miércoles, 16 de diciembre de 2020

Una gran cualidad

 

El día de su boda constató lo que había sospechado. No le dio gran importancia porque moralmente ya estaba preparado para aceptarlo. Con esta ausencia se completaba ese rompecabezas que él había ido armando poco a poco. Ese vacío de información en el que siempre se encontró incómodo, por fin desaparecería. Sería muy difícil para todos. La situación había sido muy incómoda mientras él lo había ignorado, pero ahora sus amigos le habían hecho la confesión sin hablar. Se alegró de que León, Juanjo y Alfredo no hubieran llegado. Pilar estaba radiante. Desde que la conoció se llevaron bien. Eduardo pensó que los había juntado una celestina, sin embargo, fue la coincidencia la que arregló todo.

Tenían pocos invitados y el pequeño restaurante no tenía más clientes ese día. Los padres de Pilar se emocionaron. Su hija les había dado muchos dolores de cabeza. “No sabes lo agradecidos que te quedamos, estimado Lalo”. Sí, en efecto, quien más lo festejaba era la señora Alicia que sabía a la perfección que su hija había buscado a su hombre ideal y no lo había encontrado hasta que él apareció. ¿A cuántos patanes tuvo que soportar? ¿Cuántas discusiones tuvo con su hija tratando de demostrarle que esos tipos con los que llegaba por las noches solo la querían usar? Pilar no era nada tonta, pero su corazón idealista le hacía creer que al final excavaría tan dentro de los corazones masculinos que hallaría la joya que buscaba.

Los músicos comenzaron un vals. Los suegros se levantaron y felices recordaron aquellos tiempos en que asistían a los concursos. Tenían buena forma física y los aplausos no se hicieron esperar. Las invitadas que eran el contingente más grande esperaban que el novio o el apuesto señor Boris las sacara a mostrar sus encantos. Se divirtieron unas tres horas. Brindaron por el éxito del matrimonio y se fueron retirando poco a poco hasta que quedó solo Eduardo con su familia política. “Es una lástima que no hayan podido venir tus padres, querido Lalo—le dijeron al unísono los suegros”. No, no se preocupen. Ya habrá una oportunidad para que nos reunamos todos. Gracias por venir. Liquidaron la cuenta y Pilar y Eduardo se fueron en una limosina al hotel donde pasarían la noche antes de viajar a su Luna de Miel.

Durmieron bien y se levantaron con el pie derecho. El primer día de matrimonio era muy diferente de los habituales. Estaba lleno de palabras dulces y comprensión. Cuando se prepararon para salir al aeropuerto a Pilar la arroyó la felicidad. Fue tan arremetedor el torrente que se tuvo que sentar en la cama y llorar media hora. Al final si había encontrado a su media naranja que le venía exactamente a la medida. ¿Por qué le había costado tanto trabajo encontrarlo? No era buen momento para dejarse llevar por esa idea, pues sabía a la perfección que miles de mujeres jamás lo logran y, por el contrario, les tocan tipos que las engañan y golpean.

—Será mejor que comencemos a arreglar el equipaje, cariño. No llores—. Lalo la abrazó le dio un beso.

—Es que realmente soy feliz, ¿sabes? Desde que te vi por primera vez presentí que eras lo que yo buscaba.

—Yo también me sentí muy atraído por ti, Pilar. Ahora ya sabes, hasta que la muerte…

No le dio tiempo de terminar la frase porque Pilar lo estrechó y le preguntó si estarían juntos para siempre.

—Por supuesto, eso ni lo dudes. Tú eres todo lo que deseo en la vida.

Se pusieron a ordenar sus cosas y llegó el taxi. Bajaron el equipaje y se fueron a tomar su vuelo.

Durante su corto noviazgo habían hablado muchísimo. Se habían contado muchos detalles de la juventud y descubrieron cosas similares. El primer amor y la desilusión más grande. La búsqueda interminable de un amor de verdad, las riñas con la familia, las cosas maravillosas de la vida de estudiante y cosas por el estilo. También habían coincidido en sus planes. Tendrían un año para ellos, luego ella se embarazaría. Él seguiría con sus ascensos en la empresa y vivirían en armonía.

El viaje fue muy bueno, No tuvieron más que alegrías y ningún percance estropeó su romance. Lalo volvió al trabajo y sus compañeros lo recibieron muy bien. Sus amigos le llamaron para disculparse por no haber asistido a la boda. Se sentían fatal y deseaban enmendar su falta. ¿Qué te parece si te vienes con Pilar a la casa y organizamos una barbacoa? Le proponían sus amigos. Al final aceptó la invitación y un fin de semana llegaron a Casa de León quien los recibió con mucha cordialidad. Estaban Juanjo y Alfredo. Todos estaban acompañados de sus mujeres. Salieron al jardín y se repartieron las tareas. En la cocina Pilar le contó a Lucía, Cristina y Zara que estaba muy contenta por haber encontrado lo que tanto buscaba. Zara y Cristina la felicitaron, pero sabían que antes de casarse con sus respectivos maridos, ella había salido con ellos. Eso ya lo habían superado porque en realidad no pasó de ser una aventurilla. Lo que les estaba poniendo nerviosas es que Pilar no hubiera encontrado ni en León, ni en Juanjo, ni en Alfredo, eso que sí tenía Eduardo. Pensaron que físicamente estaría super dotado, pero al poner su función su intuición y despertar todos sus sentidos decidieron que debía ser otra cosa. Algo en el trato, pensaron todas, quizá sea más que un caballero, atento y con una comprensión de la naturaleza femenina increíble. Tampoco, fue eso porque se veía como cualquier tío, incluso, torpe o con maneras poco educadas. La duda se despertó en ellas y se quedaron muy nerviosas. ¡Qué maldita cualidad hace a Eduardo mejor que a mi esposo, joder! La vida seguía para todos, lo malo era que las tres mujeres les pasaron su inquietud a sus cónyuges.

—Oye, Alfredo, ¿te acuerdas de que te acostaste alguna vez con Pilar?

—¡Hombre, Cristina! ¿No habíamos quedado en que eso ya era agua pasada? ¡No empieces de nuevo con esos celos, por favor!

—No, no se trata de eso. Es que, ¿sabes lo que nos dijo Pilar?

—No, Cristina, no tengo ni idea.

—Pues, dijo que había encontrado en Eduardo lo que no había podido hallar en ningún otro hombre y ya sabes que no son pocos los que se ha llevado a la cama.

—No, lo sé, Cristina, y tampoco me interesa. No le des vueltas a eso, te vas a volver loca y al final va a resultar que es una cursilería.

—No, Alfredo, me perdonas, pero no es una cursilería. Conociendo bien a Pilar una se queda pensándolo porque de los que le hemos conocido hay algunos que están fuera del común denominador y ni siquiera esos lograron quedarse con ella, así que debe ser algo muy especial.

—Mira, Cristina, no tengo tiempo para tonterías. Me voy a trabajar y no me molestes más con esas preguntas tontas.

Alfredo salió enfurecido y humillado. Cómo era posible que Lalo, con ese aspecto tan soso, tuviera algo que le faltaba a todos los demás. Llegó a la oficina y se lo comentó a León y Juanjo cuando habló con ellos por teléfono. Se rieron a sus costillas y especularon con todo tipo de fantasías. Alfredo no podía sacarse de la cabeza las palabras de su mujer. “Si Mauro, Joséelo y Paco no lo tienen, menos tú y tus amiguetes”. Levantó la vista para despojarse de la frase que le hacía rascarse la cabeza como si tuviera sarna. Vio a su secretaría Guadalupe y sin pensarlo le preguntó.

—Guadalupe, ¿qué cualidad más preciada busca usted en un hombre?

— ¡Ay! ¡Qué preguntas me hace! No lo sé.

—No, no, te hablo en serio ¿Es algún sentimiento o una cualidad física?

—¡No qué va! Lo físico no importa tanto y lo sentimental, es imposible.

—¿Cómo que imposible?

—Si, todos los hombres son unos patanes que buscan solo el sexo.

—Y eso quiere decir que, si un hombre no busca el sexo, es un fuera de lo normal. Digo, en el sentido que les gusta a las mujeres…

—No sé, Alfredo, no estoy de humor para bromas y la verdad no me imagino a qué viene todo esto.

Alfredo comprendió que estaba actuando de forma inapropiada y se disculpó. Luego se quedó pensando mucho tiempo en la cuestión. ¿Qué pasaría si de pronto Eduardo, quien a todo mundo le daba lástima, fuera un súper dotado? ¿Cuál era esa maldita cualidad que lo hacía único? Recordó las burlas en el bar. “¡Cómo que se casa con Pilar! ¿Es que no le ha pasado un ejército por encima a esa baja braguetas? ¿En qué piensa ese tío? Va a ser el hazmerreír en todos lados. ¿Qué va a contestar cuando le pregunten si sabe que su mujer se ha metido a la cama con media humanidad?”. Y ahora va a resultar que Lalito es el mejor de todos. El único que ha podido meter en trancas a esa mujer de cascos ligeros.

Un viernes por la mañana Cristina se encontró a Lalo. Ya tenía una semana completa de incertidumbre porque había visitado a Pilar y la había visto irreconocible. Ya no hablaba de hombres, se arreglaba con gusto y parecía una mujer muy culta. Un cambio de esa magnitud era imposible según la opinión de todos los que la conocían, pero la evidencia estaba allí y ella estaba obligada a descubrir el secreto. Saludó a Lalo y le preguntó qué hacía.

—¡Que gusto me da verte, Lalo! ¿Qué tal estás?

—Bien, Cristina, he venido a buscar unas cosas que necesitamos en la casa para los cortineros y el dormitorio. Y ¿tú qué tal?

—Bien, muy bien. También estoy buscando cosas para la casa, pero son para la cocina. ¿Podrías ayudare a elegirlos?

