Unas piernas atractivas con un tiburón dibujado en los muslos para detener
a los hombres impertinentes, unos pechos bien formados y una personalidad
seductora eran sus características. Harry sabía que era inevitable estar dentro
de ese fértil cuerpo que despedía un olor de flores y miel y que no era para
desperdiciarse en una cocina. Tenía los ojos verdes, el pelo ondulado y andar
seductor. Llamaba la atención, incluso de las mujeres, las cuales se sentían
desconcertadas por la mezcla de deseo y envidia que les golpeaba el vientre.
La misión no era sencilla porque aunque tenía la intuición y el sentido
común de una mujer seguía siendo el rudo y decidido Harry. No lo pudo evitar.
“Eres él único que puede hacerlo, Harry—le dijo el jefe del departamento de
investigaciones criminales para el pasado—, no le vamos a dar margaritas a los
cerdos. Nadie merece esta misión más que tú”. Era verdad, pero Harry quería
acostarse solo una vez con el presidente, el tiempo restante se divertiría con
las mujeres más hermosas que encontrara en su camino. Sería un hombre dentro
del cuerpo de Sophie la escandalosa amante del mandatario de los EE.UU. En una
palabra se convertiría en el amante lesbiano o la amante machorra. No le
importaba mucho.
Abrió el armario y vio los vestidos. Cogió uno rojo y se lo puso. Se gustó
mucho. Tenía bien pronunciadas las caderas, se notaba su tronco fino y la
estética de sus largos brazos. Se peinó, se maquilló sin excesos y se echó un
abrigo de pieles ligero. Bajó por la escalera de caracol. Sus zapatillas iban
coreando sus pasos. La oyó el chofer. Agudizó el oído y se concentró para no
fallar en las órdenes que recibiría. Jacob ya había fornicado con la bella
dama. Habían vuelto una noche de un bar. Sophie estaba deshecha, le habían dado
malas noticias y desfalleció en los brazos de su sirviente. No hablaban nunca de
sus encuentros. Todo transcurría en silencio. Solo se comunicaban para que
fueran ejecutadas las peticiones de Sophie. Llegaron a una discoteca de lujo.
Ella se bajó ocultando la mirada tras unas gafas oscuras de lentes camaleón. Le
abrieron paso. Entró y se fue directamente a su mesa.
Le dijo al camarero que rechazara todas las copas que le mandarían a su
mesa los hombres pretenciosos del lugar. Centro su atención en las jóvenes. “En
mi tiempo, las mujeres ya no son así—se dijo Harry rechinando los dientes—, aquí
son imperfectas, sin modificaciones genéticas ni cosas por el estilo. Me
encantan sus defectos naturales, es como entrar a un zoológico”. Harry estaba
muy excitado, le latía el corazón cada vez que veía pasar cerca de él a una
mulata acompañada de una morena y una rubia. “Con las tres podría si estuviera
en mi época, pero con este cuerpo ni pensarlo—dijo mientras sorbía el vodka de
su vaso—, aunque no estaría mal probar”. Las jóvenes aceptaron y se las llevó
en su coche. Jacob quería participar del banquete, pero por las miradas de
Sophie supo que era inútil.
Estaban desnudas, sus travesuras habían dejado una nube de aroma lácteo y
tibio en la habitación. Jugaban a las Nereidas y los cánticos atrajeron a los
argonautas. Se presentó el dignatario. “Richard—le dijo Sophie abrazándolo—, te
tengo una sorpresa. Has llegado a tiempo”. No tuvo oportunidad de asimilarlo,
lo metieron a la ducha, lo secaron y arrastrado por ocho manos fue lanzado al
colchón, que era como una tabla de salvación en medio del mar. Empezaron las
canciones, los arrullos y las largas inserciones en la tibia carne de origen
africano, sajón y latino. La felicidad del Richard desbordaba por los contornos
de los cuerpos que lo mecían en un gran baño de placer. Se elevó al cielo como Ícaro
y cayó en picada cuando sus alas de cera se derritieron. Llegó el momento
crucial para Harry. Unió sus labios con los de su amante y le lanzó la pregunta
crucial. “¿Me quieres?—dijo dentro de su boca—. ¿Me lo vas a decir?”. Richard
estuvo a punto de perder la vitalidad, deseaba seguir disfrutando de los
placeres de la carne, pero la pregunta lo aterrorizó y el frío lo dejó tieso,
sudando. Unos segundos después, abrió despacio la boca y salió la información
arrugada, pestilente de nicotina, pero era clara y Sophie sonrió. Harry era libre,
el secreto de estado le había sido revelado. Se fue al baño y desapareció.
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