Miré de nuevo la portada
del libro y la imagen me pareció de una pancarta publicitaria. Recordé por qué
me había comprado ese libro. Me intrigó, es la verdad, fue tan persuasiva que
dejé tres obras clásicas muy buenas en la estantería. Cuando lo adquirí no
sabía que estaba pagando por un proyecto muy comercial. Ya había oído que las
editoriales se decantan por las historias contadas por un gran equipo. Las
novelas ya no son una obra individual, ahora se reúne un grupo de personas que
analizan todos los aspectos socioculturales, además del comercial y nos venden
lo que quieren. Sofía Piace era la autora de tres novelas que estaban causando
revuelo. “No, joven, llévese esta de la Piace, se está vendiendo como pan
caliente, además acaba de ganar un premio literario muy importante”. No debí
hacerle caso a aquel hombre que actuaba de buena fe, pero que no había leído lo
que me recomendaba. Como me estaban mirando con curiosidad una mujer con su
hija, me preocupé por guardar las apariencias y acepté. Pagué el equivalente a
tres menús del día y pensé que no solo de pan vive el hombre y que si me
recomendaban el libro era por algo. Cogí mi vuelta y me marché. Leí el prólogo de
nuevo y un remordimiento me hizo pensar con nostalgia en mis tres comidas
perdidas. Siempre tratamos de convencernos de que invertir en libros es muy
bueno, aunque después nos decepcione el autor.
No volví a abrir el libro
hasta el sábado. Mariana llegó a visitarme. Le preparé su comida preferida y
puse la mesa. Le gustó todo, pero más el postre. Por lo regular, es constante
en sus gustos y opiniones y es muy predecible, por eso la entiendo bien y nos
acoplamos en muchos aspectos. La miré con su vestido de flores tan bonito y le
dije que era una lástima que no saliéramos a algún sitio. Le insistí bastante,
pero cuando noté que era inútil, desistí. En la sobremesa me habló de unas
novelas que la habían intrigado. “Sabés, flaco, me han dicho que La novia
napolitana es una obra de lujo, che”. No me pude contener y le dije que la
había comprado. Me la arrebató de las manos y comenzó a leerla en voz alta.
…El cadáver de la mujer
estaba en descomposición, la pobre había muerto torturada y había sufrido
mucho. La inspectora Mónica Di Mora sintió vértigo al ver el rostro de la
muerta…
Conforme iba leyendo, Mariana,
se iba desfigurando su rostro. Se enfadó muy pronto y, sin poder contenerse,
arrojó el libro al suelo. “¿Pero qué tipo de escritor se atreve a describir
este sadismo? ¿No podía haber pensado en otra forma de asesinato? Si para
descubrir a un asesino psicópata, no se necesita empezar una obra así. ¡Que le
den, a esa Sofía Piace!”. Mariana es de aquellas personas que si le gusta una
opinión la hace propia. Le había comentado alguna vez que Chandler en sus
consejos para la escritura de novelas policiacas había recomendado no recurrir
a las sectas, ni la mafia, ni mucho menos, a los seres del más allá porque eso
era un recurso muy barato y cómodo que cualquier escritorzuelo podía emplear.
Las grandes obras, decía el famoso autor, deben contener el mínimo de
sospechosos, regirse por la lógica, mantener la intriga y la trama debe ser
original. Habíamos descubierto en el primer capítulo que la Piace solo se
aprovechaba del morbo que sentía el lector para seguir con su historia. No
comentamos más esa noche, pero pronto habría un escándalo provocado por la tal
Piace.
Salimos a pasear un rato
para tomar un poco de aire y al volver nos echamos en la cama, hablamos de
nuestros planes para las fiestas de fin de año y nos dormimos. A la mañana
siguiente desayunamos y nos despedimos. Mariana estaba preparándose para una
entrevista de trabajo y la consumían los nervios. A mí me iba como siempre en
la oficina, lo único desagradable era que, por falta de presupuesto, la empresa
no nos daría aguinaldo. “No habrá dinero suficiente para fin de año. Estamos en
números rojos”. Se vinieron abajo mis planes y salí un poco enfadado esa tarde.
