“Para conocer a tu contrincante
debes saber de dónde viene y a dónde va”.
JCEH
I
El caso que me habían encomendado llevaba el nombre de los girasoles. No
había ninguna relación entre esas flores y los tres asesinatos de la
investigación, pero a alguien se le ocurrió denominarlo con ese nombre porque
en la escena de uno de los crímenes vio un cuadro de Van Gogh en el que
aparecen los mirasoles. El primer homicidio se había llevado acabo en un piso
pequeño cerca de una universidad. El principal sospechoso era un profesor de
filosofía que en una de sus clases retó a uno de los estudiantes que lo estaba
contradiciendo cuando trataban el tema de la demostración lógica y el método
deductivo. «Podría escoger a tres personas de la universidad y asesinarlas—dijo
con descaro y soberbia el catedrático—, incluso podría decir la forma, el lugar
y las condiciones del crimen y, aún así, tendría muchísimos elementos que me
ayudarían a evitar ser acusado de homicidio. El método deductivo y las pruebas
jamás serían suficientes para inculparme». Los estudiantes lo tomaron como una
broma y se comenzaron a reír, pero Jean Renoir mencionó un nombre. Lo dijo por
casualidad o con la intención expresa para calmar los ánimos de sus pupilos y
era el único alumno que estaba ausente ese día. Jean no conocía a todos sus
estudiantes por el nombre y al mismo Tom Wilson no lo había visto más que un
par de veces, pero tuvo la certeza de recordarlo y decir su nombre en voz alta
en ese desafortunado momento. El silencio se esparció como una nube de humo en
un incendio por la sala y los jóvenes se quedaron a la espera del sermón del
filósofo, sin embargo, él sólo les dijo que la lección se había terminado. Los
alumnos salieron con la duda de si el profesor loco los había espantado para
calmarlos o si tenía realmente la intención de matar a Wilson. Si todo era
verdad, surgía la pregunta desagradable de quiénes serían las otras dos
víctimas. Hubo un chistoso que, para relajar la tensión, dijo que los otros dos
serían la Señorita Emily, una vieja de la catedra de griego y latín, y el
guardia nocturno que era un impertinente.
Pasaron los días y cuando Tom llegó a la clase de filosofía todos los ojos
se clavaron en él. Nadie le había comentado nada. Primero, porque era un tipo
muy mal educado y agresivo, segundo, porque sabían que, de hablar, mataría de
inmediato al pobre y endeble Renoir. La clase siguió con normalidad ese día y,
dicen todos los testigos, que Jean actuó como si lo que había anunciado sobre
sus planes delictivos fuera un simple chascarrillo. Hubo un momento de alboroto
y Jean le preguntó a Tom qué pensaba de lo que percibimos como la realidad. Por
no ser demasiado inteligente Wilson dijo que la realidad es lo que vemos e
interpretamos con los sentidos, que todo lo que pensamos de la supuesta
realidad son especulaciones y que el pasado y futuro no existen porque son
presentes muertos o futuros que no han nacido. Renoir le preguntó si lo que no
lograba percibir en el corto instante del presente, es decir, lo que sucedía a
años luz de la Tierra, era también realidad o en ese otro universo las cosas
seguían un orden diferente. Se levantó un estruendoso barullo formado por las
especulaciones de todos los asistentes y no se pudo llegar a nada concreto.
Luego sonó el timbre y el profesor se fue sin decir nada.
Unos días más tarde se encontró el cadáver de Tom en el piso de su novia.
