Estaba tumbado en su diván, con la mano derecha sostenía el periódico de las noticias de la tarde y con la izquierda un vaso con Whisky en las rocas. El cigarro llevaba un cuarto de hora consumiéndose en el cenicero. James tenía la vista fija en la crónica que había redactado sobre el caso de “El villano prófugo”. Durante diez años había trabajado en la redacción y nunca había visto un debilitamiento de la policía como el que se presenciaba en esos días. Tiró el diario y cogió el cigarrillo, le dio una calada muy lenta y larga, oyó las sirenas de las patrullas y las ambulancias en la calle y se levantó para buscar algo comestible en la nevera. Había sólo unas latas de atún y cerveza. Se le cortó el apetito y se volvió a tumbar en el diván. Tenía pocas fuerzas y sentía los párpados hinchados, quería dormir, pero si lo hacía vería cortado su sueño con la llamada que esperaba y ya no podría descansar. Encendió la tele y vio sin interés el partido de béisbol de la temporada pasada. Eran las doce de la noche y no se había quitado la camisa ni los pantalones de casimir. Prefería no hacerlo porque su trabajo no sólo no tenía un horario fijo, sino que era tan flexible que dormía vestido hasta los fines de semana para estar listo por si se requería su presencia en algún sitio. Esa vida de reportero de la sección de delitos y crímenes le había impedido vivir con alguna mujer y llevar una vida normal.
Era guapo y las chicas se sentían muy atraídas por su físico, no era muy común encontrar tipos así. Era alto, con abundante pelo y cara de estrella de cine, además era fuerte e inteligente con mucho talento, pero por confiado se había desviado del camino del éxito y ahora lo único que hacía era redactar sus notas y columnas que la gente leía más por morbo que por otra cosa. Habría podido ser un rico empresario o talentoso ingeniero, pero había decidido oponerse a la voluntad de su padre y se hizo redactor de crónicas delictivas en un periódico de poca tirada. Le heredó el puesto un hombre mayor, que le dejó un escritorio lleno de papeles viejos, un sillón con un profundo hoyo en el asiento, una máquina de escribir vieja y miles de chucherías.
En la redacción siempre lo consultaban sus compañeros, el jefe no lo quería mucho y lo agobiaba con el trabajo. Su secretaria Katherine, estaba loca por él, tenía la esperanza de que James algún día se decidiera a vivir con ella, pero él ni siquiera la miraba cuando le daba el café o le pedía alguna tarea. Aunque ella era bajita y corpulenta, había en ella una feminidad arrolladora. Su estrecha cintura y sus amplias caderas no pasaban desapercibidas para nadie, sólo el tonto de James la miraba como a un jarrón con flores u otro objeto de la oficina y no veía la delicadeza y fertilidad que Katya irradiaba. En una palabra, era un ciego incapaz de ver el esmero con el que su secretaria aromatizaba su gabinete, la escrupulosidad con la que ordenaba las cosas tiradas y la suavidad con que le escribía notas y le hablaba. Para James su actitud era cursi porque, al no prestarle atención a las cosas y percibir a través del oído y las ideas falsas la conducta de su subordinada, la tomaba como una chica extraña y anticuada.
Pasada la medianoche sonó el teléfono y le comunicaron que se había cometido otro crimen a unos minutos de su casa. Se lo comunicó Jack, un policía que lo mantenía al tanto de todos los delitos que se cometían en la ciudad y que patrullaba los barrios peligrosos por las noches. “Es otra vez el caso raro ese…el del signo, ya sabes, James”—se lo dijo como si le estuviera dándole los buenos días. James no se apresuró a salir, podía incluso pedirle a su amigo que le guardara la nota y se la entregara por la mañana cuando terminara su turno. Se encendió un cigarrillo, se acomodó el pelo, se puso los zapatos, la gabardina y su sombrero y bajó por las escaleras. Se subió a su viejo coche. Había agitación en la ciudad, muchas patrullas y ambulancias irrumpían por las calles como si se tratara de escandalosos monstruos en una noche de invasión de extraterrestres. Hacía ya unos meses que los delincuentes estaban causando estragos en la gran metrópolis y los policías no se daban abasto. Se encontraba a los sospechosos, pero era imposible apresarlos porque se esfumaban de forma misteriosa como si se les facilitara un salvoconducto que los hacía inmunes a la justicia. “Los arresto, los llevo a juicio, los condenan— decía el inspector Ellery con coraje— y unas semanas después salen bajo libertad condicional o indultados, así es imposible trabajar”.
James ya tenía suficiente con las redacciones que hacía para el diario sobre robos a los bancos y museos, los asaltos en las calles, la venta de estupefacientes y la búsqueda de los criminales famosos sobre los que más hablaba Ellery. Los homicidios no le atraían en absoluto, pero por su calidad de reportero se veía obligado a ir a tomar fotos e interrogar a los testigos para escribir al día siguiente artículos que a nadie le interesaban tanto como a su jefe. Llegó a una zona donde había unos cuantos edificios viejos y unas casas construidas a principios de siglo. Buscó la dirección que le había dado Jack y subió a la segunda planta de una casa con fachada de azulejos amarillos. En cuanto el policía lo vio lo llevó al sitio donde estaba la nota. Le mostró el pequeño trozo de papel amarillento que se encontraba entre las manos de un hombre que yacía recto en la cama y llevaba una bata de seda china. Lo más extraño era el maquillaje que tenía en la cara porque parecía un cantante de la ópera Madame Butterfly con el pelo recogido y unos jazmines como tocado. El sitio era muy frío y los muebles eran escasos, sobresalía por su tamaño una cómoda con una gran luna empotrada en la pared parecida a la del tocador de un camerino de teatro.
—Es todo lo que encontramos—le dijo Jack en el momento en que le dio el papel—, no hay ningún rastro, como siempre. —Seguro que algo habrá, Jack, hay que preguntárselo a Ellery. Por cierto, ¿te has dado cuenta de que siempre el escenario del crimen es muy raro? —Sí, claro, James, es tan raro que parece que ese es el rasgo primordial del criminal. Ser raro, esa es la cuestión, James. —Tienes razón, ya había pensado en eso, pero ahora que lo dices creo que tendré que repasar de nuevo las noticias que he escrito sobre este caso. Adiós, Jack, que pases un turno sin ajetreos. —Adiós, James.
El caso Ж, ese conjunto de crímenes extraños y extravagantes que tenía en jaque a toda la comisaría, era muy poco popular entre los lectores y sólo entre los detectives era famoso y llevaba la denominación de cruel y delicado. La primer incógnita empezaba con el extraño signo dibujado con pintura de acuarela muy diluida y de colores vivos. En ninguna religión ni secta se usaba un signo parecido. James pensaba que se trataba de algo del más allá porque en su mundo sucedían cosas asombrosas, los villanos llevaban capas, máscaras, incluso tenían súper poderes y tenían su distintivo, pero ninguno semejante a la Ж, esa araña aplastada, que le quitaba el sueño a los representantes de la justicia. La segunda cuestión estaba relacionada con el carácter del asesino que por ser tan variopinto no encajaba ni en un hombre ni en una mujer, ni siquiera en un grupo de criminales multiformes.
Tenía que ser algo explicable con una lógica diferente, un elemento de una forma poco común de comunicación. La última cuestión era que los crímenes, fueran los que fueran, producían sólo pena. James lo notó desde el segundo caso cuando encontró a un científico muy famoso devorado por unos raros escarabajos. Al ver el enjambre de insectos subiendo y bajando por un esqueleto de huesos amarillentos no sintió ni asco ni miedo, sólo esa fuerte aflicción que lo hizo llorar en soledad cuando volvió a su casa y comenzó a redactar la noticia y se descubrió derramando, como un gotero del grifo, sus lágrimas sobre la máquina de escribir. También estaba el misterio del color de la yema de huevo, la sensación de sed acompañada de la sed y un canto de calandrias en el lugar del crimen; y, a la vez, un toque tierno y femenino mezclado con humor negro como en el caso del faquir. James había recibido la llamada de Jack, llegó a una especie de mandir en el que un hombre descansaba en una cama de clavos, pero estos lo habían atravesado retando todas las leyes de la física y el asceta se había convertido en picadillo. Tampoco había rasgos de violencia y la imagen era tan tierna por la sonrisa del anacoreta que todos los que presenciaron la escena se rieron por lo bajo. Ahora estaba este oriental falso con su corona de jazmines, la fiebre en su rostro, su bata de cigüeñas bordadas y sus dientes de perla. El homicida no sólo había aniquilado hombres, entre las víctimas también había mujeres, pero estas sin excepción eran de una belleza sin igual.
A la mañana siguiente James se despertó tarde, sacó una camisa limpia del armario y se puso un traje más limpio y sin olor a sudor. Una vez al mes iba a su casa la señora Berthe, quien le hacía la limpieza, le planchaba y le lavaba la ropa, casi no la veía y siempre se asombraba de encontrarla con un trapo en la cabeza que más parecía un sombrero de esos que llevaban las damas de finales del siglo XIX. La saludaba, asombrado por su aspecto de retrato pintado, haciendo una reverencia y le dejaba el pago en una mesita junto al teléfono mientras ella le iba diciendo dónde estaban colocadas todas sus cosas. Hacía apenas una semana que le habían limpiado el piso y ya se notaba el desorden. Se lamentó de la suerte de su encargada de limpieza y salió suspirando. Llegó a la redacción, la gente no paraba de moverse y hablar. Se comentaba la marejada de crímenes que había asaltado a los ciudadanos durante las tres últimas semanas. Michel Norton, el jefe del departamento, lo llamó para pedirle que organizara las noticias para el diario de la tarde. James le vio su redondo estómago que amenazaba con arrancarle los botones de la camisa, los enormes ojos grises de sapo y sus bigotes escasos y le comentó que la noche anterior había aparecido una nota más del intangible caso Ж, pero el jefe no lo oyó y dándole instrucciones muy claras sobre la edición de las noticias de la tarde se fue a su oficina, donde había unas personas que lo esperaban.
James se sentó y comenzó a ordenar todos los papeles amontonados que tenía junto a la máquina de escribir. Sólo pudo apilar unas pocas carpetas y tirar algunos borradores ya rancios porque entró una llamada del inspector Ellery que le pidió acudir sin retraso a la comisaría. —¿Qué ha pasado? Dime. Ellery, ¿por qué tanta prisa? —Tenemos una pista sobre el caso, James. Puede ser que lo que te voy a decir sea una locura, pero Rodríguez, mi nuevo ayudante, me dio la pauta para adivinarlo. Se trata de una mujer. —¿Cómo? ¿No te parece un poco descabellada esa idea? Ninguna pista nos ha llevado a sospechar que el autor de esos crímenes sea una mujer. Tú mismo lo dijiste una vez, Ellery. Recuerdo perfectamente tus palabras al salir del laboratorio donde estaba el científico devorado por los escarabajos. “Ninguna mujer sería capaz de esto”—dijiste riéndote, Ellery, cuando una de sus ayudantes te lo preguntó. —Sí, James. Lo recuerdo perfectamente, pero ahora es diferente. He revisado los expedientes de las posibles asesinas y, de la lista de doscientas, están Emma Frost y Rodge, pero tienen coartadas impecables porque también cometieron fechorías en otros sitios, donde fueron vistas, y no sería posible que se desdoblaran para estar en dos lugares a la vez. —Y ¿para eso me has llamado? ¿qué tengo yo que ver con todo esto? —Mira, James, como las principales sospechosas están limpias, pensamos Rodríguez y yo, que debe ser una mujer de nuestro entorno. —Oye, Ellery, las mujeres que nos rodean están muy lejos de ser unas asesinas. No matarían una mosca. En ese momento James se dio cuenta de que Ellery se veía más resaltado por los cuadros que limitaban su espacio y que sus bocadillos o burbujas en las que se leían sus palabras resaltaban más las letras. El color, incluso era más vivo y en algunos planos había un reflejo brilloso como por efecto del aire. Se despidió de su amigo con la promesa de poner atención en todas las mujeres que viera para saber si la sofisticada asesina se había estado burlando en sus caras. En la calle trató de recordar cuantas imágenes enmarcadas de planos completos de la ciudad había. Eran muy pocas—se decía—llegarán a una diez y no se ve toda la extensión de la ciudad. Tenía más presentes las estampas de la ciudad de noche. La luna alumbrando una montaña con nieve y las luces de la ciudad muy resaltadas en amarillo, pero ninguna tonalidad era tan real como el de las notas que dejaba el criminal. No volvió a la oficina hasta el día siguiente.
Estuvo escribiendo las notas de su sección y revisó sus archivos, miró con atención a todas las mujeres, buenas, malas, de la oficina y visitantes, a las de la calle y las revistas, pero no encontró ningún cabo suelto de donde sujetarse. Dejó de pensar y se dio un masaje en las sienes. Estaba cansado y le dolía un poco la cabeza. No podía concentrarse y sus ojos se anclaban en cualquier lugar, parecía un zombie con los ojos saltones. Katherine le puso una nota enfrente y la miró más de cinco minutos sin decir nada, hasta que se despertó de su letargo y reconoció la nota. —¿De dónde has sacado esto, Katherine? —preguntó muy sorprendido. —Me la diste tú, James, me dijiste que te la entregara cuando volvieras de ver a Ellery…Y como ayer, no volviste, pues te la entrego ahora. —Pero es imposible, Katya, yo no cogí la nota que estaba en las manos de El Butterfly asesinado. Debe tratarse de un error. —No, James, te juro que me la diste tú. Deberías cuidarte. Estás cambiando mucho.
James se quedó solo, puso la nota sobre su mesa y vio con atención a Katya que se alejaba muy despacio. Le tembló la quijada cuando quiso recordar el aspecto que tenía su secretaria en su memoria y no le venían imágenes. Terminó su trabajo y se fue a cenar a una cafetería que estaba cerca. El ruido de la calle, las sirenas, los gritos y la sensación de peligro constante fueron apareciendo. Se tomó el café que se había enfriado, pagó la cuenta y salió. Decidió que dormiría bien y no atendería ninguna llamada. Al pasar por las calles trató de mirar a lo lejos para captar imágenes grandes de los edificios, pero no lo lograba. A las personas sí las veía con claridad extrema, pero les pasaba lo mismo que a Ellery, los que hablaban se quedaban enmarcados, con un globo de letras donde se podía leer lo que decían. Él mismo se sintió diferente y vio sus propias esferas con las expresiones exclamativas que le gritaba a sus conocidos que lo saludaban en la calle con un ¡Hey! Era como si su calidad plana de siempre estuviera a punto de cambiar. Experimentaba una hinchazón completa en el cuerpo y al mirarse las manos les encontraba contornos que antes no tenían.
