Le dijeron que se fuera,
que ya era libre y que tuviera cuidado para no volver a cometer su gravísimo
error. No sabían nada de su vida, pero era inútil argumentar nada porque se
sobre entendía, según su criterio, que ella era la que había provocado la
situación. Comenzó a vestirse y sacó de un escondite el poco dinero que le
había podido ocultar al “Costras”, el proxeneta que controlaba el tugurio. Se
vistió y se fue. Bajó por las escaleras y salió del edificio. La luz del día la
dejó tan deslumbrada como su nueva condición, se comparaba con una de esas
criminales que después de cumplir su condena salen en libertad y no saben a
dónde dirigirse. Ella había pagado una condena impuesta y su delito había sido
encontrarse en un lugar inadecuado y ser guapa. En su claustro se había
imaginado mil veces ese momento de fuga, la escapatoria sería como en las
películas de acción, lo había saboreado en sueños, sin embargo, no esperaba que
fuera tan absurdo, simple y reconfortante.
Se le fue cayendo la
escoria que tenía adherida al cuerpo, la mugre que le habían embarrado las
manos de los hombres se diluía como si fuera espuma de jabón. Su espíritu inquebrantable
se fue limpiando con el aire hasta lograr un brillo angelical. Una revelación,
en esos instantes de angustia que no le habían faltado en su cautiverio, le
había augurado un nuevo camino y estaba haciéndolo como en la canción:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar…” Y ¿los golpes? —preguntó a un interlocutor
inexistente—. Vaya que si se los habían dado. La separaron de la familia, luego
le cubrieron el rostro de fango para que sus parientes no la reconocieran,
mancharon su honor, su dignidad humana y recibió el desprecio de la gente,
hasta el más vil se sentía con más derechos que ella, por último, le quitaron
las escrituras de su cuerpo y quedó despojada de todo lo que tenía, le quedaron
sólo la voluntad y la esperanza.
Vino en su auxilio la
resignación que se le presentó como una mujer imaginaria, etérea con una
aureola rodeándola, con el aspecto de una madre comprensiva que le cantaba
canciones y le contaba historias por la noche. Era una dama que más parecía
monje por su pelo recogido y su túnica blanca de percal. Se imaginó por un
momento a sí misma con esa apariencia y decidió que tendría que enseñarle algo
a las mujeres para que no tuvieran que recorrer el espinoso camino que le había
tocado a ella en suerte. Sintió el intenso deseo de ganar dinero con un trabajo
honesto, pero la mala experiencia que había tenido durante siete años de
explotación sexual la obligaron a desistir. Iba con la cabeza baja, oprimida
por la vergüenza que la doblegaba y le impedía ver a la gente, sin embargo, su
cuerpo era como el de una planta que ha pasado con enormes esfuerzos la sequía
y recobra la forma gracias a la brisa de una lluvia frustrada. Esa agua bendita
salada que le bajaba por la frente y le mojaba los sobacos era como un chapuzón
en el río frente al Bautista que la recibía en un nuevo mundo.
Llegó a la casa de su
tía. En ese momento no estaba y una de las vecinas le preguntó qué quería. Al
enterarse de que era María Esperanza, le ofreció un café y le dijo que no tardaría
su parienta, que todos los días a las dos y media de la tarde salía a comer con
su amiga Nacha en el mercado. Por lo regular, volvía alrededor de las cinco de
la tarde. Así fue, después de escuchar todas las historias de la vecindad,
sonaron unos pasos apresurados. Es ella—le dijo la amable y curiosa Petra—, ahí
la tiene en carne y hueso. Salió y saludó a su tía que no la reconoció en
absoluto, pues la había visto de pequeña y después de veinte años le era
imposible relacionarla con aquella escuálida niña de piernas largas y pelo
azabache rizado. Le miró los ojos tratando de descubrir en su mirada la
honestidad, tardó mucho tiempo haciendo deducciones. La aceptó sólo después de
que le refiriera detalles sobre su madre, o sea Josefina su hermana. Al final
la invitó a pasar a su casa y se disculpó por lo pequeño y oscuro de la
habitación. Era su única pertenencia porque había decidido quedarse con la
habitación más pequeño para rentar los otros cuartos mejor condicionados y más
amplios. “No necesito mucho en esta vida para sobrevivir”—decía con alegría
cuando les cobraba la módica renta a sus tres inquilinas que se habían ido
quedando solas como ella.