Lo encontraron sentado en el sofá con un cuchillo clavado en el pecho. La
televisión estaba encendida cuando llegó la policía. Según el reporte del
inspector Paul Lamiere, el asesino había entrado sin tener que forzar la puerta
porque era una persona conocida, luego Tom se sentó para continuar viendo su
programa. El arma estaba limpia, sin las huellas del asesino, según el primer
reporte que se escribió. En todo el piso se encontraron rastros que delataban
la presencia de Jean, en el baño habían quedado marcadas las suelas de sus
zapatos y en la cocina se encontraron sus huellas dactilares. Había, también,
vecinos que lo habían visto salir a las nueve y media de la noche del piso y
Wilson, según el forense había fallecido a las nueve y cuarto. A mi me
entregaron dos reportes más en los que se describía la muerte de Javier Somoza,
un latinoamericano nicaragüense que tenía problemas por su mal rendimiento y
antecedentes penales y, por extraño que parezca, la tercera víctima era una
mujer fornida y joven de origen polaco sobre la cual decían que tenía
preferencias sexuales muy raras, era Renata Yavlinski. El primer aspecto común
en las tres víctimas era el sexual. Los tres muertos habían sufrido de alguna
desviación psicológica que los obligaba a llevar una vida sicalíptica. Tal vez,
el astuto Jean lo sabía y era muy probable que lo hubiera investigado, pero
nadie podía confirmarlo y el inteligente filosofo lo constataría si se le
preguntara, pero interrogarlo era un error imperdonable porque las preguntas
serían para el un recurso para su defensa. Tenía que fraguar un buen plan para
atrapar al astuto zorro y no cargarme todo el asunto.
El problema más grande con el que me enfrenté desde el principio fueron los
reportes. Estaba recopilando información para reconstruir el asesinato de
Wilson cuando le pedí a Margaret, nuestra secretaria, que me mostrara de nuevo
el expediente. Lo leí tres veces y no podía creer que la información que había
sacado en la primera revisión se hubiera alterado. Hacía dos días que había
apuntado punto por punto todos los pormenores del crimen, pero la información
ya no coincidía. La primera idea que se me vino a la cabeza fue la de que me
había equivocado, pero si había leído con atención y había copiado de los
folios todo lo que tenía en mis notas, era muy improbable que las declaraciones
de los testigos y la conclusión del forense cambiaran. Le pregunté a Margaret
si alguien había consultado la carpeta, pero lo negó. «El jefe tiene todo esto
bajo llave, ¿sabe? —dijo enfadada como si se estuviera poniendo en duda su
integridad—. Jamás permitiría que alguien los cogiera, hasta yo tengo que
pedírselo de rodillas, así que no me venga con eso». Me disculpé y le rogué que
me trajera los otros dos expedientes, pero se negó y tuvimos que ir juntos a
ver a Julián Barthes para que me dejara leerlos. Barthes me acosó con miles de
preguntas. Estuve resistiéndome a la tentación de decirle que los reportes se
alteraban solos, pero era tan descabellada la idea que preferí callar, sin
embargo, le pidió a Margaret que se marchara y en cuanto se cerró la puerta me
lo dijo.
— ¿Lo ha notado, Claude?
—¿Qué cosa, inspector? —le respondí tratando de ocultar mis temores.
—No se haga el imbécil. Sabe perfectamente a qué me refiero.
—Pues, si se trata de las alteraciones que sufren los informes, sí, sí que
lo he notado.
—Bueno así está mejor. Sabe que esto debe ser confidencial, ¿verdad?
—Sí, señor. Cuente con mi discreción. No abriré el pico, aunque me maten.
—Está bien, Claude, se lo creo. Tenemos un grave problema. Mire, la
realidad pude ser lo que sea, la percepción de las cosas se puede alterar y
excluyo los trucos de magia y el esoterismo. Esto más bien parece un complot.
El maestrillo, seguro que ha encontrado la forma de metérsenos hasta aquí.
Sospecho que tiene un cómplice que le da los chivatazos y le ayuda a escabullirse.
Hasta he pensado que es usted.
—Yo sería incapaz, señor. Jamás lo haría, además ya se lo he confesado,
¿no? A decir verdad, estoy muy impresionado por este fenómeno tan raro. ¿Qué
vamos a hacer?
—No lo sé, Claude. Esto nos quita los argumentos que podríamos presentar en
la acusación contra Jean Renoir. Haríamos el ridículo si antes de llegar al
juicio, el abogado se encontrara con que el reporte ha sido cambiado. Tenemos
que encontrar la razón de esta paradoja. Se lo encomiendo todo a usted. Siga
día y noche a ese maldito Renoir y téngame al tanto de los que hace. Quiero que
me lo investigue todo. Dónde duerme, dónde come y hasta dónde caga ese maldito
filosofo de pacotilla. ¿Me ha entendido? Ahora váyase y no me vuelva a pedir
estos malditos expedientes. Los tendré bajo llave hasta que usted me traiga la
respuesta a mis preguntas. ¿Está claro?
—Sí, señor. Así lo haré.
II
Una cosa que me ha quedado muy clara es que, en este oficio, se puede ver
de todo, pero a final de cuentas todos los crímenes son cometidos por estupideces.
Los celos, la infidelidad, el dinero o la locura son las principales causas. En
las novelas policíacas si hay cosas de interés. En la vida real todo es
demasiado brutal, improvisado o absurdo. En pocas ocasiones encuentra uno casos
como este. Todo empieza mal desde el principio, pues el asesino anuncia
públicamente que va a cometer sus crímenes, demasiado estúpido y astuto a la
vez. Nadie le ha creído al principio y luego, tres fiambres. Seguro que un
experto en crímenes de cualquiera de los libros que se han escrito ya habría
encontrado el rastro a seguir, sin embargo, fuera de los libros no es así.
Tenemos un raquítico docente que, al hacer un berrinche, se atreve a amenazar a
sus estudiantes en aras de sus conceptos y luego, se cumplen sus presagios y
empieza a tenderle trampas a todo mundo. Eso es absurdo porque no se puede
decir que lo había tramado con anticipación. Ninguna persona en su sano juicio
pensaría que, el loco ese, ya tenía planeado su crimen y en un momento de
irritación lo desembuchó todo. Ahora tengo la horrible tarea de andar de
fisgón. No tengo mucha astucia para eso y en cuanto el tipejo se dé cuenta de
que le sigo los pasos me pondrá emboscadas y me perderé como un perro viejo sin
olfato y sin sentido común.
Jean es hijo de un famoso funcionario publico que destacó en la diplomacia.
Hay incluso un monumento en una plaza dedicado a su nombre. Esa sombra ha
perseguido al pobre Renoir junior que, por su temperamento colérico moderado y
sus padecimientos físicos, ha tenido que soportar la carga de la vida
acompañado de su estreñimiento, las gripes y en ocasiones los desvanecimientos.
Todo eso lo ha convertido en un ser muy rencoroso. Se podría decir que es como
una escoria de la sociedad. Lo he seguido varios días y no encuentro nada
interesante en su vida. En todas estas horas de espera, me he dedicado a razonar
sobre las cosas habituales. Seguro que los filósofos les buscan una explicación
muy atractiva a las tonterías más simples de la vida de la gente y crean sus
brillantes teorías. Creo que todos somos unos animales que van a la cabeza de
la evolución, pero con actitudes tan bestiales como las de los monos. Ahí va una
señora gorda con su hijo, devoran una cantidad enorme de dulces. Se creen que
están en la selva y han encontrado alguno de los manjares que es difícil
conservar en la comunidad y por eso se retacan muchos litros de helado. Su
instinto les dice que deben consumirlo todo porque más adelante no habrá. Ellos
no notan que están en un mundo inhóspito donde lo único que sobra es la
publicidad y las golosinas. Allá un hombre absorto en su cuidado personal tratando
de compensar la fuerza y potencia sexual, de las que carece, para seducir a las
hembras, por eso se apoya en su elegancia y aspecto exterior. Más allá dos
compañeros de una oficina. Son de sexo opuesto, pero se han confundido por la
influencia de criterios falsos que los han alejado de su principio natural que
sería el de reproducirse y ahora usurpan el lugar del otro. Él es ella y ella es
él. No sé por qué me ha dado por hablar de estas tonterías. Creo que el ocio y
la espera me están descomponiendo la cabeza.
No sé qué le voy a decir a Barthes. Este inútil de Renoir, se va a dar sus
clases, le dedica tres horas de revisión a los trabajos de los estudiantes,
come y cena con uno de sus colegas con quien mantiene inteligentes
conversaciones. A veces, se ponen a jugar al ajedrez y por la noche duermen
como lirones. ¿Cuándo sale a cometer sus crímenes? He hablado con sus vecinos y
todos opinan lo mismo. Es sistemático, soso, introvertido y silencioso. No oye
música, no ve la televisión, no tiene esposa ni hijos ni nada. Lo único que
rompe los parámetros de su aburrida rutina son sus paseos en bicicleta y sus
carreritas de los fines de semana. El sábado por la mañana sale con un traje de
ciclista, se monta en una bicicleta muy vieja y se va hacía los parques,
pedalea unas dos horas y pasa el día encerrado. El domingo es más activo. Corre
por la mañana unos dos kilómetros, descansa en el parque y se recrea mirando la
conducta de la gente. Por lo regular, memoriza lo que ve, pero en ocasiones,
cuando se le ocurre una idea genial, saca un cuadernillo y se pone a anotar
cosas.
III
He terminado de hablar con Barthes. No hemos llegado a nada en concreto.
Revisamos los expedientes y vimos con espanto que no sólo se han alterado, sino
que se empieza a perder la información. Incluso, una de las hojas que hemos
visto con los ojos exorbitados, se ha puesto amarillenta y ante nosotros ha
empezado a despedir un olor rancio. No
me ha quedado otra salida más que la de ir a interrogar a Jean Renoir. Sospecho
que se reirá de mí y se burlará de lo lindo porque entraré en su terreno con un
antifaz en los ojos. Le he pedido a Barthes que mande a otro inspector más
capaz y astuto que yo, pero me ha dicho que esto será personal entre el
filosofo loco y nosotros dos. Tengo que preparar las preguntas y sé, por
adelantado, que Jean ya me está esperando con su rostro bilioso, su pelo echado
hacía atrás y su sonrisa sarcástica. Tendré que ponerme al día en la historia
de la filosofía. El maldito profesor se explayará y me hará comentarios
refiriéndose a los griegos, luego me pondrá a prueba con Spinoza, Kant, tal
vez, Sartre y Camus y muchos más. Barthes me ha aconsejado que me limite sólo a
preguntarle cosas relacionadas con los crímenes, pero sé que eso es imposible.
Me sentiré como una mosca atrapada en una telaraña esperando que me chupen
hasta la última gota de sangre.
He repasado todas las preguntas que he escrito. He tratado de no dejar
huecos y ser lo más concreto posible. Me haré el tonto cuando las respuestas
estén relacionadas con algún principio filosófico y le pediré al criminal que
me diga concretamente lo que le pido. Termino de almorzar. No he querido comer
demasiado para no sentirme incomodo cuando Jean me revuelva el estómago con sus
provocaciones. Llego a su edificio. Es una construcción vieja de cinco plantas.
Vive en la parte de arriba. Subo las escaleras. Lo he visto entrar hace diez
minutos. Le sorprenderé y no tendrá tiempo de urdir sus artimañas. Estará
cansado y no podrá controlarse. Si me pide que me vaya le diré que está
arrestado por sospecha de asesinato y lo obligaré a responder en comisaría.
Toco el timbre. Escucho sus pesados pies haciendo crujir el viejo parqué.
Su puerta tiene una cerradura muy vieja y cualquier ladrón la tiraría de una
patada. Seguro que este hombre no tiene nada de valor que tema perder. Se abre
la puerta y veo su rostro verdoso y enjuto. Se sonríe y me invita a pasar.
Huele a papel viejo. Lo único que hay por todos lados son libros. Hay pilas en
los rincones. Los armarios están atiborrados de volúmenes de empastado grueso.
