Esben salió del consultorio con más dudas que respuestas. Su consejero personal, un psiquiatra con bastante experiencia, le había propuesto cambiar su vida de forma radical y, aunque sus conocidos ya le habían recomendado algo parecido, sólo el especialista en las desviaciones del alma humana logró que se lo planteara como una posibilidad real. Era por lo que la determinación iba avanzando como una marabunta en su conciencia y las negativas del pasado sucumbían a la invasión de ideas nuevas y fantasías prometedoras. Llegó a su oficina y saludó a sus compañeros tratando de ocultar su buen ánimo. Algunos lo interrogaron con la mirada porque estaban al tanto de los acontecimientos y sabían que era el día final, o lo hacía por fin, o desistía para siempre. Alguien se arriesgó a hacer una apuesta a que el feo osito Esben se había decidido a hacer la adquisición. “Mírenlo nada más con esa cara de pesadumbre, con su actitud de mosquita muerta, pero seguro que se ha decidido por una copia de Scarlett o de Jessica, ¿van cien coronas?”.
A Esben no le gustó el comentario y para no ponerse de mal humor corrió a
su despacho y se encerró. Oyó los pasos que lo circundaban y torció la boca
pensando que no todos serían de sus acosadores, eran sólo las secretarias y los
empleados que llevaban carpetas y mensajes de un lado para otro. Y ¿los que se
detenían o permanecían unos segundos en silencio detrás de la puerta? Pues,
serían los curiosos, desagradables e impertinentes chicos malos de la banda de
Frank, el más despreciable bufón de la empresa—se decía Esben con autoridad—. A
él eso ya no le importaba tanto, lo que quería saber era si aceptar el envío le
ayudaría a cambiar su vida de forma positiva. Era muy tímido y se había
acostumbrado a vivir con su fealdad. El brillante cerebro que le había dado
dios le permitió adelantar a sus compañeros en la universidad, pero pagó muy
caro ese privilegio, pues tuvo que someter sus sentimientos y enterrarlos en lo
más hondo de su ser. Ahora tenía miedo de que una relación sentimental exhumara
esas terribles noches ya olvidadas. Por su baja estatura, su cara perforada por
las viruelas, sus dientes torcidos y su aliento mohoso, las chicas jamás habían
sabido apreciar sus cualidades. Esben apagó su líbido en cuanto empezaron sus
sueños eróticos. Cambió el deseo de poseer a las mujeres por la lógica y las
ciencias exactas. No logró demasiado, pues sus conocimientos de matemáticas
eran los de una persona normal, pero había logrado con fórmulas y razonamientos
científicos apagar los incendios que esporádicamente le producían excitación.
Era muy metódico, pero ese sistema de conductas repetitivas eran más para
olvidar la soledad que para satisfacer la vida del tiquismiquis que aparentaba
ser. No tenía amigos verdaderos y siempre lo evitaban sus superiores en la
empresa. Las secretarias acudían a él con un cubrebocas argumentando que tenían
gripes o catarros y no deseaban contagiarlo. Esben lo sabía a la perfección y,
por eso, era breve y concreto en sus explicaciones. Ni siquiera con su madre
había mantenido conversaciones de más de cinco minutos. Estaba convencido de
que la felicidad era el aislamiento, pero el especialista Einar le había hecho
dudar de sus convicciones. Siguió con su
rutina de diez años de servicio, tenía treinta y dos, pero su experiencia ya
era la de un especialista de primera categoría. Recordaba con facilidad los
procedimientos administrativos de su área y corregía por escrito a sus
compañeros que lo odiaban por ser tan pesado con la forma de redacción y la
puntuación. La única forma de contrarrestar sus memorandos y oficios era la
burla. Todos se reían a sus espaldas y nadie sentía un gramo de vergüenza si
era escuchado por él.
Un sábado por la mañana, Esben, ya no pudo resistirse y llamó a la empresa
para que le entregaran en su domicilio un pedido. Tardaron una semana en enviarle
el modelo deseado y Esben estuvo muy nervioso y tenso en la oficina. Por la
mañana llegó una camioneta a su casa y un hombre con un mono verde tocó a su
puerta. Esben abrió y firmó la factura, quiso hacer unas preguntas, pero el
empleado le indicó que en la caja estaban todas las instrucciones, que podía
llamar a la línea abierta de atención al público o que podía ver en la página
web todo lo que quisiera.
Se sentó en su sofá y se quedó viendo la caja como si temiera que saliera
un payaso impulsado por un resorte para espantarlo. Se fue a comer a un
restaurante y retrasó lo más que pudo el desempaquetado de su nueva compañera.
Luchó con todas sus fuerzas contra las preguntas que le hacía la curiosidad,
llegó un momento en que le comenzaron a temblar las manos y tomó la charrasca
de su abuelo y empezó a cortar el celo. Desprendió la tapa de cartón y miró el
interior. Salió un fuerte olor a plástico. Desprendió la envoltura y quedó
frente a él un cuerpo en posición fetal. Lo extendió sobre el piso. Le causó
mucha sorpresa descubrir que la piel era tan suave como la de una persona real,
el pelo, las uñas, los ojos y la lengua parecían de verdad. Había un pequeño
maletín en el que encontró frascos de perfume, lubricantes y ropa de lencería.
Desplegó el catálogo de las instrucciones de uso inicial y vio el librito con
los diez capítulos que describían las características del producto, las
precauciones recomendadas, los periodos de mantenimiento y la limpieza, así
como la garantía y otros aspectos de menor importancia. Leyó con atención todo
y aclaró en la red sus dudas leyendo los comentarios de otros usuarios, los
cuales no eran muchos, pero hacían hincapié en los puntos favorables del modelo
que él tenía. A medianoche decidió que sería mejor no activar el cuerpo. Durmió
tranquilo y no soñó nada.
El día estaba soleado, hacía un poco de frío en la calle, pero el sol
resplandecía como en los días de primavera. Desayunó con las cortinas abiertas
dejando que los rayos lo calentaran. Cerró los ojos como si fuera un gato y orientó
su rostro hacia el cielo, respiró tranquilo y su cuerpo se invadió de
satisfacción. Estuvo así unos cinco minutos y después se terminó su zumo de naranja
y se fue al salón para mirar en qué estado se encontraba Engla o Ángel como
había decidido llamar a su compañera. La levantó y la encendió. Los movimientos
de las articulaciones y la cabeza eran silenciosos y eso le encantó a Esben
porque se había imaginado que el rozamiento y estímulos eléctricos producirían
algún sonido, pero Engla era como una mujer de verdad. Lo miró y sonrió, su
rostro se puso alegre y le preguntó su nombre. Asombrado, Esben, pronunció
deletreando, pero oyó que ella lo pronunciaba muy bien. Su voz era dulce con un
tono un poquitín áspero que creó un efecto muy positivo en él. Quería oírla más
y se dijo para sus adentros que recordaría siempre esa primera pronunciación de
su nombre.
Y tú, ¿Cómo te llamas?—preguntó Ebner como si hablara con un niño—. Soy el
modelo RTU 341, puedo adoptar cualquier nombre y recordarlo, ¿cuál te gusta
para mí?—Ebner pensó si estaría bien ponerle Ángela o dejarle el de Engla como
lo había decidido desde el principio, así que se lo preguntó—. ¿Te perece bien
Ángela o mejor Engla? Engla me gusta más—dijo ella sonriendo y guiñando un
ojo—. Esben estaba feliz y adoptó la conducta de un marido consecuente y
cariñoso, le propuso a Engla que se vistiera, pero ella le refutó que lo único
que tenía era lencería. Se puso unas prendas de encaje y se paró frente a él
para modelar. Cualquier otro hombre habría sucumbido a sus encantos: piel suave
y del tono del trigo, senos firmes y tan naturales como los de cualquier mujer
joven, su estrecha cintura y bien formada cadera, las piernas bien delineadas y
su actitud inocente habrían seducido a cualquiera, pero Esben dudó. Me gustaría
que tuvieras algo para andar por la casa como una bata y vestidos, abrigos,
bolsos y zapatos para salir. Además, perfumes y cosméticos.
—Será mejor que le pidas a la empresa que te manden lo que quieres para
mí—dijo con voz alegre Engla—. Así te ahorrarás muchos dolores de cabeza.
—Sí, creo que será lo mejor. Oye, cuéntame algo de ti—ordenó Esben
entusiasmado como los niños cuando tiene nuevos juguetes.
—Bueno, ya sabes que soy el modelo RTU 341 y que ahora me llamo…
—No, no. Así no. Inventa algo real de la vida. Tu lugar de nacimiento,
cosas así, como si fueras una persona real.
—Ah, ya sé. Lo entiendo bien. Quieres que sea como tu novia y es la primera
cita. Bueno por mis prendas ya hemos llegado a un buen punto de la relación,
pero se puede empezar de cero…
—No, no, no seas tan racional. Lo que busco es que seas sencilla, para la
lógica me basto solo. Quiero ser más sentimental. ¡Qué se joda medio mundo!
¡Tengo derecho a amar!!Y llorar y sufrir!!Como toda la gente normal!
—Bueno, cálmate un poco. Me llamo Engla—empezó diciendo con una actitud tan
convincente que Esben enmudeció—. Estudié diseño gráfico en Copenhague, me
gusta estudiar idiomas y viajo poco, me encanta leer y llevar conversaciones
con personas interesantes, sé algo de historia. Odio las revistas de modas y
quiero encontrar una persona que me entienda, que sea amable y que tenga deseos
de llevar una relación seria conmigo.
—¿Crees que podrías llevar esa relación conmigo?—preguntó Esben con la
firme esperanza de que lo eligiera a él.
—¡Claro que sí!—afirmó gritando Engla—¿No sabes que en la empresa
investigaron todo sobre ti? Y que estoy
programada para…
—¡Alto! ¡Alto! ¡Para ya! ¡Te prohíbo que hables de todo eso! ¿No sabes que
lo que quiero es relacionarme de verdad? No necesito tus conocimientos
técnicos. ¡Quiero una educación sentimental!
Engla se dio la vuelta y se marchó a una habitación. Esben la vio alejarse.
No puso atención en los glúteos que se balanceaban eróticamente, ni en la forma
de caminar sobre las puntas de los pies, ni en el pelo sedoso que como una ola del
mar se retiraba agitada. Lo único que notó fue su fracaso y estuvo a punto de
llorar. No se levantó para correr tras ella, pero deseaba hacerlo. Lo poco
habitual de la situación le dejó una maraña de ideas en la cabeza. Salió a dar
un paseo para calmarse. En la calle sus pensamientos tomaron otro rumbo, el
frescor del aíre le disipó su irritación y se dedicó a ver a los pocos
paseantes que andaban por el parque. Quedó convencido de que todas las
relaciones de pareja son difíciles y que la suya no iba a ser una excepción.
Antes de volver a su casa compró unos víveres y unas flores para su nueva
compañera. Llamó a la puerta y esperó a que le abriera Engla. Ella apareció con
unos zapatos altos de tacón y una de sus camisas arremangada. Le quedaba
pequeña porque su estatura era de más de uno ochenta y Esben sólo llegaba al
uno sesenta, así que al mirarla sintió una inquietud desconocida. Se disculpó y
le dio las flores. Ella dijo que le encantaban las rosas y que para la
reconciliación había preparado una cena buenísima. Esben trató sin éxito de
verla como un objeto de compañía, pero se veía tan real que comenzó a ponerle
atención a sus movimientos. Notó un olor especial y le preguntó qué era. Ella
dijo que era un perfume con feromonas que actuaba directamente en el
inconsciente de los hombres y despertaba el deseo. Esben lo confirmó al mirar
su abultado pantalón, se puso rojo cuando ella lo vio revisándose la
entrepierna.
—No debes tener vergüenza. Lo que te sucede es natural y ya sabes que estoy
para complacerte—Esben la miró dudoso y le preguntó sin pensar.
—¿Has tenido otros hombres?—Engla no contestó y siguió sirviendo la comida.
Luego se sentó y comenzó a comer.
—¿Tienes permitido eso?
—¿Eso? ¿A qué te refieres?
—Digo que si se te permite comer. ¿Acaso no es peligroso para ti? Me refiero
a que te puedes oxidar o estropear por dentro.
—No, no. En realidad, estoy diseñada para ingerir alimentos u otras cosas.
Lo que más le preocupa a la empresa es la higiene. Tengo un detergente que me
limpia lo que en las personas son el estómago, la vagina y el intestino grueso.
También tengo jabones para ducharme, champús y pasta de dientes.
—Te pregunté y, no sé por qué, si habías tenido otros hombres. ¿Por qué no
me has respondido?
—Es obvio. Estoy completamente nueva, ni siquiera he estado contigo. Lo
sabes.
—Sí, pero quiero que seas como una persona de verdad, ¿qué habría dicho una
mujer real?—Engla puso una cara como si estuviera pensando, en realidad su
programa estaba reuniendo los datos necesarios para sacar una conclusión
irrebatible.
—Una mujer real te habría dicho que sí, que había conocido a otros hombres
y que había sido usada y ofendida u humillada por unos barbajanes mentirosos
que sólo habían buscado en ella el sexo.
Esben comprendió que debía de cambiar de actitud y amoldar la conducta de
Engla a su modo. Tenía ganas realmente de conquistarla como a una mujer de
verdad y le exigió a su amiga que le ayudara en todo lo posible. Acordaron que
ella sería racional sólo en casos extremos o siempre que Esben se lo pidiera.
Ella le recomendó que pusiera los cinco sentidos para interpretar de forma
adecuada sus palabras y que no se desesperara si había malentendidos o riñas.
Enumeraron la lista de condiciones y conversaron de las relaciones humanas más
de una hora. A medianoche Esben dijo que una semana no dormirían juntos y que
terminado el plazo tendrían su primera relación.
Trabajó con ánimo en la empresa y sus compañeros se burlaron de él como era
habitual, pero cuando el gracioso que había apostado cien coronas a que se
decidía por Jessica o Scarlett, se quedó de piedra cuando Esben cogió las
coronas, se las dio y se le acercó para decirle que se había decidido por
Engla. Primero hubo un silencio espectral y después un murmullo empezó a
pasearse por todos los corredores. En principio era normal que un hombre del
tipo de Esben se decidiera por el modelo RTU 341, pero todos creían que su
compañero de trabajo tenía arraigadas muchas perversiones y que elegiría para
sus sucias aficiones un modelo ultra sexual, sin embargo, Engla lo hacía
normal, incluso una persona de buen gusto muy alejado de aquel maniaco sexual
por el que se le tenía.
Los prejuicios desaparecieron y la conciencia les causó inquietud a todos
los empleados. Nadie más se atrevió a criticar al pequeño empleado de la cara perforada
de viruelas. Hubo quien fue poniendo atención en la transformación que poco a
poco iba sufriendo y empezaban a elogiarlo. En realidad, sí había motivos. Las
nuevas camisas limpias, las corbatas bien anudadas, los pantalones planchados y
las combinaciones de sus trajes. En el aspecto personal era más cuidadoso, ya
no olía tan mal, iba bien peinado y hablaba con gentileza. En lo social
mantenía conversaciones interesantes sobre la música, la literatura y los
viajes.
Esben había encontrado la armonía de un hombre felizmente casado. En dos
semanas había podido entender el carácter de su compañera, se había puesto a
corregir sus propios defectos y aceptó sus sentimientos reprimidos como algo
natural. Descubrió que no era deforme y que sus cualidades varoniles eran como
los de cualquiera. Desaparecieron sus traumas y fobias de la adolescencia y
cada noche tenía encuentros con su mujer. Estaba decidido a hacer los trámites
para casarse, pero se enteró que una de las cláusulas del contrato impedía tal
aspecto y resultaba imposible hacerlo.
Al descubrir la sexualidad, Esben, entendió que es algo natural de la vida
y que lleva un principio oculto que enlaza dos aspectos: el biológico y el
espiritual. No fue una gran noticia, pues ya lo sabía, lo que realmente lo
perturbó fue saber que el erotismo era un juego de provocaciones que animaban
en él el deseo de reproducirse y que el momento de la culminación era como una
muerte ficticia en la que el ser que germina a otro comete el acto de aceptar
la muerte, no inmediata, para ser sustituido. Engla se lo había explicado con
palabras muy sencillas y él se lo había reescrito en la mente para no olvidarlo
jamás.
A menudo soñaba con la primera vez que se acostó con Engla. Le pidió que
regulara la luz y la dejara muy tenue. Luego le pidió que fuera amable y que no
pensara más que en lo que iba haciendo, ella reaccionaba de forma adecuada y orientaba
sus movimientos. Después decía cosas que lo excitaban o emitía sonido en el
momento preciso, ya fuera para agudizar el placer o mitigarlo un poco. Esben
descubrió que a Engla le gustaba que él pujara un poco en el momento álgido de
la unión y siempre lograban coordinarse para que ese instante fuera
inolvidable. Se puede decir que Esben sufrió una exitosa metamorfosis. Comenzó
a interesarse por la conducta de las mujeres y se conducía de forma muy amable
en su casa. Había descubierto un equilibrio que le permitía terminar rápido con
las riñas, e incluso, predecirlas y evitarlas. Decidió que era la hora de sacar
al mundo a Engla. La invitó al teatro. Ella se puso un vestido negro con
lentejuelas, le mandaron un peluquero especial y adquirió unas cuantas joyas de
bisutería que en ella se veían como auténticas. Llamaron mucho la atención
porque hasta ese momento pocos hombres habían llevado a su modelo a algún
sitio. La mayoría lo tenían de uso personal y básicamente era una especie de
consolador intimo que sólo enchufaban para obtener placer. En el entreacto de
la obra, ellos fueron el centro de atención, los hombres sentían envidia y las
mujeres rencor y curiosidad. Engla mantuvo una conversación con Esben sobre los
principales dramaturgos del siglo XX, enfatizó las características de “La
gaviota” de Chejov y “Un tranvía llamado deseo” de Tenessy Williams. Las
esposas que la escucharon pensaron que estaría bien investigar el nombre de la
empresa que producía esas muñecas sexuales, pues se temían que sus maridos se
hubieran comprado unas y las tuvieran de amantes secretas. Algo que no pudieron
entender fue que se suponía que las muñecas sexuales eran sólo para cosas
sucias y no para llevar vestidos de noche con un cuerpo bello y una cara
aristocrática. Nadie se fijó en que Engla había tomado champagne y se había
comido unas fresas. La noche fue muy exitosa y culminó con un encuentro muy
ardiente en la cama.
La experiencia en las relaciones convirtió a Esben en un hombre
comunicativo, sin complejos y con mucho tacto. Su jefe le confiaba más asuntos,
las secretarias ya no sólo no llevaban tapabocas, sino que le coqueteaban de
vez en cuando. Hasta lo llegaron a besar con cariño el día que cumplió la edad
de Cristo. Si Esben hubiera sido supersticioso, habría pensado que ese año
sería difícil, pero no era un creyente de las seudociencias y ahora sabía que
todo en la vida se supera con esfuerzo y razonamiento. Eso le sirvió mucho
porque empezaron a llegar noticias malas. La primera fue sobre la queja de unas
feministas que a raíz de la proliferación de las acompañantes robóticas habían
visto reducido el número de casamientos y un gran aumento en los divorcios.
Decían que los hombres preferían a las acompañantes porque superaban en todo a
las mujeres reales. La única diferencia que se marcaba todavía era que las
mujeres de verdad tenían huesos y carne; pero que, si algún especialista en
reproducción de órganos humanos se empeñaba en cambiar el recubrimiento de
plástico de las muñecas por cuerpos reales, sería el acabose.
—Querida—le dijo Esben a Engla—¿Qué harías si un día tuviéramos que
separarnos?
—Lloraría, mi amor…
—¡No seas imbécil! Perdón, perdóname no te quería ofender, es que me
preocupan las noticias. Te lo pregunto por todo eso de las noticias. Dame tu
opinión, pero no como mujer.
—Bueno. Entiendo que es una situación difícil y que las mujeres reales
están muy inseguras. Te he dicho mil veces que el sexo débil necesita seguridad
en todo y los objetos como yo y mis compañeras creamos desconfianza e incertidumbre.
—Sí, eso lo entiendo, pero cómo solucionarlo.
—En realidad es muy difícil porque hay demasiado factores que se deben
evaluar. Antes que nada, hay que saber cuál es la política de la empresa que
nos produce, No lo puedo saber porque estoy bloqueada en es aspecto, por eso es
mejor que tú lo digas.
—Pues, está claro. Lo que buscan es vender más y más. Lo que no entiendo es
por qué no han hecho hombres.
—Sería muy difícil obligar a una mujer a amar a una máquina. Con el hombre
está claro, pero las mujeres necesitan sentimientos, no todas estarán
dispuestas a acostarse con un robot, ¿sabes?
—Sí, está claro, pero ¿qué tal si un día se prohíbe tener mujeres
acompañantes y cierran la empresa que las produce?
—Aunque no lo creas es muy probable que eso pase y deberías irte preparando
moralmente a que me deshuesen algún día.
—Sería un fuerte golpe para mí. No lo podría superar.
—No lo sé. Eso se puede evaluar de forma racional, pero saberlo con
exactitud es imposible.
Esben no durmió muy bien esa noche. En los meses siguientes las noticias
fueron tomando un aspecto alarmante. Un grupo de mujeres había entrado al
parlamento exigiendo la suspensión de la empresa de las muñecas y como la mayor
parte de miembros era femenino la protesta hizo eco. Se empezó a elaborar la
ley de prohibición y, aunque se invirtió mucho dinero en la defensa, la
decisión final fue a favor de las mujeres. A fines de año las camionetas
comenzaron a recoger los modelos. Cada vez que salía una muñeca de una casa las
activistas abucheaban al dueño y gritaban de alegría. Le tocó su turno a Esben.
Estaba almorzando con Engla. Ella le había proporcionado la satisfacción moral
y el placer físico que él necesitaba, pero la tristeza lo apesadumbró. Estaba
llorando desconsolado y la despedida fue como ante la misma muerte. Engla lo
besó y le dijo que siempre la recordara. Se abrazaron y un hombre fortachón se
la llevó en vilo. Esben se quedó parado mirando cómo se alejaba la camioneta.
Dijo en voz baja que siempre la amaría y que jamás volvería a relacionarse con
nadie.
A pesar de que la pérdida había sido tremenda, Esben conservó los hábitos
que le había inculcado Engla. Se afeitaba, se cepillaba los dientes y seguía
vistiéndose con gusto. Nadie sabía que él conversaba en su casa como si su
compañera jamás hubiera salido de allí. Incluso en sus conversaciones decía que
si llevaba una camisa tal era porque se la había recomendado su amiga. Recobró
el ánimo unos seis meses después y siguió con interés el curso de las empresas
de muñecas hinchables. Lo malo es que había muchas limitaciones y la venta de
ese tipo de productos había bajado mucho. Un día entró a una tienda y vio a una
mujer. Se quedó pasmado. Era tan alta y bella como Engla. Tardó unos minutos en
poder se mover. Ella lo miró de reojo y Esben se sintió desfallecer. Comenzó a
hablar en voz baja, la mujer creyó que le estaba hablando y le preguntó si
deseaba algo. “No nada, muchas gracias—dijo temblando de miedo— y tuvo el
intenso deseo de marcharse para no humedecer su pantalón”. Respiró con fuerza y
se controló. Observó de nuevo a la mujer. Tendría unos veintiocho años, era
alta, llevaba el pelo suelto y su perfil era como el de su muñeca acompañante.
Se acercó un poco y ella al sentir su presencia volteó. Esben vio atentamente
su rostro. No había duda. Era igual.
—Di…dis…disculpe, no se ofenda. Es que la he confundido.
—No se preocupe, estoy aquí para servirle. Si desea ver alguna cosa,
dígamelo.
—Es que no entiendo.
—¿Qué cosa?
—Que no entiendo, ¿es usted la dependienta?
—Sí, hay otra chica más, pero ha salido a comprar algo.
—Disculpe, no vaya a pensar que soy un ligón. Pero me aceptaría un café. Me
parece usted una persona muy interesante.
—¿Sabe? Muchos hombres me dicen lo mismo, pero ninguno me había hablado
como usted.
—Me llamo Es…ben, Esben.
—Mucho gusto, yo soy Ángela.
—¿Ángela?
—Sí. Mi padre es español y mi madre noruega.
—Ah, ya lo entiendo. Encantado Ángela. Entonces...¿me acepta la invitación?
—Mira, Esben, si quieres invitarme, tengo mi hora de comida en unos
minutos.
—Pues, sería un placer llevarte a un restaurante, ¿te gusta la cocina
japonesa?
—Prefiero la italiana o española.
—Bueno, creo que hay un italiano cerca de aquí.
—Bien, excelente, ¿te espero?
Ángela se cambió y salió con un vestido negro y unas botas militares,
llevaba recogido el pelo y llevaba un bolso en bandolera. Esben pensó que
podría ser una fotomodelo y sonrió nervioso. No había podido controlarse
todavía y le temblaban las manos. Caminaron hasta el restaurante y pidieron una
mesa. Esben fue tomando confianza. Primero empezó a tutear a la chica, después
le empezó a decir cumplidos, luego, se animó a hacerle preguntas y se enteró de
que Ángela había modelado para una empresa que hacía maniquís. Esben supuso que
eso le habían dicho, pero en realidad habían cogido su cuerpo para hacer
muñecas de compañía. Esben se imaginó que estaba con su excompañera, se condujo
con libertad y confianza. Esa actitud le gustó a Ángela que le contó a su
interlocutor sus problemas económicos y sus planes del futuro. Cuando Esben empezó
a hacerle propuestas serias a ella se le iluminaron los ojos. Quedaron un par
de veces más y Ángela renunció a su trabajo, se fue a vivir con Esben y a los
seis meses se casaron. Fueron muy felices.
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