Estaba enamorado de Elsa, la chica más guapa de mi clase. Todos la pretendían y me veía obligado a dar vueltas alrededor de ella para llamar su atención. Para ella mi papel era el de un bufón o un payaso, no paraba de darme órdenes para que la hiciera reír a ella o a sus amigas. Yo acepté mi condición desde el principio con la esperanza de poder ganármela, pero un día todo se acabó. Llegó Hermilo, un chico nuevo. Era dominante, seguro y guapo. Nos apartó a todos de Elsa como si fuéramos moscas y se la quedó.
La realidad volvió a poner las cosas en su sitio y el pesar era un grillete que nos mantenía lejos de aquellos días de carnaval. Un día el amor me llegó como un golpetazo en la nuca, en el momento menos adecuado. Tenía que acompañar a mi madre a hacer unas gestiones importantes, pero miré a una joven que estaba de perfil y sentí un fuerte piquetazo de avispa. Se me quedó dentro de los oídos un zumbido, la cabeza me dio vueltas y se me inflamó el corazón. Estuve no sé cuánto tiempo pendiente de sus movimientos, escuchando su voz alegre y un poco aguda con satisfacción. Llevaba el pelo un poco recogido y unos bucles se columpiaban adornándole la cara, su falda estaba perfectamente delineada. Abrazaba los libros como si fueran un niño de pecho y sus calcetines blancos adornados con bordados contrastaban con sus zapatos de charol. Quería acercarme, pero no podía moverme. Un grito me obligó a retirarme, era mi madre que estaba muy enfadada. No sabía el nombre de la muchacha de los bucles, la busqué si éxito una semana completa.
En un descanso apareció de la nada. Me acerqué a ella y bajé la mirada para cobrar más valor, choqué con ella a propósito y sus libros se soltaron. Me incliné rápido para recogerlos y al entregárselos me estrellé con su mirada torcida. No era grande el defecto y su parpadeo nervioso me dejó entrever sus dos bolitas asimétricas verdes. Hablé con dificultad porque el efecto del aguijonazo de la primera vez me hinchó de nuevo el corazón y me devolvió el zumbido y el mareo. Me disculpó al momento. Me llamo Antonella—dijo sonriendo— y empezó a conversar, tenía facilidad de palabra, decía cosas sin importancia, pero acaparaba la atención. Tenía infinidad de amigos y todos reclamaban su opinión, pues tenía un criterio amplio, era inteligente y sensata.
Pronto comprendí que su concepto de la vida era el más recto y centrado. Por fortuna, pude ganarme su cariño y más tarde su amor. Me hizo ver las cosas de forma diferente, se convirtió en mi guía espiritual y el amor de mi vida.
A veces cuando lo comento entre mis amigos, me dicen que es paradójico que una chica con la mirada torcida, sea más cuerda y recta que un joven con la mirada cabal y los pensamientos tan embrollados.
La realidad volvió a poner las cosas en su sitio y el pesar era un grillete que nos mantenía lejos de aquellos días de carnaval. Un día el amor me llegó como un golpetazo en la nuca, en el momento menos adecuado. Tenía que acompañar a mi madre a hacer unas gestiones importantes, pero miré a una joven que estaba de perfil y sentí un fuerte piquetazo de avispa. Se me quedó dentro de los oídos un zumbido, la cabeza me dio vueltas y se me inflamó el corazón. Estuve no sé cuánto tiempo pendiente de sus movimientos, escuchando su voz alegre y un poco aguda con satisfacción. Llevaba el pelo un poco recogido y unos bucles se columpiaban adornándole la cara, su falda estaba perfectamente delineada. Abrazaba los libros como si fueran un niño de pecho y sus calcetines blancos adornados con bordados contrastaban con sus zapatos de charol. Quería acercarme, pero no podía moverme. Un grito me obligó a retirarme, era mi madre que estaba muy enfadada. No sabía el nombre de la muchacha de los bucles, la busqué si éxito una semana completa.
En un descanso apareció de la nada. Me acerqué a ella y bajé la mirada para cobrar más valor, choqué con ella a propósito y sus libros se soltaron. Me incliné rápido para recogerlos y al entregárselos me estrellé con su mirada torcida. No era grande el defecto y su parpadeo nervioso me dejó entrever sus dos bolitas asimétricas verdes. Hablé con dificultad porque el efecto del aguijonazo de la primera vez me hinchó de nuevo el corazón y me devolvió el zumbido y el mareo. Me disculpó al momento. Me llamo Antonella—dijo sonriendo— y empezó a conversar, tenía facilidad de palabra, decía cosas sin importancia, pero acaparaba la atención. Tenía infinidad de amigos y todos reclamaban su opinión, pues tenía un criterio amplio, era inteligente y sensata.
Pronto comprendí que su concepto de la vida era el más recto y centrado. Por fortuna, pude ganarme su cariño y más tarde su amor. Me hizo ver las cosas de forma diferente, se convirtió en mi guía espiritual y el amor de mi vida.
A veces cuando lo comento entre mis amigos, me dicen que es paradójico que una chica con la mirada torcida, sea más cuerda y recta que un joven con la mirada cabal y los pensamientos tan embrollados.
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