domingo, 30 de agosto de 2020

Los principios de la seducción


Hasta hace muy poco yo era un gran seductor. Mi atractivo ponía nerviosas a muchas mujeres y siempre pude conseguir los favores de la mayoría de ellas. Era el más popular seductor de la ciudad. Bueno, no de toda la ciudad, sino de aquellas zonas en las que me desenvolvía. Bares de mala muerte, mercados, estaciones de trenes y lugares en los que la población buscaba un escape o estaba predispuesta a la aventura. Las mujeres atractivas siempre cayeron por la influencia de mis encantos, pero jamás pude estar con una de ellas. ¿La razón? Pues, es muy simple. Teníamos diferentes formas de ver las cosas. Para mi la seducción era llegar al objetivo que se reducía a meterlas en la cama y juguetear con sus cositas, pero a ellas esa idea no les atraía. Querían apreciar un cuerpo musculoso, un ser lleno de cualidades, un león con maneras de príncipe. Eso, queridos lectores, sabrán que no existe ni en los libros románticos. Además, querían ser el foco de atención, miles de caricias, besitos tiernos y cursis, nada de obscenidades ni verbales ni físicas. ¿Para qué deseaban tanto el sexo, entonces?

Desde tiempos ancestrales sabemos que ocupamos la cima del reino animal, pero no por lo supuestamente racionales, dejamos de ser bestias. Decidme, ¿hay diferencias entre la forma en que se aparea un conejo, un perro o un toro? ¿Sí? Si creéis que es así estáis muy equivocados. El objeto del amor carnal es reproducir y eso lo hace cualquier ser de nuestro mundo, la única condición es que sea sexuado. Argumentarán que se necesita el erotismo. ¡Ah!!Por fin! ¿Erotismo? Os apuesto a que ni en una hora podrías definirme lo que es eso. Leed las toneladas de novelitas “eróticas” publicadas por la masa de aficionados que no pudiendo escribir un libro normal se ponen a seleccionar qué genero sería el mejor para narrar: históricas, demasiada investigación; realistas, tedio análisis social y observación de científico; policíacas, no hay tiempo para analizar los detalles de un asesinato, complicadísimo, además hay un montón, ciencia ficción, esas son chorradas y solo los jóvenes son aficionados a eso. La opción es novela erótica y entre más duro o strong, mejor. ¡Fantástico! No necesitas más que sentarte e imaginar escenas sexuales de vaqueros y hombres fornidos montándose a mujeres bellas como las Miss Universo. ¡Listo!!Empezamos! Él le mete la cosa en su hoyo y ella se derrite…No necesitas ni esforzarte, todo sale sin esfuerzo. Los dedos van solos, ni siquiera pones diálogos.

Dejemos atrás esas tonterías. Como les decía hasta hace poco era un gran seductor porque descubrí en la pubertad, por casualidad, un documental de unos pájaros en el que el macho se pavoneaba frente a las hembras, luego venían otros machos, y había una competencia de chillidos y aletazos. Al final el más persistente ganaba y la hembra o las hembras se iban con él. Ese fue el principio que tomé como regla número uno de la seducción, pues mostraba el erotismo en su esencia. Así comencé a cortejar a las mujeres. Primero en mi barrio y el instituto, luego en sitios más concurridos y finalmente en cualquier lugar en donde localizara una mujer sola.

Fue un trabajo muy duro porque no siempre fui aceptado. Las más atractivas me disparan balas de desprecio y se alejaban maldiciendo mi presencia. Unas incluso me decían: ¡Imbécil, deja de hacer el idiota y lárgate de aquí! Esa era reacción era para mí un gran logro, pues de haberme acercado para intentar hablar con ellas, se habrían negado, pero esas palabras indicaban que estaban dispuestas a la comunicación. Seguía insistiendo hasta que su humor alcanzaba su punto. Las veía rojas, sedientas de una respuesta, de una propuesta para fornicar y me lo decían. ¡Que te den! ¡Estúpido! Era la prueba, ellas no podían darme, como ellas alardeaban por culo, pero yo estaba dispuesto a enmendar la falta de capacidad. Les demostraba que sí podía hacerles lo que ellas a mí, no. Se ofendían al ver mis fantásticas proporciones. Se quedaban mudas al ver mi torso y piernas desnudos. Se los mostraba retándolas a contenerse ante mi encanto. Algunas tuvieron tanto miedo de ceder que pidieron la ayuda de la policía.

Con los representantes del orden nunca tuve problemas. Primero, porque me daban la razón y me decían: “Ya cálmese, señor, ¿no ve cómo a puesto a esa mujer?”. Eso era que se notaba a leguas el efecto de mis bailes de conquista. En segundo lugar, siempre estuvieron dispuestos a darme asilo: “No se puede ir así porque sí, señor.  Si no puede pagar le damos alojamiento gratis tres días”. Y no solo era el alojamiento, en muchas ocasiones me daban comida. No era muy buena, pero no me podía quejar. Por último, cuando llegaba a su termino mi estancia, me dejaban ir y siempre me decían que no reincidiera, pero que si quería volver podría hacerlo cuando quisiera. Y lo hice muchas veces. Eso explica lo que les había dicho sobre las mujeres guapas con las que nunca me acosté. En realidad, la seducción no necesariamente debe culminar con una relación sexual. Lo digo porque ningún Casanova o Don Juan podría haber hecho lo que para mí era usual. Seducir hasta la locura a una mujer y dejarla a la buena de dios. ¿Por qué no? Si la seducción es el fin perseguido y se logra, ¿para qué continuar? Sabemos que la continuación es el sexo, pero eso lo hace cualquiera. Miles de millones de individuos practican el sexo a diario y eso no los hace seductores. Para mí la seducción lo era todo y podía, en casi todos los casos, prescindir de él.

Hubo unas mujeres que fueron más allá conmigo. No solo se dejaron seducir, sino que se me echaron encima. Recuerdo con orgullo esos gritos de euforia, sus bocas con aromas fuertes y penetrantes, las huellas de sus dientes marcadas en mi carne sangrante, sus uñas aferradas a mi espalda y rostro. “Las cicatrices hacen atractivos a los hombres”—me decía cuando me veía en el espejo. Me ponía crema en mi calva prematura y alisaba con aceite mis pelos gruesos. Nunca usé bigote ni barba porque darle matices de sadismo a la seducción, no me parecía justo. Para que tengan idea de lo que pueden hacer mis pelos, les diré que un día por descuido pisé uno y el dolor fue intenso, me tuve que sacar con unos alicates la espina salió un chorro de sangre que no pude parar en media hora. Causarles ese placer a las mujeres me pareció deshonesto. Como a todo buen cazador, a mí también se me fueron algunas liebres. La seducción siempre me sirvió para emocionar a las mujeres, pero las hubo incontenibles. Petra, por ejemplo.

Se adelantó a mi danza y resulté yo el seducido. No lo hizo tan mal. Se acercó sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a morderme con pasión y su abrazo fue más una llave de lucha que una muestra de aprecio. Me recuerdas—decía jadeante—. ¿Te acuerdas de lo que me hiciste, desgraciado? No, no podía y al final no logré recordarla. Muy efusiva me aprisionó y trató de asfixiarme con tanto ardor que se puso roja. Escupía y echaba espuma. Restregaba su cuerpo con fuerza contra el mío y sudó, por dentro y fuera, su deseo era tan fuerte que casi le produjo un infarto. Tuvo que llegar una ambulancia para asistirla. “Señor—me dijeron los enfermeros—, tenemos que llevarnos a su esposa. Está en una situación grave, podría morir”. No les obstruí el camino y es que, al actuar Petra con tanto deseo, provocó que yo también me excitara y respondí a su amor. No sé cuánto tiempo estuve apretándola del cuello, pero estoy seguro de que experimentó los mismos temblores que yo. Me dio vergüenza que me vieran todos con la entrepierna del pantalón mojado. Petra—decía yo—, también está así, véanla, mírenle allí en las piernas. Nadie hizo casi y continuaron mirándome con admiración. La ambulancia se fue y hubo quien me gritó y ofendió por mi exhibicionismo. Petra me ganó como muchas otras. Seguí con la intención de ser un gigolo, pero ocurrió que una mujer de esas que actuaban como Petra no resistió y su cuerpo quedó flácido, sin fuerzas, inerte.

Vinieron los policías. Me dijeron que me hospedarían por tiempo indefinido y así acabé aquí. Este es un hotel comunitario, con muchas personas alojadas aquí. Hay gente de todo tipo, unos amables y otros menos. Pasamos las tardes contando nuestra vida y los méritos por los que nos han traído aquí. No hay mujeres. Eso es una gran desventaja porque ya no puedo seguir con mis hábitos de antes. Ahora me ha dado por ser un filántropo y me dedico a filosofar y meditar.

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