Me agrada que sea
usted una persona tan culta y le guste el latín—le dijo a don Martín, su
cliente—. Me recuerda una frase que encontró un artista en un antifaz, de esos
que usan en los carnavales, después de haber engañado a su mujer. ¿Conoce la
historia? Permítame narrársela.
Cuentan que un
pintor estaba en su estudio cuando llegó una mujer que le pidió que le hiciera
un cuadro, pero con la condición de que no pusiera su cara real y dibujara el
rostro de la mujer que se imaginaba que se escondía debajo del velo que tenía
puesto. Acordaron el precio y el número de sesiones y comenzaron de inmediato
con el trabajo. La mujer le pidió que le hiciera un desnudo al estilo clásico,
así que se quitó el vestido, se despojó del pañuelo que le cubría el rostro y
entró en el salón resguardada por un antifaz. El hombre se sintió muy atraído
por la carne blanca y firme de la dama. Es usted como Galatea—dijo el artista
preparando los carboncillos y un lienzo grande. Le propuso que se pusiera cerca
de la ventana para que la luz iluminara el flanco derecho de su atractivo
cuerpo. Con mucha rapidez se puso a trazar los contornos de los hombros y la
cadera, remarcó las partes de la sombra y le dedicó más tiempo del habitual a
un peinado con el pelo recogido y algunos caireles sueltos.
—Ya está. ¿Qué le
parece?
—Usted es el
experto—contestó ella sin poder separar la vista del boceto que tenía enfrente.
—Quedará perfecto,
señora. No lo dude.
—Es tarde, señor…
—Dígame, Leo, a
secas. Y ¿usted?
—Gabriela, a
secas.
Leo no fue capaz
de contener sus manos y la comenzó a acariciar. Gabriela se dejó arrullar por
las palmas calientes y varoniles de Leo. Al final, se unieron sus labios y se enrollaron
en un abrazo que los llevó a descubrir su interioridad. Los encuentros amorosos
se repitieron y cuando el cuadro quedó terminado, Leo le pidió a Gabriela que
se quedara con él.
—No me importa.
Nunca he tenido un romance como este y estoy dispuesto a dejar a mi esposa. De
cualquier forma, es aburrida, sosa y ya no me interesa. No puedo estar sin ti.
—Está bien, pero
primero me llevaré el cuadro y después nos iremos a donde te plazca.
—Haz lo que
quieras.
Al día siguiente
unos cargadores llegaron por la tarde y se llevaron el cuadro. Leo recibió una
nota para encontrarse con Gabriela en un restaurante y verla por fin tal cual
era. Por desgracia, no llegó y se tuvo que ir muy decepcionado. Llegó a su casa
que estaba sola, pero su cuadro se encontraba apoyado en la pared del salón.
Estaba también el antifaz. Lo cogió y descubrió que tenía la siguiente frase en
la parte anterior: “Magis ese quam videri oportet”. Cogió un diccionario de
latín, fraseológico, y descubrió el significado. ¿Sabe cuál es?
—Sí mi querido
amigo. Esa frase se podría traducir como “Más importa ser, que parecer”.
¿Cierto?
—Sí, claro, lo ha
hecho muy bien. Ahora, dígame ¿quién era la mujer del antifaz?
—Lo ideal hubiera
sido que fuera su mujer, pero me arriesgaría a decirle que por la época en la
que sucedió, quizás haya sido una prueba y la señora le haya mandado a una
criada o una prostituta.
—Es usted muy
astuto e inteligente, creo que podemos empezar a hacer negocios.
—¡Claro! Usted
dirá… ¿Qué le parece una entrada de cine para el estreno de Moonlight?
—Sí.
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