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lunes, 23 de junio de 2025

900












Carl Smith—Encontramos una parte del barco casi intacta, fue un milagro que el cuerpo no saliera volando en pedazos. Me avisó John. Cuando lo vi, estaba encogido abrazando un disco. Sin rastros de sangre y vestido de marinero. El forense dijo que seguramente la muerte había sido producida por un paro…, ya sabe el corazón no resistió la onda expansiva de la explosión. Pobre tipo.

John Brown—Acudí por petición de un vendedor de anticuarios. Llamó a la comisaría y dijo que había un hombre en peligro de muerte. Acudí al lugar un poco antes de la explosión y vi al trompetista tocando muy tristemente una melodía suave. Cuando tocó la última nota explotó el barco. Caímos con fuerza y Max se puso a llorar. Creí que se había lastimado, pero su llanto no era de dolor físico. Luego me contó toda la historia y nos acercamos a lo que quedó de la embarcación, se había pulverizado, sin embargo, vimos un camarote que había sido catapultado por arte de magia. Corrimos hacia allí y vimos que había alguien.

Capitán del trasatlántico—¡Claro que lo conocí! Me habían asignado el Viginian después de la jubilación del capitán Sanders. Me sorprendió mucho su historia, que me pareció una patraña, pero Danny Buckman, su padre adoptivo, me lo contó todo. Le di a Novechento el grado de Alférez de fragata como reconocimiento al prestigio que le había dado al Virginian, ¿sabe? Era como la marca personal de nuestro barco. Le habría dado un premio por su música, pero no tenía los poderes de la Academia…bueno, usted me entiende. Ojalá y se hubiera quedado en tierra cuando tuvo el encuentro con aquella chica. Bueno, si me perdona…Tengo mucho que hacer. Buenos días.

Danny Buckman— Yo era carbonero, salía poco de la caldera y deseaba siempre llegar a América para disfrutar de lo que teníamos en Europa. Cerca del puerto de Nueva York lo teníamos todo. Nos encantaban los bares y los “Lugares de esparcimiento”—era así como le decíamos a los burdeles. Tomábamos baños, comprábamos ropa nueva y nos íbamos a divertir. ¡Buaah, buaah! Todavía recuerdo cómo disfrutábamos con el glug-glug de las botellas y los besos de aquellas chicas. ¡Esos eran buenos tiempos! ¡Sí, señor! Bueno, el caso es que una vez estaba un poco enfermo y no bajé del barco, fui a revisar unas válvulas y cuál sería mi sorpresa cuando vi a un bebé en el suelo. Corrí a buscar a sus padres, pero nadie lo reconoció como suyo. Se lo comuniqué al capitán Sanders y lo reportamos a la policía, pero ¡Nanay, nadie nos lo reclamó!!Yo no sabía qué hacer! Le pedía ayuda a todo mundo, pero cuanto más imploraba, más solo me quedaba…Pasó el tiempo y me encariñé con él. Era un niño enclenque, débil, pero en sus ojos se notaba la curiosidad. Le gustaba dormirse en el gran salón y fue allí donde empezó a tocar. Primero imitaba a Charles el pianista del barco. Pero, no me lo va a creer. A los seis años ya tocaba todos los villancicos y cuando se enfermó una noche Charles, el muy diablo se sentó a tocar para los pasajeros y dejó a todos con la boca abierta. Pronto Charles se negó a competir con el niño Mozart y Novechento tocó desde esa edad hasta que al Virginian le llegó el desguace. Lo demás ya lo sabe.

Max Tooney— Soy trompetista, conocí a Novechento en 1920. Toqué con él y nos hicimos muy buenos amigos. A decir verdad, es el mejor amigo que he tenido y con quien más me he identificado. Era para mí, más que un hermano. Lo pasé todo con él. La pasión por la música, la creación, la decepción, la sorpresa…ya sabe, todo lo que experimenta un músico… Pero hay dos cosas que marcaron nuestra vida y, podría decir que lo transformaron por completo. La primera es la gran victoria en el duelo de pianistas. En el salón del Virginian se llevó a cabo el duelo más grande del mundo. Se enfrentaron el desconocido mundialmente, pero no menos talentoso Novechento y el mismísimo Roll Morton pianista brillante y supuesto creador del jazz. Eso daría para un libro, una película y un monumento a la música en el mismísimo centro de Nueva York. Todos los asistentes a esa confrontación recordarán con emoción y euforia ese día. Novechento empezó como acojonado por el presumido gorila que lo despreció desde el principio, pero cuando ya no teníamos esperanza en que ganara…!Joder, solo recordar la cara del mono, me hace disfrutar de nuevo ese triunfo! ¿Sabe? Novechento había repetido una melodía de Roll y éste decidió darle una lección, se puso a tocar sus mejores notas de la forma más rápida que podía y al terminar le dio una colilla de cigarrillo que el arrogante gorila había puesto en el piano al empezar su improvisación…Fue entonces cuando sucedió el milagro. Novechento escupió, cogió un cigarrillo apagado, lo puso en la tapa frontal y empezó a tocar la famosísima “Enduring Movement”. No lo va a creer, pero cuando terminó lleno de sudor, recobró la consciencia, porque estaba poseído, y abrió el piano, se acercó a las cuerdas agudas que estaban al rojo vivo y encendió el cigarrillo, la gente volvió de su letargo hipnótico y Novechento le puso al mono el cigarrillo en la boca: “Fúmate esto—le dijo—. Yo no fumo”.

—Muchas gracias por toda la información, Max. Había pensado en entrevistar a Morton, pero creo que no le gustaría recordar aquella mala experiencia. Por cierto, no me ha dicho nada del disco que tenía abrazado Novechento.

—Ah, pues es que le propusieron grabar su música. Él lo hizo, pero luego me dijo que no quería que se comercializara su música. Cogió el disco y corrió detrás de una chica que le había gustado, pero no la logró alcanzar. Ella desapareció y Novechento se marchitó con su recuerdo…


miércoles, 4 de junio de 2025

La Pili, esa


 Un inspector con una gran lupa, entró apresuradamente. A unos pasos estaba un hombre de aspecto muy gracioso que se sorprendió mucho de ver a un detective irrumpir de forma tan abrupta. Lo siguió imitando sus movimientos hasta que el inspector se detuvo frente a una mujer tumbada en el piso.

—Es un cadáver— dijo, mirando hacia el frente como si se dirigiera al público.

—Sí, en efecto, es una mujer muerta— exclamó muy alto el hombre gracioso.

El inspector se giró muy espantado, tratando de disimular su espanto.

—Y ¿quién demonios es usted? —preguntó mirando a través de la lupa la nariz del tipo.

—Soy José Grimaldo, el marido de esta mujer que ve aquí.

La mujer yacía, pero tenía de vez en cuando convulsiones que llamaban mucho la atención del inspector.

—¡Usted la mató! ¿Verdad? Se le nota a usted que es un asesino. ¡Queda arrestado!

—Pero, ¿quién es usted para arrestar a nadie? —le esputó con un gesto vulgar, mostrando la lengua y golpeando la lupa.

—Soy Arsénico Lupillo, el investigador privado más caro de esta ciudad, y a mucha honra.

El inspector comenzó a pavonearse, dirigiendo de nuevo su mirada al horizonte. De pronto, la mujer se comenzó a agitar en el piso.

—¡¿Pero qué demonios le pasa a esta mujer cadáver?!—gritó tratando de apaciguar inútilmente los fuertes movimientos de la mujer que no paraba de agitar las manos y los pies.

—¡Ah! ¡¿Le da miedo, inspector?!— dijo carcajeándose José Grimaldo—. ¡Ha de saberrrr…que mi mujer era epiléptica! Era tan epiléptica, tan epiléptica que dejaron de llamarla Pilar y la apodaron Ehpilesia. Así le decían todos. Ehpilesia pacá, Ehpilesia pallá. Hasta yo que la quería mucho le decía de cariño Mi Ehpi.

