martes, 13 de diciembre de 2022
El arte de hablar
No sé cómo lo
hacen. Lo he visto cientos de veces en el cine americano y miles en mi mujer.
Quizá sea la prohibición que me hicieron mis padres durante la infancia. Me
trataron de educar a su manera, con sus conceptos férreos de lo que es la buena
educación, pero en la edad adulta me doy cuenta de que son realmente pocas las
personas que observan esas, entre comillas, buenas maneras. “Mastica y habla
como si nada—me dicen las personas a quienes les pregunto cómo lo hacen—, solo
mastica y sigue hablando”. Lo he intentado para hacerle coro a mi esposa, pero
termino atragantándome o, peor aún, escupiendo. Para es sencillísimo, he notado que sus padres dominan
ese arte y pueden superar los límites humanos metiéndose un trozo de pan con
embutidos, queso, pepinos marinados y patatas, y seguir conversando sin ninguna
dificultad. Me miran y me hacen preguntas, se desesperan porque si estoy
masticando algo, tengo que engullirlo para responder, pero cuando lo hago la
conversación se ha ido muy lejos y mi respuesta solo puede interferir la
tertulia, así que solo abro los ojos, me encojo de hombros y sigo con mi lento
proceso de masticar las recomendadas treinta y ocho veces para ayudar a mi
estómago a hacer bien la digestión. No estoy realmente seguro de que eso me
sirva de algo. Me pregunto, ¿si tuviera esa aptitud de manejar la lengua, la
garganta y la quijada al mismo tiempo, me querría más la gente? De lo que, si
estoy seguro, es de que me escucharían más y me invitarían a las comidas de
negocios. Desconozco si fueron ellos, los que dominan la técnica, los que
inventaron esas comidas para cerrar negocios bufando, farfullando, murmurando,
susurrando, eructando o estornudando y escupiendo.
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