Me fui a dar una vuelta por el centro. Le compré a Mariana unos dulces
tradicionales que elaboran artesanos y que son muy ricos. Llegué a su casa. Me
abrió su madre que no era muy cordial conmigo y la llamó. No me invitó a pasar,
dijo que su madre estaba haciendo unos patrones de ropa y estaba de muy mal
humor, así que lo mejor sería no provocarla con nuestras charlas de siempre.
Tampoco quiso darse una vuelta conmigo. Me fui a ver una película y cuando
terminé de verla me fui a mi casa, en lugar de encontrarme con Francisco y preparé
la cena. Puse la radio y escuché a mis anchas la música que no soporta Mariana.
Estuve tarareando canciones de Police, George Michael, Depeche Mode y otros. De
pronto, vi tirado el libro y lo puse en la mesa, pero sentí la necesidad de
continuar con la lectura. A veces hay cosas que despreciamos, pero por pura desidia,
aburrimiento o una actitud absurda, seguimos haciendo lo inútil e improductivo.
Eso me pasó en ese momento, me senté en el sofá y empecé a leer.
Descubrí que la popular
escritora italiana tenía el estilo de un guionista, que usaba los elementos de
las series de televisión y sabía qué cosas repulsivas despertaban el morbo. La
novela me pareció muy floja y no era lo que decían los famosos que la
recomendaban. Pensé en la cantidad de publicaciones basura que aparecen cada
día en la red y me dije que la escritora solo quería ganarse la vida como todos
los demás. Lo malo es que busqué información sobre ella y no había mucho. Era
un ama de casa, divorciada con dos hijos que mantener y no tan joven. No había
ni fotos ni una breve biografía. Pensé que todos tenemos derecho a ganarnos la
vida de forma honesta. Una cosa era que no me gustara su novela y otra que no
tuviera derecho esa mujer a vender sus libros como quisiera. Recordé que me
habían dicho algo sobre su premio. Si, en efecto la habían nominado para uno de
los premios más prestigiosos, pero el jurado apenas lo iba a desvelar.
Precisamente ese día lo anunciaron. “¿Ya has oído lo que dicen de la Piace?”—me
preguntó Mariana. Le dije que no sabía nada y me colgó dejándome la tarea de
leer la noticia. Ésta no era muy buena porque había desatado una polémica en la
opinión pública. Resultó que la famosa escritora no era tal. Primero, no era
mujer, luego, no era una persona, sino dos y, al final, se había presentado un
par de tipos para recibir el mentado premio. Impostores, mal nacidos,
farsantes, decía la gente indignada.
Le pregunté a Mariana su opinión y me dijo que
era normal, que estábamos rodeados de farsa en el país y que eso se estaba
convirtiendo en un hábito de la sociedad. “De qué te sorprendés, si todos
llevamos una careta, un antifaz que no deja ver nuestro verdadero rostro”. Era
cierto, vivíamos en la farsa. Los políticos, los periodistas, los presentadores
de la tele, los locutores, muchos escritores y casi toda la gente fingía. Eran
muy pocos los que se preocupaban por decir la cruda verdad y por lo regular se
les aislaba y sancionaba por no ir al ritmo de la modernidad. A mí me daba lo
mismo lo que hicieran esos dos tipos con sus libros, lo malo fue que corrieron
mares de tinta sobre el suceso y era imposible evitar hablar de ello. En
realidad, la idea no era mala y las condiciones sociales habían dado la pauta
para que se diera un fenómeno tal. Las mujeres que estaban haciendo un esfuerzo
enorme por ganarse sus derechos se sintieron ofendidas cuando supieron la
verdadera identidad de la Piace. Muchas librerías tiraron cientos de ejemplares
de La novia napolitana a la calle. Todos hablaban de lo políticamente
incorrecto.
Mariana llegó desolada,
no le habían dado el puesto por el que tanto había sufrido. “Me faltaron dos
puntos, che, ¿te imaginás? Dos miserables puntos y un año de mi vida echados a
la basura”. Traté de consolarla, pero era imposible. En esas situaciones lo
mejor es desahogarse, sacar toda la furia de dentro y evitar los pensamientos
optimistas. Terminamos en la cama y cuando ella se calmó me dijo que necesitaba
desconectar del mundo. Nos pasamos tres días como autómatas, dejando que sus
frustraciones se fueran desvaneciendo. Falté dos días a la oficina y me
pusieron una multa. No me importaba porque era imprescindible el bienestar
psicológico de mi novia. Se calmó y quedamos de inventarnos algo para seguir
adelante. Un fracaso puede ser el principio de algo nuevo.
—Oye, ¿recordás lo que
dijo aquel escritor inglés sobre los fracasos en la narrativa?
—¿Cuál?
—Ese que dijo que cuando
un escritor novato fracasaba en todos los géneros, se aferraba al erotismo como
último recurso para salvarse…
—Ah, sí, pero no era
inglés, era americano.
—Bueno, pues ¿lo
recuerdas o no?
—Por supuesto, pero a qué
viene eso ahora. ¿No estábamos hablando de tu próxima intentona?
—Si, pero creo que
podríamos probar otra cosa.
—¿Cómo qué?
—Pues, escribir.
Mariana y yo habíamos
asistido los domingos a talleres de narrativa y siempre nos habían devuelto los
textos, jamás logramos en tres años escribir algo bueno, ni siquiera aceptable.
No sabíamos si éramos malos alumnos o simplemente estábamos en la época y lugar
equivocados. Mariana dijo que debíamos intentarlo, que cualquier cosa era
aceptable si se trataba de mejorar nuestra alarmante situación. Le dije que ya
había demasiados fracasados que habían atiborrado de basura la red. “Pero
nosotros seremos diferentes, Che, ¿no te das cuenta?”. No sabía cómo hacerlo.
Le dije que ya estaban allí Anaís Nin, Margarita Duras, las Lauren con su Bello
Bastardo, Sylvia Day y, hasta Xaviera Hollander. Esa no, dijo Mariana enfadada,
esa solo hace confesiones de su vida privada e inmoral. Empecemos con algo, me
ordenó dándome un cuaderno y un bolígrafo. A mí me había tocado ser el escribidor
o escribiente y tenía que hacer los diagramas, listas de vocabulario y todo lo
necesario para los cuentos que escribíamos. Repasamos los cientos de libros que
habíamos leído y llegamos a la conclusión de que Fanny Hill, Las confesiones de
una abuela rusa, La historia de O, Grushenka y muchas más obras pertenecían a
un pasado muerto. Lo moderno es impactar, ser lo más directo posible, no
obstruirle la imaginación al lector con palabras difíciles o metáforas que lo
alejen de sus instintos y deje la lectura.
Acepté todas las propuestas
de Mariana con la seria convicción de que fracasaríamos. Nuestro seudónimo era
Tafari, sonaba bien y su significado era “La que inspira pavor”. Nos reímos
pensando que, en efecto, así sería, que nadie querría leer nuestras historias.
Poco a poco fuimos inventándonos la trama. Cosas como una habitación en Roma o
las sombras de Gray y, a pesar de que ésta última ya era una historia muy
estúpida decidimos bajar aún mucho más nuestro nivel. Creo que lo único bueno
que nos dejó ese libro que escribimos fue la agradable experiencia de
redescubrirnos, pues para cada capítulo era necesario meternos en la cama y
describir de una forma muy guarra lo que hacíamos. Experimentamos hasta el
dolor. A veces terminábamos satisfechos, pero la mayoría de las veces sentíamos
un fuerte rencor. Nos dirigimos a una editorial de tirajes pequeños y a la
semana ya teníamos nuestro cien ejemplares listos. Tramitamos todo lo que era
necesario para los derechos de autor y nos gastamos hasta el último céntimo.
Pasó el tiempo y no vendíamos
nada. Nuestro libro permanecía en una librería muy concurrida entre las
novedades y solo nos acarreaba molestias. Teníamos que pagar una cuota porque
lo mantuvieran allí. Nadie quería hacernos una reseña o una crítica. Decidimos
mantenerlo una semana más, pues como decía Mariana, ya le habíamos invertido
bastante tiempo dinero y esfuerzo como para darnos por vencidos. Al final, se
vendió solo un ejemplar y lo dejamos por la paz. Era casi imposible que se
vendiera otro, pensamos.
