El secreto de Lu
I
Xian Lu estaba sentado en la colina mirando los lejanos sembradíos de
arroz. Las tripas le estaban rugiendo por el hambre y esa sensación le
molestaba. Trató de olvidar su necesidad vital distrayendo su mente y no se le
ocurrió otra cosa más que contar las ovejas, estaban todas. Luego, sacó una
pequeña olla que llevaba en su bolso y recogió ramas y hierba seca, reunió lo
suficiente para hacer fuego. Atrapó con dificultad dos lagartijas y las abrió
para sacarles las vísceras, luego las echó al agua caliente y esperó. Mientras
un débil vaporcillo salía de la olla, Xian contó de nuevo las ovejas y notó que
faltaba una. Repitió la operación dos veces más, pero había una que faltaba, se
levantó rápido temiendo que lo castigaran por su distracción. La pérdida era sancionada
con mucha violencia. El dueño de las tierras, un cacique amargado, era cruel y
soberbio con todos sus campesinos y esclavos. No les perdonaba que perdieran animales
o que lo engañaran con la siembra y la cosecha. Xian buscó a la oveja por todos
lados, imitaba los balidos para llamar su atención, pero no le daba ningún resultado.
De pronto, oyó un sonido que venía del risco. Ahí estaba la oveja pastando, corría
el riesgo de desbarrancarse, así que Xian se acercó muy despacio y la jaló de
la cabeza. El cordero se espantó y empezó a correr en dirección del rebaño. El
chico iba maldiciéndolo y le arrojaba piedras pequeñas que lo asustaban. Lu tenía
una mezcla de bilis y saliva en la boca que le retorcía las tripas. Se acercó a
su pequeña olla de arcilla y encontró una mezcla de carne de reptil gratinada.
Vio una capa de gelatina muy fina con la carne deshebrada. Deseó comérsela al
instante, pero la porción le pareció ridícula y decidió buscar unos insectos
para aumentar el almuerzo. Vertió un poco más de agua y volvió a hervir sus
lagartijas que ahora tenían unos escarabajos y orugas. Coció su sopa y cuando
todo estuvo listo empezó a sorber despacio el caldo. Con dos palitos se llevó
la carne a la boca y le sorprendió que el húmedo y terroso gusto de los
insectos se hubiera transformado en sabor de pollo. Aunque su aspecto era el del
agua de pantano, el sabor del cocido le recordaba las deliciosas sopas de pollo
caseras. Xian notó que los tiesos gusanos y los escarabajos eran como los
cartílagos de las pechugas de gallina. Se terminó la sopa y regresó a su casa
muy satisfecho. Bajó de la colina con sus animales y vio la luz de su casa
encendida. Encerró a las ovejas y entró a su casa para saber cuál era la razón
de los gritos que salían por las ventanas. Se enteró de que el cacique se había
llevado a su hermana mayor. Durante la cena nadie habló, pero antes de acostarse
Xian le contó a su madre lo que había descubierto. Ella sólo se sonrió con
desgana y suspirando le dijo que si el hambre lo mortificaba allí, arriba de la
montaña, volviera a reunir sus escarabajos y lagartijas y se las comiera de
nuevo. Xian quería revelarle más cosas y hacerle preguntas, pero ella estaba
preocupada por el destino de su hija, pues sabía que sufriría maltratos y
abusos y si no lograba soportarlos el cacique tomaría sus medidas lo cual
auguraba una serie de grandes problemas para la familia.
Esa noche Xian tuvo sueños muy agradables en los que, en lugar de sus
coleópteros, masticaba aves de verdad: patos a la naranja, pollos con fideos,
gansos con naranjas agrias y hasta pescado. Cuando le tocó de nuevo llevar a
las ovejas a pastar reunió todas las cosas que podría utilizar para su sopa.
Vio un hueso con un poco de carne seca, unas hierbas aromáticas y un poco de
arroz. Lo ocultó todo y se lo llevó. En esta ocasión ató a la oveja traviesa a
una piedra y comenzó a hacer sus experimentos de inmediato. Continuamente
revisaba el ganado y se cercioraba de que el hueso se cocía bien. Esperó hasta
que el caldo se concentró. Buscó de nuevo insectos y lagartijas y los cocinó
como la vez pasada. Su paladar quedó muy complacido porque en el estómago tenía
la sensación de haber comido bastante carne. Una idea se despertó en su cabeza
mientras miraba satisfecho el paisaje de los campos de arroz. Decidió que, si
seguía experimentando, podría comer todo lo que quisiera; aunque el plato fuera
de gusanos, lagartijas y otros reptiles o insectos. Al atardecer bajó de nuevo
al pueblo. Se estaba poniendo el sol y las pocas casas del poblado tenían muy
poca iluminación, hacía frío. Se sorprendió mucho de ver a su hermana mayor que
había vuelto y eso significaba que había sido rechazada para las labores para
las que había sido elegida. Xian se acercó a ella y notó que estaba muy
golpeada. Temblaba mucho y mantenía los ojos clavados en el piso. Xian se le
acercó.
«No te preocupes Yi Jie, todo se compondrá—le dijo tratando de animarla,
pero ella no le contestó—. Te mostraré algo que he descubierto, eso te ayudará
a ser una buena cocinera en la villa del cacique».
Yi rompió a llorar porque sentía un gran dolor por la humillación que había
recibido, además no podía confesarle a su pequeño hermano las cosas que le
habían hecho. Lu sólo vio sus lágrimas, pues su hermana no emitía el menor
gemido para no provocar la ira de sus padres que estaban como estatuas de
piedra sentados a un lado. Más tarde todos se fueron a dormir y Xian volvió a
soñar, pero esta ocasión las visiones fueron más reveladoras. Estaba en la
cocina del palacio del emperador. Llevaba el uniforme de los cocineros y Ying, el
ya fallecido, pero legendario responsable de la cocina del emperador, le daba
instrucciones que él seguía al pie de la letra y ejecutaba con destreza. Podía
ver claramente los ingredientes y métodos de preparación anotados en unas
tablas de color oscuro.
A la mañana siguiente decidió guardar sus recetas escribiéndolas en unas
pieles viejas que estaban arrumbadas y que nadie quería. Cortó rectángulos
medianos y con una aguja caliente de cobre fue dibujando sus jeroglíficos. La
siguiente vez que subió al monte con sus cabras se llevó una pequeña bolsita
con dos hebras de carne seca y especias, un espinazo de pescado seco, arroz y
judías. No hizo falta buscar insectos, pues tuvo la fortuna de encontrar una
pequeña serpiente con la cabeza aplastada. Se preparó la comida y mezcló los
ingredientes de diferentes formas. Con gran sorpresa confirmó lo que le había
dicho Ying durante la noche en su sueño.
“Serás, querido Xian Lu, el cocinero
oficial del emperador. Practica con tus métodos para cambiarle el sabor a las
cosas. Esa será tu gran virtud”.
Xian adoptó una conducta nueva. Era muy obediente, pero aprovechaba
cualquier momento de ocio para experimentar sus mezclas, escribir sus
procedimientos en los cueros viejos o pensar en las combinaciones de sabores.
Clasificó por intensidad de olor, textura, tiempo de cocción, sabor y aspecto,
todo lo que encontraba. Seguía siendo ese muchacho delgado y frágil, pero su
cara, antes gris y agobiada, relucía y sus dientes blancos y alineados eran más
habituales. Poco a poco la experiencia le fue indicando cuáles eran las mejores
formas de elaborar los platillos. En ocasiones permanecía con su madre y ponía
atención en sus movimientos, en su forma de condimentar, en los tiempos de
cocido, en la elección de productos. Empezó a darle consejos y se ofreció a
hacer mandados en el pueblo a cambio de algunos víveres que necesitaba. Un día
pensó que las hojas azules de unas florecillas que aparecen solo en la nieve
durante el deshielo podrían aromatizar la comida a tierra húmeda. Era otoño y
la primavera estaba lejos, preguntó en todo el vecindario si alguien tenía
hojas de esas flores guardadas en algún lugar. Un anciano le enseñó una vasija
pequeña con gránulos diminutos de algo que parecía té y se lo ofreció
diciéndole que eran campanillas de la nieve. Xian se ilusionó mucho porque
después de poner unas hojas en agua tibia confirmó que eran, en verdad, esas
flores y le dijo al viejo que se las diera. El astuto anciano aprovechó la
oportunidad para pedirle que terminara de arreglar el tejado de su casa. Xian
sabía que era exagerada la petición, pero tenía tantas ganas de confirmar sus
hipótesis que ante un testigo se comprometió a hacer el tejado. Cogió la vasija
y se fue. Reunió unos caracoles de tierra y los puso a freír, luego los metió
en un recipiente y los dejó reposar. Las hojas de las campanillas, por el
efecto del agua se ensancharon, entonces Xian las sacó y las dejó secar un poco
en una tablilla tibia que tenía preparada. Cuando las hojas formaron un
montoncito, Xian se acercó y contuvo la respiración más de un minuto y cuando
ya no podía más acercó la nariz a las hojas y, como si quisiera inhalarlas
completas, respiró. No sintió ningún aroma, repitió la acción y confirmó que
esas flores no olían a nada, así que sacó los caracoles y los raspó por la
superficie, luego untó uno por uno los pétalos de las flores nieve y se las
llevó a su hermana Yi Jie. Ella estaba sentada en el huerto, tenía la mirada
perdida y su cara expresaba una gran tristeza. Se acercó y le mostró un plato
con los pétalos y unos trocitos de pato cocido. Le pidió que los probara. Ella
ya se había acostumbrado a ser su degustadora oficial, pues de toda la familia,
era la que tenía el paladar más sensible. Xian le pidió que probara primero las
flores y le dijera cuál era su sabor. Yi Jie las olió y se le iluminó la cara.
Recordó los hermosos ramitos de flores azuladas que le regalaban sus
admiradores al principio del deshielo. Las olió un par de veces y dijo que en
efecto eran las famosas y muy deseadas campanillas de la nieve. Xian le pidió
que se las comiera con el pato y observó las bellas expresiones que ella hacía
al imaginar que estaba comiendo flores frescas y aromáticas. Al terminar Yi
abrazó a su hermano y le prometió que ya no estaría triste. Xian se fue rápido
a escribir sus conclusiones en sus cueros de oveja.
Al día siguiente se la pasó toda la mañana ahuyentando sus ideas sobre la
preparación de la comida porque sabía que tenía que cumplir su promesa. El
viejo lo recibió muy alegre y le empezó a dar instrucciones. Le indicó los
sitios que debía reparar y además le confesó que no tenía tejas, mezcla de
arcilla y herramientas. Xian estuvo todo el día pidiendo lo que le hacía falta
para trabajar, pero la gente, ya acostumbrada a darle tareas, lo ponía a hacer
todo tipo de cosas. No pudo empezar hasta pasados dos días. El viejo comenzó a
gritarle y la semana que tardó para reparar el techo de la casa vieja lo dejó
exhausto. Se acercaba el cumpleaños de su madre Kumiko y pensó que no estaría
mal agasajarla con un cordero cocido a fuego lento, pero aderezado con unas
salsas agrias muy tradicionales en su región. Dos meses estuvo alimentando al
carnero con plantas aromáticas y semillas. Consiguió las más preciadas especias
y aplicó todos sus conocimientos para transmitirle a la carne el sabor del
campo. Llegó el esperado día y en su casa se reunieron los familiares más
cercanos. La gente del pueblo entraba a felicitar a la cumpleañera con la
esperanza de quedarse a probar la comida de Xian, que ya se había ganado la fama
de ser buen cocinero. Por desgracia, era imposible, pues la gente comprendía
que los manjares eran apenas suficientes para los invitados.
Kumiko ocupó un extremo de la larga mesa. Las criadas contratadas para ese
día les entregaron a los comensales paños calentados al vapor para que se
refrescaran la cara y las manos. Luego se repartieron los palillos y se fue
llenando la mesa de platitos pequeños con nueces, cangrejos secos y pequeñas
rodas y lonchas muy finas de pescado ahumado. Los invitados empezaron a
saborear los manjares que había preparado el sobrino Xian, como le llamaban
todos los parientes, y se sorprendieron de la variedad de sensaciones que
experimentaban al llevarse a la boca esas pequeñas porciones de semillas, carne
y verduras. La mayoría pertenecía a la clase baja y nunca habían visitado una
cocina de la capital, por eso cuando querían elogiar algo decían: “¡Increíble!
¡Saben exactamente a los que preparan en los lugares caros!”. Después, sonreían
y se miraban unos a otros. Cuando se empezó a servir el cordero, éste iba en
una sopa de empanadillas, que tradicionalmente llevaba gambas y fideos, pero al
llevarse las primeras cucharadas y masticar los hatillos descubrieron la gran
diferencia, pues en lugar de sentir la suavidad de la carne de cerdo y la de
gamba descubrieron la carne del cordero que era muy suave. Nadie paró hasta que
en los cuencos de madera no quedó nada. Hubo un lapso en el que la atención se
concentró en la festejada. Con reverencias, saludos y gesticulaciones le
expresaron su agradecimiento por el agasajo. Kimiko se levantó y con una
reverencia agradeció la presencia de sus seres queridos. Antes de que se
sirviera el postre, Shaoran, el tío travieso y alegre, que tenía una cara triste
por los párpados eternamente caídos y su labio inferior prominente, sacó su
laúd redondo y pronunció las palabras mágicas: “Es la hora de yuen chin”. No
fue necesario que dijera más. Los comensales sonrieron y salieron a la calle.
Lobillo triste, que era el apodo del tío, con su laúd empezó a interpretar la
música para que su esposa Ji la bella y sus hijas representaran la historia de
Kumiko. Con grandes pasos, gesticulaciones y risitas alegres los invitados
gozaron por enésima vez de los bellos pasajes de la niña que en medio de los
arrozales había visto al hombre más noble de la aldea y se había enamorado con
locura de él. Shen abrazó a su hijo Xian y le dijo al oído que estaba orgulloso
porque sabía que cubriría de gloria a la familia. Xian se lo agradeció y le
dijo que siempre recordaría sus palabras y no le fallaría jamás. La fiesta
siguió y los vecinos se animaron a tomar parte de la representación teatral y
fueron recompensados con los ricos postres que ya nadie podía comer por causa
de la felicidad que les producía la realización del amor. Allí parados uno
delgado con dientes de conejo y su modesta ropa, la otra con su pequeño cuerpo
y vestido rojo con bordados dorados y belleza nívea demostrando que no había
nada más grande que el cariño y la comprensión.
II
En el palacio real se organizó también una comida, pero era para festejar
el exitoso fin de la campaña de unificación de los territorios del norte. El
emperador recibió a sus consejeros y generales, así como a los importantes
comerciantes para asombrarlos con su tradicional cocina. El encargado de los
banquetes era Tai, un hombre ambicioso que no toleraba ningún impedimento en su
camino al éxito. Ya había eliminado a Ying Fo con una serie de intrigas que
provocaron su destierro. Se supo después que Ying Fo había muerto por una
enfermedad pulmonar, pero en realidad había sido envenenado por órdenes del
usurpador cocinero Tai. En la cocina del palacio era un ogro y mantenía muy
vigilados a los talentosos muchachos que aprendían rápido el arte culinario.
Tai se limitaba a seguir las tradiciones y sus platillos eran elaborados de
acuerdo con las recetas que le había robado a Ying Fo. Cuando notaba que algún
chico despierto e ingenioso hacía cosas útiles en la elaboración de la comida,
le ordenaba escribir los métodos que estaba usando. De esa forma se apoderaba
del conocimiento de los demás. Tenía una memoria un poco deficiente y para no
confundirse nunca repasaba sus discursos y explicaciones todos los días. Repetía
sus órdenes sin cesar y sus subordinados podían, incluso, no escucharlo a
sabiendas de que si les preguntaba sobre lo dicho le dirían lo que ya se sabían
de memoria. En el salón real se dispusieron muchas mesas y se colocó a los
generales a una distancia muy corta del emperador para que pudieran narrarle
las proezas de los ejércitos, los botines que habían traído y los impuestos que
se había establecido en cada región. Un grupo de cocineros comenzó a servir las
ensaladas de entrada, se vertió bastante alcohol y se animó la atmósfera. Cada
vez que aparecía un platillo, Tai, acompañado del grupo de música que tocaba
muy bajo para no interrumpir las conversaciones, lo anunciaba y describía un
poco el proceso de elaboración y los ingredientes. Después de probarlo a todos
se les transformaba la cara en un gesto cómico de admiración. El emperador
satisfecho otorgó los nuevos grados, los ascensos y ordenó las pagas a sus
excelentes generales. Cuando comenzó a oscurecer se terminó el banquete y poco
a poco el gran salón dorado se fue quedando vacío. Muy satisfecho el séptimo descendiente
de la dinastía Quong se fue a sus aposentos. Entró en su gran habitación donde
lo esperaban sus concubinas y se recostó en la cama. Le quitaron su corona, el
mianfu con todos sus elementos y el emperador Shen Lo se fue sintiendo
despojado de las prendas que representaban el oro, la madera, el agua, el fuego
y la tierra. Quedó desnudo como si fuera el centro del universo y las mujeres
comenzaron a sobar su cuerpo aun fuerte a pesar de su medio siglo de vida.
Quiso pedir la pócima mágica que le daba siempre Ying su fiel cocinero que
había terminado desterrado y muerto. Añoró las eternas noches de amor,
estimulado por los mejunjes de su fiel amigo y lloró por su impotencia, por su
debilidad. No le gustaba Tai, pero en un momento de locura le había concedido
el resguardo de la cocina y ahora tenía que soportarlo. Había algo en sus
métodos de elaboración que nunca alcanzaba a darle a los alimentos aquel
florecimiento que para Ying era habitual. Se quedó dormido y en sus sueños vio
de nuevo a su delgado y atento súbdito que, con una sola mirada, podía adivinar
qué comida necesitaba consumir su interlocutor para sentirse satisfecho. Se vio
de nuevo rodeado de bellas jóvenes alabándolo y él pleno y seguro en medio de
ese paraíso celestial. Durmió bien y al día siguiente siguió con sus aburridas
labores diarias.
III
Xian Lu siguió progresando en su arte culinario. Ya tenía dieciocho años y
el amor lo había entorpecido un poco. Le había robado el corazón la linda Akame.
A Xian Lu siempre le había gustado ella desde la infancia por su carisma, su
viveza y sus enormes ojos que destellaban felicidad. Era la hija de un hombre
pobre que trabajaba más que el resto de los pobladores para mantener a su
familia. Fu Lin, el padre, había caído en desgracia el día que el hijo del cacique
lo acusó de robo. Sufrió varias golpizas que lo dejaron cojo y perdió la mitad
de sus propiedades. Por si fuera poco, se le asignó una pequeña casa lejos del
pueblo así que para trabajar en la comunidad debía andar diez kilómetros
diarios. Hacía el recorrido con su hija y la dejaba con unas personas
compadecidas. Como siempre era el último en terminar sus labores, recogía a la
pequeña Akame y se la llevaba dormida en la espalda. A veces algunas mujeres
bondadosas se ofrecían a darle alojamiento a la pequeña para que él no tuviera
que ir por los campos y la montaña con la pequeña a espaldas. Fue así como Xian
la veía cuando llevaba a las ovejas a pastar. La saludaba, pero ella no le
ponía atención. Hubo un tiempo en que estudiaron juntos con el abuelo de la
aldea, pero Fu Lin le había dado órdenes estrictas a su hija de no hacer
amistad con nadie y por eso no intercambiaban una sola palabra. Años más tarde
en un día en que el sol de primavera calentó el agua de un pequeño lago alejado
del pueblo Akame se dio un baño. No vio que la seguía el muchacho flaco de las
ovejas, el remedo de cocinero Xian, como ella le llamaba. Se metió al agua y empezó
a cantar. Su voz despertó un sentimiento muy dulce en el corazón de Lu que se
dijo a sí mismo que ella sería su esposa. La imagen del cuerpo pequeño y bien
proporcionado de la chica le quitó al pobre el sueño durante muchas noches. Empezó
a llevarle dulces que preparaba con mucho cariño, pero ninguno llegó a la boca
de la muchacha que ya tenía quince años. Cuando Xian ya no pudo resistir le
pidió a su padre que intercediera por él, sin embargo, ya había planes para
casarlo con la hija de Yong Yan que era el mejor amigo de la familia y su hija
ya estaba en edad de casarse. A Xian no le gustaba la muchacha porque era muy
gorda y demasiado morena, era un poco sosa y le gustaba dar órdenes. Lu no lo
habría resistido y usó el único recurso del que disponía. Le advirtió a su
padre Shen que se casaría, pero que jamás volvería a complacer a la familia ni
a los habitantes del pueblo con sus guisos. En realidad, era una amenaza seria
porque todos los habitantes preferirían morir a prescindir de él para la
elaboración de las comidas para los festejos. Al final, Shen cogió los dos
mejores cerdos que halló en su haber y se fue a disculpar con su amigo. La
sorpresa vino después, cuando Xian dijo que su determinación era la de casarse
con Akame. Shen dijo que sobre ella y su padre recaía una maldición que impedía
que se desposaran, pues en cuanto el cacique se enterara les quitaría todas sus
propiedades. Xian no cedió un solo paso y retando al destino anunció que se
casaría con la chica y que nadie lo podría impedir. No fue tan fácil como él lo
había imaginado porque se topó con un imprevisto. Akame le dijo que no le
gustaba y, que, aunque le gustara no podrían casarse porque la venganza del cacique
caería sobre ellos y serían infelices. Xian insistió mucho, tardó tres meses
cortejando a su amada. Le llevaba platillos deliciosos, le hablaba a unos
metros de distancia para no intimidarla y fue endulzando su corazón hasta que
ella le dijo que si aceptaba y eran echados del pueblo, ella se iría sola para
no volver jamás. Lu estaba poseído por la ternura y belleza de la muchacha y estuvo
de acuerdo en todo sin medir los riesgos. Fu Lin no aceptó y estuvo a punto de
arriesgar su vida huyendo de la población. Todos sabían que eso era echarse la
soga al cuello, ya que el cacique mandaría a buscarlo y lo destazaría, luego les
echaría sus cecinas a los perros. Xian mandó un mensajero para que corriera el
rumor de que el cocinero del pueblo quería unirse en matrimonio con la hija del
desgraciado cojo Fu Lin.
El cacique tardó un poco en enterarse de las noticias porque andaba como
siempre arreglando unos asuntos. En cuanto uno de sus sirvientes le hizo el
comentario de que estaban tramando una boda ilegal, se puso furioso y se fue al
pueblo acompañado de dos guardias. Llegó cansado y lo recibió Xian. Lo invitó a
su casa y le ofreció un poco de agua de flor de azar fría y una sopa de pollo
con huevo. El Cacique se la comió con mucho apetito y cuando se acordó del
motivo por el que había ido ya no pudo pensar en represalias, ya que su estómago
se ocupaba de digerir la sabrosa comida y la boca le pedía algo dulce. Por eso,
en lugar de empezar con su venganza, preguntó si había algo de postre. Xian le
ofreció un platón con wonton de frutos secos y almendras y trocitos de mango
con té. El cacique se relajó y con el hambre mitigado dijo que no era posible
que se casara con la hija del cojo, que ese hombre lo había traicionado y
engañado; y que estaba maldito por los siglos de los siglos. Xian argumentó en
favor de Fu Lin todo lo que pudo, pero el cacique no cedió. Así que en un
momento de silencio Xian dijo que le aumentaría el tributo al doble y que
estaría dispuesto a trabajar para él día y noche si lo exigía su acuerdo. El cacique
pensó en las ventajas de la oferta, pero al tocarse el estómago decidió otra
cosa. Por esos días, una de sus concubinas más apreciadas estaba muy caprichosa
por causa de un embarazo tardío y se ponía a gritar o llorar sin razón. La
situación se estaba poniendo crítica y, tal vez, si hubiera algo sabroso que le
pudiera alegrar la vida, la mujer cambiaría de actitud o dejaría de refunfuñar
y berrear. Xian le prometió hacerle una visita y preguntarle a su esposa qué
problemas la acogían. El cacique dio su autorización del matrimonio, pero puso
como condición que el tributo fuera doblado. Además, amenazó al muchacho
diciéndole que, si no lograba alegrar a su esposa, él con su propia espada le
cortaría la cabeza.
La gente escondida en sus casas se sorprendió al ver la cara de
satisfacción del cacique y pensaron que Xian estaba condenado al destierro.
Algunos no pudieron contener las lágrimas y se dirigieron a la casa de Shen
para saber qué había pasado. En la casa de Xian todo era alegría, no se
imaginaban que el cacique iría cambiando un poco su opinión durante el trayecto
de vuelta. Kumiko no pudo resistir la emoción, abrazó a su hijo y lloró con
gran pena y felicidad al mismo tiempo. Un niño salió a darle la noticia a Akame
y la jaló de la mano para llevarla con su prometido. En cuanto la muchacha entró
todos gritaron de alegría y obligaron a los novios a sellar su compromiso
frente a los presentes. Con una reverencia y tomados de la mano prometieron que
se casarían en un mes. No hubo desde ese día otro tema de conversación que no
fuera la deliciosa boda de Xian Lu. La gente los quería y adoraban a la familia
de Shen, pero sólo de saber que se haría un gran banquete para todo el pueblo y
que podrían comer platillos deliciosos se les hacía agua la boca. La gente
todos los días preguntaba por el menú y se ofrecía a ayudar tanto en la cocina
como con alimentos indispensables para la preparación. Hubo un período de
votaciones para elegir a los muchachos que se encargarían de ayudar en la
elaboración del banquete. Había quien enviaba a sus hijos con la misión de
robar las recetas de Xian. Esto a fin de cuentas fue imposible porque Xian se
encargó de las cosas más importantes como la transformación de los sabores, la
elaboración de los jugos concentrados, el secado de los pétalos de flores y
pescados.
IV
El día estaba claro. En las calles no había gente, pero en todos lados se
oían voces. Algunas mujeres se dedicaban a arreglarse o vestir a sus hijas. Les
hacían peinados, les ponían polvos en la cara, se roseaban perfumes y elegían la
ropa con los colores más apropiados. No había un solo detalle que pasaran por
alto y si al terminar de engalanarse no quedaban contentas, volvían a empezar.
En la casa de Shen y las aledañas todas las cocinas estaban ocupadas. El aroma
se esparcía con el viento que, aunque era suave, era suficiente para arrastrar
la nube de los vapores que salían de las casas. La gente esperaba con
impaciencia. Kumiko estaba con la madre de Xian recibiendo los consejos para la
vida familiar, para la primera noche de la luna de miel y otras cosas fundamentales
de la vida conyugal. Nadie se dio cuenta de que el único hombre que iba a
travesando la calle era Fu Lin. Nadie lo habría reconocido porque tenía una
túnica digna de un emperador. Dorada con bordados, los adornos, desde el
sombrero y los zapatos hasta la ropa interior estaba elegida con gusto. Era la
herencia que le había dejado uno de sus parientes que se había dedicado al
comercio. Ese traje lujoso era la única pertenencia de valor, a parte de su
hija, que poseía. Por eso iba caminando sin cojear. Se había adaptado el pie
izquierdo para caminar sin balanceos. Cualquiera habría dicho que era un
emisario del consejero de comercio o un funcionario muy importante. Nadie lo
vio hasta que llegó a casa de Shen quien lo abrazó como si se tratara de un
hermano. Le dijo que su hija no estaba allí y que tenía que ir por ella a otra
casa. Salieron juntos, Shen se sentía orgulloso de Fu Lin porque recordó la
importancia que tenía este hombre varonil en la comunidad. Antes de que fuera
castigado al destierro se conducía con seguridad, su mente era ágil y
organizaba con éxito todos los trabajos de contabilidad. Era muy ducho para las
matemáticas y calculaba más rápido que los ábacos. Shen se lo recordó y se
rieron juntos. Era la primera vez en muchos años que Lin sentía alegría de
verdad. Le faltaba todavía llorar de felicidad al ver a su hermosa hija.
Entraron en una casa pequeña y poco iluminada. A pesar de que era mediodía
en el interior faltaba luz, pero salían rayos incandescentes. Eran el hermoso
vestido y la sonrisa de Akame que al ver a su padre cayó de rodillas, él se
hincó también y la abrazó. Permanecieron así hasta que una de las damas que
ayudaba a maquillar a la novia se dio cuenta de que se estaba estropeando la
capa blanca que cubría el bello rostro de la chica y sin miramientos los separó
y con prisa se puso a corregir su trabajo. Media hora más tarde Akame quedó
lista y junto con su padre salió a la calle para dirigirse a la casa de Xian
Lu. Sucedió un milagro en cuanto pusieron los pies fuera de la modestia
vivienda. Resultó que la gente empezó a recordar los tiempos en que el amable
comerciante Fu Lin se casó. Iba vestido de la misma forma, su familia era
próspera y su riqueza los distinguía en toda la región. Recordaron cómo el
vendedor de arroz e importador de especias del lejano Oeste organizaba fiestas
para los necesitados y decía palabras consoladoras a la gente. Los curiosos
empezaron a hacer reverencias a su paso. Hubo quien extendió la mano para
recibir, como antaño, una moneda. Nadie se acordó del cojo y felicitaban a Fu
Lin como si fuera un gran señor. Cuando llegó a la puerta donde estaba Kumiko,
entregó un paquete con telas y entró con su hija. Los estaba esperando Yi Jie,
no la hermana de Xian, sino una de las tías que había venido de otra población
y se habían encargado de investigar con ayuda del zodiaco las compatibilidades
y diferencias de los jóvenes novios. Según se decía, había grandes sorpresas
entre esos dos seres que habían decidido casarse de forma tan circunstancial.
En el centro del patio se pararon Xian Lu y Akame, a su lado estaban Fu Lin y
Shen del lado izquierdo y Kumiko con su hija Yi Jie a la derecha. Entonces se
oyeron los consejos de la gran adivina que trataba de disimular su pícara
sonrisa.
“Hijos míos, deseo con toda el alma que viváis felices por mucho tiempo.
Hago votos para que los malos espíritus, espantados por vuestra buena fe,
cariño y ternura, se alejen y nunca cubran de desgracia vuestro hogar. He
sabido que la preciosa Akame—en ese momento comenzó a dirigirse también a los
invitados— nació cinco años antes que el cocinero Xian, sus signos son
compatibles y tienen una carta astral parecida. El destino les tiene preparadas
grandes pruebas que sólo podrán superar con ayuda de la comprensión, el amor y
el apoyo. Como ven Xian no es muy guapo, pero en su interior guarda un tesoro
que hará brillar a su familia y no solo eso, también se recordará este lugar y
este momento, quizás todos los presentes anden en boca de mucha gente cuando
llegue la hora dorada. Antes, habrá sufrimiento, pero tendremos un ejemplo de
superación que nos muestra que nada puede someter a un hombre cuando tiene un
espíritu noble y fuerza de voluntad—en ese momento señaló al irreconocible Fu
Lin que tenía una cara de adolescente avejentado y parecía gobernador con su
fina ropa—. Es así como debemos enfrentarnos a todas las contrariedades. Y
vosotros, Xian y Akame tendréis hijos y velarán por su bienestar. Llegará un
día en que correrán el riesgo de perderlos porque la muerte querrá llevárselos,
pero seréis sensatos y triunfaréis. Y ahora, que se alimenten nuestros cuerpos
de la exquisita comida que ha preparado en honor de la novia, mi querido
sobrino Lu”.
Se dirigieron todos a las mesas, entre sonrisas y gestos de buena voluntad.
Huelga decir que la gente comió con un gusto enorme y la impresión de progreso
y cambio que había dejado la aparición de Fun Li con su traje dorado siguió
desarrollándose en la cabeza de la gente y durante unas horas la banda de
música fue la mejor de todo el país, los platillos y postres los más envidiados
del imperio y la alegría como la que nunca había existido en ningún lugar de la
tierra. Toda la población pudo degustar las artes culinarias de Xian y se
quedaron con los sabores en el paladar hasta terminada la semana.
V
La felicidad de los recién casados
parecía eterna. Xian preparaba los mejores desayunos y se iba con unos
compañeros a construir su casa. Varios hombres atraídos por la idea de que
comerían unos meses los más ricos manjares se prestaron a construir una vivienda
para la nueva pareja. Xian deseaba participar, pero el colectivo se lo impedía,
le decían que su sitio estaba en la cocina y que si no preparaba bien le harían
una casa endeble para que se le cayera encima. Él se retiraba entre las bromas
y burlas y se lamentaba un poco de no poder colaborar con la construcción.
Decidió hacer platos que estimularan el cuerpo y lo llenaran de energía. Los
obreros trabajaban con gusto, pero en cuanto presentían que el período de
satisfacción que recibían con el alimento se acercaba a su fin, se inventaban una tarea más. Fue así como
construyeron un hermoso jardín y un pequeño estanque para peces. No lograron
permanecer activos seis meses y al culminar le pidieron a Xian que organizara
una fiesta para todos. Se reunieron los alimentos de todo el pueblo, se designó
a los ayudantes de cocineros y se celebró una fiesta tan grande como la boda
que había dado motivo a la construcción de la casa. Akame por fin pudo entrar y
ver lo que le iba a regalar su marido. Le encantaron los muebles, los tapices y
adornos, distribución y lo que le robó por completo el corazón fue que
estuviera orientada hacia la casa de su padre. Si hubiera tenido una vista de
águila o un catalejo lo habría podido ver cada mañana.
El primer año estuvo lleno de dicha. Akame se embarazó y trajo al mundo un
niño hermoso y fuerte que era, como todos decían, la reencarnación del
talentoso Fu Lin. Éste a escondidas llegaba por las noches a ver a su nieto.
Decía que se miraba en el pequeño, que cuando empezara a caminar le enseñaría
los secretos para convertirse en un gran hombre. El pequeño era muy tranquilo
por el día, pero en las noches era insoportable. Parecía que le habían puesto
mal el horario biológico de las actividades habituales. No se le pudo quitar la
costumbre al niño de despertarse y dar lata por las madrugadas. Por esa razón
le apodaron Bian Fu, murciélago.
El Cacique Huo que había estado dedicándole su atención a los problemas
familiares y sus obligaciones con el emperador se sentó a comer, no tenía mucho
apetito porque las cosas iban a tomar un mal curso y no sabía cómo solucionar
su problema. Le sirvieron la comida que había llegado junto con el tributo y al
llevarse el primer trozo de carne de cerdo a la boca notó algo especial, era la
tercera vez que comía ese platillo, pero la primera en la que reparaba en el
aroma y la textura de la carne. Al no saber si era lo que estaba preparando su
cocinero Mo era un plato preparado por Xian mandó llamar a un criado. Le hizo
la pregunta y supo que la comida había llegado hacía unas horas y que iba
acompañada de los sacos de arroz que recibía de la población del Sur. Huo se
quedó pensando en que podría ofrecerle al emperador al cocinero del pueblo y
así mejorar sus relaciones que ya se encontraban en un estado crítico. Se
alegró y pidió que le sirvieran alcohol de arroz de la mejor calidad. Mo que
había estado espiando se preguntó por la razón de la alegría de su amo. Llamó
al criado que le había llevado la comida al cacique y al adivinar que le había
gustado y que se había alegrado por esa causa, decidió que tendría que hacer
algo con Xian para que no lo sustituyera en la cocina del terrateniente. Lo que
desconocía en ese momento era que los planes eran completamente diferentes. Ese
día el cocinero de Huo perdió el sueño y empezó a tramar su plan. Hacía tiempo
que había pensado en robarle sus secretos a Lu, pero había ido posponiéndolo
hasta el último momento y ya urgía poner manos en el asunto antes de que fuera
demasiado tarde. Huo estuvo ocupado una semana con su administración y ese
tiempo fue muy bien aprovechado por Mo. Mientras el cacique se encontraba fuera
de sus dominios por causa de un viaje urgente al Norte del país, Mo se fue en
compañía de dos marmitones disfrazados de guardias a ver a Xian.
Lo encontró cuando este se dirigía a los campos de arroz en las terrazas de
la colina. Por culpa del aumento del tributo, la gente tenía que trabajar mucho
y buscar suelos fértiles para aumentar la cantidad de grano. En su caso, Xian
se veía obligado a duplicar sus esfuerzos y motivar a la gente al trabajo. En la
comunidad habrían preferido que Lu se dedicara a cocinar, pero no quedaba mucho
tiempo y los únicos días en que se preparaba comida en forma de agradecimiento
eran los fines de semana. Xian reunía a las mujeres y les daba indicaciones
para la preparación de la carne, el cerdo el pollo y el pescado. Les indicaba
cómo elaborar las salsas y los caldos y cuando los manjares estaban listos la
gente salía a la calle y disfrutaba de los deliciosos alimentos.
Desde que se había casado Xian trabajaba tanto que había embarnecido se le
notaban todos los músculos del cuerpo y no tenía grasa. Su humor se había
mejorado y contaba bromas, dejaba desbordar su optimismo. En el fondo sabía que
del esmero de la comunidad dependía su futuro. No quería que por incumplimiento
le pasara lo mismo que a Fu Lin. A veces, por las noches se despertaba sudando
por causa de las horribles pesadillas y, por eso, al día siguiente, trabajaba
con más ahínco. Ese día estaba de muy buen humor, había comido con su familia y
el viejo Fu Lin, que ya se iba menos a su casa y permanecía más tiempo al lado
de su nieto. Lu vio a Mo que iba a su encuentro. Su rostro bobo y regordete se
le hizo conocido, pero no sabía dónde lo había visto. Sin pensarlo se acercó a
él y le preguntó si podía ayudarlo. Mo le dijo que estaba buscando a Xian y
éste le dijo de inmediato que era él. Conversaron un poco y el cocinero del
cacique le dijo que había oído que cocinaba muy bien y que quería probar su
comida. La forma tan astuta de esconder sus verdaderas intenciones le procuró
un éxito rotundo, pues Lu le enseñó unos cuantos procedimientos muy simples, en
apariencia; pero muy difíciles de adivinar con el paladar o inventar con una
imagen reducida de las posibilidades del sabor de las cosas. Xian le dijo que
si el cacique lo deseaba le mandaría platos especiales para que se satisficiera
con sus concubinas. Mo entendió que se trataba de estimulantes y se imaginó
presentándole a su amo dichas recetas argumentando que eran un invento propio. Mo
vio por casualidad las pieles con las recetas y se llevó una a escondidas.
Prometió volver con obsequios y las órdenes de Huo. Partió casi entrada la
noche, salió muy despacio del pueblo y su actitud era la de un mariscal de
campo que está evaluando las condiciones del terreno para empezar un
ataque.
VI
Antes de que volviera Huo de su viaje, Mo intentó muchas veces hacer el
plato de la receta y cuando finalmente obtuvo un resultado satisfactorio se lo
llevó al cacique para que lo probara. Huo se quedó viendo a Mo y le dijo que se
parecía a lo que preparaba Xian Lu, pero que no era tan sabroso. Entonces se
dio un golpe en la frente con la palma de la mano y le dio unas instrucciones a
Mo. Al oír los planes de Huo, Mo se decepcionó por un lado y se alegro mucho
por otro, pues escuchó el plan de su amo. Se trataba de ofrecerle al emperador
a ese cocinero provinciano, estaba seguro de que el gran soberano se lo
agradecería. Repasaron el plan varias veces y quedaron de ir al palacio en unos
días. Mo entusiasmado por el aprendizaje y la seguridad de conservar su puesto
mejoró mucho su sazón. Le dijo a su cocinero que si no tuviera que quedar bien
con Shen Lo Quiang se quedaría con Lu y Mo y sería un hombre famoso por sus
comilonas. Se resignó y mandó a hacer los preparativos para el viaje. Reunieron
los obsequios y se pusieron en marcha. Dos días completos tardaron en llegar y
por el camino estuvieron a punto de perderlo todo. Una cuadrilla de maleantes
los sorprendió por la noche y los ladrones comenzaron a llevarse cosas de
valor, pero la agilidad y astucia de los soldados que acompañaban a Lo hizo
posible recuperarlo todo. Asustados por el suceso hicieron parte del trayecto
por la madrugada, fue por eso por lo que llegaron muy temprano al palacio y
tuvieron que esperar más de seis horas para que se les recibiera. Esperaron con
paciencia y el sol los comenzó a agobiar. Estaban sudando y a punto de
desplomarse cuando las enormes puertas de la fortaleza se abrieron. Salió Shen
Lo vestido de amarillo y azul. Se dirigió con amabilidad a Huo y todos hicieron
una gran reverencia. Fueron invitados a entrar a una de las salas pequeñas en
la que había cavidad para seis personas, estaba Mo, Huo el emperador y Tai,
bebieron un poco de té y frutos secos. Shen Lo preguntó por el motivo de su
visita. Al principio, Huo habló de su difícil situación, de los problemas con
sus concubinas, la siembra, sus propiedades en el Norte y los regalos que
llevaba. Cuando intrigado Shen Lo miró a su invitado después de que se
mencionaran las maravillas del cocinero Xian, Mo dejó sobre la mesa un trozo de
piel de oveja y leyó el nombre del platillo. Mo aseguró que el cocinero Lu
podía hacer maravillas y que esa receta era sólo una insignificante prueba de
todo lo que podía hacer. Shen Lo le pidió a Huo que se tomara un descanso y que
se reunieran con él en la mesa a la hora de la cena. Las órdenes para Tai fueron
precisas: tenía que elaborar el guiso de la receta tal y como estaba indicado
en el cuero.
En la cocina, Tai, leyó con atención la receta y siguió con mucho cuidado
los métodos de elaboración. Fue analizando etapa por etapa el guiso y al final
quedó muy sorprendido. Era un excelente plato y al comerlo los efectos eran muy
raros, pero muy agradables. Se suponía que era un simple solomillo de cerdo con
salsa agridulce, pero el sabor de la carne y la salsa era distinto con cada
bocado. El secreto estaba en los cubitos de carne rebozados rellenos de
ciruela, piña, mango y bambú. También la salsa que, estaba repartida en tres
platos, tenía el mismo color, pero los sabores eran diferentes, de tal forma,
que al coger un trozo de carne y remojarlo con una salsa tenía un sabor y al
coger un trozo diferente y mojarlo con la misma u otra salsa cambiaba de sabor.
El número de combinaciones era bastante amplio por lo que un comensal podía
percibir unos veintisiete sabores con una sola porción. Tai se enfureció y
descompuso la comida, agregó mucho vinagre a las salsas y añadió una gran
cantidad de guindillas para destrozar el fino sabor del cerdo.
Sentados en el salón real, se encontraban expectantes Mo, Huo y el
emperador. Tai ordenó que se sirviera la comida con todas las ceremonias
acostumbradas en las ocasiones célebres. Comenzaron a masticar y remojar en las
salsas el cerdo. El emperador de inmediato dijo que lo habían engañado, que el
castigo por la burla sería muy fuerte. Mo con la cabeza muy baja y llorando por
el terror, pues él había sido el iniciador de la entrevista, pedía perdón e
imploraba que lo dejaran entrar a la cocina para revisar que las cosas se
habían hecho como lo indicaba la receta. Era imposible que el emperador
cambiara sus decisiones y ya había resuelto cómo castigaría a los impostores;
pero si por un milagro hubiera recapacitado, Tai lo habría cuestionado y el
final habría sido peor. Se mandó azotar al pobre Mo que no pudo soportar la
pena y murió con el nombre de su amo en la boca. Huo fue duramente castigado,
pero no con azotes, sino de forma económica, se le impusieron multas que le
sería imposible pagar y se le quitaron algunas de las tierras que más
valoraba. Más tarde un derrame cerebral
lo habría de dejar imposibilitado y matarlo.
Huo llegó desecho. Habló con sus consejeros y se dio cuenta de la situación
tan mala en que se encontraba. No tuvo fuerzas para confesarle nada a su
esposa, perdió el deseo por sus concubinas y las mandó matar a todas. La gente
de su casa dijo que se había vuelto loco, pero en realidad estaba ajustando los
gastos para su nueva situación económica. Era inútil, sabía que no podría
sobrevivir. Mandó llamar a sus allegados, socios y compañeros para darles las
instrucciones correspondientes. Cuando por fin se reunieron todos. Huo ya
estaba agonizando, pidió que uno de sus más fieles socios se llevara a su
familia. Todos le prometieron ayudar a sus desamparados familiares, pero nadie
tuvo la bondad suficiente para hacerlo. La villa quedó abandonada.
VII
Xian Lu no sabía que el destino iba a cobrar un curso torcido. Estaba con
su familia paseando a su pequeño Bian Fu. Le iba despertando el apetito en la
imaginación a Akame, pues le describía cómo preparar unos lichis con sorbete de
mandarina. Lu podía estar todo el día hablando de platillos, de métodos de
preparación de proporciones en cada plato, de combinaciones de sabores, de sus
transformaciones. Tenía un sentido común increíble y parecía que había
estudiado los procedimientos de la cocina clásica y los mejoraba con una visión
moderna. Akame iba encantado con la saliva que le escurría de la boca. A pesar
de que Xian le contaba algo todos los días ella no había desarrollado un
mecanismo de defensa que le impidiera babear mientras se saboreaba los apetitosos
postres de su marido. Lu vio a lo lejos a tres hombres y pensó que era Mo que
venía de nuevo con alguna nueva orden del cacique. Conforme se fueron acercando
Xian se dio cuenta de que no los conocía. El de aspecto más importante caminaba
con las piernas un poco zambas y de vez en cuando empujaba a los dos hombres
que iban con él, que, aunque eran corpulentos no podían evitar perder un poco
el equilibrio al ser golpeados en la espalda. Cuando se cruzaron el hombre
arrogante preguntó si conocían a Xian Lu el cocinero del pueblo. Lu que tenía
en brazos a su hijo contestó que era él. Entonces Tai cambió un poco su actitud
y le dijo que iba por orden del emperador. La pareja hizo una reverencia y al
saber que Tai quería ver una demostración de cocina lo invitaron a su casa. Le
ofrecieron que se pusiera cómodo, pero Tai dijo que no tenía mucho tiempo y que
entre más pronto le hiciera la demostración sería mejor. Así que se fueron
directamente a la cocina y Tai le pidió a Lu que preparara el cerdo con piña,
ciruelas y mango y bambú. Xian que había preparado muchas veces ese platillo le
describió con lujo de detalles todos los procedimientos. Durante la elaboración
Tai puso mucha atención y comparó la forma en que él había preparado el mismo
plato. Notó desde el principio que los dedos de Lu eran muy flexibles, que
tenía un sentido natural para la elección de los ingredientes y que era muy
cuidadoso con la elaboración. Al notar sus errores Tai fue memorizando los
movimientos, las porciones de fruta y los cortes de la carne. La envidia le
empezó a corroer porque sabía que no podría alcanzar nunca una agilidad
semejante a la del humilde Lu que se estaba esmerando mucho. Cuando finalmente
se sirvió la comida. Tai pasó cada bocado con disgusto, sin embargo, no lo
manifestó, más bien hizo unas muecas para aparentar que se estaba concentrando
en la degustación. Dijo que el mismo emperador le había pedido que comprobara
si Lu era tan bueno como le habían contado. Xian acompañado de su mujer
esperaba el veredicto. Tai lo sabía y para darle más emoción a la situación
dijo que sería necesario mostrarle más platillos, pero que no tenía mucho
tiempo. Akame le propuso que viniera en otra ocasión y así estarían preparados
para mostrarle la gran variedad de cosas que podía hacer Lu. Tai se quedó pensando
un poco y dedujo que, si Mo se había llevado un cuero con la receta escrita,
entonces deberían existir más e hizo la pregunta. Xian le respondió que el
sabía de memoria las recetas y que lo único que tenía escrito eran las de los
platos de sus primeros años de práctica y se las mostró. Tai le preguntó si
podía llevárselas para explicarle al emperador en qué consistía la sazón de
Xian. Lu aceptó y su invitado le prometió volver pronto con una respuesta. Se
despidieron con mucha cordialidad y Tai desapareció.
Akame estaba muy contenta. La primera idea que le había cruzado por la
cabeza no era su propia condición ni la del marido ni la de su hijo quien
podría gozar de un gran futuro si Xian lograba trabajar para el soberano. No,
la idea que la ilusionó fue la de ver a su padre reivindicado. Se lo imaginó de
nuevo sonriente, carismático y bondadoso. Sería el mejor regalo que se le
podría hacer antes de que falleciera. Con los ojos iluminados Akame besó a Lu y
éste dio un aullido de alegría. Se puso a bailar y cogió al pequeño Bian Fu que
interpretó la actitud de su padre como una de sus ocurrencias de siempre.
VIII
Tai llegó al palacio y se entrevistó con el emperador que le dio la orden
de preparar comida para unos invitados, se fue a la cocina y revisó los cueros
que le había pedido a Lu. Encontró una receta que lo intrigó y se puso a
cocinarla. Les dijo a sus ayudantes que fueran siguiendo sus instrucciones y
que debían preparar comida para treinta personas, por lo que debían mantenerse
atentos y no perder ningún detalle. Cuando Tai comenzó a elaborar el Chow mein
de carne se puso a comparar la receta de Lu con la tradicional. Descubrió que,
en lugar de carne de vaca, el provinciano usaba ternera y no empleaba la carne
de solomillo; sino la pierna y ponía atención en la finura de las lonchas,
luego los fideos llevaban una proporción diferente de huevo y no eran de gallina,
sino de ganso. Lo más asombroso era que en lugar de ajo y jengibre se ponía una
raíz de uso afrodisiaco. Luego el azúcar era sustituido por la miel y el
vinagre por una buena cantidad de alcohol de arroz. Cuando todo quedó listo,
Tai se puso como objetivo reformar la elaboración de la comida, pero antes
debía eliminar a Lu. Se dijo a sí mismo
que tenía que fraguar un plan para hundir a Xian en el más horrible de los
infiernos. No quería matarlo, sino hacerlo sufrir por su osadía. Se creía un
dios al igual que el fallecido Ying. Si había podido con aquel astuto e
ingenioso cocinero, el pisotear a Lu sería cosa de niños.
En la reunión del emperador hubo un gran espectáculo, Tai acompañó cada
plato con un discurso y les pidió a los comensales que pusieran atención en las
comidas. Parecía que el emperador había invitado a sus conocidos a un festival
de comida en la que tanto la selección de los platos como de los invitados era
fundamental. La comida surtió efecto, la gente se puso muy contenta y los arroyó
el deseo. Al notarlo, el emperador les pidió a sus criadas que complacieran a
sus invitados. Él mismo quiso ser partícipe y con la imagen de su fallecido
amigo Ying se fue a sus aposentos. Tai se encerró en su habitación y pidió que
no lo molestaran. Pidió que le llevaran un poco de comida preparada con las
técnicas habituales en el palacio. Probó sus guisos y los comparó con los de Lu
y los de Ying y lloró de rabia. Apretando los dientes juró que se vengaría de
los dioses y que no quedaría recuerdo alguno de los dos sollastres. Durante
toda la noche fue ideando los pasos que habría de dar para realizar su plan.
Dos días más estuvo complaciendo las necesidades del emperador. Elaboró muchas
comidas guiado por las instrucciones de Lu y llegó un momento en que la ira le
corroyó tanto que empezó a clavar un cuchillo en la mesa de madera de donde
trabajaba. Fue tanto el coraje que la destruyó y tuvo que ser sustituida por
una nueva.
Los invitados salieron en caravana, el emperador pidió que no lo molestaran
durante todo el día. Había llegado el momento esperado. Tai llamó a tres
soldados y les dio las instrucciones para realizar su venganza.
IX
El tranquilo Lu, a pesar de la vida dura que llevaba recolectando el
tributo que le demandaba el cacique, se desconcertó cuando supo la noticia
trágica. La gente comenzó a especular con la información que tenía y el futuro
que, en un principio parecía haber relucido como el cielo de verano, ahora
empezaría a tomar un cariz gris. Lo primero que sorprendió a la gente fue la
visita del emisario del emperador. No iba con el fin de anunciar alguna nueva
ley ni el aumento de nuevos impuestos, llevaba la orden de revisar los sitios
donde se había ocultado el arroz que no se le había entregado al cacique y que
por lo tanto no había llegado al emperador. Si al principio la gente se había
alegrado por la muerte de Huo, ahora deseaban que no hubiera muerto poseído por
la demencia. Las personas, en compañía de los soldados fueron dejando en la
calle las reservas de grano con las que contaba. No quedó un solo rincón en el
que no se sacara hasta el saco más pequeño. Después llegaron unos guardias
corriendo para informar de que, en la última casa del pueblo, que les
pertenecía a unos viejos moribundos, se había encontrado un enorme almacén de
grano. El representante del emperador se dirigió hacia el lugar indicado y vio
que, en verdad, había varias toneladas de judías, lentejas y arroz. Se puso
todo en unos carros y se dio la orden de llevárselos al palacio. Comenzaron los
interrogatorios que consistían sólo en dos preguntas. Quién había colaborado
con los maléficos planes de Xian Lu y quién había transportado el grano a la
casa de los ancianos para esconderla del cacique Huo. La gente no sabía qué
responder porque no podía entender cómo se podía acusar a una persona tan buena
como Lu, después no podían afirmar algo que, aunque hubieran tenido deseo de
efectuar, jamás habrían hecho. Comenzaron a doblegarse los cobardes cuando los
fieles a Lu fueron asesinados. Cuando un hombre endeble ante el temor de morir
dijo que sí, que él sabía que Lu le mandaba comida con alucinógenos a Huo y que
en las noches había llevado sacos de arroz a la casa de los ancianos Yong, ya
no hubo vuelta atrás. Golpeado, con la nariz rota y el cuerpo ardiéndole por
los golpes de sable, Lu, oyó la condena de trabajos forzados para toda su
familia. Fueron a traer al viejo Fu Lin y mientras volvían los guardias, tres
soldados metieron en un carro a Shin, Yi Jie, Kumiko y Akame. El carro partió
con ellos y cuando llegó Fu Lin casi moribundo fue obligado a caminar los
treinta kilómetros que separaban la aldea del palacio real. Fu Lin murió en el
trayecto y Xian con todo el pesar de su corazón lo tuvo que dejar para que se
lo comieran los cuervos y animales de rapiña. Fu Lin pudo hablar casi una hora
con su yerno y en ese período le habló del gran Ying a quien conoció cuando
Shen Lo no era todavía el emperador y gobernaba su padre.
“Era un hombre inteligente y seguro de sí mismo—dijo Fu Lin sangrando por
la boca—. Había descubierto grandes verdades y tenía el hábito de alucinar en
determinados períodos del año en los que se comunicaba con seres
extraordinarios. De ellos obtenía su sabiduría. Bueno, esa era la creencia de
la gente, pero en realidad sus viajes no eran hacia el exterior ni al cielo ni
las estrellas ni el más allá. Lo que hacía Ying era profundizar en el espíritu
humano, filosofaba mucho y tenía el don de la observación. Un día me dijo que
moriría de forma trágica y cuando le pregunté cómo lo sabía me respondió que se
estaba tramando un complot contra algunas personalidades y entre ellas estaba
yo, además me comentó que el emperador viviría bajo la influencia del mal, que
sería continuamente engañado y que solo un ser de mi familia lo podría salvar.
Creo que esa persona eres tú—le dijo a Lu sosteniéndose de su hombro—, lo
entiendo ahora. Me voy a morir tranquilo y te ayudaré desde donde me encuentre
para que tengas éxito, adiós querido hijo”.
Lu estaba débil, pero las palabras de Fun Li lo habían intrigado tanto que
recobró fuerzas. La duda lo instigaba, pero en la condición en la que se
encontraba esa sensación era más estímulo que pesar. Caminó el resto del trayecto
apresurado por los soldados. Vislumbró el palacio. Vio el enorme tejado curvo
de color rojo y respiró con fuerza. Tenía que resistir hasta el final y debía
ser muy perspicaz e inteligente para lograr la liberación de sus seres
queridos. Estaba dispuesto a sacrificar su vida a cambio de la libertad de su
esposa, su hermana y sus padres. Fue llevado de inmediato ante Shen Lo que
estaba muy enfadado. Cuando apareció Lu le preguntó si era verdad todo lo que
le había contado Tai. Oyó con dolor las calumnias y negó todo, pero pronto
entendió que entre más resistencia pusiera y más tratara de demostrar su
inocencia complicaría más las cosas, fue por eso por lo que confesó con la
esperanza de que liberaran o, al menos, no mataran a sus seres queridos. En
realidad, lo logró en parte, pero fue a cambio de su propia destrucción. Por la
terrible influencia de Tai y la tergiversación de las decisiones que tomaba
Shen Lo, se condenó a la familia a trabajos forzados en calidad de esclavos y
para Lu el calabozo. Fue llevado a una celda que se encontraba en la parte
trasera del palacio a unos doscientos metros. Xian se dio cuenta de que
permanecería a la intemperie protegido por un techo de tres por tres metros.
Sería un animal puesto en exposición y padecería frío y burlas. No le importó
porque de cualquier forma todo era mejor que la muerte de sus parientes.
A la mañana siguiente vio pasar frente a él a su madre y su padre que iban
atados a su hija y su nuera. Parecían unos monos que amarrados iban andando
encorvados. Le dirigieron una mirada de lástima, lo vieron desnudo y manchado
de sangre, trataron de preguntarle por Fin Lu, pero por la expresión que tenía
comprendieron que estaba muerto. Akame se fue llorando en silencio. Lu estuvo
tumbado todo el día, su organismo luchaba contra los derrames internos que
tenía y no le apeteció comer. Por la noche pudo empezar a andar un poco en
círculo y vio de nuevo a su madre. Venía destrozada con los mechones de pelo
sobre la cara. No lo miraron y pasaron de largo respirando con dificultad. Xian
pensó que no lograrían mantenerse mucho tiempo vivos y se lamentó de su
destino. Estuvo pensando en una solución, pero estaba en una posición que no le
permitía defender nada, además no sabía qué le esperaba más adelante. Se quedó dormido
y su cerebro trató de aliviarle las penas. Vio a su querido Ying, pero se
sorprendió mucho cuando su amigo no le habló de comida y lo invitó a sentarse
para conversar. Nunca lo habían hecho así. Por lo regular, Ying le hablaba de
las formas de cocinar y en los tiempos muertos decía cosas que sonaban a
filosofía. Esta vez se dispuso a conversar.
“Querido, Lu, sé que sufres mucho. Tu vida se ha desmoronado de un día para
otro. Antes de que te des por vencido, piensa que aún no ha empezado el
verdadero sufrimiento. Irás perdiendo lo más preciado que te queda en la vida.
Se ha muerto Fu Lin y tus padres se irán dentro de poco. Tu hermana tampoco
resistirá mucho y tu mujer será objeto de abusos. No, no te pongas así. Lo que
está pasando es necesario por que solo con grandes pérdidas en la vida, se
logran las grandes cosas. Tu tienes que pasar por ese sufrimiento y debes dar
el ejemplo. No te doblegarás ante nadie y seguirás tu objetivo hasta el final.
Cuando seas recibido con paños hervidos y se te venere por tu gran aportación a
la humanidad lo entenderás. Ahora todo te parece injusto y sufres, pero los
hombres que te están causando daño lo hace para que te eleves más. Recuerda que
entre más crueles y violentos sean contigo tú te encontrarás más arriba. Generarás
un cambio, una nueva etapa de la historia y tu gente no podrá vivir sin
mencionarte. Formarás parte de la esencia de tu raza. Así que fortalécete y
aguanta hasta el final”.
Lu pasó los días tratando de interpretar las palabras de Ying y de ayudar a
su familia. Un guardia que había sido enviado por Tai para espiarlo, se hizo
amigo de Lu, le llevaba comida fresca, agua y le prometía velar por su esposa,
hermana y padres. Lu creía a ciegas en ese guardia por que había visto pasar a
su familia con un aspecto más limpio y más sano. Se lo agradeció y empezó a
confiarle cosas. El Guardia Jo le hacía preguntas sobre la comida y su
elaboración, decía que era un aficionado que no podía estar en la cocina del
emperador y por esa razón practicaba en su casa. Xian le fue revelando cosas
impresionantes, algunos secretos relevantes para la cocina. Le contó las
técnicas que aplicó para ocultar sabores bajo algunos aromas y le describió una
estrategia para lograr que un sabor desapareciera y luego se transformara engañando
el olfato y el paladar. Jo estaba maravillado y sentía mucho que tener
traicionar a Xian. Tai apuntaba todo lo que le contaba su espía y cuando su
soberbia lo engañó haciéndolo creer que ya podía continuar su plan, fue por
Xian y lo metió en una mazmorra.
Era de noche y el verdugo estaba listo. Tenía unas tablas y unas sogas con
las que lo ató y empezó el mismo interrogatorio que había empleado Tai en el
pueblo. El objetivo era martirizar la mente del pobre Xian que soportó con
valor los golpes en las manos, pero las contusiones habían de dejárselas
inútiles. Gritó y mordió un trozo de madera que le había puesto su verdugo.
Cuando se le exigía la respuesta contestaba lo mismo. No sabía nada del
complot, no había fraguado ningún plan en contra del cacique y el emperador,
jamás había usado sustancias alucinógenas o drogas para desorientar a Huo. No
se paró el castigo hasta que Lu perdió el conocimiento.
Despertó un día después. No podía mover las manos y jamás recuperó el
movimiento de los dedos. Tai le mandó a su espía para darle la noticia de que
sus familiares habían fallecido en un accidente con unas rocas. Xian quería
morirse, no tenía ninguna esperanza y dejó de comer. Le ataron los pies y lo
dejaron deambular fuera del palacio. Con su gran pena Lu caminaba muy despacio y
trataba de mover los dedos, pero era inútil. Volvía a su jaula y dormía sin sueño,
después el cuerpo no le respondía. El cansancio comenzó a volverlo loco. Tenía
visiones y hablaba solo en sus caminatas. Tai le mandó a Jo para que fingiera
ayudarle. Le llevaba unos ungüentos para las manos y le decía que usándolos con
frecuencia recobraría el movimiento. A Lu no le importaba nada porque no veía
un objetivo para vivir. Entonces Jo le hizo una confesión, le contó sus
problemas maritales, le dijo que tenía miedo de ser impotente, que su mujer lo
dejaría pronto y él no podía hacer nada. Lu le hizo unas recomendaciones, pero
dada la insistencia de Jo comenzó a desvelarle un gran secreto. “No debes
pensar en lo que te ayuda a recuperar tu potencia—dijo con voz muy apagada y Jo
tuvo que acercársele para oír mejor—, sino en lo que la perjudica. Evita las
comidas que requieren de un tiempo largo para la digestión. Come cosas que
estimules la circulación y dilaten los vasos sanguíneos. ¿Cuáles?—preguntó Jo—.
Pues, el ajo crudo, el apio, jengibre y las frutas, pero no las ácidas ni las
dulces”. Jo memorizó los consejos y le pidió recetas. Lu le describió varios
procedimientos para la aplicación de las plantas, raíces, frutas y hierbas
afrodisiacas.
X
Con la nueva visión que Tai había descubierto, gracias a su espía, tenía el
dominio total de Shen Lo que, por el favorable resultado de las teorías de Lu,
sufría de una impaciencia sexual constante que le robaba el sueño. Pasaba
varios días encerrado con las mujeres más guapas del palacio y después dormía
dos días seguidos. Las cosas en el gobierno iban bien, los consejeros se habían
acostumbrado a la sabrosa comida que les preparaba Tai, pero no sabían que
llevaba sustancias que los adormilaban un poco. Las cosas le estaban saliendo a
la perfección a Tai y decidió deshacerse de Xian, pero antes se encargaría de
que no pudiera confiarle a nadie sus secretos. Fijó una fecha para desterrar a
las tierras salvajes al pobre manco Lu. Mandó llamar a sus guardias y les pidió
que encerraran por unos días a Kumiko, a Shen y a Yi Jie que estaban en muy
malas condiciones, comían poco y trabajaban demasiado. A Akame le había
preparado unas condiciones diferentes, le hablaba a solas y le decía que el
emperador había escuchado por boca de Huo todas las acusaciones contra Lu, que
deseaba interceder por su marido, pero que necesitaba tiempo. No podía permitir
que se vieran, pero si ella colaboraba, haría todo lo posible para que se
pudieran encontrar. Akame no tenía otra salida. Quería ver a su marido y
deseaba volver al pueblo para ver en qué condiciones se encontraba el pequeño
Bian Fu.
Se mejoró su aspecto, su piel se suavizó gracias a los tratamientos de las
criadas que tenían la tarea de cuidarla y, cuando ya tenía una salud buena y un
aspecto seductor, Tai le dijo que había conseguido que enviaran a un lugar
tranquilo a Lu con su familia, que estarían todos a salvo y que él
personalmente se encargaría de abastecerlos de lo que requirieran. En realidad,
lo único que hizo fue dar la orden de ejecución de los tres presos y dejar sin
la capacidad del habla a Lu. No quiso matarlo para hacerlo sufrir más. Tai se
sentía agraciado por los dioses. Tenía las técnicas secretas para la comida,
había conseguido una mujer a la que gozaría en el lecho hasta cansarse y ella
sería dócil pensando que así ayudaría a su esposo. El emperador sentía más
aprecio por él y Tai se había convertido en una pieza fundamental en el poder.
Los consejeros no sospechaban de las maquinaciones del maléfico cocinero y
seguían haciendo su trabajo con entusiasmo. La primera noche que Tai pasó con
Akame ingirió las plantas que le había recomendado Xian a Jo y se sintió en la
gloria. Andaba de muy buen humor y cuando le mostraron a Lu que estaba
amordazado mandó que se lo llevaran lo más lejos posible. Estaba seguro de que
manco y mudo jamás sobreviviría. Tai celebró su victoria con un gran banquete.
Shen Lo cumplió años y se hizo una gran fiesta. Los invitados fueron doscientos
y se preparó una cantidad inmensa de comida. Los elegidos que eran amigos,
familiares y gobernadores de diferentes provincias apreciaron la comida y
prometieron que si se les seguía agasajando de la misma forma en cada evento
estarían dispuestos a lo que les pidiera su soberano. La carrera de Tai tomó un
curso muy favorable. Empezó a adquirir propiedades y el dinero se fue
amontonando en sus baúles. Decidió que se iría algún día a otro país para
llevar la vida de un gran señor.
XI
Lu llegó al país vecino que era muy pobre. Tenía una gran extensión
desértica y escaseaban los alimentos. Lo abandonaron cerca de una montaña y
caminó varios días sin ver a nadie. Llevaba un bolso colgado en bandolera, pudo
sacar algo de comida, pero sus tiesas manos eran tan útiles como dos muñones,
por eso comió como un animal. Tardó un día en encontrar seres vivos. Era un
viejo que iba en un caballo. Se le acercó y vio que era extranjero. Lu le
explicó con señas que no podía hablar y que no podía mover las manos. El
anciano vio el bolso y esculcó, halló comida y agua. Sacó el contenido y le
dijo a Lu que compartirían sus alimentos. Xian no entendió del todo porque el
hombre hablaba en un dialecto raro y muy pocas palabras coincidían en la forma
con las suyas, pero no en significado. Con ayuda de señas y dibujos el viejo se
dio a entender. Le dio agua y arroz a
Xian. Comieron despacio y Lu supo que el poblado más cercano estaba a unos
cinco kilómetros, que la gente vivía del ganado y que lo más alimenticio que
tenían era la leche. Lu no pudo entender que el hombre era el dueño de una
Yurta que servía de resguardo a los viajeros. “Es un Guanz—dijo en su idioma el
viejo y dibujó en el piso una carretera, la tienda de cuero y los viajeros—,
allí alimentamos a los que se dirigen hacia la ciudad”. Lu entendió a medias,
pero indicó con la cabeza que le quedaba claro. Cuando terminaron de comer Lu
le señaló con gestos el lugar de donde provenía. Lo único que recibió por
respuesta fue una sonrisa chimuela. Caminaron varias horas. Lu habría podido
hacer el trayecto a caballo, aunque por el riesgo de caerse se negó y siguió a
su acompañante. Lloró lágrimas de hiel, deseaba morir. Caminó mirando el suelo,
se aisló del mundo, sin cuestionarse su destino ni reprochar su suerte. Quería
borrar de su cuerpo las sensaciones, trató de transformarse en una piedra para
no afligirse. Era el fin, ya no había un buen motivo para existir. Su hijo
crecería y llevaría su propia vida. Tal vez tendría recuerdos vagos de los
pocos días felices que habían tenido juntos. Sin su familia y, sobre todo, sin
Akame no merecía la pena seguir adelante. Se fue retrasando y el viejo no lo
notó. Xian estaba a punto de tumbarse para no ponerse de pie jamás, pero
apareció Fu Lin.
“¿Por qué has perdido la esperanza, querido Xian Lu?—le preguntó la
aparición—. No sabes que las decisiones que tomes de ahora en adelante
influirán en el futuro. Debes saber que mientras quede la semilla de la
esperanza todo puede suceder. En la vida no hay nunca una situación eterna. Las
cosas cambian, tu has llegado al fondo, más bajo no puedes caer, por ese motivo
comenzarás a volar y subir. Tu mismo no creerás lo que te espera. Te has fiado
inútilmente de personas que solo buscaron el beneficio en ti. Ahora te toca ser
más razonable. Primero lee el corazón de las personas, buenas o malas te
dejarán lecciones y podrás descubrir la esencia, el principio de las cosas. Ya
aprendiste mucho por tu curiosidad en la cocina, ahora te toca dirigir esa
inquietud hacia el alma humana. Todo tiene un motivo y debes descubrirlo,
cuando aprendas eso comprenderás que tu desgracia es mísera en comparación con
lo que han sufrido otros”.
Xian sintió que una fuerza ajena lo empujaba hacia adelante. Mientras
aceleraba el paso fue recordando las palabras que le habían dicho las personas
que lo habían traicionado. Las palabras falsas de Jo sonaron de nuevo en su
cabeza. Había una entonación rara, un temblor de la voz casi imperceptible y
momentos de duda en el planteamiento de los problemas que supuestamente tenía.
Las palabras de Tai, todas iban infestadas de mentira, el rostro y las
expresiones bobas del cocinero impostor eran una máscara para insertar el
veneno en la vida de los demás. Tarde o temprano los dioses lo castigaría. Era
imposible cambiar las cosas y lo había dicho su suegro, Lu no podía caer más
bajo. El tiempo se ocuparía de que cada uno cosechara lo que había sembrado.
XII
Tai había sistematizado el trabajo en la cocina. No celaba a nadie, en
apariencia, y estaba seguro de que los secretos de su nueva forma de elaborar y
tratar los alimentos no podrían salir de los dominios del palacio. Los
invitados jamás habrían podido adivinarlo y hubo quienes disfrazaron a sus
cocineros de califas o señores de oriente para mezclarlos con los comensales y
desvelar los secretos con su basta experiencia. Ningún impostor lo logró y
muchos recibieron la muerte como pago. Tai tenía todo un cuerpo de espías y
empleados de confianza que mantenían una red de topos encargados de cuidar la
seguridad de las recetas de Tai. Por las noches se reunía con Akame, le hacía
beber unas plantas tranquilizantes para que no pensara ni en su hijo ni en su esposo
ni en sus familiares muertos a quienes creía vivos. Se había puesto muy guapa,
pero la expresión de sus ojos era como el mismo cristal. No derramaba lágrimas
y se quedaba mirando un sitio por muchos minutos hasta que un sonido o la voz
de uno de los criados la devolvía a su aposento en el palacio. A Tai le gustaba
poseerla, pero no sabía cómo motivar en ella el deseo. Había probado todas las
plantas del amor que conocía, consultó a unos magos y unos hechiceros, pero no
pudo despertar en Akame ni una sola muestra de cariño hacia él. En realidad, le
dolía mucho su amor propio y llegó a atormentarse con el deseo de matarla. No
fue posible porque nunca había tenido mujeres bellas y la esposa de Lu era lo
mejor que le había sucedido en el mundo. Se armó de paciencia y cuando no podía
satisfacer sus deseos con la mujer que tenía apresada en su aposento, se
desquitaba con las criadas. Mandaba llamar a las más atractivas y las obligaba
a que le dijeran palabras tiernas. Se tumbaba en una enorme cama y se vendaba
los ojos para imaginar mejor sus fantasías. Las mujeres que no lograban hacerle
sentir lo que deseaba eran castigadas con gran crueldad. Toda la servidumbre
estaba al corriente de las torturas, por eso se escondían lo mejor que podían,
sin embargo, cuando les tocaba su turno, se encomendaban a los dioses y eran lo
más dóciles que podían.
El emperador recibía unas gotas de poción de una planta que lo atolondraba
y se iba temprano a la cama. Tai vigilaba con gran celo su vida. Estaba siempre
al tanto de los asuntos de su amo y le daba cosas vigorizantes y afrodisiacas
cuando había asuntos de estado importantes y, cuando la vida transcurría con
calma, lo mejor era mantener al león tranquilo y no darle oportunidad de gozar
del ocio que le daba su poder. En ocasiones había lamentado no haber actuado
antes, pues de haberlo hecho a tiempo, sería un miembro del consejo y no un
simple jefe de cocineros. Tenía grandes proyectos en mente y hasta llegó a
soñar con procrear herederos al trono. La cocina le quitaba bastante tiempo
porque no solo el emperador le exigía manjares, la familia real completa se
dedicaba a mantenerlo ocupado. La esposa de Shen Lo le pedía cosas dulces cada
vez más sofisticadas. La madre que permanecía en una sección apartada del
palacio desconfiaba de todo lo que se le daba de comer. Pedía que varios
criados probaran los alimentos antes que ella y cuando se convencía de que todo
estaba en buen estado, se comía un poco de cada plato y se metía a la cama.
También las preferidas de Shen Lo tenían sus exigencias. Por fortuna, todo
estaba bien controlado y en algunas ocasiones se arriesgó a experimentar con los
métodos de Lu obteniendo muy buenos resultados.
XIII
Lu llegó hasta una casa redonda que era una enorme tienda de campaña.
Estaba cubierta de pieles de pony y en lo alto se veía un tubo por el que salía
humo. El viejo que conservaba algo de su corpulencia de la juventud se bajó del
caballo dando un brinco, desató las cosas que llevaba en la montura y entró a
la casa. Salió unos minutos después acompañado de una mujer también entrada en
años. Caminaba un poco encorvada y llevaba un vestido oscuro. Sus enormes
pómulos impedían ver sus ojos y se acercó mucho para ver al desconocido. Lu la
saludó y se quedó inclinado mostrando su respeto. La vieja lo cogió del brazo y
lo metió a la casa. Había un anafe en el centro y un tubo que llegaba hasta el
techo, allí había una abertura por la que entraba la luz y salía el humo. La
mujer se ocupaba de preparar una carne de cordero y salsas. Hablaba de prisa y
sus movimientos eran lentos. El viejo la llamó Bolorma y ella a él, Narambaktar. Media hora después, cuando Lu dormitaba en el
extremo opuesto de la entrada, llegaron unos hombres, iban bien vestidos y
deseaban comer. Parecían clientes habituales porque conversaban bastante y
gesticulaban con familiaridad. Señalaron a Lu y emitieron aullidos dando a
entender que se le tomaba por un perro. Xian no podía entender las causas de su
desgracia, es decir, por qué se le había puesto en una situación tan absurda.
Los dioses le estaban jugando una mala pasada. Lloró en silencio para lavar
todas sus penas. El dolor físico y la pérdida del habla y el movimiento de las
manos no eran tan dolorosos como la ausencia de su esposa. Por un momento se
calmó dándose fuerzas. Se dijo que tenía que luchar por su hijo, que algún día
volvería para contarle sus desgracias y él pudiera entender lo que les había
pasado a sus desgraciados padres. Ni siquiera la imagen sonriente de Akame
cantando en el lago lo pudo aliviar. Invocó a Fun Li y a Ying para preguntarles
sobre el porvenir, pero no acudieron.
Durmió mucho y cuando despertó ya no estaban los invitados y los viejos
dormían. Se levantó y trató de salir. No pudo hacerlo y se volvió a recostar,
pensó sobre lo que podría hacer en adelante y la visión fue tan desconsoladora
que empezó a resignarse a su nueva vida inútil. La caída habría de empezar ese
mismo día cuando la vieja se levantó y le ató una cesta muy grande en la
espalda. Lo sacó de la casa y se lo llevó a recolectar leña y estiércol para
calentar el horno. Caminaron mucho. Bolorma que andaba lento hablaba y cantaba
sin importarle que Lu no entendía nada. Xian se libró de todas sus ideas y
penas y decidió ser como un animal doméstico. Puso atención en las señas que le
hacía su dueña y memorizó de forma eficaz, tanto que la vieja empezó a
comprobar repitiendo tres veces sus órdenes y sonriendo cuando notaba que Lu
había entendido. Cuando volvieron Naranbaktar no estaba, se había llevado el
caballo y Bolorma le indicó representando con los dedos que su marido había ido
a hacer las compras muy lejos y que ese día no esperaba visitantes. Lu comió la
carne seca y tomó el cuenco de leche cortada que le dio su ama. Después se lo
llevó hasta un estanque que se encontraba cerca de allí, le quitó la ropa y lo
metió para que se enjuagara un poco. Cuando salió Lu del agua lo secó y le puso
nueva ropa. Volvieron y Xian se echó en su rincón. La vieja comenzó a preparar
comida.
Los días transcurrían sin muchas novedades y Lu se acostumbró a su nueva
condición. Trataba de no pensar en su vida y caminaba con calma. Llevaba o
traía cosas de otras yurtas y los habitantes le llamaban itgeltei nokhoi, al
principio, y después solo nokhoi. Lu no sonreía y hacía sus viajes en silencio
como si fuera un animal de verdad. Cuando los viajeros que se cruzaban en su
camino le preguntaban por algún sitio él solo levantaba el brazo e indicaba la
dirección a la que tenían que dirigirse. Un día un comerciante de su país le
preguntó por una yurta y Lu trató de indicarle a su interlocutor la dirección.
El hombre no entendió y comenzó a hacer preguntas, pero Lu abrió la boca y mugió.
El tipo comprendió su desgracia, pero se quedó parado pensando en cómo llegar a
su destino. Xian le pidió al hombre que le quitara el zapato y con una ramita
empezó a escribir en el suelo. El hombre leyó todo y quedó asombrado de que su
paisano tuviera tan mal aspecto y fuera un hombre educado, entonces, le dijo
que se llamaba Da Fong y que pasaba por allí cada tres o cuatro meses. El buen
hombre cogió algunos víveres muy apreciados en esa región que llevaba en unos
cestos y un poco de dinero. Lo depositó en el bolso de cuero que llevaba Lu, le
preguntó dónde vivía y le puso su zapato para que emprendiera el trayecto.
La vieja que había descuidado mucho el aspecto de su mascota, ya no lo
lavaba ni le cortaba el pelo. Por eso Lu tenía un aspecto de hombre de las
cavernas. Cuando llegó Lu, la vieja le quitó la cesta de la espalda y sacó las
cosas que necesitaba. Xian se puso delante de ella y le señaló su bolso de
cuero. Bolorma se lo abrió y sacó unos frutos secos, especias y una masa dulce
envuelta en un papel pergamino. La mujer se vio asaltada por el temor de que su
mensajero hubiera robado, así que cogió una vara y comenzó a golpearlo, pero Lu
se enroscó en el piso y la vieja no pudo castigarlo mucho. Duró unos minutos el
interrogatorio hasta que se calmó y se sentó agotada. Lu se dirigió a ella y le
pidió que le quitara el zapato. La anciana lo hizo y Xian buscó un sitio donde
había tierra floja, cogió un palo pequeño y dibujó un hombre, un caballo, unas
monedas, un regalo, un perro y a la anciana. Bolorma no entendió y se vio
interrumpida por la entrada de su marido. Cuando lo tuvo cerca le contó lo que
había hecho Lu y Naranbaktar se puso de mal humor y se dispuso a golpear a
Xian, pero este le señaló los dibujos y el viejo al mirarlos se extrañó.
“¿Qué es esto, miserable?— le
preguntó el viejo y Lu empezó a hacer movimientos indicando que cuando iba por
el camino había encontrado a un hombre—. ¡Ah! Encontraste a un hombre que iba
en un caballo, era rico—Lu movía la cabeza afirmando cada vez que su amo
adivinaba—, después te dio un regalo y se lo has dado a mi mujer”.
Xian se puso alegre porque lo habían entendido y sus dueños habían
comprendido que sabía algunas palabras de su lengua y podía comunicarse. La
curiosidad y la duda tentaron a Naranbaktar y se alegró de ver cosas que hacía
muchísimo no comía, trató de arrebatarle a su mujer las delicias para
comérselas, pero ella le mostró la vara con la que le había dado castigo a Lu. Se
jalonearon poco y después hablaron sobre el destino que tendrían los productos
que reposaban sobre la mesa. Sin pensarlo Xian borró del piso sus dibujos y
comenzó a hacer otros. Naranbaktar se acercó y comenzó a preguntar.
“¿Es un cordero?—de nuevo Xian
empezó a negar o afirmar con la cabeza—. ¿Un caldero? ¿Tú? ¿Los productos de la
mesa?¿Comida?”.
El anciano se rompió la cabeza pensando, pero Bolorma aplicando su sentido
común dijo que Lu se creía cocinero y que les aconsejaba preparar la comida con
lo que habían recibido de regalo.
Naranbaktar dijo que estaba loca, pero con sus dibujos Lu le indicó que
se equivocaba. Bolorma le dijo que sabía cocinar y Lu le dijo que sí, después
se pusieron a acordar la forma de preparar la carne. Xian con dificultades
enormes logró que la vieja preparara una pierna seca de cordero con frutos
secos y salsas. La mujer se había decepcionado un poco cuando vio que una parte
del dulce se había mezclado con las especias. Estaba acostumbrada a comer una
cantidad muy limitada de platos y se negaba a desperdiciar los manjares que la
vida les había dado por casualidad. Lu la obligó con sus propias lágrimas a
ceder y cuando probaron el experimento de su mascota quedaron conmovidos.
Tenían una carne suave que aderezada por la salsa rebasaba las expectativas
del empalagoso postre que querían comerse solo. Sus rostros estaban iluminados,
remojaban la carne en la salsa y se sentían muy satisfechos. Si la vida les
hubiera sido arrebatada en ese momento se habrían ido felices. Xian también
recobró el ánimo, Naranbaktar lo abrazó y le sirvió un poco de alcohol que
tenía escondido. Fue una velada magnifica para los ancianos que de inmediato
comprendieron que las propinas de los viajeros crecerían si se utilizaban los
conocimientos del bueno Lu. Xian siguió haciendo los mandados y aconsejando a
su dueña en la elaboración diaria de los alimentos. Bolorma estaba feliz y
pronto le cortó el pelo a Lu y lo afeitó, le puso mejor ropa y calzado y le dio
trabajos importantes. Se comunicaban con los dibujos y ya tenían frases que
podían intercambiar con una sola imagen.
XIV
Akame se recuperó y el amor por su hijo la orilló a complacer a Tai en sus
juegos íntimos. Una de las criadas, que era nieta de una de las conocidas de
Kumiko, se ofreció a velar, a través de sus familiares, por el bienestar de
Bian Fu. En el pueblo las cosas habían ido de mal en peor y la culpa, que no había
tenido Lu en el recrudecimiento de la política de explotación por parte del
emperador y su familia, se le fue adjudicando. Primero se dijo que nunca debió
haberse casado con Akame porque la maldición que pesaba sobre Fu Lin caería
irremediablemente sobre todos los habitantes y había sucedido así, luego que no se debía haber aceptado el pago del
tributo porque nunca se cansaría el emperador de exigir aumentos de producción,
también, algunas malas personas decían que Lu los había hechizado y que su comida
no era realmente sana, sino encantamiento diabólico que les había cerrado los
ojos a todos, por último, se consideró que los descendientes de Xian y Akame no
deberían gozar nunca de una posición favorable en la sociedad, así que el
inocente Bian, que se había corregido de sus hábitos nocturnos, fue sometido a
la esclavitud. En el palacio Akame lloraba de felicidad cuando le decían que el
niño estaba bien y que se alimentaba como si fuera de la clase alta. La verdad
era que el pobre chico pasaba hambre y comía lo que caía en sus manos, fuera
comestible o no. Ignorante de lo que sucedía fuera del palacio, Akame, se
preocupaba por no decepcionar a Tai y ser lo más dócil posible. Tenía un grupo
de mujeres que se ocupaban de ella para mantenerla en las mejores condiciones y
cuando el jefe de la cocina hacía una critica por algún perfume, ropa, peinado
o maquillaje, se castiga con mucha crueldad el error de la criada. Akame
pensaba mucho en Lu y tenía la esperanza de que él volviera convertido en el
antiguo cocinero de gran talento y le quitara su puesto al cerdo que la
torturaba cada noche con sus encuentros libidinosos. Si se hubiera enterado de la
condición real que tenía su marido, se habría muerto de decepción y tristeza. En
sus ratos libres Akame aprendía algunas manualidades que le enseñaban sus
compañeras de desgracia, pues todas las mujeres que estaban bajo la
subordinación de Tai deseaban su propia muerte y la de su amo. Había aprendido
a coser y bordar, hacer cestas de mimbre y figuritas de arcilla.
Akame trataba de no llorar para no tener los párpados hinchados, pues eso
le causaba ira a Tai. Se le había endurecido el alma a fuerza de grandes
sacrificios. Dejó a un lado su amor propio, dejó de sentir nostalgia por Fu Lin
con quien llevaba largas conversaciones en sus sueños. Le ordenó a su cuerpo
que fuera insensible al goce y que la imagen de Lu desapareciera de su cabeza en
los momentos más sentimentales. Lo único que no aceptaba era el olvido de su
hijo y se encomendaba a los dioses para que un día les enderezaran la vida.
Había prometido no tomar venganza en caso de que eso sucediera y gratificar a las
personas como el tuerto Da O el sabio que le daba buenos consejos.
Un día, cuando Da O, iba por un corredor del palacio se topó con Akame y la
confundió con una criada. Le dijo que le ayudara a llevar unos pergaminos
importantes a su biblioteca. Por el trayecto O la riñó muy fuerte y la ofendió,
pero cuando llegaron a su destino el sabio la miró con atención y se dio cuenta
de que estaba muy lejos de ser una criada. Le pidió disculpas y entabló una
conversación con ella. Le contó que había sido consejero del padre de Shen Lo y
que había salvado al emperador de ser asesinado por sus enemigos. Le habló de los
antepasados de la estirpe Dong y le describió las batallas y la gloria que
había alcanzado el país bajo el gobierno del gran emperador escarlata. Desde
entonces, de forma clandestina, llamaba a Akame para contarle lo que
consideraba importante.
XV
Bian Fu tenía cerca de diez años y llevaba su vida con dificultad.
Soportaba las humillaciones y agresiones de la gente. No recordaba su pasado y
sabía que la vida era muy dura. Se adaptaba como podía a la vida y sacaba sus
importantes conclusiones. La gente le decía que estaba maldito, que su sangre
estaba envenenada. Las personas que supuestamente tenían su custodia, es decir
los parientes de la confesora de Akame, lo dejaban dormir en la calle y no lo
procuraban. El niño aprendió a sobrevivir entre los viejos y vagabundos que
como él no tenían mucho que comer. Se endureció su carácter porque tenía que
sobrevivir, pero algún espíritu mágico lo guiaba correctamente. Sabía que no
debía robar por más hambre que tuviera, además no le hacía tanta falta porque
de vez en cuando el mismo elaboraba su propia comida. Era muy observador y
recordaba la conducta de las personas, tanto buenas como malas. Entre sus
mejores amigos no había personas. Tenía un perro. Era un pequinés que se había
salvado de que la gente, en sus horas ebrias de sadismo o de locura momentánea,
se lo comiera. El perro recibía a su huésped con bastante cariño. Bian Fu hacía
trampas para liebres o ardillas y comían los dos con alegría. A veces pasaba
varios días en compañía de su amigo y dormía en una madriguera que se había
hecho escarbando con una pala vieja. En las noches miraba el cielo y le contaba
a su perro cosas fantásticas. Imaginaba un reino de paz en donde la gente se
quería y los niños se divertían. En varias ocasiones lloró abrazándose al
animalito y éste al sentir sus costillas reventar por la opresión aullaba y
parecía que los dos se lamentaban de su existencia. Bian Fu también había
recibido palizas, pero su entereza lo había ayudado a superar los sufrimientos.
En algunas ocasiones soñaba a una mujer de rostro muy blanco con facciones
tiernas a quien llamaba mamá y a un hombre alegre que cantaba canciones
mientras trabajaba. Había decidido que esos dos seres tan agradables eran sus
padres a quienes vería alguna vez.
XVI
El haber descubierto que Lu o Gölög, su nuevo mote, que hacía alusión a un cachorro,
era apreciado y mimado por los ancianos que habían podido ampliar su negocio.