“Prefiero cobrarles
poco—le dijo a María pasándose la lengua por las encías—, pobres mujeres,
apenas tienen en qué caerse muertas, hija”. Le cedió el diván para que durmiera
y le dijo que no tenía refrigerador, así que las cosas que comía en la casa
eran los que podían durar más como las galletas, las tortillas de harina, café
y uno que otro bolillo con algo dentro. María sonrió y dijo que pronto le
ayudaría a mejorar su condición, que no tenía pensado regresar al norte del
país con sus hermanos y que quería hacer algo importante por la comunidad. A
las preguntas de qué era eso de “algo importante”, María no daba respuestas y
provocó que la señora Teresa frunciera el ceño sin saber qué hacer porque, por
un lado, la asaltaba la desconfianza, pero por el otro veía la seguridad en su
sobrina. “Esta tiene un espíritu muy fuerte—se dijo oyendo su voz interior que
no le temblaba como la real y era más clara y potente—, seguro que no hará nada
malo. María no le decía más que unas cuantas palabras sin sentido y la vieja se
aburría.
A la mañana siguiente
salió envuelta en uno de los vestidos sencillos de su tía. Era como el de las
inditas que venden sus tortillas en canastas y se esconden debajo de sus
trenzas cuando sienten la mirada de un hombre en celo. Ella tenía porte, por
eso la comenzaron a comparar con una artista famosa y le pusieron de apodo el
apellido de la actriz. “Mira, ahí va la Félix—decían algunas señoras
chismorrientas. Pasó por un lugar del que salían voces de furia, se asomó y la
curiosidad la llevó a pararse en medio de una trifulca verbal entre una señora
de unos cincuenta años y una joven. Se estaba organizando una marcha de
protesta por la gran cantidad de feminicidios de las últimas semanas. Había
fotos de las víctimas pegadas por todas partes. María escuchó sin inmutarse y
en un momento de silencio dijo que la estrategia que iban a tomar no iba a dar
resultado. Una curiosa que la alcanzó a oír se le acercó para preguntarle por
qué decía eso, y si tenía otra solución. María se dio la vuelta y se salió,
pero en el trayecto la mujer le preguntó con más determinación. La cogió de una
de las mangas de su vestido y le pidió, amenazándola, que desembuchara. María
sólo dijo que, si esa solución diera resultado, toda la gente que protesta
obtendría lo que pide. No dijo más y se fue. Quedó la intriga en la cabeza de
la mujer que volvió a su sitio y continuó escuchando la discusión hasta el
final.
Todos los días, la señora
Aurora le regalaba una azálea cada vez que la veía. “No crea que se la regalo
para que me haga publicidad—decía con una sonrisa sarcástica—, María, se la doy
pa´que les diga a todos en donde la consiguió. Llévesela y póngasela en el pelo
y, así, le luzca más el peinado”. María se la ponía en el lado izquierdo y se
iba sonriendo bajo la mirada protectora de la vendedora de flores que pensaba
que esa indefensa flor era un amuleto que la protegería de los ataques de
alguna bestia lujuriosa.
Una tarde María volvió a
pasar por el patio donde se habían reunido las mujeres para organizar su marcha
de protesta. Al reconocerla la mujer que había hablado con ella, corrió a su
encuentro. “Usted tenía razón señorita, no nos sirvió de nada salir a pegar de
gritos. Lo único que conseguimos fue que nos echaran a los granaderos y hasta
nos violaran. ¿Por qué no viene y nos dice qué hacer? María quería seguir su
camino, pero pronto se vio subida en un entarimado mal puesto con todos los
ojos clavados en ella. “Esta mujer fue la que me dijo que íbamos a fracasar,
que así no se hacían las cosas. ¡Pidámosle que nos oriente! ¡Algo ha de saber!
María no tenía la mínima idea de lo que se esperaba de ella, pero no le quedaba
más alternativa que abrir la boca.
“Miren, con gritar no
sacan nada y sólo provocan la furia de los hombres. Deben cambiar de
actitud—Tuvo la intención de alejarse, pero la detuvieron las preguntas—. Sé
por experiencia que si quieres sacar algo de un hombre debes urdir artilugios más
sofisticados y no unas simples mentadas de madre. Hay que usar la intuición y
la cabeza. Con el corazón lleno de rencor no se llega a ninguna parte”. Sí—le
dijo una de las representantes—, Pero, tú ¿qué harías? María se quedó pensando
un poco y luego habló.
Creo que las cosas están
mal en general. ¿Alguien se ha preguntado por qué los hombres abusan de las
mujeres? —se oyó todo tipo de opiniones, pero ninguna era convincente—. Me
parece que nadie ha pensado en que los hombres no son criminales por vocación.
¿No será que la sociedad los hace así? ¿No será que tienen tantos problemas que
su desesperación los lleva a convertirse en violadores y asesinos? La
escuchaban con atención y no podían dar crédito a sus palabras. Empezó de nuevo
la agitación y las peleas. Hubo quien sin poder controlar su enfado comenzó a
golpear a sus compañeras. María salió y se prometió no volver a pasar por allí.
Cuando se calmaron los ánimos y se notó la ausencia de la mujer que había
provocado el alboroto, unas jóvenes se pusieron de acuerdo para buscar la
dirección de la señora de la flor en la cabeza y preguntarle más cosas. Habían
sentido algo especial en su forma de hablar. “Era—decían—como si hubiera tenido
que librar cientos de batallas y las hubiera vencido. Tiene equilibrio
emocional y es muy segura”. Comenzaron a preguntar por ella y rápidamente les
dieron referencias.
Esa noche María habló con
su tía de cosas tan superfluas como las comedias de la televisión o los chismes
que circulaban por el barrio. Acostada y a punto de dormirse vio algo que la
sorprendió. Era un monedero viejo que se había llevado de la casa de citas en
la que la tenían de esclava. Pertenecía a una chica que había tratado de
fugarse y la habían asesinado. Era como si se hubieran deshecho de una
basura—pensó con tristeza—. Recordó los momentos que compartió con ella y sus
palabras volvieron a entonarse en esas noches en vela que les tocaba hacer
guardia a la espera de que algún cliente borracho llamara y solicitara sus
servicios. “La mujer—decía Dolores—tiene una función en la naturaleza. Debe
preocuparse por mantener vivas dos cosas: la especie humana y el amor
maternal”. A pesar de lo simple de los conceptos, habían tratado muchas veces
el tema dejando volar su imaginación, razonamiento y sentimientos. Era verdad,
pensó, siendo un animal racional, el hombre necesita el sexo para reproducirse,
las madres necesitan amar a sus vástagos para que sobrevivan y continúen
creciendo. Es fácil, ¿cómo pueden cosas tan elementales olvidarse en aras del
dinero e intereses religiosos o políticos?
Se durmió con esa
pregunta dentro de la cabeza y al despertar al mediodía se dio cuenta de que
algo en ella había cambiado. Se sentó con su tía a tomar café y sintió que su
cuerpo sufría una transformación. Se lo dijo su tía Teresa. “Te ves muy
cambiada, el descanso te ha hecho bien. Venías hecha una gata callejera y ahora
te ves como una gran Velázquez. Eres la misma foto de tu madre. ¿Sabías que tu
padre me pretendía a mí? No me lo podía quitar con nada. Andaba de aquí pa´llá
tratando de convencerme, pero yo tenía miedo de que después de que me poseyera,
se marchara el muy desgraciado. Ya ves lo que pasó. Un día vio a tu mamá,
cuando llegó a la ciudad para quedarse con nosotras, tu tía Gertrudis y Ana.
Fue todo rapidísimo. Nada más verla, se enamoró como loco daba vueltas por la
casa día y noche como un perro en brama. Le prometió matrimonio y le cumplió,
el muy maldito, perdón que me refiera así de él, pero es que ya me tenía
acostumbrada a sus piropos y bromas tontas y, ya ves cómo somos las mujeres,
que decimos a todo que no, pero llegada la hora…Bueno, luego nació Paco, José
Imelda, Gertrudis, Ana, Luisa y tú, la más pequeña. Llegaste en buen tiempo,
porque tus hermanos ya eran más o menos independientes. Si hubieras visto las
cosas que sufrieron Paco y José para ayudar en la casa. En fin, todo eso ya lo
sabes y no hago más que despertarte recuerdos que, a lo mejor no quieres tener.
María se sonrió y Teresa
le dijo que se veía muy bonita, que se cuidara y que se viera en el espejo para
arreglarse el peinado. María salió a comprar algo para comer, pero se le olvidó
que no tenía que pasar por el patio donde discutía la comunidad de mujeres.
Sintió un poco de nerviosismo porque no sabía qué podría decir si la seguían
hostigando con sus preguntas. No encontró a nadie, pero más adelante le
salieron al encuentro las jóvenes que se habían quedado con la duda. La
saludaron y le pidieron que hablara con ellas. Les contó un poco de su vida, no
entró en los temas comprometedores por precaución, y de pronto, una joven con
la voz de su amiga Lola le preguntó qué quería decir con sus críticas que hacía
en las reuniones. Quiso responder que no iba a las reuniones, que no le
interesaba y que le daba gracias a dios de que la escoria con la que había
salido del prostíbulo, se le había ido cayendo en sus paseos por las calientes
aceras del barrio. Sin poder contenerse repitió las palabras de su fallecida
amiga: “El principio básico de una mujer es conservar la procreación y el amor
incondicional”. La respuesta fue un grito de asombro e inconformidad. ¿Cómo
puedes pensar eso? —le espetaron gritándole con mucha fuerza—. No hay otra
solución. Es difícil de entender, pero esa es la verdad. Ya no quisieron seguir
oyéndola y se sumieron en una discusión muy acalorada. Cuando se calmaron un
poco, María ya no estaba. Se fueron discutiendo con menos énfasis y Silvia, una
chica con mucho carácter, pero muy racional, tuvo una revelación muy simple. Se
fue pensativa a su casa y en la siguiente reunión propuso que se llamara a la
Félix para enarbolar la lucha. “Ella puede hacerlo, dijo con determinación
Silvia. No podemos perder este momento. Ella nos guiará. Estoy segura de que
sabe por donde ir”. Se pusieron de acuerdo para convocarla y proponerle que
fuera la representante del Movimiento en Favor de las Madres Traicionadas.
Por su parte, la
germinación de la semilla de lucha se había depositado en el vientre de María y
crecería a unas dimensiones inesperadas. Caminaba con tranquilidad, pero muy meditabunda.
Ya no llevaba su flor y su sonrisa no era natural porque, aunque descarnaba los
dientes, sus ojos echaban unos rayos parecidos a los previos a una tormenta.
Llegó por su propio pie y se sentó en la fila de atrás. La llamaron de
inmediato para que se votara por ella como representante de la organización.
Con excepción de algunas damas, las demás levantaron la mano. Su primer
discurso fue muy modesto y sólo se comprometió a expresar sus ideas sin tratar
de imponerlas. Ya serían las demás quienes decidieran.
Hablaba usando parábolas
y cuando se refería a Lola, decía: “Mi maestra me enseñó que…”. Poco a poco su
voz comenzó a ser importante. Después de las discusiones de la segunda reunión,
María dijo que para entender al enemigo había que conocerlo, por eso se invitó
a una socióloga, una filósofa, una economista, y a un padre de la iglesia para
que respondieran a los cuestionarios que cada semana elaboraban. Primero,
descubrieron cuales era las condiciones sociales y económicas que provocaban en
los hombres resentimientos contra la mujer. Después repasaron los preceptos
indicados en la Biblia y, por último, recurrieron a la psicología para saber
cuál era el cuadro de los asesinos en serie.
Todas se sorprendieron cuando la socióloga dijo que, si todos los
asesinos de mujeres fueran seriales, ya no habría una sola mujer, lo cual
indicaba que los homicidas eran circunstanciales y nunca planeaban sus crímenes
hasta que se les presentaba la ocasión. Empezaron a determinar cuáles eran los
factores psicológicos que destacaban en esos individuos. Se vio que la
condición social influía, pero que no era determinante. Por último, se analizó
la conducta de la mujer y sus preceptos. Se reunió toda la información y se
llamó a la famosa abogada que encabezaba la organización más grande de lucha
contra el feminicidio.
“¿Entiende, señora
Adelaida, que nuestra organización se basa en dos principios fundamentales? Son
la conservación del derecho a la procreación y el desarrollo de condiciones
para que el amor maternal sea un sentimiento que evite el odio del hombre hacia
la mujer. Eso traerá como consecuencia una reestructuración de la sociedad y un
cambio en la interpretación de la religión”.
Adelaida Martínez dijo
que estaban locas y que la lucha jamás tendría éxito en caso de llevar ese plan
tan descabellado a la práctica. Así apareció la primera enemiga del movimiento
“Ámame de verdad, no te pido dinero, ni matrimonio, sólo amor sincero”. El
fundamento de la causa—decía María— era que no hay nada más fuerte que el amor.
Los hombres podrán abusar de las mujeres, pero no las matarán porque recibirán
comprensión, cariño y amor; un amor sincero, sin resentimiento, sin
condiciones, sin reproches. Lo único que se les pedía era que las amaran a ella
también. Se explicó mil veces que el amor sólo puede crear amor y el odio sólo
odio, por lo que era mejor no oponer resistencia y amar de verdad para que el
abusador sintiera remordimientos al maltratar a alguien que lo amaba. Era
difícil comprenderlo al principio, pero las mujeres del grupo que estaban
casadas cambiaron su actitud hacia los maridos y estos se apaciguaron. “Ya no
me pega—decían unas—, antes era violento y cascarrabias y ahora hasta se pone a
lavar la vajilla y hace la comida”. En la práctica resultaba más sencillo que
en la teoría porque al no encontrar resistencia, los hombres se amansaban y
perdían empuje, rencor y furia, al grado de que empezaron a manifestar su amor
con flores y todo tipo de regalos. Las mujeres aceptaban por compromiso, pero
decían que las cosas materiales no importaban en absoluto, que la mujer y el
hombre, desde los tiempos de Adán y Eva, había vivido el uno para el otro y que
esa era la voluntad celestial. En las duras y las maduras; en las buenas y en
las malas, lo importante era sentir el don más grande que tenía el ser humano.
De inmediato reaccionó el gobierno argumentando
que las mujeres llevaban a la sociedad hacia la legalización de la
prostitución, la iglesia dijo que Dios estaba enfadado y que caería la lepra,
la sífilis y la gonorrea en todas las personas que se dejaran llevar por la
perversión que pregonaban las brujas del siglo XXI. Las empresas encargadas de
motivar el sentimiento machista de la población tuvieron que acudir a los
mejores especialistas para saber si podrían enfrentar los cambios del mercado con
nuevos productos. Las organizaciones de personas con orientación sexual
alternativa no entendían cuál era el objetivo de esas mujeres locas y se
manifestaron para que se les aplacara. Hubo varias represiones, pero la idea ya
había cuajado.
Las marchas organizadas
por la madre María Espe, como la llamaban ya, eran enormes y las mujeres
comenzaron a portar un aplaca con la leyenda del ámame de verdad. Las mujeres
seguían muy temerosas porque no se podía garantizar al cien por ciento la
seguridad y los asesinatos seguían, no obstante, pronto se hizo un conteo que
vomitó una cifra sorprendente. En seis meses, el nivel de crímenes había bajado
en un diez por ciento y los matrimonios se habían incrementado. También
aumentaron, las uniones libres y las reconciliaciones de parejas divorciadas.
El fenómeno comenzó a preocupar a las organizaciones delictivas que vieron que
su negocio de prostitución, la venta ilegal de armas y las drogas eran inútiles.
Nadie quería amar sin pasión real, nadie quería ocultar sus verdaderos
sentimientos. Los hombres se acercaban a las mujeres que les gustaban y estas
les pedían sólo amor y nada más que amor. Si después de la relación el hombre
decidía irse con otra, tenía todo el derecho de hacerlo, pero si no lo deseaba,
podía quedarse sin ningún problema, lo que daba como resultado que hubiera un
matrimonio sano y para mucho tiempo. En la práctica muchos hombres vieron una
posibilidad de libertinaje y creían que podían abusar de quien se les antojara,
pero cuando las mujeres que elegían les robaban el corazón, ya no podían seguir
denigrando a otras mujeres porque encontraban a alguien de quien no podían
prescindir.
Se tramó un complot.
Matarían a María Espe por insurrecta, por fomentar el desorden de la sociedad y
la desobediencia de las normas milenarias. Adelaida Martínez habló con el
representante de una organización delictiva y le pidió permiso al primer
mandatario para que no se impidiera ejercer la justicia por la propia mano. Del
atentado se supo rápido y se le previno a María, sin embargo, ésta dijo que no
tenía miedo, que su maestra había fallecido así, a manos de los traidores, y
que su destino era el de seguir a su iniciadora para unirse con ella en el paraíso.
Ella me mostró la luz—decía
públicamente—sé que pueden acabar con mi cuerpo, robarme mis pertenencias,
quitarme la ropa, mancharme de porquería, ultrajarme, someterme, herir mi amor
propio y ultimarme, pero mi luz interior jamás será apagada porque se ha
propagado el amor que nos acompaña, la esencia inherente de la maternidad y la
bondad santificada en nosotras. Mis sucesoras ya están aquí, muy cerca y
continuarán con la tarea que mi iniciadora nos mostró.
Ven aquí asesino, me
entrego a ti indefensa, sin prejuicios, sin rencor, libera mi espíritu para que
pueda reunirme con mi maestra. Ella sufrió esperando ver este día y a través de
mis ojos lo puede ver y disfrutar ahora. Después de ella las cosas no serán jamás
iguales. La humanidad comprenderá que lo esencial en la vida es manifestar el
sentimiento más puro. La mujer en cuerpo es sólo un instrumento, se le debe
conservar y respetar porque su tarea es importante, sin embargo, vale por su
interior y esencia, por su significado religioso, natural, social y sagrado.
Ese respeto generará el amor puro para el amante, el marido, el hermano y el
hijo. No existe nada semejante al amor maternal. No traten de imitarlo, hombres
extraviados y ciegos, cumplan su función natural que es proporcionar la
seguridad emocional, física, intelectual, económica y religiosa, si lo desean
así, pero no traten de ser madres, jamás lo lograrán hasta el final, pues su
parte biológica, tarde o temprano saltará como un resorte en un colchón viejo.
Sólo la mujer lo posee.
Amen como hombres de verdad, como seres que se preocupan del bienestar de su
especie, de su alma y no destruyan lo que por decisión divina se puso a su
lado. Suden y gánense el pan, la mujer estará siempre junto a ustedes y les
consolará en el dolor y el sufrimiento, los amara en la bonanza, les creará a
sus hijos y les dará de comer, aunque tenga que quedarse con hambre. De ella
aprenderán el cariño y el deseo de formar una familia unida. Olviden los
prejuicios sociales, religiosos y políticos. Somos pareja desde tiempos
ancestrales. Nadie podrá separarnos, por más argumentos hermosos que inventen.
Seamos parte de la naturaleza, del universo que Dios creo para nosotros. Que no
les engañen con cuentos de hadas y las innovaciones tecnológicas. Opérense, cambien
de aspecto físico si quieren, engendren si la ciencia lo permite y si logran
meter en un microcircuito el sentimiento maternal, háganlo y pónganselo a quien
deseen, lo importante no es la forma sino el objetivo. El amor puede con todo.
Si nace, crece y germina, no habrá fuerza en el universo que lo pueda contener.
Esas fueron las últimas
palabras que pudo pronunciar porque un hombre disfrazado de mujer la atiborró de
plomo disparándole a quemarropa con una metralleta. Se efectuó un sepelio, se
erigió un monumento en su memoria y el gobierno expresó su más sentido pésame.
Unos meses después todo volvió a la normalidad. La señora Adelaida Martínez
obtuvo la aprobación de su partido femenino para provocar la repulsión hacía los
hombres, el gobierno siguió eligiendo mandatarios misóginos, la iglesia impuso
la confesión y algunos sacerdotes siguieron con sus abusos sexuales a menores
de edad, el país vecino anunció el indulto a las sanciones que había
establecido por la rebeldía y amenaza contra la humanidad, las organizaciones
en pro de los matrimonios libres prosperó y se dividieron los grupos de
matrimonios masculinos con niños adoptados y las uniones de mujeres con la
adopción de las niñas. La gente seguía su vida normal y el país cada mes
anunciaba un nuevo logró social y económico. Bajó el PIB, empezó una incontenible
inflación y aumentó el desempleo, los crímenes seguían anunciándose en la
prensa; pero en un patio cerca de la casa de María Espe, Silvia convocó una
reunión urgente para reunir a todas las activistas del grupo “Sólo te pido amor”.
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