—Por supuesto. Mira, precisamente allí hay una tienda para el hogar.

Se fueron comentando los últimos acontecimientos de la vida familiar. Se fueron directamente a la sección de baños y cocinas, pero Cristina no tenía nada que comprar allí y pensó en alguna estratagema que la sacara del apuro, pues no podía llegar a su casa con más vajilla o algo tan innecesario como un colador u otra cosa de las que había allí. Lo único que se le ocurrió fue tropezarse y caer en los brazos de Lalo. El acercamiento fue tal, que sus labios se unieron. Cristina se sonrojó y dijo que había sido algo inconsciente.

—No te preocupes, Cristina, esto no lo sabrá jamás nadie.

—Es que eso me ha pasado algunas veces con Alfredo y siempre nos besamos, así que…

—Vamos, hombre. No pasa nada. Es una cuestión instintiva. No creas que me lo tomaré en serio. Lo olvidamos y ya está.

—Pero, ¿de verdad lo guardarás en secreto?

—Te digo que sí. Olvídalo y vamos por lo que necesitas.

—Oye, y si nos hubiéramos besado y luego…Tú ya sabes…Que si nos hubiéramos acostado… ¿Guardarías el secreto, también?

—Claro, ¿por quién me tomas? No se lo diría a nadie, aunque me torturaran. Te lo juro.

Ante esa sinceridad, Cristina, se sintió desarmada y, peor aún, se llenó de valor. Un atrevimiento que iba más allá de toda cordura.

—Oye, Lalo, ¿y si te propusiera que fuéramos a un hotel, irías?

—Pues, si fuera para ayudarte sentimentalmente, sí lo haría.

—¿Y guardarías el secreto hasta irte a la tumba?

—Ya te he dicho que tengo palabra de honor y nadie se enteraría.

Ella se lo tomó muy en serio y decidió que tenía la gran oportunidad de descubrir esa dichosa cualidad de la que se enorgullecía tanto su amiga. Se lo confesó todo a Lalo. No había nada que comprar para su cocina y quería tener una aventura con él. No deseaba más que un poco de comprensión, cariño y discreción. De esa forma terminaron los dos en un hotel.

La experiencia no fue tan maravillosa como se había imaginado Cristina. No le sorprendió nada de las capacidades sexuales de Eduardo, incluso pensó que era tan común como cualquier otro hombre. Sí, era cierto que le había mostrado mucho cariño, pero eso no era, con toda seguridad lo que satisfacía a Pilar. Pensó que se había tirado a la piscina y no había hecho nada más que comprometer su reputación. Pensó que tal vez Lalo, en una fiesta con sus amigos, se fuera de la lengua y entonces ya tendría motivos para sufrir. El divorcio, la patria potestad de sus hijos y las humillaciones por parte de la familia de Alfredo. Sudó frío, pero algo muy dentro de ella, le dijo que Eduardo le había dicho la verdad y lo descubrió en las siguientes semanas cuando se volvieron a reunir todos en la casa de Juanjo. La noticia le llegó por conducto de Zara.

—Oye, Cristi, tengo algo que confesarte. Ven conmigo a donde no nos vea ni nos escuche nadie.

—¿De qué se trata Zara? ¿No me lo puedes decir aquí?

—No, ni lo mande dios. No estoy loca para hacer eso. Mira, vamos a comprar unos pastelitos y en el camino te lo cuento.

Salieron con la excusa de comprar una tarta para los niños. En el coche Zara ya no se pudo contener y lo soltó todo. Cristina la escuchó con paciencia sopesando la situación y después hizo su confesión. No era posible. Las dos se habían acostado con Lalo y no habían sido capaces de encontrar su famosa cualidad. Volvieron con un mal sabor de boca. Lo único que estaba claro era que Lalo decía la verdad. Nadie habría sospechado jamás que había estado con las dos mujeres. Lo pero Lucia las reunió en el baño y en voz muy baja les dijo que ella también. Era el colmo. Las tres se habían tomado muy en serio la búsqueda y se encontraban desnudas confesando que no habían hallado nada. La discreción fue el pacto y si Lalo se iba de la lengua lo matarían.

León, Alfredo y Juanjo ni se las olían. Seguían reuniéndose en el bar. Comentaban los bulos que les llegaban a través de sus esposas, e incluso llegaron a pensar que no estaría nada mal acercarse a Pilar para preguntarle cuál era esa cualidad tan preciada. Nadie les habría perdonado la intromisión y habrían terminado con la amistad. Decidieron dejar las cosas como estaban y seguir la vida sin ponerle atención a nada de lo que le atañía a ese matrimonio.

Los cambios en Pilar fueron enormes. Se embarazó, se enclaustró en su casa. Vivía tranquila educando a sus hijos y en las reuniones seguía alabando las cualidades de su marido. Sus amigas sentían vergüenza al encontrarse con ella y algo muy dentro de su conciencia les decía que esa cualidad, de la que ellas y sus maridos carecían, era simplemente la discreción.

 

 

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