El sepulturero les mostró el último cuerpo. Le faltaba la cabeza y
pertenecía a uno de los pensadores más brillantes de la época. El inspector
Robert Mallone se quedó mirando a su asombrado ayudante. El jefe de la policía
dio la orden de volver a enterrar los cuerpos que habían sido profanados y le
preguntó a Mallone si tenía idea de quién podría haber cometido semejante
aberración. No hubo respuesta y la nube que ocultaba la luna por fin dejó que
ésta alumbrara el cementerio. Todos se ajustaron los cuellos y se acomodaron
los abrigos para sentir menos el viento helado. El enterrador con cara de
piedra y determinación cogió al gran filósofo Anderson, o lo que quedaba de él,
y lo metió de nuevo en su ataúd. Luego comenzó a echar la tierra con la pala.
Mallone se despidió del Donald Charles y le pidió que le tuviera al tanto de
todo lo que se supiera del caso. James Wells estaba temblando más por el terror
que por el frío. Le preguntó a Mallone si tenía una hipótesis sobre quien
podría ser el culpable. “No, lo sé por el momento, querido James—dijo
controlando el cascabeleo de los dientes—, pero si pensamos sobre las partes
del cuerpo que han sido mutiladas de los cadáveres, podríamos empezar a
acercarnos al profanador de tumbas. ¿Para qué querría un loco llevarse una cabeza,
un corazón y un cuerpo?”. James se quedó callado y se encogió de hombros.
Mallone ya no quiso seguir hablando y se quedó mirando a través de la ventana.
Eran las dos de la madrugada y el cochero paró enfrente de su casa. Se despidió
de James y le dijo que hablarían al día siguiente.
Era invierno y el sol salía muy poco. Las nubes grises opacaban el cielo y
la visibilidad a en la tarde era afectada por la caída de unos copos de nieve
aguados. James Wells estaba haciendo unas anotaciones en un cuadernillo. Se le
habían ocurrido varias hipótesis y estaba un poco impaciente por el retraso de
su amigo Robert Mallone con quien llevaba trabajando cinco años. En ese período
de tiempo se habían conocido lo suficiente para saber de qué modo pensaba su
compañero. A pesar de que habían resuelto muchos casos, este sobrepasaba la
lógica y la moral. James pensaba que tal vez se habían llevado del cementerio
el cuerpo y las otras partes para realizar un rito. Seguramente se trataba de
alguna brujería o algo relacionado con el satanismo. Sabía que había unas
sectas que realizaban ese tipo de ceremonias demoniacas. Se imaginó a un
sacerdote con bata negra haciendo invocaciones para adquirir la sabiduría del
filósofo, la fortaleza del cuerpo de un coloso de circo y el corazón de un
hombre con sensibilidad. Lo malo era que habría que encontrarlo y demostrar que
se había llevado esos órganos para cumplir su objetivo. No era tarea fácil
porque primero, Mallone tenía que aprobar la idea, luego debían que encontrar
al brujo y después demostrar cuál había sido el objetivo de tan despreciables
acciones. La explicación que tenía sonaba bien y cuando Mallone cruzó la puerta
del establecimiento, James respiró con fuerza y saludó a su compañero.
—Buenas, querido James, ¿ya tienes algo para mí? Espero que tus hipótesis
sean ingeniosas.
—Buenas tardes, Robert, en efecto tengo algo que podría interesarte.
—Bien, muy bien James, a mi también me gustaría hablar del caso. ¿Sabes que
no he podido dormir por pensar en lo de anteayer?
—Sí, Robert, a mí me pasó lo mismo.
—Bueno, pues suéltalo.
—Verás, Robert—dijo James sacando el pecho y acomodando sus abundantes
anotaciones frente a él—. Todo parece indicar que el demente ese se ha llevado
todo para realizar un acto satánico. Se trata, con seguridad de un fanático que
cree que se puede adjudicar cualidades con la ayuda del inframundo. Pienso que…
—No, no, querido James, ¿para qué te has metido eso en la cabeza. Comprendo
que fue terrible la impresión, pero eso no tiene nada de diabólico, es más
bien, cómo explicártelo, ah, sí, es un acto, un acto que yo llamaría, si se me
permite el término, científico.
—¿Científico? ¿Qué significa eso?
—Bueno, James, ¿cómo llamarías a un estudio sistematizado de los fenómenos
de todo tipo con un sistema que pudiera permitir comprobar las teorías?
—No te entiendo nada, Robert, explícame con calma.
—Bueno, imagínate que un brujo se roba las partes más importantes del
cuerpo de unas personas poco habituales para obtener sus poderes. ¿Cómo podría
adquirirlos y cómo podría demostrar que los ha recibido? Para ser tan
inteligente como el filósofo Anderson se necesita leer una biblioteca entera,
¿cómo podría un brujo, con ayuda de sus demonios y hechizos, obtener toda esa
información?
—¡Ja, ja , ja! Eso sí que tiene chiste, Robert, no me imagino a un brujo
apestoso de hierbas raras recitando poemas helénicos y contando la biblia o las
grandes obras de literatura. Pero y ¿entonces?
—Ahí viene lo interesante, James. Ayer, es decir, esta madrugada me he
quedado pensando en esos trucos de los seguidores de Luigi Galvani. ¿lo
recuerdas?
—Sí, Robert, creo que una vez ya lo comentamos. Nos quedamos pensando en
aquel día, si sería posible armar una rana con cabeza de lagarto y darle toque
para que bailara colgada de un tubo.
—¡Exacto! ¡Exacto, James!¿Lo ves? Mira, imagínate que a un demente se le mete
en la cabeza de hacer lo mismo, pero con seres humanos. Quitándonos de todas
las cuestiones técnicas, ¿qué resultaría de lo de anoche?—Mallone abrió de
forma descomunal los ojos y extendió las manos para ver la reacción de su
amigo.
—Pero ¿sería posible?—dijo James moviendo la cabeza como si con esos
movimientos pudiera borrar sus temores de la cabeza.
—Aunque no lo creas, James, es eso, exactamente.
—Entonces…¿Crees que el chiflado ese se ha puesto a armar un monstruo?
—Bueno, James, es una hipótesis y, además, no estoy tan seguro de que fuera
un monstruo, pues con una cabeza tan brillante, un corazón tan noble y un
cuerpo tan fuerte, lo menos que podríamos esperar sería un hombre casi
perfecto: inteligente, fuerte y noble.
—Y ¿Dónde lo encontraremos?
—No lo sé, James, pero estoy seguro de que ese es el camino correcto.
¡Vayamos a los hospitales a preguntar por los doctores más brillantes!
Salieron sin terminar de tomar la comida y detuvieron un coche. Se fueron a
uno de los hospitales más famosos de la ciudad. Los recibió Konchalowski, un
hombre ya entrado en años que había hecho algunas declaraciones con respecto al
uso de la electricidad en la medicina. Lo encontraron en una sala llena de
enfermos de pulmonía. Trataba de darle ánimos a las enfermeras y veía con pena
a los pobres pacientes que parecían estar en las últimas. Saludó con
cordialidad y se extrañó mucho cuando Robert, que siempre cuidaba de su arreglo
personal, le hiciera preguntas tan inteligentes. Muy interesado el experto
médico lo invitó a sentarse y les contó sus ideas con respecto al futuro de la
electricidad. Mientras contaba los experimentos que había realizado se
restregaba el pelo y sonreía como un niño. Parecía que, más que contar algo
relacionado con la materia y la vida, narraba una interesante historia de
fantasía en la que reptiles y pequeños mamíferos recibían cargas eléctricas
generadas por una máquina demoniaca y comenzaban a correr como si nunca
hubieran muerto. “La electricidad es como la energía de la vida—decía
repitiendo la frase sin parar—. Algún día todos la usarán”. Dio pauta para que
le preguntaran si sabía de alguien que tuviera la misma opinión y que tuviera
en mente hacer bailar cuerpos, pero no de gatos y lagartos, sino de
hombres. Mallone le reveló el caso de la
desaparición del cuerpo y los miembros en el cementerio y Konchalowski se quedó
frío. “Sí, sí, conozco a un tal Víctor Brown—dijo el doctor con emoción—, un joven
muy despierto que un día, en una conferencia sobre las operaciones me comentó
que estaba investigando algo sobre la relación de los cuerpos y la
electricidad, dijo que admiraba a Luigi Galvani y que haría que su nombre fuera
famoso algún día—al oír ese nombre, Mallone y Wells se quedaron tiesos—. No sé
dónde se encuentre, pero dondequiera que esté debe de estar avanzando en sus
experimentos a pasos agigantados”. Mallone le preguntó al hombre qué se
necesitaría para darle vida a un cuerpo humano reconstruido. Ilya Konchalowski
dijo que se necesitaría la electricidad de un rayo. James miró a Mallone y se
pusieron de pie. Le agradecieron su amabilidad al médico y salieron. Ya les
había dicho el sepulturero que una semana antes había visto rondando las tumbas
a un hombre bajo con la espalda jorobada. Pensaron que ese hombre sería un
cómplice del brillante Víctor Brown. No tenían tiempo que perder, debían encontrarlo
antes de que fuera demasiado tarde. A pesar de la urgencia, Mallone estaba
tranquilo y frente a los reproches de James dijo que había un lado positivo del
caso y otro no tanto.
—¡Imagínate! ¡Imagínatelo! ¿Sería posible crear super hombres? Gente
superior, inteligente que tendría la cordura para ver las cosas que la gente
normal no logra. Dirigirían las naciones de una forma eficaz y serían el
ejemplo para todos.
—Pero y si no fuera así, Robert. Si a alguien se le ocurriera formar un
ejército de monstruos seleccionando cuerpos de jóvenes atléticos con una mente
limitada a recibir órdenes y…
—Y ¿qué pasa con el alma, querido James? ¿Tendrán alma esos humanos
zurcidos?
—No lo sé, Robert, de cualquier forma, nos espera algo espeluznante. ¡Hay
que encontrar a ese loco lo antes posible!
—Bueno, tenemos tiempo hasta que ocurra una tormenta, pues si el
resucitador de cuerpos se nos adelanta, estaremos perdidos.
Para colmo esa misma noche llovió mucho, los relámpagos amenazaron la
ciudad y por culpa de las altas casas y la cortina gris del agua de lluvia no
pudieron localizar la caída de las cargas eléctricas. Sabían que para descargar
del cielo una energía tan fulminante se necesitaría un tubo metálico, un gran
mástil que recibiera la carga y la llevara hasta el cuerpo inerte. Había cuatro
puntos en la ciudad que podrían servir para atraer la carga. El primero era la
Catedral, el segundo el castillo antiguo que estaba en las afueras, la casa de
tabaco que tenía cinco plantas y una torre abandonada en el sur. La distancia
entre ellas era enorme y en un día sería imposible revisarlas. Eligieron las que
se encontraban más cerca. En la catedral no obtuvieron ninguna información y
perdieron mucho tiempo preguntando si alguien había querido montar en la cúpula
más alta un artefacto raro. La pregunta estaba completamente fuera de lugar en
un sitio como ese, por eso la hizo James fingiendo inocencia, pero la respuesta
fue una cara inexpresiva y hombros encogidos. Se dirigieron a la casa de tabaco
donde tardaron mucho en ser recibidos. Después del chasco consecutivo se
marcharon. Durante el regreso Mallone le pidió a James que escogiera entre el
norte, donde estaba el castillo y el sur con la torre. La lógica indicaba que
las condiciones más apropiadas se encontrarían en el castillo, siendo Brown un
hombre astuto se habría ido a la torre abandonada para que nadie lo viera
trabajar. Una moneda tirada al aire decidió que visitarían primero la torre. Al
día siguiente salieron con ánimo para atrapar al demente doctor Brown. En el
camino repasaron los detalles, hablaron sobre la captura del doctor y la muerte
del monstruo. Lo malo fue que empezó a llover de nuevo y tardaron mucho en
llegar. Bajaron del coche armados y listos para cualquier ataque, pero sus
ilusiones se desvanecieron cuando encontraron todo limpio. Miraron en dirección
del castillo y al unísono dijeron: ¡Que estúpidos!!El maldito está allí!
Volvieron cabizbajos, no querían hablar y James trató sin éxito de dormirse
un poco. Fingió que dormía y de reojo miró la cara de Mallone. Sabía que en su
cabeza había una tormenta de ideas que le desfiguraba la cara en ese momento.
