lunes, 1 de abril de 2019

Cuerda sin fin


James sintió la dureza de la cama, se levantó y se miró en el espejo. Hizo unos cuantos gestos tratando de reconocerse. Su tiburón tatuado estaba más lúcido, casi nuevo. Encogió los hombros y salió de la casa. Cerca de la puerta estaba una mujer. Era Alice. Lo miró con sorpresa.
—Es un milagro que te hayas recuperado, James—le dijo con una voz aguda.
—Sí, la verdad no sé ni siquiera dónde estoy y quién soy. ¿Qué hago aquí?
—¿No te acuerdas, James?
—No. Te lo juro, es como si hubiera nacido hace unos minutos.
—Estabas inconsciente. El doctor dijo que si hoy no volvías en sí, te daría por perdido. Te declararía en coma.
—¿En coma?
—Sí, estabas fatal, James.
—¿Por qué?
—¡Te dispararon! Te caíste de aquella colina, ¿la ves? Solo Dios sabe cómo te encontramos. ¡Fue un milagro, James! ¿Puedes caminar? Mira, vamos allá para que la veas.
Caminaron un poco y Alice empezó a llorar en silencio. James la abrazó y sintió su dolor traspasándolo. Volvieron abrazados. James tenía frío, estaba en pijama y el viento lo empezó a calar.
—Me gusta este lugar—dijo con voz suave, James.
—Es tu sitio preferido.
Entraron en la casa. Alice reavivó el juego de la chimenea y preparó café. James recordó la colina, el rifle, el golpe en la cabeza y el viaje al otro mundo. Miró a Alice con ternura y sorbió de su taza.
—Tenemos que encontrar la fosa, James.
—¿La fosa?
—Sí, James, solo tú sabes dónde está.
—Pero, ¿qué hay en la fosa?
—El cuerpo de McNeil.
—¿Quién es?
—Tú viste dónde lo enterró el asesino, por eso escapaste, el criminal te vio y te disparó.
Hubo un momento de silencio. James lo sabía todo, quería dar la impresión de que desconocía la historia, le habían advertido de la intuición de Alice. Era necesario ir al sitio donde estaban las margaritas y desenterrar el cuerpo de McNeil, luego leer la nota secreta y volver al futuro. Lo separaban trescientos años. Todo era tan común. James, perdía la concentración quería descubrir cosas, tocar a los animales, ver las liebres, incluso comerse un ciervo pequeño. Deseó estar en la vida de verdadero James y disfrutar de la poesía de la naturaleza, pero su misión se lo impedía. Calculó el tiempo y se dio cuenta de que podría realizar su antojo. Cogió la escopeta, corrió al lago y le disparó a un pequeño ciervo. Lo asó allí mismo en una hoguera. Se acercó Alice y compartió con ella la carne. Después de saciarse. James se restregó las manos con las yerbas y le pidió a Alice que la siguiera. Caminaron hasta una explanada en la que había una alfombra amarilla.
—Es allí—dijo despacio James.
—¿Estás seguro, James?
—¡Claro! La pala y la pica están en esos arbustos.
Era cierto. Estaban allí con la tierra aun fresca. James los cogió, husmeó un poco y al encontrar un montículo comenzó a escarbar. Daba fuertes paladas sacando grandes cantidades de tierra.
—Tardaré una media hora, Alice. Ve por agua para limpiar el cuerpo de McNeil.
—Está bien, James. Vuelvo pronto.
James aceleró su trabajo. Tenía que leer la nota lo más pronto posible. Sus gotas de sudor bañaban la tierra, limpiándose con el antebrazo se aseguraba de que Alice no estaba allí. Vio el cuerpo inerte de McNeil. Retiró la tierra con las manos. Sacó la nota. No podía leerla por la falta de luz. De pronto se había nublado el día. Desdobló el papel y se orientó hacia el débil chorro de rayos que atravesaban las nubes. Levantó la cabeza y vio el cañón de un rifle. Sabía que era el final. La misión no se cumpliría. Oyó el estruendo de una explosión.
—Haz fallado otra vez—le dijo un hombre severo.
—Lo siento, general, no debí confiarme de Alice. No pude leer la nota, pero le prometo que la siguiente vez lo haré.
—James, llevas diez veces cometiendo el mismo error.
—Lo sé general, pero le prometo que si me manda de nuevo cumpliré sin falta la misión.
Volvió a despertarse en la cama dura, se miró en el espejo, cruzó viendo la cocina, salió y habló con Alice, cazó al ciervo, subió a la planicie de las flores y comenzó a escarbar. Recordó los errores de las diez veces pasadas. Desdobló la nota y cuando buscó la luz para leer explotó en su cara una detonación de fusil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario