Le gustaba cambiarse los nombres, era un hábito que tenía desde su época donjuanesca, lo hizo una vez para quitarse algunas trabas que arrastraba de antaño y el resultado fue fulminante porque el nombre que eligió, por si mismo, era seductor. Juan Carlos, le dijo a la chica que acababa de conocer. Ella que solo había oído nombres eslavos quedó encantada, aun sin saber que esa denominación tenía origen en la cuna de los Borbón y venía por la línea del mismísimo Alfonso XIII. Empezaron a salir en plan formal y la joven se engrandecía cuando iban de paseo y se encontraban a algún amigo o familiar. Las presentaciones habían tomado un carácter oficial por la forma en que Marina pronunciaba la silaba tónica de Carlos. La gente quedaba encantada, no tanto por la apariencia del joven estudiante, más bien por ese nombre mágico que transformaba a un chico modesto de pueblo en un magnífico extranjero de alcurnia. Como el éxito de tal estratagema era arrasador, se acostumbró a los Marco Antonio, Julio César, Marco Tulio y demás reyes y emperadores. Tenía tantas admiradoras que pudo escudriñar en los cuerpos eslavos más hermosos la sensibilidad de los sentimientos femeninos. Llegó a descubrir los más íntimos secretos del alma mujeril, era acosado y perseguido por las bellas estudiantes de los conservatorios que se peleaban por satisfacerlo con su canto y todo eso sólo por su buen gusto en la elección de los nombres. Para él, era suficiente ver a una mujer para adivinar qué nombre la haría sentir la más placentera humedad en sus labios internos. Era algo mágico, una palabra que desprendía una trepadora de placer que penetraba por sus oídos y bajaba hasta la entrepierna, entonces las sílabas fuertes de sus nombres eran remolcadas por excitantes labios que las dejaban escapar como si se tratara de un orgasmo verbal.
La
experiencia y los años lo convirtieron en un hombre culto e interesante. Una
cirugía que se había hecho en la nariz había traído como consecuencia que sus
enormes ojos de rana se cerraran un poco y su cara se hizo más trapisonda, pero provocaba tentación en
lugar de rechazo. Era porque le habían restirado hacía la izquierda unos cinco
milímetros de la piel del rostro y eso había sido suficiente para que su
entrecejo se frunciera un poco cuando miraba con atención, dado que tenía una
cabeza perfectamente redonda y la faz circular, se destacaron la nariz y los
labios que sobresalían en él por la falta de pelo. Las mujeres maduras no
podían evitar poner ojos de cordero al mirarlo y sentían la necesidad de
pedirle su aprobación, pues ese entrecejo crítico y acosador era insalvable.
Tenía la costumbre de comprar ropa carísima y de telas exquisitas y elegía las
combinaciones como los nombres, su apariencia era la misma de un actor de cine,
pero en pleno estudio cinematográfico.
Se iba por las tardes a un café de
prestigio donde solo se daban cita las más distinguidas personalidades. Gente
rica o famosa que nunca dejaba de brindarle un saludo al magistral e
irresistible Juan Carlos. Él, por su lado, escogía una mesa que se encontraba
debajo de la rotonda de cristales espectrales y dirigía su mirada hacia la
entrada, de esa forma nadie podía pasarle desapercibido, incluso cuando se
encontraba mirando su copa de coñac o la taza de café. El campo visual que
tenía desde esa posición le permitía ver, con todo lujo de detalles, los
cuerpos de las damas que pavoneándose en sus ajustados vestidos, se desplazaban trepadas en sus finos tacones con
un sensual balanceo de caderas. Esto último ponía loco a Carlos porque en el
momento en que veía una hembra bien agraciada, ponía cara de ganadero experto
y, como si se dispusiera a comprar una mula o yegua, pensaba un nombre. Por lo
regular, esta acción producía en las afortunadas un temblor en los muslos,
entonces volteaban discretamente para mirar de reojo al hombre que era capaz de
levantarles su falda y evaluar la firmeza de sus jamones con tanto descaro. Lo
único que podían hacer era disimular una sonrisita de vanidad o de orgullo.
Allí estaba siempre, en el mismo lugar en su trono bajo el calidoscopio de
luces chillantes que lo elevaban sobre una nube de respeto y admiración.
Un día
entró a la sala una extranjera. Rondaría ya, los cuarenta años, sin embargo su
cuerpo portaba orgullosamente el resultado del duro trabajo físico de una vida
deportiva. Carlos la miró y quiso inventar un nombre para deslizarse por las
contorneadas piernas y besar las caderas de la aludida, pero no le salió nada,
el nombre ya estaba ahí y no hacía gran efecto porque había quedado eclipsado
por los ojos glauco piélagos que lo arrojaron con la fuerza de una enorme ola
salada. La sensación fue tan refrescante e inesperada que pronunció en
italiano:
“Bellissima
Ragazza”
Ahora era él quien había prolongado las
tónicas enredándose en las eles, incluso había dilatado la transformación de
las zetas por una ц
rusa y para colmo lo había dicho en voz alta. La mujer volteó con curiosidad
real porque en verdad no lo había visto, cosa excepcional en ese sitio.
Entonces, por primera vez en muchos años, Carlos se levantó y fue hacia ella
aceptando todos los riesgos que eso pudiera implicar. Se detuvo frente a una
escultura viva engalanada por un vestido escotado color turquesa. Uno de los
mechones que caía por un costado de la cabellera de la dama se balanceó y dio
principio a un dialogo.
-Disculpe
mi atrevimiento preciosa dama, le juro que no he visto mujer más guapa que
usted en este sitio y le he tomado por alguien de la realeza.- Ella, con una
sonrisa de satisfacción le refutó cortésmente que no tenía ni una gota de
sangre azul.
-Permítame
invitarle a un café, será para mí un gran honor.- De inmediato señaló con la
mano su mesa y con una reverencia la persuadió para que se acercara. En cuanto
ella se paró a un lado de la pesada silla dorada, él la retiró para que se
sentara. Con gran clase la mujer fue encorvando las piernas para quedar al
final sentada y bien apoyada en el cómodo respaldo.
-Disculpe
de nuevo mi atrevimiento, pero me veo en la obligación de preguntarle por su
origen, ¿Es usted de aquí?
-No,
vengo de Rusia.
-Ya lo
decía yo, aquí no nacen mujeres como usted, ¿Sabe?
-Creo
que exagera un poco. He visto una cantidad enorme de mujeres preciosas de una
belleza misteriosa y exótica, incluso aquí mismo las puede encontrar.
-Pues,
entonces estaré ciego o tengo otro tipo de gustos. Por cierto, su español es
bastante bueno.
-Sí,
será porque llevo viviendo muchos años aquí. –Se calló un instante y miró un
poco la sala y al notar que se acercaba el camarero bajó la mirada. Su aspecto
era como el de una divinidad a la que los dioses le habían obsequiado las más
hermosas pestañas.
-¿Desea
un café de la casa? Aquí lo preparan como en ningún sitio, además lo acompañan
con unas pastas que son un manjar de dioses.-Ella aceptó y el camarero se alejó
sin poder despegar la mirada de los lustrosos y ondulados cabellos negros que
lo hipnotizaban.
Hubo un
intercambio de miradas y entonces ella tomó la palabra.
-Trabajo
como profesora de canto y doy clases de aeróbica. Hace tiempo que abrí mi
gimnasio y me ha ido bastante bien, tengo muchísimos clientes y cada vez me
dedico menos al canto.- Carlos frunció el ceño porque una imagen confusa pasó
como un relámpago por su cabeza, pero fue tan fatua que no pudo adivinar qué
era.
-Tendrá
usted a parte de clientes muchos admiradores. ¿Está casada?
-No,
por desgracia o por fortuna me he convertido en una mujer insensible.
-Será
porque no ha encontrado al hombre adecuado.
-No, no
es eso. ¿Sabe que hace muchos años sufrí la peor decepción que puede soportar
una mujer? Desde entonces mi corazón ha quedado clausurado para el amor.
-¡Oh,
dios! Y yo que había pensado que tendría que pagar mi insolencia por haberla
invitado a acompañarme cuando llegara su esposo o prometido.
-Despreocúpese,
no hay ni la más mínima amenaza. Estoy sola, es mejor así.
-Pero
¿Cómo fue su gran decepción amorosa? Perdone que sea tan indiscreto, pero me he
quedado muy intrigado.
Sin
responder y con una expresión de ausencia comenzó a contar la tragedia de su
vida.
-Hace
muchos años, cuando era una estudiante en el conservatorio, conocí a un hombre.
Al principio me resistí a salir con él porque sentía un poco de temor y
desconfianza, luego me fue convenciendo de que era una buena persona y cedí.
Tuvimos algunas relaciones íntimas y me desconcerté mucho. En mi tierra la vida
es muy dura y no hay tiempo para los sentimentalismos, quien se deja vencer por
la adversidad está muerto. Sí, así como lo oye. Una persona débil no dura
mucho. El caso es que en su compañía cambié, como se dice di mi brazo a torcer
y doblé las manos. Poco a poco, me fui ilusionando con la idea de que podría
tener un buen matrimonio, claro que yo no hacía nada para precipitar las cosas,
más bien fue él. Cada vez que me encontraba a mis amigos o a mis familiares se
lo presentaba y él decía que pronto sería mi esposo. La gente comenzó a tomarlo
en serio y finalmente acabaron por acosarme con la pregunta clásica sobre
cuándo sería la boda. En una ocasión mi padre me sorprendió desnuda en brazos
de Carlos y nos dijo que ya era hora de poner una fecha para celebrar nuestra
unión. – Carlos se sintió un poco incómodo por la coincidencia del nombre que
había pronunciado la mujer y sudó dos gotas dolorosas, ella no notó nada en
absoluto y continuó.-Una semana después se celebró una comida conmemorando la
Pascua y como mis familiares estaban expectantes de que por fin hubiera un
motivo de alegría, interrogaron con sus miradas a mi novio.
