martes, 1 de julio de 2014

La buena pasada

Ayer, cuando terminé de leer la novela corta  “El Caso de la Media de Seda” de Conan Doyle, tuve un pequeño ataque de risa, y no porque la novela se prestara a la diversión y comicidad, sino más bien porque la información reveladora que le abrió los ojos al doctor Watson, me los abrió también a mí. Para que me puedan entender, queridos amigos, es necesario que me remonte a tiempos pasados.
Todo comenzó hace más de un año cuando me pidieron que fuera a dar los martes y jueves un pequeño seminario sobre la enseñanza de lenguas extrajeras. Las sesiones serían veinte con duración de una hora y media cada una. Los participantes eran estudiantes de la universidad que estaban por concluir su carrera y necesitaban asesoramiento para escribir su tesis. El lugar que nos habían asignado para dicho cursillo era un auditorio no muy espacioso, con unas sillas incomodas sin paleta, la calefacción era un hornillo candente que nos hizo sudar desde la primera sesión. Había una pizarra muy blanca y pequeña, la iluminación era mala pero como nuestras clases eran por la mañana descorríamos las persianas para que entrara la luz del poco sol que salía esporádico.
Mis alumnos eran unos jóvenes muy alegres y tenían bastante interés en aprender lo poco que yo les podía enseñar. Entre los asistentes me llamó mucho la atención una jovencita muy guapa. Era menudita, llevaba siempre el pelo suelto, lo tenía castaño con unos ligeros tonos de caoba, su piel era blanquísima, lo que hacía que el carmín de su lápiz labial realzara de sobremanera sus estrechos labios. Se llamaba Zhana y, aunque no se parecía en nada, yo la asociaba con una intérprete y compositora de canciones folclóricas  rusas que me encantaba por el sentimiento con que interpretaba sus canciones y se le conocía como Yana o Zhana Bichevskaya.  Zhana, la de mi clase, se sentaba con Serguei y María, el primero tenía una memoria extraordinaria y un aspecto de chico travieso y muy pícaro, por el contario, María era una pesada que padecía de un alter ego insoportable, pero luego, después de culminar el curso, descubrí que era solo su actitud fingida para que la  percibiéramos así.
El curso fue avanzando y los temas fueron cada vez  más interesantes, al menos eso creía yo. Durante las sesiones se fue creando una serie de hábitos que nos hacían reír o sentir la pesadez del tiempo viciado y el bochorno del aula. De las cosas que no nos gustaban estaba la conducta de Masha que siempre quería tener la razón en todo, y aunque sus compañeros trataran de convencerla de lo contrario, ella no se bajaba de su burro y no daba su brazo a torcer. Había también, un chico muy introvertido que por más esfuerzos conjuntos que hiciéramos para ayudarle, no hilaba una frase completa. Hay que tomar en cuenta que el curso se daba en lengua extranjera y los conocimientos de unos y otros eran desiguales. El jovenzuelo se llamaba Pavel o Pasha, como le decíamos cariñosamente, y se trababa un poco al hablar. Nadie le faltaba al respeto pero había ocasiones en que se quedaba a media frase parloteando una silaba que alguien asociaba con algo obsceno o vulgar. Era por eso que estallaban las risas y la atmosfera del aula se volvía a refrescar. Los demás estudiantes eran bastante habituales y por su simpleza no los recuerdo tan bien como a estos que he mencionado. Los encuentros en la clase eran muy agradables porque la colaboración de todos hacia más dinámico el trabajo. Después de la tercera o cuarta clase noté algunas particularidades de Yana, una era que siempre iba con la misma ropa, el mismo calzado, el mismo peinado y el mismo bolso, a decir verdad no cambio su forma de vestir ni una sola ocasión durante todo el ciclo de sesiones. A parte de la ropa que nunca se mudaba, estaban los cambios tan notorios de personalidad, ese era el segundo aspecto y el más desconcertante de ella. Había ocasiones que llegaba de muy buen humor, sonreía, se relacionaba muy bien con todos, y sobre todo, trabajaba y hablaba muchísimo. Otras veces, era muy diferente, el cambio era tan radical que pensé que se debía a fuertes depresiones o problemas graves de índole psicológico tales como desdoblamiento de la personalidad, esquizofrenia u otro problema de ese tipo. Era sorprendente como se la podía ver un martes tan enérgica y vital, y un jueves apática e irrespetuosa. Yo me empecé a interesar por el asunto, traté de acercarme más a ella sentimentalmente, aparentando ser un consejero o un guía espiritual. Eso, por supuesto, no dio ningún resultado ya que la Yana comunicativa me hacía sentir que mi preocupación era infundada, y la Yana introvertida, burda y explosiva me rechazaba inmediatamente. La situación llegó a preocuparme tanto que me puse a leer artículos de psicología clínica que trataban sobre la doble personalidad, el desdoblamiento del alma y cosas semejantes. No obtuve ningún resultado, por el contrario fui yo el que se desconcertó más y si no hubiera sido por la brevedad del curso, tal vez hubiera sido yo el que se habría descompuesto de la cabeza y habría ido a parar al manicomio. Fui tratando de no poner atención en las transformaciones de mi alumna, empleé el artilugio de no mirarla más a los ojos, sin embargo los martes después de clase, ella misma venía hasta mi mesa a pedirme que le explicara algunos términos o que le recomendara algún artículo interesante sobre el tema que habíamos tratado en clase. Los jueves, ya se imaginaran, cuando llegaba con la lista de autores o fuentes de donde se podía obtener la información de los temas que me había pedido, Yana me los rechazaba y decía que ya no le interesaban, me miraba con rencor como si la estuviera acosando sexualmente y con una sola mirada me hacia enmudecer o palidecer y sonrojarme al mismo tiempo.
Un día se decidió hacer un pequeño festejo en el comedor del instituto, fuimos todos a celebrar el cumpleaños de dos compañeros quienes ya  habían conquistado y condicionado una mesa de la concurrida sala para nuestra celebración. Trajeron la tarta, cantamos el Cumpleaños Feliz, desentonado como es propio en estos casos, les deseamos las mejores cosas a los cumpleañeros, y cuando el ambiente se relajó un poco me vi rodeado de la compañía de Masha, Pavel y Yana, estaban los tres discutiendo sobre la influencia del inglés en otras lenguas, y sobre todo en los idiomas ruso y español. Pues aunque no lo crean, les decía yo, el ruso está de moda en todo el mundo y debería influir más en las otras lenguas, ya saben que las palabras Perestroika, Glasnost, Matrioshka, Sputnik, Chaika, Lada, Kalashnikov (aunque sea el nombre de un arma) se conocen en todos lados y no estaría mal que se conocieran otras palabras relacionadas con las aportaciones tecnológicas o de otro ámbito de la sociedad rusa. Trataba de hacerles entender que de alguna forma se debe intentar enriquecer el idioma natal con unos equivalentes de todos esos barbarismos que nos llegan de fuera. Les daba ejemplos de los que se hace en el español cuando te hieren el orgullo y te dicen que en tu lengua es imposible crear un término para chip, marketing, manager, etc. Mi argumento era que aunque resultara muy larga la palabra o la expresión que sustituía el extranjerismo, era mejor éste que dejar que se implantara la palabrota importada. Todos me echaron la bronca y por estar discutiendo en eso perdí la oportunidad de conversar más estrechamente con Yana, la cual ese día, estaba de muy buen humor y radiaba de alegría. Un poco antes de terminar la fiesta,  se habló de las bromas que le habían hecho a los profesores del instituto y, por lo que todos contaban, me di cuenta de que eran bastante traviesos y que se debía andar con los pies de plomo con ellos porque se podía caer en una situación bastante incómoda y ridícula. A parte de las jugarretas clásicas para burlarse del profe, este grupo de vándalos, incluía la tecnología o el refinamiento intelectual. Con la facilidad que se tiene ahora de obtener información sobre cualquier cosa, resulta peligroso tener una vida doble y no mantenerla completamente en el anonimato, porque si los alumnos te descubren en in fraganti,  una de estas jugarretas de mal gusto te puede costar el empleo o llevarse al traste tu buena reputación por más limpio que estés. Eso lo supe cuando se refirieron a una profesora que estaba saliendo con un alumno en plan de amigos y el muy tarado se había dejado olvidada una fotografía muy comprometedora en la que la profesora estaba en bañador y el dándole un beso en la mejilla. Alguien la escaneo y la arregló con un programa de fotografía digital de tal modo que se veían los dos desnudos, luego comenzó a enviársela por correo electrónico a todos los estudiantes de su grupo y cuando alguien decidió hacer una pancarta y pegarla en la puerta de entrada del comedor explotó la bomba, es decir, la bomba. Se destituyó a la profesora acusándola de acoso sexual de menores y se le imputaron al estudiante todo tipo de violaciones al reglamento interno de la institución, así los dos tuvieron que dejar el instituto para siempre.
Los siguientes días, y conforme me iba acercando a la culminación de mi trabajo, empecé a tener mis precauciones. Por fortuna, no pasaba nada y las cosas seguían igual que siempre.
Para terminar de una vez por todas con el misterio de Yana fui escribiendo mis observaciones y deducciones en un pequeño cuadernillo, creo que revisé y desarme la personalidad de Yana tantas veces que un psicoanalista se habría admirado de mis avances en materia de psicoanálisis, lo único era que todo eso no me decía nada a mí, y lo más lamentable era que ella lo sabía y jugaba conmigo desorientándome cada vez más. Llegó a tener verdaderos ataques de histeria y angustia que me desorientaban más de lo que ya estaba. Yo me sentía como un ratón que no sabe como escaparse de las garras del gato. Ella me ponía trampas, me envolvía con su encanto y luego me paraba de forma brutal con su rechazo, histeria y mal humor.
Cuando terminamos el penúltimo tema de nuestras prácticas, Yana me dijo que faltaría la siguiente clase y que vendría solo al final del curso para despedirse y saber la nota que le pondría. Al marcharse hizo un movimiento con la mano para acomodarse el pelo y dejó entre ver un poco su frente, como llevaba siempre un flequillo muy bien recortado era imposible verle esa parte de la cara porque tenía, además, el pelo muy espeso, por alguna razón no pude evitar mirar rápidamente esa parte de su cráneo. Ella me sonrió con mucha cordialidad y me dijo que le había gustado el tema de ese día y que iba a leer más al respecto, salió agitando la mano como los niños pequeños cuando se despiden.
Dos días después, llegué a la clase, abrí mi portafolios y dispuse el material para comenzar la proyección de unas láminas que mostraban muy bien unas estadísticas que me interesaba mucho que mis discípulos conocieran. Por pura curiosidad volteé hacia el pupitre o silla de Yana y confirmé lo que me había dicho, que no vendría- Pavel y Masha estaban muy serios y por la ausencia de su intermediaria Yana, ellos se mantenían un poco reservados simulando que todo seguía como siempre. A la hora de la pausa fui a comprar un café y me encontré por el camino a un buen amigo que hacía tiempo no veía. Comentamos los acontecimientos más importantes que nos habían acontecido en los últimos tres años y después, como ocurre regularmente en esos encuentros ocasionales, ya no sabíamos que preguntar y nos despedimos con la promesa de llamarnos o escribirnos pronto. Regresé al aula y entre, al principio no advertí que el lugar de Yana estaba ocupado, miré rápidamente y la saludé un poco sorprendido. Ahí estaba, con su pantalón a cuadros, sus botines de gamuza, su jersey de cuello alto y su bolso de cuero color rojo. Creía que no ibas a venir, Yana- le dije con una sonrisa maliciosa. Su reacción fue insólita, se acerco a mí, me miro con furia y me dijo que no había venido a clase sino que solo deseaba  dejarle un recado a María. Salió enfurecida, echando serpientes y culebras por la boca. Con mucha dificultad pude terminar la sesión de ese día, pues por un lado tenía la duda de no saber que le pasaba a Yana, y por otro, estaba de mala leche y con el deseo frustrado de no haberle gritado. Me estaba hartando de esa conducta infantil e inexplicable. Por suerte, el tiempo transcurrió más rápido de lo que yo esperaba y llegó el último día de nuestro curso. En realidad estaba cansado y un poco nervioso porque no sabía cómo reaccionaría en caso de que mi “querida” estudiante volviera a hacer alguna de sus demostraciones violentas.
En la última clase todo fue viento en popa, los alumnos participaron mucho y al final decidieron celebrar con un poco de bombones, fruta, tarta y vino tinto la culminación del “martirio” que les había implantado. Conversamos de todo, recordamos los mejores momentos de nuestro trabajo, brindamos y nos despedimos con el deseo ferviente de volver a encontrarnos en otra ocasión, aunque no fuera por causa de los estudios. Yo por mi parte prometí hacer todo lo posible para mantenerme en contacto con ellos a través del correo electrónico o alguna pagina de las redes sociales. Cuando ya tenía mis cosas preparadas para marcharme se acercó Yana sonriendo. Al verla así de animada y radiante  pensé que al menos me quedaría un buen recuerdo de ella, ya que la noche anterior había estado pensando en echarle en cara todo lo que me había desagradado de su conducta durante nuestros estudios. Me preguntó que si me gustaban las novelas policiacas. Yo le dije que sí, que era mi genero favorito. Ella sacó un pequeño objeto rectangular envuelto en papel para regalo y un listón ancho de color rojo muy intenso. Me lo entregó y me dijo que era una forma modesta de agradecer mi buen empeño durante el tiempo que habíamos compartido. Yo me sonrojé un poco y le di las gracias. Después me entregó una tarjeta firmada por todos los participantes y me aconsejó que pusiera mucha atención en el regalo. Yo le pregunté que si era un libro, ella afirmo con la cabeza, luego le insinué que si debía poner atención en algo especifico. Ella me miró con cariño y dijo que tenía que leer con atención el cuento número cuatro. Me despedí y salí muy contento por haber llevado a buen fin el trabajo que se me había encomendado.