Se despidieron y Mallone le pidió a James que estuviera listo en la madrugada
porque lo recogería antes de la salida del sol. Mallone llegó a su casa y se
tumbó en su cama. En su cabeza se fue construyendo un plan que continuamente se
veía mermado por la imagen de un creador joven y listo y su criatura violenta o
tierna. Si el engendro era lo primero, no costaría trabajo eliminarlo, pero si
fuera lo segundo, de qué manera lo tratarían, qué lugar ocuparía en la sociedad
y qué consecuencias traería el reconocer que Dios no era el único que había
creado al ser humano.
Llegaron a las ocho de la mañana, la neblina todavía descansaba sobre el
aire sin poderse tender sobre la hierba. El cochero se detuvo y Mallone salió
de prisa, detrás iba con una pistola en la mano su ayudante. Subieron una
pendiente y llegaron hasta la puerta y empezaron a golpearla y gritar. Cinco
minutos de espera les colmaron la paciencia y trataron de forzar la puerta con
ayuda del cochero, pero se dieron cuenta de que sólo estaba atrancada con una
cuña. Al ceder el gran portón de madera y hierro vieron una torre donde se
encontraba un gran tubo metálico. Corrieron hasta donde se encontraba la
escalera y subieron en tropel. Se asombraron mucho al ver una cama enorme,
sogas metálicas y todo tipo de aparatos raros. Lo comprendieron de inmediato.
Brown había tenido éxito. No había ninguna duda. Sabían que se había marchado
de allí, así que estaba al tanto de la persecución. Mallone le ordenó a James
que se subiera al coche y que siguiera el rastro dejado por un pesado carro en
el camino hacia Welloland a unos treinta kilómetros. “Vete tras ellos, James—le
dijo con prisa Mallone—volveré a la ciudad a buscar toda la información de
Brown, estaré contigo pasado mañana a mediodía o por la tarde. Mándame un
telegrama cuando los veas. El coche se alejó y Mallone se fue a buscar a
alguien que pudiera llevarlo a la ciudad. Caminó media hora sin ver a nadie
hasta que un hombre elegante en un carruaje de dos ruedas le hizo la señal y
después de presentarse, el aristócrata, estuvo de acuerdo en acercarlo a la
ciudad. Conversaron bastante sobre la vida en los pueblos, el rico hombre se
quejó de su servidumbre en sus propiedades. “Son unos abusivos—decía retorciéndose
el bigote y echando bocanadas de humo—, uno les da la mano y se toman el pie.
Ya sabe cómo es esa gente miserable. No sabe cuánto daría por una docena de
esclavos, corpulentos y con una salud de caballo”. Richard sonrió pensando en
que el doctor Víctor Brown se podría hacer rico en caso de que sus experimentos
fueran exitosos. No cayó en la tentación de compartir su secreto y se puso a
hacer bromas que al final dejaron pensando seriamente al terrateniente que le
hizo una invitación para que asistiera a una de sus fiestas en su casa cerca de
la plaza central. Mallone se fue directamente a la comisaría. Encontró a Donald
Charles muy atareado buscando unos documentos de su familia. La secretaria
permanecía en silencio mientras el jefe de policía se metía cada vez más adentro
de su gaveta. Cuando levantó la cabeza vio a Mallone.
—¿A qué debo el gusto, señor Mallone?
—Es algo urgente señor Charles, necesito toda la información que tenga de
un hombre.
—Sí, Richard, dígame, ¿de quién se trata?
—Es sobre Víctor Brown.
—Ah, es eso. Mire, ese tipo nunca paga sus deudas y siempre engatusa a la
gente con historias raras.
Debe tenerle cuidado. En un momento le traeremos
todo lo que tenemos de él en el archivo.
Minutos más tarde, Mallone, bajo la vigilancia de la secretaria, leía uno
por uno los reportes sobre el tal Brown. Constaba que tenía treinta años y que
recibía dinero de un banco alemán. Los montos no eran muy considerables, pero
llegaban con regularidad. El doctor Brown, como se presentaba el mismo, daba
consultas a domicilio y sus clientes hablaban muy bien de él. Los últimos seis
meses no se le había visto y sólo había llegado un reporte de que se había
llevado una pequeña oveja sin pagarla. Después de recibir la visita de un gendarme
hizo llegar la suma al carnicero que estaba muy enfadado. En la declaración
figuraba el nombre de Friedrich Mann, un hombre que según le dijeron, era
defectuoso porque tenía joroba, estaba un poco cojo, pero era muy fuerte. Según
dijeron los policías que lo vieron, era la mano derecha de Brown y siempre que
lo cogían haciendo algo impropio quien lo liberaba de toda culpa era su amo
Víctor. También había un reporte de unos vecinos sobre un altercado entre la
señorita Anne Stevens y Brown, al parecer ella era su prometida y en una
discusión él la había lastimado. Más adelante se describía el suceso como una
riña de novios. Mallone preguntó sobre la dirección de Anne y le informaron que
era una joven muy guapa, muy modesta y bastante educada del pueblo Welloland.