Hay un sillón, una mesa de centro y montañas de folios. La iluminación es mala.
La luz más fuerte proviene de una lámpara de pie. Las cortinas gruesas de color
marrón están cerradas. Se oye el silbido de una tetera. Jean se va y me pide
que me siente. Llego a la mesa y me siento en una silla de patas endebles y respaldo
duro. Viene Jean con una bandeja. Trae té y unas pastas. Sirve dos tazas y se
sienta.
—Lo estaba esperando, estimado Claude. ¿Por qué se tardó tanto en venir?
—No dependía de mi y usted lo sabe muy bien.
—Sí, de acuerdo. ¿Sabe? Me gustaría saber qué piensa de mí. ¿Cree que estoy
loco?
—Bueno, todos los filósofos están locos de alguna manera. Pero lo que
quiero saber es otra cosa.
—Pues, usted dirá. Estoy dispuesto a colaborar lo mejor que pueda.
¡Adelante! ¡Pregúnteme lo que quiera!
—Bien. La primera pregunta es ¿dónde estuvo el día que mataron a Tom
Wilson?
—¿Se burla de mí, querido Claude? ¿No se ha dado cuenta de que la partida
ya está muy avanzada y me propone que empecemos a jugar preguntándome con qué
piezas prefiero empezar? No, así no se hacen las cosas. Sea más severo y vaya
al grano. Dígame algo que esté registrado en el informe del forense o en el del
inspector Paul Lamiere. Veo que le tiemblan las manos. ¿Algo lo asusta?
—No, Jean. No se haga el listo y dígame por qué en la casa de Tom estaban
sus huellas por todos lados y el arma no tenía ni una sola marca de sus dedos.
Sé que me dirá que se puso guantes, pero no me va a convencer, sorpréndame si
es que es tan listo.
—No quiero sorprenderlo, en absoluto. Lo que me parece raro es que me diga
que en el informe decía que no se habían encontrado mis huellas, cuando en
realidad si estaban. Las dejé a propósito para que me viniera a buscar con la
acusación y una orden de arresto, pero veo que hay una confusión.
—Lo vieron los vecinos y están dispuestos a atestiguar en su contra. La
misma novia de Tom dice que usted la saludó al bajar por la escalera justo
antes de haber salido del piso. ¿Cómo explica eso?
—¿Eso consta en el reporte? Tengo la impresión de que se lo está
inventando.
—No, no es un invento y usted lo sabe.
—Bien, le contaré de qué manera cometí los asesinatos, pero tendrá que
armarse de paciencia. Espere un minuto, por favor. Voy a la cocina por más
dulces y galletas. Es mi vicio y no me puedo controlar. Creo que debo dejar de
comer tantas cosas azucaradas.
—Tómese el tiempo que quiera, ninguno de nosotros dos lleva prisa.
—¿Le sirvo más te´?
—No, gracias. No me gusta mucho tomar agua de hierbas.
—¿Sabía que en el lejano Oriente…? Ah, es verdad. Me había comprometido a
no tocar la filosofía para nada. Es muy difícil, ¿sabe? Se la pasa uno todo el
tiempo con esas chorradas y luego, le resulta a uno imposible comunicarse como
la gente. En fin. Seguro que usted ya sabe lo que pasó en la facultad. Unos
chicos me provocaron cuando estaba dando una clase de ética. Mi enfado llegó a
sus límites y me decidí a amenazarlos con eso de los asesinatos, luego organicé
la desaparición de los estudiantes Tom Wilson, Javier Somoza y Renata
Yavlinski.
—Un momento. Eso es una vil patraña porque hay tres cadáveres en la morgue
que pueden demostrar lo contrario. Si quiere saberlo, los han reconocido sus
familiares y están en espera de que usted confiese sus crímenes para irse a enterrarlos.
—Me gusta su estilo, Claude. Tiene
madera de investigador privado. Lo felicito, pero hay cosas que usted
desconoce. No, no se sienta ofendido. En general, la mayoría de la gente ignora
ciertas condiciones de la realidad. Para que me entienda bien, le voy a ir
explicando los fallos que han tenido ustedes en la investigación. En primer
lugar, los reportes están o estaban mal escritos y el lenguaje usado daba pauta
a confusiones, es por lo que fueron corregidos al principio y después
eliminados por completo. Podría usted ir a ver ahora mismo a su jefe Julián
Barthes y pedirle que le enseñara los expedientes que guarda en la caja fuerte
y no encontraría más que hojas viejas con manchas de tinta.
—¿Cómo sabe usted todo eso? Entonces, quiere decir que es verdad que tiene
un cómplice en la policía y éste le proporciona toda la información sobre
nuestras decisiones y pesquisas, ¿no?
—Siento decepcionarlo, Claude, pero la verdad es que no tengo cómplices y
todo lo que estaba redactado en los reportes lo escribí yo mismo.
—Sólo eso nos faltaba, que aparte de filosofo se creyera usted Dios o algo
por el estilo. ¡Invéntese lo que quiera! Moveré mar y tierra para meterlo a
usted a la cárcel. No se saldrá con la suya.
—¡Espere! ¡No se vaya de esa manera!!Deténgase! Bueno, que sea lo que usted
deseé. No opondré residencia y le ayudaré a que me lleve a juicio para que me
condenen.
IV
Es asombroso. Barthes me ha mostrado los expedientes y están intactos, como
en el primer día. Hemos elaborado el plan de ataque y ya estamos a punto de
coger a Renoir. En unas horas iremos por él a la universidad para encerrarlo
bajo llave, luego se llevará a cabo el juicio y se le condenará a cadena
perpetua o a la pena de muerte. Todo lo que sucedió durante la investigación ha
sido como un mal sueño. Ahora todo está en su lugar y podemos estar tranquilos.
La gente sigue con su vida habitual, pero a mí me inquieta no saber de qué ha
dependido todo este cambio tan repentino. Barthes finge que no ha sucedido nada
y que la investigación ha llegado a buen termino gracias a los esfuerzos de su
equipo. Le he preguntado si recuerda que hace unos días teníamos los
expedientes sin declaraciones. Parece que no entiende nada y saca las carpetas
de su caja fuerte y me lee, párrafo por párrafo, cada uno de los reportes de
los tres estudiantes asesinados. En muchos lugares, la corrupción es el cáncer
que impide que la justicia se aplique a los maleantes. En nuestro departamento,
por fortuna, todos somos honestos y tratamos de cumplir con nuestro deber.
Claro que no hemos quedado exentos de la corrupción en algunas ocasiones, pero
en lo que respecta a Renoir, las cosas se han hecho de acuerdo con la ley.
Espero que el juicio sea justo y que los trucos del filósofo no impidan que se
le condene. Me han concedido unos días de descanso. Pienso aprovechar el tiempo
para despejar la cabeza. Iré a pescar a un sitio que conozco. Siempre lo hago
después de un caso difícil. La soledad y la tranquilidad son los únicos
remedios que conozco para volverme a integrar a la realidad. Tal parece que mi
organismo me pide aislamiento para restablecerse, además, en las largas horas
que paso ensimismado mirando el agua del río logro encontrar el equilibrio
entre mi cuerpo y mi mente. Siempre vuelvo con mucho ánimo y dispuesto a seguir
investigando homicidios.
Llevo tres horas de trayecto en coche y veo cerca la superficie azul del
agua. Creo que esta vez me quedaré unos días en una de las cabañas que hay en
el albergue. Siempre paso una noche o máximo dos, pero ahora me apetece
descansar más. Es un sitio muy tranquilo lo extenso del bosque me permite dar
paseos de varias horas sin tener que sufrir las interrupciones de interlocutores
ocasionales. Ya he descargado mi equipaje y he reservado tres días. El martes a
mediodía volveré a mi casa.
Ya estoy listo para ir a pescar. Paso horas esperando que pique un pez y lo
único que logro pillar es una carpa. Grande, pero nada del otro mundo. Me la
preparan para la cena. En el comedor están varias personas. Un hombre mayor se
acerca y me pide permiso para cenar conmigo. Acepto y comenzamos a cenar. Es un
tipo agradable, sabe muchas cosas y me habla explicándome con paciencia las
cosas que no logro entender.
—¿Sabe que yo también me dediqué algún tiempo a las investigaciones policiales?
—Todo es posible en esta vida y no me atrevería a negarlo. Tengo la
sensación de que le conozco de algún lugar.
—Eso, es posible. Llevo aquí mucho tiempo. Mi mayor deseo es ser un
filósofo de verdad, no como esos que se forman en las universidades y, cuando
se titulan, se convierten en monstruos académicos, hombres insoportables que
usurpan el lugar de Dios o del demonio.
—Pues, yo sólo deseo hacer bien mi trabajo y venir a descansar y relajarme
aquí. No le pido más a la vida.
—Debe tener una existencia muy complicada, ¿no? ¿Cómo son sus compañeros?
¿Tiene un ayudante para las investigaciones o las hace usted sólo?
— Por lo regular trabajo solo, prefiero hacerlo sin ayuda de nadie. Lo malo
es que el último caso que he tenido me tiene muy desconcertado. Todo ha sido
muy extraño. Es como si la gente pensara de forma habitual y las cosas fueran
independientes de todo, incluso de la lógica. Como una realidad anárquica en la
que los sucesos se le escapan a la realidad.
—Sí, creo que le entiendo. A mi me pasó eso hace mucho tiempo. Un día tuve
la ilusión de escribir una novela. Seleccioné el tema, la sociedad en donde se
desarrollarían las acciones, la época, la gente, los medios de comunicación y
el sistema político. Empecé describiendo muy bien. La historia se desarrollaba
de forma óptima, pero hubo un instante de distracción en el que me posesioné
tanto de ese mundo imaginario que una mañana me levanté rodeado de esa gente que
había inventado. Se me recibió como un miembro más de la comunidad y tuve que
cambiar algunas costumbres, luego me fui familiarizando con el tipo de vida y
el regreso se fue postergando tanto que casi se me olvida.
—Y ¿cómo logró volver?
—No lo logré. Sigo aquí y no he podido encontrar el camino de regreso.
—¿Me está tomando el pelo? ¿Cree que me voy a tragar esas mentiras? Mire,
para que lo sepa. He venido aquí para estar solo y si le he aceptado como
compañero para cenar es por que soy una persona muy cortés.
—No se altere. Entiendo su reacción porque yo pasé por lo mismo. Permítame
preguntarle una cosa. ¿Ha realizado una investigación sobre Jean Renoir, en la
que…?
—Pero ¿de dónde sabe eso? ¿Por qué me lo pregunta?
—Es que llevé ese caso los primeros años de mi estancia aquí.
—Usted está chiflado. ¿Qué persigue con todo esto?
—Tranquilícese. Será mejor que me ponga atención. Sé que ha pasado por
momentos desconcertantes y tengo las respuestas a todas sus preguntas.
—No sé. Preferiría irme de aquí ahora mismo.
—No, no, por favor. Espere a que le cuente todo y después haga lo que
quiera.
—Bueno, pero no trate de pasarse de listo.
—No, claro que no. Se lo prometo. Bien, para empezar, le diré que cuando
investigué a Jean Renoir me sorprendió que los reportes cambiaran con demasiada
frecuencia. Parecía un maleficio satánico, pero resultó que sólo era fruto de
mi imaginación porque cuando atrapamos a ese zorro y le ganamos en el juicio a
su abogado. El juez ordenó silencio en la sala para dictar la sentencia, pero
en ese preciso momento aparecieron las tres víctimas. Ahí estaban Tom Wilson,
Javier Somoza y Renata Yavlinski. Sus familiares no lo podían creer, pues los
habían visto en la congeladora y luego de pie, vivitos y coleando. Atestiguaron
a favor de Renoir y lo perdonaron diciendo que los había ocultado en una casa
de campo no muy lejos de la ciudad. La confusión provocó el desmayo de varias
personas. Algunos se restregaban los ojos como tratando de aclarar su visión
para entender las cosas, pero todo fue inútil. El juez ya no podía cambiar la
sentencia y dictó el veredicto. La tipógrafa que registraba todo lo dicho por
las personas implicadas en el juicio se puso nerviosa porque sentía las teclas
y su golpeteo con el papel, pero no se podían leer las palabras. Al final le
dio un ataque de angustia y sufrió una embolia. Quedó allí tirada al lado de su
máquina sin poder moverse. Le brindaron la ayuda necesaria y se la llevaron al
hospital. Ya no volvió a trabajar y desapareció, nadie sabe en la actualidad
que fue de su vida. Luego, hubo otra cosa absurda. El día de la ejecución, el
abogado presentó una orden del gobernador del estado para suspender la
ejecución y abrir de nuevo el caso. Unos meses después, Renoir salió libre y
pudo seguir impartiendo sus clases en la universidad.
—¡Perdone! ¡perdone! ¿Eso quiere decir que llegaré al juicio de Renoir el
martes a mediodía y presenciaré los sucesos que me ha contado?
—Lamento mucho decepcionarlo, pero será así exactamente.
—Pero ¿por qué? Todo eso es una burrada.
—Pues, porque así lo inventé yo. Ahora me arrepiento de verdad. Si pudiera
cambiar las cosas lo haría y no nos veríamos más, pero estamos condenados a
esto.
V
No me quedé a dormir en la cabaña que había alquilado. Conduje de noche
hasta mi casa. Traté de entrevistarme con Renoir, pero fue imposible. No me
dejaron entrar a su celda. Llegó el día del juicio. Las cosas ocurrieron como
lo había dicho el hombre del albergue. Vi y toqué a los tres muertos que
estaban más vivos que cualquiera de nosotros. Presencié el desmayo de la
tipógrafa y oí al juez dictar la sentencia. En todo ese tiempo sentí la mirada
fija de Renoir que permanecía impasible, pero sus ojos brillaban cuando se
cruzaban con los míos. Pensé que si hacía algo excepcional lograría cambiar el
rumbo de esa historia absurda. Me fui de la ciudad. Un día leí en el periódico que Jean había
sido indultado y que su caso se había abierto, también, que se había demostrado
su inocencia y que había vuelto a su catedra a seguir con su trabajo de
siempre. Regresé un año después al departamento de homicidios y pedí que me
expulsaran, pero Barthes dijo que era imposible y que no dependía de él, sino
de un hombre que vivía cerca de un lago en un albergue que se encontraba a tres
horas en coche. Fui en su busca, pero no lo encontré. Tuve el mal
presentimiento de que finalmente había podido volver a su mundo.
Nada que ver con los girasoles ¿eh? Me ha resultado entretenido aunque al final se me ha hecho la picha un lío. Mi mente no es tan prolífica o retorcida. Pero lo has hecho bien. salu2
ResponderEliminarAmilcar, muchas gracias por tu visita. Admiro mucho tu trabajo y la forma en que narras tus historias, por eso es un aliciente saber que este cuento te ha parecido bueno. Un abrazo.
EliminarFascinante la manera como nos despistas a cada momento y la forma como creas ese mundo absurdo donde pasan unas cosas que la razón rechaza, pero la imaginación las disfruta.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carlos, por desgracia o, por fortuna, últimamente he estado experimentando con la ciencia ficción y me han venido muchas ideas, sin embargo no es tan sencillo encontrar buenas estructuras para organizar la trama, los tiempos y los espacios. En esta historia creo que lo logré. Te agradezco mucho tu comentario y espero leerte pronto. Un abrazo.
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