Un día saqué el pequeño envoltorio que me había dado Yana, no lo había abierto, no sé por qué. De pronto recordé ese video de Internet que se llama “el sueño del caracol”, en el que aparece una chica que se enamora de un dependiente de una tienda  de libros viejos y usados. Me sentí un poco ridículo al pensar que me podría pasar lo mismo que a la chica del cortometraje, a la que el dependiente-enamorado le escribía recados en el libro y ella no los abría; y el día que se decidía a invitarlo a salir le decían que había muerto el día anterior en un accidente de tráfico, entonces ella descubría en su habitación todos los mensajes que le había escrito el pobre chico en las primeras páginas de los libros que ella había comprado. Por esa razón arranqué el listón y luego el papel. Abrí el libro, había una pequeña dedicatoria que no decía nada especial. Hojeé el libro y me alegré mucho de no encontrar ninguna nota o recado escritos en ninguna página. Había pasado tanto tiempo que ya no recordaba que Yana me había recomendado leer el cuento número cuatro que es precisamente el de “El caso de la media de seda”, empecé a leer y cuando llegué a la cuarta narración me detuve porque  todas las imágenes olvidadas se despertaron en mi cabeza como monigotes danzarines, primero surgieron los rostros de mis ex alumnos y luego la cara de Yana y su voz diciéndome “ponga mucha atención en el cuarto”. Me dejé llevar por los recuerdos, pospuse la lectura y me fui a tomar un café para gozar de la sensación tan agradable que en ese momento alimentaba mi imaginación. Esa noche dormí muy bien.

El domingo por la mañana después de salir a dar un paseo y comprar el diario con el suplemento que me encanta, preparé el desayuno y me dispuse a leer la historia de Conan Doyle. Al comenzar estaba un poco inquieto, seguramente saben por qué, pero lo apasionante de la historia y la forma en que lo cuenta Watson me fueron atrapando y al ser prisionero de esa prosa tan sencilla pero tan interesante, me fui dejando conducir página por página. Estaba cautivado por la aventura. Si recuerdan, hay un momento en que Watson le pregunta a Sherlock Holmes por qué cada vez que atrapa al sospechoso de los crímenes de las jóvenes adolescentes estranguladas con una media de seda, le pide al gendarme de la comisaría que se le tomen las huellas digitales al hombre. Sherlock con su paciencia habitual e inteligencia, le explica al doctor Watson que lo hace porque tiene la sospecha de que son dos los asesinos, o al menos hay un asesino y un cómplice que es su gemelo. Para mi esta información fue suficiente, lo comprendí de inmediato. Se me apareció la imagen de Yana acomodándose el pelo y su frente limpia y blanca, luego la imagen de la otra Yana el penúltimo día con su agresividad, pero al volverse rápidamente vi su frente y noté una gran verruga color marrón, era un abultamiento que semejaba a una pasa clara. Ese día no le había puesto la atención que requería porque la actitud de  ella había hecho que yo me enfureciera, también. Ahora, con la ventaja de la lejanía en el tiempo y la impresión tan marcada que había dejado esa excrecencia en mi subconsciente podía decir con seguridad total que las dos Yanas se había burlado de mi, y no solo ellas, sino toda la clase. Es que era imposible que las risas que provocaban mis malos chistes estuvieran relacionadas con lo que yo decía, creo que más bien se reían de mí. Seguramente, les hacía mucha gracia que una Yana me tratara con mucho cariño y la otra, que ahora está claro que era su copia, me rechazara e insultara. Me imagino las carcajadas que habrán soltado el día que festejamos el fin del curso. Y me imagino las veces que le habrán contado a otros profesores lo que me hicieron a mí. Y, lo peor, me recuerdo yo mismo burlándome de los profesores que antes que yo habían sido víctimas de otras burlas. Que iluso fui. Así que queridos amigos, si algún día les toca dar clases, tengan mucho cuidado y pongan atención en lo que hacen y dicen los estudiantes, no sea que ya anden rondando en boca de todo mundo por las cafeterías sus imágenes ridiculizadas, aderezadas con humor y servidas con mucha burla y sarcasmo. 

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler






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