Estaba claro. Brown había ido en esa dirección para encontrarse con ella. ¿Cuál
sería la intención de Brown?—se preguntó Richard—. ¿Trataría de explicarle lo
que estaba sucediendo? O ¿ella ya estaba al tanto de la situación y él iría a
demostrarle que todas sus teorías sobre resucitar muertos era verdad? Fuera
como fuera, urgía que Richard alcanzara a James para atrapar al doctor loco.
No esperó y se puso en marcha. Tuvo que hacer el viaje de noche y por la
mañana preguntó por un mesón u hostería donde seguramente estaría alojado su
compañero. Se alegró mucho de ver el coche. James no estaba allí y el cochero
tampoco. Entró a la casona vieja y preguntó por su amigo. Le informaron que
había salido de prisa a enviar un mensaje en la oficina de correos que no
estaba muy lejos. Richard se apresuró y cuando entró vio a James dictando.
“ Mallone, urgente, hallados, tres hombres: jorobado, Brown y monstruo”.
—Oh, querido amigo, gracias por el mensaje.
—Pero Richard, ¿qué haces aquí?
—¿Qué tal estás, James? Te ves mal, ¿qué sucede?
—Oh, Richard, los hemos visto. El cochero no ha podido sobreponerse. Está
rezando en la iglesia y no quiere salir. ¿Sabes que él llevó mucho tiempo a
Anderson a sus encuentros? Hoy lo ha reconocido y no lo ha podido creer. Bueno,
yo tampoco, pero ya estaba al tanto, en cambio el pobre hombre…
—Sí, James, a mí me habría pasado lo mismo.
—¿Estás bromeando?
—Bueno, mira, he venido porque tengo información importante. Tenemos que
encontrar a la señorita Anne Stevens.
—¿Anne Stevens? Y ¿qué relación tiene con todo esto? Ni siquiera sé quién
es.
—Es la prometida de Víctor Brown y si ha venido ese trío del que me
informas en tu mensaje, entonces tendrán que ir a verla. No tenemos tiempo que
perder.
Les informaron que la familia Stevens vivía en una casa alejada del pueblo.
Como el cochero se negó a ir y no hubo forma de convencer a nadie para que los
llevaran, decidieron coger el coche y hacer el trayecto solos. Richard le contó
los pormenores y le planteó el plan que tenía a James. Se trataba de retener el
mayor tiempo posible a Brown para que pudieran llegar refuerzos y arrestar al
profanador de tumbas que de paso era sospechoso de, por lo menos, tres
homicidios. Encontraron la casa de los Stevens. Parecía que no había nadie.
Llamaron a la puerta y les abrió una joven guapa de mirada intensa. Llevaba un
flequillo y trenzas, tenía el pecho muy grande y era delgada. Los invitó a
pasar y contestó con tranquilidad todas las preguntas que se le hicieron con
respecto a su novio. Les dijo que hacía tiempo que se había alejado de ella,
que cada vez se veían menos y que, al final, sus padres le habían prohibido
relacionarse con él. Víctor había llegado para llevársela consigo, tenía
planeado ir a Francia y establecerse allí. Decía que tenía conocidos que lo
acogerían en su círculo y que tendría un trabajo y una familia como todo el
mundo, luego había aparecido su ayudante y muy alarmado le había dicho que Prometeus
se había enfadado y que se había ido hacia las montañas, luego Víctor había
salido desesperado y no sabía más. Mallone no sabía qué decisión tomar porque
los tenía muy cerca, pero en caso de encontrarlos no podría detenerlos. Decidió
aplicar la estrategia de los cazadores limitando el territorio por el que se
pudiera desplazar Víctor Brown y sus compinches. Dio la orden de que se pusiera
sobre aviso a la policía de las poblaciones cercanas, se les comunicó que
tuvieran cuidado con tres individuos poco comunes y que reportaran todo lo que
supieran de ellos.
Las noticias no tardaron en caer. Le avisaron dos días después a Mallone
que habían atrapado a Brown. Richard dijo que lo trataran con cuidado y que él
se encargaría de interrogarlo. Fue de inmediato a verlo. Lo encontró desaliñado
y con mucha preocupación. Hablaba de forma precipitada y le rogó a Mallone que
le proporcionara protección inmediata a su novia Anne, pues corría mucho
peligro. Richard dio la orden con la condición de que Brown desembuchara todo.
—Mire, inspector, ya sabe quién soy y a qué me dedico. Lo que no sabe es
que todo lo que he hecho es en favor de la humanidad. Tenía un sueño de
pequeño, ¿sabe? Quería recuperar a mis seres queridos. Mis padres murieron
cuando yo era un niño. Fui educado en orfanatos y sólo después de que conocí la
medicina pude encontrar un refugio fiable. El estudio y la experimentación han
sido mi salvación, pero ahora que he logrado lo que soñaba, las cosas se están
complicando—Richard tenía muchas ganas de hablar, pero permaneció callado para
que Brown dijera todo sin ocultar nada—. He creado un hombre con una
inteligencia excepcional, un corazón dulce y un cuerpo de atleta. Al principio
todo fue bien. Prometeus me consideró su padre, fue como si hubiera salido un
polluelo de su cascaron y al ver al primer ser vivo decidió que era su
progenitor. Yo le hice muchas promesas, pero después me di cuenta de que no era
el ser que yo pensaba. Me amenazó con matarme. El problema fue que vio a Anne y
me dijo que le hiciera una igual, que él cooperaría en todo. Era imposible,
usted lo sabe a la perfección. Se enfadó y se fue, pero le dijo a Friedrich que
me mataría. Ahora ya lo sabe. Es un monstruo, hay que destruirlo.
—Está bien, Brown, le prometo que le ayudaré en todo lo que pueda. Mandaré
gente para que proteja a su novia y buscaremos a su Prometeus, pero dígame, ¿se
imagina dónde está?
—No debe estar muy lejos, inspector, seguro que no parará hasta robarse a
Anne. Lo malo es que es capaz de matarla. Es escalofriante, no puedo dejarla
así. ¡Cuídela! ¡Cuídela!
Mallone dio la orden de que se le brindara protección a Anne y que se
siguiera el rastro del monstruo que para pasar desapercibido actuaría, sin
duda, de noche. Se montaron guardias el primer día y cuando hubo un momento de
distracción la segunda noche. Anne desapareció. La noticia casi mata de un infarto
a Mallone que vio todas sus expectativas rotas. No se lo comunicó a Víctor para
no causarle daño. Lo peor fue que al día siguiente llegó una carta anónima
dirigida a Víctor decía que el resucitador estaba de acuerdo Prometeus le
devolvería a su novia, pero tendría que asistir solo a una reunión cerca de las
montañas están indicado el sitio y se prevenía a la policía que no acudiera
junto con Brown porque en ese caso él asesinaría a Anne. No hubo más salida que
dejar ir a Víctor a la cita. Se le proporcionaron armas y dos caballos para que
pudiera volver sano y salvo. Todos se encomendaron a Dios y se despidieron de
él.
No fue la mejor decisión porque dos días después, Víctor regresó con el
cadáver de su novia. Estaba deshecho y le habían salido canas. Estaba flaco y
no tenía deseos de vivir. Había perdido la razón o el shock emocional que había
recibido lo había dejado en una situación deplorable. Casi no parpadeaba y
cuando le preguntaron por Prometeus no contestó. Después se supo que el
monstruo le había pedido una novia y cuando Víctor se negó a hacerla,
Prometeus, le dijo que entonces tendría que revivir a Anne y llevar ese peso en
su conciencia. La mató frente a él sin conmiseración. La mirada fue tan cruel
que Víctor no se recuperó jamás. No se supo más del ser horripilante que tenía
atemorizados a los viajeros. Había quien aseguraba que lo había visto vagando
en las montañas o bosques, pero no había manera de comprobarlo. Con el tiempo
se fue convirtiendo en leyenda y los hombres dejaron una zona virgen en las
montañas para no irritar al peligroso monstruo. Víctor vivió siempre como un
autómata y en ocasiones decía que Prometeus lo visitaba por las noches.
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