El
dueño del restaurante estaba enfadado. Le habían estropeado el día
y la comida para el banquete de una boda se echaría a perder.
“Maldita la hora en que aparecieron aquí esos ladrones ̶ dijo el
señor Armando Rodríguez cuando llegó el inspector de homicidios ̶
¿Qué voy a hacer si en unas horas tengo que atender a cien
personas? Si me lo dijo mi mujer ayer “No seas tacaño, Armando, no
por unos quintos de más vas a quedarle mal a tus mejores clientes.
No aceptes clientela”. Y, ahora, ya lo ve inspector esto va a salir
en Internet y nadie va a querer armar su guateque en donde han sido
asesinados dos hombres”. El inspector llamó a su ayudante y le
pidió a los forenses que hicieran su reporte lo más pronto posible.
̶
¿Qué te han dicho los testigos, Andrés?
̶
Pues, todos coinciden en lo mismo, inspector. Fue una mujer baja y un
hombre delgado de un metro ochenta, más o menos. Se levantaron de su
mesa, se acercaron a los hombres y les dispararon a bocajarro. La
mujer que acompañaba a las víctimas salió ilesa, pero dice que ni
siquiera les vio la cara a los atacantes porque se orinó de miedo y
cuando oyó los disparos cerró los ojos y se encomendó a Dios.
̶
Tendremos que pedir que nos dejen ver lo que grabaron las cámaras.
̶
Sí, inspector, ahora mismo voy a acordarlo con el encargado de
seguridad.
Se
mandó limpiar el suelo, se cambiaron las sillas y se tiró a la
basura el mantel con sangre que había quedado en la mesa. Armando
Rodríguez le pidió a los reporteros que retardaran lo más posible
la publicación de la noticia para que sus comensales no se enteraran
de lo sucedido. Gracias al inspector Reséndiz se anunció el crimen
a medianoche y solo en la mañana siguiente se comenzó a hablar del
caso.
Reséndiz
y su ayudante se presentaron para revisar los vídeos del día
anterior.
̶
Aquí está, inspector. ¿Ve? Esa es la mujer, mire cómo se levanta,
saca la pistola y le dispara al hombre, el otro muerto alcanzó a
sacar un arma, pero el flaco le disparó con saña.
̶
Sí, Andrés, le metió una buena ráfaga de plomo. Bueno, ya tenemos
un poco de información sobre estos tipos, ¿no?
̶
Sí, inspector, si ha visto el reporte no hace falta repetir que eran
unos delincuentes.
̶
En efecto, Andrés, eran de Argelia y tenían un permiso temporal que
se les iba a caducar pronto.
̶
También tenían algunos negocios inspector, una tienda de ropa, unas
bodegas en las que se almacenaban artículos de importación y sus
nombres están ligados con la empresa de foto modelos y damas de
compañía que fue acusada de varios asesinatos de mujeres
extranjeras hace seis meses.
̶
Bueno, lo que está claro es que tenían una vida oscura y sus
enemigos deben ser bastantes.¿Por dónde podemos empezar, querido
Andrés?
̶
Creo que lo primero que podemos hacer es repasar el caso de las
modelos asesinadas.
̶
Está muy bien. Nos vamos a la comisaría.
Llegaron
a las cuatro de la tarde, habían comido cerca de su trabajo y
aprovecharon para sentarse en la plaza para mirar a los transeúntes.
Era la forma que tenían de distraerse de los casos que llevaban, les
gustaba ver la apacible vida de los paseantes, les ayudaba a olvidar
que se desenvolvían en un estrato bajo en el que los humanos
cometían cosas horrendas.
Los
saludó la secretaria María de los Ángeles al verlos, la piropearon
y le dieron el bocadillo que siempre le compraban. Ella nunca se lo
comía y cuando llegaba a su casa se lo daba a su perro. Nunca se
enteró de que el inspector Reséndiz pagaba un extra porque le
pusieran del mejor jamón.
Sacaron
un café de la máquina y se pusieron a buscar información sobre
Sakker y Hassam los argelinos acribillados en el restaurante Montana.
Como
una flor de negros pétalos se fue mostrando la larga trayectoria
delictiva del par de negociantes. Primero supieron que entre las
mercancías que importaban de Israel no solo había equipo de riego y
ropa, sino también armas y drogas; luego, les surgió la sospecha de
que estaban ligados a la trata de blancas y que tenían un grupo de
proxenetas que le cobraba a las mujeres por su protección.
̶
Tendremos que ir mañana a la embajada de Argelia ̶ dijo Reséndiz
dando un fuerte carpetazo sobre su escritorio ̶ . Estos eran malos
bichos, Andrés, vamos a encontrar muchas personas que tenían un
móvil para eliminarlos. Por cierto, ¿qué te ha dicho Álvarez
sobre los sospechosos?
