Añadir título |
Fue así como nos enroscamos cada uno en nuestra madriguera. Tratábamos de
convivir de la mejor forma posible. Habíamos vuelto de la visita al hospital.
Nos dijeron que Iván se recuperaría muy pronto y que su conmoción cerebral por
el golpe de una silla no le dejaría ningún resquicio en la cabeza. María Azalea
estaba preparándose algo de cenar. Nina se había quedado dormida y Paola leía “El
Obsceno pájaro de la noche”. Quería hacerle un comentario sobre el libro, pero
al pensar que eso solo traería problemas seguí escuchando la sexual voz de
Marilyn Monroe con su vocecita pidiendo I wanna be loved by you. Cerré
los ojos e imaginé aquella fotografía en la que aparece la despampanante rubia con
un vestido blanco. Los violines y la famosa película “Los hombres las prefieren
rubias” me llenaron la cabeza con vientecillos de sordina y cuerdas vocales
evocando la d con todas las vocales y los soplidos al micrófono de esos sex
appeal labios. De pronto, me quité los audífonos para oír lo que me decía Nina.
—Oye, Carlos, se me ha ocurrido algo, pero no sé cómo explicarlo.
—Pues, dilo, pero no llames mucho la atención porque ya sabes cómo van a
reaccionar estos dos—le dije señalando a Henry y a Víctor.
—Soñé que teníamos una tienda de libros…
—Vale, si fue una pesadilla, lo siento. Si quieres podemos salir a tomar un
poco el aíre.
—No. No es eso. Es que la cosa marchaba bien desde el principio.
—Pues, en eso tienes razón. A nosotros solo en sueños nos puede ir bien.
Formamos un grupo tan dispar que sería mejor separarnos de una vez.
—Pues, al fin creo que he encontrado algo de verdad. Mira, escúchame y si
lo que te cuento no te convence, entonces lo dejamos para siempre y cada quien
por su camino.
Comenzó a describirme imágenes fatuas de personas convencionales que
llevaban libros de pequeñas tiradas a un lugar extraño y no solo libros, sino
todo tipo de publicaciones independientes que se vendían allí. Le expliqué que
había una película en la que contaban lo de los libros no publicados y que todo
eso era basura publicitaria. Nina guardó silencio unos segundos, pero luego me
clavó la mirada y me dijo que a pesar de que se publicaba un montón de basura y
estaba de moda ser escritor emergente, se podía usar el ingenio para crear un
nuevo mercado. Ella insistió en que podíamos escribir con nuestro talento
muchas novelas y colecciones de poemas que llevaran el nombre de una persona
desconocida. Le pregunte qué objetivo tendría perder tanto tiempo en esas
banalidades. Le estuve refutando todos sus argumentos, pero ella tenía una
especie de síndrome de creatividad y todo el tiempo repetía su “y si esto o y
si lo otro”. Al final logró que los demás pusieran atención en lo que decía.
Sus ideas se fueron metiendo como gusanos en nuestros oídos y terminaron
carcomiéndonos todo el cerebro. Después de tres horas de un interrogatorio
cruel, Nina nos convenció de que podíamos hacerlo. No sé cómo resistió tanto
escepticismo y frialdad. El caso es que su idea sí que era brillante y nosotros
unos negados para imaginarla. Su propuesta consistía en escribir en grupo obras
parecidas a las grandes obras de la literatura y buscarle un autor al azar o
inventarlo. Si eran personas desconocidas y de otros países, mejor. Tendríamos
que combinar estilos y estructurar historias, redactarlas, corregirlas y
someterlas a un severo análisis crítico. El rechazo de Henry y Aníbal nos
proporcionó las herramientas que necesitábamos. Alguien dijo que se podría
empezar con una historia parecida a la de Franz Kafka. “Tendrá un gran éxito,
solo necesitamos cambiar algunas cosas tales como el nombre, el insecto y la
relación con la familia”. Esas fueron las palabras que encendieron la mecha de
la bomba que nos haría volar por los aires.
Nos pusimos a trabajar sin pausas. Las tandas eran de doce horas y si las
paredes, antes de empezar ese proyecto, ya estaban manchadas de nicotina, en
ese momento ya lucían de color marrón. Corrían ríos de café y las cajetillas de
cigarros llenaban en un día el cubo de basura. Cuando terminamos la
“Transmutación” la llevamos a una imprenta y solicitamos que imprimieran diez
ejemplares. Pedimos que se usara papel viejo amarillento de poca calidad y un
empastado ajado y apestoso. El autor era un tal Martín de la Fuente, estudiante
universitario de la ciudad del Rosario, que había fallecido y dejado su único
libro. Sabíamos que en caso de buscar al autor sería imposible identificarlo y
los hilos de la relación entre nuestra novela y ese ser inexistente eran
invisibles. Nos dirigimos a un periódico y hablamos con un periodista joven e
inexperto y le dijimos que su artículo causaría revuelo. Fue así porque le dedicó
el suplemento dominical a nuestro autor y después una editorial nos compró los
derechos y la publicó. Los críticos trataron de destruirla, pero logramos que
con todos los defectos que tenía pasara a la historia. Después hubo un buen
tiraje y los nueve ejemplares que teníamos ocultos se los vendimos a
coleccionistas.
Por primera vez estábamos todos ocupados en algo y nuestro objetivo era muy claro. Iván volvió con nuevos bríos, hizo las paces con Henry y Aníbal y sedujo a Paola un día que se pusieron a leer “Las memorias de una pulga”. Comenzamos a crear novelas y antologías de poemas que se vendían muy bien. Fuimos depurando la búsqueda de personas no localizables y les atribuimos los libros. Hicimos supuestas traducciones inéditas y en nuestra estantería contábamos con autores sudafricanos, chinos, malasios, etíopes, moldavos y húngaros entre otros. El primero en publicar un libro fue Aníbal. Le gustó tanto el tema de Fabiola de Nicholas Wiseman, publicada en el año 1854, que la leyó diez veces, se empapó del estilo narrativo y arrancó con un trabajo llamado Siria que en lugar de ocurrir en el siglo tres de nuestra era, acontece en el siglo veinte. Mientras la elaboraba nos atiborraba de preguntas y le corregíamos lo que considerábamos falto de buen gusto o con poca fuerza narrativa. Una tarde llegó con tartas y botellas de vino espumoso. Puso sobre la mesa una pila de libros, cogió una Parker y comenzó a dedicárnoslos. “Con enorme aprecio para mi mejor amigo y compañero Iván, esperando que la lectura sea de su agrado”. Al oírlo se nos hizo un nudo en el estómago, la sorpresa diluyó la furia que nos incitaba a matarlo. Nos abrazó y pronto comprendimos que teníamos un gran potencial. Vimos con claridad que podíamos seguir con los libros desconocidos y olvidados y lanzar nuestras propias obras. El sueño de convertirnos en escritores se hizo realidad y ahora somos una editorial famosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario