LD
Cuentos y micro relatos
miércoles, 24 de diciembre de 2025
domingo, 30 de noviembre de 2025
Pablo Lagunes
Lagunes llegó pronto al
ensayo. Entró sin prisa, sintió el frío húmedo del teatro. Sabía que tenía un
tiempo limitado para terminar la preparación. La prensa estaba expectante,
querían que el dramaturgo revelación les contara algo sobre su segunda obra, sin
embargo, no había recibido más que largas. Subió al escenario y miró la
decoración. Las cosas seguían allí. La mesa con su mantel verde y sus sillas,
unos paneles con unos cuadros y las linternas azules. Cogió una e hizo unos
movimientos como si fuera un niño jugando a los caballeros galácticos.
—Buenos días, Pablo,
perdón por el retraso—. Le dijo María Antonieta haciendo ruido con sus tacones.
Lagunes se volvió y notó
que Antonieta se veía mejor, se le había pasado el catarro y radiaba alegría.
—¡Hola, Antonieta! Te veo
mucho mejor, mira nada más qué guapa…
—No exageres, que todavía
tengo estas ojeras horrorosas y…
No la dejó terminar el
tropezón de Patricio que había pisado mal y se había salvado de caer.
!Pato!— gritaron al
unísono.
—¡Perdón por el ruido!!es
que me he tropezao con esto zapato nuevo que todavía no he hormao, pue.
Antonieta y Lagunes lo
miraron con un hastío encubierto.
—Bueno, ya estamos aquí,
solo falta que llegue Luis—dijo Antonieta con voz alegre.
—Sí, pero ¿qué les parece
si continuamos con el segundo acto? —exclamó Lagunes tomando una actitud de
disposición al trabajo.
—Bien, de acuerdo, ¿en
qué noj quedamo la última ve? —preguntó Patricio
—Lo último que hicimos
fue el diálogo entre Rubén, a quien le sigue faltando autenticidad, ¿verdad?
Pato y, tú, Antonieta que ya te has convertido por completo en Marta, sobre la
desaparición de nuestro amigo Mauricio, que como ven, brilla por su ausencia en
la persona de Luis.
Hubo un espacio de
silencio en el que director y actores evitaron las miradas. Al fondo estaba una
puerta desde la que llegaba un chorro de luz fino como un alfiler, pero muy
reluciente.
—Bueno, ya tienen sus
partes, ahora, por favor, traten de ser auténticos, ¿está claro, Pato?
—Sí, Lagune, ya lo sé, lo
que pasa e que la ve pasaa andaba un poco desanimao, pero ejta ve será mejo.
—Bueno, pues comenzamos.
Los dos actores se
acomodaron en su posición, se quedaron un momento inmutables, concentrados y,
una vez transformados en los personajes, se dispusieron a hablar. Por desgracia,
en ese momento se apagaron las luces.
—¿Están allí?
—Sí, se ha ido la luz,
¡Qué maldita suerte tenemos! —exclamó Antonieta
—Con el poco tiempo que
tenemo, ahora ejto…—dijo Patricio bufando
—¡Cálmense,
cálmense!!Esto debe ser temporal! Esperemos un poco.
Pasaron diez largos
minutos y la luz no volvía. Entonces Lagunes cogió una de las linternitas
estiradas azules, hizo una señal con la mano y salieron en fila india entre
tropezones y pisotones. La calle estaba oscura y no había un alma.
Los tres rostros azulados
se miraron con desconcierto. Hablaron y discutieron las causas del fenómeno,
que iba desde una teoría conspiranoica hasta el fin del mundo. Cuando ya
estaban a punto de matarse entre ellos por causa del disgusto y el pánico de
Patricio, Lagunes vio una leve luz al final de la calle.
—Miren, miren eso.
—¡Es una luz! —gritó
Antonieta
¡Vamos a ve qué
pasa!!Ejto no tiene ejplicación!— Gritó Patricio apretando los puños.
Caminaron con cuidado
apoyando su mano en el hombro del compañero y muy alertas por si fuera
necesario agruparse para contener un ataque desprevenido.
No se oía un solo ruido,
el aire estaba tibio y entraba a los pulmones con sabor acre. Las estrellas
brillaban en el firmamento como chispas de fuego.
Llegaron al sitio. Antonieta
se quedó muda al ver que era un edificio igual al teatro donde se presentaría
su pieza.
—Pero ¿qué es esto?
¿alguien me lo puede explicar?
Lagunes y Patricio
estaban conmocionados y evitaron hablar para no decir una idiotez. Lo único que
se les ocurrió fue entrar. Las puertas estaban abiertas. Pasaron por un
corredor idéntico al que habían recorrido en sentido inverso para llegar hasta
allí. Subieron unas escaleras y llegaron al escenario. Allí los esperaba una
impresionante sorpresa.
—Pero ¿¡Qué malditas
horas son estas de llegar!?— les espetó Luis que estaba sentado en una silla
con la pierna cruzada y el pelo un poco revuelto—. ¡Los he esperado más de una
hora, joder!
No hubo respuesta, la
impresión les había caído como un cubo de agua fría y por más que intentaban
emitir algún sonido, sus voces se apagaban.
—¡Vamos, hombre!!Parece
que hubieran visto un fantasma! Vamos…, ¡digan algo! !Al menos, una excusa
idiota para que se relaje la tensión, no sean estúpidos!
—Mira, Luis, — dijo
Antonieta—nos hemos encontrado en el teatro, se ha ido la luz cuando íbamos a
empezar a ensayar y…
—Bien—contestó Luis—, en
primer lugar, yo soy Lagunes y Luis está parado junto a ti. Entiendo que, por
el retraso, espero que no hayan estado bebiendo como de costumbre, se les han
cruzado los cables, pero necesito que esta vez sí hagan bien las cosas.
Patricio muy enfadado
empezó a protestar porque no toleraba las bromas de su compañero y en varias
ocasiones había estado a punto de renunciar a su papel.
—Oye tú, imbéci e mierda,
si quiere seguí con tu bromita, ya ejta bien, o le para o no vamo y te dejamo
aquí pa que hable solo con el público, ¿ejtá claro?
Sorprendido el falso
Lagunes los miró y empezó a murmurar. No se oían bien sus palabras, luego
comenzó a dar vueltas y les ordenó olvidarlo todo y empezar el ensayo.
—Bueno, ya está bien de
tonterías, Será mejor que nos demos prisa con esto porque, por si no lo
recuerdan, la próxima semana es el estreno y todavía estamos en el segundo
acto.
—Pero ¡¿tendrás cara?!
¿Cómo te atreves a suplantar mi identidad? —le gritó el verdadero Lagunes—. En
verdad que ya estamos hartos de tus bromas estúpidas. A ver si te pones a
repetir tu papel y te dejas ya de cuentos.
Muy alterado el falso
Lagunes se acercó a Lagunes verdadero rechinando los dientes. Tenía la cara
roja y parecía a punto de explotar.
—Mira, Luis, si no te
necesitara para la obra, aquí mismo te rompía la maldita cara. ¡Ya basta de
hacerse los idiotas!!Empiecen a trabajar ya!
En ese momento se le
lanzaron al falso Lagunes los tres y comenzaron a golpearlo. “!Despiértate ya
de tu delirio! ¡Embustero fanfarrón! ¡Idiota de los cojones! ¡Ya nos tienes
hasta los huevos!”.
En ese momento entró un
hombre de gabardina que se sorprendió mucho al ver la riña. Empezó a hacer
fotos y reírse. Los tres actores se levantaron del piso y se quitaron a
discreción el polvo, fingían que ayudaban al falso Lagunes a levantarse y con
palabras de consuelo lo animaban a incorporarse.
El periodista se acercó
un poco, los miró con cierta desconfianza y encendió su grabadora.
—Bueno, estimado Pablo
Lagunes, no estará en contra de que le haga unas cuantas preguntas, ¿verdad?
—Le dijo al falso Lagunes.
Antonieta y Patricio
estuvieron a punto de gritar, pero no pudieron decir nada y su acusación hacia
el falso Lagunes se les quedó en la boca.
—Por supuesto que no—
contestó el falso Lagunes—, pregúnteme lo que quiera.
—Dígame, Pablo, ¿puedo
llamarlo por su nombre?
—Por supuesto, por
supuesto.
—Mire, Pablo, la gente
está expectante y quiere saber sobre qué va su segunda pieza. No hay noticias
por ningún lado y se ha anunciado solo el nombre de la obra. ¿Me podría
adelantar la trama, aunque fuera solo un poquito?
—Escuche, querido amigo,
no es por desilusionarlo, pero no le puedo revelar mucho porque no estoy seguro
de que lleguemos al estreno. Nos queda muy poco tiempo y con estos inútiles que
he contratado voy perdiendo la esperanza…
Hubo un pequeño silencio
y cuando el periodista iba a formular la siguiente pregunta se fue la luz.
Hubo un grito de espanto,
unos minutos después salieron todos del teatro y se fueron por una calle mal
iluminada. Antonieta y Patricio se fueron a un bar a relajarse por la tensión
que les habían provocado los contratiempos extraños. El falso Lagunes se dejó
llevar por sus pasos. No pensaba en nada. Seguía solo por la acera. Chocó dos o
tres veces con algunos transeúntes, pidió disculpas y prosiguió su marcha.
Llegó a la entrada del teatro, caminó por un corredor estrecho y subió unas
escaleras. En cuanto entró al escenario sintió un viento frío. Miró al frente y
escuchó que un hombre le decía:
“!Por dios, Luis!!¿Dónde
demonios estabas?!Te hemos estado esperando una hora!!Qué falta de conciencia
tienes, joder!”.
martes, 15 de julio de 2025
¿Y si dios fuera mujer?- Benedetti
La habitación estaba estrujada, atiborrada de libros y una nube rancia con olor a papel de periódico enfermaba el aíre y éste a Juan. La ventana estaba entreabierta, un sonido apacible y fresco traía las noticias de la calle desierta. Todo sereno—parecía decir refrescando el pequeño refugio —. Eran las tres de la mañana, no podía dormir y miraba al techo bufando nubes de humo para tratar de disipar las ideas tormentosas que bien podían ser fantasías eróticas o pensamientos distorsionados por el efecto de la hierba que fumaba.
¡Juan! —se dijo así mismo— ¿Y si
dios fuera mujer? Pero, ¿qué tonterías dices? Sí, sí, te lo digo en serio. Me
imagino que el hombre la amaría no con la cabeza, sino con el corazón. Se
vertería por completo en el concepto de la divinidad y la apretujaría con tal
fuerza que por fin encontraríamos la paz. No lo sé, no pienso como tú. Creo que
la cosa iría mucho más allá…
Se quedó dormido y cuando el sol
entraba de lleno por la ventana, se despertó. Se bañó y se dispuso a salir a
comprar algo para el desayuno. Por la calle se cruzó con algunos vecinos que se
apresuraban al trabajo. Saludó con la mano a quienes le daban los buenos días.
Entró en la tienda de Don Jesús. Esperó y le pidió unos bollos, leche y un
tarro de café soluble y se disponía a salir cuando lo asaltó la pregunta,
entonces se volvió, miró al corpulento y mal aseado tendero y le dijo:
—Oiga, don Jesús, hay una cosa
que me quita el sueño, ¿sabe?
—Pues, no eres el único,
muchacho. Con las cosas como están, no hay modo, no hay modo.
—Pero es que no es eso…Es más
bien que un pensamiento no me deja dormir.
—Y ¿qué es?
—Oiga, don Jesús, ¿alguna vez ha
pensado que pasaría si dios fuera mujer?
—¡Ah!!Con que es eso! Mira, pues
si que lo pensé alguna vez, y me gustaría que dios fuera como la Sasha
Montenegro, ¿sabes?!Utssss! A esa diosa sí que la amaría eternamente y me
portaría tan bien que sería su hijo, o mejor dicho, su amante predilecto.
¡Jajaja!
—No se pase, don Jesús, le hablo
en serio.
—Pues, yo también, diosito quiera
que tu deseo se haga realidad, mano, y entonces sí que seré feliz. No como
ahora, que ya no soporto a la arpía de mi esposa y a su madre.
De repente se oyó un ruido, don
Jesús se puso pálido cuando vio a su esposa y fingió que ordenaba algunas
frutas. Juan salió de la tienda pensando en que sería mejor razonar en qué tipo
de mujer se podría transformar dios, ya que la señora Lola como todopoderosa
sería una amenaza para la humanidad.
¿Y el infierno y el mal? —se dijo
de pronto—. Era cierto, ¿qué pasaría con el demonio? Porque de ser hombre
perdería todo su poder y sería un mamarracho poco convincente, pero ¿si fuera
también mujer? ¿qué pasaría con una diabla?!Oh, Dios!!No sabríamos qué sería
mejor! Si vivir en el infierno con un sinnúmero de perversiones, o el paraíso
con toda su pureza y amor romántico y dada la naturaleza masculina ¿habría
alguien que se negara a vivir eternamente en el inframundo?
Juan comenzó a sudar, pensó que
la naturaleza femenina era especial y que la procreación es una de sus más
destacadas características, así que Dios sería pródigo y el mundo se llenaría
de gente en poco tiempo porque amaríamos tanto, y ese amor se vería
recompensado con sus frutos, y habría quien en su fanatismo predicara amar sin
fin, sin tener miedo a las consecuencias que esto acarreara, y nos diría que lo
mejor, lo más bello y satisfactorio es el amor, y le creeríamos ciegamente, y seríamos
una plaga creada por la buena voluntad y tendríamos que hacer penitencias y
pecar por nuestra falta de amor y fe, pues al apartarnos de dios estaríamos
condenados al infierno, pero volvería la cuestión de si hubiera allí una diabla
y nos veríamos acorralados por todos lados y el resultado sería el mismo, ¡qué
horror!
Juan estaba nervioso porque entre
más pensaba su imaginación creaba situaciones paradójicas que lo hacían temblar
y vibrar de pasión al mismo tiempo. Decidió acabar de una buena vez con esa
idea absurda y se fue a caminar por las calles del centro para ver los
escaparates y distraerse.
Ya casi se había librado de su
pesar, pero como caída del cielo o salida del infierno se le apareció Julieta.
—¡Pero que sorpresa, Juan! ¿Qué
haces por aquí? —le dijo acercando su escote provocativo
Sin saber qué responder, dijo:
—Es que necesito unos zapatos y
ando buscando…
—¡Que bien que te veo! ¿Cuándo
fue la última vez que nos vimos?
—Tendrá como seis meses, fue
antes de que rompiera con Irma…—Juan agachó la cabeza y se mordió el labio para
contener un grito de furia.
—Sí, creo que sí. ¡Qué pena me
da! ¿Sabes que ya está saliendo con otro? —Exclamó con ironía y ánimo de
herirlo.
—No, no lo sabía, pero tampoco me
interesa. Creo que es mejor así.
—¿Y no la echas de menos? —dijo
Julieta haciendo un movimiento extraño.
—La verdad no sé, es algo
complicado ¿Sabes? Nuestra relación siempre fue muy extraña.
—Sí, te entiendo. Oye, me tengo
que ir a trabajar. Estoy chambeando en este edificio, en un bufete jurídico.
Bueno, me dio gusto verte.
Juan se la quedó mirando, oyendo
el taconeo arrítmico de su andar, le llamó mucho la atención su vestido
amarillo tan ajustado y la cadencia con la que avanzaba. Vio cómo se mezclaba
con algunas personas y desaparecía en el edificio.
Vio a Julieta como dios y
demonio. Sintió un dolor intenso. Percibió un sabor amargo en la boca. Buscó
una pared para apoyarse y pensó que debería conocer más la naturaleza femenina
porque, por más perfecta que fuera el creador o, esa dichosa diosa, siempre
habría algo que la haría impredecible y eso podría significar la extinción de
la especie, aunque fuera paradójico.
miércoles, 9 de julio de 2025
Emboscada
Cuando el camarada Peskov abrió el expediente del Ministerio de Seguridad para investigar el caso Von Manstein, se sorprendió al encontrar una moneda de oro de diez ducados del año 1611. Se quedó viendo un buen rato la imagen de Christian II con su armadura y su orgulloso rostro barbado. Era la cara de aquel sangriento rey que asesinó mujeres y niños sin compasión, pero el gran héroe de la batalla del hielo en Bogesund. ¿Qué hacía esa moneda en el bolsillo de Paulus? ¿Por qué rehusó cualquier tipo de salvación en aras de esa moneda? ¿Por qué había corrido el rumor de que tenía poderes? Pasó varias horas aclarando el acertijo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Svetlana a su marido Serguei.
—Estoy muy preocupado—le respondió Peskov.
—¡Cuéntamelo!
—Es que no le encuentro sentido a la misión que me han asignado y…!Creo que
es una trampa!!Me quieren eliminar!
—No entiendo nada. ¡Explícamelo por favor! ¿Estamos en peligro?
Peskov se quedó mirando a su mujer con la mirada vacía y agregó:
—Al arrestar a Paulus en Estalingrado, nuestros militares lo interrogaron y
escucharon una historia inverosímil, además de invenciones sin sentido. Solo
después de someterlo a un acoso psicológico lograron que desembuchara y el
único que sabe, o más bien, sabía toda la verdad era el general Kusnetzov, pero
murió de forma inexplicable.
—Sí, eso lo recuerdo bien. Yo también estaba allí.
—Sí, lo sé, pero como yo me encontraba en el cuartel en el momento del
registro a Paulus, el Comité Central ha decidido que se me teletransporte para
que cambie una moneda de diez ducados de Christian II, la que tiene esos
supuestos poderes mágicos, ya sabes…
—Pero, ¿para qué? ¿cuál moneda?
—Es que solo existen dos que se habían conservado hasta ese momento en
perfectas condiciones: la que tenía los poderes para vencer a la URSS o
cualquier otra nación, dados los conjuros de aquel maldito rey, y una falsa. Mis
superiores creen que en el expediente que tenemos está la moneda falsa y que la
meléfica fue cambiada justo después del interrogatorio del mariscal y cayó en
manos de un traidor.
—¡Dios mío!
—Sí, es una burrada. Porque de ser así, corremos el riesgo de que comience
una guerra con Europa y el ladrón, que se llevó la moneda que Von Manstein le
entregó a Paulus, caiga en manos de nuestros y nos venzan. El caso es que entre
los sospechosos están Ivanov, Beliaev, Makarov y hasta yo.
—Pero tú no tienes nada que ver con eso, ¿no? —preguntó muy alarmada
Svetlana.
—¡Claro que no! ¡Jamás me habría prestado a traicionar a la patria!
—Entonces, ¿quién pudo ser?
—Creo que fue Makarov, pero tendré que comprobarlo y será muy difícil
hacerlo. Recuerdo que aquella noche no me sentía muy bien. Algo me había
afectado, tal vez estaba enfermo o conmocionado. Si vuelvo al pasado y no logro
superar ese malestar y hacer lo correcto, estaremos perdidos y se me condenará
por incumplimiento del deber. Ya sabes cuales son las represalias.
—¡Dios santo! Y… ¿qué podemos hacer?
—Pues ahora mismo no se me ocurre nada, lo único que quiero pedirte es que
desaparezcas sin importar el resultado de la misión. Mañana te propondré un
plan.
Se fueron a dormir. Svetlana
no pudo conciliar el sueño y se levantó tres veces a fumar. Sentada en la
cocina recordó aquel día del interrogatorio. Ella estaba en la enfermería tratando
a los soldados heridos. Recordó que había atendido a un alemán de rango, pero
no sabía quién era. Trató de recordar con detalles aquella noche, pero habían
pasado más de diez años y todo se confundía en su memoria. No sabía si la había
ayudado Ivanov o Beliaev, estaba demasiado concentrada en su labor y se le
habían escapado los detalles. Trató de no pensar en aquel desafortunado día,
pero le zumbaban lo oídos y la atormentaba la conciencia.
Cuando Svetlana se levantó al mediodía encontró una nota en la mesa:
“Amada mía, estamos en peligro. Las cosas se me pueden ir de las manos. No
quiero que corras ningún riesgo, por eso te propongo el siguiente plan. La teletransportación
es hoy por la tarde. Apenas tienes tiempo de huir porque si fallo las
consecuencias serán graves. Te propongo que te escapes por la frontera con
Bielorrusia, es la más cercana y segura. Ponte una peluca, usa uno de los
pasaportes falsos que tengo en mi gaveta y llévate un volga rojo que estará en
la calle Poveda Nº 10 frente a una farmacia, las llaves están aquí. Cuídate
mucho y recuerda que siempre te he amado.”
Svetlana siguió las instrucciones y llegó al sitio indicado, vio el volga,
caminó con disimulo, abrió la puerta y al echar a andar el coche se oyó una
fuerte explosión.
lunes, 23 de junio de 2025
900
John Brown—Acudí
por petición de un vendedor de anticuarios. Llamó a la comisaría y dijo que
había un hombre en peligro de muerte. Acudí al lugar un poco antes de la
explosión y vi al trompetista tocando muy tristemente una melodía suave. Cuando
tocó la última nota explotó el barco. Caímos con fuerza y Max se puso a llorar.
Creí que se había lastimado, pero su llanto no era de dolor físico. Luego me
contó toda la historia y nos acercamos a lo que quedó de la embarcación, se
había pulverizado, sin embargo, vimos un camarote que había sido catapultado
por arte de magia. Corrimos hacia allí y vimos que había alguien.
Capitán del
trasatlántico—¡Claro que lo conocí! Me habían asignado el Viginian después de
la jubilación del capitán Sanders. Me sorprendió mucho su historia, que me
pareció una patraña, pero Danny Buckman, su padre adoptivo, me lo contó todo.
Le di a Novechento el grado de Alférez de fragata como reconocimiento al
prestigio que le había dado al Virginian, ¿sabe? Era como la marca personal de
nuestro barco. Le habría dado un premio por su música, pero no tenía los
poderes de la Academia…bueno, usted me entiende. Ojalá y se hubiera quedado en
tierra cuando tuvo el encuentro con aquella chica. Bueno, si me perdona…Tengo
mucho que hacer. Buenos días.
Danny Buckman— Yo
era carbonero, salía poco de la caldera y deseaba siempre llegar a América para
disfrutar de lo que teníamos en Europa. Cerca del puerto de Nueva York lo
teníamos todo. Nos encantaban los bares y los “Lugares de esparcimiento”—era
así como le decíamos a los burdeles. Tomábamos baños, comprábamos ropa nueva y
nos íbamos a divertir. ¡Buaah, buaah! Todavía recuerdo cómo disfrutábamos con
el glug-glug de las botellas y los besos de aquellas chicas. ¡Esos eran buenos
tiempos! ¡Sí, señor! Bueno, el caso es que una vez estaba un poco enfermo y no
bajé del barco, fui a revisar unas válvulas y cuál sería mi sorpresa cuando vi
a un bebé en el suelo. Corrí a buscar a sus padres, pero nadie lo reconoció
como suyo. Se lo comuniqué al capitán Sanders y lo reportamos a la policía,
pero ¡Nanay, nadie nos lo reclamó!!Yo no sabía qué hacer! Le pedía ayuda a todo
mundo, pero cuanto más imploraba, más solo me quedaba…Pasó el tiempo y me
encariñé con él. Era un niño enclenque, débil, pero en sus ojos se notaba la
curiosidad. Le gustaba dormirse en el gran salón y fue allí donde empezó a
tocar. Primero imitaba a Charles el pianista del barco. Pero, no me lo va a
creer. A los seis años ya tocaba todos los villancicos y cuando se enfermó una
noche Charles, el muy diablo se sentó a tocar para los pasajeros y dejó a todos
con la boca abierta. Pronto Charles se negó a competir con el niño Mozart y
Novechento tocó desde esa edad hasta que al Virginian le llegó el desguace. Lo
demás ya lo sabe.
Max Tooney— Soy trompetista,
conocí a Novechento en 1920. Toqué con él y nos hicimos muy buenos amigos. A
decir verdad, es el mejor amigo que he tenido y con quien más me he
identificado. Era para mí, más que un hermano. Lo pasé todo con él. La pasión
por la música, la creación, la decepción, la sorpresa…ya sabe, todo lo que
experimenta un músico… Pero hay dos cosas que marcaron nuestra vida y, podría
decir que lo transformaron por completo. La primera es la gran victoria en el
duelo de pianistas. En el salón del Virginian se llevó a cabo el duelo más
grande del mundo. Se enfrentaron el desconocido mundialmente, pero no menos
talentoso Novechento y el mismísimo Roll Morton pianista brillante y supuesto
creador del jazz. Eso daría para un libro, una película y un monumento a la
música en el mismísimo centro de Nueva York. Todos los asistentes a esa
confrontación recordarán con emoción y euforia ese día. Novechento empezó como
acojonado por el presumido gorila que lo despreció desde el principio, pero
cuando ya no teníamos esperanza en que ganara…!Joder, solo recordar la cara del
mono, me hace disfrutar de nuevo ese triunfo! ¿Sabe? Novechento había repetido
una melodía de Roll y éste decidió darle una lección, se puso a tocar sus
mejores notas de la forma más rápida que podía y al terminar le dio una colilla
de cigarrillo que el arrogante gorila había puesto en el piano al empezar su
improvisación…Fue entonces cuando sucedió el milagro. Novechento escupió, cogió
un cigarrillo apagado, lo puso en la tapa frontal y empezó a tocar la
famosísima “Enduring Movement”. No lo va a creer, pero cuando terminó lleno de
sudor, recobró la consciencia, porque estaba poseído, y abrió el piano, se acercó
a las cuerdas agudas que estaban al rojo vivo y encendió el cigarrillo, la
gente volvió de su letargo hipnótico y Novechento le puso al mono el cigarrillo
en la boca: “Fúmate esto—le dijo—. Yo no fumo”.
—Muchas gracias
por toda la información, Max. Había pensado en entrevistar a Morton, pero creo
que no le gustaría recordar aquella mala experiencia. Por cierto, no me ha
dicho nada del disco que tenía abrazado Novechento.
—Ah, pues es que
le propusieron grabar su música. Él lo hizo, pero luego me dijo que no quería
que se comercializara su música. Cogió el disco y corrió detrás de una chica
que le había gustado, pero no la logró alcanzar. Ella desapareció y Novechento
se marchitó con su recuerdo…
miércoles, 4 de junio de 2025
La Pili, esa
Un inspector con una gran lupa, entró apresuradamente. A unos pasos estaba un hombre de aspecto muy gracioso que se sorprendió mucho de ver a un detective irrumpir de forma tan abrupta. Lo siguió imitando sus movimientos hasta que el inspector se detuvo frente a una mujer tumbada en el piso.
—Es un cadáver—
dijo, mirando hacia el frente como si se dirigiera al público.
—Sí, en efecto,
es una mujer muerta— exclamó muy alto el hombre gracioso.
El inspector se
giró muy espantado, tratando de disimular su espanto.
—Y ¿quién
demonios es usted? —preguntó mirando a través de la lupa la nariz del tipo.
—Soy José
Grimaldo, el marido de esta mujer que ve aquí.
La mujer yacía,
pero tenía de vez en cuando convulsiones que llamaban mucho la atención del
inspector.
—¡Usted la mató!
¿Verdad? Se le nota a usted que es un asesino. ¡Queda arrestado!
—Pero, ¿quién es
usted para arrestar a nadie? —le esputó con un gesto vulgar, mostrando la
lengua y golpeando la lupa.
—Soy Arsénico
Lupillo, el investigador privado más caro de esta ciudad, y a mucha honra.
El inspector
comenzó a pavonearse, dirigiendo de nuevo su mirada al horizonte. De pronto, la
mujer se comenzó a agitar en el piso.
—¡¿Pero qué
demonios le pasa a esta mujer cadáver?!—gritó tratando de apaciguar inútilmente
los fuertes movimientos de la mujer que no paraba de agitar las manos y los
pies.
—¡Ah! ¡¿Le da
miedo, inspector?!— dijo carcajeándose José Grimaldo—. ¡Ha de saberrrr…que mi
mujer era epiléptica! Era tan epiléptica, tan epiléptica que dejaron de llamarla
Pilar y la apodaron Ehpilesia. Así le decían todos. Ehpilesia pacá, Ehpilesia
pallá. Hasta yo que la quería mucho le decía de cariño Mi Ehpi.
—¡Eso es
irrelevante!!Confiese! ¿Por qué la mató?
—Pero, ¡qué dice
usted, inspector! Mire, un día me tuve que ir a una isla para ocultarme de mis
perseguidores porque…bueno, usted ya sabe…cosas de hombres, por dios, ¿me
entiende verdad? Pues, eso dejó una profunda huella y Mi Ehpi, que recibió una
carta mía en la que le decía que yo había muerto y desde aquel instante guardó
luto por mi memoria, sin embargo, como ya sabe, las cosas cambian en la vida.
Fui rescatado y homenajeado por sobrevivir más de tres años en una isla
completamente deshabitada, rodeada de tiburones, más terrible que Alcatraz, en
fin, no le haré una descripción con detalles. El caso es que me erigieron un
monumento en plena Plaza Mayó, me dieron un montón de dinero y me ofrecieron un
trabajo en el gobierno. Y ¿qué fue lo malo de todo esto? ¿No lo sabe? ¡Ah!!No
ponga esa cara de zoquete! Pues, muy fácil, me vine a ver a mi querida Ehpi,
pero nada más entrar ella sufrió un infarto, o mejor dicho, un ataque
epiléptico tan fuerte, pero tan fuerte que terminó en infarto y ahora mírela…—con
ojos asombrados José Grimaldo vio cómo su esposa se ponía de pie.
La mujer se abalanzó
sobre el inspector.
—¡Por favor!!Por
favor! Haga que este desgraciado vuelva allá de donde ha venido. Es un ingrato
mentiroso. Casi me muero por su culpa. Además, ya no lo puedo aceptar en mi
casa porque estoy comprometida.
En ese momento se
volvió José Grimaldo que miraba con disimulo el piso para desentenderse de las
palabras de su esposa, pero al oír la palabra “comprometida” no se pudo
contener y saltó sobre ella.
—¡Ah!!Desgraciada!!Si
ya lo sabía yo!!Qué golfa eres!!Esperabas que me ausentara para ponerme los
cuernos!!Te voy a matar!
Seguidamente la
cogió del cuello y comenzó a zangolotearla y ahorcarla. El inspector con mucho
esfuerzo pudo contener al hombre que, fuera de sí, vociferaba y echaba espuma
por la boca. Le dio un golpe en el rostro y la nariz de plástico que llevaba
puesta salió volando.
—Pero, ¿qué me ha
hecho? ¡Inspector del demonio! ¡¿Sabe cuántos litros de vodka me ha costado
esta nariz?! ¡No tiene ni idea de lo difícil que es beber sin control, solo
para tener un instrumento de trabajo que le permita a uno ganarse la vida de
forma digna!
El inspector
trató de recuperar la nariz, pero la mujer la cogió y echó a correr, Ehpi corría
sin parar hasta que, de pronto se puso la nariz, se despojó de su peluca, se
quitó el vestido y se acercó a José Grimaldo que temblaba de terror.
—¡Bien! ¡Ahora te
toca a ti ser Ehpi, desgraciado!!Ahora sabrás quien lleva la nariz en casa!
José Grimaldo,
obligado por la mujer que ahora tenía el aspecto de un hombre fornido, se puso
el vestido, la peluca y comenzó a hablar con voz aguda.
—¡Perdóname,
querido! Te juro que yo no quería serte infiel. Pero, me abandonaste y dejaste
este cuerpecito a merced de los lujuriosos hombres que me rodean. Mira, si
quieres castigar a alguien por mis debilidades debes castigar a este hombre que
es el culpable de todo y, señalando al inspector con el dedo índice gritó:
“Él, él es mi
amante. Me dijo que tú jamás regresarías y desconsolada me acurruqué en sus
brazos y el abusó…Y no solo una vez, ¿sabes? Cada tercer día venía a consolarme,
a decirme que tu recuerdo debía desaparecer y entonces me besaba y..y..y…”
Empezó una gran trifulca y los tres personajes salieron por una gran puerta, detrás de ellos se oyó una ovación y una bandada de aplausos llenó la carpa.
jueves, 22 de mayo de 2025
La estocada
Francisco Gamboa
estaba soñando. Era un joven novillero que estaba a punto de hacerle la faena a
un tal “Remolinete”. Lo había visto ya, pero no lograba adivinar qué relación
tendría aquel escuálido becerro venido a más con ese apodo tan poco común. Se
apretó los machos, sentía la taleguilla un poco holgada, pues su madre en el
afán de consumar los sueños de su hijo, le había comprado un traje de segunda
mano que había llevado con gloria un banderillero. La chaquetilla le quedaba
mejor, pero al verse así, remandado y con sus cacharros apretados al pecho
siendo mulato, pensaba que todo era una falsedad, por no decir broma. Respiró
profundamente y escuchó los consejos de su tío:
“Mira, Paquito,
ese bicho eta como una cabra, embijte con fuerza y luego sarta, así que teng
mucho cuidao cuando use el capote, ¿entiende?”.
En efecto el
torito era un demonio saltarín que se enredaba con el capote y al llegar a la
muleta se lo llevó en el lomo y los pocos curiosos que veían su debut no
pudieron controlar la risa. Paquito se levantó y con determinación ajustó sus
movimientos y calculó la distancia, bravura y empuje del animal y comenzó a
domarlo con carácter. Eran uno en un baile dirigido por el temprano Mulato
Gamboa que llenaría las plazas. La gente decía con orgullo:
“¿Ve a ese negro?
Pue sho lo conocí cuando se hizo torero, fue con una vaquita que se enamoró de
e¨”.
Francisco se vio
frente a Lucía que lo llamaba torero. Él no se pudo resistir y la besó, le
prometió que cuando llegara a “Las Ventas” en Madrid, se casarían. Se fueron
aclarando las imágenes de su boda, la Luna de Miel, los viajes, los primeros
triunfos y la gloria. Vio como pasaban de nuevo los días frente al altar de La
Virgen de la Esperanza Macarena, ella con aquella expresión de llanto, rogándole
que fuera cuidadoso con los bichos, y él maldiciendo que cada vez le mandaran
animales más peligrosos. Entonces lo vio allí, era El Castaño, fuerte,
inmisericorde, leal a sus principios básicos de dios del campo. Su mirada negra
le recordó la batalla. Fue con él con quién casi se queda capado. Ya el cuerno
le había traspasado el brazo, luego el doble giro en el aíre y, al caer, el
muslo. Estuvo a punto de morir. Los días de recuperación, las pesadillas y
aquella duda que no pudo disipar hasta que lo ayudó Lucía. “Lo ve, mi amo ´,
todo e´tá como siempre”. Era verdad, seguía siendo ese macho salvaje en el
lecho, pero el conservar su virilidad lo llevo a subir la cuesta de la fama con
rapidez, sin embargo, el camino torcido de su mente lo hizo bajar
precipitadamente por la pendiente de la demencia. ¿En qué momento perdió la
luz? Le preguntó a su amante americana Jane. Sí, sí, era verdad ella fue la
perdición: caprichosa, vulgar en la intimidad, rencorosa y frívola. Ella era
peor que cualquier toro. Las bestias al menos te anuncian su traición y lo
sabes, te arriesgas y gana el más diestro, pero con las hembras no es así.
¿Cuánto dinero le invirtió? ¿Cuántos desprecios tuvo que soportar para
demostrar que no era un negrito de pueblo? Pero al final, nunca pudo librarse
de la desconfianza que le provocaban sus miradas. Ella era descarada y no tenía
reparo en salir con cualquier blanquito que le gustara. Dios es testigo de que
lo había soportado todo.
Mulato Gamboa
empezó a salir de su sueño. Lo primero que vio fue el techo. Sintió el dolor de
la resaca, mareo y una leve náusea. Se giró y no pudo dar crédito a sus ojos.
Allí estaba Jane inerte con una espada atravesada en el pecho. Se le heló el
alma, pero la duda lo aplastó. No sabía si seguía durmiendo. Levantó por los
hombros el níveo cuerpo frío. Tenía una sonrisa sarcástica, esa que siempre
sacaba para hacerlo enfurecer. Pero, ¿qué había pasado? No lo pudo recordar. La
última imagen que se había quedado era la de esa mueca burlona y luego el telón
negro. Vacío, oscuridad y silencio. No la lloró, la miró decepcionado. Muerta
le parecía una muñeca de plástico con la espada de El Castaño su contrincante y
cómplice. En extremo blanca, insípida, sin gracia, con sus caderas amplias,
pero con olor a pollo. Trató de reconstruir la noche anterior. Empezó con la
cena, la discusión de siempre.
“Regrésate, Negrito,
vete a tu casa para que tu mujercita te reproche estar conmigo. Yo me puedo
acostar con quien se me dé la gana, mientras tu solo vives de las migajas que
dejan los otros…”.
Recordaba que
habían salido del restaurante, ella pavoneándose como siempre, mostrando quien
era la dueña del matador más popular, al cual tenía de esclavo. Él con la cara
en alto, sufriendo en silencio las críticas de los mirones, luego los tragos de
alcohol que lo fueron sumiendo en un estado de insensibilidad o, más bien de
control forzado. No había desorden, solo dos botellas de Whisky tiradas en el
suelo. Miró a Jane y le preguntó: “¿Fue por eso? Dímelo, ¿fue porque te dije
que eras una escoria y te pusiste a alardear de tu fama y éxito? ¿Qué me
dijiste para que reaccionara así? Viva, me jodiste y ahora muerta serás peor. Se
quedó sentado, inmóvil, desconectado por completo. Levantó el teléfono, pidió
que lo comunicaran con la policía y dijo: “Soy El Mulato Gamboa, he matado a
Jane Page, no se lo digan a mi esposa…”.
lunes, 19 de mayo de 2025
Exit
Exit
Elery miró con atención a Eduard Redmyne y le preguntó si se confesaba
culpable.
—Por supuesto, inspector, está de más confesarlo porque usted ya sabe toda
la verdad.
—Así es, mi querido amigo, pero hay algo que todavía no ha dicho y…
—¿Se refiere a lo de la puerta?
—Digamos que sí, creo que fue una forma de acelerar las cosas, ¿por qué
tenía tanta prisa de que le encontrara?
—Le parece banal, ¿no? Pero ha de saber que fue un chispazo de buen humor,
una broma del destino que me llegó que ni pintada. Me pareció gracioso dejarle
esa pista en el párpado. ¿Sabe? Era absurdo que esa pegatina se encontrara
allí: en el lugar y momento precisos. La cogí y se la pegué en el ojo, y me
dije, que busque en esa jodida mente retorcida, que…
—Bueno, eso es divertido, pero lo que realmente me gustaría saber es
¿cuánto tuvo que esperar para perpetrar su venganza?
—Mire, siempre he sido una persona con principios. Cuando empezaba con mi
grupo, la competencia era enorme. Cada vez que hacíamos una canción, de esas
que enganchan, empezábamos a buscar a alguien que nos la promoviera en una
disquera, pero no nos aceptaban nada. Decían que era buen rock y que eran
originales, pero no del gusto de la gente. ¡Jodidos cabrones! ¡Hubieran probado
al menos! Pero a ningún estúpido se le ocurrió.
—Sin embargo, al final, lo logró, ¿no?
—Sí, sí, claro. Era un día mágico, ¿sabe? Lo sentíamos en el aíre. John el
baterista levantó el teléfono y se quedó así— Eduard se quedó inmóvil con los
ojos saltones y la boca abierta—. Luego se giró y nos dijo: “!Chicos, chicos!
Nos aceptan Big Word. Estábamos eufóricos, locos de alegría. Ahora pienso que
teníamos que haber recapacitado, pero éramos jóvenes, teníamos hambre y
queríamos triunfar costara lo que costara y ese maldito ladrón se aprovechó.
—¿Pero, ¿qué tuvo que ver el gordo Dan en esto? ¿Se merecía que le hiciera
eso?
—¡Ah! ¡Ese puto Dan era una mierda! —Eduard hizo un gesto de hastío y luego
de su cara salió una nube verde de hiel. Se le desfiguró la cara y apretó los
dientes—. ¿Sabe que cuando hicimos la audición nos aduló hasta hacernos sentir
como en el puto paraíso? Van a ganar un pastón, van a ser tan famosos como los
Beatles, prepárense para vivir a toda máquina, muchachitos.
—Pero ganaron bastante con él, ¿no? Por cierto, me encantan tus canciones,
Eduard, tu voz es privilegiada.
—Es un don, pero a cambio Dios me quitó un trozo de cerebro. ¡Joder! ¡Si
solo le hubiera echado un vistazo al contrato, lo habría entendido todo y no
habría perdido veinte años a lo estúpido!!No habría tenido que andar mendigando
lo que me pertenecía!
—¡Ah! ¿Te refieres a los derechos de autor?
—Sí, exactamente. Resultó que el maldito gordo se aprovechó de nuestra
euforia para tramar su plan. ¡Que bien sabía lo que le había caído del cielo!!Maldito
cabrón!!Ojalá y se esté pudriendo en el infierno!
La camarera que los había estado evitando, se acercó temiendo que Eduard
fuera a empezar un escándalo y les preguntó si deseaban pedir algo más. Elery
pidió un café y Eduard una cerveza. La camarera miró con una mirada temerosa a
Elery, pero este asintió con un movimiento de cabeza.
—Eduard, pero tus relaciones fueron muy buenas con él, ¿verdad?
—¿Está bien del coco, inspector? Ese cerdo nos estuvo mareando, nos daba
las ganancias de los conciertos, pero lo que dejaban las ventas de los discos
se lo quedaba casi completo. Un día saqué el contrato y le dije que cambiara
esa cláusula de los derechos de autoría. Lo amenacé con dejar de grabar, pero
me restregó el maldito papel en la cara y me gritó:
“!Mira, estúpido cabeza hueca. !Aquí dice que todo lo que hagas me
pertenece, ¿lo ves? ¡Me pertenece!¡Si los quieres de nuevo, cómpramelos!”
Inspector, estaba atrapado. Juré que un día lo mataría. Al principio solo
era odio, pero la idea fue cuajando. Se fue engendrando un pequeño monstruo que
al final se liberó de sus cadenas y salió a cometer el asesinato. Incluso,
ahora mismo, siento como si hubiera sido ese extraño ser el ejecutor de la
masacre, pero sé que fui yo mismo, estaba poseído por ese ser maléfico y cruel
que se encubó durante largos años.
—Te ensañaste, Eduard, no era necesario que hicieras aquello, tantas
puñaladas... Con un buen golpe de cuchillo al corazón y, quién sabe, tal vez
con la pura amenaza, ese gordo embaucador se habría muerto de miedo y…el
remordimiento, claro, habría sido decisivo. Todo mundo sabía que estaba
aterrado por la idea de que lo liquidarás. ¿sabes? Su ayudante Jimmy y su
secretaria, la señora Judy, nos lo contaron. El desgraciado Dan se escondía
cada vez que alguien llegaba a su despacho y los últimos años ni siquiera iba a
la oficina. ¿Cómo lograste que te recibiera en su despacho?
—¡Ah!!Eso! Pues, fue cómo engañar a un niño con un dulce. Le dije que
estaba buscando una disquera para un joven talentoso que prometía. Le puse la
grabación de un ensayo que me había dado un amigo al cual ayudo siempre que
necesita sabios consejos, inspiración y entender la música del pasado. Se la
mandé y alucinó. Me cito para el domingo por la mañana, pero qué le voy a
contar, si ya sabe todo.
—Bueno, Edy, no sé qué hacer, ¿sabes? La ley me exige que te arreste y te
lleve a prisión, pero el sentido común me dice que tu condena ya ha sido
cumplida—Hizo una larga pausa, miró el aspecto aliviado de Eduard y le dijo: “Te
interesaría una vía de escape? Tengo una
coartada…”
jueves, 8 de mayo de 2025
El principio del fin
Estaba tumbado en un diván. El efecto placentero de su medicina se iba desvaneciendo, dejando ver la claridad de una existencia triste. Eran días difíciles y veía cómo los recuerdos de la gloria se convertían en una estrella que se alejaba del planeta a gran velocidad. Se quedó mirando el techo y recordó los momentos más dulces de su infancia. Se vio rodeado de aquel ambiente tibio, sintió el viento fresco del verano. Recordó el sabor de aquellos sorbetes que se vendían en puestos callejeros; la gente haciendo fila; los mayores regocijándose de poder compartir aquel simple pero significativo placer. En las calles la gente, vestida con modestia, caminaba tranquila, sonriente y feliz. A pesar de todo el déficit de alimentos y riqueza material, el país era una casa donde todos eran iguales. No había diferencia ni de raza ni de credo. La amistad de los pueblos, no era un simple losung, sino un concepto aceptado y compartido por extranjeros y locales.
Por un momento se imaginó que su vida era un cortometraje de la historia, a
pesar de que le habían prometido un papel estelar para quedar como caudillo
libertador, por desgracia, su naturaleza de cómico no se había podido ocultar,
más aún, provocó que se ridiculizaran sus opiniones. Se empezó a reprochar su
ambición. ¿Para qué quería tanto dinero si la felicidad era inalcanzable?
Había soñado de pequeño con la gloria, la fama y la riqueza. No sabía si
sus ilusiones habían sido la causa de tantas muertes e injusticias. Había tenido
que amputarse el corazón para dejar de sentir. Era inmune al afecto, el cariño
y la ternura, su avidez de poder lo había conducido a un callejón oscuro donde
sus fantasmas eran los únicos que estaban dispuestos a comunicarse con él.
Le pidió a uno de sus subordinados que prepararan todo para salir del
escondrijo. Le advirtieron que era peligroso, pero hizo caso omiso de todos los
consejos que le dieron. Ya estaba decidido a todo porque sus discursos sonaban vacíos,
le parecía que sus mensajes en lugar de crear un efecto positivo, se revertían
y le caían como un balde de agua fría. Se puso su uniforme, se recortó la barba
y salió al exterior.
El día era soleado, en algunos lugares subían nubes de humo negro. La
ciudad ardía y clamaba por una tregua. Era imposible dar marcha atrás. El
envalentonamiento del inicio del conflicto lo había llevado a burlarse de sus
enemigos y, ahora, que estaba casi a punto de capitular, no quería caer en
manos del enemigo. “Ya que no puedo escapar— se decía sin reproches—, al menos
que se convierta mi cuerpo en ceniza y se expanda por toda la ciudad. Dios es
testigo de que mis intenciones eran buenas, sin embargo, me convirtieron en un
juguete. Ahora que se ha terminado la diversión, empezará el saqueo y la
repartición. Prefiero arder y quedarme sobre la tierra, que consumirme
eternamente en…”.
Trató de recordar los mejores momentos de su vida. Miró al cielo y vio la
imagen de sus amigos en la escuela, las largas tardes de juegos en la calle, su
madre llamándolo a comer y su padre contándole las hazañas de la Guerra Patria.
¿En qué momento se torció su destino? ¿Por qué no fue más prevenido cuando le
ofrecieron el poder? Era por la vida imaginaria, esa ilusión con la que los
grandes pensadores del beneficio y el engaño le lavaron el cerebro. Sí, era
verdad que a todo mundo le gustaban los lujos, el placer y el dominio. Es una
parte intrínseca del hombre, pero ¿por qué no calculó las consecuencias? Tuvo
que cometer actos horribles y los psicotrópicos no le ayudaron a aliviar la
pena porque el problema era moral, así que tuvo que refugiarse en una dimensión
diferente, en un lugar donde las cosas no le pasaban a él, ni a los humanos,
sino a simples seres desconocidos que estaban allí para ser consumidos.
Empezó una lluvia de proyectiles. Los guardias comenzaron a temblar y
gritaron que ya no había salvación. De pronto, algo explotó y el mundo se
fundió como una bombilla. Todo desapareció, salvo un helado en el asfalto.
jueves, 1 de mayo de 2025
La última frontera
La última frontera
El profesor Liam entró en el laboratorio, revisó el termómetro y el
barómetro, escribió en un cuaderno de registros las condiciones de presión y
temperatura y se acercó a la cámara que registraba el movimiento molecular del
metal que estaban analizando. Consultó en el ordenador la filmación del proceso
de evolución de la última semana y se quedó muy extrañado al notar una pequeña
alteración. Revisó con minuciosidad el film en velocidad muy lenta y detuvo el
programa en el instante en el que había un traslape de moléculas. Hizo una
captura de pantalla y la archivó. Se fue en busca de sus compañeros Anatoly y Min.
Los encontró en el comedor discutiendo sobre la dimensión del tiempo a
nivel micro cósmico. Anatoly trataba de convencer a Min de que era posible
revertir el proceso de envejecimiento de algunos materiales. Min, por su parte,
argumentaba que era imposible ir en contra de la segunda ley de la
termodinámica, que rezaba que el desorden de un sistema siempre iría en aumento,
y que era imposible revertirlo para, por ejemplo, restaurar la forma anterior
de un cristal roto.
—Tienen que venir a ver esto— les dijo Liam con voz autoritaria y muy
nervioso.
—Pero ¿qué le pasa, Liam? !Está usted fuera de sí! — le dijeron sus
compañeros al unísono.
—¡Cállense y síganme!
No pudieron hacer nada más que seguirlo. Liam avanzaba con enormes zancadas
por el corredor. Cada vez iba más rápido. Empujó a un joven que se cruzó en su
camino: “¡Imbécil, fíjese por dónde anda!”.
Llegaron al laboratorio y Liam les pidió que se acercaran a la pantalla del
ordenador.
—¿Ven esto? —Les inquirió señalando en la pantalla una mancha de color gris
oscuro.
—Sí— contestó Min—, pero es una molécula como todas las de esa llave
oxidada.
—¡No, no lo entiendes!¡Mira con atención! — gritó Anatoly con los ojos
exorbitados.
—¡No sé qué tratan de decirme! ¡Explíquenmelo!
—Mira, Min— dijo Liam comparando dos imágenes—, durante todo este tiempo,
hemos visto que el proceso de oxidación del metal tenía un comportamiento
predecible de acuerdo a la segunda ley, pero si pones atención y te fijas en la
imagen de las 20: 57: 13: 00 puedes ver que una molécula en lugar de seguir la
trayectoria normal, ha dado un salto hacia atrás. ¿Sabes lo que significa eso?
—Eso significa…que yo tenía razón. ¡Bien! ¡Estimado Liam, lo adoro!—Gritó Anatoly abrazando
efusivamente a Liam.
Se pusieron los tres a analizar las imágenes del proceso del envejecimiento
del metal, calcularon los períodos en los que podría suceder ese fenómeno del
traslape e incidencia del proceso y propusieron varias formas de acelerarlo. Anatoly
propuso que se cambiaran las condiciones de temperatura y se usara una pequeña
carga magnética para ralentizar el proceso de degradación, se revirtiera la
oxidación y se renovara el metal.
—¿Y qué piensa ahora, estimado Min? —preguntó con una enorme sonrisa Liam.
—Pues, no puedo creerlo todavía. Ha sido un shock para mí.
—¡Ya te lo había dicho, Min! ¡Y no querías hacerme caso! —le reprochó
Anatoly agitando la llave como si se tratara de una honda.
Decidieron redactar un artículo sobre la reversión del estado físico de la
materia. Clasificaron en primer lugar los metales y plantearon la hipótesis de
que materiales como el plástico y el vidrio pudieran regirse por la misma ley. Hicieron
los preparativos para realizar los próximos experimentos y con las condiciones
apropiadas. Se tomaron una semana de descanso. Liam viajó a Alemania para ver a
su madre que ya apenas lo reconocía, pero se alegraba mucho al verlo dirigiéndose
a él como si fuera su marido. Anatoly decidió descansar en la playa con su
familia. Visitó la ciudad de las artes y ciencias de Valencia, mientras que Min
se quedó estudiando unos artículos relacionados con la ley de termodinámica que
le había despertado muchas dudas.
Cuando llegaron Liam y Anatoly al Instituto de Investigaciones Físicas y
Químicas de Yakutsk no encontraron la llave y le preguntaron a Min si la había
visto. Les contestó que no sabía nada y se sumergió de nuevo en su lectura y
estudio. Liam, después de buscar por todo el edificio, encontró la llave en
medio de un cajón de los cubiertos del comedor, pero estaba completamente
oxidada. Corrió a mostrársela a sus compañeros y cuando estos la vieron Min
dijo:
“Queridos amigos, resulta que se puede revertir el tiempo de oxidación del
metal, pero cuando vuelve a las condiciones habituales, la degradación se
acelera”.
martes, 1 de abril de 2025
La apuesta
La gente ya había oído la tercera llamada, se apagaron las luces y se levantó el telón. El escenario dejó al desnudo un barco cortado por la mitad, el costado de estribor se encontraba al descubierto y se podía ver que era un galeón del siglo XVI, pero de proporciones adaptadas al teatro y por eso semejaba un enorme bote partido en dos. En el mástil las velas estaban echadas, pero todas tenían grandes agujeros. El viento soplaba fuerte y el silbido que se oía era ya, el de una tormenta menguante. Un reflector dirigió la luz a un hombre que caminaba despacio. Llevaba un jubón sucio, una camisa blanca que estaba gris amarillenta por el paso del tiempo y sus botas eran muy altas. Se giró hacía el publico y mostró sus armas. Llevaba un puñal, una espada, una pistola y un mosquete.
“Soy Enrique Morgan, un reconocido filibustero. Gracias a mí, el reino se
adjudicó…, o como se dice ahora, se hizo, se hizo con islas y grandes extensiones
de tierra. He pasado a la historia más como un reconocidísimo caballero del
rey, que por mis grandes conquistas. Me gustaría…”.
