El inspector Christopher Morrison
tenía la mirada fija en el rostro del anciano. Parecía que con la vista trataba
de definir si el pobre enfermo seguía respirando. En la habitación hacía un
poco de calor y la enfermera había descorrido las cortinas por completo para
que se pudiera ver el paisaje de la ciudad. Estaban en el piso número quince y
las vistas eran muy buenas. Se veían algunos rascacielos, el río y algunas
zonas verdes en las que la gente paseaba por los parques. Era domingo y la
familia de James Caldwell no tardaría en llegar. Harían la misma pregunta de
siempre: “¿Podemos desconectarlo ya?”.
Era la forma en que pedían la
autorización para practicar una eutanasia asistida. Caldwell se lo había pedido
a su hija cuando todavía podía hablar y los dolores de su cáncer no eran tan intensos
y le permitían conversar normalmente. Llegó Mariane acompañada de su esposo
Jerry. Con miradas de complicidad esperaron a que Christopher les diera el
visto bueno, pero éste se mantuvo en su posición argumentando que la ley no
autorizaba esa forma de ayuda y por otro lado Dios no permitía que se asesinara
a un pariente por muy enfermo que estuviera. Sabían que para los doctores todo
estaba claro y lo único que hacían era administrarle las medicinas para que
pudiera soportar, en la medida de lo posible, los intensos ardores que le
quemaban por dentro. Pasaron unos cuarenta minutos de relación tensa. James
entreabrió los ojos y quiso decir algo, pero estaba tan débil y castigado por
la enfermedad que no lo logró. Los temas fueron subiendo y bajando por las vías
de una montaña rusa en la que las subidas representaban los éxitos de los
chicos en la universidad, las curvas los imprevistos en el trabajo y los planes
de la vida cotidiana, y las bajadas eran los gastos y los fracasos en el estudio
y el trabajo. Después de mantenerse firmes ante la incomodidad de no poder
resolver el problema principal que les atañía, se levantaron de sus butacas, le
dieron un beso al viejo en la frente, le preguntaron al doctor por el estado de
salud y la esperanza de vida, acomodaron las flores en el jarrón y se
despidieron del inspector con un fuerte estrechón de manos. Christopher
Morrison los vio salir con parsimonia y remordimiento de conciencia. La
enfermera volvió y le preguntó si deseaba seguir allí porque era su hora de
comida y no regresaría hasta después de una hora u hora y media. Christopher le
dijo que no se preocupara y que si tenía alguna urgencia o duda ya se lo diría
a otra empleada del hospital. La sonrisa de agradecimiento de la mujer morena provocó
que se le salieran los pensamientos en voz alta al jefe de policía.
Tienes que aguantar un
poco más, James, ya te falta poco para morir, pero como bien sabes no te puedo
dar el gusto de que te vayas tan rápido. Me reprocharás todo lo que he hecho estás
últimas semanas convenciendo a los médicos para que hagan hasta lo imposible
para mantenerte en este mundo, es necesario que permanezcas aquí hasta el
último minuto. Además, fuiste tú quien empezó con toda esta historia. Jamás te
hubieras acercado a mí. ¿Qué fue lo que te obligó a despertar mi curiosidad?
¿Recuerdas cómo empezó todo? Seguro que
sí. Mira, yo estaba desembrollando un caso, tenía mal humor y me dolía la
cabeza. Ya llevaba unas cinco tazas de café muy cargado y no tenía ganas de
seguir. Fue cuando Tom, mi ayudante, llegó con esa diadema. Es para ti James—me
lo dijo como si le hubieran indicado que era un regalo—. La habría tirado a la
basura sin ni siquiera mirarla, pero ya sabes como es nuestro instinto, James,
eres inteligente y sabías que ese objeto me iba a despertar un maldito gusano
venenoso. Seguro que te imaginabas mis noches de insomnio y te reías. Lo que no
sé con exactitud es si lo habías calculado todo. Quiero decir en días o en
horas. Era imposible saber en ese momento que me tardaría casi medio año en
llegar hasta ti. Tu tenías los hilos en tus manos, planificabas cada paso para
irme llevando a los crímenes que cometiste. Hubo cosas que no podías saber
antes de tiempo, pero de cualquier forma eras un dramaturgo de la vida reconstruyendo
tus crímenes y desenrollando esa tragedia que vendríamos a terminar juntos aquí.
Recuerdo que me quedé mirando el pequeño adorno y pasó cerca Mariane que me
dijo que se le hacía conocido, que lo había visto alguna vez en un archivo. No
te imaginas lo terrible que fue buscar esa maldita foto, James. Revisé los
asesinatos del año pasado, eran más de trescientos homicidios en todo el
estado, pero tú sabías que no era de nuestro condado, ni de nuestro estado, ni
de este decenio. Seguro que te burlabas, que me veías como un ratón royendo los
archivos. Primero en el ordenador, luego en las carpetas viejas de nuestro
archivo. Quería darme por vencido, la verdad James, no tenía paciencia, me
comenzaron a devorar los medios. ¿Cómo sabías cuáles eran los momentos
decisivos, James? Las pistas llegaban a tiempo, cuando ya tenía los mechones de
pelo listos para arrancármelos. Me conocías, me habías visto cerrando un caso
al que no le encontramos ni pies ni cabeza. Eras soberbio, muy audaz y con una
inteligencia privilegiada. No te me acercaste nunca. Jamás te decidiste a
intercambiar un saludo conmigo, creías, o más bien, estabas seguro de que me
encontrarías cuando se te antojara. Mientras había mucho por hacer. ¿Cuál era
tu meta, James? ¿A cuántas mujeres querías asesinar? Siempre me quedará la
duda. Fue una obra de arte, James. Lo reconozco, hacías las pausas necesarias,
me dejabas frío de terror en los peores momentos, me enfrentabas al dolor del
pasado, revivías esas angustias en la gente con mis interrogatorios. ¿Eso lo
lograbas ver con tus propios ojos? O ¿Era tu mente inquieta y calculadora la
que te daba ese gusto? Podías haber sido un gran científico, podrías haber
llegado muy lejos aportando maravillosos inventos a la comunidad, a toda la
gente, al mundo entero.
Todo este tiempo te fui
reconstruyendo. Pieza por pieza. ¿Cuándo te estropeaste James? ¿En que momento
desaparecieron tus sentimientos y te surgió la duda? ¿Cuándo empezaste a causarle
dolor a los demás para comprobar que eras capaz de sentir? He pensado tanto en
ti. No te imaginas los razonamientos en los que me he sumido tanto tiempo. Te
veo en la juventud, maltratado, sufriendo por ese monstruo que se fue
germinando en tu interior. Y todo por qué, James, ¿por una mocosa que te
ofendió? ¿por una mujer que te dijo que eras impotente? Esas no son suficientes
razones para asesinar. Era venganza, ¿verdad? ¿Tenías una imagen materna
dolorosa? Sé que no me lo dirás jamás, pero la psicología me ayuda, James. Tal
vez no lo descubra todo, pero Freud me guía, no es el mejor, pero está a tu
altura y es una autoridad para mí. El me ayudó con las primeras piezas, luego
tuve que seguir sólo, se hizo un asunto personal. Lo sabías. Puedo ver tu risa
incluso ahora que estás al borde de la muerte. Lo malo es que tu risa es cruda.
Lo ha sido siempre, ahora está seca y cadavérica. Vamos a reír juntos, James,
te lo cuento de principio a fin y con los párpados me lo dices. Si me equivoco
parpadeas dos veces, si estoy en lo cierto, no hagas nada. ¿De acuerdo? Bueno,
vamos a jugar, James. Sé como lo planeabas. Buscabas una casa en otro barrio o
en otra ciudad. Tu empleo te lo permitía. No te costaba nada convencer a tu
esposa. Tus hijos iban bien en la escuela. Les heredaste tu capacidad, tu
ingenio. Los guió tu mujer por el buen camino, tú sólo hacías lo necesario para
no estropearlos. Antes de marcharte, cuando ya tenías tu mudanza lista,
realizabas tu rito. Te excitaba la marcha. Querías despedirte con un acto
brutal. No describiré tus maléficas y demoniacas acciones. ¿Te sentías Dios, James?
¿Era eso? No, Tu eres egoísta, gozas tu individualidad. Me asalta una pregunta.
¿Te habría dolido la pérdida de tu hija? Me asombras, James, no parpadeas. Un
ser como tú debería decir que no. ¿Qué tal si en la próxima visita le cuento
todo? Ah, ríes, está bien. Has entendido la broma. Ella no lo creería nunca,
incluso si viera tus rastros y le dijéramos que algunas de las víctimas fueron
conocidas suyas. ¿Eso fue ocasional? No, eso no va contigo, amigo mío. Tu mente
es demasiado perspicaz. Yo no soy brillante, James, mi mente es débil, ingenua
y frágil. Tu eres como un gran jugador de ajedrez. Prevés los movimientos de tu
enemigo, sabes lo que la gente hace en cada situación. Creo que incluso
lograste rebasarte a ti mismo. Eso, tal vez, fue tu perdición, James. Lo que no
sé es qué vamos a hacer ahora. Entiendes que no puedo llevarte a juicio por tus
homicidios, no soportarías, sería una gran estupidez. ¿He hecho mal en cobrar
venganza con mi propia mano? ¿Te ríes? Eres un hombre astuto, James, otro en tu
lugar sentiría remordimiento de conciencia u odio. Tú no buscabas el sexo,
¿verdad, James? Sé que eres impotente, no incapaz de haberlo hecho, sino
impotente de verdad en el sentido físico. Aunque, eso no te afecta, James. Eres
insensible y tu hija tiene la suerte de ser de otro padre y tu hijo no es como
tú. En absoluto, James. Su padre es un buen hombre. Es por lo que nunca
congeniaste con él. Tal vez, el pequeño John sea más de mi tipo. Es muy
parecido a mí en su conducta. Le gusta su trabajo, es buen padre y no oculta
cosas como tú. A lo más que llega es a tener alguna aventurilla extra marital,
pero nada que afecte demasiado a su mujer. Para ti las aventuras debían
producirte adrenalina, ¿verdad? Desafiabas al destino, le dabas oportunidad al
azar de ponerte trampas, pero siempre ganaste.
Oh, James, lo siento,
creo que te estás poniendo mal de verdad. Estoy pensando que serás capaz de
soportar el dolor físico, ya estás acostumbrado. Si pierdes el sentido, te
prometo que llamaré a la enfermera. Ahora, aguanta. Tenemos mucho que aclarar,
James. No seas mal amigo. Acepté tu propuesta y cumplí. ¿Tú tienes honor?
¡Claro! Es tu mejor cualidad, James. Te lo decías a ti mismo. Cuando te decían:
“vámonos a dormir, papá”. ¿Qué hacías, James? ¿Qué excusa dabas en tu casa para
ir a cometer tus crímenes? ¿Sí? ¿Lo ves?
Oh, James, no respiras. Dime que no te
has ido. Contéstame, dame una esperanza, unas horas más, aunque sea sólo un par.
Me falta contarte lo que sintieron las madres de las mujeres que ahorcaste,
James. No, no te vayas, James. Eres mal amigo, James. ¿No has podido soportarlo?
No te puedes quebrar ahora, amigo. Mira, ahí viene la enfermera. James, demuéstrale
que has podido soportar, que puedes seguir oyéndome unas horas más…
Señor Morrison, lo siento
de verdad. Su amigo ha muerto. ¡Qué lástima! Usted ha sido testigo de sus
sufrimientos durante estos días. Ahora ya descansará en paz. Reciba mi más
sentido pésame. Un favor, señor Morrison. Dígaselo de una forma discreta a sus
familiares. Gracias.
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