Hacía un calor infernal. El sol era
abrumador, sobre todo, a mediodía. Pasaban pocos coches por la carretera y
José estaba leyendo los apuntes que le había prestado Francisco en la
universidad. Tendría pronto su examen de filosofía y pensaba que sería mejor
morirse de una vez por todas. Será sencillo—se repetía—, sólo me dejaré desecar
por el sol y me convertiré en un cuero seco.
No podía hacerlo porque llevaba la
carga de su familia. Había decidido trabajar todo el verano para sacar algunas
monedas y curar a su madre que padecía una enfermedad peligrosa. No todo es tan
malo—pensó mirando el horizonte, tratando de distinguir si la nubecilla que se
levantaba a unos kilómetros era por causa de un automóvil y no por un pequeño
torbellino de los que lo distraían siempre con la esperanza de ver gente. Tenía
un deseo enorme de conversar con alguien que no fuera Mario, el dueño de la
gasolinera, quien nunca estaba allí, pero había decidido pasar dos meses
vigilando a su nuevo empleado.
José sabía que se iría pronto y
cuando las tardes eran más frescas, se imaginaba que era el gasolinero de la
película “El cartero siempre llama dos
veces”. Se imaginaba a una mujer que era un híbrido de Lana Turner,
elegante y sensual a la vez, con la imagen de su adorada Jessica Lange de sonrisa
excitante y enormes piernas blancas. Él no era Nicholson ni John Garfield.
Prefería ser él mismo en su pantalla imaginaria. No tenía mala pinta y hacía
deporte. Su único problema era la timidez. Cuántas chicas en la universidad le
habían insinuado cosas, cuántas, aunque no las más bellas, lo habían besado en
las fiestas de su amigo Paco, cuántas no estarían dispuestas a todo por
conquistarlo; sin embargo, él se avergonzaba y, hasta la mujer más fea, le hacía
temblequear las piernas. Deseó ser un caradura para poder escudriñar en la
intimidad de las mujeres y poseerlas, pero le era imposible.
Notó que la estela de polvo era
de un coche. De buena marca, descapotable, rojo y, para colmo de males, de
línea deportiva excepcional. Se detuvo ante las bombas de gasolina y una chica
con el pelo escondido bajo un sombrero y gafas le ordenó llenar el depósito. José
la miró con cordialidad y le indicó que el baño estaba a la derecha de la gasolinera.
La chica se fue meneando las caderas y balanceando su bolso. Volvió cuando José
estaba limpiando el coche. Se encontraba de cuclillas y al levantar la vista se
estrelló con una falda ajustada y unas piernas regordetas.
—Este sitio está más solo que un
huérfano en el día de la madre, ¿verdad?
—Sí—contestó José sin levantar
mucho la cara—, así parece.
—No trabajaría aquí por nada del
mundo.
—Bueno, por fortuna estoy yo para
eso, ¿no crees? —Ella se quitó las gafas y lo miró con atención, quiso decir
algo, pero movió la cabeza para sacudirse la pregunta.
—A decir verdad, preferiría esto
a ir a ver a mi amiga.
—¿Por qué? Si es tu amiga,
deberías estar contenta, ¿no?
—No te creas. Todo ha sido un
pequeño error. Hace poco salí del closet, o el plascard, o como le digan aquí.
—Querrás decir del armario.
—Sí, así es. Embriagada y, al
lado de Marisa Cardenale—al oír este nombre, José vio la imagen de una famosa
millonaria del cine—, tuve la fantástica idea de declarar que me gustaban las
mujeres y ya ves…
—¿Quieres decir que la Cardenale
es tu amante?
—Sí, sí, pues qué otra cosa. Es
famosa por eso, ¿no? Es de suponer que en este rincón del infierno no te
enteres de nada.
—Pero, tendrás solvencia…—La
chica dejó con las palabras en la boca a José interrumpiéndole con el índice en
los labios.
—¡Para qué carajos me sirve!
—Bueno, no tienes que trabajar en
lugares míseros como yo.
—No, claro, pero no soporto mi
conciencia.
—¿Por qué? No tiene nada de malo.
—No es por eso. Lo que pasa es
que he descubierto que me gustan más los hombres. Y ¿sabes…? —José movió las
manos indicándole que no se lo imaginaba—. He recorrido estos cincuenta
kilómetros pensando en mi venganza. Necesito acostarme con alguien me haga
odiarla.
José se puso rojo y cuando ella
le preguntó si había un cuarto, él afirmó. Se imaginó su cuerpo desnudo, pero
al llegar a la caja la chica le hizo la proposición al asqueroso Mario.
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