I
Estaba tibia como el pan horneado, echaba el humo en forma de rosquillas y
miraba el techo. Tenía la cabeza apoyada en mi hombro, yo le acariciaba la
espesa cabellera de color marrón. Estaba pensando en las emociones que nos había
traído nuestra unión. Para ella esto representaba una liberación y un gran
escape hacia la vida normal. En su lujosa casa estaba rodeada de intelectuales,
todos muy petulantes; todos engreídos poetas y escritores fracasados que
visitaban a Clement. Él era su marido y le gustaba que oyeran sus historias y que
conversaran sobre la creación literaria, la originalidad y la inspiración.
Muchos de los visitantes se interesaban más por Constanza que por el escritor.
Incluso uno de ellos ya le había puesto los cuernos, pero sólo una vez y sin
dejar muy claro que había mascullado su honor. No fue tan valiente para
enfrentar los ataques directos que le lanzaba Clement en sus párrafos llenos de
hojas afiladas. La metáfora lo hubiera matado si no se hubiera acobardado tanto
y hubiera pactado con una obra de teatro dedicada a su amigo. Eduard decidió
aliarse, someterse a las exigencias de su vencedor y le dedicó una pieza. La
diosa del éxito, caprichosa y convenenciera, prostituta interesada, como le
llamaban ellos, le sonrió al par de egocentristas. La obra se presentó en el
mejor teatro de la ciudad y fue un verdadero éxito. Las ventas de los cuentos y
novelas de Clement aumentaron y con ello su atención por Constanza bajó a
grados alarmantes. Ella sabía que si quería encontrar distracción, amor o
placer debía buscarlo fuera de los límites de las propiedades de su cónyuge. Lo
malo es que tenía una larga extensión de tierras y era difícil alejarse o ir a
la ciudad por un período largo.
La fortuna quiso que la extinción de los faisanes y la reforestación me
llevaran con urgencia a los terrenos de Clement y me sacaran de las minas donde
laboraba como técnico. Me hicieron la propuesta, me presenté en casa del
terrateniente y se me asignó una cabaña en el bosque. Supe que Constanza había
sufrido una depresión, que su hermana se la había llevado a la ciudad para que
la viera un doctor. La aburrida existencia, las decepciones con las personas de
su círculo le estaban desecando el cuerpo. La vida se le iba saliendo como
exudado en pequeñas nubes de vapor que dejaba en la habitación de su marido o en
los jardines y en las largas horas de espera y soledad. No había una semilla pródiga
que pudiera germinar en el árido campo de su existencia, algo que le despertara
el deseo de vivir. Los hombres la habían decepcionado con sus ideas falsas y
mentiras piadosas. “La mujer tiene tanto derecho al placer físico como los
hombres”—se decía a menudo Constanza—, pero mientras los machos luchaban con
sus dudas interiores, la mujer deseaba realizarse en el amor, era por lo que
había disonancia, una arritmia de la unión carnal, en su triste hábitat. Si no
nos hubiéramos encontrado, jamás habríamos sabido que la armonía de ritmos,
tonos y compases existe. Los tuvimos,
pero no desde el principio, sino a lo largo de nuestros encuentros.
Cuando nos vimos por primera vez éramos dos piezas de mármol en bruto,
había mucho que cincelar para llegar a descubrir la forma. El primer golpe de
mazo fue nuestro encuentro en la cabaña. Estaba limpiando las jaulas de los
faisanes y las gallinas, mi mente estaba ocupada mientras mis manos trabajaban
de forma automática. Estaba haciendo un recuento de mi vida: la vida militar en
la India, mi trabajo en las minas de cobre, mis fracasos amorosos, las
ilusiones perdidas y esa plasta de cochambre que me había cubierto durante los
últimos años y que me empezaba a dificultar el movimiento. De pronto, ella
ocupó todo mi campo visual. Me saludó y me preguntó si me incomodaba. “En
absoluto”—le respondí sintiendo un aroma olvidado. Le ofrecí tomar un poco de
té. Ella aceptó, así que terminé de limpiar las jaulas, puse la tetera y saqué
lo poco que tenía de pan y mermelada. Cuando me acerqué a ella sentí ese aroma
de mediados de la primavera, por influencia del cual los machos empiezan a
seducir a las hembras, nos miramos siguiendo un rito de hace miles de años. No
hablamos, pero mi respiración y la suya se unieron, nos llenaron el pecho de
una fuerza magnética que nos arrolló. Le dije que se echara en una manta, ella
obedeció dócilmente sin despegar sus ojos de los míos. La abracé y nos quedamos
adheridos, temblando de añoranza, descubriendo nuestro calor. Parecía que el
abrazo era más importante que cualquier palpitación y cuando llegó la explosión
fue mutua, ardiente y breve. La sorpresa nos silenció y animó el florecimiento
de una sonrisa en nuestros rostros. Constanza se fue sin decir nada. Era inútil
hablar.
Volvió unos días después. Estaba cambiada, llevaba su misma ropa de paseo,
pero su mirada era más alegre. Me comentó que se aburría en la casa de su
marido, que ya no le interesaban los poetas y que empezaba a sentir la falsedad
de la metáfora y el ruido en la métrica. El poder, el lujo y la prepotencia,
así como la nueva filosofía industrial de su esposo era para ella un hierro
frío que le atravesaba el pecho. Así comenzamos a descubrir nuestras
sensaciones íntimas. Entre más tiempo pasábamos juntos, más descubríamos las
deficiencias que nos obstruían nuestra realización. Es verdad que al principio
me conduje como un animal, pero era un semental manso, no lograba contener mi
potencia porque no sabía qué era lo que nos hacía falta. Ella estaba resentida
y a mi me habían faltado mujeres muchos años. Teníamos una diferencia de edad
considerable, pero presentíamos que eso no sería una barrera. Constanza ya me
había recibido y agasajado con su confianza, a mí me bastaba con acariciarla y
sentir su piel templada y blanca, ella intuía que alcanzaríamos el placer
juntos. No se equivocó. Nos fuimos haciendo confesiones, le conté todo sobre
mis relaciones anteriores, ella me dio su opinión sobre los hombres que había
tenido y descubrimos que lo nuestro no era simplemente deseo, sino una forma de
amor cimentada en la relación física, pero con una estructura sentimental muy
fuerte. Unas semanas después Constanza me confesó que iba a tener un hijo mío y
que no se lo había dicho a su marido Clement. Él quería que se fuera de viaje y
que se buscara un amante ocasional en Italia para que se quedara embarazada. El
pobre hombre, por su incapacidad sexual, le había prometido que convertiría a
su hijo en un Lord. Ahora sé que ese Lord sería mi propio hijo y me daría mucho
gusto. Tendría un futuro muy bueno y tal vez hasta ayudaría a su hermana, a la
cual conocería algún día.
II
Era el quinto viaje que hacía. Su nave llevaba casi doscientos días de trayecto
y estaba a punto de aterrizar en Marte. Para pasar el tiempo se había leído las
novelas que más le gustaban. La última era sobre una de las historias más
escandalosas del siglo XX. La censura de los años treinta la había prohibido
por sus pasajes de sexo explícito. Mc Dowell había vivido en el cuerpo del
personaje principal, había sentido las caricias de su amante, había
experimentado diversas sensaciones relacionadas con la vida de Oliver en la
India y en las minas inglesas de cobre y carbón. Había, incluso, sentido las
convulsiones del placer sexual al estar con Constanza. Había sido muy
interesante y pensó que tal vez en uno de sus próximos viajes elegiría novelas
más atrevidas como “La Venus de las pieles” o “Grushenka”, entre otras. Sólo
que no estaba satisfecho porque le habían surgido unas preguntas tontas
relacionadas con el placer. ¿Sentía lo mismo el antiguo ser humano de carne y
hueso y cuál era ahora el concepto del ser y el placer?
Los alientos y redobles de los instrumentos musicales de la película de
Kubrick, que había recordado y sonaban en su cabeza como claridad
estereofónica, lo acorralaron con ese cuestionamiento del ser, el amor y la
felicidad. ¿En qué se había convertido el hombre? ¿Seguía siendo él mismo? Había
disfrutado del erotismo de la gran obra de Lawrence y, en cierto sentido había
gozado sexualmente, pero su satisfacción había sido una serie de estímulos en
el cerebro que no se podían comparar con los de un humano del siglo XX. Sabía
que el doctor Royers había demostrado que la satisfacción sexual estimulaba
algunas partes del cerebro llamadas ínsula y el núcleo estriado y que al
eyacular esas regiones encefálicas se activaban y la persona sentía ese placer
al que muchos se hacían adictos cuando el cerebro tenía cuerpo, sin
embargo, ahora el cerebro era el todo.
Era mantenido en buenas condiciones por sustancias benéficas que lo conservaban
fresco y sano, se había ganado la lucha contra la muerte en los primeros
doscientos años y el futuro sería todavía mejor. Había cosas que habrían
alarmado a un hombre de fines del siglo XX. Cuestiones tan simples como la
felicidad que, en ese tiempo, según un gran ideólogo como Eduard Punset, se
podía conseguir con tres elementos simples: tener tiempo para lo que realmente
te gusta; gozar de una relación emocional estable y; vencer los miedos. Todo
eso es absurdo hoy porque un cerebro ya no le tiene miedo a nada, las
relaciones son innecesarias y hay muchísimo tiempo para hacer lo que se quiera.
La felicidad ahora no depende de un deseo temporal que satisfaga un sueño. La
felicidad está fuera de contexto porque un ser vive mucho y pronto vivirá más.
La felicidad se puede determinar como esa necesidad de conocimiento infinita,
pero ¿es un ser feliz y qué somos ahora? Yo, por ejemplo, soy el encargado de
traer cosas de la tierra. Me la paso viajando y conectado a mi equipo. Si deseo
caminar e ir por la nave para revisar alguna cosa no tengo más que ensamblarme
a un cuerpo robótico y caminar. No necesito dormir porque no tengo unas
articulaciones que demanden descanso y recuperación. Las diversiones pueden ser
incluso extremas, pues se puede programar la degradación de algún hemisferio y
pedir que se rehabilite. Una vez pedí que me estimularan con sustancias
alucinógenas y la experiencia fue increíble.
Antes teníamos la necesidad de reproducirnos, el cuerpo nos torturaba con
la testosterona y la gente tenía problemas para satisfacerse porque había
muchas reglas morales, éticas y económicas que formaban un insalvable muro para
el individuo común. En nuestra época eso ni siquiera tiene significado.
Cuestiones como la existencia de Dios o de un poder supremo es incoherente. El
derecho y la sociología son útiles, pero en casos excepcionales. El cerebro y
la humanidad se han reducido a un depósito de veintisiete decímetros cúbicos,
pero gobernamos el universo. Podríamos crear vida en cualquier lugar, pero no
nos importa, eso es algo que le interesaba a los filántropos, pero ahora la
razón es lo único, nuestra capacidad se amplía cada hora, podemos imaginar el
pasado, crear un presente y soñar con un futuro. Hacemos operaciones
matemáticas que ningún mortal podría hacer en tres vidas y nos ocupa unos
segundos. Lo que preocupaba a Moisés, Noé, Mahoma y Buda ya no es importante.
La riqueza y el poder son absurdos porque no existe la economía. Somos
colonizadores y tenemos el universo a nuestra disposición y por más avaro que
fuera un gobernante jamás podría ser dueño de todo lo que hay. Cristo
desapareció porque ya no hay prójimos, ya no hay pobres ni ricos, ni mejillas
que ofrecer. No existe el pecado y los crímenes son osadías de mentes fuera de
control, las cuales son aniquiladas de inmediato para que no den complicaciones.
Cuando el hombre era animal las cosas eran diferentes, pero siendo materia gris
pura sentimos nostalgia por esa condición antigua. Tal vez, se habría podido
optar por el alargamiento de la vida regenerando el cuerpo, luchando contra las
enfermedades y re-estableciendo células, lo malo fue que la moda de los grandes
directivos, de los hombres del poder, fue la de pasar los cerebros a la vida
virtual y fue tan arrollador el deseo y tan vertiginosa la tecnología que nos
hallamos en una encrucijada de la que ya no pudimos salir. Podríamos volver al
cuerpo animal de antes, pero nadie lo desea. La Tierra es un sitio muy limitado
y con las posibilidades que tenemos ningún loco cambiaría sus poderes por una
vista defectuosa y tridimensional, por un cuerpo poco resistente al dolor y al
frío y con atavíos como el de la belleza, la vanidad, la avaricia y el sexo.
III
He aterrizado y ahora tendré que ir a la zona de reconstrucción y
re-estructuración médica. Salgo a pie y saludo a mis compañeros. Llevamos
nombres antiguos. Allí está Mohamed y Ramanuyan son trabajadores del aeropuerto
distribuyen la carga y la ordenan para sus diferentes destinos. Algunas veces
nos juntamos físicamente para intercambiar ideas, noticias y experiencias. A
pesar de que tenemos gran capacidad mental, cada uno se dedica a lo que más le
interesa. Mohamed por ejemplo es especialista en culturas antiguas orientales.
Gracias a él se ha podido saber qué final habrían tenido las culturas de
oriente si hubieran sobrevivido al período de selección en pro de la
inmortalidad. Se tuvo que sacrificar a cientos de personas, digamos que eran
millones. No había recursos para convertirlos a todos en virtuales y se les
dejó morir. La tecnología se proporcionó sólo a los grandes pensadores o gente
influyente o a los afortunados. De los siete mil millones de humanos no sobrevivió
ni el uno por ciento y en un decenio el planeta quedó habitado por los animales
salvajes. Nuestra curiosidad nos ha traído a Marte y está colonizado por la
tecnología humana. Para un hombre de carne y hueso sería imposible vivir aquí,
pero los cerebros virtuales o reales con conexiones y acceso a la red habitamos
muy bien. La tecnología ha podido crear fábricas y laboratorios, los cerebros
se pueden diseñar y pronto ya ni siquiera serán de células, sino completamente
sintéticos.
Nos esperan milenios prósperos y tal vez algún día se haga un experimento
creando las condiciones de la Tierra como las que tenía hace más de cuatro mil
quinientos cuarenta y tres millones de años y se eche una molécula que
contenga la información evolutiva necesaria para que surja la vida. Así se
podrá ver paso a paso cómo surgió la vida en nuestro planeta. Es muy probable
que seamos el Dios de esos nuevos hombres que surgirán. Les ayudaremos a
elaborar herramientas, a descubrir la siembra y aplicar su razonamiento para
dirigir un grupo de gente. Les ayudaremos a corregir algunos errores de nuestra
historia y les mostraremos el camino correcto o el mejor para llegar al
objetivo con más rapidez. Quedaría pendiente la cuestión del alma o el espíritu,
pero como ya somos dioses algo les daremos, aunque sea una pequeña pista o
esperanza.
Me gustaría decirles que tengo que irme a ver a mi familia, que este
domingo se lo voy a dedicar a mis hijos y que les diré que los echo de menos
porque no los he visto en más de medio año y que follaré con mi esposa para
compensar mi larga ausencia, también podría decirles que tengo ganas de empezar
un nuevo proyecto para mi empresa, que deseo ocupar un buen puesto y ganar más
dinero, que iré con mis compañeros a jugar al fútbol, que me tomaré una cerveza
en un bar y le dedicaré tiempo a mis colegas, que seré una persona más amable y
comunicativa, que me alegraré de que todavía se puede uno abrazar con alguien y
sentir la vida real, pero eso es una falsa ilusión, una cursilería salvaje de
nuestros antepasados y que, a pesar de que todos lo podían hacer, nadie lo
intentó y ahora es tarde para realizarlo. Es verdad lo que me dicen ustedes.
Estimularnos en determinadas partes nos proporciona las mismas sensaciones,
pero eso es artificial. No saben cuánto daría por recobrar la forma humana que
tenía hace ciento cincuenta años. Bueno,
lo siento mucho. Tengo que dejar mi nostalgia por el pasado. Me ocuparé de mis
cosas y los veré en el siguiente viaje. Hasta pronto.
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