viernes, 23 de noviembre de 2018

El hombre multiplicado


Llegó de muy buen humor, como si lo estuviera acompañando la suave música de un saxofón una tarde de verano. Iba girando su llavero y abrió con alegría la puerta. Vio en el fondo de la cocina a su mujer que hablaba por teléfono. Antes de que ella lo viera pasó al comedor, puso en la mesita de centro el ramo de flores que había comprado para la reconciliación y esperó el mejor momento para dárselo. Los gritos de despedida con su madre fueron la señal. Se puso de pie cogió el ramo y entró, pero su mujer al verlo se desconcertó, no entendía el motivo de la disculpa. “No seas tonto Rodrigo, no recuerdo que nos hayamos peleado por algo—dijo Mariana con una gran sonrisa y poniendo las flores en un jarrón—, pero ya que has traído flores, lo mejor será que cenemos y tengamos una noche romántica, ¿no crees?”. Era lo mejor que le podía pasar a Rodrigo que unos días antes se había olvidado de una reunión familiar importante y, a pesar de todas sus disculpas, su mujer le había dejado de hablar dos días. Todo le parecía diferente. Las paredes grises se veían muy claras y con tonos rosas, los muebles parecían de mejor calidad, las ventanas eran un poco más grandes y el mismo aire que siempre había arrastrado un sabor agrió, tenía un parecido a la vainilla. Rodrigo inhaló varias veces para confirmar que no era un aromatizante, incluso se lo dijo a su esposa: “Este desodorante de vainilla está muy bien”. Ella se rió y negó con la cabeza. Se abrazaron y la cercanía de los cuerpos les produjo una sensación rara, parecía que habían vivido juntos cinco años y nunca se habían detenido a valorar la firmeza de los senos o la excitación de la entrepierna. Una mirada cómplice les indicó el camino hacia las escaleras. Mariana subió moviendo con alegría las caderas y Rodrigo la fue empujando suavemente mientras sentía el encaje de las bragas de su amada. Se enredaron en un abrazo y comenzaron a despojarse de la ropa. Rodrigo, a pesar de toda la pasión que sentía, pudo notar que el cubrecama era más colorido, que el colchón estaba más duro y que la piel de Mariana era más blanca. Se dejó arrullar en los brazos níveos. Besó con afán el cuerpo que había rechazado en varias ocasiones irritado por sus resentimientos. Cuando terminaron, decidieron vestirse y dar un breve paseo. Las flores eran más grandes, más aromáticas, las casas de sus vecinos más limpias y mejor cuidadas. Rodrigo durmió bien y al día siguiente se fue al trabajo feliz. 
“No me digas, no me digas…—le repetía constantemente su amigo Raúl cuando le contó lo sucedido la noche anteriór—. No te lo puedo creer”. Y, sin embargo, era verdad, había pasado la mejor noche de su matrimonio, había visto en Mariana a otra mujer y había experimentado el placer que jamás había conocido. Probó de nuevo comprar unas flores, entró otra vez con el llavero haciendo ruido, vio a Mariana en el fondo de la cocina y se sentó en el salón para actuar en el momento oportuno. Se tardó más de lo planeado, Mariana no dejó de preparar la comida y vio de reojo a su marido sin reaccionar. Rodrigo se le acercó y le entregó las flores y, en lugar del abrazo esperado, se encontró con una boca torcida y unos ojos muy duros. Ni siquiera puso las flores en un jarrón y él tuvo que dejarlas en el antepecho de la ventana. Subió a su estudio y cerró la puerta. Los primeros minutos trató de recordar las sensaciones del día anteriór. Como le fue imposible reconstruirlo todo, bajó por las escaleras, salió y volvió a entrar a la casa. El olor agrió de siempre lo dejó frío, no había ni un sólo gramo de vainilla, las ventanas parecían más chicas , las paredes menos luminosas. El ambiente era lúgubre. Pensó que tal vez el día anteriór una fuerza magnética del espacio le había hecho sentir otras cosas. Cuando se sentó a comer con Mariana le pidió disculpas. Ella le reprochó que siempre era igual, que nunca se acordaba de las fechas importantes y que ya estaba harta de su falta de pasión en la cama. “Ponte la lencería de encaje”—le dijo con la intención de arrastrarla a la cama, pero Mariana lo vio como si fuera un extraño y le echó en cara que no tuviera ninguna prenda de lencería fina y menos con bordados finos. Rodrigo se resignó y esperó a que llegara la noche para consolar a su mujer. Todo se sentía más rancio, más gris y el cuerpo desnudo de Mariana iluminado por una lámpara de mesa parecía cadavérico. No era posible que en un día la degradación del cuerpo de su mujer pudiera ser tal. Se dio la vuelta y se durmió. Por la mañana Raúl le preguntó por su gesto agrió y se vio obligado a repetir su frase de siempre, pero esta vez con verdadero asombro porque el cosquilleo de la sospecha le hizo pensar que su amigo le estaba tomando el pelo. Esperó sin éxito el momento en que Rodrigo le dijera que era una broma, pero en lugar de eso, vio unas lágrimas sinceras. 
Tuvo que emplear toda su empatía para que se alegrara un poco Rodrigo. Pasaron las horas y Rodrigo se resignó a su situación. Las tormentas magnéticas del espacio ya no le traerían esas emociones del día antepasado. Se equivocó porque al llegar a su casa cabizbajo y triste, notó que Mariana estaba en la cocina rascándose una pierna, pero como era en la parte superiór, ella se levantaba el vestido y se rasguñaba dejando ver una pierna fuerte y morena. Rodrigo se acercó con las flores y Mariana lo cogió por la corbata, el nudo se recorrió y él empezó a ponerse rojo, sintió que le apretaban el pantalón y empezó a cobrar un tono morado. Mariana no lo soltaba, lo tenía acorralado contra la pared, luego se quitó lo que llevaba debajo y comenzó a dar soplidos. Rodrigo cayó al suelo y logró salvar la nuca de puro milagro. Después, la corbata se aflojó, Mariana, como una niña traviesa empezó a jugar diciéndole que era un apache malvado y que debía morir. En efecto, casi sintió la muerte, pero fue sólo para sacudir su cuerpo. Se levantó sorprendido porque su mujer no era la cadavérica del día anteriór ni la apasionada de la ropa de encaje. Se subió los pantalones y Marina le dijo que comerían fuera. Se puso un vestido azul muy pegado y tacones. Se montaron en el coche y ante la mirada interrogativa de Rodrigo sonó la frase: ¡Tonto, ya se te olvidó otra vez! Vamos a la tasca Marina, nos espera mi hermana con su marido”.  Rodrigo puso el sistema de posicionamiento y dijo el nombre del restaurante. Mariana se rió y le dio un golpe en la nuca, luego cerró el ojo y chasqueó con la lengua. Llegaron pronto y entraron para que los condujeran a la mesa de los García. Encontró a su cuñada que era muy poco parecida a su mujer. Tenían casi la misma estatura, pero Rosa era más delgada, su nariz era más aguda y su cuerpo escuálido, su marido Fernando era del mismo tipo. Estaban hechos tal para cual. A pesar de la apariencia penosa que tenían sabían conversar muy bien, tenían buen humor y hacían chistes muy buenos. Rodrigo se tomó una copa de vino y se relajó. Oyó gustoso las bromas y los desplantes intelectuales con los que Rosa lo dejaba atónito. Parecía escritora, poeta, historiadora y contable a la vez. Fernando era aun más brillante y al término de la cena se despidieron con un fuerte abrazo. Rodrigo le dijo a Mariana que su cuñado era espectacular. Ella sólo se acomodó el pelo y contestó que parecía que era la primera vez que los veía. La noche estuvo anegada de asfixia y placer. Rodrigo se levantó con una marca en el cuello. Se lo tapó con la camisa más anticuada que tenía. Al ver de nuevo a Raúl le contó todo lo sucedido y esta vez, su compañero no mostró sorpresa y reaccionó con naturalidad.
 “Es lo que me cuentas siempre”.—respondió sin quedarse a oír el final de las bromas que contaba su amigo. Rodrigo salió del trabajo pensando en lo que le esperaba ese día. Compró un ramo de flores sin saber por qué y se imaginó tres variantes de encuentro. No quería estropearlo todo con sus supersticiones, pero si hubiera tenido el poder de realizar su deseo habría escogido a la Mariana de lencería fina. Se acercó jugando con las llaves, abrió la puerta, miró al fondo de la cocina y vio a la Mariana gris. Escuálida y un poco encorvada miraba por la ventana. Rodrigo se le acercó y le entregó las flores. Se le iluminó el rostro, abrió mucho los ojos por la sorpresa y se le quedó mirando, luego dijo:

—Tú no eres Rodrigo.
—Pero qué dices, cómo no voy a ser yo, mírame bien, soy el de siempre.
—Pues, eso hago, pero me pareces más tierno, más atractivo, como si quisieras hacerme el amor y ponerme ropa de lencería con encaje.

Después se levantó el delantal y dejó ver sus piernas enclenques con unas bragas negras con encaje gris, se desnudó por completo y se llevó de la mano a Rodrigo. Hicieron el amor y Mariana quedó tendida en la cama sin fuerzas, respiraba casi sin jalar aire, sonreía. “¿Lo ves? Eres otro”—dijo ella acurrucándose en su pecho. Rodrigo la besó, le dio las buenas noches y se durmió. Al día siguiente se encontró a Raúl y le contó todo lo que pensaba. “Creo que necesitas con urgencia unas vacaciones, querido amigo—le dijo sonriente Raúl—. Estás trabajando demasiado y empiezas a alucinar”. Rodrigo se fue muy desconcertado a su oficina y se quedó pensando toda la mañana sobre cuál sería el motivo de esas visiones y sensaciones raras que tenía. No pudo encontrar una respuesta lógica y siguió con lo mismo de siempre. Compró el ramo de flores y se fue a su casa, pero cuando iba a bajar del coche vio que otro hombre entraba en su domicilio. Si hubiera sido un desconocido lo habría apaleado allí mismo, pero lo que vio entrar fue un tipo con un traje azul marino y un ramo de flores, de altura media, delgado con el pelo corto y lacio, sin bigote y con un llavero idéntico al de él. El desconcierto no le permitió salir de su auto. Se imaginó lo que el hombre estaría haciendo en ese momento y esperó a que subiera por las escaleras o cayera en el piso de la cocina. Decidido bajó y se dirigió a la puerta, lo malo es que su llave no abrió. No era posible. La casa era casi igual, con unos cuantos detalles diferentes, pero la misma. No le quedó más remedio que volver al coche y esperar, De pronto, se le ocurrió que, tal vez, se había equivocado de ruta. Echó a andar el auto y dio una vuelta a la manzana. Fue leyendo con atención las calles, los números de las casas y llegó de nuevo a su aparcamiento. Bajó, sacó el llavero y abrió la puerta. Mariana estaba en el fondo de la cocina mirando por la ventana hacia el jardín. Él la abrazó y cuando ella se volteó lo miró con asombro.

—¡Ah! Hoy eres el de siempre.
—¿El de siempre? ¿Qué significa eso?
—Pues que vienes igual de soso, pálido y triste del trabajo. Deberíamos irnos de vacaciones.
—Aja, ¿de dónde sacas que estoy cansado? Es solo que no dormí muy bien ayer.
Mariana no quiso seguir la conversación y puso la mesa, comió en silencio y con un “haz lo que se te pegue la gana” se levantó y se fue a su habitación. Rodrigo sacó una botella de whisky y se tomó dos copas. Pensó en lo raro de la situación. No lograba entender los cambios que sufrían las personas que lo rodeaban. No pudo ordenar a las tres diferentes Marianas, ni a los Raúles, ni a su doble. Era verdad, su amigo tenía razón. Debía descansar y, por si las moscas, acudir a un psiquiatra. Cerca de la oficina había un especialista muy bueno del que todo mundo hablaba muy bien, Hizo la cita y dejó que pasara una semana. Lo malo es que llegó a la consulta en estado crítico.
—No se altere, estimado amigo, cálmese y cuénteme todo. Tome asiento, por favor—Rodrigo temblando un poco y sin poder parpadear se tumbó en un gran sillón cama.
—Estoy fatal doctor. Mire, todo empezó hace dos semanas cuando volví a mi casa y encontré a mi mujer muy guapa. Llevaba ropa interiór de lencería y tuvimos una noche apasionada.
—Bueno, eso no es nada del otro mundo. Su mujer debe ser guapa, ¿verdad?
—Sí y no, doctor, el problema es otro.
—Ah, ella ¿lo engaña?
—Pues sí y no.
—Bueno, amigo, decídase, ¿lo engaña o no?
—Sí doctor, me engaña, pero conmigo mismo.
—¿Cómo dice? ¡No me haga reír! Eso no es posible, salvo que los dos: usted y ella sufran desdoblamientos de personalidad.
—Pues, no lo va a creer, pero son desdoblamientos físicos, reales, reales ¿entiende?!Reales!
—Bueno, está bien, le creo, pero tiene que contármelo con detalle. Vamos, empiece, ya no le interrumpiré.
—Llegué hace unas semanas a mi casa después del trabajo y mi mujer me recibió con una ropa muy fina de lencería, luego pasamos una tarde fabulosa y al día siguiente salí feliz, sin embargo, cuando volví la encontré gris, sosa y fría, luego salí de nuevo a la mañana siguiente y al volver la encontré como una mujer liberada, un poco sadista, ¿sabe? Me apretó la corbata y casi me asfixió, pero lo pasamos súper. Después del trabajo del cuarto día, volví a mi casa y la encontré con otro, es decir, un hombre igual a mí entró en la casa. Iba a colarme detrás de él, pero no me decidí, en lugar de eso di una vuelta y cuando regresé él ya no estaba.
—Ah, no se preocupe, eso pasa por agotamiento. Los sentidos fallan cuando el estrés se ha acumulado, la gente se confunde, ve visiones, cree estar en otro sitio o con otras personas. Le voy a recetar unos calmantes y, si me permite, unas buenas recomendaciones. Mire, haga marcas, lleve un cuadernillo para apuntar todos los detalles y así verá que es una simple confusión.
—No doctor, esto va más allá de unas simples alucinaciones y es real. No lo va a creer, pero me he encontrado tres veces con otros yoes, me he acostado con las tres Marianas: la cadavérica, la apasionada y la sadista, y he hablado con mi amigo Raúl y sus dobles y le puedo asegurar que son muy parecidos, pero son otros. Eso va más allá de la realidad.
—Pues, a mí me parece que usted está agotado y necesita unas vacaciones y unos calmantes. Vaya por su esposa, póngale la lencería y váyase a una playa, pero ya.

Rodrigo salió decepcionado del consultorió. Decidió que jamás volvería a ese tipo de sitios y que la próxima vez que se encontrara con algunos de sus otros yoes lo atajaría y arremetería contra ellos con infinidad de preguntas. Estuvo a punto de lograrlo, pero por no llevar las llaves adecuadas o por aparcarse con lentitud o no correr detrás de sí mismo, había fallado en todos los intentos. Le urgía encontrar una solución porque no sólo él se había multiplicado, Mariana, su cuñado y su hermana y el mismo Raúl ya tenían cerca de diez variantes. No había un sistema que le pudiera indicar con exactitud cuál sería la persona que encontraría si se retrasaba un minuto en llegar a su casa o si daba un paso más lento al llegar a la puerta de entrada o empezar antes la conversación con Raúl. Estaba a punto de volverse loco cuando se cruzó en su camino un astrónomo. Casi chocan por una distracción y el señor Constantino Estrella, al dejar caer unos libros, dijo algo que detuvo en seco a Rodrigo.
“Malditos dobles”—fue lo único que dijo, pero en la cabeza de Rodrigo se despertó un enjambre de dudas. ¿A qué dobles se refería? ¿A los suyos? ¿A los ajenos? ¿A los de Mariana? Se lo preguntó sin tapujos.

—¿A qué dobles se refiere, estimado señor?
—Pues, a cuáles va a ser, a estos—y señaló los ejemplares de libros que se le habían caído en pares por la acera.
—Ah, perdone es que en mi vida han aparecido tantos dobles que ya no sé qué hacer.
—¿Dobles? ¿Qué tipo de dobles?
—Pues, dobles míos, por ejemplo. Me he visto varias veces a mí mismo en la calle, en mi casa y hasta en el baño.
—Entonces, es verdad, es verdad ¡Es verdad!
—¡Cálmese, cálmese y explíqueme! ¿Por qué grita así?
—Oh ¡Que alegría me ha dado usted! Mire. Escúcheme con atención. ¿Sabe en qué era está viviendo usted? ¿Sabe en qué planeta está usted?
—Claro que lo sé. Estamos en el siglo XXI y vivimos en el planeta Tierra.
—Sí, eso es cierto, pero ¿sabe que nuestra galaxia tiene una forma especial y esa forma se repite en otros universos y que esos universos son parte de uno más grande y ese otro es parte de algo aún más grande y así hasta el infinito?
—No, no, lo sé, ¿qué significa eso?
—Es muy simple. Si usted está aquí en la Tierra, en otros universos, donde hay más Tierras iguales a la nuestra, hay un hombre como usted o muchos, pero un poco diferentes y con una vida similar, pero de otra forma. La diferencia sólo está en la elección del camino o algo que no sé...Es como si usted va a una tienda y se compra una camisa amarilla y otro usted se compra una roja y otro más una verde y uno no se compra nada y…¿Se imagina?
—No, no logro asimilarlo, explíquese.
—Y eso no es todo, amigo mío. Hay más. Mire, cada vez que usted, como dice, ve a sus dobles o se encuentra con las mujeres de sus dobles o con quien sea, usted sólo se une mentalmente a ellos, pero están a millones de años luz de aquí. Es como si fuera telepatía.

Rodrigo bajó la cabeza y, a pesar de que sí había entendido al astrónomo, siguió su camino en silencio, luego se dijo que aceptaría la vida como era; que se tomaría las mentadas vacaciones y que dejaría de preocuparse de las Marianas y los Raúles, les daría a todos por su lado y lograría la calma. Aplicó por un tiempo su método y se acostumbró a que aparecieran más Marianas sádicas, apasionadas y cadavéricas. Gozaba al máximo a cada una porque había entendido que oponerse era inútil, incluso tuvo la sensación de haberse saludado a sí mismo varias veces cerca de su casa o del trabajo. Aprendió a vivir con su mal, pero un día salió una noticia en el Internet que decía que con el comienzo de la era cuántica se habían aceptado algunos conceptos del pasado que parecían esotéricos. Lo que los budistas habían buscado a través de la meditación, es decir, el séptimo sentido o consciencia existía en forma infinita y era posible comunicarse con los seres idénticos que vivían en otros universos, por el momento muy pocos seres humanos tenían la virtud de comunicarse a millones de años luz, pero la ciencia estaba a punto de descubrir qué parte del cerebro emitía esa señal que podía percibirse en los demás mundos paralelos. Rodrigo sonrió y garabateó unas frases en una libretita donde estaban sus algoritmos. Había organizado sus acciones para que la mayoría de las veces llegara a la casa donde lo esperaba la Mariana de prendas finas con encaje. Miró su reloj y se apresuró a comprar un ramo de flores.

2 comentarios:

  1. Saludos, solo informarte que encontré el link en el taller y he venido a leerte. Un relato más extenso a lo que tenemos por aquellos lados, pero me ha entretenido lo suficiente como para pensar que esa realidad sería terrible, aunque es quizá una forma de tener "segundas oportunidades".
    Nos leemos...

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  2. K. Marce, gracias por tu visita. Sí, esa forma de vida sería horrible sabiendo que los multiversos se cruzarían y en cada nueva acción te encontrarías con nuevas circunstancias.

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