Escuchó los gritos de unos cazadores que se aproximaban a su choza. A penas
tuvo tiempo de vestirse y colocarse en la cabeza su viejo penacho de plumas de
avestruz. Cuando se abrió la endeble puerta, ante él apareció un grupo de
negros sosteniendo a un hombre. ¿Qué es eso? —preguntó al ver unos trapos de
color beige manchados de sangre y una rala melena rubia—. ¿Es eso lo único que
han podido cazar? No—le respondieron los hombres poniendo los ojos de rana, estirando
los labios con gesto digno y señalando al amasijo que tenían en vilo—. Lo que
pasa, es que es un mznungu (hombre blanco) que fue atacado por un león y lo
traemos para que lo cures. ¡Está bien! —gritó enfadado el brujo. Al instante,
lo colocaron sobre un lecho de paja y con rapidez salieron porque estaba
prohibido permanecer en la casa del sacerdote sin la autorización del consejo
de guerreros de la tribu.
El zahorí comenzó a remover los trozos de tela que se habían pegado a la
carne del desafortunado cazador. Con paciencia fue dejando los trozos colgantes
de pellejo libres de la tela y con un pequeño estropajo humedecido con una
esencia de hierbas, comenzó a limpiar las heridas, acomodó los trozos de carne
en su sitio y les puso encima una capa de grasa de serpiente y los cubrió con
una venda de pelos de coco. Cubrió con una manta al desdichado. ¡Tiene que
dormir y recuperarse! —gritó el escuálido negro cuando estuvo frente a todos
los habitantes que con gran curiosidad deseaban saber cuál sería el destino del
desconocido.
Esa noche no hubo bailes ni cánticos, se suspendieron las fiestas
religiosas y se anunció el amri ya kuttoto kan je (toque de queda) hasta nuevo
aviso. Pasaron tres días en los cuales, el brujo permaneció fumando bangi
(marihuana), haciendo oraciones e invocando a los espíritus del más allá, hasta
que escuchó un leve gemido humano y vio dos ojos azules como el cielo. Wo bin
ich? —susurró el alemán—. No hubo respuesta. El negro y esquelético brujo se
acercó y miro la cara del ser extraño que pronunciaba esas palabras tan raras.
¡Cállate—gritó poniéndose los dedos en los labios—y espera a que el espíritu
del león te deje libre! En seguida, fue por agua y se la dio de beber al hombre
que, al sentir su sed satisfecha se volvió a quedar dormido para despertar al
día siguiente. Las cosas fueron mejorando y el visitante pronto vio
cauterizadas sus heridas, se acostumbró a la comida de lugar y comenzó a
caminar con lentitud porque no podía doblar las rodillas.
Durante el tiempo de su recuperación, el enfermo, había tenido la
oportunidad de aprender palabras en swahili, de la misma forma, el brujo retuvo
en su cabeza expresiones útiles como: Was möchten Sie zum frühstück, Wie wir in
Deutsch sagen…? y muchas más. La memorización de las mismas frases en el idioma
local por parte del hombre blanco facilitó la comunicación entre los dos
sujetos y le proporcionó a Franz el respeto y cariño de todos los habitantes de
clan. Cuando por fin salió de la choza y lo vio la multitud de curiosos que se
habían reunido enfrente de la cabaña del brujo por orden de los jefes, Franz
lloró de alegría. Al verlos desnudos y hambrientos sintió un compromiso moral.
Su dicha era tal que gritaban y bailaban gustosos como si fueran niños, así que
decidió corresponder a la hospitalidad de sus salvadores. Se giró hacia su
amigo, lo cogió por los huesudos hombros, miró sus hundidas y amoratadas
cuencas y al ver dos pequeños luceros intermitentes dijo:
“Amigo, en agradecimiento a tus
esfuerzos para salvarme la vida, prometo ante tu pueblo que les traeré el
progreso, la riqueza y la comodidad”.
Nadie entendió hasta el final el
mensaje porque los conocimientos del hechicero no le permitían traducir por
completo las palabras de Löwe o simba como llamaban al extranjero, pero con un
abrazo se selló el pacto de amistad y el acuerdo de colaboración mutua.
Franz tenía algunos conocimientos de ingeniería y con la ayuda de los nativos
construyó una cisterna para almacenar agua en los tiempos de lluvia. Levantó
una casa de dos plantas hecha de adobe y maderas finas para su amigo y les
enseñó a hacer tabiques para que ellos se construyeran mejores viviendas, luego
empezó a sembrar algunos cereales, extrajo el jugo de las cañas de azúcar y
repartió bebidas en las fiestas. Llegó un momento en que no quedó ni una sola choza,
las calles tenían adoquín, estaban iluminadas por farolas de aceite de coco y
había letrinas públicas para evitar los contagios y propagación de enfermedades.
La gente prosperó mucho y Franz decidió que había llegado el momento de
volver a la civilización. Warlok, el brujo, le puso como condición que le
enseñara el alemán antes de irse. Durante seis meses se dedicaron al estudio
del idioma y cuando el apreciado Warlok ya podía comunicarse con soltura, Franz
le dijo que se iba, pero que le mandaría desde su tierra unos cacharros
electrónicos y libros para que pudiera aprender más secretos en su profesión.
De esa forma los dos amigos mantuvieron una excelente comunicación a distancia.
El brujo hizo reformas en su casa y vivía como el más importante de los reyes.
En su salón había pieles de león y antílopes, sus muebles eran muy hermosos y
su cama enorme con jardín y piscina. Tenía en el tejado una rejilla de
celdillas que le proporcionaba la energía eléctrica necesaria para alimentar un
aire acondicionado, una televisión de plasma y una conexión satelital de
Internet. Todos los días entraba al chat y practicaba el alemán con su querido
amigo. Se sentía feliz y la gente lo quería mucho porque gracias al alemán que
había salvado, su pueblo prosperaba.
Un día Warlok kubwa (el gran brujo) leyó una noticia que lo desconcertó
muchísimo.
“Una mujer nigeriana fue
asesinada el día de ayer en Madrid. La policía encontró en un basurero su
cuerpo desnudo, el cual mostraba heridas causadas por arma blanca. Según las
investigaciones, no hay indicios del arma y del asesino. La mujer que fue
identificada después por una de sus compañeras, la cual laboraba con ella en un
prostíbulo en el que atendían a más de veinte clientes al día, quien confirmó
la identidad de Haraka Paa (Gacela rápida) procedente de Tanzania y con antepasados
en Nigeria”.
Warlok se quedó muy pensativo porque la noticia le despertó algunos
recuerdos de su antigua vida cuando carecía de un lujoso mercedes, una casa de
dos plantas, tres esposas, joyas, ropa de marca y poder político. Siguió
leyendo todas las notas relacionadas con la chica asesinada. Supo que la joven
de veintidós años había abandonado a su familia para ganar dinero en Europa,
que antes de irse había visitado a un brujo vudú y había prometido ser
obediente para que su familia no sufriera o muriera por su causa. Se enteró de
que había trabajado sin descanso y que se acostaba a diario con los hombres que
la visitaban; y que un día sus apoderados se habían cansado de ella y la habían
eliminado por no tener sus papeles en regla. Después de haber leído todos los
artículos relacionados con el cruel homicidio, Warlok buscó en su ordenador los
escáneres de las tablas de ébano en las que estaban grabadas las normas de
conducta de las tribus y se deprimió al comprender que el ritual de Haraka Paa,
había sido completamente erróneo y en contra de las normas de su pueblo.
Se ha hecho todo sin respetar los mandamientos de Mungu mkuu (Dios
supremo). En primer lugar, la ley decía que una mujer debía adquirir
experiencia sexual acostándose con un gran número de hombres, pero debía ser
complaciente y recibir de ellos sólo su aprobación al haber obtenido placer, ella
no debía en ningún caso aceptar gratificaciones materiales; en segundo lugar,
en el momento en que estuviera lista para la unión conyugal, debía volver al
seno materno y buscar entre sus vecinos y amigos al hombre que la esposaría
para vivir con él hasta el fin de sus días; en último lugar, para la
celebración de la diosa de la fertilidad “Mungu Wa uzazi” Haraka Paa era
demasiado vieja, pues para el rito, del comienzo de la primavera, se requería
una joven virgen a la cual penetraban los guerreros del clan y luego se le
desprendía la piel para danzar con el cuero durante toda la noche. Con cara de
pocos amigos, el brujo salió a dar una vuelta para meditar y tranquilizarse,
tenía tan mal aspecto que nadie lo quiso saludar. Warlok miró su pueblo y se
decepcionó al notar que los jóvenes bailaban como monos al ritmo de una música
incomprensible, que llevaban unas cadenas enormes en el pescuezo y usaban
zapatillas deportivas en lugar de llevar las modestas viatu (sandalias), además
no había rastro alguno de los doti (taparrabos) porque los habían cambiado por
vaqueros negros y licras. Volvió a su casa y se duchó, se perfumó, se cubrió
con sus costosas sábanas de seda, se tomó un whisky gran reserva y se durmió.
Tuvo, al principio, un sueño tranquilo, pero cuando entró en la fase más
profunda de la modorra se vio dentro de una habitación sucia y pequeña que olía
a sudor, perfume barato y esperma. Estaba acostado y desnudo, se miró el
miembro y notó una gran erección, pero de pronto apareció Haraka y con sólo oír
su voz, su tallo se marchitó de inmediato. ¡¿Pero qué te ha pasado, hija
mía!?—preguntó preocupado al verla ensangrentada—. ¡Mira nada más en qué estado
tan lamentable te encuentras! Haraka se sentó a su lado y le pidió que se
calmara, luego, le contó la siguiente historia:
Hace tiempo, querido Warlok, unos hombres blancos me prometieron una vida
muy cómoda en una gran ciudad. Antes de abandonar a mi familia me pidieron que
jurara ante un sacerdote vudú que sería modosa y cumpliría con todas las
ordenes que me dieran. Como puedes imaginar lo hice y emprendí el viaje, sin
embargo, al llegar a la tierra prometida, me empezaron a meter un polvo blanco
por la nariz. Cada vez que aspiraba esa sustancia me ponía como loca, perdía el
control. Luego me ponían una ropa transparente e iba a servir a muchos hombres
en la cama, pero, por más que me esmerara, nunca me dieron el reconocimiento
para que pudiera casarme. Muchas veces me quedé sin comer y cuando exigía un
bocado, me castigaban encerrándome en un cuarto oscuro o haciéndome trabajar
doble jornada. Nunca quise escaparme, aunque tuve la oportunidad, porque sabía
que si lo hacía matarían a alguno de mis familiares. Por último, me resigné y
seguí haciendo las cosas como se me pedía, pero en una ocasión me dijeron que
ya me encontraba en pésimas condiciones y que los hombres no me deseaban en
absoluto por mis carnes magulladas, por lo que tenía que regresarme a casa. Me
puse feliz y le di las gracias a Mungu mkuu por haber escuchado mis ruegos.
Cogí mis cosas para marcharme, las cuales no eran muchas, y vino Marco, uno de
los hombres que por lo regular nos custodiaban, y me pidió que lo esperara un
minuto, después regresó con un cuchillo y se lanzó sobre mí. Sentí un dolor
intenso en el vientre, en la espalda, en el corazón y vi como mi alma se
separaba del cuerpo. Presencié el momento en que Marco y Peter me desnudaron y
me arrastraron por las escaleras para echarme en un contenedor de basura. En cuanto
se marcharon me vi rodeada de muchas mujeres negras que se lamentaban de su
suerte, todas, decían, habían padecido la misma desgracia que yo y, que todo
ese sufrimiento, había servido sólo para enriquecer a los dueños de una mafia
de tráfico humano que las había usado como material desechable. ¡Tienes que
ayudarnos, Warlok! Tú eres el único que tiene el poder suficiente para que
podamos vengarnos y encontrar la paz en el Peponi (Paraíso). ¡No nos dejes
desamparadas! ¡No nos dejes vagando por estás calles frías de hormigón y
asfalto!
Warlok se despertó alarmado, le parecía que seguía a su lado el cuerpo
ensangrentado, y ya en grado de descomposición, de Haraka Paa. Podía sentir su
respiración y sus ojos penetrantes que no se separaban de él, lo ponían muy
nervioso. ¡Está bien, está bien, Haraka! Lo haré—exclamó muy irritado—. Buscaré
un medio para que tú y todas las mujeres que han sido condenadas encuentren la
paz en el paraíso. Ella hizo un movimiento afirmativo con la cabeza
sosteniéndose un ojo para que no se le saliera, le dio las gracias al viejo
brujo, pero no desapareció. El nigromante la miró un instante y le dijo que
buscaría una salida al problema meditando. Encendió un enorme cigarro de
marihuana de primera calidad, le dio unas bocanadas y esperó a que surtiera
efecto. Haraka Paa también fumó y se recostó enrollándose como un perro fiel al
lado al lado del brujo, éste sintió de pronto que su cabeza se convertía en una
mesa de billar en la que sus ideas chocaban unas contra otras haciendo sonidos
huecos cada vez que algún pensamiento descabellado era descartado.
