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jueves, 8 de mayo de 2025

El principio del fin

Estaba tumbado en un diván. El efecto placentero de su medicina se iba desvaneciendo, dejando ver la claridad de una existencia triste. Eran días difíciles y veía cómo los recuerdos de la gloria se convertían en una estrella que se alejaba del planeta a gran velocidad. Se quedó mirando el techo y recordó los momentos más dulces de su infancia. Se vio rodeado de aquel ambiente tibio, sintió el viento fresco del verano. Recordó el sabor de aquellos sorbetes que se vendían en puestos callejeros; la gente haciendo fila; los mayores regocijándose de poder compartir aquel simple pero significativo placer. En las calles la gente, vestida con modestia, caminaba tranquila, sonriente y feliz. A pesar de todo el déficit de alimentos y riqueza material, el país era una casa donde todos eran iguales. No había diferencia ni de raza ni de credo. La amistad de los pueblos, no era un simple losung, sino un concepto aceptado y compartido por extranjeros y locales.

Por un momento se imaginó que su vida era un cortometraje de la historia, a pesar de que le habían prometido un papel estelar para quedar como caudillo libertador, por desgracia, su naturaleza de cómico no se había podido ocultar, más aún, provocó que se ridiculizaran sus opiniones. Se empezó a reprochar su ambición. ¿Para qué quería tanto dinero si la felicidad era inalcanzable?

Había soñado de pequeño con la gloria, la fama y la riqueza. No sabía si sus ilusiones habían sido la causa de tantas muertes e injusticias. Había tenido que amputarse el corazón para dejar de sentir. Era inmune al afecto, el cariño y la ternura, su avidez de poder lo había conducido a un callejón oscuro donde sus fantasmas eran los únicos que estaban dispuestos a comunicarse con él.

Le pidió a uno de sus subordinados que prepararan todo para salir del escondrijo. Le advirtieron que era peligroso, pero hizo caso omiso de todos los consejos que le dieron. Ya estaba decidido a todo porque sus discursos sonaban vacíos, le parecía que sus mensajes en lugar de crear un efecto positivo, se revertían y le caían como un balde de agua fría. Se puso su uniforme, se recortó la barba y salió al exterior.

El día era soleado, en algunos lugares subían nubes de humo negro. La ciudad ardía y clamaba por una tregua. Era imposible dar marcha atrás. El envalentonamiento del inicio del conflicto lo había llevado a burlarse de sus enemigos y, ahora, que estaba casi a punto de capitular, no quería caer en manos del enemigo. “Ya que no puedo escapar— se decía sin reproches—, al menos que se convierta mi cuerpo en ceniza y se expanda por toda la ciudad. Dios es testigo de que mis intenciones eran buenas, sin embargo, me convirtieron en un juguete. Ahora que se ha terminado la diversión, empezará el saqueo y la repartición. Prefiero arder y quedarme sobre la tierra, que consumirme eternamente en…”.

Trató de recordar los mejores momentos de su vida. Miró al cielo y vio la imagen de sus amigos en la escuela, las largas tardes de juegos en la calle, su madre llamándolo a comer y su padre contándole las hazañas de la Guerra Patria. ¿En qué momento se torció su destino? ¿Por qué no fue más prevenido cuando le ofrecieron el poder? Era por la vida imaginaria, esa ilusión con la que los grandes pensadores del beneficio y el engaño le lavaron el cerebro. Sí, era verdad que a todo mundo le gustaban los lujos, el placer y el dominio. Es una parte intrínseca del hombre, pero ¿por qué no calculó las consecuencias? Tuvo que cometer actos horribles y los psicotrópicos no le ayudaron a aliviar la pena porque el problema era moral, así que tuvo que refugiarse en una dimensión diferente, en un lugar donde las cosas no le pasaban a él, ni a los humanos, sino a simples seres desconocidos que estaban allí para ser consumidos.

Empezó una lluvia de proyectiles. Los guardias comenzaron a temblar y gritaron que ya no había salvación. De pronto, algo explotó y el mundo se fundió como una bombilla. Todo desapareció, salvo un helado en el asfalto.

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