Ahora tenían dos yurtas. En una el viejo y Lu atendían a la gente y en la otra
vivían. La variedad de comidas que elaboraban ya era bastante conocida por los
viajeros que se despedían con la tarea de conseguir determinadas especias o
utensilios para la preparación de los manjares de Xian y hacer una pequeña
ofrenda a sus dioses para que la paz reinara entre ellos.
En una ocasión volvió Da Fong y entró a la yurta de Naranbaktar. No
reconoció a Lu que estaba bien vestido y tenía unas pulseras de cuero con unas
paletas que le ayudaban a hacer algunas cosas como si fuera sus manos. Su
mirada ya no era triste y se entendía bien con los ancianos. Cuando quería
explicar algún método de la elaboración de lo que comían los huéspedes venía
Bolorma y traducía los gestos y movimientos de Xian. Los clientes quedaban
encantados con las explicaciones. Da
Fong quedó muy satisfecho con lo que comió y se quedó dos días para recapacitar
y planificar sus negocios de la mejor forma. Tenía un encuentro con un
comerciante muy rico y astuto. El negocio consistía en comprarle seda fina y
ofrecerle algunas mercancías de su interés u objetos de valor que le pudieran despertar
la curiosidad. Elaboró una lista de los mejores productos que tenía y fue
descartando los de menor interés. Luego se acostó, pero no pudo conciliar el
sueño. Permaneció mucho rato calibrando sus posibilidades y hasta se imaginó la
escena del encuentro y las palabras necesarias para atraer la atención de su
socio. Al final se resignó a ofrecerle perfumes, joyas y opio de excelsa
calidad a cambio de los objetos laqueados que deseaba.
Cuando se estaba preparando para salir, Da Fong, tuvo un chispazo de
lucidez. Al pensar que el pez y el hombre mueren por la boca, cruzó por su
mente la idea de llevarse a Gölög con la excusa de que le cocinaría durante su
trayecto a la ciudad y a su regreso se lo devolvería a sus amos tal y como se
lo habían dado. Naranbaktar se negó de inmediato. Movió la cabeza y trató de
irse, sin embargo, Bolorma, le dijo a su marido que ya tenían lo que deseaban,
que Gölög ya les había regalado sus secretos culinarios y que lo podrían
sustituir con cualquier muchacha joven a quien no sería difícil de encontrar.
También dijo que se merecía su libertad y que a ellos ya no les quedaba mucho
por vivir. Resignado Naranbaktar dio su autorización. Lu no sabía nada del plan
y estaba lejos de imaginar que su vida cambiaría. Volvió de dar su paseo por la
estepa. Se había entretenido recordando sus años de pastor. Llegó con la cara
cubierta por un halo de nostalgia. No entendió la actitud de sus dueños y menos
la de Da Fong que se encontraba muy alegre. Los ancianos ya habían guardado sus
monedas de plata y algunos objetos de joyería que nunca habían visto. Con ojos
interrogativos Lu se paró frente a ellos. Habló Da Fong para que Xian
entendiera todo.
“Querido Gölög, he conversado con Naranbaktar sobre un asunto importante.
No tengo quien me cocine, es decir, me gustaría que tu dirigieras la
elaboración de la comida durante nuestro viaje. Tengo muchas cosas de valor y
he escogido una ruta que está libre de maleantes, pero también de sitios para
comer. Por eso, mis ayudantes recibirán tus órdenes y podremos comer, incluso
mejor de lo que comeríamos en cualquiera de esas yurtas de la ruta
habitual”.
Bolorma se acercó a él y lo abrazó, Narambaktar se limitó a hacer una
reverencia y después la caravana de Da Fong partió. Nadie notó que Lu lloraba
intensamente. Sus lágrimas se derramaban a chorros como si en lugar del agua
salada saliera sangre. Era por los recuerdos que habían empezado a surgir para
recordarle que se dirigía al sitio dónde estaba su enemigo Tai, se reprochó no
haber penado más en sus padres y hermana, en haberse convertido en una piedra
insensible sin saber qué destino había tenido su esposa e hijo. Se recriminó el
haber dejado en el olvido las cosas importantes de la vida. La excusa de ser un
hombre desdichado, rebajado a la condición de un perro no era válida. Tenía un
deseo intenso de vengarse, pero oyó una voz conocida.
“Querido Lu, cuando llegaste a casa de los ancianos te habló Fu Lin te dijo
que no perdieras la esperanza, que las decisiones que tomaras en ese momento
influirían en el futuro. Te recordó que mientras quedara la semilla de la
esperanza todo podría suceder. En la vida no hay nunca una situación eterna—te
dijo—. Te prometió que las cosas cambiarían. Tú ya habías tocado fondo, más
bajo no podías caer, por ese motivo comenzarías a volar. Te mostraste incrédulo
porque te habías fiado inútilmente de las personas que solo buscaban su propio
beneficio. Ahora debes ser muy razonable. Lee el corazón de las personas, ya
tienes la capacidad para ver quiénes son buenas y quiénes malas. Puedes
descubrir su esencia, el principio de sus razones y temores. Ya aprendiste en
tu propia oscuridad, ahora te toca dirigir ese conocimiento hacia el alma
humana. Todo tiene un motivo y lo descubrirás. Comprenderás que tu desgracia es
mísera en comparación con lo que han sufrido otros. Sé honesto y perdona. Te
esperan sorpresas y malas noticias, pero antes de juzgar escucha tu corazón”.
Recapacitó y asimiló las palabras de Ying, aceptó los consejos de Fu Lin y
se preparó para enfrentar lo que se le venía encima. Se sentó y miró el paisaje
que solo le ofrecía montañas, yerba, un suelo pardo y un cielo azul muy
despejado. Se dejó llevar por algunos pensamientos dulces y sonrío. Se
concentró en los sonidos que lo rodeaban y le pareció que las cosas eran
nuevas, a pesar de haber permanecido allí por miles de años. Dejó que el viento
le secara el rostro. Miró a los hombres impasibles que iban con él, Si hubiera
podido hablar les habría contado algo divertido para infundirles buen ánimo. Se
alegró de poder sentir de nuevo su vida. Se esmeró en retrasar los recuerdos
bellos de su mujer y su hijo. De pronto se detuvo el coche y apareció Da Fong.
Era el sitio adecuado para pasar la noche. Se dio la orden de descargar y Fong
le pidió a Lu preparar la cena. Los encargados de ayudarle eran dos mujeres y
un hombre no muy inteligente. Lu escribía en el suelo las cosas que deseaba que
hicieran sus ayudantes, pero no le entendían. Al notarlo Da Fong se acercó con
un pincel, un pergamino y tinta.
“Escríbeselo todo aquí”—dijo con una sonrisa burlona Da Fong—. Xian sabía
que eran artículos muy caros y con ojos sorprendidos trató de explicar que no
podía usarlos, sin embargo, Fong le puso un pincel en su pulsera de cuero y le
indicó a Lu que escribiera en el papel. Xian se alegró mucho y con cuidado
empezó su redacción. Las mujeres le pidieron a Fong que les explicara y así
entre los cinco elaboraron una cena magnífica.
La intención de Fong era que las recetas quedarán explicadas en los
pergaminos y al encontrarse con el comerciante, le ofrecería el opio de buena
calidad y las recetas que tendrían un precio incalculable. El plan era que los
cocineros del intermediario llegaran a manos del cocinero del palacio, así convencería
al emperador de adquirir a Xian por un precio muy razonable.
El trayecto duró casi dos semanas y cuando sólo faltaban dos días para
llegar a su destino, Fong se enfermó. Lu no sabía mucho de medicina, pero
elaboró cosas que reconfortaron a Fong, en cierta medida los mejunjes que hizo
resultaron muy parecidos a los remedios caseros. Fong se recuperó y se dirigió
a la casa del mercader. Fue recibido con pompa y el plan salió a pedir de boca,
pues el hombre les pidió a sus cocineros que elaboraran una de las recetas y
quedó encantado. Como era muy astuto, pensó en pedirle todos los preceptos
culinarios y fórmulas a su camarada para copiarlos y quedarse con los secretos
de Lu, pero Da Fong ya lo había previsto y le proporcionó sólo una de las
recetas. El acuerdo fue que el comerciante se pondría en contacto con uno de
los consejeros del emperador Shen Lo y arreglarían un encuentro para hacer una
demostración. Se estableció una fecha y Lu y Fong pasearon por la ciudad un
poco. Se dieron cuenta de la dura situación por la que estaba pasando la gente.
Se rumoreaba que un mal hombre, a quien se referían como “Él”, por temor a las
represalias, había estado adormilando al emperador con el opio y que éste se
encontraba en las nubes. Se había descuidado a la población y se habían
implantado las reglas de Él para la recaudación de impuestos y tributos. Los
habitantes sufrían por los abusos de autoridad de los soldados.
XVII
En el palacio se respiraba un aíre tenso, cargado de energía negativa,
parecía más un serpentario que un aposento real. Tai mantenía adormilado al
emperador con pequeñas dosis de opio, pero cuando había encuentros importantes
disminuía las dosis para que llegado el día Shen Lo se presentara en buen
estado. A Tai le preocupaba mucho que Shen Lo pudiera perder el control de sí
mismo o muriera, ya que si sucedía tal desgracia el heredero sería un
impertinente muchacho que lo odiaba más que a nadie. En muchas ocasiones había
tenido dificultades por sus acusaciones. Parecía que estaba al corriente de las
pócimas que Tai le daba a su madre para que se entregara en brazos de su amante,
un soldado muy atractivo. Tai tenía un teatro de muñecos controlados y nadie
era tan difícil de domar el flacucho Yon Guang Lo que siempre le pedía a uno de
sus allegados espiar al cocinero. Trataban de no encontrarse nunca y Tai tenía
un vigilante que se encargaba de notificarle paso por paso las actividades del
heredero Guang, lo malo es que también el joven tenía sus mañas y engañaba a
los espías enemigos y muchas veces le llegaba información falsa a Tai que
rabiaba como un perro de caza. Akame seguía sirviéndole de amante, pero él
tenía tantas cosas que mantener en equilibrio que ya no le dedicaba tanto
tiempo. Ella seguía engañada con las noticias que le daban sus ayudantes, pues
se les había prohibido decir una sola palabra de la mala situación fuera del
palacio. A fe ciega ella creía todo y se imaginaba a su hijo Bian Fu limpio,
educado y sano. Las cosas estaban lejos de ser así y el pobre Bian se las veía
muy duras trabajando doce horas al día o vagando por los montes. El niño tenía
pocos descansos y su cuerpo se había hecho el de un hombre a fuerza de cargar
cosas. No era feliz en absoluto y sufría mucho castigo por parte de sus tutores
o patrones temporales que seguían gozando de los beneficios proporcionados por
Akame.
Tai preparó a Shen Lo para su encuentro con el comerciante y el extranjero
Da Fong que tenía fama de ser un hombre muy espléndido. Tai no entendió muy
bien de quien irían acompañados y cuando escuchó la palabra Gölög se rio
pensando que el tal Fong sería muy extravagante al llevar consigo un cachorro
canino a su reunión. Comenzaron los preparativos. Quería darle una sorpresa al
emperador y sus invitados, por eso mandó preparar el famoso cerdo en salsa
agria que había servido para condenar a Huo y su cocinero Mo. Tai recordó el
suceso y se puso alegre porque realmente era divertida la coincidencia. Le
causaba agrado recordar los escarmientos que había padecido el caique y los
martirios a los que fue sometido Mo. Tai se los imaginó como dos cerdos
condenados a ser comidos con salsa agria. Decidió colaborar é mismo en la
preparación, hacía mucho tiempo que no se metía a la cocina con ropa de
trabajo. Se había acostumbrado a llevar togas y batas muy finas. Le dedicaba
bastante tiempo a su arreglo personal y castigaba con saña a los que no le
satisfacían en sus cuidados. Sacó el cuero que tenía escondido en su alcoba, se
puso su bata de cocinero y su pañuelo en la cabeza y bajó con sus ayudantes. Eligió
con esmero la carne he indico la forma más apropiada para hacer los cortes.
Seleccionó una por una las frutas que utilizaría para el relleno y cuando llegó
a la preparación de la masa o pasta para el rebozado le entró una sensación
desconocida, era como si una fuerte ola de inspiración lo arrastrara y
disfrutara con cada detalle en la elaboración. Era el espíritu de Xian que lo
había impregnado de creatividad. Fue cuidando cada detalle, cada trozo de
mango, ciruela y piña, suavizó el bambú con las yemas de los dedos, olió con fuerza
y apetito las cosas que preparaba y sin poder contenerse se sirvió una porción
que disfrutó a lo máximo.
XVIII
Xian Lu y Da Fong llegaron al palacio sin el comerciante, quien al
enterarse del destino de Mo y el cacique Huo, recapacitó y aceptó un acuerdo
con su nuevo socio esperando no quedar implicado si el emperador decidía castigarlos
por alguna razón. Les comunicaron que pronto los recibiría el emperador y que
debían seguir el protocolo. Escucharon con paciencia al hombre que les indicó
punto por punto las formalidades. Xian estaba muy nervioso, había podido
mantener el control antes de llegar a las puertas de la fortaleza y durante los
días que había esperado con Fong que los recibieran se había podido olvidar de
ese día, pero ya estaba a punto de entrar al encuentro con el soberano y no
sabía si se podría controlar en caso de que apareciera Tai. Empezó a sudar y
sus finas prendas se humedecieron, comenzó a respirar con dificultad y estuvo a
punto de desmayarse. En su corazón había una tormenta que le hacía explotar el
pecho. Apretó los dientes y contuvo el llanto. Sintió el dolor del martirio, la
pérdida de sus seres queridos y el intenso deseo de vengarse, pero escuchó de
nuevo la voz de Ying a quien le parecía que había escuchado hacía mucho.
“Debes controlarte y ser fuerte, querido Xian, el día del juicio final para
los malhechores ha llegado. Sé prudente y no reacciones a ninguna provocación.
Tendrás que soportar la prueba más difícil de toda tu vida. Lo importante es
que te mantengas sereno y tengas la capacidad mental suficiente para defenderte
de las agresiones y urdir una estratagema que te de la victoria”.
Da Fong le preguntó si estaba bien, pero la aparición del hombre del
protocolo los interrumpió. Les dijo que el emperador estaba listo para la
reunión. Se había decidido, por acuerdo mutuo, que se encontrarían a la hora de
la comida para que las cosas fueran más sencillas. Fueron acompañados por unos
guardias hasta un salón en el que les hicieron repetir las formalidades del
protocolo y luego pasaron. Entraron asombrados por el lujo de la sala imperial.
Estaba Shen Lo en un alto trono muy engalanado y con una señal de la mano dio
su autorización para que sus invitados se acercaran. Ellos esperaron a que Shen
Lo les dijera las reglas que debían seguir para conversar con él y al terminar
Xian y Da Fong se inclinaron quedándose así largo tiempo. Después se les concedió
la palabra. Fong se presentó y dijo que estaba al tanto de las reglas que
prohibían el comercio con los europeos y que en realidad no se había presentado
para ofrecerle ninguna mercancía de ese continente ni de otro. Los ojos muy
abiertos de Shen Lo dejaron claro que no entendía el propósito de su visita,
pues tenía preparado un discurso con respecto a las condiciones del mercado en
sus dominios. Sin pensarlo comenzó la enumeración de reglas y castigos a las
violaciones por la venta ilegal de productos extranjeros. Cuando terminó, Fong
levantó un poco la cabeza y dijo que le quería ofrecer un cocinero y que como
muestra traía un platillo preparado por él para su evaluación. Shen Lo inconscientemente
recordó el encuentro fatídico con Huo y dijo que si se trataba de un embuste lo
pagarían con creces. Llamaron a un criado y este probó la comida. Esperaron un
tiempo para ver si no se trataba de un envenenamiento. No había razón para
temerla porque nadie en el mundo se habría atrevido a conspirar contra uno de
los descendientes de las familias imperiales más poderosas del mundo.
Por fin, Shen probó el platillo y quedó muy satisfecho, dijo que Tai podía
hacer cosas semejantes, pero que este cerdo era espacial y digno de los
paladares de sus comensales en las ceremonias importantes. Dijo que pensaría la
propuesta y que era el momento de comer. Pasaron a una sala más pequeña en la
que había asignado un lugar especial para Shen Lo y sus invitados. Entraron los
criados y sirvieron los entremeses. Xian, con ayuda de una criada que le ponía la
comida en la boca, probó con extrañeza cada manjar de la mesa. Le pareció que
eran sus propias recetas, elaboradas por unas manos burdas que desconocían la
exactitud de las proporciones, las especias y las texturas, además de las
combinaciones adecuadas de cada plato. Llegó el plato estelar y un criado
anunció que era cerdo en salsa agria. Hubo un poco de expectación y temor, pero
para Shen Lo sólo era una buena oportunidad para comparar el cerdo que había
probado Xian y el que se le traía de su propia cocina. Sin tardanza lo probó y,
a pesar de que era casi igual, dijo que el de Tai era un poco más sabroso. Fung
pidió disculpas y aseguró que el suyo era mejor, que se llamara a alguien con
buen paladar que desconociera el guiso para determinar de quién era el mejor
plato. El emperador mandó a una de sus amantes que siempre le decía el sabor de
las cosas y Shen Lo estaba convencido de que ella era la única persona capaz de
dar un veredicto certero.
Llegó la mujer un poco encamorrada por la interrupción de su descanso. Le
pidieron que hiciera la degustación. Hizo gárgaras con agua tibia y le pusieron
dos platos iguales. El de la derecha era de Xian y el de la izquierda de Tai.
La mujer se vio en serias dificultades porque, a pesar de que, sí tenía un buen
paladar, pero no podía determinar cuál era mejor. Hizo bastantes degustaciones
lentas y al final dijo que la única diferencia era que el de la derecha tenía
carne más suave y el sabor perduraba un poco más en la boca. Para comprobarlo,
el emperador quiso que cada cocinero describiera su método y así se podría
descubrir en qué consistía la diferencia. Mandaron llamar a Tai. Entró con
pasos lentos y actitud suprema. No les puso mucha atención a los invitados del
emperador al principio y se preocupó más en hacer una genuflexión y expresar sus
respetos al monarca. De pronto, vio a Da Fong y se detuvo en la cara de Lu. Sus
ojos se encendieron con un fuego demoniaco. Quería abalanzarse sobre él y
matarlo. Hizo un esfuerzo sobrehumano para contenerse y cuando ya no pudo más
avanzó, pero oyó la pregunta que le hacía Shen Lo sobre la elaboración del
plato de cerdo. Tai respiró con fuerza y se concentró. Enumeró los ingredientes
y describió los métodos de elaboración. A Xian le temblaban las piernas y si
hubiera podido gritar lo habría hecho con todas sus fuerzas. Da Fung estaba
también desconcertado, pero era por que se sabía la receta de memoria y no daba
crédito a lo que oía. Algo no encajaba y dudó de Lu, pensó que era un vagabundo
embustero que se había robado las recetas del palacio y que por eso le habían
cortado la lengua y lisiado las manos. Iba a realizar la acusación y al ver el
rostro de su acompañante lo comprendió todo. Tenía espuma en la boca y los ojos
desorbitados. Su expresión era de odio e impotencia. Fung tuvo una corazonada y
trató de idear algún plan para salvar el pellejo porque Shen Lo llegaría a la
conclusión de que se le quería timar.
“Respetable soberano—dijo poniéndose de rodillas—. Es muy probable que el
plato sepa igual y que haya sido elaborado de la misma forma porque está hecho
con la técnica de preparación de las tradiciones del Noreste de nuestro país.
Le propongo que ponga a prueba las capacidades de los cocineros elaborando un
plato del cual solo ellos dos y usted conocerán el nombre y mañana aquí a esta
hora veremos quién es mejor”.
Tai estaba muy enfadado y trató de emplear la estrategia que había
funcionado con Huo y Mo. El emperador estuvo a punto de ser poseído por esa
desconfianza que tan bien manifestaba Tai, pero recapacitó y dio la orden de
que Tai y Lu se acercaran. El primero en oír el nombre del platillo fue Tai y
salió rápido para no sufrir más el enorme deseo de matar a Xian. En su cabeza
se comenzaron a acomodar las piezas de un plan para eliminar a los visitantes.
Se fue a ver a los guardias. Lu escuchó el nombre del plato que tendría que
preparar para el día siguiente, no había despegado los ojos de Tai y supuso que
desde ese momento su vida y la de Fung estaban en peligro. Salió en compañía de
Fung y le explicó con gestos lo que pasaba. Por desgracia, su compañero no le
entendió y dijo que tendrían que ser muy cuidadosos porque la actitud de Tai
era muy extraña. Salieron del palacio y Fung respiró con alivio. Sabía que
había salvado la cabeza. De pronto se sintió muy agotado y cuando llegó al
sitio donde pasarían la noche hizo un recuento de todas las personas que había
visto en el trayecto. Sabía que lo habían seguido y que debía velar por su
seguridad. Les dijo a sus criados que no perdieran de vista a las personas que
les parecieran sospechosas y que se turnaran para hacer guardia. Cuando se
encontraron solos Xian comenzó a escribir. Así Fung se enteró de la gran
desgracia de su cocinero. No podía creer la historia, pero al ver a Lu inválido
y mudo tuvo que aceptar la realidad. El comerciante le prometió a Lu que se
vengarían del traicionero Tai, pero que antes debía decirle cuál era el plato
que debían preparar para el día siguiente.
Como estaban vigilados todo el tiempo y les era muy difícil mantenerse
libres del acoso de los espías y soldados que había mandado Tai, Lu tramó un
brillante plan. Vistió a uno de los hombres de Da Fung de mujer y lo envío a un
sitio en el que elaboraría el plato con los secretos de Lu, mientras tanto en
la cocina de la casa en la que estaban anunciaron que prepararían “buey
picante”. Seguro de que Tai le robaría la receta, Xian dictaba a sus ayudantes
los procedimientos de la elaboración. Lu lo repitió dos veces el guiso y los
enviados de Tai le enviaron la receta muy bien descrita. Se hacía hincapié en
la forma de agregar el anís, la soja y el ajo. También el tratamiento para
suavizar la carne y quitarles las flemas a las cebollas.
XIX
En una casa muy pobre el enviado de Lu comenzó con el guiso secreto. Recolectó
plantas silvestres, buscó caracoles de tierra y sacó el aceite y especias que
le había dado Xian. La receta iba escrita en un pergamino del que el cocinero
de Da Fong no se desprendía ni un minuto. Las personas pobres, muy interesadas
en la preparación del estofado, dejaron de curiosear cuando se les agasajó con
unos fideos y carne de pollo enviado por Da Fong. Deng el encargado de elaborar
los caracoles tenía bastante experiencia en la preparación de los alimentos,
pero le costaba mucho trabajo imaginar que los húmedos y terrosos moluscos
fueran a convertirse en pedazos de carne de buey. Puso los caracoles en aceite
y los dejó reposar varias horas. Luego los frio en grasa de vaca y los dejó en
leche, después agregó un grano de anís, un trocito de ajo y alcohol. La leche
comenzó a cortarse y cuando ya se había separado la grasa se dejó los caracoles
en el suero. Después los puso a cocer a fuego muy lento y comenzó con la
preparación de la salsa. Pasaron trece horas y Deng se encargó de que nadie se
inmiscuyera en la elaboración. El tiempo apremiaba, así que pusieron todo en
cuencos, los cubrieron con telas y los llevaron directamente al palacio donde
ya se encontraban Da Fong y Lu.
Xian reviso los cuencos y olió la comida. Su cara se alegró y le dio las
gracias a Dong que se puso muy rojo por el cumplido. No lograba aun
sobreponerse a la sorpresa. Había esperado mucho, pero ya era testigo de uno de
los acontecimientos más importantes en el proceso culinario mundial. Se oyeron
unas voces que procedían del palacio y se abrieron las puertas. Fueron
conducidos Lu y Fong ante Shen Lo. Estaba acompañado de Tai a quien se le
notaba una sonrisa astuta. El emperador anunció que se aclararía la duda sobre quién
era mejor cocinero. Quien resultara perdedor tendría que pagar un tributo jugoso
de por vida. Al oír esto Da Fong empezó a sudar, pero Lu le acercó su pie y le
indicó que no tenía motivos para temer. Tai ni siquiera había dudado en su
triunfo, pues sabía que los platillos sabrían igual y argumentaría que Lu y
Fung tenían espías en el palacio. Incluso, ya había elegido a los criados que
sacrificaría para la ocasión y experimentaba un poco de impaciencia.
Llegaron de la cocina del palacio unas mujeres que le entregaron un cuenco
al emperador. Cubrieron sus ropas con unas telas blancas para evitar que se
manchara. Probó la carne y la saboreó porque realmente estaba rica. Por consejo
de Lu, Fong le preguntó a Shen Lo que dijera cuáles eran las peculiaridades de
la carne. Shen Lo dijo que la carne era muy suave, que tenía un asombroso sabor
picante y que el aroma de anís despertaba la imaginación, que había sentido al
masticar que el jugo de la carne producía un cosquilleo parecido al del
alcohol. Le toco su turno a Dong, es decir a Gölög, como se dirigía el
emperador a Lu. Este le llevó los cuencos y le entregó dos palillos. Antes de
comer, hizo la observación de que el había dado la orden de preparar buey en
salsa picante y no caracoles. Los tres visitantes le dijeron, cada uno, a su
modo, que no se fijara en la apariencia y que se concentrara en el sabor. Shen
Lo cerró los ojos, como lo había hecho con la carne de Tai y comenzó a
masticar. Su cara era de asombro, pues en su boca sentía el mismo sabor de la
carne de res. Pidió que le mostraran la receta de tal maravilla y le prohibió a
Tai que se moviera de su sitio. Dong cogió un pergamino y se lo entregó al
emperador. Éste leyó no solo la receta, sino un mensaje. Era una denuncia.
Estaban escritas todas las argucias de Tai, pues uno de los hombres de Fong se
había filtrado a la cocina del palacio y había preguntado sobre las costumbres
del encargado de la cocina. Como era poco apreciado por sus subordinados,
sacaron lo malo de su jefe y lo denunciaron todo, sin saber que sus cotilleos,
serían plasmados en el pergamino.
Shen Lo se encolerizó porque se dio cuenta de que su pesadez habitual en
los días aciagos era causada por las pócimas de Tai. Mandó llamar a unos
soldados y arrestaron al impostor. Se dio la orden de que lo ejecutaran, a pesar de que era corpulento y tenía cara
feroz, resultó ser un cobarde desmayándose, antes alcanzó a chillar y maldecir,
pero su escándalo terminó pronto. Shen Lo fue implacable con él.
XX
Cuando se corrió la noticia de lo sucedido, la gente se puso alegre. La
atmósfera del palacio perdió ese magnetismo tenso que había dejado tiesos a los
sirvientes por mucho tiempo. Akame se enteró de todo y sintió curiosidad. Pidió
que la condujeran a donde se encontraban Da Fong y sus acompañantes. Le fue
imposible verlos porque el emperador les asignó tareas. Da Fung sería un
miembro del consejo de comercio y Lu el nuevo jefe en la cocina. Como si fuera
un hormiguero invadido por el enemigo, el palacio cobró vida. La curiosidad
abrió puertas e hizo correr un murmullo por todos los pasillos. Akame por fin supo
que un hombre manco, pero de buen aspecto sería el nuevo jefe de la cocina. Sin
poder comprender lo que significaba su libertad, Akame decidió hacer lo que
había pospuesto tanto tiempo, salió en secreto de palacio y se fue a buscar a su
hijo.
Llegó al atardecer de día siguiente al pueblo y le dijeron que nadie
conocía a un niño de nombre Bian Fu. Akame pasó la noche en su vieja casa que
estaba abandonada y se levantó por la mañana para emprender la búsqueda de nuevo.
No se alejó mucho de la casa porque vio a un niño acompañado de un perro.
Estaban comiendo algunos desperdicios y al levantar la cara Bian reconoció el
rostro de la mujer que había visto en sueños. Se le acercó y la miró sin
entender nada. Ella le preguntó su nombre y él no respondió, estaba impresionado
por la aparición, entonces el instinto maternal hizo que Akame pronunciara un
nombre. El niño movió la cabeza y Akame corrió hacía él. Le empapó el pelo con
sus lagrimas y lo besó.
En el palacio Lu se enteró de la tragedia de su familia. Sabía que Jo lo
había engañado, pero había guardado la esperanza de encontrarlos vivos. Lo
único que lo salvó de morir o volverse loco fue saber que Akame estaba bien. La
buscó, pero le informaron que había escapado el día anterior. Sin tardanza fue
a hablar con el emperador y le explicó que tenía que salir. Se le proporcionó
un carro y tres guardias. Fue hasta el pueblo y se dirigió a su casa. Lo
ayudaron a bajar del carro y entró de prisa. Encontró a Bian Fu y Akame
haciendo limpieza. No lo reconocieron. Lu se acercó a Akame y cayó de rodillas.
Estaba deshecho por el efecto de las emociones. Ella le hizo muchas preguntas,
lloraba sin saber cuál era la condición de Xian. Él abrió la boca y emitió un
sonido Akame presintió que era obra de Tai y se quedó tiesa. De pronto se
acercó Bian Fu y los abrazó. Estaba feliz de recuperar a sus padres. Unas horas
más tarde los tres volvieron al palacio. Xian iba feliz pero sus ojos estaban
muy hinchados. Akame y Bian Fu iban abrazados cantando una canción. El viento
comenzó a soplar y miraron el cielo. “Va a llover”—dijeron Akame y su hijo—.
Entonces le cayeron tres grandes gotas en la cabeza a Lu y Akame y Bian lo
abrazaron para protegerlo del agua.
FIN
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