Estaba haciendo un recuento del último robo que había hecho. Era su seguro de vida por si algo fallaba después. Revisó su cuartada y cuando quedó satisfecho, se dispuso a darse un relajante baño. El teléfono vibró un poco. Era un mensaje de voz. “Descárgate esta aplicación, Te puedes ganar mucho dinero”. ¿Quién demonios me ha enviado ese spam? No le puso atención y lo borró. Se fue a duchar y volvió muy tranquilo. Se sirvió una copa del mejor vino que tenía en su bodega y se sentó a leer. Lo sacó de su concentración el móvil. Otra vez estaba el mensaje. Lo trató de borrar, pero esta vez fue imposible. Por alguna razón oprimió el enlace y se descargó un programa muy raro. Apareció un video en el que un hombre le proponía un trabajo. “!Hola, querido Vincent, soy John Royers!!Espero que estés bien y te haya salido a pedir de boca tu último trabajo—se extrañó de que alguien supiera lo de su atraco—. No te preocupes. Este programa no existe más que para nosotros dos. Para que no estés con la duda, voy a ir al grano. Mira, Vincent, necesito que me consigas el cuadro de Johannes Vermeer. ¿Sabes a cuál me refiero? Sí, sí que lo sabes. Te ha llegado de inmediato el nombre a la cabeza. En efecto, necesito que me consigas “Mujer con una jarra de agua. Qué me dices, ¿eh?”. El vídeo se terminó.
Vincent se quedó pensando en lo extraño de la situación. Solo una persona
sabía que él deseaba quedarse con aquel hermoso cuadro y no era posible que
alguien más estuviera al tanto. En realidad, ya tenía casi terminado el plan
para hurtarlo, lo único que lo detenía era el nuevo sistema de seguridad que le
habían puesto a la pintura para que nadie la pudiera sacar del museo. Él tenía
una capacidad impresionante para ingeniárselas con el control de seguridad,
todo lo humano lo podía resolver, pero el micro chip antirrobo era cosa de otro
mundo, pues ni siendo hacker profesional lograría deshabilitarlo. No, no te
dejes engatusar. Terminarás en la cárcel lamentándolo toda tu vida. Mira lo que
tienes. Ya puedes retirarte y vivir a cuerpo de rey. ¿Para qué quieres ese
cuadro? ¡Ah, ya lo pillo! ¡Es por vanidad! ¿Y hasta qué límites llegarás para
satisfacer tu ego?¿En verdad lo harías solo para poderte enorgullecer frente a
tus competidores? ¡No me hagas reír! Hace mucho que te han dado tu lugar y si
te critican y te calientan la cabeza con eso de que no sacarías la Gioconda o
La Madonna Litta u otra de esas grandes joyas, es solo para que des un paso en
falso y se puedan deshacer de ti.
En efecto no tenía necesidad de demostrarle nada a nadie y bien podía vivir
sin el cuadro de Vermeer y los de Da Vinci, pero sabía que si le ponían un reto
nunca se echaba para atrás. Pensó en investigar quién era ese tal John Royers.
No le sonaba de nada y eso que se había encontrado con los más influyentes
coleccionistas. Si ese tipo fuera famoso, lo conocerían todos. Hizo varias
llamadas y supo que, en efecto, Royers era un coleccionista caprichoso, muy
inteligente, con buen gusto y pagaba sumas desorbitadas por cada tarea. Billy
le había conseguido el revólver del general Custer que había llevado el día de
su muerte en la Batalla de Little Bighorn y se lo había compensado con una suma
muy difícil de rechazar. También estaba otro de sus conocidos. Alain Tissandier
quien le había conseguido los resultados de unas pruebas de vacunas contra la
gripe.
Después de enterarse de lo que le habían comentado sus amigos ya no pudo
dormir. No era el dinero lo que lo tentaba, sino el reto en sí mismo. Con una
hazaña de ese tipo no solo pasaría a la historia, sino que encabezaría, quién
sabe por cuántos años, la lista de los más talentosos y escurridizos. La lucha
interior fue brutal. Su otro yo, era como un demonio en una subasta, no paraba
de herirle el orgullo. En vigilia podía dominarse gastando toda la energía
haciendo todo tipo de cosas. Aireaba la cabeza echando fuera sus pensamientos intoxicados,
pero en el estado onírico era víctima de sus monstruos. Un sábado por la mañana
se actualizó la aplicación de su móvil. Vincent no pudo evitar escuchar el
mensaje de voz que sonó automáticamente, “Bien, Vincent, sé que te da miedo
fracasar, pero te prometo que no habrá ningún problema con el plan. Te echaré
una mano con lo del chip. No tienes que contestar ahora, En cuanto estés listo
me pondré en contacto contigo”.
Al final, ya no se pudo contener y aceptó, sin embargo, un cosquilleó raro
que fue capaz de helar a su ego le susurró que tuviera cuidado, que quizás
fuera una trampa y lo estaban calando o usando para un fin desconocido. No le
dio importancia a ese temor y se dirigió al salón donde estaba el teléfono.
Cuando lo desbloqueó apareció John Rogers.
—Te agradezco mucho que hayas aceptado, querido Vincent. No te
arrepentirás. Saldrá todo que ni pintado.
—¿Cómo sabes tanto de mí, John?
—Bueno, hago mis deberes y estoy bien informado, señor.
—¿Cómo me encontraste?
—Ah, deja esa falsa modestia, por favor. Para la gente normal eres un
desconocido. Pero en este inframundo eres casi un dios. Así que mejor pasemos a
lo que nos incumbe.
—Creo que no tienes ni idea de lo difícil que es librarse del chip líquido
y peor aún, inventar uno del mismo tipo, para ponérselo a la copia si fuera
necesario.
—No te ocuparás de eso, Vincent, déjamelo a mí. Tú, prepárate a hacerlo
este mes y cuando tengas dudas estaré aquí.
Vincent comenzó a sospechar de Rogers, ¿Cómo es posible que esté al tanto
de tus planes, incluso, de tus ideas? Tendrás que investigar sobre él. Sí,
pero, eso lo haré durante la ejecución del plan. Mañana nos vamos a Nueva York.
¿En serio lo vas a hacer? Y por qué no. Seguro que la retribución es muy buena
y la fama no tiene precio. Mira, si John soluciona lo del chip, podré llevarme
el cuadro y toda la humanidad hablará de mí. Me idolatrarán en todos lados,
seré casi un dios. ¿Eso está clarísimo, pero si te pillan? Eso no va a pasar, tenemos
todas las ventajas. Pues, haz lo que quieras, pero si nos meten a la cárcel, te
reprocharé toda la vida tu falta de sentido común. ¿De acuerdo? Sí, sí, de
acuerdo, pero ya déjame en paz.
El vuelo duró una hora. Salió del aeropuerto y se fue a un hotel. Se
registró con su pasaporte alemán. En su habitación dispuso todo lo necesario
para visitar el museo y verificar que todo seguía como lo había hecho hacía un
mes. Después de la visita fue a dejar una solicitud de empleo. Quería trabajar
en el archivo. Le dijeron que habría podido meter su solicitud por Internet,
pero él les contestó que le urgía el trabajo. Le dieron cita para otro día.
Volvió a su habitación para descansar y sonó su móvil. En la aplicación había
documentos, instrucciones, planos y consejos para infiltrarse al museo. No
había vídeos ni mensajes de voz. Vincent revisó la información y descubrió que
se habían hecho cambios en la zona de almacenamiento y la puerta que había
considerado para escapar, se encontraba clausurada. Tengo que revisar todo esto
porque si no se puede salir por allí, la única salida será la principal y el
camino está lleno de detectores que se dispararán en cuanto trate de cruzarlos.
Miró con atención los planos y leyó la lista de consejos e instrucciones que le
daba Mr. Rogers. ¡Joder! ¡¿Este tío tiene espías o qué?! ¿Ves? Te lo he
advertido. Y ¿si fuera una trampa, querido Vincent? ¿No lo habías sospechado
ya? Pues no, porque me fie de Billy y Tissandier y ya sabes que ellos son mis
incondicionales. Pues a mí, me huele mal este asunto.
