No sé si de tanto estarle dando vueltas a las palabras de Paco, se han
hecho realidad al final. Cuando se me emborracha se pone necio con sus
filosofías baratas. Que si el infierno lo busca uno mismo en vida, que si la
mentada teoría del ser y la nada, que si el puto existencialismo y su maldito
Sart o Sarté, ni siquiera sé cómo se pronuncia ese apellido francés. El caso es
que me he llevado una sorpresa horrible, hoy cuando me he vuelto de la planta
de separación de basura.
Dicen que echarle la culpa a los demás es una forma de librarse de la
responsabilidad propia, pero a mí no me queda otra salida más que esa. Necesito
echarle a otro esto que me ha pasado a mí porque está fuera de toda lógica. Esa
vez, cuando estaba en la línea, ya harta de soportar el dolor de la espalda (es
que se me había enfriado el espinazo y, como es mi punto débil), quería irme de
una vez por todas. Que se vayan todos a la mierda —me dije —sin poder
enderezarme y, precisamente en ese instante apareció la famosa bolsita de la
compra con un nudo ciego.
No sé por qué se le pasó a mi compañera de al lado, estaría papando moscas
como siempre. No es la primera vez que sucede porque cuando llegó una caja
aplastada con unos gatos aplanados dentro, la Lola se puso que dizque a toser.
¿Casualidad? ¡No! Seguro que la muy zorra tiene un sexto sentido que le indica
que los desechos desagradables son para mí —¡Toda la mierda para mí! —. No es
que en la banda todo sea muy chulo y agradable, al final es basura que hay que
reciclar, pero que no me joda. Me deja pasar los mininos aplastados, las malditas
ratas quemadas y ese pobre bebé. ¿Impresionante? Sí, claro, pero ya nos habían
llegado antes articulaciones, manos y pies. No sé por qué la gente piensa que
echando su basura al contenedor hace un truco de magia con el que desaparecen
las cosas, pero que vengan a dejarse aquí el pellejo, a oler toda esta
porquería y separar los cartones manchados de mierda. Estoy muy enfadada, por
eso me salen reproches como vómito, pero es que la verdad no es justo. Para que
me comprendan empezaré por el principio.
Cuando mi vecina Alicia me vio llorando por que el dinero no me alcanzaba
para nada me dijo que, lavando, cosiendo y planchando ajeno lo único que
conseguiría sería echar mi vida por el caño, lo dijo muy convencida y al día
siguiente me levantó pronto para que la acompañara a la planta. Nos tardamos
casi hora y media en llegar, pero cuando vi el edificio enorme me dije que
tenía que quedarme allí para sacar el dinero que me hacía falta para convencer
a mi hija Diana de que volviera a la casa. Dolores me recomendó con don Pepe y
me asignaron un lugar en la línea de separado de cartón, papel, metal y vidrio
porque se había dado de baja una empleada y yo les venía como anillo al dedo.
Me dieron un delantal, un gorro, unos guantes y una máscara para no oler la
podredumbre que es horrible, siempre he sido muy sensible a los olores
desagradables, pero ¿qué podía hacer? Por un lado, la crisis no me permitía
encontrar nada mejor y, por el otro, el sueldo no era tan malo, bajo, sí es
verdad, para qué voy a mentirles, sin embargo, hice cuentas rápido y pensé que las
montañas de ropa que tendría que planchar y coser para ganar lo que me ofrecían,
llegaban al cielo.
Así fue como me quedé. Lola se alegró mucho y todos los días hacíamos el
trayecto juntas. Paco se relajó un poco y se hizo más cariñoso, sólo le aumentó
un poco al licor, pero estaba muy manso. Me decidí a ahorrar en una lata de
galletas muy vieja, pero con unos dibujos muy chulos. El dinero era para
convencer a Dianita de que volviera a la casa. La cruda o, mejor dicho, tensa situación
en la que siempre nos habíamos encontrado desde la llegada de Paco provocó que
se buscara un tipo que al final se la llevó. Intenté detenerla con todas las
estratagemas de una madre, pero todo falló. Fue más fuerte la maldita necesidad
de estar con su inútil amante que el compromiso familiar. En fin.
Conforme iban pasando los días el ahorro se hizo más y más grande. Empecé a
indagar por el paradero de mi hija, sin mucha suerte claro. Lo malo es que
después de encontrar la bolsa que dejó pasar Alicia, vino la policía a
investigar. En boca de todos estaba la madre deshumanizada que había tirado a
su hijo a la basura. Nada más de pensarlo se nos revolvían las tripas. Nos
habituamos a que se comentara como un “buenos días” la noticia del bebé. No
hubo durante bastante tiempo otro extravagante suceso que lo sustituyera, ni
siquiera la bolsa llena de dinero que encontró Concha era lo bastante atractiva
para ensombrecer al niño muerto empaquetado en una bolsita del centro
comercial. Sabíamos que la deshumanizada madre vivía cerca de aquí porque el
paquete se había colado en uno de los contenedores de la ruta de los camiones
de esta parte de la ciudad. Daniel, el camionero, que hacía ese trayecto nos
dijo que era probable que se hubiera recogido el contenedor en la colonia
aledaña. La vida continuó de forma habitual y seguimos con nuestra ardua labor
de triadoras.
Bueno, había prometido ordenar las cosas para que se me entendiera bien lo
que les quiero contar, pero creo que les he revuelto tanto todo esto que ya ni
se acordarán que todo empezó porque Diana, mi hija se fue con un fulano que la
maltrataba, pero luego regresó. Eso fue cuando ya había juntado bastante dinero
para buscarla y ayudarla para que saliera a delante en los estudios. Diana quería
ser dentista, pero la nota del bachillerato, que terminó de milagro, no le daba
para ingresar a la facultad. Se dedicó a la vagancia y un buen día se marchó.
Ahora estaba de vuelta. La encontré cuando iba subiendo las escaleras. La
reconocí de espaldas y me dio gusto que estuviera allí. La impresión que tuve
cuando se volteó fue horrible, pues se hallaba muy demacrada, con unas ojeras
enormes, el rostro muy pálido y algunos moretones en el cuerpo. Había perdido
mucho peso. Entramos al piso reventó en llanto, dejé que sacara todo lo amargo
que llevaba dentro. Me empapó la blusa con sus lágrimas y la abracé con ternura
como cuando era pequeña.
“Dejé a ese cabrón de Marcelino, mami. Te prometo que ya no haré más
estupideces”—dijo ahogándose por el llanto. Le cogí las manos para que se
calmara, le aseguré que en mi tenía a su mejor amiga y que podía vivir conmigo
cuanto quisiera. Tomamos un café y la noté muy meditabunda, era como si con las
lágrimas se le hubieran acabado las palabras. Le pregunté por qué estaba tan
seria si ya no había motivo de preocupación—. “Es por causa de Paco—dijo con la
voz entrecortada”. Ya, hija—le contesté sin ni siquiera imaginar que las
siguientes palabras me caerían como granizo—. Paco tiene mal carácter, pero con
mi nueva situación se ha calmado y ya no es tan agresivo como antes. Podemos
estar tranquilas. “No mamá, tu no entiendes nada—me espetó mirándome con
fiereza a los ojos—. Paco me violó, me obligó a complacerlo y me chantajeó con
matarte si abría la boca”. ¿Cómo dices? —le pregunté todavía pensando que había
oído mal, pero ella repitió lo mismo. ¿Cómo era posible que se lo hubiera
callado, Diana? Ella sabía a la perfección que yo tenía a Paco sólo como un
compañero para no estar sola y no aburrirme, es decir, por costumbre, si se
puede explicar de esa forma, pero de eso a que abusara de mi hija…Lo malo es
que no sólo esa fue la única noticia mala, también me dijo que cuando Marcelino,
el cabrón con el que se había ido a vivir, se había dado de que iba embarazada
la echó de su casa y ella tuvo que quedarse con una anciana que le ofreció un
cuarto a cambio de su ayuda.
Le pregunté por el bebé. No debí hacerlo nunca porque la respuesta me llevó
de nuevo a la línea de separación de basura. Sentí de nuevo ese golpetazo del
corazón al ver la bola de carne arrugada como si fuera un lechón crudo. Una
tormenta de imágenes comenzó a atiborrar mi cabeza de ideas. Todo comenzó a
ordenarse en mi mente. Las discusiones con Paco, los escándalos de Diana
callando la verdad, mis reproches absurdos y todo lo demás. Cuando supe que la
casa de la vieja estaba cerca de la planta y que mi hija había echado al niño
al contenedor y que el crío era de Paco, ya no pude contenerme y salí a buscar
al patán para darle su merecido. Se me arruinó la vida en cuestión de minutos y
ya no valía la pena vivir bajo la burla y el engaño. Se había formado un
infierno a mi alrededor y la única manera de acabar era exterminarlo todo. Por
eso, precisamente por esa razón, fue que cogí lo primero que encontré a mano.
Bajé al bar de don Pedro y encontré a Paco tomándose una cerveza, estaba
alegre, contando chistes, me miró y soltó un “!Mírala, nada más! ¿Qué puta
mosca le habrá picado ahora?”. Ya no pudo decir más porque arremetí contra él,
le propiné un golpe en la nariz, luego mi furia se encargó de demolerlo por
completo hasta que el rodillo se me rajó. Fue imposible que me detuvieran sus
amigotes no sé de donde me salió tanta fuerza. Bueno, eso es todo lo que pasó y
perdónenme por haberles contado todo tan desordenadamente, pero es que nunca he
sido muy buena para contar las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario