jueves, 13 de octubre de 2016

El fiasco

El día había estado opacado por un tenue hálito gris. Las cosas no habían salido del todo mal y el inspector había logrado atrapar al delincuente. Lo tenían frente a ellos, estaba sentado con las manos atadas y con su cara pintarrajeada.

 —Es por él, señor inspector—dijo Casimiro, el ayudante, señalando al preso—por quien hemos tenido que darle tantas vueltas a las cosas, lo bueno es que ya lo hemos atrapado.

 El inspector miró al hombre con su disfraz de payaso y recordó la infinidad de novelas en las que aparecía un asesino con dicha indumentaria. —Tienen muchas cosas en común los bufones asesinos — se dijo a sí mismo el inspector farfullando.

 —¿Cómo dice inspector?

 — Nada, Casimiro, estaba pensando en que estos dementes son iguales, todos usan el terror como denominador común de sus crímenes y han sido agredidos sexualmente en su infancia. Me parece que los guía un deseo insaciable de venganza, ¿no crees?

 — Sí, inspector, además, ¿ha notado que estos imbéciles no tienen sentido del humor? Se ofenden por cualquier cosa, no entienden los chistes y, lo peor, tienen muy mal gusto al escoger los colores con los que se maquillan la cara. Mire cómo se ha pintado este imbécil. Se ha delineado una boca triste cuando sus dientes son enormes y quedarían mejor con una sonrisa.

 —Sí, Casimiro, y qué me dices de los ojos.

— Pues, son tan pequeños y agresivos que lo mejor sería haberles puesto unas pestañas rizadas, pero vea, este inútil se puso los párpados de color verde oscuro, ¿qué idiota haría eso en su sano juicio? ¿Y la peluca? Ese estropajo de color lila es de tan mal gusto que nadie estaría dispuesto a pagarle por su actuación. Si será estúpido este hombre. Mire que vestirse de amarillo con rojo para parecerse al monigote del Mc Donalds, es la peor tontería.
 En ese momento notaron que el criminal lloraba en silencio y unos enormes lagrimones le salían de los ojos como baba de vaca. Se compadecieron de él y le preguntaron cuál era su último deseo antes de morir. El ridículo bufón sacó de su bolsillo un delgado cuadernillo y lo abrió, buscó unas notas y se lo entregó al inspector. “Esto es una receta de hamburguesas, ¿es que acaso quieres que te compremos una para que te despidas de este mundo disfrutando de tu comida basura? — El payaso afirmó con la cabeza—. Bueno, te daremos el gusto y nos pediremos unas también para compartir contigo tu última comida.

 Casimiro se fue por las hamburguesas y cuando volvió colocó en un banco la comida rápida. Bien, señor payaso, aquí está su comida —le dijo el inspector. Como respuesta obtuvo la expresión triste del asesino que le mostraba las manos atadas. —Bueno, te desataremos y comerás, pero luego te mandaremos fusilar—. Le quitaron las esposas y le permitieron coger la hamburguesa, pero en cuanto le dio el primer bocado el payaso dijo que le faltaba un poco de salsa cátsup y pidió que le pusieran más. Casimiro no había tenido la precaución de pedir más sobrecitos de cátsup en el restaurante y, como a él mismo no le gustaba, había pedido que le pusieran muy poca. La solución la ofreció el preso, dijo que en su bolsillo siempre llevaba unos sobres de salsa por si acaso. Le permitieron usarlos y procedieron a comer. Cuando terminaron de engullir su comida se levantaron y ordenaron que se ejecutara al homicida.

El payaso no llegó al paredón porque perdió el conocimiento a causa del veneno que contenía la salsa cátsup, la cual usaba para atolondrar a sus víctimas. Llamaron a un doctor para que evitara la muerte del infeliz. Lo pudieron salvar y se pidió que permaneciera una semana en cama para que su recuperación fuera satisfactoria. Se le concedieron unos días para ejecutarlo más tarde, pero cuando iban en dirección a unos dormitorios el criminal se resbaló y se estrelló contra una reja, con tan mala suerte, que el ojillo por el que se mete el candado le atravesó la nuca y murió desangrado.

 —Ya lo decía yo, señor inspector, hoy no es nuestro día de suerte.

— Ni la de él, Casimiro, ni la de él.

1 comentario:

  1. Excelente sarcasmo del relato: Después del desastre las bestias lamen sus heridas.

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