No tuvo más remedio
que anunciar que nos casábamos y que estaban invitados para celebrar la boda el
mes entrante. La euforia provocó que todo mundo brindara y se emborrachara a
más no poder. Fue un desastre porque nadie se marchó y tuvimos que dormir
amontonados más de veinte personas en un piso que solo podía acoger a cinco.
Carlos
había perdido su aspecto seguro y estaba muy pálido. Sudaba y continuamente se
pasaba su hermoso pañuelo de seda por la calva. Se aflojó un poco la corbata y el
cinturón, luego se excusó argumentando que había aumentado la cantidad de gente
en la sala y sentía la falta de aire. Ella continuó sin ponerle atención.
-Llegó
una tarde con un vestido carísimo y me pidió que me lo pusiera, después se
ocupó de que la sala para el banquete quedara reservada para cincuenta
personas. Quiero echar la casa por la ventana, decía con una deslumbrante sonrisa
y buen humor, quiero que todo mundo vea que me caso con la mujer más hermosa
del planeta. Se fue acercando la fecha, habíamos reservado en el registro civil
nuestro turno para el día 20 de abril, que coincidía con su cumpleaños. Había
escogido esa fecha para poder celebrar por partida doble su matrimonio.
-Me
disculpa un momento, por favor.- Dijo Carlos, que con un gran esfuerzo se
levantó de la mesa y se fue al baño.
Volvió
pronto tratando de aparentar que no había sucedido nada, lo malo es que su cara
delataba la presión de sangre que había abotagado e hinchado su rostro al
momento de vomitar.
-¿Le ha
caído algo mal? No tiene buena cara.
-No, no
se preocupe no es nada, continúe y perdone por la interrupción.
-Pues,
enviamos las invitaciones a mis amigos y familiares, reservamos una limusina
para que nos recogiera y nos llevara con mis padres a la oficina del registro
civil y le compramos ropa adecuada para la ocasión a mis abuelos. Y llegó por
fin el día,-sonrió con aire triste,- la noche anterior me había llamado Carlos
para decirme que él se presentaría directamente en la oficina y que no me
preocupara por nada. Incluso a mediodía, antes de la boda, me llamó para decirme
que a las cuatro de la tarde en punto estaría haciendo guardia en la puerta
para recibirme.
Salí de mi casa acompañada del griterío de mis familiares y
vecinos. Todos me deseaban felicidad de por vida, me sentía afortunada y libre,
era como si de pronto me hubieran quitado una coraza que me había impedido
volar toda la vida. Llegué a las oficinas del registro y ni siquiera pensé que
las cosas pudieran dar un vuelco fatídico tan sádico. Esperé una hora, luego
dos, tres, cuatro. Estaba deshecha, me quería morir y no tenía cara para
enfrentar a mis familiares. Todos trataban de consolarme y encontrar al
desaparecido Carlos que por casualidad dio muestras de vida en un avión rumbo a
su patria. Esa fue, señor mío, la última vez que creí en las palabras de un hombre.
Carlos
la miró con mucha atención pensando que ella lloraría por el desagradable
recuerdo, pero estaba impasible, inmóvil como una estatua. No sabía qué decir
ni cómo actuar, por un momento su cabeza se había quedado sin ideas y sintió
que le restiraban los nervios del cuerpo, era una fuerza que le tensaba tanto
que no podía ni siquiera respirar.
-Perdone
por haberle traído un recuerdo tan desagradable. No era mi intención y jamás me
habría imaginado que en su vida hubiera un acontecimiento tan amargo. Déjeme
disculparme y retirarme, por favor. Lo siento en el alma. Tal vez podamos
vernos en otra ocasión, no sé, un día de estos.
Presuroso,
anhelante por abandonar el lugar, se
puso de pie, la mujer sacó con
desgana, una tarjeta de su pequeño bolso de lentejuelas doradas y le extendió
el trocito de cartón rectangular con un nombre y un número de teléfono. Él sin poder contenerse
cogió la tarjeta y salió de prisa.
Por el camino se le fue desprendiendo en
trocitos, como una cáscara disecada, la capa de nombres que se había inventado
para ocultar su verdadera identidad. Fue quedándose desnudo de apelativos y surgió
su verdadero nombre. Ese que le había obligado a sentir rencor contra sus
compañeros del colegio que lo comparaban
con una cantante ridícula a quien odiaba.
Unas voces femeninas surcaron los
aires y retorcieron sus orejas con frases de lamentaciones, se le atestaron las palabras de rencor, las
embarazadas ilusiones y los abortados sueños de castillos en el aire antes de
ser edificados. Comenzó a lijar el piso con sus pies, como si quisiera raspar
la capa de escoria que dejaba su corteza nominal anómala, defectuosa e
inadecuada para un lugar donde las emociones eran de verdad y no de fantasía.
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