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lunes, 23 de junio de 2025

900












Carl Smith—Encontramos una parte del barco casi intacta, fue un milagro que el cuerpo no saliera volando en pedazos. Me avisó John. Cuando lo vi, estaba encogido abrazando un disco. Sin rastros de sangre y vestido de marinero. El forense dijo que seguramente la muerte había sido producida por un paro…, ya sabe el corazón no resistió la onda expansiva de la explosión. Pobre tipo.

John Brown—Acudí por petición de un vendedor de anticuarios. Llamó a la comisaría y dijo que había un hombre en peligro de muerte. Acudí al lugar un poco antes de la explosión y vi al trompetista tocando muy tristemente una melodía suave. Cuando tocó la última nota explotó el barco. Caímos con fuerza y Max se puso a llorar. Creí que se había lastimado, pero su llanto no era de dolor físico. Luego me contó toda la historia y nos acercamos a lo que quedó de la embarcación, se había pulverizado, sin embargo, vimos un camarote que había sido catapultado por arte de magia. Corrimos hacia allí y vimos que había alguien.

Capitán del trasatlántico—¡Claro que lo conocí! Me habían asignado el Viginian después de la jubilación del capitán Sanders. Me sorprendió mucho su historia, que me pareció una patraña, pero Danny Buckman, su padre adoptivo, me lo contó todo. Le di a Novechento el grado de Alférez de fragata como reconocimiento al prestigio que le había dado al Virginian, ¿sabe? Era como la marca personal de nuestro barco. Le habría dado un premio por su música, pero no tenía los poderes de la Academia…bueno, usted me entiende. Ojalá y se hubiera quedado en tierra cuando tuvo el encuentro con aquella chica. Bueno, si me perdona…Tengo mucho que hacer. Buenos días.

Danny Buckman— Yo era carbonero, salía poco de la caldera y deseaba siempre llegar a América para disfrutar de lo que teníamos en Europa. Cerca del puerto de Nueva York lo teníamos todo. Nos encantaban los bares y los “Lugares de esparcimiento”—era así como le decíamos a los burdeles. Tomábamos baños, comprábamos ropa nueva y nos íbamos a divertir. ¡Buaah, buaah! Todavía recuerdo cómo disfrutábamos con el glug-glug de las botellas y los besos de aquellas chicas. ¡Esos eran buenos tiempos! ¡Sí, señor! Bueno, el caso es que una vez estaba un poco enfermo y no bajé del barco, fui a revisar unas válvulas y cuál sería mi sorpresa cuando vi a un bebé en el suelo. Corrí a buscar a sus padres, pero nadie lo reconoció como suyo. Se lo comuniqué al capitán Sanders y lo reportamos a la policía, pero ¡Nanay, nadie nos lo reclamó!!Yo no sabía qué hacer! Le pedía ayuda a todo mundo, pero cuanto más imploraba, más solo me quedaba…Pasó el tiempo y me encariñé con él. Era un niño enclenque, débil, pero en sus ojos se notaba la curiosidad. Le gustaba dormirse en el gran salón y fue allí donde empezó a tocar. Primero imitaba a Charles el pianista del barco. Pero, no me lo va a creer. A los seis años ya tocaba todos los villancicos y cuando se enfermó una noche Charles, el muy diablo se sentó a tocar para los pasajeros y dejó a todos con la boca abierta. Pronto Charles se negó a competir con el niño Mozart y Novechento tocó desde esa edad hasta que al Virginian le llegó el desguace. Lo demás ya lo sabe.

Max Tooney— Soy trompetista, conocí a Novechento en 1920. Toqué con él y nos hicimos muy buenos amigos. A decir verdad, es el mejor amigo que he tenido y con quien más me he identificado. Era para mí, más que un hermano. Lo pasé todo con él. La pasión por la música, la creación, la decepción, la sorpresa…ya sabe, todo lo que experimenta un músico… Pero hay dos cosas que marcaron nuestra vida y, podría decir que lo transformaron por completo. La primera es la gran victoria en el duelo de pianistas. En el salón del Virginian se llevó a cabo el duelo más grande del mundo. Se enfrentaron el desconocido mundialmente, pero no menos talentoso Novechento y el mismísimo Roll Morton pianista brillante y supuesto creador del jazz. Eso daría para un libro, una película y un monumento a la música en el mismísimo centro de Nueva York. Todos los asistentes a esa confrontación recordarán con emoción y euforia ese día. Novechento empezó como acojonado por el presumido gorila que lo despreció desde el principio, pero cuando ya no teníamos esperanza en que ganara…!Joder, solo recordar la cara del mono, me hace disfrutar de nuevo ese triunfo! ¿Sabe? Novechento había repetido una melodía de Roll y éste decidió darle una lección, se puso a tocar sus mejores notas de la forma más rápida que podía y al terminar le dio una colilla de cigarrillo que el arrogante gorila había puesto en el piano al empezar su improvisación…Fue entonces cuando sucedió el milagro. Novechento escupió, cogió un cigarrillo apagado, lo puso en la tapa frontal y empezó a tocar la famosísima “Enduring Movement”. No lo va a creer, pero cuando terminó lleno de sudor, recobró la consciencia, porque estaba poseído, y abrió el piano, se acercó a las cuerdas agudas que estaban al rojo vivo y encendió el cigarrillo, la gente volvió de su letargo hipnótico y Novechento le puso al mono el cigarrillo en la boca: “Fúmate esto—le dijo—. Yo no fumo”.

—Muchas gracias por toda la información, Max. Había pensado en entrevistar a Morton, pero creo que no le gustaría recordar aquella mala experiencia. Por cierto, no me ha dicho nada del disco que tenía abrazado Novechento.

—Ah, pues es que le propusieron grabar su música. Él lo hizo, pero luego me dijo que no quería que se comercializara su música. Cogió el disco y corrió detrás de una chica que le había gustado, pero no la logró alcanzar. Ella desapareció y Novechento se marchitó con su recuerdo…


miércoles, 4 de junio de 2025

La Pili, esa


 Un inspector con una gran lupa, entró apresuradamente. A unos pasos estaba un hombre de aspecto muy gracioso que se sorprendió mucho de ver a un detective irrumpir de forma tan abrupta. Lo siguió imitando sus movimientos hasta que el inspector se detuvo frente a una mujer tumbada en el piso.

—Es un cadáver— dijo, mirando hacia el frente como si se dirigiera al público.

—Sí, en efecto, es una mujer muerta— exclamó muy alto el hombre gracioso.

El inspector se giró muy espantado, tratando de disimular su espanto.

—Y ¿quién demonios es usted? —preguntó mirando a través de la lupa la nariz del tipo.

—Soy José Grimaldo, el marido de esta mujer que ve aquí.

La mujer yacía, pero tenía de vez en cuando convulsiones que llamaban mucho la atención del inspector.

—¡Usted la mató! ¿Verdad? Se le nota a usted que es un asesino. ¡Queda arrestado!

—Pero, ¿quién es usted para arrestar a nadie? —le esputó con un gesto vulgar, mostrando la lengua y golpeando la lupa.

—Soy Arsénico Lupillo, el investigador privado más caro de esta ciudad, y a mucha honra.

El inspector comenzó a pavonearse, dirigiendo de nuevo su mirada al horizonte. De pronto, la mujer se comenzó a agitar en el piso.

—¡¿Pero qué demonios le pasa a esta mujer cadáver?!—gritó tratando de apaciguar inútilmente los fuertes movimientos de la mujer que no paraba de agitar las manos y los pies.

—¡Ah! ¡¿Le da miedo, inspector?!— dijo carcajeándose José Grimaldo—. ¡Ha de saberrrr…que mi mujer era epiléptica! Era tan epiléptica, tan epiléptica que dejaron de llamarla Pilar y la apodaron Ehpilesia. Así le decían todos. Ehpilesia pacá, Ehpilesia pallá. Hasta yo que la quería mucho le decía de cariño Mi Ehpi.

—¡Eso es irrelevante!!Confiese! ¿Por qué la mató?

—Pero, ¡qué dice usted, inspector! Mire, un día me tuve que ir a una isla para ocultarme de mis perseguidores porque…bueno, usted ya sabe…cosas de hombres, por dios, ¿me entiende verdad? Pues, eso dejó una profunda huella y Mi Ehpi, que recibió una carta mía en la que le decía que yo había muerto y desde aquel instante guardó luto por mi memoria, sin embargo, como ya sabe, las cosas cambian en la vida. Fui rescatado y homenajeado por sobrevivir más de tres años en una isla completamente deshabitada, rodeada de tiburones, más terrible que Alcatraz, en fin, no le haré una descripción con detalles. El caso es que me erigieron un monumento en plena Plaza Mayó, me dieron un montón de dinero y me ofrecieron un trabajo en el gobierno. Y ¿qué fue lo malo de todo esto? ¿No lo sabe? ¡Ah!!No ponga esa cara de zoquete! Pues, muy fácil, me vine a ver a mi querida Ehpi, pero nada más entrar ella sufrió un infarto, o mejor dicho, un ataque epiléptico tan fuerte, pero tan fuerte que terminó en infarto y ahora mírela…—con ojos asombrados José Grimaldo vio cómo su esposa se ponía de pie.

La mujer se abalanzó sobre el inspector.

—¡Por favor!!Por favor! Haga que este desgraciado vuelva allá de donde ha venido. Es un ingrato mentiroso. Casi me muero por su culpa. Además, ya no lo puedo aceptar en mi casa porque estoy comprometida.

En ese momento se volvió José Grimaldo que miraba con disimulo el piso para desentenderse de las palabras de su esposa, pero al oír la palabra “comprometida” no se pudo contener y saltó sobre ella.

—¡Ah!!Desgraciada!!Si ya lo sabía yo!!Qué golfa eres!!Esperabas que me ausentara para ponerme los cuernos!!Te voy a matar!

Seguidamente la cogió del cuello y comenzó a zangolotearla y ahorcarla. El inspector con mucho esfuerzo pudo contener al hombre que, fuera de sí, vociferaba y echaba espuma por la boca. Le dio un golpe en el rostro y la nariz de plástico que llevaba puesta salió volando.

—Pero, ¿qué me ha hecho? ¡Inspector del demonio! ¡¿Sabe cuántos litros de vodka me ha costado esta nariz?! ¡No tiene ni idea de lo difícil que es beber sin control, solo para tener un instrumento de trabajo que le permita a uno ganarse la vida de forma digna!

El inspector trató de recuperar la nariz, pero la mujer la cogió y echó a correr, Ehpi corría sin parar hasta que, de pronto se puso la nariz, se despojó de su peluca, se quitó el vestido y se acercó a José Grimaldo que temblaba de terror.

—¡Bien! ¡Ahora te toca a ti ser Ehpi, desgraciado!!Ahora sabrás quien lleva la nariz en casa!

José Grimaldo, obligado por la mujer que ahora tenía el aspecto de un hombre fornido, se puso el vestido, la peluca y comenzó a hablar con voz aguda.

—¡Perdóname, querido! Te juro que yo no quería serte infiel. Pero, me abandonaste y dejaste este cuerpecito a merced de los lujuriosos hombres que me rodean. Mira, si quieres castigar a alguien por mis debilidades debes castigar a este hombre que es el culpable de todo y, señalando al inspector con el dedo índice gritó:

“Él, él es mi amante. Me dijo que tú jamás regresarías y desconsolada me acurruqué en sus brazos y el abusó…Y no solo una vez, ¿sabes? Cada tercer día venía a consolarme, a decirme que tu recuerdo debía desaparecer y entonces me besaba y..y..y…”

Empezó una gran trifulca y los tres personajes salieron por una gran puerta, detrás de ellos se oyó una ovación y una bandada de aplausos llenó la carpa.

jueves, 22 de mayo de 2025

La estocada

 

Francisco Gamboa estaba soñando. Era un joven novillero que estaba a punto de hacerle la faena a un tal “Remolinete”. Lo había visto ya, pero no lograba adivinar qué relación tendría aquel escuálido becerro venido a más con ese apodo tan poco común. Se apretó los machos, sentía la taleguilla un poco holgada, pues su madre en el afán de consumar los sueños de su hijo, le había comprado un traje de segunda mano que había llevado con gloria un banderillero. La chaquetilla le quedaba mejor, pero al verse así, remandado y con sus cacharros apretados al pecho siendo mulato, pensaba que todo era una falsedad, por no decir broma. Respiró profundamente y escuchó los consejos de su tío:

“Mira, Paquito, ese bicho eta como una cabra, embijte con fuerza y luego sarta, así que teng mucho cuidao cuando use el capote, ¿entiende?”.

En efecto el torito era un demonio saltarín que se enredaba con el capote y al llegar a la muleta se lo llevó en el lomo y los pocos curiosos que veían su debut no pudieron controlar la risa. Paquito se levantó y con determinación ajustó sus movimientos y calculó la distancia, bravura y empuje del animal y comenzó a domarlo con carácter. Eran uno en un baile dirigido por el temprano Mulato Gamboa que llenaría las plazas. La gente decía con orgullo:

“¿Ve a ese negro? Pue sho lo conocí cuando se hizo torero, fue con una vaquita que se enamoró de e¨”.

Francisco se vio frente a Lucía que lo llamaba torero. Él no se pudo resistir y la besó, le prometió que cuando llegara a “Las Ventas” en Madrid, se casarían. Se fueron aclarando las imágenes de su boda, la Luna de Miel, los viajes, los primeros triunfos y la gloria. Vio como pasaban de nuevo los días frente al altar de La Virgen de la Esperanza Macarena, ella con aquella expresión de llanto, rogándole que fuera cuidadoso con los bichos, y él maldiciendo que cada vez le mandaran animales más peligrosos. Entonces lo vio allí, era El Castaño, fuerte, inmisericorde, leal a sus principios básicos de dios del campo. Su mirada negra le recordó la batalla. Fue con él con quién casi se queda capado. Ya el cuerno le había traspasado el brazo, luego el doble giro en el aíre y, al caer, el muslo. Estuvo a punto de morir. Los días de recuperación, las pesadillas y aquella duda que no pudo disipar hasta que lo ayudó Lucía. “Lo ve, mi amo ´, todo e´tá como siempre”. Era verdad, seguía siendo ese macho salvaje en el lecho, pero el conservar su virilidad lo llevo a subir la cuesta de la fama con rapidez, sin embargo, el camino torcido de su mente lo hizo bajar precipitadamente por la pendiente de la demencia. ¿En qué momento perdió la luz? Le preguntó a su amante americana Jane. Sí, sí, era verdad ella fue la perdición: caprichosa, vulgar en la intimidad, rencorosa y frívola. Ella era peor que cualquier toro. Las bestias al menos te anuncian su traición y lo sabes, te arriesgas y gana el más diestro, pero con las hembras no es así. ¿Cuánto dinero le invirtió? ¿Cuántos desprecios tuvo que soportar para demostrar que no era un negrito de pueblo? Pero al final, nunca pudo librarse de la desconfianza que le provocaban sus miradas. Ella era descarada y no tenía reparo en salir con cualquier blanquito que le gustara. Dios es testigo de que lo había soportado todo.

Mulato Gamboa empezó a salir de su sueño. Lo primero que vio fue el techo. Sintió el dolor de la resaca, mareo y una leve náusea. Se giró y no pudo dar crédito a sus ojos. Allí estaba Jane inerte con una espada atravesada en el pecho. Se le heló el alma, pero la duda lo aplastó. No sabía si seguía durmiendo. Levantó por los hombros el níveo cuerpo frío. Tenía una sonrisa sarcástica, esa que siempre sacaba para hacerlo enfurecer. Pero, ¿qué había pasado? No lo pudo recordar. La última imagen que se había quedado era la de esa mueca burlona y luego el telón negro. Vacío, oscuridad y silencio. No la lloró, la miró decepcionado. Muerta le parecía una muñeca de plástico con la espada de El Castaño su contrincante y cómplice. En extremo blanca, insípida, sin gracia, con sus caderas amplias, pero con olor a pollo. Trató de reconstruir la noche anterior. Empezó con la cena, la discusión de siempre.

“Regrésate, Negrito, vete a tu casa para que tu mujercita te reproche estar conmigo. Yo me puedo acostar con quien se me dé la gana, mientras tu solo vives de las migajas que dejan los otros…”.

Recordaba que habían salido del restaurante, ella pavoneándose como siempre, mostrando quien era la dueña del matador más popular, al cual tenía de esclavo. Él con la cara en alto, sufriendo en silencio las críticas de los mirones, luego los tragos de alcohol que lo fueron sumiendo en un estado de insensibilidad o, más bien de control forzado. No había desorden, solo dos botellas de Whisky tiradas en el suelo. Miró a Jane y le preguntó: “¿Fue por eso? Dímelo, ¿fue porque te dije que eras una escoria y te pusiste a alardear de tu fama y éxito? ¿Qué me dijiste para que reaccionara así? Viva, me jodiste y ahora muerta serás peor. Se quedó sentado, inmóvil, desconectado por completo. Levantó el teléfono, pidió que lo comunicaran con la policía y dijo: “Soy El Mulato Gamboa, he matado a Jane Page, no se lo digan a mi esposa…”.

lunes, 19 de mayo de 2025

Exit

 

Exit

Elery miró con atención a Eduard Redmyne y le preguntó si se confesaba culpable.

—Por supuesto, inspector, está de más confesarlo porque usted ya sabe toda la verdad.

—Así es, mi querido amigo, pero hay algo que todavía no ha dicho y…

—¿Se refiere a lo de la puerta?

—Digamos que sí, creo que fue una forma de acelerar las cosas, ¿por qué tenía tanta prisa de que le encontrara?

—Le parece banal, ¿no? Pero ha de saber que fue un chispazo de buen humor, una broma del destino que me llegó que ni pintada. Me pareció gracioso dejarle esa pista en el párpado. ¿Sabe? Era absurdo que esa pegatina se encontrara allí: en el lugar y momento precisos. La cogí y se la pegué en el ojo, y me dije, que busque en esa jodida mente retorcida, que…

—Bueno, eso es divertido, pero lo que realmente me gustaría saber es ¿cuánto tuvo que esperar para perpetrar su venganza?

—Mire, siempre he sido una persona con principios. Cuando empezaba con mi grupo, la competencia era enorme. Cada vez que hacíamos una canción, de esas que enganchan, empezábamos a buscar a alguien que nos la promoviera en una disquera, pero no nos aceptaban nada. Decían que era buen rock y que eran originales, pero no del gusto de la gente. ¡Jodidos cabrones! ¡Hubieran probado al menos! Pero a ningún estúpido se le ocurrió.

—Sin embargo, al final, lo logró, ¿no?

—Sí, sí, claro. Era un día mágico, ¿sabe? Lo sentíamos en el aíre. John el baterista levantó el teléfono y se quedó así— Eduard se quedó inmóvil con los ojos saltones y la boca abierta—. Luego se giró y nos dijo: “!Chicos, chicos! Nos aceptan Big Word. Estábamos eufóricos, locos de alegría. Ahora pienso que teníamos que haber recapacitado, pero éramos jóvenes, teníamos hambre y queríamos triunfar costara lo que costara y ese maldito ladrón se aprovechó.

—¿Pero, ¿qué tuvo que ver el gordo Dan en esto? ¿Se merecía que le hiciera eso?

—¡Ah! ¡Ese puto Dan era una mierda! —Eduard hizo un gesto de hastío y luego de su cara salió una nube verde de hiel. Se le desfiguró la cara y apretó los dientes—. ¿Sabe que cuando hicimos la audición nos aduló hasta hacernos sentir como en el puto paraíso? Van a ganar un pastón, van a ser tan famosos como los Beatles, prepárense para vivir a toda máquina, muchachitos.

—Pero ganaron bastante con él, ¿no? Por cierto, me encantan tus canciones, Eduard, tu voz es privilegiada.

—Es un don, pero a cambio Dios me quitó un trozo de cerebro. ¡Joder! ¡Si solo le hubiera echado un vistazo al contrato, lo habría entendido todo y no habría perdido veinte años a lo estúpido!!No habría tenido que andar mendigando lo que me pertenecía!

—¡Ah! ¿Te refieres a los derechos de autor?

—Sí, exactamente. Resultó que el maldito gordo se aprovechó de nuestra euforia para tramar su plan. ¡Que bien sabía lo que le había caído del cielo!!Maldito cabrón!!Ojalá y se esté pudriendo en el infierno!

La camarera que los había estado evitando, se acercó temiendo que Eduard fuera a empezar un escándalo y les preguntó si deseaban pedir algo más. Elery pidió un café y Eduard una cerveza. La camarera miró con una mirada temerosa a Elery, pero este asintió con un movimiento de cabeza.

—Eduard, pero tus relaciones fueron muy buenas con él, ¿verdad?

—¿Está bien del coco, inspector? Ese cerdo nos estuvo mareando, nos daba las ganancias de los conciertos, pero lo que dejaban las ventas de los discos se lo quedaba casi completo. Un día saqué el contrato y le dije que cambiara esa cláusula de los derechos de autoría. Lo amenacé con dejar de grabar, pero me restregó el maldito papel en la cara y me gritó:

“!Mira, estúpido cabeza hueca. !Aquí dice que todo lo que hagas me pertenece, ¿lo ves? ¡Me pertenece!¡Si los quieres de nuevo, cómpramelos!”

Inspector, estaba atrapado. Juré que un día lo mataría. Al principio solo era odio, pero la idea fue cuajando. Se fue engendrando un pequeño monstruo que al final se liberó de sus cadenas y salió a cometer el asesinato. Incluso, ahora mismo, siento como si hubiera sido ese extraño ser el ejecutor de la masacre, pero sé que fui yo mismo, estaba poseído por ese ser maléfico y cruel que se encubó durante largos años.

—Te ensañaste, Eduard, no era necesario que hicieras aquello, tantas puñaladas... Con un buen golpe de cuchillo al corazón y, quién sabe, tal vez con la pura amenaza, ese gordo embaucador se habría muerto de miedo y…el remordimiento, claro, habría sido decisivo. Todo mundo sabía que estaba aterrado por la idea de que lo liquidarás. ¿sabes? Su ayudante Jimmy y su secretaria, la señora Judy, nos lo contaron. El desgraciado Dan se escondía cada vez que alguien llegaba a su despacho y los últimos años ni siquiera iba a la oficina. ¿Cómo lograste que te recibiera en su despacho?

—¡Ah!!Eso! Pues, fue cómo engañar a un niño con un dulce. Le dije que estaba buscando una disquera para un joven talentoso que prometía. Le puse la grabación de un ensayo que me había dado un amigo al cual ayudo siempre que necesita sabios consejos, inspiración y entender la música del pasado. Se la mandé y alucinó. Me cito para el domingo por la mañana, pero qué le voy a contar, si ya sabe todo.

—Bueno, Edy, no sé qué hacer, ¿sabes? La ley me exige que te arreste y te lleve a prisión, pero el sentido común me dice que tu condena ya ha sido cumplida—Hizo una larga pausa, miró el aspecto aliviado de Eduard y le dijo: “Te interesaría una vía de escape?  Tengo una coartada…”

 

jueves, 8 de mayo de 2025

El principio del fin

Estaba tumbado en un diván. El efecto placentero de su medicina se iba desvaneciendo, dejando ver la claridad de una existencia triste. Eran días difíciles y veía cómo los recuerdos de la gloria se convertían en una estrella que se alejaba del planeta a gran velocidad. Se quedó mirando el techo y recordó los momentos más dulces de su infancia. Se vio rodeado de aquel ambiente tibio, sintió el viento fresco del verano. Recordó el sabor de aquellos sorbetes que se vendían en puestos callejeros; la gente haciendo fila; los mayores regocijándose de poder compartir aquel simple pero significativo placer. En las calles la gente, vestida con modestia, caminaba tranquila, sonriente y feliz. A pesar de todo el déficit de alimentos y riqueza material, el país era una casa donde todos eran iguales. No había diferencia ni de raza ni de credo. La amistad de los pueblos, no era un simple losung, sino un concepto aceptado y compartido por extranjeros y locales.

Por un momento se imaginó que su vida era un cortometraje de la historia, a pesar de que le habían prometido un papel estelar para quedar como caudillo libertador, por desgracia, su naturaleza de cómico no se había podido ocultar, más aún, provocó que se ridiculizaran sus opiniones. Se empezó a reprochar su ambición. ¿Para qué quería tanto dinero si la felicidad era inalcanzable?

Había soñado de pequeño con la gloria, la fama y la riqueza. No sabía si sus ilusiones habían sido la causa de tantas muertes e injusticias. Había tenido que amputarse el corazón para dejar de sentir. Era inmune al afecto, el cariño y la ternura, su avidez de poder lo había conducido a un callejón oscuro donde sus fantasmas eran los únicos que estaban dispuestos a comunicarse con él.

Le pidió a uno de sus subordinados que prepararan todo para salir del escondrijo. Le advirtieron que era peligroso, pero hizo caso omiso de todos los consejos que le dieron. Ya estaba decidido a todo porque sus discursos sonaban vacíos, le parecía que sus mensajes en lugar de crear un efecto positivo, se revertían y le caían como un balde de agua fría. Se puso su uniforme, se recortó la barba y salió al exterior.

El día era soleado, en algunos lugares subían nubes de humo negro. La ciudad ardía y clamaba por una tregua. Era imposible dar marcha atrás. El envalentonamiento del inicio del conflicto lo había llevado a burlarse de sus enemigos y, ahora, que estaba casi a punto de capitular, no quería caer en manos del enemigo. “Ya que no puedo escapar— se decía sin reproches—, al menos que se convierta mi cuerpo en ceniza y se expanda por toda la ciudad. Dios es testigo de que mis intenciones eran buenas, sin embargo, me convirtieron en un juguete. Ahora que se ha terminado la diversión, empezará el saqueo y la repartición. Prefiero arder y quedarme sobre la tierra, que consumirme eternamente en…”.

Trató de recordar los mejores momentos de su vida. Miró al cielo y vio la imagen de sus amigos en la escuela, las largas tardes de juegos en la calle, su madre llamándolo a comer y su padre contándole las hazañas de la Guerra Patria. ¿En qué momento se torció su destino? ¿Por qué no fue más prevenido cuando le ofrecieron el poder? Era por la vida imaginaria, esa ilusión con la que los grandes pensadores del beneficio y el engaño le lavaron el cerebro. Sí, era verdad que a todo mundo le gustaban los lujos, el placer y el dominio. Es una parte intrínseca del hombre, pero ¿por qué no calculó las consecuencias? Tuvo que cometer actos horribles y los psicotrópicos no le ayudaron a aliviar la pena porque el problema era moral, así que tuvo que refugiarse en una dimensión diferente, en un lugar donde las cosas no le pasaban a él, ni a los humanos, sino a simples seres desconocidos que estaban allí para ser consumidos.

Empezó una lluvia de proyectiles. Los guardias comenzaron a temblar y gritaron que ya no había salvación. De pronto, algo explotó y el mundo se fundió como una bombilla. Todo desapareció, salvo un helado en el asfalto.

jueves, 1 de mayo de 2025

La última frontera

La última frontera

El profesor Liam entró en el laboratorio, revisó el termómetro y el barómetro, escribió en un cuaderno de registros las condiciones de presión y temperatura y se acercó a la cámara que registraba el movimiento molecular del metal que estaban analizando. Consultó en el ordenador la filmación del proceso de evolución de la última semana y se quedó muy extrañado al notar una pequeña alteración. Revisó con minuciosidad el film en velocidad muy lenta y detuvo el programa en el instante en el que había un traslape de moléculas. Hizo una captura de pantalla y la archivó. Se fue en busca de sus compañeros Anatoly y Min.

Los encontró en el comedor discutiendo sobre la dimensión del tiempo a nivel micro cósmico. Anatoly trataba de convencer a Min de que era posible revertir el proceso de envejecimiento de algunos materiales. Min, por su parte, argumentaba que era imposible ir en contra de la segunda ley de la termodinámica, que rezaba que el desorden de un sistema siempre iría en aumento, y que era imposible revertirlo para, por ejemplo, restaurar la forma anterior de un cristal roto.

—Tienen que venir a ver esto— les dijo Liam con voz autoritaria y muy nervioso.

—Pero ¿qué le pasa, Liam? !Está usted fuera de sí! — le dijeron sus compañeros al unísono.

—¡Cállense y síganme!

No pudieron hacer nada más que seguirlo. Liam avanzaba con enormes zancadas por el corredor. Cada vez iba más rápido. Empujó a un joven que se cruzó en su camino: “¡Imbécil, fíjese por dónde anda!”.

Llegaron al laboratorio y Liam les pidió que se acercaran a la pantalla del ordenador.

—¿Ven esto? —Les inquirió señalando en la pantalla una mancha de color gris oscuro.

—Sí— contestó Min—, pero es una molécula como todas las de esa llave oxidada.

—¡No, no lo entiendes!¡Mira con atención! — gritó Anatoly con los ojos exorbitados.

—¡No sé qué tratan de decirme! ¡Explíquenmelo!

—Mira, Min— dijo Liam comparando dos imágenes—, durante todo este tiempo, hemos visto que el proceso de oxidación del metal tenía un comportamiento predecible de acuerdo a la segunda ley, pero si pones atención y te fijas en la imagen de las 20: 57: 13: 00 puedes ver que una molécula en lugar de seguir la trayectoria normal, ha dado un salto hacia atrás. ¿Sabes lo que significa eso?

—Eso significa…que yo tenía razón. ¡Bien! ¡Estimado Liam, lo adoro!—Gritó Anatoly abrazando efusivamente a Liam.

Se pusieron los tres a analizar las imágenes del proceso del envejecimiento del metal, calcularon los períodos en los que podría suceder ese fenómeno del traslape e incidencia del proceso y propusieron varias formas de acelerarlo. Anatoly propuso que se cambiaran las condiciones de temperatura y se usara una pequeña carga magnética para ralentizar el proceso de degradación, se revirtiera la oxidación y se renovara el metal.

—¿Y qué piensa ahora, estimado Min? —preguntó con una enorme sonrisa Liam.

—Pues, no puedo creerlo todavía. Ha sido un shock para mí.

—¡Ya te lo había dicho, Min! ¡Y no querías hacerme caso! —le reprochó Anatoly agitando la llave como si se tratara de una honda.

Decidieron redactar un artículo sobre la reversión del estado físico de la materia. Clasificaron en primer lugar los metales y plantearon la hipótesis de que materiales como el plástico y el vidrio pudieran regirse por la misma ley. Hicieron los preparativos para realizar los próximos experimentos y con las condiciones apropiadas. Se tomaron una semana de descanso. Liam viajó a Alemania para ver a su madre que ya apenas lo reconocía, pero se alegraba mucho al verlo dirigiéndose a él como si fuera su marido. Anatoly decidió descansar en la playa con su familia. Visitó la ciudad de las artes y ciencias de Valencia, mientras que Min se quedó estudiando unos artículos relacionados con la ley de termodinámica que le había despertado muchas dudas.

Cuando llegaron Liam y Anatoly al Instituto de Investigaciones Físicas y Químicas de Yakutsk no encontraron la llave y le preguntaron a Min si la había visto. Les contestó que no sabía nada y se sumergió de nuevo en su lectura y estudio. Liam, después de buscar por todo el edificio, encontró la llave en medio de un cajón de los cubiertos del comedor, pero estaba completamente oxidada. Corrió a mostrársela a sus compañeros y cuando estos la vieron Min dijo:

“Queridos amigos, resulta que se puede revertir el tiempo de oxidación del metal, pero cuando vuelve a las condiciones habituales, la degradación se acelera”.

martes, 1 de abril de 2025

La apuesta

La gente ya había oído la tercera llamada, se apagaron las luces y se levantó el telón. El escenario dejó al desnudo un barco cortado por la mitad, el costado de estribor se encontraba al descubierto y se podía ver que era un galeón del siglo XVI, pero de proporciones adaptadas al teatro y por eso semejaba un enorme bote partido en dos. En el mástil las velas estaban echadas, pero todas tenían grandes agujeros. El viento soplaba fuerte y el silbido que se oía era ya, el de una tormenta menguante. Un reflector dirigió la luz a un hombre que caminaba despacio. Llevaba un jubón sucio, una camisa blanca que estaba gris amarillenta por el paso del tiempo y sus botas eran muy altas. Se giró hacía el publico y mostró sus armas. Llevaba un puñal, una espada, una pistola y un mosquete.

“Soy Enrique Morgan, un reconocido filibustero. Gracias a mí, el reino se adjudicó…, o como se dice ahora, se hizo, se hizo con islas y grandes extensiones de tierra. He pasado a la historia más como un reconocidísimo caballero del rey, que por mis grandes conquistas. Me gustaría…”.

¡Eso es una gran farsa! —gritó desde una de las primeras filas una actriz caribeña famosa por sus grandes polémicas y escándalos. El público la hizo callar con dificultad y solo después de haberla persuadido con un soborno, se tranquilizó—. Aparecieron unos delfines en el escenario que eran representados por unas mujeres y hombres disfrazados que corrían y saltaban alrededor de la embarcación. Se oyó un lejano canto de sirenas.

“A pesar de mi mala fama, me gustaría decirles que fui un hombre de buen corazón. Señoras y señores, señoritas y señoritos. Fui víctima de una injusticia y las circunstancias me llevaron a usar la violencia, la intriga y la crueldad como único poder de convencimiento. Nunca fui vendido como dicen en algunos libros de la época. Eso son pamplinas y…—de pronto se volvió a la mujer que había iniciado el escándalo y le preguntó:

—¿Es acaso usted historiadora, querida señora?

—No, no lo soy—respondió la mujer poniéndose de pie, amenazando con volver a alterar el orden.

—Pues, debería…debería y… ¿de parte de quién viene hoy? ¿de su padre? ¿de su novio?

La mujer perdió la paciencia y corrió hacía él, trepando con agilidad.

—¡Vengo de parte de la justicia!!Se va a enterar de lo que soy capaz!

En seguida, ya en el escenario, comenzó a corretear al hombre, quien se despojó inmediatamente de su pata de palo y se dirigió a las escaleras para irse a mezclar con el público. No lo logró.

—¡Recibe tu merecido, maldito mentiroso! —gritó la mujer disparando con el mosquete que le había logrado arrebatar al pirata.

El hombre cayó con estrépito. La gente vio su espalda humedecida por la sangre. Se oyó un grito de sorpresa y miedo. Uno de los espectadores anunció que estaba muerto, que le habían dado a Enrique Morgan exactamente en el corazón. Alguien pidió que llamaran una ambulancia, pero en ese momento se encendieron las luces, Morgan se puso de pie y fue a abrazar a la mujer que todavía apuntaba con el arma.

Desde los altavoces se le agradeció al público su comprensión y preferencia. Se le explicó que la obra era una innovación y que, gracias al reconocimiento de los amantes del arte escénico, esa obra se representaría miles de veces.

Al salir del teatro, una joven le dijo a su novio: “Ves, no querías venir y ahora no paras de hablar del espectáculo. Ya sé, ya sé que te encantó todo lo que discutieron. Al principio si me lo creí. Tenía la impresión de que, para callar a la señora, le habían dado un fajo de billetes, te juro que vi un montón de dólares. Ah, y eso también, lo que dijo del tal Tristam Shandy, el personaje de Laurence Sterne, eso del reloj me hizo carcajearme. ¿Te acuerdas de cómo se lo dijo? !Venga, señora, venga aquí para que le demos cuerda al reloj! ¡No tenga miedo ni reparo! Si se me para, no dude en seguirle dando cuerda. ¡Caray!!Que ingenio! Bueno ¿entonces qué?, ¿ha fallado tu profecía? Tendrás que invitarme a cenar. Ya sabes cuál fue el acuerdo”.

La noche era tibia, la luna estaba en creciente y por las calles volaban como pequeños dragoncillos los comentarios del éxito de la obra de teatro absurdo que pocos habían tenido la oportunidad de ver.

viernes, 21 de febrero de 2025

El pintor del alma

Aparicio Mastache fue rescatado del olvido cuando uno de sus cuadros se vendió por una jugosa suma en una famosa galería. El cuadro era interesante, pero despertaba muchas dudas entre los amantes de lo renombrado y selecto. Muchos volteaban con arrojo cuando alguien subía la puja. Al final, uno de los más empecinados compradores desistió y oyó resignadamente los tres martillazos que le dieron el derecho sobre la pintura a su oponente, un hombre trajeado de aspecto medieval.

Aparicio siempre fue Epifanio. El apodo le llegó por un tío que, al verlo un día alumbrado por el sol, se imaginó que su sobrino era como los rayos solares y tendría un futuro revelador, significativo no solo para él, sino para la humanidad completa. Era un niño fuerte, pero de cuerpo esbelto. Su piel morena era la de un mulato y sus ojos verdes cambiaban a los caprichos de la luz. Sus padres tenían muchos problemas para sobrevivir y le dedicaban poco tiempo. No era posible darle educación, por eso desde los seis años ayudaba con recados y tareas que se le confiaban en la casa. A los doce años conoció a don Pascual un pintor retirado que lo llevó a su casa para revelarle los secretos del arte. Sucedió que Epifanio estaba con sus amigos en la calle y uno de ellos, le arrebató una hoja donde estaba dibujado un perro al que Aparicio quería mucho. Don Pascual recogió los trozos desperdigados de papel y los miró con curiosidad. Se dio cuenta de que el chico dibujaba mal por la falta de técnica, pero ya mostraba su capacidad para ver las cosas de forma muy personal.

—¿Cómo te llamas, muchacho? — le preguntó don Pascual.

—Aparicio, pero todos me dicen Epifanio— Contestó sin asombro ni curiosidad.

—Mira, hijo. He visto tu dibujo y he pensado que podrías ayudarme en mi taller artístico.

—¿Ayudarle? Pero yo no sé nada de arte ni pintura.

—Eso es lo de menos. Comenzarás con tareas simples y luego…Bueno, luego ya veremos. Te pagaré para que puedas comprarte comida y ropa.

Cuando se lo contó a sus padres, ellos se miraron con alivio pensando que podrían llevar mejor los gastos y enderezar un poco la vida que los estaba enterrando en la desgracia. Fingieron un desacuerdo flácido y hablaron de lo inadecuado de su explotación, pero en realidad, era una muy buena noticia porque estaban anémicos y al borde del colapso.

Aparicio pasaba mucho tiempo con don Pascual al que pronto empezó a llamar maestro, a pesar de las tentativas de este último para que hubiera un tuteo de amigos. Las cualidades del muchacho empezaron a surgir poco a poco como pequeños retoños de un árbol. Eran situaciones esporádicas en las que, al preguntarle, qué sería mejor para complementar un paisaje o corregir un rostro, Epifanio daba un consejo original. “Si se contrastara un poco más esa parte de la cara, el efecto sería más real y profundo”. En efecto, don Pascual con su formación académica se había vuelto ciego ante lo natural y evidente. Fue por eso que se preocupó mucho de no usar términos para formar al joven artista. De esa forma se desarrolló una especie de conversación analítica, e incluso filosófica sobre los efectos del color, el volumen, la forma, ciertas perspectivas y contrastes. Un día, inspirado por las palabras de su instructor, Epifanio, que ya tenía quince años, cogió un lienzo que don Pascual había olvidado hacía tiempo por considerarlo malogrado y comenzó a corregir las formas, destacar las sombras y realzar la luz, también quitó los detalles que le rompían el equilibrio a la composición y lo dejó en el caballete antes de salir a hacer unos encargos. Cuando volvió se encontró con don Pascual que no dejaba de analizar la pintura.

—¿Cómo lo has hecho, muchacho? Este cuadro era imposible de rescatar, había nacido defectuoso y no había manera, la verdad, no había manera…

—No lo sé, no lo sé—dijo con una pequeña muestra de orgullo y una sonrisa que dejó ver su colmillo torcido.

—Bien, muy bien, hijo. Mira—le dijo con rostro de padre ilusionado don Pascual—, podrías incursionar poco a poco en el mundillo del arte. Pinta algo estos días, por favor, y deja todo lo que estás haciendo o te quede por hacer.

Unos días Epifanio se dedicó a bañarse en el río, ver las nubes del cielo, comer y dormir la siesta al aire libre. Una tarde después de haber caminado unas horas cogió una naturaleza muerta que estaba en la habitación de don Pascual. Comenzó a hacer un esbozo al carbón y corrigió lo que le pareció pertinente, luego preparó un lienzo mediano y comenzó a trabajar. Hizo un dibujo con trazos rápidos, roció un poco de barniz para fijar el grafito y se puso a mezclar algunas pinturas de aceite. Decidió que solo usaría tres colores: negro, rojo y verde. Trazó ágilmente las partes oscuras que representarían las sombras, luego comenzó con escalas de tonos más suaves y después de dos horas ya tenía el cuadro casi listo para dejarlo secar. Cuando oyó los pasos de don Pascual escondió el lienzo.

Pasó un mes y las cosas en el taller siguieron su rumbo habitual. Don Pascual restauraba algunas pinturas luchando contra la carcoma del tiempo que con sus fragmentos de segundos apolillados derruía las pinturas, pasándose luego a los bastidores y los marcos de madera. La lucha era diaria y desigual, pero gracias a la dedicación de don Pascual y su ayudante las obras volvían a cobrar vida. Las acuarelas se realzaban, los olios resplandecían y las aguatintas perdían su aspecto gris rancio para atrapar de nuevo la luz.

Una tarde que don Pascual buscaba uno de los cuadros que le habían encargado hacía tiempo, se dio cuenta de que su mirada había chocado con algo, pero no podía definir con qué exactamente se había cruzado, así que volvió al sitio donde había sentido su efecto y dejó que sus sentidos se encargaran de ubicar a aquel intruso que le llenaba de hormigas la mente sin dejarlo en paz. Se puso en el centro de la habitación y miró al frente. Fue girando de cinco en cinco grados poniendo atención en lo que abarcaba su campo visual y de pronto lo encontró. Era la naturaleza muerta de la pared. Se dio un golpe en la frente y se echó a reír— “!Por Dios! ¡¿Cómo es posible que, teniéndolo ante los ojos, no lo había notado?! ¡Pero si resalta a leguas!”. Se acercó con curiosidad y descolgó la pintura. Era la misma que había estado allí por años. Sin embargo, destellaba más y tenía algo que la hacía más interesante, incluso excepcional. Fue por una lupa para ver mejor los detalles y descubrió que en la parte de las uvas había pintada una bella mujer desnuda. Estaba disimulada de forma magistral. ¡Hay que ver de lo que es capaz mi muchacho! —gritó dando saltos de gusto.

Cuando llegó Epifanio, ya hecho todo un hombre, don Pascual estaba comiendo pan con queso y saboreaba un vino sin quitarle la vista al cuadro apoyado en el caballete.

—Ven aquí, hijo. Dime, ¿cómo se te ocurrió la idea? ¿qué estabas pensando cuando lo hiciste?

—Fue solo una corazonada y me dejé llevar por las sensaciones y la suavidad de la pintura—contestó Epifanio comprendiendo a lo que se refería su maestro.

—¡Es asombroso! ¿Sabes? ¡Tendrás que dedicarte a pintar! ¡Ese talento no se puede desperdiciar en un cuchitril como este! ¡Descubre y conquista el mundo! ¡No te costará trabajo, muchacho!!Tienes todo lo que se necesita!

En realidad, fue prematura su aparición en el mundo del arte. No porque no tuviera la capacidad necesaria, sino porque era el mundo y sus habitantes cavernarios los que no estaban listos para un fenómeno de tal magnitud. Tenía una fertilidad artística desbordante, impetuosa y excelsa. Pintaba dejando en cada trabajo un trozo de sí mismo. Era como si de sus sentimientos hiciera una mezcla aceitosa con la que cubría las telas y, al mirar los trabajos, el observador volviera a revivir aquellas sensaciones placenteras en el interior.

Años después, ya muy pasada su adolescencia, se encontró en el campo a una joven atractiva que estaba sentada al lado del río lavándose los pies. Tenía un aspecto fresco, primaveral, llevaba el pelo suelto y las ocasionales ráfagas de viento creaban un efecto especial, que le revolvían las tripas al pobre Epifanio. Él estaba del otro lado contemplando con curiosidad y dolor la imagen que le retorcía el vientre. Tuvo fuerzas para acercarse despacio a la muchacha. Ella alzo la vista y dejó ver su rostro. No era una gran belleza, pero se rodeaba de un magnetismo al que un hombre joven no se podía resistir.

—Hola— le dijo Epifanio con voz alegre, pero apagada, mientras ella lo miraba con curiosidad.

—Hola—dijo ella sin dedicarle mucha atención y bajando la vista para ver los pececitos que merodeaban por la orilla.

—Son chanquetes, aquí hay un montón.

Ella se sonrío y le dijo que ya lo sabía, que nunca faltaban en su casa porque su padre los pescaba y luego los freía. Se quedaron en silencio durante un buen rato y Aparicio le dijo que así se llamaba, pero que todos le decían Epifanio. Ella lo miró con indulgencia y dijo que le gustaba Epifanio, que era un nombre más adecuado para un joven moreno con los ojos brillantes. Él le agradeció sus palabras y sacó un cuadernillo que siempre llevaba en el bolsillo. A ella le gustó el improvisado retrato que tenía algo de especial.

—Me has mejorado mucho en el papel.

—No, la verdad es así cómo te veo.

—Pues, no sé si verás bien, pero yo tengo la nariz más ancha y los ojos más pequeños.

—A mí, no me lo parece, además el arte sirve para crear o plasmar la belleza—. La chica enrojeció un poco y se volteó a mirar unos pájaros que volaban en bandada—. ¿Cómo te llamas? —le imputó de pronto.

—Luz—. Dijo alargando un poco el nombre.

—Es bonito. No conozco a nadie con ese nombre.

—En realidad me llamo Fény, es luz en húngaro, pero aquí es más apropiado. Muchos piensan que Fény es de hombre.

Aparicio se rio mucho con las palabras inocentes de la joven y le parecieron destellos de buen humor, pero en realidad eran resultado de su inocencia. Era muy difícil que aquel interesante rostro no se le quedara grabado. Luego, ya en su habitación, se fue destilando aquella voz sedosa y una figura armoniosa, semejante a las musas de Ingres, se le plantó en frente, tiernamente desnuda y, a la vez, descaradamente retadora.

El encuentro le dejó algo inquietante y difuso en el interior. Sacársela de la cabeza era imposible y pronto comenzó a sufrirla con gran intensidad. Pintaba día y noche imaginándola en diferentes épocas, formas y colores. En los largos paseos ficticios que surgían en su imaginación, él conversaba con ella y le hablaba de la belleza y la armonía de la naturaleza. Esas largas tertulias con Fény se convirtieron en algo tan real, que él era capaz de oír las respuestas desde la lejanía, pues le llegaban en forma de pequeños colibrís.

Una tarde, cuando ya se había separado de don Pascual, se presentó en la casa donde vivía la chica. Tocó la puerta esperando que ella saliera y, al ver a una mujer entrada en carnes de gesto noble, se quedó mudo, pero se repuso con determinación. Le recibieron con cordialidad. Fue así como conoció a la familia y, sin pensarlo, pidió la mano de la mujer amada. Todos se desconcertaron. La madre se quedó mirando a su hija pensando que podría estar embarazada, el padre, un hombre acostumbrado a las cargas fuertes de trabajo, apretó sus manazas y se puso serio. Fény miró implorante a sus padres que con una sola mirada comprendieron que el destino ya se les había adelantado en la organización del futuro de su hija. Resignados a la separación, pero con un buen presentimiento, aceptaron.

Los años fueron pródigos en amor y, a pesar de que Epifanio no conseguía mucho con las pinturas que lograba vender o restaurar, aparecieron sus hijos y las responsabilidades. Fény tenía una fortaleza espiritual y física asombrosa. Era capaz de lavar ropa ajena sin descanso o estar en la cocina preparando comida para venderla, sin que se le notara el agotamiento. Era tan fuerte el caudal de sus sentimientos que no había adversidad que borrara la sonrisa de su rostro. En esas aguas de comprensión, solidaridad y pasión, lograron salir siempre a flote, por más adversas que fueran las circunstancias. La familia creció y con unos cimientos bien apoyados logró salir de todas las tormentas y tempestades. Por desgracia, el genio de Epifanio no era comprendido en su época y lo que se consideraría selecto y original muchos años después, en aquellos años era solo una forma caricaturesca e incomprensible.

Ningún crítico de arte o galerista lo tomaba en serio. Parecía que aquellas palabras de don Pascual, dichas sin maldad alguna, se habían convertido en una enorme roca que lo aplastaba día a día. Recordaba con cierto odio aquel momento en el que su maestro lo miró con bondad y le dijo:

“Epifanio, hijo mío, por más dura que sea la vida, por más necesidad que tengas, por más hambre y decepción que te mitiguen, nunca dejes de pintar. Tu gloria no es de este tiempo y solo Dios sabe hasta cuándo llegará tu reconocimiento. Resiste, aunque te sientas desfallecer”.

  Tiempo después, cuando sus hijos adolescentes le reprochaban su exceso de amor por el arte y la incapacidad para ganar dinero, Epifanio se acordó de aquel día en el que entró soltero a la casa de su novia y salió casado y con un compromiso para toda la vida. Nunca lo lamentó porque siempre había sabido que la vida sería adversa hasta el último día de su vida. Su familia no lo aceptaba, Fény ya cansada se volvió exigente, pero se contenía para no quebrar la voluntad de su marido.

El sufrimiento, las hambrunas y los repetidos reproches, jamás lograron matar el amor que él sentía por su mujer. Le había jurado amor eterno y estaba dispuesto a llegar hasta el final. La vida no quiso darle una oportunidad, considerando que aquel sometimiento permanente era justo y ya era la hora de dejarlo descansar. Partió sin sufrimiento y dolor. Se fue apagando como una vela. Perdió pronto su salud de hierro y su determinación. Perdió pronto el pelo, luego la vista, el juicio y semi demente se quedó dormido a la orilla del río mientras pintaba un paisaje raro, lleno de figuras inexistentes, pero de un colorido y ejecución poco habituales.

Muchos años después cuando el último de sus descendientes decidió venderlo, el precio se disparó. Se decidió que los más de tres mil cuadros que se habían almacenado en una modesta vivienda a las afueras de la ciudad, serían parte del patrimonio nacional. Hubo muchos intentos, por parte de los corredores de arte y los coleccionistas particulares, de adquirir la colección, pero gracias al resguardo del gobierno permanecen bajo la vigilancia de uno de los museos más prestigiosos del mundo. Se organiza una bienal para conmemorar al artista, pero nadie habla de su tortuoso paso por este mundo, solo de su talento.

sábado, 1 de febrero de 2025

Desolado por la pena se recostó sobre el viejo diván. Los sonidos del exterior se filtraban por la rendija de la ventana entornada. Las vibraciones provenientes del ferrocarril llegaban en ráfaga y dejaban una temblorina. Marcos que parecía haber nacido con un maleficio, que se le materializó al recibir su nombre, estaba harto de las desgracias, había sido rechazado de nuevo en su intentona por conseguir empleo.  No era mala persona, por el contrario, era muy solidario y empático, pero también, lo caracterizaba un halo de acritud. No era su aspecto, sino algún humor que despedía su cuerpo. No se podría definir como tufillo, sino algo amenazante apenas perceptible; pero aterrador, quizás en sus antepasados algún cazador cavernícola derramaba tanta bilis en las cacerías de mamuts que se lo había transmitido en los genes.

Se oyeron unas voces detrás de la pared:

—Aquí estarás cómoda, Nora, y podrás dedicarte a tus cosas sin que te molesten.

—Bueno, gracias, no es lo que me habían prometido, pero me vale.

—Trae tus cosas, hija, y ponte a tus anchas, y si necesitas algo, llámame.

—¿Y eso?

—¿Eso? ¿A qué te refieres?

—A esa hendidura en la pared.

—¡Ah! ¡Eso! Pues es lo que quedó después del último temblor, pero no es de riesgo, ¿sabes? Don Nicanor vino a verla y dijo que esa pared no es de apoyo, así que no temas.

Detrás del sonido del choque de la puerta, surgió un pequeño tarareo aterciopelado que traspasó el espacio y se le metió por los oídos a Marcos. Al pobre se le cortó la respiración y sintió que se desmayaba por el efecto de aquella suave caricia que le recorría todo el cuerpo despertándole la vida. Unos minutos después, cuando Nora no estaba, Marcos comenzó a palpar el tapiz. Parecía un pintor revisando la superficie de un lienzo. De pronto descubrió algo. Había una grieta en la pared. Cortó el papel y logró ver un muro con un espejo y un armario.

Se quedó inmóvil cuando apareció la figura de una mujer joven iluminada por la tenue luz tibia. Comenzó a desnudarse y Marcos tuvo que morderse la mano para no gritar. Por sus ojos entraban las proporciones de una figura radiante. Sintió terror de ser descubierto porque su corazón golpeaba tan fuerte que le pareció que Nora lo escuchaba. Se quedó petrificado cuando ella se acercó a la grieta y dijo:

“Habrá que pegar allí algún poster”.

Marcos ya no pudo dormir tranquilo. Salía a vagar por las tardes y llegaba en la noche esperando la hora, en que, del otro lado, apareciera el encantador cuerpo. Una noche a Marco se le cayó una figura de porcelana que estaba en la estantería cercana a la ranura. Nora gritó del susto, pero después volvió al espejo para seguir mirándose. En el transcurso de un mes, Marco hizo anotaciones, estableció un horario de salidas y llegadas, fue al peluquero y empeñó cosas para comprarse un traje. Hubo unos días en que los ruidos solo llegaban del otro lado porque Marco se había ausentado.

Yo seguía suspendido en el mismo sitio, acumulando motitas de polvo que nadie jamás me quitaría. Oyendo las canciones de Nora. Tratando de adivinar qué encantos de aquella joven habían vuelto loco al pobre Marco. Nunca lo supe porque jamás la vi. Lo que si puedo confirmar es que en una ocasión. Marcos llegó con un maletín lleno de dinero. Era otro hombre, le había cambiado el semblante y su olor se mezclaba con un fuerte perfume de sándalo. Empezó a venir menos, ya no lo veía sufrir a conciencia como antes. Dejaba un objeto muy pesado sobre la mesa. Dormitaba unas horas, se asomaba de nuevo por la fisura y se deleitaba con los susurros de Nora.

Un día me sorprendió escuchar sus dos voces juntas. Eran voces alteradas, recriminatorias y solidarias. Eran las siete de la tarde, los tacones de Nora repiqueteaban en un baile desesperado, sacaba cosas, las ponía en una maleta. Marcos la apuraba, ella le gritaba y en todo ese revuelo se notaba la urgencia. Estaban listos para irse cuando un golpetazo los detuvo en seco.

—¡¿Creías que te ibas a salir con la tuya, bribón?!

—¡Espera, Roco!!Espera!!No dispares! ¡Te devolveré el dinero, te lo juro!

—¡Te vas a morir!!Eres un traidor y lo pagarás caro! ¡Devuélveme mi dinero, desgraciado!

Se oyeron disparos y gritos, los dos cuerpos cayeron como toneles al piso. Se oyeron pasos alejándose. Más tarde, llegó la policía.

jueves, 9 de enero de 2025

Despertar temprano

Estaba enfurecida, él solo le pedía clemencia con lamentos y súplicas. “No quiero verte más por aquí. Te me vas de la casa”. Largos minutos corrieron en la vecindad. Nadie se atrevía a salir para ver lo que pasaba. Ya era suficiente con lo que se oía y los vecinos se imaginaban las caras de José y Teresa. Fue inútil repetirle que se moriría sin ella. Lo sabían los dos. Su historia era única, pero la presencia de otro hombre la estaba destrozando.

Las tres hijas no tenían opción, se habían solidarizado con la madre, pero ¿y Memín? Él los amaba a los dos por igual. Lo más doloroso era verlo suplicar igual que el padre. “No entiendo por qué quieres que se vaya mi padre. Siempre ha sido bueno y ahora que se ha recuperado de la tortura que le hicieron podríamos seguir con más esperanza y valor”. Teresa le dijo que ya estaba todo decidido y que si quería se podía ir también.

Empezó a llover y el patio se llenó de charcos. José salió con sus maletas seguido de su hijo. Sentados en el coche Cadillac del año de la pera se oyó una pregunta. ¿A dónde vamos a ir papá? La respuesta no llegó, José se encogió de hombros y encendió el motor. En silencio se dirigieron hacía una explanada que se encontraba cerca. Dos rostros llenos de lágrimas miraban por el cristal. Rondaban por el salón los recuerdos y el dolor de la desesperanza.

El coche se detuvo. “Dormiremos aquí y mañana nos iremos a Morelos, a Cuautla, allí donde tenemos un amigo”. Memin afirmó con la cabeza y se pasó a la parte trasera para dormirse. Fue una noche de derrota, desprecio y dolor. Sin ánimo, se despertaron y miraron alrededor. No había más que tierra y una carretera muy angosta. Se fueron por allí.

A las cuatro de la tarde ya estaban entrando en la pequeña ciudad, leyeron las palabras del gran héroe de la independencia: “Más vale una muerte de pie, que una vida de rodillas”. Para José era solo una frase, pero a Memin le entró hasta el tuétano. Se quedó poseído por unas imágenes y unas ideas poco claras que le mitigaron el dolor.

Llegaron a la casa de un hombre muy moreno y macizo. Se abrazaron los amigos y al ver al chaval el anfitrión dijo: ¡Qué cambiado está Memin!


sábado, 4 de enero de 2025

Un as en la manga

—Su novela es impactante—le dijo el editor—, sin embargo, tengo que confesarle que no la podremos editar mientras no le haga los cambios necesarios.

—¿Qué cambios? —preguntó con sorpresa el escritor.

—Mire, amigo. Entiendo que ha trabajado mucho en este libro. Las referencias históricas son exactas, incluso reveladoras, además ha logrado presentar al personaje tan real que nos hemos quedado con la boca abierta. Nos pusimos en contacto con algunos historiadores y todos han llegado a la conclusión de que, lo propuesto por usted, es asombrosamente factible. Con respecto a los acontecimientos, todo está en orden. Los aspectos sociales, por el contrario, son el talón de Aquiles de la obra. Ya sabe que han cambiado los criterios y si quiere publicar tendrá que incluir, de la forma en que considere más apropiada, la participación de una lesbiana, un gay, un bisexual, un transexual, un intersexual, un queer y un sex-androide.

Con la cara descompuesta el escritor miró las enormes gafas de su interlocutor y sintió ganas de rompérselas, pero se contuvo apretándose las rodillas. Respiró profundamente y bajó la mirada unos segundos.

—Mire, señor editor—dijo con voz contenida—, no puedo hacer eso. Sería una aberración incluir a esos personajes porque no pintarían nada dentro de la trama. Sabe bien que la orientación sexual que tuvieran los personajes es irrelevante. Me ha costado mucho reconstruir las imágenes de la época y lo que me propone estropearía todo el trabajo.

—Pues lo toma o lo deja—le contestó el editor poniéndole una cara de indiferencia—. En último de los casos siempre tendrá la oportunidad de trabajar con nosotros, piénseselo bien.

Diego se fue desilusionado. Salió del edificio y decidió dar un paseo para ordenar sus pensamientos. No podía entender por qué la gente se empecinaba en ver incluidos ideas y conceptos de la conducta social en todos lados. Ya no se podía hablar sin lenguaje inclusivo, no se podía expresar el rechazo a ninguna de las minorías y, lo peor, se satanizaba a las personas que tuvieran una orientación tradicional. Lo veía en todos lados. Recordó la serie del famoso asesino francotirador que había matado personajes famosos y que, a pesar de ser un macho declarado, en el último capítulo se revelaba que era homosexual. Fiasco total—pensó—. Una cosa es la realidad de la historia y otra la tendencia social.

Estuvo debatiendo a favor de no publicar, pero al final, decidió que podría hacerlo con un seudónimo y luego usar sus ganancias para sacar sus propios libros, es decir, bajo su nombre real y, si no se vendían, el mismo los compraría y los regalaría en los cumpleaños, los donaría a las bibliotecas, ya encontraría la forma de acomodarlos. Regresó a la editorial. Por fortuna el editor estaba desocupado. Se encontraba tomando un coñac y fumando un puro cuando entró en su despacho la secretaria para anunciarle la visita.

—Hola, estimado amigo—le dijo con una gran sonrisa y pensando que el escritor se había quebrado y la necesidad lo había vencido—. ¿Ha cambiado de opinión mi intelectual?

—Sí, en efecto—respondió Diego con una sonrisa agria—. He pensado que, si Kennedy fuera un fetichista, Marilyn Monroe una lesbiana, Harvey Oswald un gay, Marina Oswald una feminista empedernida, Bernard Parker agalmatofilio y Jim Carrico un vegano ecologista; entonces la historia sería más atractiva para los lectores.

—Y no solo eso—le interrumpió el editor mirándolo y tratando de recordar su apellido—, querido Diego… ¿perdone cuál era su apellido?

—Perdomo—exclamó Diego.

—Sí, pues así es, querido Diego Perdomo, incluso le haríamos la propuesta a la cadena de televisión OHB para que la llevaran a la pantalla. Y dígame, ¿cuál sería su seudónimo?

—Jack Al—dijo Diego sin pensarlo y asombrándose de que su lengua fuera tan rápida.

Cerraron ese mismo día el contrato, establecieron la fecha de entrega y las condiciones de pago, los derechos de autor, las regalías y todo lo referente a la impresión y el tiraje. En efecto el libro tuvo mucha demanda y Diego salió con una máscara de luchador en las entrevistas de televisión. Con las ganancias que tenía, escribía libros de novelas históricas que a la gente le parecían insípidas. Solo las personas mayores de sesenta años le adulaban sus trabajos:

“Perdomo, es usted un gran escritor, lástima que haya nacido en otra época, ya nadie escribe como usted”.

Diego les agradecía los piropos, sonreía y se iba a su casa a trabajar.