De pronto, sonó el teléfono. Se oyó la voz de Rogers. “Oye, Vincent, te
comento que en esta semana habrá una exposición temporal en el museo. Con ellos
podrás meter la copia de la pintura. Ya lleva integrado el chip de repuesto. Lo
único que tienes que hacer es desactivar el del original. Mañana por la mañana
te llegará un paquete que contiene una tableta. Lo único que debes hacer es
tomarle una foto y la aplicación hackeará el programa de seguridad. Luego lo
único que tendrás que hacer es tomarle otra foto a la copia y se activará el
programa contra robos. Suerte. ¡Ah! Por cierto, si deseas saber cuánto vas a
ganar eleva el diez a la sexta potencia. Te los puedo depositar hoy mismo. ¡Éxito,
muchacho!
¿Has oído eso? Es un dineral. Sí, sí, pero ¿cómo te dice que te lo puede
pagar antes de que lo saques y se lo entregues? O ese Rogers es un tonto, o se
pasa de listo, ¿no crees? Pues, será lo segundo porque ya ves que nos va
siguiendo los pasos e, incluso, se nos ha adelantado. Ahora resulta que lo
único que tengo que hacer es entrar al museo este viernes, desactivar el chip,
cambiar el cuadro y activar el programa de seguridad. ¡Menudo atraco que va a
ser este! ¿Sabes? Esto es ridículo. Ese estafador nos quiere ver la cara de
tontos. Sí, es verdad, vamos a darle una pequeña sorpresita, ¿qué te parece?
Completamente de acuerdo. Se oyó el vibrador del teléfono. Vincent lo cogió y
vio el saldo de su tarjeta American Express negra. ¡Demasiado tarde, maldita
sea! ¿Podrás creer que se nos adelantó el muy hijo de…? Esto ya es demasiado.
Bueno, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no nos queda otra salida más
que la de seguir adelante. Bien, ya mañana veremos que sorpresa nos entregan en
el paquete.
Vincent no era supersticioso, pero su conciencia nunca estaba tranquila y
lo acosaba a todo momento. Era por eso que debía afinar hasta el último detalle
para que su, así llamada orquestación, sonora de forma impecable. Los ritmos,
los silencios, los vientos y acordes debían coordinarse como si fueran a tocar
en el mismo cielo. Se dedicó toda la mañana a revisar la ruta, las entradas y
salidas del museo, el personal, los trabajadores de limpieza y todo lo que
fuera necesario. Volvió cerca de las tres de la tarde y cuando entró al hotel
se dio cuenta de que un mensajero caminaba al mismo paso que él. Cuando
llegaron con el recepcionista uno preguntó por la llave y el otro por el señor
Vincent Roosevelt, le fue entregado el paquete y se fue a su habitación a mirar
el contenido.
Bien, muy bien, ¿de dónde habrá sacado el señor Rogers todo esto? Mira,
estos bastidores son mejores que los nuestros. Y esa pintura parece que en
realidad es del siglo XVIII. Pues, si que nos va a convenir trabajar con este
tipo. Ahora solo tenemos que llevar todo esto en una maleta de mano mezclarnos
con los trabajadores que harán los fletes y cambiaremos el cuadro en un santiamén.
Y ese trabajillo nos va a dejar ese “diez a la sexta”. ¡Ja, ja, ja! Todo será
cuestión de niños. Sí, pero ¿dónde está la adrenalina que necesitamos para
esto? ¿Recuerdas por qué te apasionan este tipo de tareas? Sí, tienes razón.
Sin emociones fuertes, esto resulta muy indigesto. ¿Qué hacer? No sé. Tal vez
dispararle a alguien o abusar de alguna de las cuidadoras de las salas o de alguna
estudiante despistada a la que le puedas decir que eres un coleccionista.
Piensa, piensa. No. Lo siento. Es completamente inútil, el señor Rogers nos ha
frustrado toda emoción. ¿Y por qué no improvisas? ¿Estás loco? Bien sabes que
ese, precisamente es el ultimísimo recurso que empleo. No, no estoy dispuesto a
saltarme mis propias normas. ¿A dónde llegaría así? Sería una humillación, un
golpe muy duro a mi amor propio. Está bien, está bien. Hazlo como quieras. Una
cosa si que quede bien clara. Es nuestro último trabajo. Creo que sí deberíamos
tomar eso en serio, Después de esto quedaré inhabilitado para siempre. ¿Qué quieres
decir con eso? Pues que psicológicamente quedaré hecho un embrollo y eso solo
me obstaculizara los trabajos que quiera hacer en el futuro. ¿Entonces
pactamos? ¡Trato hecho!
