viernes, 3 de diciembre de 2021

Imposturas

Miré de nuevo la portada del libro y la imagen me pareció de una pancarta publicitaria. Recordé por qué me había comprado ese libro. Me intrigó, es la verdad, fue tan persuasiva que dejé tres obras clásicas muy buenas en la estantería. Cuando lo adquirí no sabía que estaba pagando por un proyecto muy comercial. Ya había oído que las editoriales se decantan por las historias contadas por un gran equipo. Las novelas ya no son una obra individual, ahora se reúne un grupo de personas que analizan todos los aspectos socioculturales, además del comercial y nos venden lo que quieren. Sofía Piace era la autora de tres novelas que estaban causando revuelo. “No, joven, llévese esta de la Piace, se está vendiendo como pan caliente, además acaba de ganar un premio literario muy importante”. No debí hacerle caso a aquel hombre que actuaba de buena fe, pero que no había leído lo que me recomendaba. Como me estaban mirando con curiosidad una mujer con su hija, me preocupé por guardar las apariencias y acepté. Pagué el equivalente a tres menús del día y pensé que no solo de pan vive el hombre y que si me recomendaban el libro era por algo. Cogí mi vuelta y me marché. Leí el prólogo de nuevo y un remordimiento me hizo pensar con nostalgia en mis tres comidas perdidas. Siempre tratamos de convencernos de que invertir en libros es muy bueno, aunque después nos decepcione el autor.

No volví a abrir el libro hasta el sábado. Mariana llegó a visitarme. Le preparé su comida preferida y puse la mesa. Le gustó todo, pero más el postre. Por lo regular, es constante en sus gustos y opiniones y es muy predecible, por eso la entiendo bien y nos acoplamos en muchos aspectos. La miré con su vestido de flores tan bonito y le dije que era una lástima que no saliéramos a algún sitio. Le insistí bastante, pero cuando noté que era inútil, desistí. En la sobremesa me habló de unas novelas que la habían intrigado. “Sabés, flaco, me han dicho que La novia napolitana es una obra de lujo, che”. No me pude contener y le dije que la había comprado. Me la arrebató de las manos y comenzó a leerla en voz alta.

…El cadáver de la mujer estaba en descomposición, la pobre había muerto torturada y había sufrido mucho. La inspectora Mónica Di Mora sintió vértigo al ver el rostro de la muerta…

Conforme iba leyendo, Mariana, se iba desfigurando su rostro. Se enfadó muy pronto y, sin poder contenerse, arrojó el libro al suelo. “¿Pero qué tipo de escritor se atreve a describir este sadismo? ¿No podía haber pensado en otra forma de asesinato? Si para descubrir a un asesino psicópata, no se necesita empezar una obra así. ¡Que le den, a esa Sofía Piace!”. Mariana es de aquellas personas que si le gusta una opinión la hace propia. Le había comentado alguna vez que Chandler en sus consejos para la escritura de novelas policiacas había recomendado no recurrir a las sectas, ni la mafia, ni mucho menos, a los seres del más allá porque eso era un recurso muy barato y cómodo que cualquier escritorzuelo podía emplear. Las grandes obras, decía el famoso autor, deben contener el mínimo de sospechosos, regirse por la lógica, mantener la intriga y la trama debe ser original. Habíamos descubierto en el primer capítulo que la Piace solo se aprovechaba del morbo que sentía el lector para seguir con su historia. No comentamos más esa noche, pero pronto habría un escándalo provocado por la tal Piace.

Salimos a pasear un rato para tomar un poco de aire y al volver nos echamos en la cama, hablamos de nuestros planes para las fiestas de fin de año y nos dormimos. A la mañana siguiente desayunamos y nos despedimos. Mariana estaba preparándose para una entrevista de trabajo y la consumían los nervios. A mí me iba como siempre en la oficina, lo único desagradable era que, por falta de presupuesto, la empresa no nos daría aguinaldo. “No habrá dinero suficiente para fin de año. Estamos en números rojos”. Se vinieron abajo mis planes y salí un poco enfadado esa tarde. Me fui a dar una vuelta por el centro. Le compré a Mariana unos dulces tradicionales que elaboran artesanos y que son muy ricos. Llegué a su casa. Me abrió su madre que no era muy cordial conmigo y la llamó. No me invitó a pasar, dijo que su madre estaba haciendo unos patrones de ropa y estaba de muy mal humor, así que lo mejor sería no provocarla con nuestras charlas de siempre. Tampoco quiso darse una vuelta conmigo. Me fui a ver una película y cuando terminé de verla me fui a mi casa, en lugar de encontrarme con Francisco y preparé la cena. Puse la radio y escuché a mis anchas la música que no soporta Mariana. Estuve tarareando canciones de Police, George Michael, Depeche Mode y otros. De pronto, vi tirado el libro y lo puse en la mesa, pero sentí la necesidad de continuar con la lectura. A veces hay cosas que despreciamos, pero por pura desidia, aburrimiento o una actitud absurda, seguimos haciendo lo inútil e improductivo. Eso me pasó en ese momento, me senté en el sofá y empecé a leer.

Descubrí que la popular escritora italiana tenía el estilo de un guionista, que usaba los elementos de las series de televisión y sabía qué cosas repulsivas despertaban el morbo. La novela me pareció muy floja y no era lo que decían los famosos que la recomendaban. Pensé en la cantidad de publicaciones basura que aparecen cada día en la red y me dije que la escritora solo quería ganarse la vida como todos los demás. Lo malo es que busqué información sobre ella y no había mucho. Era un ama de casa, divorciada con dos hijos que mantener y no tan joven. No había ni fotos ni una breve biografía. Pensé que todos tenemos derecho a ganarnos la vida de forma honesta. Una cosa era que no me gustara su novela y otra que no tuviera derecho esa mujer a vender sus libros como quisiera. Recordé que me habían dicho algo sobre su premio. Si, en efecto la habían nominado para uno de los premios más prestigiosos, pero el jurado apenas lo iba a desvelar. Precisamente ese día lo anunciaron. “¿Ya has oído lo que dicen de la Piace?”—me preguntó Mariana. Le dije que no sabía nada y me colgó dejándome la tarea de leer la noticia. Ésta no era muy buena porque había desatado una polémica en la opinión pública. Resultó que la famosa escritora no era tal. Primero, no era mujer, luego, no era una persona, sino dos y, al final, se había presentado un par de tipos para recibir el mentado premio. Impostores, mal nacidos, farsantes, decía la gente indignada.

 Le pregunté a Mariana su opinión y me dijo que era normal, que estábamos rodeados de farsa en el país y que eso se estaba convirtiendo en un hábito de la sociedad. “De qué te sorprendés, si todos llevamos una careta, un antifaz que no deja ver nuestro verdadero rostro”. Era cierto, vivíamos en la farsa. Los políticos, los periodistas, los presentadores de la tele, los locutores, muchos escritores y casi toda la gente fingía. Eran muy pocos los que se preocupaban por decir la cruda verdad y por lo regular se les aislaba y sancionaba por no ir al ritmo de la modernidad. A mí me daba lo mismo lo que hicieran esos dos tipos con sus libros, lo malo fue que corrieron mares de tinta sobre el suceso y era imposible evitar hablar de ello. En realidad, la idea no era mala y las condiciones sociales habían dado la pauta para que se diera un fenómeno tal. Las mujeres que estaban haciendo un esfuerzo enorme por ganarse sus derechos se sintieron ofendidas cuando supieron la verdadera identidad de la Piace. Muchas librerías tiraron cientos de ejemplares de La novia napolitana a la calle. Todos hablaban de lo políticamente incorrecto.

Mariana llegó desolada, no le habían dado el puesto por el que tanto había sufrido. “Me faltaron dos puntos, che, ¿te imaginás? Dos miserables puntos y un año de mi vida echados a la basura”. Traté de consolarla, pero era imposible. En esas situaciones lo mejor es desahogarse, sacar toda la furia de dentro y evitar los pensamientos optimistas. Terminamos en la cama y cuando ella se calmó me dijo que necesitaba desconectar del mundo. Nos pasamos tres días como autómatas, dejando que sus frustraciones se fueran desvaneciendo. Falté dos días a la oficina y me pusieron una multa. No me importaba porque era imprescindible el bienestar psicológico de mi novia. Se calmó y quedamos de inventarnos algo para seguir adelante. Un fracaso puede ser el principio de algo nuevo.

—Oye, ¿recordás lo que dijo aquel escritor inglés sobre los fracasos en la narrativa?

—¿Cuál?

—Ese que dijo que cuando un escritor novato fracasaba en todos los géneros, se aferraba al erotismo como último recurso para salvarse…

—Ah, sí, pero no era inglés, era americano.

—Bueno, pues ¿lo recuerdas o no?  

—Por supuesto, pero a qué viene eso ahora. ¿No estábamos hablando de tu próxima intentona?

—Si, pero creo que podríamos probar otra cosa.

—¿Cómo qué?

—Pues, escribir.

Mariana y yo habíamos asistido los domingos a talleres de narrativa y siempre nos habían devuelto los textos, jamás logramos en tres años escribir algo bueno, ni siquiera aceptable. No sabíamos si éramos malos alumnos o simplemente estábamos en la época y lugar equivocados. Mariana dijo que debíamos intentarlo, que cualquier cosa era aceptable si se trataba de mejorar nuestra alarmante situación. Le dije que ya había demasiados fracasados que habían atiborrado de basura la red. “Pero nosotros seremos diferentes, Che, ¿no te das cuenta?”. No sabía cómo hacerlo. Le dije que ya estaban allí Anaís Nin, Margarita Duras, las Lauren con su Bello Bastardo, Sylvia Day y, hasta Xaviera Hollander. Esa no, dijo Mariana enfadada, esa solo hace confesiones de su vida privada e inmoral. Empecemos con algo, me ordenó dándome un cuaderno y un bolígrafo. A mí me había tocado ser el escribidor o escribiente y tenía que hacer los diagramas, listas de vocabulario y todo lo necesario para los cuentos que escribíamos. Repasamos los cientos de libros que habíamos leído y llegamos a la conclusión de que Fanny Hill, Las confesiones de una abuela rusa, La historia de O, Grushenka y muchas más obras pertenecían a un pasado muerto. Lo moderno es impactar, ser lo más directo posible, no obstruirle la imaginación al lector con palabras difíciles o metáforas que lo alejen de sus instintos y deje la lectura.

Acepté todas las propuestas de Mariana con la seria convicción de que fracasaríamos. Nuestro seudónimo era Tafari, sonaba bien y su significado era “La que inspira pavor”. Nos reímos pensando que, en efecto, así sería, que nadie querría leer nuestras historias. Poco a poco fuimos inventándonos la trama. Cosas como una habitación en Roma o las sombras de Gray y, a pesar de que ésta última ya era una historia muy estúpida decidimos bajar aún mucho más nuestro nivel. Creo que lo único bueno que nos dejó ese libro que escribimos fue la agradable experiencia de redescubrirnos, pues para cada capítulo era necesario meternos en la cama y describir de una forma muy guarra lo que hacíamos. Experimentamos hasta el dolor. A veces terminábamos satisfechos, pero la mayoría de las veces sentíamos un fuerte rencor. Nos dirigimos a una editorial de tirajes pequeños y a la semana ya teníamos nuestro cien ejemplares listos. Tramitamos todo lo que era necesario para los derechos de autor y nos gastamos hasta el último céntimo.

Pasó el tiempo y no vendíamos nada. Nuestro libro permanecía en una librería muy concurrida entre las novedades y solo nos acarreaba molestias. Teníamos que pagar una cuota porque lo mantuvieran allí. Nadie quería hacernos una reseña o una crítica. Decidimos mantenerlo una semana más, pues como decía Mariana, ya le habíamos invertido bastante tiempo dinero y esfuerzo como para darnos por vencidos. Al final, se vendió solo un ejemplar y lo dejamos por la paz. Era casi imposible que se vendiera otro, pensamos.

Cuando nos habíamos olvidado por completo de aquel gran error, un hombre nos contactó. La llamada la cogió Mariana que era quien había tenido más tiempo y había dejado sus datos en todos los registros. “Oiga, queremos acordar con usted la venta de su libro—le había dicho aquel editor tan amable—. Solo queremos proponerle unos pequeños cambios”. Lo llevaron a la redacción y un corrector lo pulió, le cambió algunas expresiones demasiado coloquiales, nos propuso nombres más adecuados para los personajes y una portada realmente buena.

No tardó en venderse la primera tanda de mil ejemplares. Un periodista, amigo de la casa editorial nos hizo una gran reseña y las ventas aumentaron. “Lo más importante es que hagamos de su Afari una dama misteriosa”. Nos pusimos muy contentos cuando empezamos a recibir los dividendos. “Ahora sí, flaco—me dijo ella—, no tendremos que estar buscando empleo ni pidiendo limosnas, ¿por qué no renuciás, che? Esto nos va a dejar una buena plata”. Traté de decirle que al principio sacaríamos dinero, pero en unos meses la gente dejaría de comprar el libro y tendríamos que seguir con la siguiente novela. Ella pensaba que lo haríamos muy fácilmente, pero le expliqué que para ser originales con la segunda parte de la saga habría que ser muy intrépidos. Me propuso buscar algún club de gente aficionada al sexo grupal. “Buscáte un club de suingers o lo que sea, tenemos que ir a ver qué hace esa gente”. Hizo oídos sordos a mis explicaciones y advertencias. Le dije que si íbamos tendríamos que participar y yo no deseaba en absoluto vivir esa experiencia. “Hacelo por el libro, che. No va a pasar nada”. Acepté a regañadientes y contacté con un hombre que organizaba por las noches en una cancha de baloncesto sus encuentros. Llegamos a la hora y encontramos gente de todo tipo. Había quien ya se conocía y las conversaciones eran amenas. Se nos acercó un hombre flaco que no le quitaba la mirada a Mariana, iba con su amiga, compañera o mujer, no nos lo dijo. Se requería de mucha prudencia y estaba prohibido decir los nombres reales, pedir teléfonos y llevar una conducta inadecuada. Sonó una campana y la gente empezó a reunirse en grupos. Nos llamó el flaco ese, pero me llevé a Mariana lejos de ese pervertido. Nos encontramos de pronto con una pareja y nos indicaron que podíamos desnudarnos. Me costó mucho trabajo despojarme de la ropa y lo primero que hice fue abrazarme a Mariana, pero el hombre dijo que tenía que hacer el amor con su mujer. Prefiero no contar lo desagradable que resultó todo. Al menos para mí esa experiencia fue traumática, sin embargo, Mariana se puso a analizar todo. No sé cómo logró ser tan insensible a lo que sucedió, pues mientras yo me excusé diciendo que no había llevado ningún estimulante, ella sí que aceptó todo lo que le propusieron. Lo peor vino después.

“Ya está, che. Estoy lista. Escribamos, ya”. Fue horrible describir lo que ella contaba con tanto gusto y detalle. Me puse celoso y me negué a continuar, pero ella dijo que era por el dinero y que si queríamos seguir vendiendo historias tenía que aceptarlo. Terminamos en una semana la historia de Afari en la jauría. Nos felicitó el editor. “!Pero qué historia tan convincente! Si no me aseguraran ustedes que esto es producto de su imaginación, pensaría que participaron realmente en una cosa así”. Es exactamente lo que la gente estaba esperando. Sigan así y tendrán garantizado el éxito este año. A mí no me hizo la mínima gracia aquella opinión, por el contrario, me imaginé que tarde o temprano tendríamos que revelar quién era esa famosa Afari y nos reconocerían. Tal vez hasta nos echarían la bronca. Le supliqué a Mariana que parara, pero ella estaba enajenada. Descubrimos lugares extravagantes y cuando se publicó la cuarta novela decidí alejarme de ella para siempre. Cogí mis cosas, pagué el último alquiler y me fui a otra ciudad sin decir nada. Encontré un empleo y me dediqué a llevar la modesta vida rutinaria a la que estaba acostumbrado.

Un día al salir de un centro comercial me encontré a Francisco. “Pero, mira a quién me he venido a encontrar…¿Qué tal estás Federico? ¿Has venido con Afari, es decir, con Mariana?”. No entendí lo que me quería decir y entonces me puso al día. Era que Mariana había salido del armario y la gran comunidad femenina la había apoyado muchísimo, la ponían como ejemplo para criticar la usurpación de la Piace. “Ésta sí que es escritora y no anda escondiéndose por allí como esos maricones de mierda”.

Quedé desecho. La noticia no me gustó nada. Me dio gusto que Mariana por fin hubiera encontrado una forma de ganar dinero, pero el precio era muy alto, sobre todo si se tomaba en cuenta que siempre había compartido conmigo sus principios morales. Ahora la cegaba la fama y el dinero y no tenía ningún reparo en confesar sus aventuras sexuales. “El fin justifica los medios, che, tenés que aceptarlo”. Tanto como aceptarlo, no pude. Más bien me resigné y traté de no pensar en ella, sin embargo, era imposible no ver su nombre en la prensa, en los anuncios publicitarios, en la televisión o en las redes sociales o los canales de vídeo. Me hice de nuevo la pregunta que siempre me había quitado el sueño. ¿Y si todos estamos destinados a ser impostores en nuestra sociedad? Al final cada uno de nosotros era un impostor, un embustero que mostraba una máscara ante la sociedad y en la intimidad destapaba su rostro desfigurado. Miles de retratos de Dorian Grey descomponiéndose en el lienzo mientras nos veían presentables en nuestro trabajo, en el círculo de amigos, en la familia, en la iglesia, en cualquier lado menos en la intimidad de nuestro dormitorio. Hay quien tiene fuerza de voluntad para oponerse a la farsa y trata de mantenerse en su actitud seria y responsable, pero el ataque ideológico hace ceder a la mayoría. ¿A quien no le gusta el dinero fácil? Todos quieren mucho con poco esfuerzo y si existe esa posibilidad por que matarse con la filosofía o la ciencia.

Me llamó Mariana, estaba en la ciudad y me dijo que Francisco le había dado mi dirección y teléfono. “Pero, che, ¿cómo vas a negarte? Eres parte de todo esto y me has dejado tumbada y sola. Tienes el compromiso de cargar con esto. Iré a verte, ¿sabés? Y no aceptaré excusas…”. No sabía qué hacer. Me remordía la conciencia y me enfurecía mi situación. Habría querido ser como esos asesinos en serie que no experimentan emociones y decir que no, pero Mariana había dicho la verdad y si eso no me gustaba era mi problema. Traté de imaginarme qué sucedería si me negara y decidí que mi vida siempre había sido austera y con grandes urgencias de dinero. Llegó a las tres de la tarde. No la reconocí. Llevaba ropa de marca, un nuevo peinado, se había hecho una cirugía plástica, llevaba tatuajes y hablaba con mucha seguridad. Lo primero que hizo fue besarme como antaño. Enrojecí y se despertaron en mí los recuerdos. Luego, me dijo que no podía soportar mi ausencia, que gracias a la decisión que habíamos tomado lo tenía todo. “Debés estar a mi lado, che, no podés dejarme todo a mí, no seas boludo”. Era verdad, no la podía traicionar. Una cosa era que me aferrara a mis principios y otra que la dejara sola acarreando todo ese cochambre de la gente. Estuvimos conversando muchas horas. Se quedó a dormir y al día siguiente recibió una llamada. Tenía una presentación en una casa editorial. “No voy a ir sola está vez. ¿Lo oís? Anda, vení, que tenemos que ir a comprarte un buen traje. Hoy será tu presentación, ya verás que giro dará nuestra historia. Le diré a todo mundo que juntos inventamos a Afari y que vamos por la quinta novela”.

La noticia fue en verdad sensacional. Todo mundo nos aceptó y las criticas en las revistas y periódicos solo despertaron la curiosidad de la gente. Las ventas de la novela se dispararon y comencé a llevar la vida lujosa que siempre había deseado. Me sigue remordiendo la conciencia y muchas noches no duermo, pero cuando nos traen fotomodelos a casa para que Mariana y yo nos inspiremos, se me olvida todo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario