Se llamaba Eric, pero cuando le preguntaban decía que en su familia siempre
le habían dicho Heródoto, su padre le había inculcado el amor por la lectura y
la historia. Cuando llegó a la mayoría de edad le pidió que estudiara algo
lucrativo como gestión de empresas, contabilidad o ingeniería. Eric lo habría
podido hacer sin muchas dificultades, sin embargo, los conflictos y las
disparidades que lo alejaron de su padre después de la niñez lo llevaron a adoptar
su férrea posición. “Seré historiador—le dijo a su padre con cara muy seria— y
si protestas, sábete que tú tienes la culpa por meterme la historia en la
cabeza y decirme Heródoto, siempre”. La discusión terminó con la huida de Eric,
se fue a vivir con sus primos a otra ciudad. El primer año de su vida
independiente le puso algunos obstáculos que logró superar gracias a la
capacidad de adaptación que tuvo frente a las recriminaciones de sus tíos, la
envidia de sus primos y el hambre diaria. Se puso a dar clases y se hizo tutor
de varios niñitos ricos que le pedían que les escribiera sus trabajos de la
secundaria y algunos del bachillerato. Eric se puso a ordenar sus materiales y
pensó que tal vez podría inventarse un pequeño programa con algoritmos
sencillos que ayudaran a los estudiantes a recordar las fechas y sucesos de la
humanidad. Buscó jóvenes ingenieros en computación que lo aconsejaran. Encontró
a un programador Jean La Page que estudiaba en la facultad de informática y
tenía fama de ser genial, pero solitario. En realidad, Jean, era muy
comunicativo, pero sus tareas, ideas y proyectos no le permitían derrochar su
tiempo en conversaciones poco útiles para su ámbito, por eso, cuando Eric le
comentó que quería un pequeño programa para los móviles, Jean se puso feliz. En
unas cuantas frases con términos técnicos le dejó claro a Heródoto que sería
juego de niños. “¿Cómo sabes mi apodo?”—le preguntó sorprendido Eric. No obtuvo
más que un ceño fruncido y una sonrisa pícara. Le explicó al técnico en
informática las cosas que deseaba: “Tendrá que definir el período de la
historia en el que existió el personaje, deberá explicar cosas como su origen,
formación y papel en dicha época, además, de ser posible, alguna característica
que deje claro qué tipo de héroe o villano fue”. Jean afirmó con la cabeza,
habló de lo poco que sabía de historia y le preguntó a Eric sobre el
renacimiento y la Edad Media. Conversaron con mucha sencillez y descubrieron
que podrían trabajar juntos por mucho tiempo. Se complementaban bastante porque
Jane era muy inquieto y locuaz, en cambio Eric había tenido que aprender a ser
sistemático y limitado en algunas cosas. Sabían que aprenderían mutuamente y se
despidieron para verse dos días después.
Para Jean el descubrimiento de cosas nuevas era un reto que le atizaba la
curiosidad, por eso, se puso de inmediato a husmear en la historia y definió
con rapidez lo que nunca había estudiado en la secundaria y el bachillerato.
Primero separó la historia moderna de la prehistoria, acotó el punto de inicio,
unos dos millones y medio de años con un embrión del hombre actual con
atributos de recolector; luego, doce mil años antes de Cristo, el agricultor y
ganadero primitivo; le seguía el herrero dominando los metales, unos siete mil
años antes de Cristo y el gran paso con el invento de la escritura para dividir
la historia en antes y después; a continuación acomodó el imperio romano y su
caída en el siglo V, seguidamente, otro parte aguas: El descubrimiento de
América y la modernidad con la Revolución francesas. Finalizó con los tres
siglos de la edad contemporánea: el diecinueve, el veinte y el veintiuno. Se
sentó frente a su potente ordenador y comenzó a elaborar los algoritmos para la
aplicación de los móviles. Por su gran experiencia en ese tipo de tareas, Jean,
terminó su trabajo en tres días. Llamó a Eric y estuvieron probando las
búsquedas sencillas de personajes, datos biográficos y período histórico. El
programa tenía la característica de localizar la información en las páginas
oficiales en las que se ofrecían los datos. Así, al poner el nombre de Julio
Cesar, aparecía el resumen de Wikipedia y se complementaba con las páginas de
las revistas más reconocidas de historia, también se señalaban las tesis, los artículos
y libros conservados en las bibliotecas más importantes del mundo. Eric quedó
maravillado porque con un servicio de búsqueda de ese tipo podría mejorar los
resultados de sus alumnos y él mismo podría repasar con rapidez los temas de
las lecciones. Decidió agradecerle a Jean su amabilidad y lo invitó a una
cafetería, pero el brillante La Page le refutó que tendrían que hablar sobre
las ganancias que generaría el servicio al hacerse público. Calcularon el monto
de los beneficios aproximados que recibirían y quedaron en dividirlo todo al
cincuenta por ciento. Eric argumentó que no merecía tal proporción y se negó a
aceptarla pues todo el trabajo lo había hecho su amigo; sin embargo, Jean fue
muy claro: “Sin tu idea esto no habría surgido, así que acéptalo”. Se
estrecharon la mano y conversaron haciéndose confesiones de sus planes futuros,
frustraciones pasadas, de los proyectos y otras cosas que podrían realizar
juntos. Eric se fue contento con la intención de aprender más sobre la
programación. Ya tenía un amigo brillante que no dudaría en revelarle los más
grandes secretos de la informática y, por qué no, enseñarle a programar.
Heródoto se sentía muy contento. Las
primeras clases fueron iguales a las de siempre, pero en cuanto los chicos
comenzaron a dominar la aplicación, se notó un cambio enorme tanto en la forma
de aprender como la de enseñar. Eric ya no llenaba el aula con sus discursos y
análisis de los sucesos, sino que se armaban grandes discusiones. Los
estudiantes descubrían características de la época y cualidades y defectos de
los personajes históricos, hacían sus propias conclusiones y discutían
especulando con Eric sobre el cambio que habría generado la toma de una
decisión diferente en algún momento de la vida de la humanidad. Eric estaba
eufórico porque esos rostros de palo que lo miraban somnolientos por las
mañanas, ahora lo tildaban de suave e indeciso y le trataban de demostrar cosas
que él ni siquiera había pensado en toda su trayectoria de profesor. Le gustaba
el cambio y apuntaba las preguntas que le hacían los pupilos para mostrárselas
a La Page. Jean se alegraba mucho al recibir esos cuestionarios porque
aprovechaba para aprender un poco más. De inmediato se ponía a resolver las
dudas metiendo datos y preguntas al programa. “Mañana mismo encontrarán tus
nenes respuestas sorprendentes—decía con una cara de director de orquesta en su
momento álgido—.No se lo van a creer, incluso tú te quedarás frío”. Eric no
tenía más que dedicarse a sus lecturas y sus aficiones. La Page le mandaba unos
mensajes al móvil, entonces con prontitud Eric abría la aplicación y hacía las
búsquedas. La información lo dejaba atónito porque sentía que la respuesta era
dada por un gran experto no solo en historia, sino en filosofía también.
Las clases se fueron haciendo cada vez más analíticas, pero eso les daba
una calidad de inexorables, pues si bien era cierto que los alumnos aprendían
muchas cosas, las respuestas daban pauta a razonamientos más profundos. Era muy
común que no se respetara el horario y en muchas ocasiones algunos estudiantes
permanecían hasta la madrugada tomando apuntes, haciendo diagramas visuales y contrastando
los hechos reales con su entorno social y el actual. Lo que no sabían es que por
esa impetuosa curiosidad el programa se desarrollaba solo. Había ocasiones en
las que aparecían respuestas a preguntas que no había introducido Jean y de las
que Eric no tenía ni idea. Los dos amigos se quedaban sorprendidos sin saber
hasta dónde llegaría el programa. Decidieron hacer un seguimiento con un
análisis general y esperaron con paciencia alguna señal que lo guiara en su
laberinto. Por otro lado, los estudiantes de bachillerato ya era unos expertos
en historia y debatían públicamente los hechos descritos en los manuales y
libros de texto. Surgieron problemas en los ministerios de educación y se
prohibió el uso del programa para la enseñanza de la disciplina social. A Jean
no le molestó que se cancelara su invención y al encontrarse con su amigo le
dijo que eso era la menor parte del mal porque había algo peor.
—Ese programa se convertirá en un monstruo incontrolable— dijo Jean
revolviéndose el pelo con desesperación—. Jamás podremos pararlo y quién sabe
si llegue a destruirnos.
—Pero ¿por qué dices eso, La Page?
—Mira, para no dedicarle tanto tiempo al Valquiria, le hice modificaciones
que lo convirtieron en un ser de intelecto medio, es decir, una inteligencia
artificial que puede tomar decisiones simples; sin embargo, lo empezamos a
llenar de información y fue tanta la insistencia que el mismo programa fue
diseñando pasos más complicados cada vez y ahora…
—Y ahora…¿Ahora qué, La Page? ¡Dime de una vez por todas lo que sucede!
—Pues que está analizando a la humanidad como si se tratara de una rata de
laboratorio y pronto comenzará a experimentar.
—¿Experimentar? ¡Pero que idioteces dices!!Eso es imposible!
—No, por desgracia, no, querido Eric. ¿Sabes que tiene toda la información
de nuestro desarrollo? Podría aplicar sus conocimientos para cambiar el curso
de la humanidad. Primero, empezará a publicar libros sorprendentes que nos
darán una visión clara de lo que somos, luego influirá en nuestro punto de
vista y, al final, nos guiará por donde crea que es más apropiado.
—Pero, eso tal vez no sea tan trágico.
—Eso dices porque no sabes que la tendencia es darle prioridad a la
tecnología.
—¿Y eso qué?
—Pues, que…Valquiria es tecnología y sabiendo que tiene prioridad sobre
nosotros se dejará llevar por su ego.
—¿Por su ego?
—Bueno, no lo tomes tan literal. Me refiero a que preferirá cualquier tipo
de lenguaje de su tipo y nos doblegará sin duda.
—Y ¿cómo podríamos impedirlo?
—No lo sé, querido Eric, el programa ya está trabajando de forma
independiente en la red, sigue acumulando información y está inmerso en su
proyecto. En cuanto se publique un libro sobre el hombre, sus orígenes o
naturaleza firmado por algún desconocido, estaremos perdidos.
No pudieron llegar a ninguna conclusión, les avisaron a los ministerios de
educación, a los grupos clandestinos de hackers, a los especialistas más
destacados en los institutos tecnológicos y a la población del gran peligro.
Eric perdió el sueño y Jean no dejaba de trabajar. Pasaron los días y una
mañana un estudiante de bachillerato abrazó con fuerza a Eric y le dijo que lo
felicitaba por su gran obra. “Mire, maestro—le dijo empuñando un libro grueso
con un empastado llamativo—. Ha salido su libro. Le quedó súper”. Eric cogió el
ejemplar y leyó el título. Decía:
Teoría de la historia del hombre. El subtítulo hacía referencia a una recopilación
de artículos preparados por Eric La Page, alias Heródoto.
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