No sabía cuándo había comenzado su problema.
Estaba solo y no había quien pudiera soportarlo. Vivía en una buhardilla con un
gran ventanal que le permitía mirar un paisaje urbano muy atractivo, sin
embargo, hacía años que no se asomaba por la ventana y si no hubiera sido por
su compadecida madre habría muerto de inanición. Recordaba el día que empezó a
leer algunos ejemplares en diagonal—se decía que era un método que le ahorraba
mucho tiempo y le permitía enterarse de la trama de los cuentos y novelas que
leía.
En una ocasión se encontró en una estantería un
libro muy gordo y aplicó su técnica. Lo terminó y fue a revisar las críticas y
reseñas sobre dicha obra. Con alegría confirmó que estaba en lo cierto. No se
le había pasado ningún detalle importante e incluso había encontrado elementos
que los críticos no habían notado. Empezó a sonar su voz analítica en la radio,
lo invitaron a varios eventos importantes y la cantidad de trabajo y su
curiosidad natural lo fueron obligando a hacer más rápido sus labores. Fue así
como se encontró un día leyendo dos libros al mismo tiempo; El Quijote y
Ulises. Aunque las obras no tenían nada en común, descubrió que en su mente se
había formado una amalgama muy interesante. Esa tarde participó en un seminario
y la gente le preguntó por el autor de la historia que había contado. Como la
sensación que había dejado la experiencia en su sentido gustativo intelectual
era el mismo que hubiera producido un buen plato fuerte en un restaurante de
varios tenedores, se arriesgó con otras obras. Así se le fue formando una
afición que le gustaba no sólo a él, sino también a sus admiradores. Como si
fuera un jefe de cocineros, preparaba las entradas, el plato fuerte y el postre
con bastante ingenio; pero si antes, ya tenía demanda, ahora ya no le quedaba
ni un minuto libre. Leía al mismo tiempo tres libros, primero, luego cuatro y
llegó a sobrecargarse tanto de trabajo que sin darse cuenta leía, al mismo
tiempo, párrafos de diferentes libros, de tal manera que su extraordinaria
imaginación le dio la posibilidad de inventar historias jamás contadas. La
mayoría eran poco atractivas, pero algunas lograron un éxito internacional. Le
otorgaron infinidad de premios, pero estaba tan enajenado con sus faenas
intelectuales que no acudió a las entregas.
Un día,
mientras daba una conferencia, un hombre saltó indignado y le arrojó su zapato.
Uno de los guardias lo salvó de lo que habría sido un golpe mortal de suela de
caucho. “Ese comelibros se ha vuelto loco—gritó indignado el individuo—,
deberían llevárselo a un manicomio”. El error que había cometido el ponente era
la pérdida de concentración y seguir con su buen o mal hábito—depende desde qué
perspectiva se vea—de leer al mismo tiempo su ensalada de textos. Ese día se le
habían mezclado La biblia, Justine del
Marqués de Sade, La divina comedia de Dante, Memoria de mis putas tristes de
Márquez y El archipiélago de Gulag de Solzhenitsin. No se dio cuenta de que
la gente había abandonado el recinto. Con los ojos hinchados seguía con gran rapidez
las bandejas de una comilona al estilo romano antiguo en el que los huéspedes probaban
los deliciosos platillos y luego se iban a vomitar para volver a comer más.
Estaba tan inspirado que lo tuvieron que sacar de allí.
En las calles se habían organizado marchas de
protesta, la gente lo calificaba de hereje, la iglesia lo excomulgó, las
universidades lo despojaron de sus premios y la ciudadanía lo condenó al exilio
permanente en alguna isla lejana en el pacífico. No fue necesario hacerlo, pues
su actividad tarde o temprano se terminaría—decían—. La única que soportó fue
su madre que con resignación veía cómo su hijo perdía peso y se iba
convirtiendo en un hueso. Al final ni ella pudo resistir el vicio de su hijo y
con profundo pesar se retiró a vivir a una casa de ancianos. De vez en cuando,
le llegaban noticias de su hijo, el cuál había logrado sobrevivir alimentándose
de las páginas de sus libros de papel y los imaginados. Cuando notó los
primeros síntomas de esclerosis decidió escribir. Muchos años después fue
rescatado su bagaje cultural. Se publicaron sus mejores obras y se las acompañó
con una leyenda que decía:
“La lectura de estas historias puede crear
hábitos perjudiciales y conducir a la gula”.
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