Al llegar a su casa se tiró en el sofá y se empezó a tomar una cerveza. Resopló satisfecho después del primer trago y se apoyó con todo el peso en el respaldo, pero sus ojos encontraron una yema de huevo suspendida en el aire. Se levantó y se acercó para verla de cerca. Era más grande de lo normal y detrás había una cavidad rara. No sabía cómo podía existir una cosa así y trató de mirar lo que había dentro del boquete, quien hubiera presenciado la escena habría visto a James cerca de un círculo muy fino casi invisible. De pronto, la yema amarilla tomó la forma del signo Ж. James intentó tocarla, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Anduvo dando vueltas, pensando en darle alguna explicación al fenómeno, pero era incapaz de crear una hipótesis convincente. Durmió mal y a la mañana siguiente salió después de confirmar que la yema de huevo seguía suspendida en el mismo sitio y había recobrado su forma. En la redacción Michel Norton lo saludó con una sonrisa y le preguntó si había visto a Katya. Encogió los hombros y se fue a su despacho. Al entrar se dio cuenta de que, a pesar de que todo estaba en su sitio, faltaba algo. Era el olor de Katya. Nunca se había detenido a pensar en cosas como esa, pero oyó su voz del interior que se lo decía. Se sentó y empezó a escribir, no obstante, dejó el trabajo de inmediato. Miró por la ventana y un reflejo muy fuerte le dio de pleno en la cara. Se quedó deslumbrado un rato y cuando se le pasó ese punto brillante que veía constantemente enfrente de su cara lo asaltó un recuerdo. Era Katya acercándose despacio con su falda entallada y clara. Sintió su mirada y oyó su voz. No había pensado en ella nunca y ahora su forma comenzaba a imponerse delante de él como el mismo reflejo que hacía unos minutos lo había enceguecido. Fueron apareciendo como fotografías de un álbum familiar las posiciones que adoptaba Katherine.
En su mente fueron resurgiendo las pequeñas piezas de un rompecabezas de la vida de su secretaria, a quien había ignorado de forma consciente, pero su inconsciente había archivado todos los detalles. Lo más duro vino con las horas de sueño, pues Katya se aparecía en los sueños y no en la oficina. Pasó una semana y James resintió la ausencia de su secretaria, lo que no sabía es que ella ya no se aparecería por la redacción. —Renunció—le dijo Norton—. Sólo me llamó y dijo que había encontrado otro empleo, mejor que este y colgó. Es todo lo que sé. Trabajar resultaba muy difícil porque sin su secretaria James tenía las manos atadas. No encontraba nada de lo que necesitaba y los compañeros ni siquiera se asomaban por allí. Cuando James se levantaba a la cocina para preparase un café, saludaba a todos, pero no siempre le respondían. Le pareció que la oficina se había hecho más grande y que había perdido calor humano. Hubo una cosa asombrosa. Los asesinatos relacionados con el enigmático Ж se suspendieron. Pasó un mes y no se reportó ninguna nota, Jack dejó de despertar en las madrugadas al reportero.
Ellery se fue alejando de su amigo, resolvía con más éxito los casos y, además, lograba mantener a los criminales dentro de la cárcel. Era como si la normalidad hubiera vuelto a la ciudad. Ya no había hombres con máscaras de cerditos asaltando bancos, ni ambulancias y patrullas haciendo añicos el silencio de la noche. Las mujeres de la calle y sus proxenetas estaban sin empleo, los jefes de las mafias preferían dejar su negocio antes que sufrir la persecución de la policía. Nadie robaba, nadie buscaba estupefacientes ni armas y los hombres estaban ocupados haciendo labores en sus hogares junto a su familia. Los fines de semana se veía a la gente tranquila paseando por las calles y parques. La redacción se cerró temporalmente por falta de sucesos delictivos y James recibió una pequeña indemnización que le alcanzó para vivir unos meses. Una mañana se levantó y ya no vio la yema de huevo suspendida en el aire ni el hueco que había detrás de ella. Oyó un sonido que se le quedó grabado dentro de la cabeza. Repitió lo que había oído y lo representó con las letras más adecuadas para reproducirlo: Zhenshina. De inmediato sintió la necesidad de salir de su casa e ir en busca de Katherine. Tenía que encontrarla a toda costa y lo antes posible. Vagó mucho tiempo por las calles de la ciudad y no la encontró, pero una tarde que se dirigía a una tienda para buscar unas herramientas lo arrolló un camión cuando seguía con la vista a una mujer idéntica a Katya. Le gritó y al ver que ella se alejaba con prisa, corrió y un fuerte golpe lo levantó por los aires.
Recostado en la ambulancia le pareció oír lo que decían los enfermeros, después se durmió. Ahora estaba a punto de abrir los ojos. No le dolía nada y el perfume de unas flores le recordó a su secretaría. Abrió los ojos y se encontró con una mirada curiosa. Ella estaba un poco diferente. Su peinado era otro y su cara parecía un poco más ancha, se sonrió. James quería contarle todo lo que había comprendido durante su ausencia, sobre todo lo del extraño huevo suspendido en el aire, pero ella le ordenó callar. Después descubrió que no se llamaba James y que su mujer no era secretaria, que tenía hijos y que trabajaba en una empresa de construcción. Era un arquitecto talentoso y en una visita a unos nuevos edificios se le había caído un techo encima y había estado unos meses desconectado de la realidad. Reconoció un signo cuando se abrió una puerta blanca y entró una mujer al servicio.
Entonces pronunció la letra Ж y se acordó de las perlas,de la vida, de la feminidad, del hierro y de muchas otras cosas más.
Era guapo y las chicas se sentían muy atraídas por su físico, no era muy común encontrar tipos así. Era alto, con abundante pelo y cara de estrella de cine, además era fuerte e inteligente con mucho talento, pero por confiado se había desviado del camino del éxito y ahora lo único que hacía era redactar sus notas y columnas que la gente leía más por morbo que por otra cosa. Habría podido ser un rico empresario o talentoso ingeniero, pero había decidido oponerse a la voluntad de su padre y se hizo redactor de crónicas delictivas en un periódico de poca tirada. Le heredó el puesto un hombre mayor, que le dejó un escritorio lleno de papeles viejos, un sillón con un profundo hoyo en el asiento, una máquina de escribir vieja y miles de chucherías.
En la redacción siempre lo consultaban sus compañeros, el jefe no lo quería mucho y lo agobiaba con el trabajo. Su secretaria Katherine, estaba loca por él, tenía la esperanza de que James algún día se decidiera a vivir con ella, pero él ni siquiera la miraba cuando le daba el café o le pedía alguna tarea. Aunque ella era bajita y corpulenta, había en ella una feminidad arrolladora. Su estrecha cintura y sus amplias caderas no pasaban desapercibidas para nadie, sólo el tonto de James la miraba como a un jarrón con flores u otro objeto de la oficina y no veía la delicadeza y fertilidad que Katya irradiaba. En una palabra, era un ciego incapaz de ver el esmero con el que su secretaria aromatizaba su gabinete, la escrupulosidad con la que ordenaba las cosas tiradas y la suavidad con que le escribía notas y le hablaba. Para James su actitud era cursi porque, al no prestarle atención a las cosas y percibir a través del oído y las ideas falsas la conducta de su subordinada, la tomaba como una chica extraña y anticuada.
Pasada la medianoche sonó el teléfono y le comunicaron que se había cometido otro crimen a unos minutos de su casa. Se lo comunicó Jack, un policía que lo mantenía al tanto de todos los delitos que se cometían en la ciudad y que patrullaba los barrios peligrosos por las noches. “Es otra vez el caso raro ese…el del signo, ya sabes, James”—se lo dijo como si le estuviera dándole los buenos días. James no se apresuró a salir, podía incluso pedirle a su amigo que le guardara la nota y se la entregara por la mañana cuando terminara su turno. Se encendió un cigarrillo, se acomodó el pelo, se puso los zapatos, la gabardina y su sombrero y bajó por las escaleras. Se subió a su viejo coche. Había agitación en la ciudad, muchas patrullas y ambulancias irrumpían por las calles como si se tratara de escandalosos monstruos en una noche de invasión de extraterrestres. Hacía ya unos meses que los delincuentes estaban causando estragos en la gran metrópolis y los policías no se daban abasto. Se encontraba a los sospechosos, pero era imposible apresarlos porque se esfumaban de forma misteriosa como si se les facilitara un salvoconducto que los hacía inmunes a la justicia. “Los arresto, los llevo a juicio, los condenan— decía el inspector Ellery con coraje— y unas semanas después salen bajo libertad condicional o indultados, así es imposible trabajar”.
James ya tenía suficiente con las redacciones que hacía para el diario sobre robos a los bancos y museos, los asaltos en las calles, la venta de estupefacientes y la búsqueda de los criminales famosos sobre los que más hablaba Ellery. Los homicidios no le atraían en absoluto, pero por su calidad de reportero se veía obligado a ir a tomar fotos e interrogar a los testigos para escribir al día siguiente artículos que a nadie le interesaban tanto como a su jefe. Llegó a una zona donde había unos cuantos edificios viejos y unas casas construidas a principios de siglo. Buscó la dirección que le había dado Jack y subió a la segunda planta de una casa con fachada de azulejos amarillos. En cuanto el policía lo vio lo llevó al sitio donde estaba la nota. Le mostró el pequeño trozo de papel amarillento que se encontraba entre las manos de un hombre que yacía recto en la cama y llevaba una bata de seda china. Lo más extraño era el maquillaje que tenía en la cara porque parecía un cantante de la ópera Madame Butterfly con el pelo recogido y unos jazmines como tocado. El sitio era muy frío y los muebles eran escasos, sobresalía por su tamaño una cómoda con una gran luna empotrada en la pared parecida a la del tocador de un camerino de teatro.
—Es todo lo que encontramos—le dijo Jack en el momento en que le dio el papel—, no hay ningún rastro, como siempre. —Seguro que algo habrá, Jack, hay que preguntárselo a Ellery. Por cierto, ¿te has dado cuenta de que siempre el escenario del crimen es muy raro? —Sí, claro, James, es tan raro que parece que ese es el rasgo primordial del criminal. Ser raro, esa es la cuestión, James. —Tienes razón, ya había pensado en eso, pero ahora que lo dices creo que tendré que repasar de nuevo las noticias que he escrito sobre este caso. Adiós, Jack, que pases un turno sin ajetreos. —Adiós, James.
El caso Ж, ese conjunto de crímenes extraños y extravagantes que tenía en jaque a toda la comisaría, era muy poco popular entre los lectores y sólo entre los detectives era famoso y llevaba la denominación de cruel y delicado. La primer incógnita empezaba con el extraño signo dibujado con pintura de acuarela muy diluida y de colores vivos. En ninguna religión ni secta se usaba un signo parecido. James pensaba que se trataba de algo del más allá porque en su mundo sucedían cosas asombrosas, los villanos llevaban capas, máscaras, incluso tenían súper poderes y tenían su distintivo, pero ninguno semejante a la Ж, esa araña aplastada, que le quitaba el sueño a los representantes de la justicia. La segunda cuestión estaba relacionada con el carácter del asesino que por ser tan variopinto no encajaba ni en un hombre ni en una mujer, ni siquiera en un grupo de criminales multiformes.
Tenía que ser algo explicable con una lógica diferente, un elemento de una forma poco común de comunicación. La última cuestión era que los crímenes, fueran los que fueran, producían sólo pena. James lo notó desde el segundo caso cuando encontró a un científico muy famoso devorado por unos raros escarabajos. Al ver el enjambre de insectos subiendo y bajando por un esqueleto de huesos amarillentos no sintió ni asco ni miedo, sólo esa fuerte aflicción que lo hizo llorar en soledad cuando volvió a su casa y comenzó a redactar la noticia y se descubrió derramando, como un gotero del grifo, sus lágrimas sobre la máquina de escribir. También estaba el misterio del color de la yema de huevo, la sensación de sed acompañada de la sed y un canto de calandrias en el lugar del crimen; y, a la vez, un toque tierno y femenino mezclado con humor negro como en el caso del faquir. James había recibido la llamada de Jack, llegó a una especie de mandir en el que un hombre descansaba en una cama de clavos, pero estos lo habían atravesado retando todas las leyes de la física y el asceta se había convertido en picadillo. Tampoco había rasgos de violencia y la imagen era tan tierna por la sonrisa del anacoreta que todos los que presenciaron la escena se rieron por lo bajo. Ahora estaba este oriental falso con su corona de jazmines, la fiebre en su rostro, su bata de cigüeñas bordadas y sus dientes de perla. El homicida no sólo había aniquilado hombres, entre las víctimas también había mujeres, pero estas sin excepción eran de una belleza sin igual.
A la mañana siguiente James se despertó tarde, sacó una camisa limpia del armario y se puso un traje más limpio y sin olor a sudor. Una vez al mes iba a su casa la señora Berthe, quien le hacía la limpieza, le planchaba y le lavaba la ropa, casi no la veía y siempre se asombraba de encontrarla con un trapo en la cabeza que más parecía un sombrero de esos que llevaban las damas de finales del siglo XIX. La saludaba, asombrado por su aspecto de retrato pintado, haciendo una reverencia y le dejaba el pago en una mesita junto al teléfono mientras ella le iba diciendo dónde estaban colocadas todas sus cosas. Hacía apenas una semana que le habían limpiado el piso y ya se notaba el desorden. Se lamentó de la suerte de su encargada de limpieza y salió suspirando. Llegó a la redacción, la gente no paraba de moverse y hablar. Se comentaba la marejada de crímenes que había asaltado a los ciudadanos durante las tres últimas semanas. Michel Norton, el jefe del departamento, lo llamó para pedirle que organizara las noticias para el diario de la tarde. James le vio su redondo estómago que amenazaba con arrancarle los botones de la camisa, los enormes ojos grises de sapo y sus bigotes escasos y le comentó que la noche anterior había aparecido una nota más del intangible caso Ж, pero el jefe no lo oyó y dándole instrucciones muy claras sobre la edición de las noticias de la tarde se fue a su oficina, donde había unas personas que lo esperaban.
James se sentó y comenzó a ordenar todos los papeles amontonados que tenía junto a la máquina de escribir. Sólo pudo apilar unas pocas carpetas y tirar algunos borradores ya rancios porque entró una llamada del inspector Ellery que le pidió acudir sin retraso a la comisaría. —¿Qué ha pasado? Dime. Ellery, ¿por qué tanta prisa? —Tenemos una pista sobre el caso, James. Puede ser que lo que te voy a decir sea una locura, pero Rodríguez, mi nuevo ayudante, me dio la pauta para adivinarlo. Se trata de una mujer. —¿Cómo? ¿No te parece un poco descabellada esa idea? Ninguna pista nos ha llevado a sospechar que el autor de esos crímenes sea una mujer. Tú mismo lo dijiste una vez, Ellery. Recuerdo perfectamente tus palabras al salir del laboratorio donde estaba el científico devorado por los escarabajos. “Ninguna mujer sería capaz de esto”—dijiste riéndote, Ellery, cuando una de sus ayudantes te lo preguntó. —Sí, James. Lo recuerdo perfectamente, pero ahora es diferente. He revisado los expedientes de las posibles asesinas y, de la lista de doscientas, están Emma Frost y Rodge, pero tienen coartadas impecables porque también cometieron fechorías en otros sitios, donde fueron vistas, y no sería posible que se desdoblaran para estar en dos lugares a la vez. —Y ¿para eso me has llamado? ¿qué tengo yo que ver con todo esto? —Mira, James, como las principales sospechosas están limpias, pensamos Rodríguez y yo, que debe ser una mujer de nuestro entorno. —Oye, Ellery, las mujeres que nos rodean están muy lejos de ser unas asesinas. No matarían una mosca. En ese momento James se dio cuenta de que Ellery se veía más resaltado por los cuadros que limitaban su espacio y que sus bocadillos o burbujas en las que se leían sus palabras resaltaban más las letras. El color, incluso era más vivo y en algunos planos había un reflejo brilloso como por efecto del aire. Se despidió de su amigo con la promesa de poner atención en todas las mujeres que viera para saber si la sofisticada asesina se había estado burlando en sus caras. En la calle trató de recordar cuantas imágenes enmarcadas de planos completos de la ciudad había. Eran muy pocas—se decía—llegarán a una diez y no se ve toda la extensión de la ciudad. Tenía más presentes las estampas de la ciudad de noche. La luna alumbrando una montaña con nieve y las luces de la ciudad muy resaltadas en amarillo, pero ninguna tonalidad era tan real como el de las notas que dejaba el criminal. No volvió a la oficina hasta el día siguiente.
Estuvo escribiendo las notas de su sección y revisó sus archivos, miró con atención a todas las mujeres, buenas, malas, de la oficina y visitantes, a las de la calle y las revistas, pero no encontró ningún cabo suelto de donde sujetarse. Dejó de pensar y se dio un masaje en las sienes. Estaba cansado y le dolía un poco la cabeza. No podía concentrarse y sus ojos se anclaban en cualquier lugar, parecía un zombie con los ojos saltones. Katherine le puso una nota enfrente y la miró más de cinco minutos sin decir nada, hasta que se despertó de su letargo y reconoció la nota. —¿De dónde has sacado esto, Katherine? —preguntó muy sorprendido. —Me la diste tú, James, me dijiste que te la entregara cuando volvieras de ver a Ellery…Y como ayer, no volviste, pues te la entrego ahora. —Pero es imposible, Katya, yo no cogí la nota que estaba en las manos de El Butterfly asesinado. Debe tratarse de un error. —No, James, te juro que me la diste tú. Deberías cuidarte. Estás cambiando mucho.
James se quedó solo, puso la nota sobre su mesa y vio con atención a Katya que se alejaba muy despacio. Le tembló la quijada cuando quiso recordar el aspecto que tenía su secretaria en su memoria y no le venían imágenes. Terminó su trabajo y se fue a cenar a una cafetería que estaba cerca. El ruido de la calle, las sirenas, los gritos y la sensación de peligro constante fueron apareciendo. Se tomó el café que se había enfriado, pagó la cuenta y salió. Decidió que dormiría bien y no atendería ninguna llamada. Al pasar por las calles trató de mirar a lo lejos para captar imágenes grandes de los edificios, pero no lo lograba. A las personas sí las veía con claridad extrema, pero les pasaba lo mismo que a Ellery, los que hablaban se quedaban enmarcados, con un globo de letras donde se podía leer lo que decían. Él mismo se sintió diferente y vio sus propias esferas con las expresiones exclamativas que le gritaba a sus conocidos que lo saludaban en la calle con un ¡Hey! Era como si su calidad plana de siempre estuviera a punto de cambiar. Experimentaba una hinchazón completa en el cuerpo y al mirarse las manos les encontraba contornos que antes no tenían.
