Siempre había pensado que esa escena que ponen en el cine, cuando un
protagonista está muriéndose y ve pasar frente a él los sucesos más importantes
de su vida, era una agradable invención para consolarnos antes de marcharnos de
esta existencia; pero ahora que estoy a punto de partir, puedo ver con claridad
los acontecimientos que me marcaron el camino. Lo malo es que están
desordenados y no podría explicar por qué han surgido así. Está Angelina que se
presentó vestida a la Dietrich en una fiesta, ha aparecido en el momento en que
estamos en la terraza mirándonos cogidas de la mano. Luego la persiguen unos
jóvenes, violentos y lacras perdidas, como a Hilary Swank en la película Boys
don´t cry. En una toma o pasaje juro matar a mi padrastro en la primera
oportunidad. Ernest está parado frente a mí, me grita, dice que, si mi madre
hubiera tenido un hijo, otra cosa habría sido, pero con una niña endeble y fea
como yo, no tenía más remedio que humillarme, triturarme con su peso y rebajarme
a la condición de perra. Aparece, también, un paisaje marino, iluminado por el tibio
sol, mi abuela me lleva de la mano por la playa, me cuenta historias
fantásticas y sueño con llegar a ser una bonita princesa. Ella lleva un bañador
muy ajustado y se ve la deformidad de su cuerpo, pero su cara dice que es
feliz. Hay muchas cosas más, que podría describirles, pero el tiempo se termina
y lo que he visto en una fracción de segundo, se llevaría más de una hora en ser
contado. En fin, espero que, del otro lado, es decir, en el más allá, exista la
oportunidad de seguir mirando mis recuerdos y alguien converse conmigo o me
escuche.
Miranda Rose fue una chica común y corriente en la infancia. No había
motivos para que yo apareciese en su vida, pero al quedarse huérfana de padre, me
presenté una noche después de una serie de circunstancias desfavorables que la
obligaron a acogerme en contra de su voluntad. El chulo de su madre la golpeaba,
abusaba de ella y le reprochaba no ser varón. La mortificaba llamándola Mario
el debilucho, niñito tonto y otras cosas por el estilo. Su madre era demasiado
sumisa y no la defendía, además se le entregaba a él por unas cuantas caricias
o por miedo a las golpizas. Ernest, que era un vividor holgazán, tenía un
concepto demasiado exaltado de sí mismo, sin embargo, su virilidad dejaba mucho
que desear. Le surgió a la niña Miranda un sentimiento de rechazó hacía los
hombres y la primera experiencia, en la que su cuerpo obtuvo placer sexual, fue
lésbica. Así, de una manera tan simple y absurda, la pequeña Rose quedó
encerrada en su laberinto de confundidas emociones. En mí sólo encontró a su
acompañante más obsesiva y aterradora. En nuestra relación estaban presentes su
pasión por las mujeres vestidas de hombre y la venganza contra Marito, que no
era ella, sino la representación ridícula de su padrastro destruyéndola.
No deseaba que las cosas terminaran así, pero ni la fama ni la buena
situación económica de la que gocé me trajeron la cura que necesitaba. Creo que
más bien fue al revés, pues de haber seguido soportando la pobreza en el total
anonimato, habría llegado a suicidarme y no le habría causado daño a nadie. Tal
vez, sí habría matado a Ernest, pero por fortuna para él y desgracia para mí la
cirrosis se lo llevó primero. A mí también me llegó la muerte de manos de la
justicia y he recibido mi merecido. En realidad, estaba dispuesta a entregarme,
pero la lucha interna que mantuve toda mi vida me obligó a retardar la
confesión. Me hubiera gustado ser condenada a una cadena perpetua o ser victimada
en una silla eléctrica, pero el destino lo acomodó de otra manera. He de decir
que los actos criminales que cometí fueron realizados por mi trauma, por una
mezcla de ceguera, odio, rencor y excitación que no pude controlar. Mis actos a
menudo fueron pasionales en extremo, sin esperanza, vacíos y superficiales. Es
verdad que mi estrategia era infalible, pero no la urdí yo, más bien fue la
amalgama que se formó con las experiencias que viví y se convirtió en un
monstruo independiente y cruel al que empecé temer tanto como a mis traumas. Los
polizontes me han sorprendido, en una situación habitual: realizando una sesión
de fotografía con una aspirante a foto modelo, ha tenido suerte la pobre porque
no terminó como las demás. Siempre lo hacía de la misma forma. Las chicas que
deseaban saltar a la fama y, que eran completamente desconocidas, me llamaban
para impulsarse con mi reputación que creían le había servido de trampolín a
muchas modelos famosas. Las citaba para ir a mi estudio en mi casa de campo, a
unos cuantos kilómetros de la ciudad y actuaba con la mayor tranquilidad porque
me cercioraba de que no me viera nadie y ellas desconocieran el lugar exacto al
que iban. Siempre las recogía cerca de una estación de tren. Me vestía con
modestia y ocultaba mi cara con un pañuelo y gafas de sol. Aparcaba mi coche en
un camino de terracería a unos metros del ferrocarril, luego, en el proceso de
trabajo, mientras ellas se transformaban con los trajes de casimir en hombres
afeminados o chicas masculinizadas, dentro de mí se iban deslizando con lentitud
las secuelas de mi pasado para formar al monstruo. El deseo enfermo, ataviado
con la toga de la provocación, era mucho más fuerte que mi voluntad, por eso me
dejaba llevar por los ásperos quejidos del carboncillo arañando el lienzo, luego
el olor del aguarrás mezclándose con el licor y el perfume de rosas, por último,
la suavidad del óleo era acariciada por un enorme pincel, las espátulas se deslizaban
con sutileza y mis dedos sentían la humedad de la vulva de la jugosa pintura de
nuestros cuerpos. Luego el pecaminoso lumen anaranjado con olor de cítrico podrido
y el ardor intenso me incitaba a morderlas. Me transformaba, perdía la
orientación y las dimensiones se alteraban, se hacían cóncavas y convexas,
frontales e invertidas. Caía en un ensueño de placer incomparable, pero al
volver veía las consecuencias de mi viaje y lamentaba el alto precio que tenía
que pagar por fugarme de la realidad.
Cuando la carga de Mario, su hermanastro fantasma, se hizo insoportable y
la ausencia de Angelina enfermaron su espíritu aparecí para seguirle los pasos.
Mi naturaleza está ideada para martirizar con mi presencia. Tengo un ciclo de
vida muy habitual porque nazco, me desarrollo y crezco hasta arrinconar a mis
víctimas, a veces las conduzco al suicidio, pero si se consulta a tiempo a un
especialista, es sencillo librarse de mí. En el caso de Miranda habría sido muy
sencillo porque había llegado a la pubertad, odiaba en los hombres la imagen de
Ernest y sentía debilidad por las chicas. Un experto le habría abierto los ojos
diciéndole cuál era la naturaleza de su cuerpo y la forma de curar su espíritu
a través del autoconocimiento y el desarrollo intelectual y físico. Por
desgracia esa persona no estaba y crecí muy rápido. El método que uso es a
través de la intimidación y la duda. Es suficiente encontrar un pequeño motivo
para que salte como un resorte. Al principio sentí retraso en mi desarrollo y
llegué a sospechar que ella se curaría, pero después mi crecimiento fue pleno
porque, como decía antes, se reunieron los elementos adecuados para alimentarme.
Las agresiones sexuales por parte de Ernest dieron como resultado la aversión
hacia el género masculino, luego la decepción amorosa lésbica sembró la semilla
del odio y Miranda quedó condenada a buscar su propio camino hacia la libración
de su lívido. La mente es un mecanismo muy difícil de comprender para la gente.
Hay demasiados laberintos y una idea o temor pueden encaminarse por tantos
rumbos que determinar a priori por donde seguirán, es imposible. En el caso de
Rose el frustrado deseo sexual ocasionó que odiara la imagen del hombre
tratando de destruirla y añorara amar a las mujeres, pero la duda y el miedo al
fracaso la mortificaban. Poco a poco, ella fue creando un mecanismo de defensa.
Su naturaleza salvaje desarrolló una forma de venganza. Ella lo ocultó pensando que sus
desbordamientos eran una forma de arte, pero en realidad eran destrucción.
Ahora que estoy libre de toda atadura terrenal y mi condición
pluridimensional me lo permite, iré aclarando las cosas que afirma o cuenta una
parte oscura de mi inconsciente. He oído su voz al final de ese corredor oscuro
que tengo enfrente. Me parece oírla, es Glimmer, la luz trémula con forma de
bruja que me ha martirizado tantos años. Es ridículo pensar que los
sentimientos tan absurdos que me provocó me orillaran a cometer barbaridades.
Lo entiendo ahora, pero en mi condición anterior ni siquiera lo suponía. Fui
una imbécil al dejar que se formara un círculo frustrante en mi mente. Ella no
sabe nada de lo que ocurría fuera, en la vida real. Si percibía algo era
gracias a mis sentidos, pero se le escapaban muchos detalles, cosas que para mí
estaban claras, pero a ella le parecían borrosas. Se convirtió en una
desagradable vecina fisgona. Era como una mujer mirándome desde su ventana en
un edificio aledaño. No había momentos en que me sintiera librada de sus
penetrantes ojos. Podía estar ausente, pero el simple hecho de saber que me
vigilaba hacía surgir de nuevo su cara y era suficiente para meterme de nuevo
en mi jaula. Dice que Ernest se burlaba de mí y que me trataba como a un niño
tonto, es verdad, pero no ha dicho que era un hombre guapo que sabía explotar
su apariencia. Se perfumaba y hacía gala de su narcisismo. Gracias a mi madre
podía vivir a cuerpo de rey. Comía bien, se compraba buena ropa y fumaba
habanos, bebía ron caro. Se había encargado de tener a sus vasallos
controlados. Sabía que cualquier mujer estaría dispuesta a cumplir sus
caprichos y por eso abusaba de nosotras. A mí me aprisionó verbalmente y cuando
tuvo la oportunidad me rompió por dentro con su risa burlona. Mi madre le
mendigaba los favores y el accedía, a veces.
Se esmeraba para desquebrajar por completo el corazón de mi madre, se lo
desprendía en gajos y la despreciaba. Julie, como la llamaba, supo que Ernest
se acostaba con otras mujeres, pero se aferró a tenerlo en casa. El gusto le
duró unos años y finalmente el zángano se marchó. El muy imbécil provocó que
Julie cayera en un foso profundo, la depresión se convirtió en la cera que le
impedía salir de su panal de torturas. La hospitalizaron después de su intento
de suicidio y salió sólo para ocupar un cuarto en el psiquiátrico. No la volví
a ver. A Ernest tampoco porque me fui a otra ciudad. Tiempo después me enteré
de que un marido influyente y celoso había encontrado a su mujer en brazos del
narcisista y los había matado disparándoles a bocajarro. Fue como en esos
ridículos filmes de Hollywood.
Espero que pronto Miranda note mi presencia y venga a aclarar las dudas que
todavía deben de quedarle. Por fortuna, aquí hay tiempo de sobra para ella, sin
embargo, el mío está contado y todo depende de las condiciones que mantengan la
red de conexiones neurológicas en condiciones adecuadas para mantener el pensamiento.
La sangre no fluye y si se coagula, pronto perderemos la comunicación. A ella el
último instante vida le ha parecido muy largo por sus visiones y eso ahora me
pasa a mí. En fin, sólo quiero aclarar que noté las relaciones que había entre
su cuerpo y los sentimientos. Me usaba como un estupefaciente al que le tuviera
miedo, pero necesitara para realizar sus obras más crueles. Terminó
aprovechando la segregación de adrenalina para excitarse. Llamaba a sus amigas
o clientas, les pedía que se vistieran de hombre y comenzaran a posar frente a
ella mientras las pintaba o fotografiaba. Durante sus sesiones hablaba de las
famosas que había usado el atuendo masculino para escapar de la represión
machista de la sociedad y habían destacado implantando nuevas modas. Por eso
salían en sus conversaciones las figuras de la Dietrich, la J Andrews, María
Félix y otras famosas de la historia que había querido llevar los pantalones
puestos en su casa. De pronto, comenzaba el contacto de sus labios, la
esperanza de obtener el placer deseado, después del derramamiento de su vientre,
llegaba ese sabor acre y amargo de Mario que le encendía la furia, entonces
perdía el control y actuaba de forma muy cruel. Cuando volvía en sí, descubría
cadáveres junto a ella, pero se engañaba diciéndose, todavía en su deliro, que
eran Mario y Ernest muertos. Los metía en la chimenea y los quemaba. Salía a
dar una vuelta por el bosque y esperaba que el horno consumiera a sus víctimas.
Había pocas casas cerca y no todas estaban habitadas. Oía el canto de los
pájaros, sentía la respiración de los árboles y bailaba junto con las ramas de
los altos eucaliptos. Volvía para meter las cenizas en un costal y las echaba
cerca del lago. Los patos la veían con rencor porque notaban el enorme bulto y
pensaban que era pan, pero al sentir las cenizas que los cubrían, salían
despavoridos.
Veo algo ahí. Es ella, Glimmer, tiene forma de mujer y se asemeja un poco a
mí. Seguro es porque ha adoptado la única forma que conoce del mundo del que
vengo. Me saluda y me pregunta si sé quién es. Con la cabeza asiento y le digo
que esperaba encontrarla aquí para aclarar algunas cosas. Me responde que no le
queda mucho tiempo, que el calor y la humedad están descomponiendo mi cuerpo, que
el cerebro dura más que otros órganos y que los disparos estropearon mis
pulmones y el estómago. Se disculpa, dice que fue producto de mis temores, de
mi imposibilidad racional de superar acertijos sencillos de la vida emocional. Ahora
no me parece tan desagradable como antes, incluso me da pena. Empieza borrase y
mi luminosidad la empieza a intimidar, parece que la luz de este sitio es
infinita. Empiezo a sentir como me expando y me alejo. No sé hacia dónde voy,
pero estoy segura de que hay un equilibrio matemático. Todo está previsto y
sigue el proceso eterno de lo que siempre fue, ha sido y será. No hay tiempo ni
dimensiones ni principio ni fin. Se siente la armonía divina, uno es el todo y de
lo más insignificante se forma lo colosal. Soy parte del ciclo y empiezo a
integrarme.
Se nubla todo, el esfuerzo para continuar aquí me está pulverizando. Empieza
a faltarme todo. Con los segundos se van borrando los dolores que sufrió
Mariana, las moléculas se dividen y caen los puentes enormes donde un día hubo
un reino, las ruinas están llenas de moho, los lagos se han llenado de larvas e
insectos, el gris comienza a predominar y surge un desagradable aroma de
canalización. El tufo putrefacto es como una nube de humo. Se hace de noche y
reina el silencio y el vacío. Es el fin.
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