblanc llegó a un antiguo hotel en la Rue du Meudon. Subió a
la cuarta planta, corrió como el viento
por un corredor y saludó a Bastián que lo estaba esperando. Leblanc entró en la
habitación. Había un hombre de unos treinta y cinco años sentado en un sofá,
tenía una camisa blanca arremangada y pantalones de pana. Su cabeza estaba apoyada
en el antepecho. Le habían disparado en la frente a una distancia muy corta con
una Ruby siete milímetros. Lo más extraño es que nadie había oído nada. El
hotel estaba casi vacío y, aparte de la recepcionista, sólo un camarero estaba
trabajando. Eran las tres de la madrugada. En el libro de registros sólo
estaban los nombres de tres personas alojadas. Uno de ellos era el que se
encontraba en el sofá, se llamaba Charles Fayett, según sus documentos,
trabajaba en una institución pública, era miembro de un sindicato y estaba
casado. Cerca de la cama estaba boca abajo una mujer desnuda sobre un charco de
sangre porque le habían atravesado el cuello con un abrecartas de plata. Sus
pertenencias estaban en su caro bolso de color negro. Su ropa era de marca y tenía
cuarenta años.
—Todo parece indicar, Bastián, que hay un tercer actor en esta tragedia,
¿no lo crees?
—Sí, inspector, habría sido imposible que el hombre la matara y luego se
metiera un tiro.
—¿Has encontrado el arma?
—En el bolso, es una Ruby, ¿se lo puede imaginar?
—Son de la primera guerra esas matracas, ¿no?
—Sí, inspector, pero duraron por su eficacia hasta la segunda.
—¿Cómo te imaginas el asesinato de estos dos?
—Le he hecho preguntas al camarero que les trajo la botella de Champagne. Al
mostrarle el fiambre me ha dicho que no había visto a esta mujer y la
administradora tampoco. A la que vieron los dos, fue a la otra.
—Y ¿te la han descrito?
—Sí, inspector, era delgada, se llama Sofie, tiene las caderas muy
prominentes y cuida mucho su peinado. No ha mirado a la de administración y
parece que trataba de ocultar su rostro. Sin embargo, se ha confirmado que
tiene los labios inyectados y parece una mujer acostumbrada al trato con los
hombres.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada, inspector, son las palabras del camarero. Eso haría suponer que comerciaba
con su cuerpo, ¿no cree?
—Tal vez. Tendremos que investigarlo a fondo. ¿Qué más?
—Mi hipótesis es que llegaron Charles y Sofie, pidieron bebida y se
disponían a conversar o a acostarse cuando apareció Alice Fondant y los
interrumpió. Luego, hubo un conflicto entre los tres y se fueron a los puños.
Lo malo es que la señora Alice ya venía preparada.
—A ver si lo puedo imaginar. Están los dos tórtolos a punto de entrar en
acción, alguien toca la puerta y entra, comienzan a discutir, ¿alguien oyó el
escándalo, Bastián? ¿No? ¡Qué raro! Bueno, empiezan a conversar, se calientan
los ánimos, Charles está sentado mostrando seguridad, ella se acerca para decirle
algo, saca la pistola y ¡bang! Luego, Sofie sale del baño o se acerca, por
alguna razón no grita, ni pide ayuda y después…¿cómo logró desnudarla y
asestarle el golpe mortal, Bastián?
—Mire la cama, inspector, está revuelta y hay sangre. Cabe la posibilidad
de que se hayan acostado, hayan jugado un rato hasta satisfacerse y cuando la
señora Alice se descuidó, Sofie cogió el abrecartas y se lo enterró en la
yugular. Mientras agonizaba hubo lucha, pero duró muy poco, luego su cuerpo se
desplomó y quedo al lado de la cama tal y como lo encontramos.
—Me parece bueno y convincente tu planteamiento, pienso y pienso, pero no
logro imaginar otro escenario.
—Gracias, inspector.
—Lo has hecho muy bien, Bastián, un día de estos te ascenderán. Hablaré mañana
con ese Clement Fouché para que de una vez te conceda el nuevo puesto.
—Bueno, inspector, ¿nos queda algo más por hacer?
—Sí, Bastián, hay que ir a investigar los detalles de la vida de estos dos
y buscar a la prófuga.
Dos días después Leblanc asistió a una obra de teatro con el título “A
puerta cerrada” basada en el libro de Jean Paul Sartre, vio la pieza con la
boca abierta porque la fue adaptando a la vida real y las características de
los personajes se amoldaban a las personas de la habitación del hotel. Había
obtenido información de sus fuentes y todo se acomodaba a la perfección. El que
se amoldaba a Charles había sido un sádico con su mujer y había traicionado a
sus compañeros del sindicato; la correspondiente a Alice Fondant era lesbiana y
había obligado a su primo y su esposa a suicidarse; por último, la de Sofie
engañaba a su marido y había asesinado a su hija. Leblanc salió del teatro con
el rostro rojo, se iba repitiendo algo en voz baja y llamó a Bastián cuando
llegó a su casa.
—Oye, Bastián, he visto una obra de teatro y…
—¿Para eso me ha llamado inspector? Estoy en la ducha.
—No te preocupes, te quitaré un minuto nada más. Mira, los personajes de la
obra tienen exactamente las mismas características de nuestros clientes. Tienes
que ir sin falta, allí verás cuáles fueron las razones que llevaron a los tres
a reunirse y a matarse. Bueno, en la obra eso no sucede, pero si la hubiera
escrito Sartre como una historia policíaca, seguro que se habrían ultimado de
la forma en que lo hemos visto. Por cierto, ¿qué más has investigado de la
señorita Sofie?
—Pues, lo que nos temíamos, inspector, Sofie tiene un seudónimo: “La Monroe”.
Sus clientes son gente de dinero y a todos les pide mucha discreción, no
trabaja para las agencias y su marido es un importante hombre de negocios.
—Bueno, nos queda investigar por qué se reunió con un pelagatos como
Charles.
—Está bien, inspector, hasta pronto.
Leblanc se quedó con unas palabras en la boca, después dijo en voz alta:
“Los demás son nuestro infierno en vida”.
“Los demás son nuestro infierno en vida”.
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