Al llegar a su casa se tiró en el sofá y se empezó a tomar una cerveza. Resopló satisfecho después del primer trago y se apoyó con todo el peso en el respaldo, pero sus ojos encontraron una yema de huevo suspendida en el aire. Se levantó y se acercó para verla de cerca. Era más grande de lo normal y detrás había una cavidad rara. No sabía cómo podía existir una cosa así y trató de mirar lo que había dentro del boquete, quien hubiera presenciado la escena habría visto a James cerca de un círculo muy fino casi invisible. De pronto, la yema amarilla tomó la forma del signo Ж. James intentó tocarla, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Anduvo dando vueltas, pensando en darle alguna explicación al fenómeno, pero era incapaz de crear una hipótesis convincente. Durmió mal y a la mañana siguiente salió después de confirmar que la yema de huevo seguía suspendida en el mismo sitio y había recobrado su forma. En la redacción Michel Norton lo saludó con una sonrisa y le preguntó si había visto a Katya. Encogió los hombros y se fue a su despacho. Al entrar se dio cuenta de que, a pesar de que todo estaba en su sitio, faltaba algo. Era el olor de Katya. Nunca se había detenido a pensar en cosas como esa, pero oyó su voz del interior que se lo decía. Se sentó y empezó a escribir, no obstante, dejó el trabajo de inmediato. Miró por la ventana y un reflejo muy fuerte le dio de pleno en la cara. Se quedó deslumbrado un rato y cuando se le pasó ese punto brillante que veía constantemente enfrente de su cara lo asaltó un recuerdo. Era Katya acercándose despacio con su falda entallada y clara. Sintió su mirada y oyó su voz. No había pensado en ella nunca y ahora su forma comenzaba a imponerse delante de él como el mismo reflejo que hacía unos minutos lo había enceguecido. Fueron apareciendo como fotografías de un álbum familiar las posiciones que adoptaba Katherine.
En su mente fueron resurgiendo las pequeñas piezas de un rompecabezas de la vida de su secretaria, a quien había ignorado de forma consciente, pero su inconsciente había archivado todos los detalles. Lo más duro vino con las horas de sueño, pues Katya se aparecía en los sueños y no en la oficina. Pasó una semana y James resintió la ausencia de su secretaria, lo que no sabía es que ella ya no se aparecería por la redacción. —Renunció—le dijo Norton—. Sólo me llamó y dijo que había encontrado otro empleo, mejor que este y colgó. Es todo lo que sé. Trabajar resultaba muy difícil porque sin su secretaria James tenía las manos atadas. No encontraba nada de lo que necesitaba y los compañeros ni siquiera se asomaban por allí. Cuando James se levantaba a la cocina para preparase un café, saludaba a todos, pero no siempre le respondían. Le pareció que la oficina se había hecho más grande y que había perdido calor humano. Hubo una cosa asombrosa. Los asesinatos relacionados con el enigmático Ж se suspendieron. Pasó un mes y no se reportó ninguna nota, Jack dejó de despertar en las madrugadas al reportero.
Ellery se fue alejando de su amigo, resolvía con más éxito los casos y, además, lograba mantener a los criminales dentro de la cárcel. Era como si la normalidad hubiera vuelto a la ciudad. Ya no había hombres con máscaras de cerditos asaltando bancos, ni ambulancias y patrullas haciendo añicos el silencio de la noche. Las mujeres de la calle y sus proxenetas estaban sin empleo, los jefes de las mafias preferían dejar su negocio antes que sufrir la persecución de la policía. Nadie robaba, nadie buscaba estupefacientes ni armas y los hombres estaban ocupados haciendo labores en sus hogares junto a su familia. Los fines de semana se veía a la gente tranquila paseando por las calles y parques. La redacción se cerró temporalmente por falta de sucesos delictivos y James recibió una pequeña indemnización que le alcanzó para vivir unos meses. Una mañana se levantó y ya no vio la yema de huevo suspendida en el aire ni el hueco que había detrás de ella. Oyó un sonido que se le quedó grabado dentro de la cabeza. Repitió lo que había oído y lo representó con las letras más adecuadas para reproducirlo: Zhenshina. De inmediato sintió la necesidad de salir de su casa e ir en busca de Katherine. Tenía que encontrarla a toda costa y lo antes posible. Vagó mucho tiempo por las calles de la ciudad y no la encontró, pero una tarde que se dirigía a una tienda para buscar unas herramientas lo arrolló un camión cuando seguía con la vista a una mujer idéntica a Katya. Le gritó y al ver que ella se alejaba con prisa, corrió y un fuerte golpe lo levantó por los aires.
Recostado en la ambulancia le pareció oír lo que decían los enfermeros, después se durmió. Ahora estaba a punto de abrir los ojos. No le dolía nada y el perfume de unas flores le recordó a su secretaría. Abrió los ojos y se encontró con una mirada curiosa. Ella estaba un poco diferente. Su peinado era otro y su cara parecía un poco más ancha, se sonrió. James quería contarle todo lo que había comprendido durante su ausencia, sobre todo lo del extraño huevo suspendido en el aire, pero ella le ordenó callar. Después descubrió que no se llamaba James y que su mujer no era secretaria, que tenía hijos y que trabajaba en una empresa de construcción. Era un arquitecto talentoso y en una visita a unos nuevos edificios se le había caído un techo encima y había estado unos meses desconectado de la realidad. Reconoció un signo cuando se abrió una puerta blanca y entró una mujer al servicio.
Entonces pronunció la letra Ж y se acordó de las perlas,de la vida, de la feminidad, del hierro y de muchas otras cosas más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario