Era uno de los afortunados que iban a viajar en el tren rápido de la ciudad
de México a Monterrey. Estaba muy contento porque ya se imaginaba la cara de
sus amigos cuando les contara su gran experiencia. El vagón no se diferenciaba
mucho de los otros, en general Miguel Ángel ya había hecho ese viaje en los
mismos trenes, pero ahora gozaría del servicio de inteligencia artificial (IA)
que le haría más ameno el viaje. Se acomodó en su asiento, tenía sitio de
ventana. Vio a las personas empujándose para entrar y ocupar sus respectivos sitios.
Había gente de todo tipo, familias enteras, ejecutivos, matrimonios y jóvenes.
Una encargada muy guapa le entregó una Tablet y le pidió que se hiciera una
fotografía. Luego apareció un breve cuestionario referente a su estado de
ánimo, sus preferencias de música, literatura, teatro, deportes y cocina, entre
otros aspectos. La atractiva joven le sonrió y le dijo que si necesitaba algo
sólo tendría que pedírselo al cacharro y ella lo atendería. Miguel Ángel le
agradeció su amabilidad, se puso las pantuflas que tenía debajo del asiento, se
abrochó el cinturón de seguridad y cerró los ojos. Se concentró en su bebida
con hielo y al mirar la pantalla recibió la indicación de ponerse los
audífonos. Obedeció y se quedó esperando que aparecieran las imágenes de una
película. Se le iluminó la cara cuando oyó su composición favorita en la
presentación del reparto. El director era él mismo. La historia se llamaba “Lo
que no fui”. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda porque esa pregunta o
idea lo había perseguido toda su vida y no la había materializado en un libro,
en un poema, en una obra de teatro o en cualquier otra forma artística.
Apareció una familia. El padre era un abogado respetable y su madre ama de
casa. Tenía dos hermanos menores con los que hacía travesuras y el parecido de
los supuestos actores con los reales era asombrosa. Entendió que todo lo que
vería sería lo ideal para él. Vio a sus compañeros y amigos de la adolescencia,
revivió los momentos más agradables de su juventud. Sintió el primer beso de su
primera novia que era exactamente igual a la que había besado hacía cuarenta
años, mentalmente se preguntó qué habría sido de ella y la pantalla se lo mostró
todo. Se le salieron las lágrimas al enterarse de que ella también había
sufrido por la separación y que lo seguía amando, que a pesar de estar casada y
tener una vida feliz, seguía recordándolo como aquel tímido adolescente que le
robó el corazón y lo invocaba en las noches solitarias que pasaba cuando su
marido se ausentaba en sus viajes de negocios. Vio cómo era rechazado para
realizar los estudios de bachillerato, lloró cuando miró de nuevo a su padre
reprochándole su fracaso y se tuvo que sonar la nariz cuando no abrazó a su
padre, quién le pidió perdón por no haber creído en él cuando estaba a punto de
irse a estudiar al extranjero. Luego desfilaron ante él las vidas de las
personas que fue amando y dejando en su camino, permaneció inmóvil al enterarse
de lo desconocido. Supo que sus amigos comunistas habían tenido muchos
problemas cuando él les negó su ayuda, también supo que todas sus hipótesis
eran falsas y que la mayoría de las cosas que había interpretado como afortunadas,
en realidad, habían sido fatídicas. Se quedó mudo al saber el daño que le había
hecho a mucha gente, también perdió el aliento cuando se le reveló el final de
las personas a las que había odiado. Conforme avanzaba la película y veía las
cosas que desconocía, iba valorando sus actos con muecas desagradables. Notó
que no era tan buena persona como pensaba. Hizo una pausa y se fue al baño. Se
preguntó si a los demás pasajeros les estaba sucediendo lo mismo, pero no le
pareció que alguien tuviera una experiencia como la suya.
La inteligencia artificial había ido
demasiado lejos. Cuando volvió del aseo se sentó y continuó con el visionado.
Llegó al desenlace de la historia. Se preguntó si se le habría mostrado toda la
verdad, pero oyó que la voz en off de la película le decía que se habían reservado
el derecho de mostrarle los sucesos que podrían afectarle psicológicamente y
que sólo con la asesoría de un especialista se los enseñarían. Supo que su
matrimonio podía haber sido mejor si hubiera hecho algunas rectificaciones a
tiempo, se enteró de las consecuencias reales de su infidelidad y de la
infidelidad de su pareja. Le mostraron las malas decisiones que había tomado en
su trabajo y la forma de mejorar su eficiencia. Precisamente, realizar ese
viaje era uno de los errores que había cometido porque parte de la información
que se había almacenado en la base de datos de la IA podría serle accesible, en
parte, a las personas que iba a visitar. No les mostraremos lo que nos indique
usted, señor Miguel Ángel, pero en caso de que el programa les dé alguna pista
ellos lo adivinarán. Pensó que lo más sensato sería no encontrarse con sus
familiares lejanos para exigirles los pagos de sus deudas y regresar
excusándose con la invención de un imprevisto. Así lo hizo y sin bajar del tren
emprendió la vuelta. Pensó mucho si pedir que le mostraran una película o
novela de su pareja o no. Decidió no arriesgarse y se contentó con que le
mostraran la segunda parte de su propia novela.
Esta vez apareció el título “Un
futuro eludible”. En la primera imagen apareció una leyenda que decía que la
película estaba basada en hechos pasados y que un programa de probabilidades
había calculado la consecución de algunos actos, pero que, si había algún
cambio desde ese momento, entonces muchas de las cosas mostradas no se cumplirían.
En la pantalla apareció Miguel Ángel en un tren, estaba mirando una
película. Llevaba un traje azul marino y una corbata roja. Iba con su peinado
de siempre, acomodado con gel muy firme, su barriga prominente y su gesto
malhumorado de hombre impaciente, algunas gotas de sudor caían por su cara
morena y se las secaba con un pañuelo. Se tomaba otra coca cola y seguía atento
a las imágenes de la pantalla, de pronto sonaba su móvil, conversaba con una
enfermera que le daba los resultados de unos análisis y le hacía unas
recomendaciones. Al llegar a la estación se despedía de la encargada que lo
había atendido, pedía un taxi y se iba a su casa. En el trayecto le hacía una
llamada a su mujer y le explicaba la razón de su precipitada vuelta. Ella con
monosílabos le hacía saber que lo entendía y que lo esperaba para cenar. Luego,
iniciaba una conversación con el taxista en la que le preguntaba qué pensaría
si le hicieran una novela o película a su medida con ayuda de la inteligencia
artificial. El hombre dijo que no tenía nada de que arrepentirse y que había
llevado una vida tan rutinaria que ni la inteligencia artificial encontraría
información adicional para sorprenderlo. “Cuénteme su vida—le dijo impaciente
Miguel Ángel—, ya verá que sí es posible encontrar cosas de interés”. Por más
esfuerzos que hizo, fue incapaz de sorprender a su interlocutor. Lo atiborró de
preguntas y le planteó infinidad de hipótesis sobre lo que habría pasado de no
haber ido las cosas como se las contaba, pero el tipo no cedía y se mostraba
muy escéptico. Al final, llegaron a su destino y se despidieron de mala gana.
Miguel Ángel entró a su casa y abrazó a su mujer, hacía mucho que no lo hacía
con tanta añoranza. Ella recibió sus brazos con frialdad. María Dolores notó
que su marido estaba muy cambiado, que su mal carácter de siempre se había amainado
y descendido a un segundo plano. Él habló mucho de los cambios que tenía en
mente y decidió tomar unas vacaciones para descansar con su familia. ¿Cuánto
tiempo hacía que no les dedicaba una simple hora para hablar e intercambiar
impresiones? Era un buen momento para salvar lo que había descuidado por tantos
años. Cenó y esperó a que sus hijos volvieran de la universidad. Los abrazó con
cariño y les dio la noticia. A ellos se les estropeó el ánimo porque se habían
arruinado todos los planes que tenían. María Dolores con gran sentido común les
explicaba que era necesario que aceptaran. Después de una gran discusión
aceptaban la propuesta y fijaban la fecha de salida. Llegaba el día de la
partida, se iban a la playa, recordaban los viejos tiempos cuando se metían al
mar y nadaban juntos, cuando hacían los paseos nocturnos por el malecón y se
deseaban las buenas noches antes de irse a dormir.
De pronto, se interrumpió la película y apareció un letrero que decía que
estaban sucediendo cambios trascendentales en el país. Que iba a cambiar la
política y la economía y que existía la posibilidad de que los funcionarios
como él perderían su empleo. La película mostró, entonces a un hombre desesperado
con grandes deudas y muy envejecido. Lo habían abandonado sus amigos y seres
queridos. Su esposa le pedía el divorcio y sus hijos se afiliaban a los
partidos de oposición. Empezaba en su vida un descenso como las enormes
pendientes de la montaña rusa. Miguel Ángel no lo pudo resistir, se sintió mal
y necesitó la ayuda de la empleada que le midió la tensión, le administró un
calmante y se quedó dormido. Cuando despertó estaba entrando el tren a la
estación. Vio el rostro agradable de la mujer joven que le sonreía. “¿Ya se
siente mejor?—le preguntó con cara de real interés—. Hemos llegado. La empresa
VALM le agradece su preferencia”. Miguel Ángel se puso de pie, cogió su
equipaje y salió para buscar un diario, luego consultó las noticias por
internet, pero no encontró nada de lo que le había mostrado la IA. Trató de
calmarse pensando que todo había sido un error de programación. Hizo todo como
lo había visto al inicio de la segunda parte de su novela. Cogió el taxi,
conversó con el taxista escéptico, llegó a su casa, abrazó a su mujer, esperó a
sus hijos y les propuso que se fueran de vacaciones y les preguntó por sus
ideas políticas, se calmó al saber que eran sus partidarios, le preguntó a su
mujer si lo quería, ella afirmó moviendo la cabeza. Miguel Ángel estableció la
fecha de la salida al mar y se fue de viaje con su familia. Unas semanas
después se cumplieron las predicciones de la IA.
Fin.
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