Llegó el viernes y Vincent fue al museo, Presentó su identificación se las
ingenió para que lo dejaran pasar sin revisar su maleta y se fue al almacén.
Los trabajadores ya estaban descolgando las pinturas. Él aprovechó el momento
para montar el cuadro. No es muy grande, ¿verdad? Claro, se monta en tres
minutos, lo que necesitamos es el marco, mira allí lo traen. Vamos a por él.
Las cosas salieron a pedir de boca. Vincent salió del museo a las seis de
la tarde, después de haber activado el chip de Mr. Rogers. Iba a subirse a su
camioneta cuando sonó su teléfono. Contestó.
—¡Felicidades, Vincent! ¡Lo has hecho muy bien! ¿Ves el coche negro con
matrícula MNS 080? Sube. El chófer te está esperando.
—Es usted muy previsor, Mr. Rogers.
—No, Vincent, no lo malinterpretes. No es desconfianza. Es que lo que
llevas en tu bolsa es muy valioso y nadie se arriesgaría a perderlo. Hoy
tendremos el gusto de conocernos. En unos minutos nos veremos.
Rogers colgó y el chofer le abrió la puerta para que se subiera. ¿Qué te
parece, querido Vincent? ¡Joder!!No nos deja ni un segundo fuera de su control!
Bueno, ya veremos de qué madera está hecho ese tipo. Llegó en veinte minutos a
una casa muy lujosa de estilo moderno. Salió un hombre joven de aspecto muy
extraño. No parecía del todo real. Vincent pensó que sería por lo extravagante
de su vestido. La camisa y los pantalones eran como un camaleón que se adaptaban
a medias a las tonalidades. Se saludaron, Vincent, lo tomó por Mr. Rogers, pero
el dijo que era solo un ayudante. Entraron a la casa y la decoración y el lujo
lo dejaron pasmado. Había esculturas que reconoció de inmediato. Él mismo se
había querido llevar unas piezas de Rodin, pero no era su especialidad. De los
cuadros si sintió envidia y orgullo a la vez. ¿No es ese La Caridad de Van Dyck?
Sí, exactamente. Pero ¿qué demonios hace aquí ese cuadro? Ni idea. Tal vez
Rogers lo compró después de que se lo consiguiéramos a Williams. ¿O no sería
que Williams te lo pidió por encargo de Rogers? Esto es un misterio. Mira, hay
más de nuestros encargos y cosas que sabemos quién se las robó. Esto ya pasa de
castaño oscuro. Tendremos que aclarar algunas cosas, ¿verdad? Sí, sí, lo
primero que haré será darle un puñetazo que se acordará toda su vida por
prepotente. ¿Quién se cree ese estúpido? Ya, cálmate. Allí viene su ayudante.
“El señor Rogers le espera, Vincent, sígame por favor”. Bajaron por un
ascensor unas tres o cuatro plantas. Cuando salieron Vincent pensó que se
encontraba en una ciudad subterránea. Lo condujo el ayudante hasta un corredor
muy amplio y le indicó que siguiera hasta el final. Vincent avanzó despacio,
mirando todo lo que podía inquietarle. Al final, llegó a un sitio donde se
abrió una puerta metálica. Entró, pero no vio a nadie. Se oyó la voz de Mr.
Rogers. Pase, Vincent, siéntase como en su casa. Quiero mostrarle algo. Camine recto
y gire a la derecha. Encontrará un corredor con curiosidades. Vincent se quedó
tieso de miedo. Allí estaban sus conocidos. No se movían y lo miraban sin
parpadear. “Están congelados, Vincent. No debes tener miedo”. Pero ¿qué clase de loco es usted? ¿Qué ha
hecho con estos hombres? No se ponga así. Yo no tengo sentimientos. Soy
producto de ustedes los hombres. Me creó la IA y me dieron la tarea de capturar
a todos los ladrones de arte. No podrá escapar de aquí. En pocos minutos estará
inconsciente y después igual que sus amigos. Debe saber antes de que lo
enfriemos, que usted sí fue de verdad un gran ladrón. Hemos archivado todo el
conocimiento de su cerebro para la posteridad. ¡Hasta nunca, señor Vincent!