̶
Pues, no hay de donde agarrarse, inspector, la mujer era morena y
baja, llevaba una peluca rubia y gafas. En el momento de la huida
dejó todo tirado por el camino. No había un solo pelo de verdad,
solo sintéticos, las gafas eran de muy mala calidad. El hombre no
dejó rastro, los dos se fueron en un coche que los estaba esperando.
No sabemos con exactitud a quién pertenece el auto porque no llevaba
matricula y era de los modelos más comunes, habrá miles del mismo
tipo.
̶
Bueno, parece que tendremos que buscar entre las mujeres a quienes
regentaban. Lo malo es que no nos van a revelar nada y tendremos que
armarnos de paciencia y mucha astucia.
Como
lo sospechaba Reséndiz, los interrogatorios no dieron ningún
resultado, pero la situación mejoró cuando recibieron una llamada
de la embajada. Les comunicaron que el cónsul quería
proporcionarles información relevante.
Llegaron
a mediodía. Los hicieron esperar media hora en la recepción. No
había mucho movimiento y las personas que estaban tramitando visas o
algún otro documento brillaban por su ausencia. Llegó un encargado
y los condujo al despacho del embajador. El cónsul era un hombre
bajo, muy moreno con una nariz afilada y un tabique muy protuberante.
Llevaba un traje muy elegante y fingía ser amable. Tomaron juntos un
té con dulces tradicionales y se les mostraron unos documentos en
los que figuraban los dos ciudadanos argelinos como personas de alta
peligrosidad. Hassam era un delincuente que se había escapado de la
cárcel en su patria y había entrado al país con un pasaporte
falso. Lo buscaba mucha gente y su nombre real era Mohamed Al
Gazalah, Sakker era su amigo y no tenía antecedentes penales, sin
embargo era un criminal muy astuto que había sabido mantener sus
manos limpias a base de inculpar a otros. Era como una serpiente
venenosa con una mente diabólica, seguramente por eso, le habían
descargado medio cargador de AK 47.
Salieron
de la embajada un poco decepcionados. No le veían mucho sentido
encontrar a los asesinos para condenarlos, ya que, al parecer, tenían
bastante bien justificado su crimen.
̶
¿Qué haremos ahora, inspector?
̶
No nos queda otra salida más que la de escarbar en este fango y
ensuciarnos las manos para sacar a la luz toda la porquería que
dejaron esos dos maleantes. Iremos a ver a sus socios, clientes y
empleados.
Tres
meses duraron las pesquisas. Sacaron en claro muchas cosas, pero los
asesinos no cayeron. Lo que si sucedió es que arrestaron a mafiosos,
representantes del gobierno, narcotraficantes y asesinos a sueldo. La
prensa estuvo informando sobre los juicios y las condenas de cada uno
de los implicados en los negocios sucios. Se recuperó una suma muy
grande de dinero lavado en la industria petrolera, se liberó a
muchas mujeres y se desarticuló un mecanismo delictivo que era como
una sangría para el país.
El
inspector Reséndiz y Andrés estaban comentando una pelea de boxeo
acaecida la noche anterior, cuando sonó el teléfono. Era María
Antonieta que le informaba al par de investigadores que tenían una
cita en el ministerio de seguridad estatal.
Llegaron
muy arreglados porque tenían que ser condecorados. El ministro del
interior les entregó una medalla y les dio una compensación
monetaria por su gran servicio, luego un hombre rudo con aspecto de
militar les presentó a la agente secreto María de la Luz Hurtado y a
Pedro Sosa, un enviado oficial de la CIA para la lucha contra la
delincuencia internacional.
“Me
da mucho gusto saber, inspector Guillermo Reséndiz ̶ le dijo con
acento oficial en general ̶ , que llevó a buen fin esta importante
operación. Su colaboración fue primordial para detener a estas
lacras. Le quedamos muy agradecidos por su trabajo y esperamos que
siga colaborando con nosotros”.
Al
marcharse, Andrés le preguntó al inspector si lo sabía desde el
principio. “Por supuesto, querido amigo, estuvimos fraguando este
plan todo un año, pero era necesario que los periodistas, la gente
y, sobre todo, los abogados defensores de los criminales, pensaran
que se trataba de un caso habitual de homicidio en el que se fueron
complicando las cosas y salió a la luz lo que tenían escondido”.
Se
dieron la mano y se fueron cada quien por su lado. Andrés no sabía
en ese momento que Reséndiz no trabajaría más con él.