Se apagaron las luces y se abrió el telón. El público vio el decorado que
consistía en una casa pequeña de pueblo y al fondo unas montañas y el cielo grisáceo.
Apareció, anegado por un chorro luminoso, un hombre delgado con túnica de lino
y un bastón. Algunos espectadores volvieron a echarle un vistazo al programa
para confirmar que era Alejo Karpov quien interpretaba al palmero. Se oyó el
famoso verso recitado por el gran actor:
“Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos
ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo
ser en la vida romero…solo romero…”
La gente escuchó conmovida el filosófico verso, después, testigos de las vicisitudes
del pobre errante, aplaudieron sin parar. Se sucedieron las escenas acompañadas
de lágrimas, sonrisas agrías y alivio. Al final de la pieza llovieron ramos que
formaron un hermoso arcoíris. Alejo no paró de agradecer las felicitaciones y,
cuando la gente siguió el manoteo, los chiflidos y el griterío, el anunciador
pidió que se retiraran. Nadie quiso salir y Alejo descendió del escenario para
conversar con el público. Le hicieron infinidad de preguntas y él contestó con
honestidad. Poco a poco los admiradores se fueron retirando con sus programas
firmados y un recuerdo inolvidable.
Alejo entró en su camerino. Estaba cansado, había sido un mal día en su vida.
Le habían dado malas noticias, pero su trabajo le exigía el esfuerzo. Salió del
teatro y se fue a su casa. Le abrió su hermana solterona. Le preguntó cómo se
sentía y le sirvió la cena. Se miraron con lástima y decidieron no hablar. Todo
estaba perdido. La falta de recursos y la ausencia de verdaderos amigos les
obligaba a esperar el final como condenados al cadalso. El día siguiente sería
igual. Éxito en el teatro y fracaso en la vida. ¿Debía seguir actuando en la
realidad? ¿Por qué no le cambiaban las cosas? Habría preferido ser un don nadie,
un actor secundario y vivir de otros oficios, pero su entrega desde la
adolescencia lo había llevado a la cúspide de una montaña en que todo era arte
y amor, pero un sitio solitario, lleno de austeridad.
Nada lo había doblegado hasta ese momento, sabía que cambiando su vida
podría alargarla un poco más. Cuando la existencia pierde sentido y eres parte
de un colectivo en el que se te aprecia por mostrar el dolor humano que llevas
en carne propia, no queda nada más que el abandono. La nada con su oscuridad
eterna. El reconocimiento es porque eres el mártir. No habría más sacrificio,
la vida no jugaría sucio a sus espaldas ya no escucharía esa terna pregunta: “¿Me
estás espiando?”. Ya no tendría temor
del fracaso y no sentiría la frustración de ser un hombre sin éxito con las
mujeres y en los negocios. ¿Eurípides y Esquilo se lo perdonarían y lo
recibirían? No, jamás, lo enviarían al exilio por traición y sería un argonauta
perdido en los mares del olvido y la sucia crítica, se enfrentaría a los
monstruos de sus recuerdos y los periodistas.
Se levantó en la madrugada decidido a terminar y salió en dirección de la carretera.
Se fumó con calma el último cigarrillo y se dirigió al puente. Lo miró con
miedo, pero ya no deseaba retroceder. Se dejó llevar por la inercia de sus
pasos, espantó las imágenes de su caída con el humo que salía a resoplidos de
su nariz y boca. Llegó al sitio desde dónde se lanzaría. Se paró en el borde y
tiró la colilla humeante. Por último, recito:
”Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo
Pasar por todo, una vez, una vez solo y ligero
ligero, siempre ligero
sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos
Poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto
que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.
En el horizonte vio la imagen de un león barbado y gafas, con un sombrero
anticuado interrogándolo. Alejo derramó su ira y se ennobleció su corazón. “Más
vale seguir con valor en la lucha tenaz, mejor que huir como un cobarde
fracasado—susurró para sí—, aguantaré hasta el final; venceré la pobreza y la
enfermedad, el dolor y el olvido, el desamor y la frustración. Sacó otro
cigarrillo, lo cogió con cuidado y lo fumó despacio. Salieron los primeros
rayos pálidos del sol en su alma.