Había una vez un lápiz que decidió ser
un lápiz perfecto. Para lograr su objetivo se miraba en un espejo para
cerciorarse de que estaba bien afeitado y cada vez que escribía algo le preguntaba a
su dueña si lo había hecho bien. Cuando veía que las letras, dibujos o
garabatos estaban borrosos o muy gruesos, se sacaba mucha punta para que su
trabajo fuera fino en los dos sentidos: de calidad y menudo. En su esmero
cotidiano encontraba satisfacción pero un día le asaltó la duda y creyó que el progreso que él veía era producto de su ego. Decidió relacionarse con la goma que era un
poco vaga y distraída. Ésta, al descubrir los ideales de su amigo
decidió esmerarse más en su trabajo y convertirse en su más fiel colaboradora,
sin embargo, un día el destino los alcanzó y se quedaron uno sin punta y la otra
sin amigo. ¿Cuál sería la moraleja? - se preguntaba la goma, pensando que habría pasado lo mismo si se hubieran hecho amigos el lapicero y el sacapuntas.
Juan Cristóbal Espinosa Hudtler
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