Víctor Darmanián era un fotógrafo reconocido, había ganado varios premios
internacionales y las revistas de moda lo consideraban un elemento primordial
para promover las últimas tendencias. Estaba soltero, aunque proposiciones no
le faltaban. Algunas foto modelos y actrices se habían enamorado de él y le
habían insinuado, en las sesiones de fotografía o en conocidos festivales, que
estaban dispuestas de forma incondicional a complacerle sus caprichos y
fantasías. A él no le importaban mucho las mujeres porque tenía un ideal de
belleza muy específico y hasta ese momento no había encontrado a la mujer que
encajara en esos parámetros. Esa mañana quería descansar, no tenía ningún
compromiso y los rayos del sol, que se filtraban por el gran vitral para
iluminar la escalera de caracol, le entibiaron los pies cuando bajó a la cocina
para prepararse un café. Tomó una taza de exprés muy cargado y se fue a duchar.
Tardó media hora en secarse el pelo y vestirse. Salió a caminar por la calle más cosmopolita
de la ciudad. Se metió en el lujoso hotel donde siempre desayunaba. El personal
lo admiraba y siempre era atendido con amabilidad. El sitio había sido decorado
con algunas de sus fotografías y era un recurso comercial que había usado el
dueño para atraer a la clientela.
Cuando los visitantes se enteraban de que el
famoso artista desayunaba allí, asistían como si se tratara del teatro. Las
mujeres se arreglaban y trataban de robarle una mirada, pero Víctor era
indiferente a las provocaciones y se sumergía en la lectura de las noticias o
algún libro que estuviera de moda. En algunas ocasiones se entrevistaba con los
representantes de las editoriales que le pedían su colaboración para ilustrar
libros. También, estaban los de las empresas publicitarias que lo atiborraban
de ideas fatuas y palabrería. Su talento era natural, necesitaba sólo enfocar
la lente y medir la luz para imaginar de inmediato el cuadro que resultaría. Le
encantaba el color, pero el blanco y negro era su fuerte. Para él, la belleza
estaba más allá de una bonita cara, una sonrisa seductora o un cuerpo bien
formado. Lo que hacía con éxito era sacar la esencia de las personas para
mostrar un aspecto desconocido por el público observador. No toda la gente
tenía la capacidad para verla y, era por eso, que sus fotos impactaban a pesar
de tener un aspecto habitual. La gente decía, por lo regular, que no podía
despegar la mirada de algún retrato porque era como un acertijo que requería
mucha concentración. Era verdad, Víctor sabía que la sonrisa de la Mona Lisa
era un recurso que da Vinci había usado para intrigar a la gente y él mismo se
había puesto a la tarea de encontrar su propia estrategia. La descubrió un día
que estaba con sus compañeros de la escuela de arte y unos chicos habían
empezado a tontear quitándose la ropa mientras una chica modelaba para él. De
pronto la chica tuvo una agitación que hizo temblar su cuerpo. Víctor le pidió
que tratara de controlarse. A la joven le cambió la mirada cuando hizo el
esfuerzo por contener esa oleada de pasión que la estaba anegando. El resultado
fue impresionante y las pancartas que llevó a un concurso lo impulsaron hasta
el primer sitio. Después, mucha gente se interesó por su trabajo y llegar a la
fama no fue muy difícil. Víctor les advertía a sus clientes que debían guardar
el secreto a toda costa, pero ellos mismos comprendían que sería inútil
revelarlo, pues el único que sabía cómo capturar el momento ideal era él y de
unas ciento cincuenta o doscientas fotografías, sólo una era que valía.
Cuando terminó de comerse sus huevos, fruta y café con bollos, salió para caminar
y llenarse de la magia de la avenida en la que se mezclaban ejecutivos, mujeres
muy arregladas, pordioseros, estudiantes y vendedores ambulantes. Para Víctor
el espectáculo era un alimento primordial porque se guardaban en su memoria las
sensaciones y en su cámara quedaban las pruebas de que ese sentimiento había
satisfecho su curiosidad o deseo. Vio a un ingenioso hombre que había unido con
unas varillas a tres muñecos con la forma de Michel Jackson e interpretaban con
una coordinación perfecta los famosos bailes del rey del Pop. Pasó cerca de un
niño que estaba lustrando los zapatos de un hombre trajeado. Mientras el
cliente se enteraba de las injusticias del mundo, el chico con destreza y
rapidez embadurnaba los mocasines de gruesa piel de vaca. Aprovechó para
disparar el botón y capturar las expresiones del muchacho que parecía realizar
un deporte parecido a las regatas. Cuando el chico terminó y recibió su pago,
se acercó Víctor y respondió que no quería que le limpiaran el calzado, sólo
quería agradecerle el momento de inspiración. Carlitos dijo que sólo hacía su
trabajo, que las cosas no le iban tan bien y que su padre era portero en un
edificio que estaba cerca de allí. Víctor le estrechó la mano y le dio un
billete, pero el niño desconfió porque era demasiado. Eso —dijo con una mirada
triste—ni en una semana de trabajo me lo gano, señor. Al final lo cogió y salió
volado a buscar a su padre para que le guardara el dinero. Víctor siguió su
trayecto y saludó con un guiño a las personas que lo reconocieron, estuvo
curioseando por todos lados y cuando quedó satisfecho emprendió la marcha de
regreso. Se acercó a su casa y sonrió cuando vio resaltar el vitral que su
padre había mandado hacer para decorar la fachada de la construcción que databa
del siglo XIX. El contraste de la dura cantera bien moldeada con la fragilidad
de la imagen de la virgen embellecida por las rosas y peonias era escalofriante
y siempre le provocaba la misma sensación cuando la veía desde la esquina. No
se dio cuenta de que lo estaba esperando la señora Silvia Cardinale, la
reconoció sólo cuando ya estaba metiendo la llave en la cerradura de la reja.
Se saludaron y él la invitó a entrar. En realidad, el encuentro no era casual,
Silvia tenía algo muy importante que decirle. Había debutado con mucho éxito
una modelo de origen sueco. Muy pronto los monstruos de la moda empezarían a
seducirla con jugosas ofertas, así que estaba obligado a invitarla a una sesión
de fotografía antes de que callera en manos de algún artista menos talentoso.
Silvia le dijo que, al día siguiente, Skönhet Berg lo visitaría sin falta. Se
lo agradeció mucho y aprovecharon para conversar sobre los bulos que circulaban
en los estudios cinematográficos donde la exquisita Cardinale estaba
interpretando a una heroína de la Segunda Guerra Mundial. Víctor también le
tomó unas fotografías y cuando la actriz se retiró, le prometió enviárselas, ya
con los arreglos necesarios, por correo electrónico. Un beso rugoso y unas
caricias ásperas sirvieron de despedida.
Víctor se puso a trabajar en los proyectos que tenía pendientes porque
no quería que la presencia de la señorita Berg se interpusiera en su trabajo.
Era muy responsable, por eso no paró hasta terminar. Ya eran las nueve de la
noche y no había comido nada. El tiempo se le había ido como el vapor que sale
de la ducha caliente, pero estaba satisfecho. Miró por última vez los trabajos
que enviaría a la revista más popular entre las mujeres, archivó en una carpeta
comprimida las fotos secretas que presentaría en un concurso internacional y se
fue a preparar algo. Encontró queso, lechuga, jamón, tomates y pepinos. Preparó
una ensalada y se abrió una botella de vino francés. Puso música y cenó al
compás de Haendel que lo transportó al viejo Brandemburgo del siglo XVII con
sus notas acuosas de la composición marina. En su mente vio los cuadros de la
época: paisajes de Ludwig Agrícola, enanos españoles de John Closterman, los
pasajes mitológicos y bíblicos de Adam Elsheimer y trabajos de Johan König,
Jacob Marrel con las bellas flores, parecidas a las de Ernst Stuven. Saboreó su
fantasía con los mordiscos que le dio a la lechuga y los pepinos. El vino hizo
correr las notas de los ceremoniosos violines y cornos handelianos por su
sangre y se le desbocó el ánimo. Se fue a dormir cerca de la madrugada.
Concilió, como siempre, el sueño y se quedó en posición fetal hasta el
amanecer.
Eran las diez de la mañana y el sol entraba con franjas luminosas en la
habitación. Se levantó con el pelo muy revuelto, lo tenía largo y ondulado. Se
fue a afeitar la rala barba. Estuvo bastante tiempo bajo el chorro caliente de
la regadera. La nube de vapor lo hizo desaparecer y luego para empezar el día
con energía abrió el agua fría y cerró la caliente. Empezó a dar brincos y
gritar, pronto se habituó a la nueva temperatura de su cuerpo y hasta encontró
placer. Se secó y comenzó a arreglarse. Esperó la llamada de Skönhet, pero fue inútil. El móvil sólo vibró para
anunciar los mensajes que le enviaban de todos lados. De pronto, sonó el
timbre. Bajó las escaleras y vio a través del vitral que una mujer bien
arreglada y esbelta estaba con el brazo levantado. Era ella. La invitó a pasar.
Durante el trayecto la miró con sorpresa. Le llamó mucho la atención su
estatura, pues se la había imaginado muy alta, sin embargo, con tacones estaba
casi de su estatura, el medía uno setenta y tres. La invitó a pasar, ella habló
sobre Silvia Cardinale, sobre la forma en que se habían conocido y, de lo
agradecida que estaba por haberla relacionado con uno de los fotógrafos más
talentosos. La vio subir por la escalera retorcida y su mirada se clavó en el
compás de sus caderas. Era muy delgada pero sus prominentes balanceos le
despertaron un deseo que jamás había experimentado. Ella, al ver el estudio,
empezó a comentar la decoración. Le parecía muy apropiada la distribución de
los muebles, se acercó a las estanterías para ver los libros, vio con curiosidad
el viejo tocadiscos y dijo que era muy parecido a un fonógrafo, luego preguntó
por qué no había colgado sus trabajos. Víctor, que seguía tratando de adivinar
qué sucedía en su interior, dijo que tenía demasiadas y que no se decidiría
nunca a elegir unas para colgarlas. Skönhet se rió con picardía y luego se
sentó en el gran sofá que estaba cerca de una gran ventana. Pasadas las
formalidades del vaso de agua, te o café, Víctor le planteó un proyecto
improvisado para promocionarla. Ya tengo suficientes propuestas, pero Silvia
dijo que el único fotógrafo que podría captar mi mejor cualidad sería usted y
no quiero arriesgarme, necesito saltar a la fama lo más pronto posible. Víctor
le contestó que era inevitable que lo lograra y que debían planear una estrategia
muy depurada para que se convirtiera en la modelo mejor pagada. A pesar de que
sus proporciones no eran las que exigían las grandes casas de moda, su belleza
exótica se encargaba de que cualquier trapo que le pusieran encima se
convirtiera en una prenda de lujo. Víctor le dijo que no sacaría ninguna
fotografía hasta que definieran exactamente lo que deseaban. Skönhet mostró con
rapidez una de sus cualidades. No hablaba mucho en las situaciones
comprometedoras y dejaba que sus interlocutores interpretaran sus miradas o sus
breves intervenciones. Hicieron una agenda y la señorita Berg se marchó en un
mercedes negro que la había estado esperando.
Bella, como llamaba su madre a Skönhet Berg, había llevado una educación
muy estricta y sólo había ido conquistando un poco de su libertad después de terminar
la carrera de administración de empresas, en realidad, no era muy buena
estudiante y su encanto, además de la influencia de su familia, habían logrado
que las notas de sus exámenes fueran buenas. Durante el último año de sus
estudios, Bella se había relacionado con un tipo muy audaz que se especializaba
en la seducción. Se llamaba Mauricio Gallardo, no tenía recato al abordar a las
mujeres, las miraba con lupa y sabía dónde tenían sus puntos débiles. Era
atractivo, su madre, de origen francés, le había heredado las facciones
europeas, los ojos verde oliva, la esencia don Juan o de Casanova. Su padre le
había donado los erizados pelos negros, la fortaleza física y el buen sentido
común para entrar en confianza con el sexo débil. Tenía mucha popularidad entre
las mujeres y vivía con mucha comodidad a costillas de sus amantes. El día que
conoció a Bella se enamoró un poco, pero su gran experiencia le ayudó a
encaminarla, de tal forma, que se sintió enganchada a él desde el primer
intercambio de miradas. Llevaban saliendo más de medio año. En el momento en
que Bella se subió al mercedes, Mauricio le preguntó si el futuro pintaba bien
y si habría dinero. Ella le dijo que no se preocupara, que pronto lograrían el
éxito y que tendrían una fortuna para vivir a cuerpo de rey. Mauricio tenía sus
planes ocultos y por eso iba moviendo sus piezas con mucho cuidado. Aún no
sabía que otro hombre también había puesto los ojos en Skönhet, pero con otro
objetivo.
Víctor comió en un lujoso restaurante, lo atendió el dueño y notó que su
actitud era otra, nunca se había enamorado y no sabía qué se experimentaba,
tenía su gran pasión, que era su cámara y algunos leves cosquilleos que le
habían dejado unas cuantas mujeres hermosas, pero ahora le fallaban un poco las
piernas y la sofocación en el pecho era como la que se experimenta por la falta
de aire debajo del agua. Volvió a su casa y se tiró en el diván. Estuvo
tratando de recordar el nombre de una actriz que le había llamado la atención en
una película del imperio romano. Se llamaba Dimitri el gladiador y una de las
protagonistas se parecía a Bella.
Puso su composición preferida de Händel y los chirridos de guitarra de la
música de los vecinos que sonaban como la voz de Polifemo rasguñándolo con su
histeria, dejaron de torturarlo y ya no sacudió la cabeza para librarse de la
jaqueca. Se abrió paso Kathleen Batlle devolviéndole la felicidad con su canto
celestial invocando a Galatea. Cerró los ojos y vio cómo las nubes se
estremecían con los trinos de la atractiva mulata, después una gota enorme,
como lágrima de Cíclope, estallaba al chocar con una escultura de Afrodita abrazando
a un joven Píndaro. Ella era arrastrada hasta el fondo del mar y tragada por
las aguas. En cambio, el atleta salía ileso de su lucha con las enormes olas y desnudo,
con el cuerpo empolvado de sal, cantaba el mismo himno que la soprano, pero con
voz de tenor.
Pasaron los días y en los sueños de Víctor apareció Lucía, la novia de
Dimitri el gladiador, que se había convertido en una bella estatua de mármol
rosa tan real como la carne de Galatea en el cuadro de Jean León Gérome.
Amaneció con una incomodidad en el cuerpo que no se le quitó con la ducha fría.
Sentía la necesidad de ver a Skönhet, le temblaba la voz al pronunciar su
nombre y le sudaban las manos. La llamó y le pidió que fuera a verlo. Llegó por
la tarde acompañada de un criado que puso en el sofá una docena de trajes y
vestidos. Víctor ya había distribuido los escenarios donde tomaría las fotos.
Empezaron con los vestidos de noche, luego atuendos antiguos, Liza Malkova, una
alumna y amiga de Samantha Chapman, llegó para ayudarle con el maquillaje,
cuando era la hora de modelar en bañador, la chica eslava, se esmeró con los
iluminadores, la sombra blanca nacarada y los pinceles. El resultado fue muy
bueno, pero faltaba realizar la foto excepcional que era la especialidad del
artista. Dejó que se retirara Liza y le ordenó a Bella se tomara un descanso.
Le dio instrucciones para relajarse, luego le pidió que se posara desnuda
frente a él y siguiera con atención sus indicaciones mientras la seguía con la
lente. El cuadro quedó capturado y Skönhet pudo echar un grito indómito que
hizo temblar el candil del salón. Víctor se le acercó y sintió su piel
hirviendo, la miró con deseo, pero ella sólo cogió su ropa, se vistió y le dijo
que mandaría al criado por sus pertenencias al día siguiente. Salió a toda
prisa. Esa tarde Mauricio gozó en plenitud la dulzura de Bella y le ayudó a
liberar las frustraciones que había tenido en su vida. Skönhet se convirtió ese
día en una flor plena vigorizante y seductora.
Se organizó una muestra con las fotografías que había hecho el famoso
Darmanián. Se celebró en un salón muy lujoso y se dieron cita los personajes
más influyentes del cine y la moda. Había también otro tipo de personas. Uno de
ellos era Marcelo Pizarro, un empresario de origen italiano, que tenía contactos
con las mafias y andaba en busca de una nueva amante. El público se quedó
impresionado con la foto que ocupaba por completo la pared central de la sala.
Hubo una fuerte ovación cuando Skönhet Berg vestida de negro, con relucientes joyas
y el pelo recogido con unos caireles cayéndole a los lados de la cara, llegó
acompañada de un joven muy atractivo. Estaba radiante y los invitados le
aplaudieron cuando firmó su foto. El más conmovido fue Víctor porque le
presentó a Mauricio Gallardo. Al principio sintió un sabor agrio en la boca y
se le endureció el gesto, tomó bastante Champagne y no pudo relajarse, ni
siquiera cuando Silvia le dijo que Bella estaba muy interesada en hacerlo su
fotógrafo oficial. La presentación fue todo un éxito. Los tiburones de la moda hicieron
un rápido cálculo de lo que podría generar la nueva estrella del modelaje y
firmaron con ella acuerdos por tres años. Víctor no se quedó mucho tiempo y se
fue a su casa decepcionado.
Hacía tiempo que el famoso genio de la lente no se emborrachaba, nunca
había tenido un motivo tan fuerte como aquel día. Se había aislado en un mundo
imaginario en el que se deleitaba con sus creaciones, soñando con el amor
ideal. Se había inmunizado de la realidad buscando en un paraíso inexistente al
objeto de su amor. Ahora lo sabía con precisión. Tenía deseos sexuales, estaba
enamorado de Skönhet porque era la personificación de la mujer que había
idealizado. Había decidido que era imposible encontrar y, más aún, conquistar a
una mujer de ese tipo. La única que se le semejaba un poco era Debra Paget a
quien tenía inmortalizada en una pancarta al lado del romántico gladiador
Vittore Maturi o Dimitri. Recordó las palabras de Bella cuando, posando desnuda
para la foto que la haría famosa, le dijo que si tuviera el pelo más corto y se
afeitara el bigote sería como el guerrero romano. Se lo habían comentado otras
personas, pero sólo la dulce voz de Bella le había dado credibilidad a las
cosas. Decidió en convertirse en luchador de circo romano para ganarse su
corazón y el primer contrincante era Gallardo. Se quedó pensando en su actitud
y llegó a la conclusión de que el galán pretencioso no estaba enamorado y que
sólo buscaba un beneficio económico y fama para poder seguirse relacionando con
mujeres de la alta sociedad. Un vividor aprovechado y nada más. Le ofrecería dinero
y lo separaría de su amada con trampas simples. Lo que no sabía Víctor era que,
Pizarro, ya había tomado una decisión y pronto quitaría del camino al presumido
Casanova.
Pasó una semana de tortura en la que el amor y el odio hicieron de Víctor
un pelele. Bebió mucho, desconectó el teléfono y olvidó por completo sus
compromisos. Tuvieron que ir hasta su propia casa a exigirle cordura, le
reprocharon su ausencia y lo castigaron con entregas urgentes. Se tuvo que
curar la resaca, ducharse y asistir a los eventos que demandaban su presencia y
talento. Trabajó con desgana. Fue a un salón de belleza y pidió que le dejaran
el pelo corto. Vio caer sus largos mechones y se sintió como un Sansón
destrozado por Dalila, luego se afeitó el bigote. Quedó convertido en otro
hombre y los que lo reconocieron le adularon el cambió. Había pasado de ser un
artista bohemio con cabellera deslucida y bigote ralo, a verdadera estrella de
cine. Silvia, que se había comprometido a cuidar los intereses de Bella, fue a
exigir una explicación al silencio, pero cuando vio el rostro del nuevo
Darmanián presagió el éxito total. Llamó de inmediato a su protegida, quien
llegó con una colección enorme de vestidos y accesorios. El estudio se llenó de
gente, la sesión de modelaje fue muy larga y terminaron tarde. No hubo ocasión
de dedicarse a las fotos trascendentales por falta de tiempo, pero lo que
tenían era suficiente para llenar las portadas de muchas revistas. Cerca de las
tres de la madrugada, Víctor tuvo una conversación muy desagradable porque Skönhet
le confesó su pasión por Mauricio, le reveló muchas intimidades y le habló de
sus planes para el futuro. Él había estado tratando de borrar de su mente la
imagen del vividor, pero el alcohol en lugar de diluirlo hacía que fuera más
persistente su nombre. Lo veía cubierto
de una gruesa capa protectora. Se puso de mal humor, sin embargo, Bella se
encargó de que desapareciera el rencor. Le preguntó si podía quedarse a dormir
y Víctor le cedió su cama y se fue al diván, pero ella le pidió una copa de
vino y cuando llegó con una bandeja y unos trozos de queso fresco se le acercó,
se paró de puntillas, le rodeó el cuello con los brazos, lo miró suspirando y
se tiró con él en la cama.
Mauricio tenía la costumbre de relacionarse con los hombres de negocios
para acercarse a sus esposas. Cuando descubría que las mujeres eran engañadas y
estaban abandonadas por los importantes empresarios, aplicaba sus estrategias y
se ofrecía enmendar los daños de los infieles maridos. Gallardo no sabía que le
seguía los pasos el astuto Tuerto, como llamaban a Pizarro sus enemigos, los
cuales no eran pocos. Marcelo Pizarro tenía el control de los productos
clandestinos que le demandaba la alta sociedad. Las joyas robadas o exclusivas,
las drogas y servicios delictivos o cualquier otro deseo que le exigieran los
hombres ricos del país, eran el trabajo peculiar del mafioso. Tenía gusto por
las modelos y era dueño de una agencia de mujeres escort que cobraban carísimo
y llevaba el ridículo nombre de Pretty Woman. Su esposa estaba miles de
kilómetros en una región de Italia, se encargaba de la educación de los niños y
había recibido una solicitud de divorcio que era irrevocable, a pesar de tener
el respaldo de las influyentes familias de su parte, pues El Tuerto que en su
país era respetado por violento les había comunicado su deseo de casarse con
una modelo. Por sus trajes negros, su olor a puro, sus comilonas, sus deseadas
propinas y su enorme cara, rematada con unas gafas oscuras que nunca se quitaba
para ocultar la cicatriz que uno de sus enemigos le había dejado en el ojo
derecho, Pizarro era el cliente más deseado en los restaurantes lujosos de la
ciudad. Había anunciado que pronto celebraría su boda. Invitó a los políticos y
empresarios que no pudieron negarse, les impuso una tregua a sus enemigos y
guardó en secreto el nombre de su futura cónyuge, pero las pistas que dio
dejaron con la boca abierta a todos los curiosos porque era muy fácil adivinar
que se trataba de la modelo Skönhet Berg.
Cuando se despertó, Víctor sintió el cuerpo de una hermosa mujer. No era
como en sus sueños. Esta ocasión había estado en realidad en el aposento de
Afrodita, pero no en esa fiesta en la que los extranjeros llegaban al santuario
de la diosa del amor a pagar con una moneda los favores de las adeptas
destinadas a la recolección de donativos para la manutención, sino con la misma
deidad, que había vuelto locos a Zeus, Anquises, Pan, Adonis, Dionisio y Ares.
Comenzó a besarle el pelo, ella despertó y buscó con destreza su excitación
para conducirlo al laberinto de la pasión. Se perdieron en la ternura de la
tibia oscuridad de sus párpados, descargaron su cariño empalagoso uniendo sus labios.
Se dieron besos prohibidos y gozaron con el meloso aroma de sus cuerpos.
Skönhet parecía la Galatea transformada. Víctor no podía creerlo y pensó que
sus rezos interminables por fin habían sido escuchados. Unos ojos fingiendo
timidez le revelaron la verdad y fue feliz. La dicha, que se le había escondido
siempre, se le entregaba ahora franca y dócil. No pudo contener el deseo de sus
labios y satisfizo el hambre de toda la vida. Una hora después Bella se levantó
y se fue a la ducha, le hizo una llamada a Mauricio para que la recogiera y se
sentó a desayunar lo que Víctor le había preparado con cariño. Notó su mueca de
púgil vencido. Le dijo que no dejaría nunca a Mauricio, que podía acostarse con
ella cuando lo deseara, pero que su corazón pertenecía a otro. Víctor lloró en
silencio y la acompañó hasta la puerta. Tuvo una tarde gris.
Mauricio había pasado unos días cortejando a una importante dama y cuando
llegó por Skönhet lo único que tenía en la cabeza era la lista de pasos que
tendría que dar por la noche para meterse en el lecho de la mujer que lo haría
famoso y rico. No lamentaba en absoluto la pérdida de su amante porque siempre
tendría la posibilidad de reconquistarla. Se portó amable y fue condescendiente
con las exigencias de Bella. Comieron juntos y calmaron el apetito, pero la
tensión comenzó ejercer una presión insoportable dentro de Gallardo que reveló
sus planes de abrir un receso en la relación. Bella no aceptó las explicaciones
de su amante y le exigió que respetara el juramento que le había hecho. La
urgencia impidió que Mauricio se quedara y salió con la promesa de volver
pronto. Para bella el golpe fue duro, pero como tenía el recuerdo de las
caricias de Víctor, pensó que tal vez las cosas se estaban acomodando para
liberarse de las mentiras de Mauricio. Lo malo es que se sentía atada a él y
estaba dispuesta a darlo todo con tal de tenerlo, aunque fuera como amante.
Decidió no pensar en nada y se fue a descansar a su cama. Durmió bien y
despertó con bríos. Empezó a llamar a algunas personas para comunicarles sus
planes. Notó que la gente aceptaba con gusto sus promesas, pero un temblorcillo
en las voces le despertó un mal presentimiento. No sabía de qué se trataba
exactamente y el enceguecedor brillo del próspero futuro le dejó ardor en los
ojos.
Víctor recibió la noticia cuando estaba luchando con sus sentimientos y no
encontraba la forma de conjuntar y retocar algunas fotografías que se habían
acumulado en su mesa de trabajo y le exigían prisa y determinación. Cogió el
teléfono. Era Silvia que con voz nerviosa le dijo que leyera las noticias. La
actitud de cualquier persona habría sido lamentar la muerte, pero para él fue
una solución favorable que le traería a su amada para resguardarla primero y apoderarse
de ella, después. Le golpeteó el corazón y se anegó de dicha. Leyó el reportaje
como si quisiera comprobar que no había sido un error o una broma de algún
periodista para ilusionarlo. Era verdad, habían encontrado el cuerpo de
Mauricio Gallardo atiborrado de plomo. Lo habían atacado con metralletas frente
a la casa de una influyente mujer de la cual se ocultaba el nombre para no entorpecer
las investigaciones. Víctor llamó a Silvia para pedirle consejo, ella ya tenía
un plan porque estaba al tanto de la relación de Mauricio con Bella y de ésta
con Víctor, así que le pidió que se reunieran en el piso de la modelo, le
comunicaran las malas nuevas y que aprovechara el desconsuelo para refugiarla
en sus con suavidad, ternura y comprensión. El saber que obtendría el corazón
de Bella le produjo retortijones. Para él, esa era la oportunidad que había
esperado toda la vida, era como un milagro. Sabía que si todo salía bien pronto
podría casarse con Skönhet y ser el hombre más dichoso del mundo, pero primero
tenía que pasar por el infierno. Les abrió la puerta con una sonrisa sincera,
les contó un poco los planes que tenía, pero cuando la cara de palo que tenían
sus visitantes le cortó la inspiración,
preguntó si pasaba algo malo. Lamentó mucho no haber contenido su curiosidad
porque la respuesta la fulminó, se convirtió en un mar de llanto que fue borrando
los proyectos que se había planteado para olvidar la traición de Mauricio,
quien era una coladera congelada en la morgue. Tuvieron que ir a reconocer el cadáver.
Hubo gritos, represalias inútiles, súplicas para conseguir la venganza y un
desfallecimiento que dejó a Bella en una cama de hospital. Se recuperó al
tercer día como si su caso se hubiera escrito en la sagrada Biblia. Salió muy
débil y Silvia decidió que lo mejor sería que permaneciera bajo los cuidados de
Víctor. Dormían juntos, pero evitaban hablar y tocarse. Pasó una semana y
Skönhet decidió que no debía ser un obstáculo en el trabajo del talentoso
artista, pero él dijo que estaría hasta el final con ella. Hubo una propuesta
para presentar las fotos de Bella en el museo de Nueva York, la noticia llegó
gracias a las buenas relaciones de Silvia Cardinale. El viaje fue muy agradable
y comenzaron a desaparecer algunos recuerdos de Mauricio para dejarle sitio a
las ingeniosas ocurrencias de Víctor, que había cambiado mucho y era cada vez
más simpático. En el Museo de Arte Moderno, en pleno Manhattan, una fotografía
de cuatro metros cuadrados, firmada con un rotulador negro, fue vista por las
grandes estrellas del cine, amantes de la fotografía y turistas que se llevaron
un autógrafo en sus álbumes. Skönhet recibió propuestas para trabajar en el
cine. Se quedó con varias tarjetas de empresarios del séptimo arte. Prometió
ponerse en contacto con ellos y puso la condición de que siempre la acompañara
su amigo Darmanián.
Había otra fotografía del mismo tipo en la casa de Pizarro. Ocupaba la
pared de su oficina y era lo único que veía el temido jefe de los grupos
criminales más crueles. Marcelo se quitaba las gafas negras, se servía una copa
de coñac, prendía su habano, se acomodaba en su enorme butaca y comenzaba a
decir después de cada sorbo de alcohol sus obscenidades. Era la forma en que
podía disfrutar del sexo. Si no había suciedad verbal no obtenía placer, por
eso, soltaba frente a la mujer que permanecía desnuda, con los ojos colgados en
el horizonte y con una mano entre la entrepierna insinuando que uno de sus
dedos la complacía; una retahíla de maldiciones. Cuando el licor le calentaba
la cabeza empezaba a jadear. Sabía que la demanda de divorcio ya había sido
firmada, que su ex mujer no había puesto trabas y que consideraba la separación
como una oportunidad para acostarse libremente con el guardaespaldas que la
había protegido durante los cinco años que había durado la ausencia de su
marido. Todos salían beneficiados con el nuevo estado civil de El Tuerto.
Marcelo llamó a su agencia y preguntó por las chicas que estaban disponibles en
ese momento. La respuesta lo desilusionó porque buscaba una mujer de belleza
exótica con rasgos tártaros y caucásicos, con el pelo castaño y cara de muñeca,
de cuerpo firme, muy blanco y bien formado, y, sobre todo, de estatura mediana
tirando a bajita. Descubrió que su agencia no la tenía, que estaba fuera del
país y que tendría que esperar unos meses más para ejecutar su plan. Se decidió
por una brasileña muy alegre, de labios voluptuosos y energía infinita. Quería
explotar por dentro con un orgasmo que lo hiciera temblar tanto que su cuerpo
se cuarteara y se resquebrajara mientras Bella volvía de NY. La única mujer, en
ese momento, que podría lograrlo era D-O Diana Oliver, copia de una de las
campeonas del Bumbum brasileño. La recibió en su estudio y la poseyó frente a
su enorme poster, gritó como demente durante dos horas, luego se quedó tendido
en la alfombra hasta que por la noche el hambre lo despertó. Vio la imagen de
Bella y aceptó con todo el dolor de su corazón que la pasión animal, la
perversión y el placer loco eran una ilusión que no podían sustituir la vanidad
de poseer algo sagrado, algo que se encontraba muy dentro del inconsciente colectivo
y que era como hacerse el dueño de una parte de los deseos de la humanidad. No
sabía que esa necesidad la habían sufrido todos los pintores que se habían
imaginado a Afrodita y habían muerto por el efecto de su inalcanzable sueño. Él
tenía poder, dinero y deseo, por esa razón lo lograría, no iba a escatimar ni
un quinto, ni lágrimas si fuera necesario para lograrlo. Comenzó a
obsesionarse.
Cuando volvió la pareja de su presentación en NY. Silvia organizó una
reunión en su casa. Entre los invitados estaba un famoso intelectual que tenía
como objetivo resaltar las dotes de la pareja que con tanto éxito había
representado el arte en un museo de fama internacional. También, se encontraba
un periodista muy respetado por sus artículos en el diario más popular del
país. La intención de Silvia era ocultar sus temores causados por las nubes
amenazantes que ensombrecían la vida de Bella. Era bien sabido, entre los
empresarios y funcionarios, que la alfombra roja que recibía cada año a las
estrellas del cine nacional soportaría pronto el paso de un enorme
extorsionador acompañado de la modelo más popular para celebrar la boda de la
década. La casa de La Cardinale era conocida porque cada mes se aparcaban
alrededor una cantidad de coches caros y esta vez un grupo de fotógrafos había
tenido la oportunidad de hacer fotos de la modelo más prometedora al lado de su
retratista personal. Era un buen material para la prensa y nadie quería perdérselo.
Con cada impulso del cuerpo de Víctor iba saliendo en riachuelos la escoria
que había dejado Mauricio. Llegó el momento en que no quedaron resquicios del
niño insolente con cara de conquistador. Darmanián, el artista y el hombre,
ocupó el sitio más alto en la estima de Bella. Se había plantado la semilla que
daría lugar a un frondoso árbol de hermosos y tiernos frutos. Skönhet comenzó a
olvidar poco a poco las caricias y bromas pesadas de Gallardo y comenzó a
apreciar el trato que recibía de Víctor. Cuando el artista no sabía cómo
mejorar un trabajo le pedía su opinión a Bella y está, con un increíble sentido
común, le marcaba el camino correcto con sólo decir una palabra o hacer un
gesto. Pronto el trabajo en colaboración desató una cadena de llamadas
demandando más materiales. Se organizó otra exposición y se anunció que la
pareja se presentaría en el Palacio de las Bellas Artes para encabezar la
pasarela de una marca parisina muy famosa. La música moderna se deslizó por las
paredes de mármol, las zapatillas y chasquidos de los besos falsos de las
mujeres le puso chispa al evento. Se anunció la nueva colección para el verano
y se firmaron muchos cheques por debajo del agua para conseguir tal o cual prenda.
Incluso La Cardinale se animó a comprar uno de los vestidos que había lucido
Skönher esa tarde. Bella estaba increíble sin la presencia de Gallardo el cual
se iba hundiendo cada vez más en su fosa. Silvia lo había hecho para sentirse
otra vez joven. Recordó mientras Bella caminaba con gracia sobre el estrado,
sus años de juventud cuando el mismo Burt Lancaster se le había acercado para
invitarla a salir, pero la llegada de June les había echado abajo el teatrito y
La Cardinale rompecorazones había tenido que conformarse con la ilusión de lo
que habría podido disfrutar si se hubiera concertado la cita. El nuevo Víctor
se lo recordaba, era como una variante armenia del sacerdote impostor Elmer
Granty, pero convertido en un gladiador fotógrafo. A la hora de los canapés y
las copas, los periodistas aprovecharon para elogiar en su papel de oráculos,
el esfuerzo de los diseñadores y la belleza de las modelos, sobre todo la de la
señorita Berg, que estaba convirtiéndose en un ícono de la moda gracias a su
atractivo exótico propio de los años cincuenta del siglo veinte. Esa noche
Bella le pidió a Víctor que le hiciera unas fotos a media luz. Se despojó de la
ropa y se acomodó el pelo para repetir el cuadro que la había hecho famosa.
Tenía hambre de fama y la carne le pedía la ternura y perseverancia de Darmanián
a quien en los momentos más ardientes llamaba Dartañán. La cámara emitía un
sonido de serpiente de cascabel apresando las imágenes de la excitada mujer que
se frotaba el cuerpo con desesperación. Después gritó y se lanzó sobre Víctor
que enfrentó la lucha con suavidad, como si de antemano se hubiera predispuesto
a soportar los mordiscos salvajes de su diosa. Con esa sesión firmaron para
siempre su unión y la respiración de los dos se coordinó para convertirlos en
un amalgamado ser mitológico.
Tres semanas duró el idilio que desbordaba por las ranuras de la casa. Los
abrazos, los momentos estancados en la línea del tiempo, en los que se miraban
sin parpadear, y las interminables caricias los transformaron. Ya no se borraba
la sonrisa de sus labios y los ojos destellaban como si vieran a través de la
ilusión. Por desgracia, El Tuerto ya estaba listo para dar el paso definitivo. Dio
la orden de tender la alfombra roja y preparar la sala para el gran evento de
su vida. Lo primero que hizo fue entrevistarse con Skönhet y amenazarla con
matar a su amado Víctor y sus conocidos si no accedía a casarse con él. La
resistencia fue heroica, tuvieron que domarla a golpes y adormecerla con drogas
para que entrara en razón. Cuando Víctor la encontró, porque la policía estaba
avisada de los planes del mafioso y no había movido un solo dedo para aclarar
la desaparición, Bella le dijo que la estaban obligando, que la única forma de
demostrarle su amor era accediendo a los deseos del monstruo. Fue imposible cambiar
el curso de las cosas.
Se celebró la boda y no desapareció la sonrisa del rostro de Skönhet porque
sabía que en cuanto se pusiera triste o llorara lamentando su destino, su
Dartañán recibiría un balazo en la cabeza. Comió el pastel, besó a su marido,
lanzó el ramo de novia y se levantó el vestido para quitarse la liga y
arrojársela a los amigos de su marido. El lujo era excesivo, le habían pagado
el doble de sus honorarios a un artista americano que interpretaba el hit del
momento. Todos los periódicos atiborraron sus secciones de sociedad con los
mejores momentos de la fiesta, lo único que desencajaba un poco era lo que
estaba escrito en las columnas, pues ponían que la hermosa modelo había pagado
la fiesta para agradecerle a su mecenas que la hubiera llevado tan rápido a la
cúspide de la gloria. La gente sabía que no era así y los rumores comenzaron a
extenderse como marabunta, llegaron hasta los oídos de Víctor y lo obligaron a
tomar una decisión. Pensó en suicidarse para liberar del yugo a su amada, pero
La Cardinale llegó a tiempo para salvarlo. Estuvo internado unos días y luego
lo dieron de alta.
La tristeza opacó la casa del enorme vitral. El trabajo comenzó a ser más
esporádico y luego ya no fueron necesarios los servicios del fotógrafo que
afirmaba haberse retirado para siempre del escenario. Bella quedó embarazada y
desapareció por completo. Su única satisfacción era la de haber salvado a su
amigo. Llevaba con dificultad la soledad y aislamiento en los que la tenía
Marcelo, pues éste había descubierto que eso de conquistar un mito y poseer lo
que añora la humanidad eran puras patrañas y en lugar de saciarse con Bella
empezó a buscar a las modelos de su agencia. Parecía que el nuevo matrimonio lo
había condenado a la abstinencia en su casa y a la depravación en la calle. Se
aparecía por las instalaciones de Pretty Woman a todas horas. Tenía una
habitación reservada para las entrevistas, pero la usaba sólo para desnudar a
las modelos. Hubo una colombiana, Camelia Urbina, que soportó las humillaciones
y amenazas, pero no dejó de buscar la oportunidad para escaparse o librarse del
despreciable cerdo que la tenía como una de sus favoritas. Llegó un momento en
la vida de la escort en que su vida pendía de un hilo y debía tomar una
decisión. La carga que la hacía tambalearse, la arrinconaba en un hueco de su
habitación y le impedía ver la luz de la vida real. Era por causa de las
inyecciones con las que controlaban su actitud rebelde. Había una orden
concreta de administrarle heroína después de sus encuentros, pues en alguna
ocasión había tratado de estrangular a alguno de sus clientes y para que
escarmentara la adormecían. Ella había aprendido rápido, por eso, cada vez que
el pelirrojo Diego Fuente se le aproximaba con la jeringa, ella preparaba su
mente para razonar, para urdir el plan que finalmente la sacaría de esa casa de
muñecas y la orientaría a su Cali natal. Una vez un cliente, que estaba
perdidamente enamorado de ella, le propuso fugarse con él. Ella le habló del
enorme riesgo que correrían en caso de intentarlo, pero se encontró una
solución y el joven abogado le consiguió una pistola muy pequeña para que la
usara en caso de urgencia. Camelia tenía los senos muy pequeños, por eso había
comprado unas copas de esponja para su vestido y había aprovechado la situación
para zurcir un compartimiento secreto en sus bolsos. Portaba el arma oculta en
el forro como si se tratara de un encendedor. La ocasión en que la llamó
Pizarro. Ella había regresado de un encuentro con dos clientes que la habían
mortificado con su complejo de hombría. Había tenido que someterse a los
caprichos de los amigos selectos del Tuerto. Cuando volvió ya estaba lista para
que la drogaran, pero le salió al paso Marcelo y Diego tuvo que esperar con la
dosis en la mano. Luego, se resignó y escondió la jeringa para que las chicas
adictas no se aprovecharan de la situación. Pizarro comenzó a abrazarla y
apretarle las carnes. Ella estaba sucia pero no se lo dijo a su jefe. Empezaron
a oírse las sandeces del enorme Tuerto, aplastó con todo su peso a Camelia y
esta le pidió que cambiaran de posición. Ella se le montó y le dio una
bofetada. La reacción hubiera sido apalearla, pero sintió que ella contraía el
vientre con una fuerza descomunal y él se rió. Le dijo que entendía su juego,
cerró los ojos, entonces ella se inclinó y lo besó con pasión. Con la mano
derecha la joven empezó a hurgar en el bolso. Movía con rapidez las caderas y
Marcelo gemía y vociferaba. Despacio, Camelia, se enderezó, acomodó el martillo
de la pistolita y apuntó al corazón y jaló el gatillo, pero en ese mismo
instante, el gordo enorme sufrió un calambre que lo hizo retorcerse y como
resultado la colombiana fue lanzada al piso. Marcelo vio la pistola y la cara
de la sorprendida de Camelia. La cargo en vilo y la lanzó con mucha fuerza por
el balcón. Estaban en un quinto piso y la pobre chica se hizo papilla. Los
pocos vecinos que vieron el suceso no se atrevieron a salir porque sabían quién
era el causante del desastre. Llegó la policía y Marcelo bajó a darles
instrucciones concretas, ellos entendieron y se llevaron una buena suma de
dinero. Por casualidad un reportero que volvía de una marcha en el centro vio
el cadáver y tomó fotos. Luego sacó sus propias conclusiones, se garbó las
declaraciones que habían hecho los policías y cuando se puso en marcha la
ambulancia, Doroteo Fernández, ya se había colado en el interior argumentando
que era un familiar. El periodista tenía poco tiempo trabajando en el diario y
quería destacar con algún artículo escandaloso que le pusiera el dedo en la
llaga a una sociedad habituada a la tragedia. Fue por esa razón que tomó fotos
de la colombiana suicida, investigó las actividades de la agencia de modelos
Pretty Woman y contrató los servicios de la chica más barata para hacerle una
entrevista. El resultado fue muy bueno y desveló algunas de las artimañas que
usaban los grupos criminales para lavar dinero y explotar a sus esclavas
sexuales.
La prensa publicó durante dos
semanas las columnas en las que se hablaba de las actividades delictivas de
Marcelo Pizarro. Éste oyó lo que se rumoraba de él y para poner cerco al
periodista le ordenó a uno de sus matones que se encargara del indisciplinado
corresponsal. Una semana más tarde apareció en un departamento pequeño de una colonia
popular el cuerpo de Doroteo. Según la prensa, los resultados de la autopsia
revelaban que la causa de su fallecimiento era una sobredosis de heroína. El
comunicado decía que Doroteo había invitado a dos prostitutas a su casa, se
había metido varias inyecciones y había sufrido un paro cardiaco en el momento
del coito. Había una sola fotografía en la que aparecía el periodista Fernández
con un traje azul marino al lado de unos empresarios famosos. Los lectores se
asombraron por unos segundos al leer las noticias, pero cuando vieron
satisfecho su morbo y sintieron despierta su imaginación se dedicaron a
especular. Gracias a la desinformación aparecieron los bulos y chistes
relacionados con Doroteo. Quien no lo tomó tan a la ligera fue un colombiano de
la ciudad de Cali que se había relacionado con uno de los grupos delictivos que
había tenido siempre conflictos con El Tuerto. Se llamaba Froilán Campos Urbina
y era pariente de la difunta. Era un matón a sueldo que por seguridad y ética
no leía los periódicos ni veía la televisión, no indagaba sobre la vida de sus
víctimas y se había acostumbrado a ejecutar las órdenes de su jefe que lo tenía
en alta estima dada la eficacia de su trabajo. Armando García, el oponente
principal de El Tuerto, se lo había llevado como guardaespaldas a una reunión
con unos socios para aclarar los aspectos relacionados con el tráfico de armas,
pues había oído que unos mafiosos procedentes de Europa del Este habían
empezado a comerciar con armamento de producción eslava y se estaban abriendo
un hueco entre los territorios de Pizarro, que tenía el control total de armas
gringas, y el suyo. Armando vendía toda la producción china y los nuevos, que
con sus metralletas estaban ganando terreno de forma asombrosa, le comenzaban a
estorbar. Entre otras cosas Froilán oyó la pésima situación en la que se había
encontrado su prima. Era una joven de veintidós años que había sido
transportada con engaños a la agencia Pretty Woman, se había revelado contra
los extorsionadores y recibía palizas a menudo. Era una mujer de carácter muy
fuerte y no habían conseguido domarla hasta el final. Era muy atractiva y los clientes
la solicitaban mucho. Sus servicios le habían dejado un jugoso beneficio a
Marcelo Pizarro. Las risas y burlas que hicieron de la pobre chica hicieron que
le temblaran las manos a Froilán. Estaba acostumbrado a ser inmisericorde y
rudo, jamás sintió lástima por nadie y la dura vida que había llevado lo
inmunizó del sentimentalismo. Recordó como había pasado varios años de su
infancia jugando con su atrevida prima que le había enseñado a ser despiadado y
valiente en los juegos de piratas, indios y vaqueros. Contuvo las lágrimas,
pero un chorro de bilis le provocó que le doliera el hígado y sabía que no
podría quitarse el agudo piquete hasta que no vengara la muerte de su adorada
Texanita como le decía de cariño.
La existencia de Víctor se vio cubierta por un manto gris. Empezó una caída
en picada que le fue llenando el alma de apatía y vació con cierta rapidez sus
cuentas bancarias. No tenía muchos ahorros y la venta de sus fotografías y
servicios se empezaron a devaluar. La razón era su descuido. No cumplía con los
compromisos que había adquirido, vagaba por su colonia durante muchas horas, no
se duchaba ni se ocupaba del cuidado de su ropa. Se fue convirtiendo en un
pordiosero. La gente ya no lo saludaba porque no lo reconocía. Los aromas que
tanto había evitado en su vida escupiendo para no tener dolor de estómago,
ahora eran parte del sabor agrio que sentía por la vida. En realidad, quería
morir porque toda su ilusión se la había robado Pizarro. No podía vivir pensando
que su amada se había sacrificado por él. Sería mejor ponerle fin a su vida y
liberarla de las cadenas del ogro. Muriendo él —se decía con los ojos clavados
en el suelo—ella resucitaría. De vez en cuando recibía noticias de La
Cardinale, quien tenía infiltrada a una sirvienta en la casa de Skönhet, y le
mantenía al tanto de los acontecimientos. Víctor sabía que era madre de unos
preciosos mellizos, que El Tuerto no la tocaba, y que estaba resignada a seguir
enclaustrada para garantizar su vida. Silvia ya no le hablaba directamente y le
mandaba chicos de la calle con notas o cartas en las que le explicaba todo. El
ex fotógrafo se iba resbalando lentamente por la cuesta de la degradación y el
oscuro gris y negro de su vida lo estaban conduciendo al final. No se había
atrevido a suicidarse de nuevo y esperaba que pronto su caída fuera rápida para
acabar con el tormento de una vez por todas. Un día se paró en el sitio donde
había visto a Carlitos. Recordó la cara de alegría cuando le dio el billete de
quinientos, el niño había crecido y se le había endurecido la cara. Cuando se
acercó a saludarlo, recibió el rechazo inmediato. Le dijo que le iba a espantar
a los clientes, que se fuera y no lo molestara. Víctor empezó a contarle lo del
billete, pero el chico le dio una patada como si se tratara de un perro. Con el
amor propio herido, pero sin mucho dolor físico, el artista se fue a su casa
decidido a morir.
Pasó varias semanas alimentándose de lo que encontraba en su
despensa. Un día tuvieron que forzar la puerta de su casa para saber si seguía
vivo. Silvia había recibido de vuelta todas las misivas que le había enviado,
por eso sospechó que las cosas no andaban bien. Lo llevaron a un hospital en el
que su esquelético cuerpo quedó conectado a una pequeña bolsa de suero. Lo visitó
su amiga, le llevó flores y le pidió que se enfrentara a la verdad con
determinación, no podía doblar las manos tan fácilmente. Tenía que dejar de
conducirse como un niño caprichoso y volver a su trabajo. Unos cuarenta minutos
estuvo escuchando las palabras de Silvia y cuando ella no tuvo más que decir se
fue advirtiéndole que si no cambiaba lo dejaría morir sin remedio. Gracias a
los regaños decidió cambiar. Salió del hospital y el manto de plomo, que lo
había tenido apresado en la depresión, desapareció. Volvieron algunos tonos a
su vida, aunque seguían siendo pardos por lo fatídico de su pérdida, resultaron
suficientes para motivarlo a seguir en el camino de la creatividad. Encontró su casa hecha una pocilga, apestaba a
excremento y orina, y el aire parecía tener un polvo rancio que producía
arqueadas. Empezó a hacer una limpieza profunda. Tardó mucho en limpiar porque
no tenía fuerzas. Decidió fortalecerse, se miró en el espejo y pensó que en el
hospital habían sido muy benévolos con él, o alguien había pagado mucho para
que se le atendiera como persona y no como en lo que se había convertido. Se
limpió a consciencia, se cortó las largas uñas y se ató los pantalones que era
como de cuatro tallas más grandes. Compró un poco de comida y en una peluquería
barata se rapó. Al pasar por un escaparate se dijo que parecía haber salido de
un campo de concentración. Sintió pena de si mismo. Así, jamás recuperarás a
Bella —se dijo haciendo muecas frente a su reflejo —, ni podrás enfrentarte al
Polifemo que se llevó a tu amada. Esas palabras le sirvieron de chispazo para
generar ideas. Se dio de cachetadas por haber mostrado tanta cobardía. ¿Dónde
había quedado ese apuesto gladiador con cara de Víctor Mature? ¿Por qué había
entregado a su inocente amada sin luchar? ¿Para qué lloriqueaba por lo que no
había sabido defender como hombre? Esas preguntas lo atosigaron varios días. Se
encontró con La Cardinale y le expresó su deseo de volver a la lucha. Ella se
alegró y le dijo que primero tenía que fortalecerse. Empezó a comer bien.
Volvió a la calle donde trabajaba Carlitos y le pidió que le lustrara los
zapatos. El muchacho empezó su trabajo de marinero de regata y lustró con
esmero los puntiagudos zapatos de piel de cabra. Víctor lo miró y le recordó
que él era su amigo el fotógrafo. Carlitos se acordó del estrechón de manos y
la cara de satisfacción de su padre. No le voy a cobrar señor —dijo Carlos con
voz entrecortada—, pero Víctor le volvió a estrechar la mano, le dio otra vez
los quinientos y le agradeció, en broma, la patada que lo había devuelto a la
vida. Se rieron como si se hubieran contado un ingenioso chiste.
A los dos meses de alimentarse bien y practicar deporte, Víctor tenía otra
vez su buena apariencia. Se hizo miembro de un club de tiro y empezó a
practicar. Volvió a tomar fotos y su nuevo ojo clínico forjado por los dolores
que había pasado creó nuevas imágenes. Sus cuadros ya no eran románticos ni se
apoyaban en los colores o bellos contrastes de blanco y negro. Ahora mostraban
los sentimientos en bruto, enseñaban el interior real de las personas. Su
primera exposición reveló las extracciones de la mina del espíritu humano. Las
personas no lo reconocían y la crudeza de su cámara hacía llorar a los espectadores.
Si antes el juego de mostrar la perversión oculta producía un placer retenido,
sus nuevos cuadros eran un llamado a la consciencia, un reproche al buen
juicio. Comenzaron a salir artículos sobre su obra. Se hablaba muy bien del
nuevo Darmanián. Se le reservó una exposición permanente en un museo de arte
moderno. Su habilidad en el tiro comenzó a dejarle algunas medallas y premios
en categorías de aficionado. Parecía que el plan que había urdido pronto se
vería realizado. Lo único que tenía que saber era el lugar y el sitio exacto
para actuar. Esperó con mucha paciencia. Le pidió a la sirvienta infiltrada en
casa de Bella que le diera informes sobre las actividades de Pizarro. Por
desgracia, el monstruo sólo se dedicaba a satisfacer su hambre de animal en
brama. Después del suceso con la colombiana y la muerte de Doroteo, se había convertido
en un hombre menos impulsivo, por pura prevención, y se reunía con sus socios
en su propio despacho. Cuando salía a los lugares que frecuentaba, le pedía a
su equipo de seguridad que tomara medidas adicionales para garantizar su
seguridad. La razón era que, los contrabandistas de armas eslavas lo habían
amenazado por haberles quitado algunos clientes y por haberles matado a uno de
los cabecillas que era de origen serbio y había combatido en los Balcanes. Por
otro lado, la fotografía de Skönhet se había arrumbado en un cuarto de
cacharros. Los encuentros conyugales eran nulos y cuando se cruzaban por
casualidad, intercambiaban un saludo y se retiraban cada uno a la parte de la
casa que le correspondía. Bella vaciaba su amor en los niños. No quería que
fueran como su padre y les enseñaba a hablar con corrección. Los pequeños
apenas balbuceaban alguna cosa, pero por la expresión de sus ojos estaba claro
que aprendían las lecciones muy bien. Bella casi no salía por que tenía
impuesto el enclaustro, sin embargo, cuando tenía alguna urgencia y se le
permitía salir iba protegida por las gafas de sol y tres guaruras que no se le
despegaban ni para ir a los probadores. En los grandes almacenes nadie la
recordaba, la gente se había olvidado de ella y ni siquiera el escándalo que había
provocado su decisión de pagar, por casarse con el hombre más despreciado en el
país, perduraba. Las dependientas se quedaban con la boca abierta cuando oían
su nombre de soltera. La miraban de arriba a abajo y fingían respeto. Skönhet
sentía desprecio por su situación y para no mortificarse pensaba en su Dartañán
del cual estaba orgullosa porque había podido recuperarse y salir de nuevo
avante en el mundo del arte. Lo echaba mucho de menos y en ocasiones soñaba que
se reunía con él. De la sombra de Mauricio no quedaba absolutamente nada.
Darmanián reservaba todos los días armas en el club y los afiliados decían
que se estaba preparando para algún torneo importante de tiro porque había
mejorado su técnica y sus resultados eran impresionantes. Pasaba dos horas al
día perforando con las balas el corazón y la cabeza de los cartelones que ponía
a seis metros de distancia en su cámara de tiro. Por las tardes comía con
algunos conocidos y luego acudía a las exposiciones donde se le requería para
firmar sus trabajos. En la noche se sentaba a escuchar sus fragmentos de la
ópera de Händel, pero ya no veía sus libros de ilustraciones del siglo XVII,
sino que repasaba su plan para eliminar a Pizarro. Sabía que en el mes de mayo
había concertado un encuentro en un bar en el que se encontraría con Serguei el
bielorruso que abastecía a las pequeñas bandas de armamento de primera. Ya
tenía un contacto que lo dejaría entrar ese día sin registrarlo en el libro de
visitas. Se había dedicado a cavar un agujero en uno de los baños y tenía un
pequeño compartimiento disimulado debajo del lavabo con un arma ligera, segura
y de calibre apropiado. Durmió tranquilo y al día siguiente fue a ver a Carlos para
que le ayudara con un par de zapatos de color azul que necesitaba para el traje
que llevaría el día de su plan. Su amigo lo saludó con alegría y le dijo que no
se preocupara, que tenía tintas y grasas del color que necesitaba y que si le
daba un minuto se los tendría listos en un santiamén. Víctor se sentó a esperar
y Carlos le dio el período matutino. Con parsimonia empezó a ver las malas
fotos que ilustraban el diario, pero su mirada se detuvo en una noticia muy
pequeña al lado de la cual estaba la foto de un criminal.
Froilán Campos Urbina, sospechoso del asesinato del dueño de una famosa
empresa de edecanes y modelos, se encuentra prófugo. El director de la policía
ha organizado un operativo para atrapar al responsable de la muerte del
empresario. El homicidio parece ser una venganza dadas las coincidencias. El
criminal es pariente de Camelia Urbina que hace menos de un año fue encontrada
en medio de la calle desnuda y con una sobredosis de heroína. La modelo de
veintitrés años había salido de su país natal en busca del éxito en las
pasarelas, sin embargo, había sido rechazada y su atractivo sexual la llevó a
convertirse en una servidora intima de lujo. La agencia en la que trabajaba
dice que sólo tenían su teléfono móvil. Por razones de seguridad no se revela
el nombre de la agencia.
La noticia hizo que Víctor se pusiera de pie con rapidez. Carlos le pidió
que se sentara para terminar con su trabajo. No fue posible, el artista se
alejó con pasos rápidos y largos. Llegó a la casa de La Cardinale, entró muy
precipitado y le mostró con el índice la noticia. Silvia leyó incrédula, estaba
muy nerviosa y no podía hablar. Víctor le dijo que era Pizarro y que Froilán Campos
se le había adelantado. Al enterarse de los planes de su amigo, Silvia casi se
desmaya, pero sintió como la sujetaban unas manos fuertes. Darmanián le dijo
que por fin podrían rescatar a Bella, que debían ir a sacarla de su casa lo más
pronto posible.
Con la desaparición de Pizarro empezó una oleada de violencia en la ciudad
y las réplicas del terremoto llegaron hasta Italia. Los familiares del enorme
gordo se dispusieron a viajar para recuperar el cadáver y enterrarlo en su
tierra natal. Tenían el objetivo de eliminar a la impostora Skönhet a quien
consideraban una de las cómplices del crimen. Le querían quitar las propiedades
y el dinero, que, como suponían, le había dejado Pizarro en un testamento.
Había muchísimo dinero de por medio. Por fortuna, La Cardinale con su gran
experiencia llamó a su infiltrada, le dijo que llegaría en compañía de un
prestigioso abogado y que Skönhet preparara a los niños para llevárselos de
allí. El encuentro fue conmovedor pero las premuras impidieron que hubiera
abrazos y lágrimas. Bella firmó un documento en el que cedía todos sus derechos
de las cuentas bancarias, propiedades, coches y cualquier cosa que tuviera un
valor económico, a la familia Pizarro. En primer lugar, al hermano mayor, en
segundo, a sus hermanas y, por último, al primo Vito de quien siempre decía que
era primordial en la familia.
Víctor se puso feliz cuando abrió la puerta y se encontró con el tierno
rostro maternal de Bella. Le ayudó con los niños e intercambió una mirada
pícara con La Cardinale que sólo daba órdenes. Las instrucciones fueron muy
precisas. Llamar a Madrid para que los recibieran en una de las propiedades de
Silvia, mover todos los contactos para obtener la documentación necesaria para
viajar a Europa y comprar los boletos de avión. Salieron al día siguiente.
Parecían un joven matrimonio que se iba de vacaciones. Facturaron la única
maleta pesada que llevaban, pasaron el control de pasaportes y recibieron los
buenos deseos del personal de la línea aérea ibérica. Cuando llegaron a la
capital española, se instalaron en un piso amplio y céntrico. Al tercer día de
su estancia Darmanián recibió a los representantes de una revista y un famoso
diseñador le dio cita a Skönhet para consultarle su opinión sobre una colección
que deseaba lanzar. Las perspectivas eran muy buenas. Víctor anunció que se
casaría pronto. Una noche el fotógrafo quiso poner su música de la ópera de
Acis y Galatea de Händel, pero no podía despertar a los niños, por lo que tuvo
que irse a dormir. Skönhet lo recibió desnuda, con el pelo suelto. La
habitación estaba muy poco iluminada y le preguntó si podía repetir la sesión
de la primera vez. Se rieron mucho, pusieron un trípode con la cámara en
régimen automático y esperaron el momento más adecuado para quedar capturados en
el momento más dulce de su vida.