Cuando nos habíamos
olvidado por completo de aquel gran error, un hombre nos contactó. La llamada
la cogió Mariana que era quien había tenido más tiempo y había dejado sus datos
en todos los registros. “Oiga, queremos acordar con usted la venta de su libro—le
había dicho aquel editor tan amable—. Solo queremos proponerle unos pequeños
cambios”. Lo llevaron a la redacción y un corrector lo pulió, le cambió algunas
expresiones demasiado coloquiales, nos propuso nombres más adecuados para los
personajes y una portada realmente buena.
No tardó en venderse la
primera tanda de mil ejemplares. Un periodista, amigo de la casa editorial nos
hizo una gran reseña y las ventas aumentaron. “Lo más importante es que hagamos
de su Afari una dama misteriosa”. Nos pusimos muy contentos cuando empezamos a
recibir los dividendos. “Ahora sí, flaco—me dijo ella—, no tendremos que estar
buscando empleo ni pidiendo limosnas, ¿por qué no renuciás, che? Esto nos va a
dejar una buena plata”. Traté de decirle que al principio sacaríamos dinero,
pero en unos meses la gente dejaría de comprar el libro y tendríamos que seguir
con la siguiente novela. Ella pensaba que lo haríamos muy fácilmente, pero le
expliqué que para ser originales con la segunda parte de la saga habría que ser
muy intrépidos. Me propuso buscar algún club de gente aficionada al sexo
grupal. “Buscáte un club de suingers o lo que sea, tenemos que ir a ver qué
hace esa gente”. Hizo oídos sordos a mis explicaciones y advertencias. Le dije
que si íbamos tendríamos que participar y yo no deseaba en absoluto vivir esa
experiencia. “Hacelo por el libro, che. No va a pasar nada”. Acepté a
regañadientes y contacté con un hombre que organizaba por las noches en una
cancha de baloncesto sus encuentros. Llegamos a la hora y encontramos gente de
todo tipo. Había quien ya se conocía y las conversaciones eran amenas. Se nos
acercó un hombre flaco que no le quitaba la mirada a Mariana, iba con su amiga,
compañera o mujer, no nos lo dijo. Se requería de mucha prudencia y estaba
prohibido decir los nombres reales, pedir teléfonos y llevar una conducta
inadecuada. Sonó una campana y la gente empezó a reunirse en grupos. Nos llamó
el flaco ese, pero me llevé a Mariana lejos de ese pervertido. Nos encontramos
de pronto con una pareja y nos indicaron que podíamos desnudarnos. Me costó
mucho trabajo despojarme de la ropa y lo primero que hice fue abrazarme a Mariana,
pero el hombre dijo que tenía que hacer el amor con su mujer. Prefiero no
contar lo desagradable que resultó todo. Al menos para mí esa experiencia fue
traumática, sin embargo, Mariana se puso a analizar todo. No sé cómo logró ser
tan insensible a lo que sucedió, pues mientras yo me excusé diciendo que no
había llevado ningún estimulante, ella sí que aceptó todo lo que le
propusieron. Lo peor vino después.
“Ya está, che. Estoy
lista. Escribamos, ya”. Fue horrible describir lo que ella contaba con tanto
gusto y detalle. Me puse celoso y me negué a continuar, pero ella dijo que era
por el dinero y que si queríamos seguir vendiendo historias tenía que
aceptarlo. Terminamos en una semana la historia de Afari en la jauría. Nos felicitó
el editor. “!Pero qué historia tan convincente! Si no me aseguraran ustedes que
esto es producto de su imaginación, pensaría que participaron realmente en una
cosa así”. Es exactamente lo que la gente estaba esperando. Sigan así y tendrán
garantizado el éxito este año. A mí no me hizo la mínima gracia aquella
opinión, por el contrario, me imaginé que tarde o temprano tendríamos que
revelar quién era esa famosa Afari y nos reconocerían. Tal vez hasta nos
echarían la bronca. Le supliqué a Mariana que parara, pero ella estaba
enajenada. Descubrimos lugares extravagantes y cuando se publicó la cuarta
novela decidí alejarme de ella para siempre. Cogí mis cosas, pagué el último alquiler
y me fui a otra ciudad sin decir nada. Encontré un empleo y me dediqué a llevar
la modesta vida rutinaria a la que estaba acostumbrado.
Un día al salir de un
centro comercial me encontré a Francisco. “Pero, mira a quién me he venido a
encontrar…¿Qué tal estás Federico? ¿Has venido con Afari, es decir, con
Mariana?”. No entendí lo que me quería decir y entonces me puso al día. Era que
Mariana había salido del armario y la gran comunidad femenina la había apoyado
muchísimo, la ponían como ejemplo para criticar la usurpación de la Piace.
“Ésta sí que es escritora y no anda escondiéndose por allí como esos maricones
de mierda”.
Quedé desecho. La noticia
no me gustó nada. Me dio gusto que Mariana por fin hubiera encontrado una forma
de ganar dinero, pero el precio era muy alto, sobre todo si se tomaba en cuenta
que siempre había compartido conmigo sus principios morales. Ahora la cegaba la
fama y el dinero y no tenía ningún reparo en confesar sus aventuras sexuales.
“El fin justifica los medios, che, tenés que aceptarlo”. Tanto como aceptarlo,
no pude. Más bien me resigné y traté de no pensar en ella, sin embargo, era
imposible no ver su nombre en la prensa, en los anuncios publicitarios, en la
televisión o en las redes sociales o los canales de vídeo. Me hice de nuevo la
pregunta que siempre me había quitado el sueño. ¿Y si todos estamos destinados
a ser impostores en nuestra sociedad? Al final cada uno de nosotros era un
impostor, un embustero que mostraba una máscara ante la sociedad y en la
intimidad destapaba su rostro desfigurado. Miles de retratos de Dorian Grey
descomponiéndose en el lienzo mientras nos veían presentables en nuestro
trabajo, en el círculo de amigos, en la familia, en la iglesia, en cualquier
lado menos en la intimidad de nuestro dormitorio. Hay quien tiene fuerza de
voluntad para oponerse a la farsa y trata de mantenerse en su actitud seria y
responsable, pero el ataque ideológico hace ceder a la mayoría. ¿A quien no le
gusta el dinero fácil? Todos quieren mucho con poco esfuerzo y si existe esa
posibilidad por que matarse con la filosofía o la ciencia.
Me llamó Mariana, estaba
en la ciudad y me dijo que Francisco le había dado mi dirección y teléfono.
“Pero, che, ¿cómo vas a negarte? Eres parte de todo esto y me has dejado
tumbada y sola. Tienes el compromiso de cargar con esto. Iré a verte, ¿sabés? Y
no aceptaré excusas…”. No sabía qué hacer. Me remordía la conciencia y me
enfurecía mi situación. Habría querido ser como esos asesinos en serie que no
experimentan emociones y decir que no, pero Mariana había dicho la verdad y si
eso no me gustaba era mi problema. Traté de imaginarme qué sucedería si me
negara y decidí que mi vida siempre había sido austera y con grandes urgencias
de dinero. Llegó a las tres de la tarde. No la reconocí. Llevaba ropa de marca,
un nuevo peinado, se había hecho una cirugía plástica, llevaba tatuajes y
hablaba con mucha seguridad. Lo primero que hizo fue besarme como antaño.
Enrojecí y se despertaron en mí los recuerdos. Luego, me dijo que no podía
soportar mi ausencia, que gracias a la decisión que habíamos tomado lo tenía
todo. “Debés estar a mi lado, che, no podés dejarme todo a mí, no seas boludo”.
Era verdad, no la podía traicionar. Una cosa era que me aferrara a mis
principios y otra que la dejara sola acarreando todo ese cochambre de la gente.
Estuvimos conversando muchas horas. Se quedó a dormir y al día siguiente
recibió una llamada. Tenía una presentación en una casa editorial. “No voy a ir
sola está vez. ¿Lo oís? Anda, vení, que tenemos que ir a comprarte un buen
traje. Hoy será tu presentación, ya verás que giro dará nuestra historia. Le
diré a todo mundo que juntos inventamos a Afari y que vamos por la quinta
novela”.
La noticia fue en verdad
sensacional. Todo mundo nos aceptó y las criticas en las revistas y periódicos
solo despertaron la curiosidad de la gente. Las ventas de la novela se
dispararon y comencé a llevar la vida lujosa que siempre había deseado. Me
sigue remordiendo la conciencia y muchas noches no duermo, pero cuando nos
traen fotomodelos a casa para que Mariana y yo nos inspiremos, se me olvida
todo.