jueves, 2 de noviembre de 2017

Gafe

Hacía un calor infernal. El sol era abrumador, sobre todo, a mediodía. Pasaban pocos coches por la carretera y José estaba leyendo los apuntes que le había prestado Francisco en la universidad. Tendría pronto su examen de filosofía y pensaba que sería mejor morirse de una vez por todas. Será sencillo—se repetía—, sólo me dejaré desecar por el sol y me convertiré en un cuero seco.
No podía hacerlo porque llevaba la carga de su familia. Había decidido trabajar todo el verano para sacar algunas monedas y curar a su madre que padecía una enfermedad peligrosa. No todo es tan malo—pensó mirando el horizonte, tratando de distinguir si la nubecilla que se levantaba a unos kilómetros era por causa de un automóvil y no por un pequeño torbellino de los que lo distraían siempre con la esperanza de ver gente. Tenía un deseo enorme de conversar con alguien que no fuera Mario, el dueño de la gasolinera, quien nunca estaba allí, pero había decidido pasar dos meses vigilando a su nuevo empleado.

José sabía que se iría pronto y cuando las tardes eran más frescas, se imaginaba que era el gasolinero de la película “El cartero siempre llama dos veces”. Se imaginaba a una mujer que era un híbrido de Lana Turner, elegante y sensual a la vez, con la imagen de su adorada Jessica Lange de sonrisa excitante y enormes piernas blancas. Él no era Nicholson ni John Garfield. Prefería ser él mismo en su pantalla imaginaria. No tenía mala pinta y hacía deporte. Su único problema era la timidez. Cuántas chicas en la universidad le habían insinuado cosas, cuántas, aunque no las más bellas, lo habían besado en las fiestas de su amigo Paco, cuántas no estarían dispuestas a todo por conquistarlo; sin embargo, él se avergonzaba y, hasta la mujer más fea, le hacía temblequear las piernas. Deseó ser un caradura para poder escudriñar en la intimidad de las mujeres y poseerlas, pero le era imposible. 
Notó que la estela de polvo era de un coche. De buena marca, descapotable, rojo y, para colmo de males, de línea deportiva excepcional. Se detuvo ante las bombas de gasolina y una chica con el pelo escondido bajo un sombrero y gafas le ordenó llenar el depósito. José la miró con cordialidad y le indicó que el baño estaba a la derecha de la gasolinera. La chica se fue meneando las caderas y balanceando su bolso. Volvió cuando José estaba limpiando el coche. Se encontraba de cuclillas y al levantar la vista se estrelló con una falda ajustada y unas piernas regordetas.

—Este sitio está más solo que un huérfano en el día de la madre, ¿verdad?
—Sí—contestó José sin levantar mucho la cara—, así parece.
—No trabajaría aquí por nada del mundo.
—Bueno, por fortuna estoy yo para eso, ¿no crees? —Ella se quitó las gafas y lo miró con atención, quiso decir algo, pero movió la cabeza para sacudirse la pregunta.
—A decir verdad, preferiría esto a ir a ver a mi amiga.
—¿Por qué? Si es tu amiga, deberías estar contenta, ¿no?
—No te creas. Todo ha sido un pequeño error. Hace poco salí del closet, o el plascard, o como le digan aquí.
—Querrás decir del armario.
—Sí, así es. Embriagada y, al lado de Marisa Cardenale—al oír este nombre, José vio la imagen de una famosa millonaria del cine—, tuve la fantástica idea de declarar que me gustaban las mujeres y ya ves…
—¿Quieres decir que la Cardenale es tu amante?
—Sí, sí, pues qué otra cosa. Es famosa por eso, ¿no? Es de suponer que en este rincón del infierno no te enteres de nada.
—Pero, tendrás solvencia…—La chica dejó con las palabras en la boca a José interrumpiéndole con el índice en los labios.
—¡Para qué carajos me sirve!
—Bueno, no tienes que trabajar en lugares míseros como yo.
—No, claro, pero no soporto mi conciencia.
—¿Por qué? No tiene nada de malo.
—No es por eso. Lo que pasa es que he descubierto que me gustan más los hombres. Y ¿sabes…? —José movió las manos indicándole que no se lo imaginaba—. He recorrido estos cincuenta kilómetros pensando en mi venganza. Necesito acostarme con alguien me haga odiarla.

José se puso rojo y cuando ella le preguntó si había un cuarto, él afirmó. Se imaginó su cuerpo desnudo, pero al llegar a la caja la chica le hizo la proposición al asqueroso Mario.

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