¡Eso es una gran farsa! —gritó desde una de las primeras filas una actriz
caribeña famosa por sus grandes polémicas y escándalos. El público la hizo
callar con dificultad y solo después de haberla persuadido con un soborno, se
tranquilizó—. Aparecieron unos delfines en el escenario que eran representados
por unas mujeres y hombres disfrazados que corrían y saltaban alrededor de la
embarcación. Se oyó un lejano canto de sirenas.
“A pesar de mi mala fama, me gustaría decirles que fui un hombre de buen
corazón. Señoras y señores, señoritas y señoritos. Fui víctima de una
injusticia y las circunstancias me llevaron a usar la violencia, la intriga y
la crueldad como único poder de convencimiento. Nunca fui vendido como dicen en
algunos libros de la época. Eso son pamplinas y…—de pronto se volvió a la mujer
que había iniciado el escándalo y le preguntó:
—¿Es acaso usted historiadora, querida señora?
—No, no lo soy—respondió la mujer poniéndose de pie, amenazando con volver
a alterar el orden.
—Pues, debería…debería y… ¿de parte de quién viene hoy? ¿de su padre? ¿de
su novio?
La mujer perdió la paciencia y corrió hacía él, trepando con agilidad.
—¡Vengo de parte de la justicia!!Se va a enterar de lo que soy capaz!
En seguida, ya en el escenario, comenzó a corretear al hombre, quien se
despojó inmediatamente de su pata de palo y se dirigió a las escaleras para
irse a mezclar con el público. No lo logró.
—¡Recibe tu merecido, maldito mentiroso! —gritó la mujer disparando con el
mosquete que le había logrado arrebatar al pirata.
El hombre cayó con estrépito. La gente vio su espalda humedecida por la
sangre. Se oyó un grito de sorpresa y miedo. Uno de los espectadores anunció
que estaba muerto, que le habían dado a Enrique Morgan exactamente en el
corazón. Alguien pidió que llamaran una ambulancia, pero en ese momento se
encendieron las luces, Morgan se puso de pie y fue a abrazar a la mujer que todavía
apuntaba con el arma.
Desde los altavoces se le agradeció al público su comprensión y
preferencia. Se le explicó que la obra era una innovación y que, gracias al
reconocimiento de los amantes del arte escénico, esa obra se representaría
miles de veces.
Al salir del teatro, una joven le dijo a su novio: “Ves, no querías venir y
ahora no paras de hablar del espectáculo. Ya sé, ya sé que te encantó todo lo
que discutieron. Al principio si me lo creí. Tenía la impresión de que, para
callar a la señora, le habían dado un fajo de billetes, te juro que vi un
montón de dólares. Ah, y eso también, lo que dijo del tal Tristam Shandy, el
personaje de Laurence Sterne, eso del reloj me hizo carcajearme. ¿Te acuerdas de
cómo se lo dijo? !Venga, señora, venga aquí para que le demos cuerda al reloj!
¡No tenga miedo ni reparo! Si se me para, no dude en seguirle dando cuerda.
¡Caray!!Que ingenio! Bueno ¿entonces qué?, ¿ha fallado tu profecía? Tendrás que
invitarme a cenar. Ya sabes cuál fue el acuerdo”.
La noche era tibia, la luna estaba en creciente y por las calles volaban
como pequeños dragoncillos los comentarios del éxito de la obra de teatro
absurdo que pocos habían tenido la oportunidad de ver.
viernes, 21 de febrero de 2025
El pintor del alma
Aparicio siempre fue Epifanio. El apodo le llegó por un tío que, al verlo
un día alumbrado por el sol, se imaginó que su sobrino era como los rayos
solares y tendría un futuro revelador, significativo no solo para él, sino para
la humanidad completa. Era un niño fuerte, pero de cuerpo esbelto. Su piel
morena era la de un mulato y sus ojos verdes cambiaban a los caprichos de la
luz. Sus padres tenían muchos problemas para sobrevivir y le dedicaban poco
tiempo. No era posible darle educación, por eso desde los seis años ayudaba con
recados y tareas que se le confiaban en la casa. A los doce años conoció a don
Pascual un pintor retirado que lo llevó a su casa para revelarle los secretos
del arte. Sucedió que Epifanio estaba con sus amigos en la calle y uno de ellos,
le arrebató una hoja donde estaba dibujado un perro al que Aparicio quería
mucho. Don Pascual recogió los trozos desperdigados de papel y los miró con
curiosidad. Se dio cuenta de que el chico dibujaba mal por la falta de técnica,
pero ya mostraba su capacidad para ver las cosas de forma muy personal.
—¿Cómo te llamas, muchacho? — le preguntó don Pascual.
—Aparicio, pero todos me dicen Epifanio— Contestó sin asombro ni
curiosidad.
—Mira, hijo. He visto tu dibujo y he pensado que podrías ayudarme en mi
taller artístico.
—¿Ayudarle? Pero yo no sé nada de arte ni pintura.
—Eso es lo de menos. Comenzarás con tareas simples y luego…Bueno, luego ya
veremos. Te pagaré para que puedas comprarte comida y ropa.
Cuando se lo contó a sus padres, ellos se miraron con alivio pensando que
podrían llevar mejor los gastos y enderezar un poco la vida que los estaba
enterrando en la desgracia. Fingieron un desacuerdo flácido y hablaron de lo
inadecuado de su explotación, pero en realidad, era una muy buena noticia
porque estaban anémicos y al borde del colapso.
Aparicio pasaba mucho tiempo con don Pascual al que pronto empezó a llamar
maestro, a pesar de las tentativas de este último para que hubiera un tuteo de
amigos. Las cualidades del muchacho empezaron a surgir poco a poco como
pequeños retoños de un árbol. Eran situaciones esporádicas en las que, al
preguntarle, qué sería mejor para complementar un paisaje o corregir un rostro,
Epifanio daba un consejo original. “Si se contrastara un poco más esa parte
de la cara, el efecto sería más real y profundo”. En efecto, don Pascual
con su formación académica se había vuelto ciego ante lo natural y evidente.
Fue por eso que se preocupó mucho de no usar términos para formar al joven
artista. De esa forma se desarrolló una especie de conversación analítica, e incluso
filosófica sobre los efectos del color, el volumen, la forma, ciertas
perspectivas y contrastes. Un día, inspirado por las palabras de su instructor,
Epifanio, que ya tenía quince años, cogió un lienzo que don Pascual había
olvidado hacía tiempo por considerarlo malogrado y comenzó a corregir las
formas, destacar las sombras y realzar la luz, también quitó los detalles que
le rompían el equilibrio a la composición y lo dejó en el caballete antes de
salir a hacer unos encargos. Cuando volvió se encontró con don Pascual que no
dejaba de analizar la pintura.
—¿Cómo lo has hecho, muchacho? Este cuadro era imposible de rescatar, había
nacido defectuoso y no había manera, la verdad, no había manera…
—No lo sé, no lo sé—dijo con una pequeña muestra de orgullo y una sonrisa
que dejó ver su colmillo torcido.
—Bien, muy bien, hijo. Mira—le dijo con rostro de padre ilusionado don
Pascual—, podrías incursionar poco a poco en el mundillo del arte. Pinta algo
estos días, por favor, y deja todo lo que estás haciendo o te quede por hacer.
Unos días Epifanio se dedicó a bañarse en el río, ver las nubes del cielo,
comer y dormir la siesta al aire libre. Una tarde después de haber caminado
unas horas cogió una naturaleza muerta que estaba en la habitación de don
Pascual. Comenzó a hacer un esbozo al carbón y corrigió lo que le pareció
pertinente, luego preparó un lienzo mediano y comenzó a trabajar. Hizo un
dibujo con trazos rápidos, roció un poco de barniz para fijar el grafito y se
puso a mezclar algunas pinturas de aceite. Decidió que solo usaría tres
colores: negro, rojo y verde. Trazó ágilmente las partes oscuras que
representarían las sombras, luego comenzó con escalas de tonos más suaves y
después de dos horas ya tenía el cuadro casi listo para dejarlo secar. Cuando
oyó los pasos de don Pascual escondió el lienzo.
Pasó un mes y las cosas en el taller siguieron su rumbo habitual. Don
Pascual restauraba algunas pinturas luchando contra la carcoma del tiempo que
con sus fragmentos de segundos apolillados derruía las pinturas, pasándose
luego a los bastidores y los marcos de madera. La lucha era diaria y desigual,
pero gracias a la dedicación de don Pascual y su ayudante las obras volvían a
cobrar vida. Las acuarelas se realzaban, los olios resplandecían y las
aguatintas perdían su aspecto gris rancio para atrapar de nuevo la luz.
Una tarde que don Pascual buscaba uno de los cuadros que le habían
encargado hacía tiempo, se dio cuenta de que su mirada había chocado con algo,
pero no podía definir con qué exactamente se había cruzado, así que volvió al
sitio donde había sentido su efecto y dejó que sus sentidos se encargaran de
ubicar a aquel intruso que le llenaba de hormigas la mente sin dejarlo en paz.
Se puso en el centro de la habitación y miró al frente. Fue girando de cinco en
cinco grados poniendo atención en lo que abarcaba su campo visual y de pronto
lo encontró. Era la naturaleza muerta de la pared. Se dio un golpe en la frente
y se echó a reír— “!Por Dios! ¡¿Cómo es posible que, teniéndolo ante los ojos,
no lo había notado?! ¡Pero si resalta a leguas!”. Se acercó con curiosidad y
descolgó la pintura. Era la misma que había estado allí por años. Sin embargo,
destellaba más y tenía algo que la hacía más interesante, incluso excepcional.
Fue por una lupa para ver mejor los detalles y descubrió que en la parte de las
uvas había pintada una bella mujer desnuda. Estaba disimulada de forma
magistral. ¡Hay que ver de lo que es capaz mi muchacho! —gritó dando saltos de
gusto.
Cuando llegó Epifanio, ya hecho todo un hombre, don Pascual estaba comiendo
pan con queso y saboreaba un vino sin quitarle la vista al cuadro apoyado en el
caballete.
—Ven aquí, hijo. Dime, ¿cómo se te ocurrió la idea? ¿qué estabas pensando
cuando lo hiciste?
—Fue solo una corazonada y me dejé llevar por las sensaciones y la suavidad
de la pintura—contestó Epifanio comprendiendo a lo que se refería su maestro.
—¡Es asombroso! ¿Sabes? ¡Tendrás que dedicarte a pintar! ¡Ese talento no se
puede desperdiciar en un cuchitril como este! ¡Descubre y conquista el mundo!
¡No te costará trabajo, muchacho!!Tienes todo lo que se necesita!
En realidad, fue prematura su aparición en el mundo del arte. No porque no
tuviera la capacidad necesaria, sino porque era el mundo y sus habitantes
cavernarios los que no estaban listos para un fenómeno de tal magnitud. Tenía
una fertilidad artística desbordante, impetuosa y excelsa. Pintaba dejando en
cada trabajo un trozo de sí mismo. Era como si de sus sentimientos hiciera una
mezcla aceitosa con la que cubría las telas y, al mirar los trabajos, el
observador volviera a revivir aquellas sensaciones placenteras en el interior.
Años después, ya muy pasada su adolescencia, se encontró en el campo a una
joven atractiva que estaba sentada al lado del río lavándose los pies. Tenía un
aspecto fresco, primaveral, llevaba el pelo suelto y las ocasionales ráfagas de
viento creaban un efecto especial, que le revolvían las tripas al pobre Epifanio.
Él estaba del otro lado contemplando con curiosidad y dolor la imagen que le
retorcía el vientre. Tuvo fuerzas para acercarse despacio a la muchacha. Ella
alzo la vista y dejó ver su rostro. No era una gran belleza, pero se rodeaba de
un magnetismo al que un hombre joven no se podía resistir.
—Hola— le dijo Epifanio con voz alegre, pero apagada, mientras ella lo
miraba con curiosidad.
—Hola—dijo ella sin dedicarle mucha atención y bajando la vista para ver
los pececitos que merodeaban por la orilla.
—Son chanquetes, aquí hay un montón.
Ella se sonrío y le dijo que ya lo sabía, que nunca faltaban en su casa
porque su padre los pescaba y luego los freía. Se quedaron en silencio durante
un buen rato y Aparicio le dijo que así se llamaba, pero que todos le decían
Epifanio. Ella lo miró con indulgencia y dijo que le gustaba Epifanio, que era
un nombre más adecuado para un joven moreno con los ojos brillantes. Él le
agradeció sus palabras y sacó un cuadernillo que siempre llevaba en el
bolsillo. A ella le gustó el improvisado retrato que tenía algo de especial.
—Me has mejorado mucho en el papel.
—No, la verdad es así cómo te veo.
—Pues, no sé si verás bien, pero yo tengo la nariz más ancha y los ojos más
pequeños.
—A mí, no me lo parece, además el arte sirve para crear o plasmar la
belleza—. La chica enrojeció un poco y se volteó a mirar unos pájaros que
volaban en bandada—. ¿Cómo te llamas? —le imputó de pronto.
—Luz—. Dijo alargando un poco el nombre.
—Es bonito. No conozco a nadie con ese nombre.
—En realidad me llamo Fény, es luz en húngaro, pero aquí es más apropiado.
Muchos piensan que Fény es de hombre.
Aparicio se rio mucho con las palabras inocentes de la joven y le parecieron
destellos de buen humor, pero en realidad eran resultado de su inocencia. Era
muy difícil que aquel interesante rostro no se le quedara grabado. Luego, ya en
su habitación, se fue destilando aquella voz sedosa y una figura armoniosa,
semejante a las musas de Ingres, se le plantó en frente, tiernamente desnuda y,
a la vez, descaradamente retadora.
El encuentro le dejó algo inquietante y difuso en el interior. Sacársela de
la cabeza era imposible y pronto comenzó a sufrirla con gran intensidad.
Pintaba día y noche imaginándola en diferentes épocas, formas y colores. En los
largos paseos ficticios que surgían en su imaginación, él conversaba con ella y
le hablaba de la belleza y la armonía de la naturaleza. Esas largas tertulias
con Fény se convirtieron en algo tan real, que él era capaz de oír las
respuestas desde la lejanía, pues le llegaban en forma de pequeños colibrís.
Una tarde, cuando ya se había separado de don Pascual, se presentó en la
casa donde vivía la chica. Tocó la puerta esperando que ella saliera y, al ver
a una mujer entrada en carnes de gesto noble, se quedó mudo, pero se repuso con
determinación. Le recibieron con cordialidad. Fue así como conoció a la familia
y, sin pensarlo, pidió la mano de la mujer amada. Todos se desconcertaron. La
madre se quedó mirando a su hija pensando que podría estar embarazada, el padre,
un hombre acostumbrado a las cargas fuertes de trabajo, apretó sus manazas y se
puso serio. Fény miró implorante a sus padres que con una sola mirada
comprendieron que el destino ya se les había adelantado en la organización del
futuro de su hija. Resignados a la separación, pero con un buen presentimiento,
aceptaron.
Los años fueron pródigos en amor y, a pesar de que Epifanio no conseguía
mucho con las pinturas que lograba vender o restaurar, aparecieron sus hijos y
las responsabilidades. Fény tenía una fortaleza espiritual y física asombrosa.
Era capaz de lavar ropa ajena sin descanso o estar en la cocina preparando comida
para venderla, sin que se le notara el agotamiento. Era tan fuerte el caudal de
sus sentimientos que no había adversidad que borrara la sonrisa de su rostro.
En esas aguas de comprensión, solidaridad y pasión, lograron salir siempre a
flote, por más adversas que fueran las circunstancias. La familia creció y con
unos cimientos bien apoyados logró salir de todas las tormentas y tempestades.
Por desgracia, el genio de Epifanio no era comprendido en su época y lo que se consideraría
selecto y original muchos años después, en aquellos años era solo una forma
caricaturesca e incomprensible.
Ningún crítico de arte o galerista lo tomaba en serio. Parecía que aquellas
palabras de don Pascual, dichas sin maldad alguna, se habían convertido en una
enorme roca que lo aplastaba día a día. Recordaba con cierto odio aquel momento
en el que su maestro lo miró con bondad y le dijo:
“Epifanio, hijo mío, por más dura que sea la vida, por más necesidad que
tengas, por más hambre y decepción que te mitiguen, nunca dejes de pintar. Tu
gloria no es de este tiempo y solo Dios sabe hasta cuándo llegará tu reconocimiento.
Resiste, aunque te sientas desfallecer”.
Tiempo después, cuando sus hijos adolescentes
le reprochaban su exceso de amor por el arte y la incapacidad para ganar
dinero, Epifanio se acordó de aquel día en el que entró soltero a la casa de su
novia y salió casado y con un compromiso para toda la vida. Nunca lo lamentó
porque siempre había sabido que la vida sería adversa hasta el último día de su
vida. Su familia no lo aceptaba, Fény ya cansada se volvió exigente, pero se
contenía para no quebrar la voluntad de su marido.
El sufrimiento, las hambrunas y los repetidos reproches, jamás lograron
matar el amor que él sentía por su mujer. Le había jurado amor eterno y estaba
dispuesto a llegar hasta el final. La vida no quiso darle una oportunidad,
considerando que aquel sometimiento permanente era justo y ya era la hora de
dejarlo descansar. Partió sin sufrimiento y dolor. Se fue apagando como una
vela. Perdió pronto su salud de hierro y su determinación. Perdió pronto el
pelo, luego la vista, el juicio y semi demente se quedó dormido a la orilla del
río mientras pintaba un paisaje raro, lleno de figuras inexistentes, pero de un
colorido y ejecución poco habituales.
Muchos años después cuando el último de sus descendientes decidió venderlo,
el precio se disparó. Se decidió que los más de tres mil cuadros que se habían
almacenado en una modesta vivienda a las afueras de la ciudad, serían parte del
patrimonio nacional. Hubo muchos intentos, por parte de los corredores de arte
y los coleccionistas particulares, de adquirir la colección, pero gracias al
resguardo del gobierno permanecen bajo la vigilancia de uno de los museos más
prestigiosos del mundo. Se organiza una bienal para conmemorar al artista, pero
nadie habla de su tortuoso paso por este mundo, solo de su talento.





.jpg)