¡Zaz! ¡Zaz!—Era Warlok que se daba golpes en la frente porque lo había comprendido todo—. Era necesario que las mujeres muertas se aparecieran en todos los burdeles y en los momentos más excitantes de la relación sexual espantaran a los clientes. Le dio las instrucciones a Haraka Paa, quien lo había visto todo y estaba muy contenta por la genialidad del viejo brujo. Así, comenzó un período de horror en todas las ciudades donde había prostitución. El primer sitio que se quedó vacío fue Ámsterdam, luego Londres y París, después Berlín, Madrid, Lisboa, La Habana, Miami, Las Vegas, en fin, ya no había un sólo lugar en el que se pudiera comerciar el sexo con mujeres, pues los hombres habían escuchado tantas historias de horror, por causa de las cuales muchos se habían quedado impotentes, que lo último que se le podría ocurrir a un hombre era meterse en un prostíbulo.
¡Zaz! ¡Zaz!—Era Warlok que se daba golpes en la frente porque lo había comprendido todo—. Era necesario que las mujeres muertas se aparecieran en todos los burdeles y en los momentos más excitantes de la relación sexual espantaran a los clientes. Le dio las instrucciones a Haraka Paa, quien lo había visto todo y estaba muy contenta por la genialidad del viejo brujo. Así, comenzó un período de horror en todas las ciudades donde había prostitución. El primer sitio que se quedó vacío fue Ámsterdam, luego Londres y París, después Berlín, Madrid, Lisboa, La Habana, Miami, Las Vegas, en fin, ya no había un sólo lugar en el que se pudiera comerciar el sexo con mujeres, pues los hombres habían escuchado tantas historias de horror, por causa de las cuales muchos se habían quedado impotentes, que lo último que se le podría ocurrir a un hombre era meterse en un prostíbulo.
Haraka Paa volvió muy agradecida a la casa de Warlok, quien se encontraba
chateando con su amigo Franz en el momento en que ella entró por la ventana.
Imagínate—le decía Franz a su viejo amigo africano—la sociedad ha entrado en
crisis. Los hombres no son infieles ni de broma. Las familias se conservan por
mucho tiempo unidas y nadie tiene amantes. Un sector de la economía se ha visto
afectado porque nadie compra revistas de mujeres desnudas, nadie ve porno,
nadie tiene amantes, no se consume droga ni alcohol. ¡¿Qué más va a pasar?!—En
ese momento se escuchó un horrible grito. Era Haraka Paa que había reconocido
al jefe de las mafias. Es él, es él—decía señalando con un dedo tembloroso al
pequeño cuadrito de la pantalla del ordenador en el que se veía a un hombre un
poco calvo y rubio con sonrisa de conejo—. !Eso no puede ser, Haraka! Este es
mi amigo Franz. Gracias a él nuestro pueblo ha prosperado. Mira nada más qué
grado de desarrollo tenemos aquí. Haraka no quiso hacerle caso a Warlok y lo
amenazó con llamar a todas sus amigas para sembrar el terror en todo el
continente. Warlok recapacitó un momento y llegó a la conclusión de que los
grandes males en África habían sido ocasionados por los wannas, así que ordenó
destruir todas las cosas que constataran la presencia del hombre blanco en la
tierra negra. Se destruyeron las casas de adobe, se cambiaron los tractores por
el estilo rudimentario de siembra, se quemó toda la ropa de marcas extranjeras
y se volvió a usar el taparrabos. Se destruyeron los ordenadores y los móviles
y se regresó a la cacería rudimentaria. Pasaron los años y nadie volvió a
escuchar nada sobre la aparición de las negras fantasmas, pero por precaución
no se volvió a abrir ningún burdel, ni se vendió droga, ni nada de las cosas
que pudieran despertar la ira de las africanas ensangrentadas.
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