—¡Eso es irrelevante!!Confiese! ¿Por qué la mató?

—Pero, ¡qué dice usted, inspector! Mire, un día me tuve que ir a una isla para ocultarme de mis perseguidores porque…bueno, usted ya sabe…cosas de hombres, por dios, ¿me entiende verdad? Pues, eso dejó una profunda huella y Mi Ehpi, que recibió una carta mía en la que le decía que yo había muerto y desde aquel instante guardó luto por mi memoria, sin embargo, como ya sabe, las cosas cambian en la vida. Fui rescatado y homenajeado por sobrevivir más de tres años en una isla completamente deshabitada, rodeada de tiburones, más terrible que Alcatraz, en fin, no le haré una descripción con detalles. El caso es que me erigieron un monumento en plena Plaza Mayó, me dieron un montón de dinero y me ofrecieron un trabajo en el gobierno. Y ¿qué fue lo malo de todo esto? ¿No lo sabe? ¡Ah!!No ponga esa cara de zoquete! Pues, muy fácil, me vine a ver a mi querida Ehpi, pero nada más entrar ella sufrió un infarto, o mejor dicho, un ataque epiléptico tan fuerte, pero tan fuerte que terminó en infarto y ahora mírela…—con ojos asombrados José Grimaldo vio cómo su esposa se ponía de pie.

La mujer se abalanzó sobre el inspector.

—¡Por favor!!Por favor! Haga que este desgraciado vuelva allá de donde ha venido. Es un ingrato mentiroso. Casi me muero por su culpa. Además, ya no lo puedo aceptar en mi casa porque estoy comprometida.

En ese momento se volvió José Grimaldo que miraba con disimulo el piso para desentenderse de las palabras de su esposa, pero al oír la palabra “comprometida” no se pudo contener y saltó sobre ella.

—¡Ah!!Desgraciada!!Si ya lo sabía yo!!Qué golfa eres!!Esperabas que me ausentara para ponerme los cuernos!!Te voy a matar!

Seguidamente la cogió del cuello y comenzó a zangolotearla y ahorcarla. El inspector con mucho esfuerzo pudo contener al hombre que, fuera de sí, vociferaba y echaba espuma por la boca. Le dio un golpe en el rostro y la nariz de plástico que llevaba puesta salió volando.

—Pero, ¿qué me ha hecho? ¡Inspector del demonio! ¡¿Sabe cuántos litros de vodka me ha costado esta nariz?! ¡No tiene ni idea de lo difícil que es beber sin control, solo para tener un instrumento de trabajo que le permita a uno ganarse la vida de forma digna!

El inspector trató de recuperar la nariz, pero la mujer la cogió y echó a correr, Ehpi corría sin parar hasta que, de pronto se puso la nariz, se despojó de su peluca, se quitó el vestido y se acercó a José Grimaldo que temblaba de terror.

—¡Bien! ¡Ahora te toca a ti ser Ehpi, desgraciado!!Ahora sabrás quien lleva la nariz en casa!

José Grimaldo, obligado por la mujer que ahora tenía el aspecto de un hombre fornido, se puso el vestido, la peluca y comenzó a hablar con voz aguda.

—¡Perdóname, querido! Te juro que yo no quería serte infiel. Pero, me abandonaste y dejaste este cuerpecito a merced de los lujuriosos hombres que me rodean. Mira, si quieres castigar a alguien por mis debilidades debes castigar a este hombre que es el culpable de todo y, señalando al inspector con el dedo índice gritó:

“Él, él es mi amante. Me dijo que tú jamás regresarías y desconsolada me acurruqué en sus brazos y el abusó…Y no solo una vez, ¿sabes? Cada tercer día venía a consolarme, a decirme que tu recuerdo debía desaparecer y entonces me besaba y..y..y…”

Empezó una gran trifulca y los tres personajes salieron por una gran puerta, detrás de ellos se oyó una ovación y una bandada de aplausos llenó la carpa.